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Yo creo que lo que pretendían era pillarla con las manos en la masaSi no recuerdo mal se dijo que la GC no había registrado la finca porque ya lo habían hecho previamente los familiares. Ese no es motivo suficiente para que la GC no hiciera un registro, tal y como hicieron en la casa de Hortichuelas, fue un fallo.
Pero no recuerdo que dijeran que habían sido los familiares los que no quisieran y además, la GC, por mucho que la familia no quisiera, podrían haber registrado desde el primer momento.
Totalmente de acuerdo.Escalofriante. Y lo cojonudo aquí, aparte de lo terrible del drama este, es que la están captando mientras saca el cadáver de la tumba improvisada y no la detienen allí mismo, sino que la siguen durante hora y media por autovía (que se les pudo haber hasta escapado) hasta que la detienen en la puerta de su casa y ahí se despejan mis dudas...que había alguien de la GC esperando a grabar la escena de la detención y la difundieron como si fuera un vídeo grabado por un vecino. ¿Os acordáis de cómo nos mosqueó que las imágenes estuvieras grabadas tan sumamente bien desde un punto estratégico interesante donde se puede ver cómo la detienen, el golpe que le mete al cristal, todo muy peliculero?. Qué curioso que el único vecino testigo levantado a esas horas que dijo que todo era "de película" fuera policía también, porque el resto no se enteró de nada hasta que saltó la noticia. De hecho el vídeo de la detención se empieza a difundir por whatsapp desde los adentros de la GC, donde también salió un audio de un agente diciendo a sus compañeros "que me lelgan informaciones de Almería, que han detenido a la negra, compañeros".
Si es que está cantado que aprovechando que el Pisuerga pasa por Almería, con eso de que tenían que sacudirse pulgas por lo del 1oct y que querían dar imagen de super héroes para la equiparación salarial tan ansiada, tampoco tuvieron muchos escrúpulos para una buena dosis de manipulación social. No miraron en la finca porque no les salió de los coj*nes, amén de otros despropósitos. Y finalmente, graban el peliculón Arma Letal Almería deteniendo al demonio este y luego rueda de prensa con gente como con muchos galones llorando diciendo "si es que somos humanos". Y así, quedan como Dios y la Benemérita da esa imagen de que son tremendos y no tan chungos como muchos piensan, que son "humanos" porque lloran y se hacen virales. Pero vamos, que fue un caso concreto, que si desaparecéis vosotras no montan una película similar a menos que vuestra madre tenga contactos con el entorno del ministro del Interior porque trabaja en una diputación.
Y un niño muerto durante una dos semanas, un caso que se pudo resolver mucho antes, sin películas, sin tensión, la de horrores que le pudieron haber ahorrado a esas familias y la de ahorro que se pudo haber llevado a cabo ante el horror que supone el asesinato de un niño.
Desde luego lo que se hizo con ése chico en televisión es totalmente denunciable. Espero que la familia saque una buena indemnización por todo el daño que se les hizo.Historia de un linchamiento
El acoso que sufrió un sospechoso de la muerte de Gabriel Cruz reaviva el debate sobre las coberturas sensacionalistas
SARA MESA
27 JUN 2018 - 17:42 CEST
La periodista enciende el GPS, activa el cronómetro y arranca el coche. De fondo, música trepidante, propia de una película de acción. La imagen se oscurece y los contrastes se acentúan potenciando los efectos dramáticos. El trayecto tiene unos 60 kilómetros y conduce a Las Hortichuelas, la pedanía almeriense donde desapareció Gabriel, el niño de ocho años cuyo paradero mantuvo en vilo a media España durante dos semanas. La misión de la periodista: comprobar la coartada de un hombre inocente. ¿Da tiempo a ir, cometer un crimen y volver, para luego dejarse ver en la terraza de casa como si nada? El veredicto: ajustadito pero sí. La periodista muestra a cámara el cronómetro: 42 minutos a buen ritmo.
En el plató se analiza esta prueba considerada, cuando menos, turbadora. Todos están muy involucrados en la investigación, tan preocupados por el destino de ese niño que le dedican horas y horas del programa en franjas de máxima audiencia. Lo que callan —pero saben—: que el hombre cuya coartada analizan había sido descartado completamente por la investigación desde el 2 de marzo, hecho del que informaron en rueda de prensa tanto Juan Ignacio Zoido, entonces ministro del Interior, como los padres del niño. ¿La fecha de emisión del programa? 7 de marzo. ¿El programa? El de Ana Rosa. Telecinco.
El tratamiento informativo dado al caso Gabriel se ha convertido en uno de los ejemplos recientes más preocupantes de basura mediática. Programas especiales, sentimentalismo y morbo, explotación del dolor, politización de la tragedia, etcétera, fueron la ración cotidiana de carnaza televisiva. Algunos colectivos han manifestado su rechazo por esta cobertura, pero —a excepción de un informe del Consejo Audiovisual de Andalucía— poco se ha hablado del linchamiento mediático al que fue sometido D., esta persona inocente. Se trataba de un hombre que tenía prohibido acercarse a la madre de Gabriel por un acoso anterior, pero que jamás se había manifestado de forma violenta. Un hombre vulnerable, con una enfermedad mental. Un hombre cuyo nombre completo, lugar de residencia, aspecto físico, costumbres e historial clínico fueron difundidos y escrutados sin compasión por una jauría de supuestos expertos: periodistas, forenses, abogados, exmiembros de la Guardia Civil, psicólogos y juristas que, escudados en sus títulos, se sintieron con derecho para expresar sus opiniones de barra de bar. Un hombre cuya familia fue sometida a vigilancia por un enjambre de periodistas en la puerta de sus viviendas y sus trabajos. Un hombre sobre el que se publicaron rumores, testimonios falsos y teorías inculpatorias, al que se cuestionó, calumnió y ridiculizó.
