El Perdón en la Psicología

Registrado
12 Feb 2017
Mensajes
21.724
Calificaciones
76.923
El perdón nunca ha curado a nadie

La madre de Alicia no tenía con quien dejarla cuando se iba por las tardes a casa de su amiga a tomar café y a chismorrear. “Tendrás que venirte conmigo”, le decía. Ella tenía preferencia por la hija mayor, era más simpática, más obediente y sacaba mejores notas. Alicia era más como el padre, más arisca y protestona (aunque alguien diría que con más personalidad). La madre hubiera preferido que se quedara con el padre y poder ir tranquila a casa de su amiga, pero él pasaba todo el día fuera, trabajando; además, cuando llegaba a casa por la noche, no castigaba a la pequeña por todas las trastadas que había hecho durante el día. Todo lo tenía que hacer ella.

Menos mal que cuando iban a casa de su amiga, la mayoría de las veces, el marido de ésta se quedaba jugando con la pequeña en el otro cuarto y no las molestaban mucho. Y si se oía ruido, pues cerraban la puerta para que no se escuchara.

A Alicia, de 8 años, se le tensaban todos los músculos del cuerpo cuando tenía que ir a la casa de la amiga de su madre. Si no estaba aquel hombre, pasaba toda la tarde tranquila, sin mayores sobresaltos, jugando sola e inventando historias con las muñecas que encontraba por ahí. Estaba acostumbrada a estar sola y tenía mucha imaginación.

Lo que le hacía sentir un nudo en el estómago y apretar con fuerzas las rodillas era llegar a aquella casa y verle abrir la puerta. En ese instante, comprendía que tendría que pasar toda la tarde con él. No le gustaban sus juegos, le hacía daño. Sabía que era algo que no estaba bien, pero él la amenazaba para que no se lo dijera a nadie. Y lo que más la aterraba, era que no tenía a nadie a quien decírselo, su madre era la que cerraba la puerta si hacían ruido e interrumpía la interesante conversación que estaba manteniendo con su amiga.

La niña pensaba que si se le ocurriera decir algo, seguro que no le harían caso y acabaría, una vez más, siendo regañada por su madre, y, volvería a notar SU desprecio y SU rechazo. De hecho, peor que los abusos en sí, eran las sensaciones de soledad y de abandono. Alguna vez, incluso, llegó a pensar que su madre sabía lo que pasaba, pero que prefería hacer oídos sordos y seguir con su amiga.

Así aguantó hasta los 12 años, cuando pudo apoyarse en excusas para irse a casa de alguna amiga o quedarse sola en casa, lo que fuera por no volver a aquella casa.

A los 23 años, Alicia empezó a tener unas fuertes crisis de ansiedad sin motivo aparente. Su madre la llevó al mejor psiquiatra de la provincia para que le diera algo. Cuando éste comenzó a preguntarle por sus síntomas y por su situación actual, la madre empezó a quejarse de la niña, le reprochaba que era una arisca, que no era cariñosa con ella. La conversación se fue desviando del tema inicial y el psiquiatra le preguntaba a la joven cómo era capaz de ser así, con lo que su madre se preocupaba por ella. Alicia intentaba defenderse, pero eran dos contra una. Entonces, el psiquiatra le pidió que le diese un abrazo a su madre allí mismo, que no esperase más y perdonase ya a su madre que todo lo hacía por su bien. Le dijo que se sentiría liberada si dejaba fuera tanto odio. Cada negativa de Alicia reforzaba todavía más la postura de su madre: “¿ve lo que le digo?, pues así ha sido desde siempre, una niña insoportable, todo lo contrario que su hermana”.

Al final, pudo encontrar fuerzas en su interior para levantarse y salir de la consulta dando un portazo. Años más tarde, esa misma fuerza la llevó a encontrar una terapia donde pudo, por fin, liberarse de sus bloqueos del pasado y del efecto que aún tenían en su presente.

La mayoría de los psiquiatras y psicólogos buscan que sus pacientes lleguen a perdonar a sus padres, pero eso sólo contribuye a negar la realidad. El síntoma (enfermedad física o mental) persistirá hasta que el paciente logre sacar de la oscuridad y poner encima de la mesa la realidad tal y como fue, sin engaños.

Debido la influencia del pensamiento religioso, tendemos a creer que el perdón significa olvidar el pasado para volver a empezar de cero. Por desgracia, para la salud mental hay pocas cosas más destructivas que esta falsa manera de cerrar los problemas. El perdón concebido de esta manera, es un perdón muy barato para quien es perdonado, pero tiene un alto precio para quien perdona. Parece que sólo con pedir perdón, ya está hecho todo el trabajo y todos los pecados nos son perdonados. Suena muy bien, pero es un arma de doble filo ya que, si queremos que nos perdonen, nosotros también deberemos perdonar, de igual manera, todos los daños sufridos.

Si volvemos al núcleo de la familia, esto significa que debemos perdonar a nuestros padres todo lo que nos hayan hecho, tal y como le decía el psiquiatra a Alicia, nuestra protagonista. Inconscientemente, está implícito que si nosotros tuvimos que perdonar a nuestros padres, nuestros hijos están obligados a perdonarnos.

Por otro lado, también se nos ha inculcado desde muy pequeños una cierta obligación moral de perdonar. Parece que si perdonamos somos buenos y si no lo hacemos, somos malos. No está permitido no perdonar. Surge, entonces, un sentimiento de culpa sólo con pensar en la posibilidad de no perdonar; por no mencionar la presión social para que lo hagamos. Esa culpa o, mejor dicho, el miedo a esa culpa, va a hacer que, una vez llegados a la adultez, nos sintamos obligados a perdonar (en el sentido religioso de “borrón y cuenta nueva”) cualquier ofensa, en detrimento de nuestra salud mental. Podemos ver un ejemplo de cómo se instaura este patrón si vamos a cualquier parque infantil. Seguro que no tardaremos mucho en ver la siguiente escena: niño A está jugando tranquilamente con un juguete y niño B se lo quita. Niño A se enfada, reclama a niño B que se lo devuelva. Los dos se enzarzan y se pegan. Los padres o los cuidadores les obligan a separarse y a que se pidan perdón agregando algo como “¡Me da igual lo que haya pasado!, ¡Que le pidas perdón, he dicho!”. El mensaje que le llega al niño es que sus emociones no cuentan y deben ser reprimidas, pero también que debe perdonar si quiere ser aceptado por sus padres y por la comunidad.

