Cuadernos de Historia

El pacto con el que el España perdió Gibraltar: así desangró Inglaterra a nuestro maltrecho Imperio

El Tratado de Utrecht (rubricado en 1713) fue el cielo y el infierno. Por un lado, logró detener el reguero de muertos de la Guerra de Sucesión. Por otro, hizo que nuestro país perdiera algunas de sus posesiones más preciadas



Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:05/08/2019




El Tratado de Utrecht, alumbrado en 1713, fue a la vez el cielo y el infierno para España. Por un lado, puso fin a los cientos de miles de muertos que se habían producido en la Guerra de Sucesión española (iniciada en 1710). Por otro, también hizo que nuestro país perdiera a nivel oficial Gibraltar, arrebatada por las bravas apenas una década antes.

Para entender el que fue uno de los tratados de paz más destacados de toda la historia de España es necesario retrotraerse en el tiempo hasta el año 1700, cuando el embajador francés en nuestro país envió el siguiente mensaje al rey galo, Luis XIV: «Empeora el Rey Católico. Me dicen que parece un cadáver».




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Carlos II



Así pues, se iba a suceder algo inevitable: el fallecimiento de Carlos II (de la casa de los Austrias), y que lo iba a hacer sin descendencia. La inevitable partida de este mundo se produjo el 1 de noviembre de ese mismo año. En principio, y con el testamento en la mano, se estableció que la corona correspondía a Felipe V (Borbón), nieto de Luis XIV.

La solución, en principio satisfactoria, no gustó demasiado a algunos monarcas que vieron como, con el paso de los años, la familia del nuevo rey español podría unir en un bloque una amplia extensión de territorios en Europa.

«Fue una decisión que levantó suspicacias en varias cancillerías europeas y fue rechazada de plano en Viena por el emperador Leopoldo I, representante de la otra rama de los austrias. La simple posibilidad de que las dos monarquías que se extendían a ambos lados de los Pirineos configuraran un bloque bajo un mismo monarca, algo que no fue desmentido desde Versalles, hizo que en Europa sonaran los tambores de guerra», explica el doctor en historia José Calvo Poyato en su dossier «Los Tratados de Utrecht y Rastatt. Europa hace trescientos años».

Ingleses, holandeses e imperiales formaron entonces la denominada Gran Alianza y propusieron, como alternativa a Felipe V, al archiduque Carlos de Austria (hijo del propio Leopoldo). Así comenzó la Guerra de Sucesión, un conflicto que se empezó allá por 1701 y que no tardó en convertirse en uno de los más cruentos en la historia de nuestro país.

«Se calcula que en esta guerra murieron 1.251.000 personas […]. En el momento de mayor intensidad, en 1710, luchaban cerca de 1.300.000 soldados. Y Francia, la potencia más implicada, llegó a movilizar 900.000 hombres […] entre 1701 y 1713», explica el historiador español Joaquim Albareda Salvadó en su obra «La guerra de Sucesión de España (1701-1714)».

Ya fuera por las muertes, ya fuera por lo extensa que fue la contienda, pocos años después se iniciaron una serie de conversaciones en las que se intentó lograr la paz entre ambos contendientes. Tal y como afirma Poyato en su obra, fue un proceso «lleno de largas y complicadas conversaciones, no siempre celebradas con conocimiento de todos los implicados».




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BAtalla de Villaviciosa, en 1710, durante la Guerra de Sucesión




Concretamente, las primeras reuniones en favor de la paz se remontan hasta 1709, cuando se alumbró en La Haya un documento que fue presentado al monarca francés posteriormente. «Entre las exigencias que se le plantearon se incluía que las tropas del monarca francés luchasen contra su propio nieto para expulsarlo de España», destaca el historiador. El galo se negó, pero retiró a los soldados de su país de la Península Ibérica para no entrometerse más de lo necesario y no favorecer un conflicto internacional.