El mismo Zoido se vio obligado a pedir a los medios que dejasen de difundir bulos al respecto. Entonces, ¿qué sucedió? ¿Fue consecuencia de la falta de novedades? ¿Se contagiaron unos programas a otros, extendiendo las sospechas? Mientras proseguía la búsqueda del niño, los magacines de Antena 3 y Telecinco —y, en menor medida, de La 1— se dedicaban a analizar la sólida coartada de D., cuestionando la información proporcionada por el Ministerio del Interior. El 6 de marzo, en El programa de Ana Rosa, se mantuvo en pantalla seis minutos el rótulo “El acosador de la madre no está libre de sospecha” y D. fue calificado como “el único sospechoso”. Sobre la versión oficial de su inocencia, Ana Rosa afirmó: “Bueno, de estas investigaciones, qué queréis que os diga, solo sabemos la cuarta parte”.
El día siguiente, el programa comenzó guardando las formas y recordó que D. no estaba implicado, ya que varios testigos lo habían ubicado en su casa, a unos 60 kilómetros de distancia. Hecha esta salvedad, hubo carta blanca para nuevos cuestionamientos, ya que, en palabras de Ana Rosa, “nosotros entendemos que todas las líneas de investigación permanecen abiertas”. También Susana Griso afirmó en Espejo público el 6 de marzo que “en las últimas horas” la hipótesis que relacionaba a D. con la desaparición del niño había “cobrado fuerza”. Mención aparte merece el periodista Manel Vilaseró, al que la madre de Gabriel tuvo que pedir que dejase de hablar de su hijo, y que visitó los platós de televisión aquellos trágicos días en su condición de supuesto amigo de la familia, dando a entender que contaba con información privilegiada. Así, en El programa de Ana Rosa reflexionaba sobre D.: “Está realmente trastornado y para mí sigue siendo una pista. No está descartado en absoluto, ¿por qué? ¿Qué datos tenemos que lo descarten? Al contrario, tenemos datos de que en esas horas había manipulado la pulsera (…) Descartar de entrada a un tío que se niega a declarar…, no sé”.
El día de la desaparición de Gabriel se perdió la señal de la pulsera telemática que D. está obligado a llevar debido a la orden de alejamiento sobre la madre del niño. La tesis de que la manipuló voluntariamente se impuso como la única verdadera, y de ahí se extrajeron conclusiones inculpatorias. “Resulta muy, muy llamativo que manipulara la pulsera dos horas antes de la desaparición del niño”, se afirmó en un reportaje de El programa de Ana Rosa. “Es mucha casualidad que, el mismo día que desaparece el niño, esta persona desactive la pulsera”, se dijo en la mesa de debate, así como: “Eso de que estuviera controlado, no lo sabemos. Tenemos dudas de que estuviera controlado”.
En Espejo público la manipulación de la pulsera, asociada a imágenes del niño, se publicó en rótulos repetidamente, y en La mañana de La 1 —donde se difundieron sus datos personales (nombre y apellidos, edad, lugar de residencia, historial clínico, aficiones) e imágenes de su rostro parcialmente pixelado— un colaborador reflexionaba: “Es mucha casualidad, es el señor que acosaba a la madre… Mi impresión es que no está descartado”. Sin embargo, pese a la constancia de que entre las tres y las cinco de la tarde la pulsera de D. no emitió señal, las antenas repetidoras de la zona sí lo ubicaron en su pueblo. Y esto se sabía. Los fallos en las pulseras telemáticas —especialmente en zonas rurales— son muy frecuentes, y su deficiente funcionamiento ha sido denunciado por diferentes fiscalías —las de Bilbao, Jaén, Soria o La Rioja, por ejemplo—. Nada de esto se consideró en los mencionados programas.
El historial de D., que incluye condenas por quebrantamientos de la orden de alejamiento, fue tomado como prueba incriminatoria. Con estos datos, El programa de Ana Rosa fabricó su primicia el 6 de marzo bajo el lema de “Los siete días que el acosador estuvo ilocalizable”, exclusiva anunciada antes de cada pausa publicitaria: “Estuvo en paradero desconocido. Se saltó las normas (…). No podía estar a una distancia de menos de 200 metros de la madre de Gabriel y siempre tenía que estar localizable con esta pulsera telemática. Pero no lo cumplió. ¿Por qué? ¿Dónde estuvo?”. También unas declaraciones de D. realizadas en una carrera popular, sin relación con el caso, fueron presentadas como reclamo previo a la publicidad, descontextualizadas, analizadas con lupa y comentadas con sorna. De su aspecto se dijo: “Barba cuidada y media melena con bonitos tirabuzones sujetada con una pequeña cinta. No es el peinado más cómodo para correr; de hecho, varias veces se retira el pelo de la cara mientras habla porque le molesta”. De su entrenamiento: “Cinco o seis días de entrenamiento cada semana: tienen razón esos vecinos de su pueblo que aseguran que era un tipo raro y siempre corría”. Y cuando D. explica el bienestar que le ocasiona correr, la interpretación fue: “Quizás la felicidad que irradia se deba a que ella (la madre de Gabriel) andaba cerca”. Estos contenidos se emitieron en pantalla completa o dividida, en bucle o en rótulo, y con imágenes de D. (pixeladas pero reconocibles) a lo largo de todo el programa.