Liberarnos del estigma del perdón para dejar libres a nuestros hijos es un trabajo que muy poquitos se atreven a hacer. Aún hoy en día, en el que la religión ha ido perdiendo peso en nuestra sociedad, muchos terapeutas siguen enganchados a esta idea del perdón, no se han liberado ellos mismos y, lógicamente, tampoco ayudarán a liberarse a sus pacientes pues esto iría contra todas sus creencias y pondría en cuestión su labor como terapeuta.

Nuestra parte adulta, la racional, intenta engañarse de esta manera con la ayuda de perdón y todo lo que hemos visto que conlleva. Sin embargo, no podemos engañar a nuestro interior, y los efectos emocionales de los daños que nos produjeron los abandonos primarios de nuestros padres seguirán presentes en nuestras vidas. Nuestro cuerpo, con el fin de que nos paremos a recapacitar sobre las actitudes que seguimos repitiendo, seguirá bloqueado y cuando nos volvamos a enfrentar a situaciones que nos hagan revivir los maltratos, abusos o abandonos sufridos en la infancia, volveremos a enfermar, incluso, con mayor intensidad que antes.

Querer forzar la reconciliación o el perdón, si no se ha liberado el conflicto emocional, sólo provoca que nuestro cuerpo nos recuerde lo inadecuado que es perdonar porque sí. El síntoma es el grito desesperado del cuerpo para decirnos lo que está pasando. De nosotros depende escucharlo para liberarnos. Unos lo logran con la ayuda de sus terapeutas, algunos, a pesar de estos, y otros, por desgracia, no lo consiguen y continúan enfermos sin saber que la oportunidad de liberarse reside en su interior.

Decía Alice Miller que el perdón nunca ha curado a nadie. Los pacientes pasan de terapia en terapia sin encontrar la ayuda que necesitan. Da igual que sea psicoanálisis, cognitivo-conductual, medicación psiquiátrica, grito primal o constelaciones familiares; el consejo que siempre aparece en algún momento es “¿no ves lo mal que lo pasan tus padres?, ¿no te parece que ya es hora de perdonar y dejar atrás tanto rencor?”. Frases así ponen al terapeuta del lado de los padres y dejan al niño/a abandonado de nuevo. El dolor, la rabia y todas las emociones que el niño no pudo expresar siguen ahí. No desaparecen con el perdón, sólo se proyectarán sobre otros o sobre uno mismo. Ante este panorama, ¿qué salida nos queda?. Alguien podría decirme: “Vale, ya sé que el perdón no cura, pero entonces me quedo con la rabia o la proyecto sobre otros. ¿Qué se puede hacer entonces?”.

Desde la Terapia Regresiva Reconstructiva, lo que debemos hacer es sentir lo que sintió la niña/o, entender lo que tuvo que hacer para sobrevivir, ponernos de su lado. Quizás debamos poner palabras a lo que pasó y no pudo ser nombrado en su momento por miedo a las consecuencias.

Mi idea del perdón no es la condonación de todo lo que nos hicieron en la infancia. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de hablar con nuestros padres de tú a tú, explicándoles cómo nos afectó todo lo que nos hicieron. Quizás se den cuenta y se arrepientan de corazón. Todos podemos evolucionar y ellos ya no son las mismas personas que cuando éramos pequeños. Tal vez, en esta situación, nuestra relación con ellos pueda cambiar, pero… seamos realistas, esto es prácticamente imposible si ellos mismos no hacen su propia terapia para liberarse de sus propios patrones. Lo normal es que ni siquiera entiendan lo que escuchan y sigan tratándonos como lo han hecho siempre, como personas inferiores que les debemos respeto y que somos unos desagradecidos si osamos reprocharles cualquier cosa.

Yo entiendo el perdón como un proceso de liberación personal, independientemente de si los padres cambian o no cambian. Debemos romper con los aferramientos que nos atan al pasado y darnos cuenta de que ya no necesitamos que nuestros padres nos controlen o nos den su bendición. Ahora somos nosotros los que podemos tomar las riendas de nuestra vida.

La verdadera liberación se produce cuando somos capaces de desbloquear al niño y podemos tener la autoestima suficiente en el presente para defendernos y no dejar que se repitan las situaciones del pasado, ni con mi jefe, ni con mi pareja y, por supuesto, ni con mis padres. El perdón no significa que tengamos que volver a ver o a hablar con aquellos que nos han hecho daño en el pasado. Incluso podemos decidir no verlos nunca más.

De ser necesario algún tipo de perdón, éste debería ir dirigido hacia nosotros mismos, hacia el niño que no podía hacer otra cosa salvo sobrevivir ante la situación que le tocó vivir. Ese niño es el único inocente de esta historia.

En otro momento será interesante profundizar en las causas que mueven a psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc. a forzar siempre a olvidar y perdonar, sin ser conscientes de lo inútil y peligroso que es. Ya esbocé algunos motivos un poco más arriba, pero quizás sea necesario ahondar en el tema.

Texto: Ramón Soler
 
Pedir perdón es más fácil que perdonar


No existe una igualdad total en el momento en el que una persona pide perdón a otra tras una ofensa y ese instante en el que el ofendido decide o no perdonar la herida. Es más fácil pedir perdón y rectificar después de un fallo que ofrecer de una forma desinteresada ese perdón porque lo humano es que haya dolor en el corazón. Dependiendo del daño recibido, la tendencia natural es la de marcar una distancia con la persona que causó la herida. Es un acto de pura supervivencia emocional.


La libertad de no perdonar
Por mucho que una persona te pida perdón después de un hecho determinado, eso no significa que tú tengas la obligación moral de disculparle y que todo vuelva a ser como antes. La libertad interior es uno de los bienes más poderosos, por esta razón, también es un acto de sabiduría marcar distancia con falsasamistades que se mostraron tal y como son después de una traición.