Tres años después, tras una extensa lista de intentos fallidos de negociación, comenzó el verdadero camino hacia la paz. Y es que, fue entonces cuando comenzaron las conversaciones que -a la postre- darían como resultado la paz. Estas se iniciaron en Utrecht y, para desgracia general, fueron acompañadas de constantes batallas. Algo lógico en aquellos años, pues se consideraba que cualquier victoria lograda por las armas en el campo de batalla derivaría en ventajas diplomáticas y presionaría todavía más al perdedor a firmar un pacto poco favorable



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En 1713, finalmente, se llegó a un acuerdo entre los diferentes contendientes, lo que llevó a la firma de los tratados de Utrecht y Rastadt.



«Lo acordado en Utrecht, una vez asumido que Felipe V sería rey de España, […llevó a que] los británicos se hicieran con grandes extensiones en lo que hoy es Canadá [...]. Por lo que respecta a España se produjeron notables amputaciones territoriales de las cuales dos resultaron particularmente dolorosas. Nos referimos a la isla de Menorca […] que los ingleses habían ocupado en 1708. La otra cesión territorial era la plaza fuerte de Gibraltar, ocupada en el verano de 1704. […]. El llamado “caso de los catalanes” rodó por las cancillerías europeas […] pero el rey se mantuvo inflexible. Consideraba que aquellos súbditos habían faltado al juramento de lealtad que habían hecho cuando [...] visitó Barcelona y juró respetar los fueros y leyes del Principado. Consideraba que los territorios que habían proclamado al archiduque habían roto su juramento y se habían rebelado contra su legítimo soberano», añade el experto.

VIDEO:
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La violación cometida por el último rey visigodo que abrió las puertas de España a la conquista musulmana

La tradición literaria posterior fue la que dio forma a la leyenda del gobernador ultrajado que se vengó de Don Rodrigo por violar a su hija.



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Don Rodrigo Rey de los Visigodos espiando desde los arbustos de la izquierda a Florinda




«Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo», canta el Romancero Españo lsobre el ultraje del último rey godo, Don Rodrigo, a la hija de Don Julián, el influyente gobernador de Ceuta. Tan importante e influyente que fue su traición al Rey lo que motivó, según la tradición popular, la derrota en Guadalete y el fin del reino visigodo: «De la pérdida de España/ fue aquí funesto principio».

Más allá de la tradición popular, la mayoría de datos sobre Don Julián son legendarios o muy posteriores al periodo en el que supuestamente vivió. La única fuente cercana a los acontecimientos, la llamada «Crónica Mozárabe del 754», no dice nada de Don Julián, pero sí de un cristiano de nombre Urbano que, procedente del norte de África, acompañó a los árabes en su recorrido por la Península y posteriormente viajó con uno de los generales musulmanes a Damasco.

La hermosa hija del gobernador
Deformando la historia y nombre de Urbano, fue la tradición literaria posterior la que dio forma a la leyenda del gobernador ultrajado que se vengó de su Rey. En esta línea, Urbano o Don Julián sería un noble bizantino que ejercía por esas fechas el cargo de Comes Iulianus, esto es, el gobernador en el estrecho, desde Ceuta a Algeciras, a partir de la caída en manos árabes de la ciudad de Cartago (698). Ante la presión musulmana, el último gobernador bizantino se alió con la Monarquía visigoda y defendió Ceuta repetidas veces de asedios musulmanes gracias a los suministros llegados desde la Península.


La amistad entre Ceuta y Toledo se estrechó cuando Don Julián envió a su hija, llamada La Cava («mala mujer») o Florinda, a educarse a la corte goda. Y precisamente allí se guisó el ultraje, cuando Florinda salió a pasear un día con sus doncellas por los jardines de su residencia y decidió darse un baño sin percatarse de que el Rey godo la contemplaba. La visión «abrasóle» al monarca que, sin quitarse de la cabeza a la joven, empezó a acosarla hasta lograr lo que quería. Para unas fuentes aquel Rey era Don Rodrigo, mientras para otro seguía siendo Witiza.