Para contraatacar en la lucha por la primicia, Espejo público no tuvo el más mínimo problema en difundir lo que ya se sabía que era un rumor malintencionado: el falso testimonio de una vecina que aseguró haber visto a D. metiendo herramientas sospechosas en su coche. Un exaltado Nacho Abad ofreció datos sin contrastar de forma escalonada, creando expectación y espectacularizando la tragedia. Así, primero mencionó que lo habían visto meter en el Mercedes de su hermano “objetos altamente sospechosos”; más adelante informó de que eran “tres” esos “objetos altamente sospechosos”, y, luego, levantando la voz, el gran golpe de efecto: “Les avanzo uno de estos objetos: es una pala”. Para rematar —pausa publicitaria mediante—, desveló la (des)información completa: “Un pico, una pala y un saco de amplias dimensiones”, según el testimonio proporcionado por un “testigo fiable, muy fiable”. Hechos tan triviales como que uno de los coches de la familia hubiese sido lavado 24 horas tras la desaparición del niño —“exhaustivamente limpiado”, según Abad— se interpretaron como indicios de una posible culpabilidad que alcanzaría incluso a los familiares de D. La posibilidad de cubrir en coche la distancia de más de 60 kilómetros hasta Las Hortichuelas fue debatida en plató, pero Abad zanjó el debate sintetizando —en voz considerablemente elevada— su teoría inculpatoria: “Pico, pala, saco y coche convenientemente lavado”.
Frente a la credibilidad que se otorgó a este falso testimonio, se cuestionó el de aquellos que lo vieron leyendo en su terraza el día de autos. Manel Vilaseró los despreció alegando que eran “un primo o no sé qué”. Nacho Abad se preguntó cómo es posible leer en la terraza cuando aquel día “al parecer” llovía. Por su parte, Espejo público analizó la “debilidad” de esta coartada: “A este hombre le han pillado mintiendo (…). Él dice que tiene como coartada a su madre, y la madre ha reconocido a la gente del pueblo que ella en torno a las tres menos cuarto de la tarde se va a dormir la siesta y no tiene ni idea de dónde está su hijo”.
Leer en la terraza, y para más inri en voz alta, es una de las muchas “manías” y “gustos raros” de D.: “Él iba avanzando en esa obsesión, primero empezó a correr, mucho leer, el tema del dibujo, y ahora lo que estaba haciendo era leer en voz alta”, comentó Joaquín Prat en El programa de Ana Rosa. Jerónimo Boloix, exinspector de policía, insistió en este mismo programa en que D. no estaba exculpado por completo: “Parece ser que tiene alguna patología mental, es un hombre que puede ser bipolar, tiene algunas cosas que son bastante poco explicables”. No hubo empacho en ofrecer todo tipo de datos —contrastados o no— sobre su historial clínico, medicación, síntomas, etcétera, todo ello encaminado a minar su credibilidad —“no es creíble”, “su percepción de la realidad está alterada”—, aireando rumores como que estuvo un tiempo durmiendo en un coche “lleno de suciedad, con mantas, alimentos…”. Ana Rosa, frenada hasta entonces por la presunción de inocencia, concluyó: “Está mal para lo que le interesa, pero tiene la capacidad de engañar y mentir”.
La familia de D. se ha quejado públicamente —aunque con escaso eco— de lo que ha supuesto para sus vidas este acoso mediático. Los padres de D., ancianos ya, viendo cómo las imágenes y la vida privada de su hijo se aireaban sin reparo a todas horas, tuvieron que ser atendidos psicológicamente. El mismo D. se encuentra sumido en una depresión profunda y su estado ha empeorado considerablemente. Nadie ha rectificado las falsedades difundidas, más allá del obvio cambio de tercio que supuso la resolución del caso. Cuando se detuvo a la responsable de la muerte del niño, Espejo público leyó un comunicado de la familia de D., pero no ofreció disculpas por las insinuaciones realizadas, nada sobre “el pico, la pala, el saco y el coche convenientemente lavado”. Al revés, se afirmó que la detención era lo que por fin “despejaba las dudas”. La irresponsabilidad de los medios en la creación de juicios paralelos en momentos de gran exaltación ciudadana —exaltación promovida, en gran medida, por estos propios medios— alcanzó en este caso dimensiones preocupantes: multitudes de personas salieron a la calle pidiendo venganza, pero la chispa ya había prendido mucho antes, y pudo haber alcanzado a esta familia.
Cuando pensábamos que estaban superados casos como el de Dolores Vázquez, juzgada culpable y encarcelada injustamente durante más de 500 días por el asesinato de Rocío Wanninkhof, seguimos encontrando coberturas mediáticas absolutamente faltas de rigor y veracidad cuya función de catarsis social representa el odio contra personas que la histérica mentalidad conservadora considera “peligrosas”. En el caso Wanninkhof, el mismo fiscal Francisco Montijano reconoció que los medios influyeron sobre los testigos e, inevitablemente, sobre el jurado popular. “La principal prueba fueron sus mentiras (de los testigos) e hilamos una historia alrededor de esas mentiras, construimos una versión absolutamente coherente, que no tenía fisuras”, afirmó en un testimonio escalofriante que recuerda a Las brujas de Salem, la imprescindible obra de Arthur Miller. Si con Dolores Vázquez la condena en los medios tuvo mucho que ver con su lesbianismo y su supuesto carácter “frío y calculador”, en el caso de D. ha pesado sin duda su condición de enfermo mental, vinculada a estereotipos de obsesión, desequilibrio y manías —agárrense— tan sospechosas como correr, dibujar y leer “compulsivamente”.
Cuesta trabajo hablar de deslices inevitables o errores consustanciales a la profesión cuando tras el telón se manejan cifras de audiencia millonarias. Suele decirse que este tipo de programas están conducidos por carroñeros aunque, en rigor, carroñero es aquel que se alimenta de carroña — de carne podrida o de basura—. Sin embargo, no hay aquí basura previa, no hay carroña, no hay nada. Son los mismos programas los que generan la basura del morbo, el sensacionalismo y el odio y la esparcen por nuestras pantallas, y nosotros, los espectadores, los que nos alimentamos de ella y la multiplicamos al compartirla en las redes. Cabe pensar si la carroñera no es entonces la audiencia y si no debemos hablar de culpa colectiva.