El perdón es una cosa y otra muy distinta seguir alimentando esa relación como si no hubiera pasado nada. Por supuesto, también existen muchas situaciones y relaciones en las que el perdón es un acto de amor muy necesario porque el ser humano es imperfecto y comete errores.


¿Por qué es más fácil pedir perdón?
Pedir perdón es mucho más fácil porque es más sencillo tener una clara conciencia de haber dañado a otro que curar de golpe todas las heridas internas por el daño recibido por alguien externo. Para una persona que ha vivido un desamor y ha sentido que alguien jugaba con sus sentimientos, no es nada fácil hacer como si no hubiera pasado nada.

Por ello, conviene pensar en las consecuencias de los actos antes de realizarlos porque no siempre pedir perdón lo soluciona todo. Y es fundamental respetar los ritmos de cada persona porque en muchos casos, aquel que está dolido necesita más tiempo para perdonarlo todo. Tarde o temprano, es positivo perdonar porque es un acto de liberación emocional.

Este artículo es meramente informativo, en PsicoBlog no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.

Por Maite Nicuesa
 
El perdón: ¿debo o no debo perdonar a quien me hirió?


Cuando nos sentimos ofendidos o heridos por alguien, los sentimientos negativos nos secuestran.
por Ariadna Ferràs

El perdón es uno de los fenómenos más importantes en nuestras relaciones con los demás. Todos nos hemos preguntado alguna vez si esa persona que nos ha hecho daño, intencionadamente o no, merece nuestro perdón.

Nos afecta, sobre todo, cuando las faltas a perdonar vienen de personas cercanas a nosotros, como familiares, amigos o pareja, relaciones en las que la existencia o no del perdón puede perjudicar significativamente nuestra calidad de vida (y la de los demás). Ahora bien, ¿significa perdonar a alguien reconciliarnos con ella?

El perdón, ¿debo o no debo perdonar?
Es cierto que el perdón favorece a que se produzca una reconciliación pero esta no es estrictamente necesaria, de hecho podemos estar en una relación donde no haya perdón y simplemente se haya “olvidado” un hecho doloroso o bien perdonar a alguien con quien ya no tenemos ningún contacto. El acto de perdonar en sí, es más bien un proceso y se da a medida que pasa el tiempo.

Bien, los científicos están de acuerdo en que perdonar implica que la persona ofendida reconoce que aquello que le han hecho, no está bien y aunque sabe que la situación puede no estar justificada y la persona que le ha causado el daño no merece ser perdonada, toma la decisión de hacerlo.

Gordon y Baucon (1998-2003) señalan que perdón no significa tener sentimientos positivos de compasión, empatía ni amor hacia quien nos ha herido, pues puede ser “un acto egoísta” que se hace hacia uno mismo, con el fin de disminuir las emociones negativas ésta que le causa.

A más a más, la decisión de perdonar no exime de pedir justicia y reclamar aquello que no creemos justo, siempre y cuando no actuemos sólo de forma vengativa (Casullo, 2008).

Aferrarse a la ira es como aferrarse a una brasa candente con la intención de tirársela a otro; tú eres el que se quema.” (Buda)



El perdón se experimenta a nivel individual, hay un cambio en la conducta, el pensamiento y las emociones de quien lo sufre pero a la vez se puede considerar interpersonal ya que se da en una situación concreta y con unos roles específicos: ofensor-ofendido.

Los procesos asociados al perdón
En los últimos 20 años ha habido un creciente interés en el estudio del perdón en Psicología con el fin de abordar dos procesos:

  • Por un lado, el perdón aspecto clave en la recuperación de heridas emocionales, como el caso de la infidelidad en pareja, en que la persona engañada puede sentirse traicionada por su cónyuge..
  • Cómo evidencia en la asociación en numerosos estudios entre el perdón y la salud, tanto física como mental.
Tipos de perdón
Desde el enfoque de quien se ha sentido herido en relaciones cercanas y más cotidianas, podemos encontrar tres tipos de perdón:

  • El perdón episódico: relacionado con una ofensa particular dentro de una situación concreta.
  • El perdón diádico: la propensión de perdonar dentro de una relación, como puede ser una pareja o una familia.
  • El perdón disposicional: rasgo de la personalidad de una persona, su disposición a perdonar a medida que pasa el tiempo y a través de diferentes situaciones.
Estos tres elementos influyen conjuntamente sobre nuestra capacidad para perdonar y en el modo en el que decidimos perdonar.

Posturas respecto al perdón
Existen tres posturas respecto al perdón, las cuales nos predisponen de una u otra manera a la hora de intentar responder a la pregunta de cómo perdonar. Estas son las siguientes:

1. La primera posición y la más extendida. Percibe el perdón cómo esencial para la curación de heridas emocionales y resalta lo beneficioso que es para la salud, física y mental. Resulta muy útil para el tratamiento de sentimientos de ansiedad y rabia además de una herramienta clínica muy eficaz para personas con estrés postraumático. Se le atribuyen valores de compasión y humildad.

2. La segunda postura tiene una visión diferente del perdón respecto la primera. Considera que en algunos casos no perdonar resulta también beneficioso, ya que no hacerlo puede ser perjudicial para quien perdona y puede poner en riesgo colectivos que están en situación de vulnerabilidad como puede ser el caso de los abusos o maltratos. Los valores que sostienen son equidad, justicia y empoderamiento.

3. La tercera postura se encuentra a nivel intermedio de las dos anteriores. Pone énfasis en el contexto en el que se da el perdón y por tanto habría que valorar cada situación.

La decisión de perdonar o no está en quien se ha sentido ofendido, y se puede introducir a nivel terapéutico siempre y cuando el paciente lo decida libremente. Por tanto de esta visión el perdón puede ser tanto positivo como negativo, dependiendo del contexto donde se produzcan los hechos.

Factores que influyen en el perdón
A fin de profundizar un poco más en el mundo del perdón se describen las principales características o variables que afectaran a la decisión final:

La exoneración: es un proceso interno en el cual la persona herida analiza y entiende con más profundidad la situación que le provoca un daño. (Hargrave & Sells, 1997).