Víctima de la sarna, el Monarca eligió a la hermosa Florindapara que le limpiara con un alfiler de oro los ácaros y, de paso, permaneciera a solas con él. En una de esas ocasiones, Don Rodrigo (o Don Witiza) forzó a la joven a mantener relaciones sexuales.

«Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido», señala el Romancero sin aclarar si hubo o no violación. También de la crónica –si es favorable al Rey o no– depende encontrar una versión u otra de las circunstancias de este encuentro sexual. Para algunas el ultraje no fue exactamente la falta de consentimiento, sino la incumplida promesa del Rey de casarse con la joven después.

Agraviada hasta el tuétano, Florinda escribió a su padre una carta contándole lo ocurrido. Don Julián, que seguía resistiendo los ataques musulmanes, facilitó la entrada en la Península de las tropas árabes que, en el verano de 711, vencieron a las huestes de Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete. Abandonó la defensa de Ceuta y, además, facilitó información de España y barcos para el traslado de los soldados. Según algunas fuentes, incluso acompañó al general musulmán, Táriq ibn Ziyad, y participó en la batalla. Incluso se dice que fue el padre ofendido quien mató a Don Rodrigo en Guadalupe, según la «Crónica Silense».

La verdadera traición se cocinó desde dentro
Las distintas leyendas que rodean al derrumbe godo buscan, desde una perspectiva cristiana posterior, solapar con literatura que la Monarquía hispano goda mostraba una debilidad crítica cuando llegaron los musulmanes. Durante los reinados de Égica y su hijo Witiza, el Estado godo estuvo acosado por las luchas internas entre nobles y la amenaza que en el norte suponían los francos y en el sur los musulmanes, que hace poco habían conquistado Cartago.

A diferencia de su padre, Witiza promovió la reconciliación con la nobleza hostil a su poder y abandonó la política de represión. También dejó sin efecto las agresivas medidas de su padre contra los judíos. Aquello no sirvió para mucho.

Don Rodrigo nunca fue reconocido como rey en todo el territorio visigodo e incluso en las partes que controlaba tenía tantos partidarios como detractores

La demostración de que su apuesta por la paz fracasó en su reinado, marcado por sendas hambrunas, es que falleció joven, con menos de 30 años, probablemente asesinado a manos de sus enemigos. Su muerte súbita, ya fuera natural o no, fue seguida de la proclamación de forma simultánea de dos reyes diferentes: Don Rodrigo, en la Bética; y Agila, en la Tarraconense. Al primero se le cree dux de esta provincia goda, mientras que al segundo se le vincula directamente con Witiza, ya fuera hijo suyo o un noble afín a esta facción.

De ahí que el reino estuviera partido en dos cuando asomaron por el sur los musulmanes. Don Rodrigo nunca fue reconocido como rey en todo el territorio visigodo e incluso en las partes que controlaba tenía tantos partidarios como detractores. Entre el año 710 y el 711, la situación en el país fue de guerra civil abierta. La llegada poco después de los musulmanes, que la facción que apoyaba a Agila celebró como aliados suyos, sirvió para colocar a Don Rodrigo contra las cuerdas.

Los witizianos de Agila, con el obispo Opas a la cabeza, vieron en los árabes el intrumento circunstancial para imponerse a sus enemigos, como en el pasado habían hecho otros reyes godos con los francos. Solo el tiempo mostró que aquel pacto con los árabes tenía poco que ver con lo visto hasta entonces. A diferencia de los francos que lucharon y proclamaron rey a Sisenando un siglo antes, en esta ocasión los musulmanes no se iban a conformar con entregar el reino a Agila pudiéndose quedarse con todo el pastel.