Sara Mesa es periodista y escritora. Su última novela es ‘Cicatriz’ (Anagrama).
https://politica.elpais.com/politica/2018/06/27/actualidad/1530095883_843016.html
"El País" debería no sólo culpar a los demás medios sino hacer un poquito de autocrítica porque publicó artículos como este:Historia de un linchamiento
El acoso que sufrió un sospechoso de la muerte de Gabriel Cruz reaviva el debate sobre las coberturas sensacionalistas
SARA MESA
27 JUN 2018 - 17:42 CEST
La periodista enciende el GPS, activa el cronómetro y arranca el coche. De fondo, música trepidante, propia de una película de acción. La imagen se oscurece y los contrastes se acentúan potenciando los efectos dramáticos. El trayecto tiene unos 60 kilómetros y conduce a Las Hortichuelas, la pedanía almeriense donde desapareció Gabriel, el niño de ocho años cuyo paradero mantuvo en vilo a media España durante dos semanas. La misión de la periodista: comprobar la coartada de un hombre inocente. ¿Da tiempo a ir, cometer un crimen y volver, para luego dejarse ver en la terraza de casa como si nada? El veredicto: ajustadito pero sí. La periodista muestra a cámara el cronómetro: 42 minutos a buen ritmo.
En el plató se analiza esta prueba considerada, cuando menos, turbadora. Todos están muy involucrados en la investigación, tan preocupados por el destino de ese niño que le dedican horas y horas del programa en franjas de máxima audiencia. Lo que callan —pero saben—: que el hombre cuya coartada analizan había sido descartado completamente por la investigación desde el 2 de marzo, hecho del que informaron en rueda de prensa tanto Juan Ignacio Zoido, entonces ministro del Interior, como los padres del niño. ¿La fecha de emisión del programa? 7 de marzo. ¿El programa? El de Ana Rosa. Telecinco.
El tratamiento informativo dado al caso Gabriel se ha convertido en uno de los ejemplos recientes más preocupantes de basura mediática. Programas especiales, sentimentalismo y morbo, explotación del dolor, politización de la tragedia, etcétera, fueron la ración cotidiana de carnaza televisiva. Algunos colectivos han manifestado su rechazo por esta cobertura, pero —a excepción de un informe del Consejo Audiovisual de Andalucía— poco se ha hablado del linchamiento mediático al que fue sometido D., esta persona inocente. Se trataba de un hombre que tenía prohibido acercarse a la madre de Gabriel por un acoso anterior, pero que jamás se había manifestado de forma violenta. Un hombre vulnerable, con una enfermedad mental. Un hombre cuyo nombre completo, lugar de residencia, aspecto físico, costumbres e historial clínico fueron difundidos y escrutados sin compasión por una jauría de supuestos expertos: periodistas, forenses, abogados, exmiembros de la Guardia Civil, psicólogos y juristas que, escudados en sus títulos, se sintieron con derecho para expresar sus opiniones de barra de bar. Un hombre cuya familia fue sometida a vigilancia por un enjambre de periodistas en la puerta de sus viviendas y sus trabajos. Un hombre sobre el que se publicaron rumores, testimonios falsos y teorías inculpatorias, al que se cuestionó, calumnió y ridiculizó.
El mismo Zoido se vio obligado a pedir a los medios que dejasen de difundir bulos al respecto. Entonces, ¿qué sucedió? ¿Fue consecuencia de la falta de novedades? ¿Se contagiaron unos programas a otros, extendiendo las sospechas? Mientras proseguía la búsqueda del niño, los magacines de Antena 3 y Telecinco —y, en menor medida, de La 1— se dedicaban a analizar la sólida coartada de D., cuestionando la información proporcionada por el Ministerio del Interior. El 6 de marzo, en El programa de Ana Rosa, se mantuvo en pantalla seis minutos el rótulo “El acosador de la madre no está libre de sospecha” y D. fue calificado como “el único sospechoso”. Sobre la versión oficial de su inocencia, Ana Rosa afirmó: “Bueno, de estas investigaciones, qué queréis que os diga, solo sabemos la cuarta parte”.
El día siguiente, el programa comenzó guardando las formas y recordó que D. no estaba implicado, ya que varios testigos lo habían ubicado en su casa, a unos 60 kilómetros de distancia. Hecha esta salvedad, hubo carta blanca para nuevos cuestionamientos, ya que, en palabras de Ana Rosa, “nosotros entendemos que todas las líneas de investigación permanecen abiertas”. También Susana Griso afirmó en Espejo público el 6 de marzo que “en las últimas horas” la hipótesis que relacionaba a D. con la desaparición del niño había “cobrado fuerza”. Mención aparte merece el periodista Manel Vilaseró, al que la madre de Gabriel tuvo que pedir que dejase de hablar de su hijo, y que visitó los platós de televisión aquellos trágicos días en su condición de supuesto amigo de la familia, dando a entender que contaba con información privilegiada. Así, en El programa de Ana Rosa reflexionaba sobre D.: “Está realmente trastornado y para mí sigue siendo una pista. No está descartado en absoluto, ¿por qué? ¿Qué datos tenemos que lo descarten? Al contrario, tenemos datos de que en esas horas había manipulado la pulsera (…) Descartar de entrada a un tío que se niega a declarar…, no sé”.
El día de la desaparición de Gabriel se perdió la señal de la pulsera telemática que D. está obligado a llevar debido a la orden de alejamiento sobre la madre del niño. La tesis de que la manipuló voluntariamente se impuso como la única verdadera, y de ahí se extrajeron conclusiones inculpatorias. “Resulta muy, muy llamativo que manipulara la pulsera dos horas antes de la desaparición del niño”, se afirmó en un reportaje de El programa de Ana Rosa. “Es mucha casualidad que, el mismo día que desaparece el niño, esta persona desactive la pulsera”, se dijo en la mesa de debate, así como: “Eso de que estuviera controlado, no lo sabemos. Tenemos dudas de que estuviera controlado”.