  • Características del que perdona: depende de si pensamos que la persona ha actuado para hacernos daño, o si bien pensamos que no lo ha hecho queriendo, cuando más benévolas percibamos las actuaciones del otro, hay más posibilidades de que accedamos a perdonarle. Por otra parte, las personas que están dispuestas a perdonar, disponen de una mayor habilidad para controlar sus emociones, así como las personas con ansiedad o depresión les cuesta más perdonar.
  • Características de la ofensa: cuanto más grave se considere la misma, es menos probable que exista el perdón.
  • Características del ofensor: el hecho de reconocer los hechos humildemente y pedir disculpas de forma sincera favorece que aparezca el perdón.
Perdonarse a uno mismo
El perdón puede estar enfocado hacia las relaciones con otras personas, pero también puede darse hacia uno mismo, es decir, hacia la autoimagen y el autoconcepto. Saber gestionar exitosamente el perdón hacia uno mismo supone tener más o menos éxito a la hora de no vernos invadidos por el malestar que puede producir la culpa.
 
De lo que me dice la consciencia que hice mal, pues pido perdón, un perdón que es serio y viene de mi oración y coración. Es un camino hasta que te libertas. Los otros que me hicieron daño a mi o a los que amo, pues tendrán que hacer el mismo camino que yo, pedir perdón y hacer el camino de la liberación. Si no lo hacen no es problema mio ni me interesa. Eso es un problema de cada uno.
 
Aprendiendo a sanar las heridas del pasado

En 2006, la Asociación de Psicología Americana (APA) publicó una recopilación de investigaciones en torno a la psicología del perdón y la reconciliación en el ámbito de conflictos con repercusión a escala social, como los atentados del 11 de septiembre de 2001 y actos de violencia masiva.

En el documento, titulado “Forgiveness: A Sampling of Research Results”, la APA define el perdón como un proceso (o el resultado de un proceso) que involucra un cambio en las emociones y actitudes hacia un ofensor. El resultado del proceso se describe como una disminución en la motivación para tomar represalias o guardar la lejanía respecto a un ofensor a pesar de sus acciones, y requiere dejar ir las emociones negativas que se experimenten hacia él.

El perdón es un proceso independiente que no debe ser confundido con excusar, condonar, indultar ni olvidar. Según la APA, todos estos son, a la vez, procesos individuales que involucran otro tipo de concientización y no conllevan los mismos resultados. De este modo:

  • Excusar implica tomar la decisión de no responsabilizar a una persona o grupo por una acción.
  • Condonar supone que no vemos la acción como negativa o inadecuada y que no consideramos necesario perdonar a su autor.
  • Indultar equivale a absolver a una persona de los crímenes por los que había sido condenada, y le corresponde únicamente a una figura social representativa.
  • Olvidar es remover la ofensa del pensamiento.
EL PERDÓN DEBE SER VISTO POR QUIEN LO CONCEDE COMO UN FAVOR AUTODIRIGIDO QUE VIENE A OTORGAR BENEFICIOS INTERNOS, NO EXTERNOS

El perdón ha sido, como el conflicto, un proceso fundamental en la historia evolutiva del ser humano, así como un tema de atención crítica, no siempre desde el plano científico, pero sí desde la reflexión y el análisis consciente.

A pesar de esto, ha sido cuestión de apenas una década el estudio profundo y sistemático de los factores que influyen en la consolidación del perdón y sus beneficios para quien lo otorga. Como resultado, hoy es posible saber a ciencia cierta que perdonar concede a las víctimas de una ofensa:

  • Una mejora en la salud física y mental.
  • Una restauración del sentido de empoderamiento personal.
  • Una posibilidad clara y sana de reconciliación entre el ofendido y el ofensor.
  • Una sensación de esperanza por la resolución de un conflicto.
  • Un cambio positivo en el esquema afectivo.
Cuatro claves para el camino hacia el perdón

Por supuesto, el perdón no es solo un proceso interno esencial para librarse de emociones negativas y reforzar la buena salud mental, también es un camino empinado cuyo recorrido puede implicar años de resentimiento y ansias de tomar represalias en contra de un ofensor.

El énfasis de la psicología en investigar a lo largo de los últimos años acerca de las bases del perdón ha concluido, sin embargo, en algunos datos clave para propiciar la apertura al perdón y hacer más sólido el proceso.

A continuación, se presentan cuatro aspectos derivados de investigaciones científicas para mejorar la disposición al perdón y aprender a sanar las heridas del pasado.


LA OBSESIÓN CON EL PERDÓN ES TAN MALSANA COMO LA OBSESIÓN CON LA VENGANZA. EL PERDÓN TOMA TIEMPO

El perdón es para quien lo concede, no para quien lo recibe

Un lastre común que dificulta el perdón es que las personas asumen que el hecho de perdonar equivale a minimizar la gravedad de la ofensa, restar importancia a su sufrimiento o permitir que quien los hirió se salga con la suya.

El psicólogo Frederic Luskin, director del proyecto Stangord Forgiveness Project enfocado a estudiar a las personas que se han visto afectadas por conflictos políticos internacionales, explica que el perdón debe ser visto por quien lo concede como un favor autodirigido que viene a otorgar beneficios internos, no externos.

Perdonar, porque la herida que sufrimos pudo haber sido causada por nosotros en otras circunstancias
El perdón desde la empatía, según el psicólogo Everett Worthington, cuya trayectoria en el estudio del perdón es amplia y destacable, explica que una práctica que impulsa y facilita perdonar es el ejercicio de ponernos en el lugar de la otra persona, es decir, de quien nos lastimó.

Cuando decidimos poner en práctica la empatía somos capaces de abrirnos a los posibles sentimientos o conflictos que nuestro ofensor atravesaba al momento de cometer sus actos.

Una técnica efectiva para esto es el ejercicio de la silla vacía, que consiste en sentarse frente a una silla vacía y vaciarnos emocionalmente como si en ella estuviese sentada la persona que nos ofendió. El proceso incluye cuestionar a esa persona por lo que hizo y, más adelante, cambiar lugares y ocupar su silla para dar respuesta a nuestras propias preguntas.