La Monarquía de Don Rodrigo, por su parte, no prestó suficiente atención a las reiteradas señales de peligro procedente del Norte de África. La flota goda en el Estrecho, que en el pasado reciente había malogrado otros proyectos de invasión, brilló por su ausencia en vísperas de Guadalete. Porque, o bien ya no estaba operativa; o bien pertenecía al bando de Agila…

7.000 guerreros bereberes al mando de Tariq se plantaron en Tarifa y al poco se les unieron 5.000 árabes dirigidos por Muza, como relata León Arsenal en su libro «Godos de Hispania» (EDAF). La batalla que se produjo cerca del río Guadalete (Bética) confirmó que la Monarquía visigoda era un cadáver andante. Resulta imposible conocer los detalles del combate y, como siempre ocurre en estos casos, son los mitos los que han cubierto los enormes huecos del relato.

Una leyenda afirma que fue la retirada de los hijos de Witiza, al frente de las alas, lo que derrumbó la formación cristiana. Algo bastante complicado debido a la corta edad que pudieran tener en ese momento los hijos de Witiza y de que, en todo caso, hubiera sido más probable que hubieran luchado en el bando musulmán que junto a Don Rodrigo.

También en términos más fabulados que documentados se cree que Don Rodrigo murió ahogado cuando huía de la batalla o directamente luchando en ella. Una suposición que la aparición de monedas con su imagen en Lusitania y la posibilidad de que su tumba se encuentre en la ciudad portuguesa de Viseu ponen en cuestión. Es igual de probable que, en realidad, Rodrigo pudiera haberse refugiado en el oeste de la Península y gobernar allí una temporada.

VIDEO:https://www.abc.es/historia/abci-vi...conquista-musulmana-201807030203_noticia.html


 
El misterioso lunar de una Infanta Borbón fallecida en extrañas circunstancias: ¿cáncer mortal o un parche?

Dado que la Borbón fallecería meses después de que se finalizara el cuadro de Goya dedicado a la familia de Carlos IV, algunos dermatólogos e historiadores han especulado con que la mancha podría ser un síntoma de algún tipo de cáncer


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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:16/09/2019



María Josefa Carmela, Infanta de España, es conocida por ser la anciana que aparece decaída y con una enorme mancha en la cara en el cuadro donde Francisco de Goya retrató a la familia de Carlos IV como si fueran las Meninas de Velázquez. Lo triste de esta hija de Carlos III es que, salvo en este cuadro, su protagonismo político e incluso familiar pasó inadvertido para todos sus contemporáneos.

La Infanta Borbón nació el 6 de julio de 1744, como princesa de Nápoles, en el palacio de Gaeta, cuando Carlos III aún era Carlos VII de Nápoles y no sospechaba que la prematura muerte de Fernando VI le lanzaría a él, y a su familia, hacia el Reino de España. De apariencia física poco agraciada, con facciones irregulares en el rostro y de cuerpo deforme por una joroba, se antojó difícil más difícil de lo habitual encontrarla un matrimonio satisfactorio.



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La Infanta María Josefa en 1800 por Goya



En 1764, su hermana menor, la Infanta María Luisa, fue elegida antes que ella para desposarse con el Gran Duque de Toscana, que luego sería Emperador de Austria. María Josefa sería de nuevo candidata a un matrimonio de altura a la muerte en 1768 de María Leszczyńska, esposa de Luis XV de Francia. Se asume que la diferencia de edad, ella tenía 24 años y él 58 años, fue la causa de que no llegaran a buen puerto las negociaciones, pero lo cierto es que está envuelto en cierto misterio las razones por las que ningún candidato prosperó y la Infanta terminó consagrando su vida a una estricta soltería. En cierto momento su padre, Carlos III pensó en casarla con su hermano el Infante Don Luis, Conde de Chinchón, lo cual tampoco cuajó dado el mezquino temor del Rey a que los derechos dinásticos de los posibles frutos de este matrimonio pudieran prevalecer sobre los de sus propios hijos.


Tras la muerte de su padre en 1788, la Infanta María Josefa vivió con discreción en la corte de su hermano Carlos IV volcada en la religión como protectora de la orden de las Carmelitas. La corte era, por entonces, un lugar dominado por la figura de su cuñada María Luisa de Parma, nieta de Luis XV de Francia, con la que la Infanta no tenía una buena relación.