En Espejo público la manipulación de la pulsera, asociada a imágenes del niño, se publicó en rótulos repetidamente, y en La mañana de La 1 —donde se difundieron sus datos personales (nombre y apellidos, edad, lugar de residencia, historial clínico, aficiones) e imágenes de su rostro parcialmente pixelado— un colaborador reflexionaba: “Es mucha casualidad, es el señor que acosaba a la madre… Mi impresión es que no está descartado”. Sin embargo, pese a la constancia de que entre las tres y las cinco de la tarde la pulsera de D. no emitió señal, las antenas repetidoras de la zona sí lo ubicaron en su pueblo. Y esto se sabía. Los fallos en las pulseras telemáticas —especialmente en zonas rurales— son muy frecuentes, y su deficiente funcionamiento ha sido denunciado por diferentes fiscalías —las de Bilbao, Jaén, Soria o La Rioja, por ejemplo—. Nada de esto se consideró en los mencionados programas.
El historial de D., que incluye condenas por quebrantamientos de la orden de alejamiento, fue tomado como prueba incriminatoria. Con estos datos, El programa de Ana Rosa fabricó su primicia el 6 de marzo bajo el lema de “Los siete días que el acosador estuvo ilocalizable”, exclusiva anunciada antes de cada pausa publicitaria: “Estuvo en paradero desconocido. Se saltó las normas (…). No podía estar a una distancia de menos de 200 metros de la madre de Gabriel y siempre tenía que estar localizable con esta pulsera telemática. Pero no lo cumplió. ¿Por qué? ¿Dónde estuvo?”. También unas declaraciones de D. realizadas en una carrera popular, sin relación con el caso, fueron presentadas como reclamo previo a la publicidad, descontextualizadas, analizadas con lupa y comentadas con sorna. De su aspecto se dijo: “Barba cuidada y media melena con bonitos tirabuzones sujetada con una pequeña cinta. No es el peinado más cómodo para correr; de hecho, varias veces se retira el pelo de la cara mientras habla porque le molesta”. De su entrenamiento: “Cinco o seis días de entrenamiento cada semana: tienen razón esos vecinos de su pueblo que aseguran que era un tipo raro y siempre corría”. Y cuando D. explica el bienestar que le ocasiona correr, la interpretación fue: “Quizás la felicidad que irradia se deba a que ella (la madre de Gabriel) andaba cerca”. Estos contenidos se emitieron en pantalla completa o dividida, en bucle o en rótulo, y con imágenes de D. (pixeladas pero reconocibles) a lo largo de todo el programa.
Para contraatacar en la lucha por la primicia, Espejo público no tuvo el más mínimo problema en difundir lo que ya se sabía que era un rumor malintencionado: el falso testimonio de una vecina que aseguró haber visto a D. metiendo herramientas sospechosas en su coche. Un exaltado Nacho Abad ofreció datos sin contrastar de forma escalonada, creando expectación y espectacularizando la tragedia. Así, primero mencionó que lo habían visto meter en el Mercedes de su hermano “objetos altamente sospechosos”; más adelante informó de que eran “tres” esos “objetos altamente sospechosos”, y, luego, levantando la voz, el gran golpe de efecto: “Les avanzo uno de estos objetos: es una pala”. Para rematar —pausa publicitaria mediante—, desveló la (des)información completa: “Un pico, una pala y un saco de amplias dimensiones”, según el testimonio proporcionado por un “testigo fiable, muy fiable”. Hechos tan triviales como que uno de los coches de la familia hubiese sido lavado 24 horas tras la desaparición del niño —“exhaustivamente limpiado”, según Abad— se interpretaron como indicios de una posible culpabilidad que alcanzaría incluso a los familiares de D. La posibilidad de cubrir en coche la distancia de más de 60 kilómetros hasta Las Hortichuelas fue debatida en plató, pero Abad zanjó el debate sintetizando —en voz considerablemente elevada— su teoría inculpatoria: “Pico, pala, saco y coche convenientemente lavado”.
Frente a la credibilidad que se otorgó a este falso testimonio, se cuestionó el de aquellos que lo vieron leyendo en su terraza el día de autos. Manel Vilaseró los despreció alegando que eran “un primo o no sé qué”. Nacho Abad se preguntó cómo es posible leer en la terraza cuando aquel día “al parecer” llovía. Por su parte, Espejo público analizó la “debilidad” de esta coartada: “A este hombre le han pillado mintiendo (…). Él dice que tiene como coartada a su madre, y la madre ha reconocido a la gente del pueblo que ella en torno a las tres menos cuarto de la tarde se va a dormir la siesta y no tiene ni idea de dónde está su hijo”.
Leer en la terraza, y para más inri en voz alta, es una de las muchas “manías” y “gustos raros” de D.: “Él iba avanzando en esa obsesión, primero empezó a correr, mucho leer, el tema del dibujo, y ahora lo que estaba haciendo era leer en voz alta”, comentó Joaquín Prat en El programa de Ana Rosa. Jerónimo Boloix, exinspector de policía, insistió en este mismo programa en que D. no estaba exculpado por completo: “Parece ser que tiene alguna patología mental, es un hombre que puede ser bipolar, tiene algunas cosas que son bastante poco explicables”. No hubo empacho en ofrecer todo tipo de datos —contrastados o no— sobre su historial clínico, medicación, síntomas, etcétera, todo ello encaminado a minar su credibilidad —“no es creíble”, “su percepción de la realidad está alterada”—, aireando rumores como que estuvo un tiempo durmiendo en un coche “lleno de suciedad, con mantas, alimentos…”. Ana Rosa, frenada hasta entonces por la presunción de inocencia, concluyó: “Está mal para lo que le interesa, pero tiene la capacidad de engañar y mentir”.