El ejercicio está pensado para despertar sentimientos de empatía o incluso de lástima hacia el ofensor, lo cual reduce el malestar y las emociones negativas.


El perdón toma (y debería tomar) tiempo

La obsesión con el perdón es tan malsana como la obsesión con la venganza. Perdonar, dice Luskin, toma tiempo y uno debe tener plena conciencia de ello para evitar ejercer presión sobre sí mismo y “dejar que las heridas sanen y que la mente se recupere del trauma”.

Cuando se trata de conflictos de alto impacto, la psicoterapia es fundamental para ayudar a las personas a asimilar lo ocurrido y apoyar el proceso de perdón, que tampoco tiene por qué suponer un proceso de reconciliación con el ofensor, sino de liberación personal.

Fuente: Scientific American

 
Clasificación del perdón
Hay distintos tipos de perdón entre los autores que investigan el tema:

  • Perdón unilateral /perdón negociado: El perdón unilateral no necesita de nada ni depende de la posición del agresor y el perdón negociado se da cuando hay un dialogo real entre ambos y el agresor asume su acción agresiva y pide perdón por ello.
  • Perdón disposicional/perdón específico: El perdón disposicional se da en “personalidades perdonadoras” como rasgo estable de la personalidad. En cambio, el perdón específico es una actuación específica ante una agresión en particular.
  • Perdón a otras personas/perdón a uno mismo: Normalmente, hay mayor dificultad para conseguir perdonarse a uno mismo que a los demás. En el perdón interpersonal, las conductas de evitación se dirigen a la evitación del agresor mientras que en el perdón a uno mismo, la persona tiende a evitar pensamientos o sentimientos. La reconciliación es necesaria en el perdón intrapersonal, pero no en el interpersonal.
  • Perdón sano/Falso perdón: El falso perdón se da cuando el agresor mantiene su poder y promueve el mantenimiento del daño. En cambio, el perdón sano se da cuando el agresor reconoce y considera la injusticia realizada.

Proceso de Perdonar al agresor
El perdón no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. Por eso se dan varios niveles de perdón:

  1. Análisis y reconocimiento del daño sufrido: Es necesario reconocer que se ha recibido un daño que duele y aceptar ese dolor de la forma más objetiva posible para permitir un distanciamiento emocional. Así mismo, en este paso también se debe analizar las circunstancias que han hecho a la otra persona hacernos daño.
  2. Elegir la opción de perdonar: El no perdonar nos coloca en una posición de sufrimiento permanente, por lo tanto, perdonar es la mejor elección siempre.
  3. Aceptación del sufrimiento y de la rabia: Aceptar el perdón consiste en aceptar los sentimientos, pensamientos, sensaciones o emociones que surjan asociados al daño.
  4. Establecer estrategias para auto protegerse: Analizar lo ocurrido, permite identificar los indicios que señalan el peligro, lo que protegerá en adelante a la víctima.
  5. Expresión explícita del perdón
El primer paso consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas (como cesar de buscar venganza o justicia, quejarse a todo el mundo, etc.) o encubiertas e implícitas (como desear conscientemente mal al agresor, rezar para que le pase algo malo, rumiar el daño que se ha recibido, etc.).

El segundo nivel es hacer conductas positivas hacia él. Completando el perdón, si hay respuestas positivas por el perdonado, se puede llegar a restaurar la confianza en el agresor.


Obstáculos para poder perdonar
El proceso del perdón puede enfrentar situaciones que dificulten su concreción y que deben ser siempre tenidas en cuenta. Hay que ser cautelosos ante situaciones en las que el agresor no siente culpa o remordimiento alguno por el daño cometido, cuando la trasgresión concretada es muy severa o si las heridas que un hecho ha provocado son muy recientes por lo que hay todavía confusión acerca de lo sucedido. Hay ciertos ámbitos en los que el proceso de perdonar se dificulta:

  • Político-social: ciertos tipos de delito, prácticas de trabajo no éticas, despidos laborales que no respetan la legislación vigente y discriminaciones étnicas o religiosas pueden ocasionar daños o lesiones cuyo perdón es difícil de asumir por el victimario.
  • Relaciones romántico familiares: en muchos casos de divorcios o separaciones vinculares, donde ha habido fuertes experiencias de infidelidad reiteradas así como violencia sexual o doméstica, no siempre hay predisposición para planteos de perdón.
  • Prácticas médicas: en casos de enfermedades terminales, internaciones psiquiátricas por problemas con el consumo de alcohool/drogas, así como cuando se sospechan errores o mala praxis, se generan sentimientos de enfado y desconsuelo y crisis familiares a veces muy agudas que dificultan hacer cualquier planteo sobre el perdón.

El proceso de pedir perdón a la víctima
Desde un punto de vista terapéutico la petición de perdón se puede hacer siguiendo los siguientes pasos:

  1. Reconocer el daño:
El proceso de reconocerlo supone un acercamiento profundo al otro, y así poder permitir a la víctima expresar su sufrimiento de forma plena.

  1. Sentir de verdad el dolor del otro:
Para pedir perdón es preciso ser consciente de que se ha hecho un daño importante al otro para poder sentir su dolor.

  1. Analizar su propia conducta:
Para el ofensor, saber cómo y por qué hizo lo que hizo es interesante para poder compartir ese conocimiento con la otra persona y avanzar en el proceso de pedir perdón. Hay montones de razones por las que alguien decide hacer algo que causa daño, ninguna será aceptable para la víctima, por lo cual, no se trata de encontrar excusas a sus actos, sino de establecer una base para poder realizar la siguiente fase: elaborar un plan que impida que vuelva a ocurrir (Case, 2005).

  1. Definir un plan de acción para que no vuelva a ocurrir:
El plan puede incluir acciones dirigidas a mejorar las debilidades propias que han propiciado el daño realizado. Debe ser un plan que indique los objetivos operativos, el tiempo y los medios que se van a dedicar a conseguirlos. No se trata de establecer solamente buenas intenciones, las acciones han de ser concretas y se han de establecer los tiempos y los recursos necesarios para hacerlas.