En un tiempo en el que las aristócratas conquistaron mayor protagonismo público, María Josefa ingresó el 21 de abril de 1792 en la Orden de Damas Nobles de la Reina, institución premial, estrictamente femenina, gobernada por María Luisa y creada como una manera de recompensar a las mujeres nobles que se distinguieran por sus servicios o cualidades en España. También fue condecorada con la Cruz de la Orden Estrellada (la Orden de Damas nobles del Imperio austriaco), otorgado por la dinastía austríaca.


Un vida a una pintura pegada
Más allá de estos rimbombantes reconocimientos, los principales rastros de la existencia de la Infanta son de naturaleza pictórica. El Museo del Prado cuenta con un retrato de juventud, obra de Lorenzo Tiépolo, que logra disimular la escasa belleza que los cronistas atribuyen a María Josefa, y con un expresivo retrato ya en su senectud, boceto de Goya para el cuadro general de «La familia de Carlos IV», donde fue representada poco antes de su muerte, siendo la señora de mayor edad de la parte izquierda de la pintura.

Se sabe que el artista aragonés pintó a los protagonistas del cuadro de forma separada por una cuestión logística a lo largo de la primavera de 1800. La Infanta se presenta con la banda de la orden de Damas Nobles, y sobre el pecho lleva un borrón negro que corresponde al lazo de la insignia de la Cruz Estrellada. En la cabeza luce un tocado, a modo de turbante con una pluma de ave del Paraíso, y se adorna con ricos pendientes de diamantes. Lo más llamativo, sin embargo, es el enorme lunar de color negro que lleva en la sien derecha.

«En su sien derecha se ve un tumor grande y negro, probablemente un melanoma, seguramente del tipo léntigo maligno»

Dado que la Borbón fallecería meses después de que se finalizara el cuadro, algunos dermatólogos e historiadores han especulado con que la mancha podría ser un síntoma de algún tipo de cáncer. El doctor Laurens P. White, médico de San Francisco (California), publicó en 1995 un comentario titulado «What the Artist Sees and Paints» en la revista «Western Journal of Medicine» apuntando a un melanoma:

«Entre los años 1800 y 1801, Francisco de Goya pintó un gran retrato de grupo de la familia del Rey Carlos IV de España. Incluída en este grupo está la hermana del Rey, la Infanta María Josefa, de 56 años de edad. En su sien derecha se ve un tumor grande y negro, probablemente un melanoma, seguramente del tipo léntigo maligno. Se pueden ver los bordes elevados del tumor. Y es sabido que la infanta murió por causas desconocidas seis meses después de que la pintura hubiese sido acabada. Por diversas razones podemos especular sobre la causa de su muerte pero no podemos afirmarla con certeza».

A lo que añadía el médico norteamericano:

«Una de las razones por las que Goya es uno de los más grandes pintores del mundo es porque en sus retratos lo reflejaba todo, con tanta fidelidad, que era capaz de pintar un cáncer en una princesa real».



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La familia de Carlos IV, pintura de Francisco de Goya



El tamaño de la mancha negra y sus bordes regulares hacen pensar, sin embargo, en que se trataría de un artefacto, un parche de terciopelo negro que se usaba como lunar postizo y que fue muy habitual en el siglo XVIII. Si bien este tipo de lunares estaban algo pasados de moda cuando se pintó el cuadro, sí se seguían usando con fines medicinales, ya que se aplicaban sustancias para aliviar ciertos tipos de cefaleas o neuralgias, o incluso eran recomendados en la falsa creencia que podían aliviar ciertas enfermedades infecciosas como la sífilis. El doctor jerezano Francisco Doña, profesor asociado de Historia de la Medicina en la Universidad de Cádiz, sostiene esta teoría en que Goya ya había pintado antes de ese cuadro parches similares. Por ejemplo, en la sien de la Reina María Luisa, en los años 1789 y 1790, o en la ceja derecha de Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba, en 1797.