La familia de D. se ha quejado públicamente —aunque con escaso eco— de lo que ha supuesto para sus vidas este acoso mediático. Los padres de D., ancianos ya, viendo cómo las imágenes y la vida privada de su hijo se aireaban sin reparo a todas horas, tuvieron que ser atendidos psicológicamente. El mismo D. se encuentra sumido en una depresión profunda y su estado ha empeorado considerablemente. Nadie ha rectificado las falsedades difundidas, más allá del obvio cambio de tercio que supuso la resolución del caso. Cuando se detuvo a la responsable de la muerte del niño, Espejo público leyó un comunicado de la familia de D., pero no ofreció disculpas por las insinuaciones realizadas, nada sobre “el pico, la pala, el saco y el coche convenientemente lavado”. Al revés, se afirmó que la detención era lo que por fin “despejaba las dudas”. La irresponsabilidad de los medios en la creación de juicios paralelos en momentos de gran exaltación ciudadana —exaltación promovida, en gran medida, por estos propios medios— alcanzó en este caso dimensiones preocupantes: multitudes de personas salieron a la calle pidiendo venganza, pero la chispa ya había prendido mucho antes, y pudo haber alcanzado a esta familia.
Cuando pensábamos que estaban superados casos como el de Dolores Vázquez, juzgada culpable y encarcelada injustamente durante más de 500 días por el asesinato de Rocío Wanninkhof, seguimos encontrando coberturas mediáticas absolutamente faltas de rigor y veracidad cuya función de catarsis social representa el odio contra personas que la histérica mentalidad conservadora considera “peligrosas”. En el caso Wanninkhof, el mismo fiscal Francisco Montijano reconoció que los medios influyeron sobre los testigos e, inevitablemente, sobre el jurado popular. “La principal prueba fueron sus mentiras (de los testigos) e hilamos una historia alrededor de esas mentiras, construimos una versión absolutamente coherente, que no tenía fisuras”, afirmó en un testimonio escalofriante que recuerda a Las brujas de Salem, la imprescindible obra de Arthur Miller. Si con Dolores Vázquez la condena en los medios tuvo mucho que ver con su lesbianismo y su supuesto carácter “frío y calculador”, en el caso de D. ha pesado sin duda su condición de enfermo mental, vinculada a estereotipos de obsesión, desequilibrio y manías —agárrense— tan sospechosas como correr, dibujar y leer “compulsivamente”.
Cuesta trabajo hablar de deslices inevitables o errores consustanciales a la profesión cuando tras el telón se manejan cifras de audiencia millonarias. Suele decirse que este tipo de programas están conducidos por carroñeros aunque, en rigor, carroñero es aquel que se alimenta de carroña — de carne podrida o de basura—. Sin embargo, no hay aquí basura previa, no hay carroña, no hay nada. Son los mismos programas los que generan la basura del morbo, el sensacionalismo y el odio y la esparcen por nuestras pantallas, y nosotros, los espectadores, los que nos alimentamos de ella y la multiplicamos al compartirla en las redes. Cabe pensar si la carroñera no es entonces la audiencia y si no debemos hablar de culpa colectiva.
Sara Mesa es periodista y escritora. Su última novela es ‘Cicatriz’ (Anagrama).
https://politica.elpais.com/politica/2018/06/27/actualidad/1530095883_843016.html
Historia de un linchamiento
El acoso que sufrió un sospechoso de la muerte de Gabriel Cruz reaviva el debate sobre las coberturas sensacionalistas
SARA MESA
27 JUN 2018 - 17:42 CEST
La periodista enciende el GPS, activa el cronómetro y arranca el coche. De fondo, música trepidante, propia de una película de acción. La imagen se oscurece y los contrastes se acentúan potenciando los efectos dramáticos. El trayecto tiene unos 60 kilómetros y conduce a Las Hortichuelas, la pedanía almeriense donde desapareció Gabriel, el niño de ocho años cuyo paradero mantuvo en vilo a media España durante dos semanas. La misión de la periodista: comprobar la coartada de un hombre inocente. ¿Da tiempo a ir, cometer un crimen y volver, para luego dejarse ver en la terraza de casa como si nada? El veredicto: ajustadito pero sí. La periodista muestra a cámara el cronómetro: 42 minutos a buen ritmo.
En el plató se analiza esta prueba considerada, cuando menos, turbadora. Todos están muy involucrados en la investigación, tan preocupados por el destino de ese niño que le dedican horas y horas del programa en franjas de máxima audiencia. Lo que callan —pero saben—: que el hombre cuya coartada analizan había sido descartado completamente por la investigación desde el 2 de marzo, hecho del que informaron en rueda de prensa tanto Juan Ignacio Zoido, entonces ministro del Interior, como los padres del niño. ¿La fecha de emisión del programa? 7 de marzo. ¿El programa? El de Ana Rosa. Telecinco.
El tratamiento informativo dado al caso Gabriel se ha convertido en uno de los ejemplos recientes más preocupantes de basura mediática. Programas especiales, sentimentalismo y morbo, explotación del dolor, politización de la tragedia, etcétera, fueron la ración cotidiana de carnaza televisiva. Algunos colectivos han manifestado su rechazo por esta cobertura, pero —a excepción de un informe del Consejo Audiovisual de Andalucía— poco se ha hablado del linchamiento mediático al que fue sometido D., esta persona inocente. Se trataba de un hombre que tenía prohibido acercarse a la madre de Gabriel por un acoso anterior, pero que jamás se había manifestado de forma violenta. Un hombre vulnerable, con una enfermedad mental. Un hombre cuyo nombre completo, lugar de residencia, aspecto físico, costumbres e historial clínico fueron difundidos y escrutados sin compasión por una jauría de supuestos expertos: periodistas, forenses, abogados, exmiembros de la Guardia Civil, psicólogos y juristas que, escudados en sus títulos, se sintieron con derecho para expresar sus opiniones de barra de bar. Un hombre cuya familia fue sometida a vigilancia por un enjambre de periodistas en la puerta de sus viviendas y sus trabajos. Un hombre sobre el que se publicaron rumores, testimonios falsos y teorías inculpatorias, al que se cuestionó, calumnió y ridiculizó.