  1. Pedir perdón explícitamente al otro.
Los pasos anteriores han de ser compartidos con el otro y han de comunicársele para que la petición de perdón sea explícita y llegue al otro, mostrando que no son palabras vanas y que hay un interés real en la relación.

  1. Restituir el daño causado:
Siempre que sea posible, es preciso restituir el daño causado.

BIBLIOGRAFÍA:

“Cómo perdonar cuando no sabes cómo hacerlo” Jacqui Bishop y Mary Grunte. Editorial Sirio 4ªedición, 2010.

“El valor psicológico del perdón en las víctimas y en los ofensores”. Enrique Echeburúa. Eguzkilorem nº 27, 2013 (San sebastian).

“La capacidad para perdonar desde una perspectiva Psicológica”. María Martina Casullo. Revista de Psicología PUCP, vol. XXIII, 2005 (Buenos Aires).

“El perdón como herramienta clínica en Terapia Individual y de Pareja”. María Prieto-Ursúa, M.Jose Carrasco Galán, Virginia Cagigal de Gregorio, Elena Gismero Honzález, MªPilar Martínez Díaz e Isabel Muñoz San roque.Clínica comtemporáneam vol.3. 2012. (Universidad Ponstificia Comillas de Madrid)
 
Perdonar constituye un esfuerzo que siempre ha de volver a hacerse, y nadie se extrañará si decimos que la prueba llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas.



V. Jankélévitch.


Una comprensión del perdón, entendido como un conjunto de cambios en la motivación y como un elemento para restaurar la interacción social tras un conflicto, se estudia en un interesante trabajo (1), tanto por los datos que aporta como por las sugerencias que genera, en el que se analiza cómo los gestos conciliadores promueven el perdón y reducen la rabia.

Participaron 356 personas que habían vivido un ataque o una falta significativa por parte de otra persona en la semana previa al inicio del estudio. De forma diaria, durante 21 días, realizaron online un breve cuestionario sobre transgresiones de las relaciones interpersonales. Posteriormente realizaron una entrevista de 90 minutos en la que se evaluaba la reactividad que mostraban al hablar de estos temas; tras ésta fueron instruidos para realizar una grabación, de 4 minutos, en la que en primera persona hablaran de la persona que había realizado la transgresión y del hecho mismo. Los puntos sobre los que se les indicaba que debían pensar eran: (I) qué te gustaría decir sobre el acontecimiento que te hizo daño, (II) cómo son tus sentimientos ahora hacia la persona que te causó daño, y (III) qué sientes que quieres hacer hacia esa persona. Tras su discurso realizaron de nuevo unos cuestionarios y así terminaba el estudio.

En el análisis de los datos se midió la percepción de los participantes sobre los gestos conciliadores de sus atacantes, el valor que se otorgaba a la relación con ellos, la percepción del riesgo de una nueva ofensa, la motivación para evitarles, la búsqueda de venganza, la empatía, las atribuciones de responsabilidad y de intencionalidad y la búsqueda de reconciliación.

En los resultados del estudio se concluye:

-el grado en que los transgresores mostraron gestos conciliadores a sus víctimas era directamente proporcional a la medida en que éstas perdonaron con el paso de los días

-los gestos conciliatorios conducen a un aumento del valor que se le otorga a los transgresores y a una reducción en la percepción del riesgo de ser nuevamente dañados

-los incrementos en el perdón llevan a cambios en la percepción hacia los agresores, un aumento del valor de la relación con ellos y la sensación de una menor probabilidad de ser atacados

-los gestos conciliadores podrían aumentar el perdón por el incremento del valor de la relación con los victimarios

-la ira disminuía en la medida en que aumentaban los gestos conciliatorios asociándose con una percepción de la relación con el ofensor como valiosa y con la disminución de la idea de ser nuevamente agredido.

Los gestos conciliatorios de los agresores en los primeros momentos tras la agresión conducen a un aumento en la valoración que se hace de éstos. Las disculpas, las ofertas de indemnización y los gestos conciliadores reducen la ira y aumentan el perdón haciendo que los atacantes sean menos amenazantes para sus víctimas y haciendo más valiosa la relación con ellos.

Las bases en las que se originan los estados de búsqueda de venganza, o el restablecimiento de la paz y la reconciliación entre los seres humanos han sido insuficientemente estudiadas; los datos de este trabajo nos proporcionan una vía de pensamiento para valorar los sistemas de procesamiento de la información que rigen las decisiones humanas para perdonar.

Autor: Antonio Sánchez

Autor: Antonio Sánchez González
Psiquiatra- Psicoterapeuta – Perito Judicial
Especializado en el trabajo con personas afectadas por acontecimientos traumáticos
 
El perdón nunca ha curado a nadie

La madre de Alicia no tenía con quien dejarla cuando se iba por las tardes a casa de su amiga a tomar café y a chismorrear. “Tendrás que venirte conmigo”, le decía. Ella tenía preferencia por la hija mayor, era más simpática, más obediente y sacaba mejores notas. Alicia era más como el padre, más arisca y protestona (aunque alguien diría que con más personalidad). La madre hubiera preferido que se quedara con el padre y poder ir tranquila a casa de su amiga, pero él pasaba todo el día fuera, trabajando; además, cuando llegaba a casa por la noche, no castigaba a la pequeña por todas las trastadas que había hecho durante el día. Todo lo tenía que hacer ella.

Menos mal que cuando iban a casa de su amiga, la mayoría de las veces, el marido de ésta se quedaba jugando con la pequeña en el otro cuarto y no las molestaban mucho. Y si se oía ruido, pues cerraban la puerta para que no se escuchara.

A Alicia, de 8 años, se le tensaban todos los músculos del cuerpo cuando tenía que ir a la casa de la amiga de su madre. Si no estaba aquel hombre, pasaba toda la tarde tranquila, sin mayores sobresaltos, jugando sola e inventando historias con las muñecas que encontraba por ahí. Estaba acostumbrada a estar sola y tenía mucha imaginación.