Así lo considera igualmente la doctora Olga Marqués Serrano, cuyaos argumentos aparecen recogidos en la obra «La piel en la pintura»:

«Esta mancha ha sido muchas veces interpretada erróneamente como una queratosis seborreica, pero se sabe que era una moda, un parque realizado en terciopelo o seda negra que llevaban como adorno en la sien y parece que a veces usaban para aliviar el dolor de cabeza»

La Infanta fallecería a la edad de 57 años en el Palacio Real de Madrid, poco antes de que su hermano Carlos perdiera el trono de España y tuviera que marchar al exilio en 1808. Se desconocen las causas de la muerte. Fue inicialmente sepultada en el convento de Santa Teresa de Madrid, propiedad de las monjas Carmelitas, a las que había favorecido en vida. Tras la demolición del convento a raíz de la revolución de 1868, los restos fueron trasladados al Panteón de Infantes del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en cuya cámara octava reposan hoy.

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Desvelan los turbios secretos del 'héroe' del bando nacional que quiso asesinar a Franco
El MI5 ha hecho público el último interrogatorio que hizo a Kim Philby, el agente doble que se unió a la policía soviética en los años treinta y espió para la URSS hasta los sesenta



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SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:25/09/2019



Tres décadas después de que Europa pusiera un sonoro punto y aparte a la Guerra Fría con la caída del Muro de Berlín, el tufo que perdura de este período histórico sigue siendo el mismo: el de los espías y las agencias que combatieron en la sombra para uno y otro bando. Fueron muchos los que conocemos y, según parece, no demasiado profesionales. ¿Cómo podrían haber sido descubiertos en caso contrario? De entre todos ellos hay uno que cuenta con un aura especial: el británico Kim Philby. Agente doble leal a Iósif Stalin, pasó por España (donde fue condecorado por el mismo Francisco Franco al que pretendía asesinar) antes de pasar por Estados Unidos, Beirut y otras tantas regiones. En 1963, cazado por el gobierno británico, huyó a Moscú.

A grandes trazos, este fue el devenir de un Philby caído en desgracia. Sin embargo, el MI5 (el servicio de inteligencia británico dedicado a la seguridad interior del país) acaba de poner a este curioso personaje de actualidad tras dar a conocer en los Archivos Nacionales múltiples documentos sobre su última etapa en el país. Según han publicado varios medios anglosajones como «The Times» o «The Guardian», este organismo ha desvelado el último interrogatorio que el gobierno le hizo antes de que se marchara a Moscú. Fechado el 11 de enero de 1963, durante el mismo explicó que, aunque en efecto se había unido a la policía secreta soviética en los años treinta (la OGPU), eso no significaba que estuviera de acuerdo con su ideología.



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Kim Philby, en una de sus fotografías más famosas



También incidió en que no se puso a sus servicios por ideología. «En resumen, me uní al OGPU como aquel que se une al ejército. Debe haber habido muchos soldados británicos que obedecieron las órdenes que sus oficiales les daban en Passchendale [una de las primeras batallas de la Gran Guerra] aunque supieran que estaban equivocados». Según «The Times», el artífice de la confesión fue el oficial de inteligencia del MI6 (el servicio secreto dedicado a las operaciones exteriores) Nicholas Elliott. Este recibió la confesión en Beirut casi treinta años después de que su también gran amigo entrara a formar parte de la OGPU.


Al parecer, el MI5 quería enviar a su propio interrogador para obtener la declaración de Philby, pero el MI6 estaba convencido de que el agente doble sería más propenso a hablar con un amigo. Los extractos, publicados el pasado martes, comienzan con la narración de la cita que mantuvieron ambos. A continuación, exponen las declaraciones obtenidas. En las mismas desveló también que una de las primeras tareas que le había puesto el gobierno soviético era la de identificar a otros posibles espías comunistas dentro de la Universidad de Cambridge (en la que trabajaba) y presentar un alista con ellos. Donald MacLean fue aceptado y, en los cincuenta, desertó a la URSS cuando supo que los servicios secretos ingleses seguían sus pasos.