El mismo Zoido se vio obligado a pedir a los medios que dejasen de difundir bulos al respecto. Entonces, ¿qué sucedió? ¿Fue consecuencia de la falta de novedades? ¿Se contagiaron unos programas a otros, extendiendo las sospechas? Mientras proseguía la búsqueda del niño, los magacines de Antena 3 y Telecinco —y, en menor medida, de La 1— se dedicaban a analizar la sólida coartada de D., cuestionando la información proporcionada por el Ministerio del Interior. El 6 de marzo, en El programa de Ana Rosa, se mantuvo en pantalla seis minutos el rótulo “El acosador de la madre no está libre de sospecha” y D. fue calificado como “el único sospechoso”. Sobre la versión oficial de su inocencia, Ana Rosa afirmó: “Bueno, de estas investigaciones, qué queréis que os diga, solo sabemos la cuarta parte”.
El día siguiente, el programa comenzó guardando las formas y recordó que D. no estaba implicado, ya que varios testigos lo habían ubicado en su casa, a unos 60 kilómetros de distancia. Hecha esta salvedad, hubo carta blanca para nuevos cuestionamientos, ya que, en palabras de Ana Rosa, “nosotros entendemos que todas las líneas de investigación permanecen abiertas”. También Susana Griso afirmó en Espejo público el 6 de marzo que “en las últimas horas” la hipótesis que relacionaba a D. con la desaparición del niño había “cobrado fuerza”. Mención aparte merece el periodista Manel Vilaseró, al que la madre de Gabriel tuvo que pedir que dejase de hablar de su hijo, y que visitó los platós de televisión aquellos trágicos días en su condición de supuesto amigo de la familia, dando a entender que contaba con información privilegiada. Así, en El programa de Ana Rosa reflexionaba sobre D.: “Está realmente trastornado y para mí sigue siendo una pista. No está descartado en absoluto, ¿por qué? ¿Qué datos tenemos que lo descarten? Al contrario, tenemos datos de que en esas horas había manipulado la pulsera (…) Descartar de entrada a un tío que se niega a declarar…, no sé”.
El día de la desaparición de Gabriel se perdió la señal de la pulsera telemática que D. está obligado a llevar debido a la orden de alejamiento sobre la madre del niño. La tesis de que la manipuló voluntariamente se impuso como la única verdadera, y de ahí se extrajeron conclusiones inculpatorias. “Resulta muy, muy llamativo que manipulara la pulsera dos horas antes de la desaparición del niño”, se afirmó en un reportaje de El programa de Ana Rosa. “Es mucha casualidad que, el mismo día que desaparece el niño, esta persona desactive la pulsera”, se dijo en la mesa de debate, así como: “Eso de que estuviera controlado, no lo sabemos. Tenemos dudas de que estuviera controlado”.
En Espejo público la manipulación de la pulsera, asociada a imágenes del niño, se publicó en rótulos repetidamente, y en La mañana de La 1 —donde se difundieron sus datos personales (nombre y apellidos, edad, lugar de residencia, historial clínico, aficiones) e imágenes de su rostro parcialmente pixelado— un colaborador reflexionaba: “Es mucha casualidad, es el señor que acosaba a la madre… Mi impresión es que no está descartado”. Sin embargo, pese a la constancia de que entre las tres y las cinco de la tarde la pulsera de D. no emitió señal, las antenas repetidoras de la zona sí lo ubicaron en su pueblo. Y esto se sabía. Los fallos en las pulseras telemáticas —especialmente en zonas rurales— son muy frecuentes, y su deficiente funcionamiento ha sido denunciado por diferentes fiscalías —las de Bilbao, Jaén, Soria o La Rioja, por ejemplo—. Nada de esto se consideró en los mencionados programas.
El historial de D., que incluye condenas por quebrantamientos de la orden de alejamiento, fue tomado como prueba incriminatoria. Con estos datos, El programa de Ana Rosa fabricó su primicia el 6 de marzo bajo el lema de “Los siete días que el acosador estuvo ilocalizable”, exclusiva anunciada antes de cada pausa publicitaria: “Estuvo en paradero desconocido. Se saltó las normas (…). No podía estar a una distancia de menos de 200 metros de la madre de Gabriel y siempre tenía que estar localizable con esta pulsera telemática. Pero no lo cumplió. ¿Por qué? ¿Dónde estuvo?”. También unas declaraciones de D. realizadas en una carrera popular, sin relación con el caso, fueron presentadas como reclamo previo a la publicidad, descontextualizadas, analizadas con lupa y comentadas con sorna. De su aspecto se dijo: “Barba cuidada y media melena con bonitos tirabuzones sujetada con una pequeña cinta. No es el peinado más cómodo para correr; de hecho, varias veces se retira el pelo de la cara mientras habla porque le molesta”. De su entrenamiento: “Cinco o seis días de entrenamiento cada semana: tienen razón esos vecinos de su pueblo que aseguran que era un tipo raro y siempre corría”. Y cuando D. explica el bienestar que le ocasiona correr, la interpretación fue: “Quizás la felicidad que irradia se deba a que ella (la madre de Gabriel) andaba cerca”. Estos contenidos se emitieron en pantalla completa o dividida, en bucle o en rótulo, y con imágenes de D. (pixeladas pero reconocibles) a lo largo de todo el programa.
Para contraatacar en la lucha por la primicia, Espejo público no tuvo el más mínimo problema en difundir lo que ya se sabía que era un rumor malintencionado: el falso testimonio de una vecina que aseguró haber visto a D. metiendo herramientas sospechosas en su coche. Un exaltado Nacho Abad ofreció datos sin contrastar de forma escalonada, creando expectación y espectacularizando la tragedia. Así, primero mencionó que lo habían visto meter en el Mercedes de su hermano “objetos altamente sospechosos”; más adelante informó de que eran “tres” esos “objetos altamente sospechosos”, y, luego, levantando la voz, el gran golpe de efecto: “Les avanzo uno de estos objetos: es una pala”. Para rematar —pausa publicitaria mediante—, desveló la (des)información completa: “Un pico, una pala y un saco de amplias dimensiones”, según el testimonio proporcionado por un “testigo fiable, muy fiable”. Hechos tan triviales como que uno de los coches de la familia hubiese sido lavado 24 horas tras la desaparición del niño —“exhaustivamente limpiado”, según Abad— se interpretaron como indicios de una posible culpabilidad que alcanzaría incluso a los familiares de D. La posibilidad de cubrir en coche la distancia de más de 60 kilómetros hasta Las Hortichuelas fue debatida en plató, pero Abad zanjó el debate sintetizando —en voz considerablemente elevada— su teoría inculpatoria: “Pico, pala, saco y coche convenientemente lavado”.