Lo que le hacía sentir un nudo en el estómago y apretar con fuerzas las rodillas era llegar a aquella casa y verle abrir la puerta. En ese instante, comprendía que tendría que pasar toda la tarde con él. No le gustaban sus juegos, le hacía daño. Sabía que era algo que no estaba bien, pero él la amenazaba para que no se lo dijera a nadie. Y lo que más la aterraba, era que no tenía a nadie a quien decírselo, su madre era la que cerraba la puerta si hacían ruido e interrumpía la interesante conversación que estaba manteniendo con su amiga.

La niña pensaba que si se le ocurriera decir algo, seguro que no le harían caso y acabaría, una vez más, siendo regañada por su madre, y, volvería a notar SU desprecio y SU rechazo. De hecho, peor que los abusos en sí, eran las sensaciones de soledad y de abandono. Alguna vez, incluso, llegó a pensar que su madre sabía lo que pasaba, pero que prefería hacer oídos sordos y seguir con su amiga.

Así aguantó hasta los 12 años, cuando pudo apoyarse en excusas para irse a casa de alguna amiga o quedarse sola en casa, lo que fuera por no volver a aquella casa.

A los 23 años, Alicia empezó a tener unas fuertes crisis de ansiedad sin motivo aparente. Su madre la llevó al mejor psiquiatra de la provincia para que le diera algo. Cuando éste comenzó a preguntarle por sus síntomas y por su situación actual, la madre empezó a quejarse de la niña, le reprochaba que era una arisca, que no era cariñosa con ella. La conversación se fue desviando del tema inicial y el psiquiatra le preguntaba a la joven cómo era capaz de ser así, con lo que su madre se preocupaba por ella. Alicia intentaba defenderse, pero eran dos contra una. Entonces, el psiquiatra le pidió que le diese un abrazo a su madre allí mismo, que no esperase más y perdonase ya a su madre que todo lo hacía por su bien. Le dijo que se sentiría liberada si dejaba fuera tanto odio. Cada negativa de Alicia reforzaba todavía más la postura de su madre: “¿ve lo que le digo?, pues así ha sido desde siempre, una niña insoportable, todo lo contrario que su hermana”.

Al final, pudo encontrar fuerzas en su interior para levantarse y salir de la consulta dando un portazo. Años más tarde, esa misma fuerza la llevó a encontrar una terapia donde pudo, por fin, liberarse de sus bloqueos del pasado y del efecto que aún tenían en su presente.

La mayoría de los psiquiatras y psicólogos buscan que sus pacientes lleguen a perdonar a sus padres, pero eso sólo contribuye a negar la realidad. El síntoma (enfermedad física o mental) persistirá hasta que el paciente logre sacar de la oscuridad y poner encima de la mesa la realidad tal y como fue, sin engaños.

Debido la influencia del pensamiento religioso, tendemos a creer que el perdón significa olvidar el pasado para volver a empezar de cero. Por desgracia, para la salud mental hay pocas cosas más destructivas que esta falsa manera de cerrar los problemas. El perdón concebido de esta manera, es un perdón muy barato para quien es perdonado, pero tiene un alto precio para quien perdona. Parece que sólo con pedir perdón, ya está hecho todo el trabajo y todos los pecados nos son perdonados. Suena muy bien, pero es un arma de doble filo ya que, si queremos que nos perdonen, nosotros también deberemos perdonar, de igual manera, todos los daños sufridos.

Si volvemos al núcleo de la familia, esto significa que debemos perdonar a nuestros padres todo lo que nos hayan hecho, tal y como le decía el psiquiatra a Alicia, nuestra protagonista. Inconscientemente, está implícito que si nosotros tuvimos que perdonar a nuestros padres, nuestros hijos están obligados a perdonarnos.

Por otro lado, también se nos ha inculcado desde muy pequeños una cierta obligación moral de perdonar. Parece que si perdonamos somos buenos y si no lo hacemos, somos malos. No está permitido no perdonar. Surge, entonces, un sentimiento de culpa sólo con pensar en la posibilidad de no perdonar; por no mencionar la presión social para que lo hagamos. Esa culpa o, mejor dicho, el miedo a esa culpa, va a hacer que, una vez llegados a la adultez, nos sintamos obligados a perdonar (en el sentido religioso de “borrón y cuenta nueva”) cualquier ofensa, en detrimento de nuestra salud mental. Podemos ver un ejemplo de cómo se instaura este patrón si vamos a cualquier parque infantil. Seguro que no tardaremos mucho en ver la siguiente escena: niño A está jugando tranquilamente con un juguete y niño B se lo quita. Niño A se enfada, reclama a niño B que se lo devuelva. Los dos se enzarzan y se pegan. Los padres o los cuidadores les obligan a separarse y a que se pidan perdón agregando algo como “¡Me da igual lo que haya pasado!, ¡Que le pidas perdón, he dicho!”. El mensaje que le llega al niño es que sus emociones no cuentan y deben ser reprimidas, pero también que debe perdonar si quiere ser aceptado por sus padres y por la comunidad.

Liberarnos del estigma del perdón para dejar libres a nuestros hijos es un trabajo que muy poquitos se atreven a hacer. Aún hoy en día, en el que la religión ha ido perdiendo peso en nuestra sociedad, muchos terapeutas siguen enganchados a esta idea del perdón, no se han liberado ellos mismos y, lógicamente, tampoco ayudarán a liberarse a sus pacientes pues esto iría contra todas sus creencias y pondría en cuestión su labor como terapeuta.

Nuestra parte adulta, la racional, intenta engañarse de esta manera con la ayuda de perdón y todo lo que hemos visto que conlleva. Sin embargo, no podemos engañar a nuestro interior, y los efectos emocionales de los daños que nos produjeron los abandonos primarios de nuestros padres seguirán presentes en nuestras vidas. Nuestro cuerpo, con el fin de que nos paremos a recapacitar sobre las actitudes que seguimos repitiendo, seguirá bloqueado y cuando nos volvamos a enfrentar a situaciones que nos hagan revivir los maltratos, abusos o abandonos sufridos en la infancia, volveremos a enfermar, incluso, con mayor intensidad que antes.