Frente a la credibilidad que se otorgó a este falso testimonio, se cuestionó el de aquellos que lo vieron leyendo en su terraza el día de autos. Manel Vilaseró los despreció alegando que eran “un primo o no sé qué”. Nacho Abad se preguntó cómo es posible leer en la terraza cuando aquel día “al parecer” llovía. Por su parte, Espejo público analizó la “debilidad” de esta coartada: “A este hombre le han pillado mintiendo (…). Él dice que tiene como coartada a su madre, y la madre ha reconocido a la gente del pueblo que ella en torno a las tres menos cuarto de la tarde se va a dormir la siesta y no tiene ni idea de dónde está su hijo”.
Leer en la terraza, y para más inri en voz alta, es una de las muchas “manías” y “gustos raros” de D.: “Él iba avanzando en esa obsesión, primero empezó a correr, mucho leer, el tema del dibujo, y ahora lo que estaba haciendo era leer en voz alta”, comentó Joaquín Prat en El programa de Ana Rosa. Jerónimo Boloix, exinspector de policía, insistió en este mismo programa en que D. no estaba exculpado por completo: “Parece ser que tiene alguna patología mental, es un hombre que puede ser bipolar, tiene algunas cosas que son bastante poco explicables”. No hubo empacho en ofrecer todo tipo de datos —contrastados o no— sobre su historial clínico, medicación, síntomas, etcétera, todo ello encaminado a minar su credibilidad —“no es creíble”, “su percepción de la realidad está alterada”—, aireando rumores como que estuvo un tiempo durmiendo en un coche “lleno de suciedad, con mantas, alimentos…”. Ana Rosa, frenada hasta entonces por la presunción de inocencia, concluyó: “Está mal para lo que le interesa, pero tiene la capacidad de engañar y mentir”.
La familia de D. se ha quejado públicamente —aunque con escaso eco— de lo que ha supuesto para sus vidas este acoso mediático. Los padres de D., ancianos ya, viendo cómo las imágenes y la vida privada de su hijo se aireaban sin reparo a todas horas, tuvieron que ser atendidos psicológicamente. El mismo D. se encuentra sumido en una depresión profunda y su estado ha empeorado considerablemente. Nadie ha rectificado las falsedades difundidas, más allá del obvio cambio de tercio que supuso la resolución del caso. Cuando se detuvo a la responsable de la muerte del niño, Espejo público leyó un comunicado de la familia de D., pero no ofreció disculpas por las insinuaciones realizadas, nada sobre “el pico, la pala, el saco y el coche convenientemente lavado”. Al revés, se afirmó que la detención era lo que por fin “despejaba las dudas”. La irresponsabilidad de los medios en la creación de juicios paralelos en momentos de gran exaltación ciudadana —exaltación promovida, en gran medida, por estos propios medios— alcanzó en este caso dimensiones preocupantes: multitudes de personas salieron a la calle pidiendo venganza, pero la chispa ya había prendido mucho antes, y pudo haber alcanzado a esta familia.
Cuando pensábamos que estaban superados casos como el de Dolores Vázquez, juzgada culpable y encarcelada injustamente durante más de 500 días por el asesinato de Rocío Wanninkhof, seguimos encontrando coberturas mediáticas absolutamente faltas de rigor y veracidad cuya función de catarsis social representa el odio contra personas que la histérica mentalidad conservadora considera “peligrosas”. En el caso Wanninkhof, el mismo fiscal Francisco Montijano reconoció que los medios influyeron sobre los testigos e, inevitablemente, sobre el jurado popular. “La principal prueba fueron sus mentiras (de los testigos) e hilamos una historia alrededor de esas mentiras, construimos una versión absolutamente coherente, que no tenía fisuras”, afirmó en un testimonio escalofriante que recuerda a Las brujas de Salem, la imprescindible obra de Arthur Miller. Si con Dolores Vázquez la condena en los medios tuvo mucho que ver con su lesbianismo y su supuesto carácter “frío y calculador”, en el caso de D. ha pesado sin duda su condición de enfermo mental, vinculada a estereotipos de obsesión, desequilibrio y manías —agárrense— tan sospechosas como correr, dibujar y leer “compulsivamente”.
Cuesta trabajo hablar de deslices inevitables o errores consustanciales a la profesión cuando tras el telón se manejan cifras de audiencia millonarias. Suele decirse que este tipo de programas están conducidos por carroñeros aunque, en rigor, carroñero es aquel que se alimenta de carroña — de carne podrida o de basura—. Sin embargo, no hay aquí basura previa, no hay carroña, no hay nada. Son los mismos programas los que generan la basura del morbo, el sensacionalismo y el odio y la esparcen por nuestras pantallas, y nosotros, los espectadores, los que nos alimentamos de ella y la multiplicamos al compartirla en las redes. Cabe pensar si la carroñera no es entonces la audiencia y si no debemos hablar de culpa colectiva.
Sara Mesa es periodista y escritora. Su última novela es ‘Cicatriz’ (Anagrama).
https://politica.elpais.com/politica/2018/06/27/actualidad/1530095883_843016.html
"El País" debería no sólo culpar a los demás medios sino hacer un poquito de autocrítica porque publicó artículos como este:
https://politica.elpais.com/politica/2018/03/02/actualidad/1520023237_146027.html