Querer forzar la reconciliación o el perdón, si no se ha liberado el conflicto emocional, sólo provoca que nuestro cuerpo nos recuerde lo inadecuado que es perdonar porque sí. El síntoma es el grito desesperado del cuerpo para decirnos lo que está pasando. De nosotros depende escucharlo para liberarnos. Unos lo logran con la ayuda de sus terapeutas, algunos, a pesar de estos, y otros, por desgracia, no lo consiguen y continúan enfermos sin saber que la oportunidad de liberarse reside en su interior.

Decía Alice Miller que el perdón nunca ha curado a nadie. Los pacientes pasan de terapia en terapia sin encontrar la ayuda que necesitan. Da igual que sea psicoanálisis, cognitivo-conductual, medicación psiquiátrica, grito primal o constelaciones familiares; el consejo que siempre aparece en algún momento es “¿no ves lo mal que lo pasan tus padres?, ¿no te parece que ya es hora de perdonar y dejar atrás tanto rencor?”. Frases así ponen al terapeuta del lado de los padres y dejan al niño/a abandonado de nuevo. El dolor, la rabia y todas las emociones que el niño no pudo expresar siguen ahí. No desaparecen con el perdón, sólo se proyectarán sobre otros o sobre uno mismo. Ante este panorama, ¿qué salida nos queda?. Alguien podría decirme: “Vale, ya sé que el perdón no cura, pero entonces me quedo con la rabia o la proyecto sobre otros. ¿Qué se puede hacer entonces?”.

Desde la Terapia Regresiva Reconstructiva, lo que debemos hacer es sentir lo que sintió la niña/o, entender lo que tuvo que hacer para sobrevivir, ponernos de su lado. Quizás debamos poner palabras a lo que pasó y no pudo ser nombrado en su momento por miedo a las consecuencias.

Mi idea del perdón no es la condonación de todo lo que nos hicieron en la infancia. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de hablar con nuestros padres de tú a tú, explicándoles cómo nos afectó todo lo que nos hicieron. Quizás se den cuenta y se arrepientan de corazón. Todos podemos evolucionar y ellos ya no son las mismas personas que cuando éramos pequeños. Tal vez, en esta situación, nuestra relación con ellos pueda cambiar, pero… seamos realistas, esto es prácticamente imposible si ellos mismos no hacen su propia terapia para liberarse de sus propios patrones. Lo normal es que ni siquiera entiendan lo que escuchan y sigan tratándonos como lo han hecho siempre, como personas inferiores que les debemos respeto y que somos unos desagradecidos si osamos reprocharles cualquier cosa.

Yo entiendo el perdón como un proceso de liberación personal, independientemente de si los padres cambian o no cambian. Debemos romper con los aferramientos que nos atan al pasado y darnos cuenta de que ya no necesitamos que nuestros padres nos controlen o nos den su bendición. Ahora somos nosotros los que podemos tomar las riendas de nuestra vida.

La verdadera liberación se produce cuando somos capaces de desbloquear al niño y podemos tener la autoestima suficiente en el presente para defendernos y no dejar que se repitan las situaciones del pasado, ni con mi jefe, ni con mi pareja y, por supuesto, ni con mis padres. El perdón no significa que tengamos que volver a ver o a hablar con aquellos que nos han hecho daño en el pasado. Incluso podemos decidir no verlos nunca más.

De ser necesario algún tipo de perdón, éste debería ir dirigido hacia nosotros mismos, hacia el niño que no podía hacer otra cosa salvo sobrevivir ante la situación que le tocó vivir. Ese niño es el único inocente de esta historia.

En otro momento será interesante profundizar en las causas que mueven a psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc. a forzar siempre a olvidar y perdonar, sin ser conscientes de lo inútil y peligroso que es. Ya esbocé algunos motivos un poco más arriba, pero quizás sea necesario ahondar en el tema.

Texto: Ramón Soler
Muy bueno @El karma , me ha gustado mucho. Gracias x traerlo.
Creo que perdonar es bueno para uno mismo....simplemente xq rompes la prision de la atadura del odio que es lo peor. Pero aquí explica el paso previo. No se puede forzar a nadie a pedir perdón. Creo que tiene q salir de uno mismo, y debe ser algo más bien intimo. Pero lo primero es sanar esas heridas y cuidar la autoestima. Me ha gustado mucho. Lo releeré con calma.(y)
 
Muy bueno @El karma , me ha gustado mucho. Gracias x traerlo.
Creo que perdonar es bueno para uno mismo....simplemente xq rompes la prision de la atadura del odio que es lo peor. Pero aquí explica el paso previo. No se puede forzar a nadie a pedir perdón. Creo que tiene q salir de uno mismo, y debe ser algo más bien intimo. Pero lo primero es sanar esas heridas y cuidar la autoestima. Me ha gustado mucho. Lo releeré con calma.(y)
Me alegro Leles, me andan gustando estos temas....
Gracias Leles(y)
 
Yo siempre he creído que en esto del perdón hay mucho de discurso buenista y mucho rollo new-age. Sentir odio por alguien que te ha hecho daño es humano. ¿Que perdonando pasas página y odiando no? Sí, no lo negaré, es verdad que el odio, normalmente, lo que hace es destruir al que lo siente. Pero que es algo humano, pues sí, y que perdonar es opcional, pues también. Yo hay cosas que no perdono ni perdonaré nunca.
 
Muy buen tema @El karma. Para mí el perdón es muy difícil, soy muy visceral y me cuesta mucho llevarlo a cabo. <<<<<<<<no puedo hacer borrón y cuenta nueva....
Se que es un a carga para mí pero después de una decepción pierdo interés por esa persona. No soporto el engaño ni la mentira y cuando alguien me agrede de alguna forma procuro evadirlo.

.
 
Muy buen tema @El karma. Para mí el perdón es muy difícil, soy muy visceral y me cuesta mucho llevarlo a cabo. <<<<<<<<no puedo hacer borrón y cuenta nueva....
Se que es un a carga para mí pero después de una decepción pierdo interés por esa persona. No soporto el engaño ni la mentira y cuando alguien me agrede de alguna forma procuro evadirlo.

.
Es normal, es un tipo de protección....
Saludos Danke y gracias...(y)
 

Temas Similares

4 5 6
Respuestas
62
Visitas
2K
Back