Poco antes de aquella reunión, Elliott ya había contactado con Philby para ofrecerle la inmunidad si regresaba a Londres y le ofrecía una confesión completa. Ambos se reunieron, pero el espía no debió sentirse demasiado seguro, pues desertó el 23 de ese mismo mes y se marchó a la URSS en un carguero. Desde «The Guardian» apuntan a que su interrogador pudo haberle alentado a escapar para evitar que la noticia (vergonzosa para el gobierno británico) de que un agente había engañado al gobierno durante dos décadas se extendiera.

Comunista
Si hay un ejemplo que demuestre la importancia de los servicios de inteligencia en la historia, ese es el de Kim Philby. Hijo de un padre militar que -por si fuera poco- había ejercido como diplomático en Arabia, vino al mundo el 1 de enero de 1912 en la India. Poco le duró su estancia en el Raj británico, pues fue finalmente enviado al Trinity College de Cambridge para cursar sus estudios. Fue precisamente en ese lugar donde se empezó a sentir sumamente atraído por el comunismo que llegaba de la mano de Iósif Stalin. Una tendencia que era vista como la antítesis de los populares fascismos del viejo continente.

«Kim hizo amigos entre los sectores de izquierdas, algunos de extrema izquierda. El fascismo experimentaba un auge en Europa, y para muchos el comunismo era lo único que podía detenerlo», explica Ben Macintyre en «Un espía entre amigos: la gran traición de Kim Philby». Lo suyo no fue una epifanía, sino que se fue escorando poco a poco hacia esta tendencia gracias a visitas como la que hizo en 1933 a Berlín, donde descubrió la brutalidad del nazismo.



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Kim Philby, durante la última etapa de su vida



Así lo corrobora a ABC José Luis Caballero, autor (entre otras tantas obras) de «La ruta de los contrabandistas» (una novela con tintes históricos en la que se adentra en el espionaje en la Guerra Civil). El autor es partidario de que el futuro espía se unió a una tendencia que estaba, por entonces, en auge. «Philby formó parte desde mediados los años veinte del grupo de jóvenes estudiantes del Trinity College de Cambridge educados en el marxismo de la mano de Maurice Dobb, uno de sus profesores. Fue ahí donde tomó contacto con la Internacional Comunista y con la Unión Soviética, una relación que ya nunca rompería y que fue más allá de otros miembros de esa juventud, simple simpatizantes. De ese grupo formaron parte también Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross», explica el autor.

Para ser más concretos, Philby fue reclutado por un agente soviético en 1934 en Regent's Park (Londres) como parte del futuro Círculo de Cambridge. Una célula ideada por el NKVD (el servicio secreto de la URSS en plenos años 30) cuyo objetivo era incorporar británicos de bien que pudiesen infiltrarse en las altas instituciones inglesas.

Según recoge Enrique Bocanegra en «Un espía en la trinchera», nuestro protagonista fue captado por un agente llamado Hallan que le cautivó con las siguientes palabras: «Has estudiado en Cambridge, tienes un importante porvenir por delante. Un porvenir burgués. Y si quieres ayudar al movimiento antifascista y al partido [comunista] tendrás que hacerlo como tal. El movimiento antifascista necesita miembros que puedan penetrar en las instituciones burguesas». Al parecer, aquel sujeto quería disuadirle de que entrara a formar parte del partido comunista, organización en la que se limitaría a «repartir octavillas» como cualquier otro, y su talento quedaría totalmente desperdiciado.

Engañar a Franco
Con todo, lo cierto es que no comenzó con buen pie su labor con el NKVD. De hecho, no fue hasta 1936 cuando le solicitaron que partiese a España para infiltrarse en las filas franquistas y obtener información del enemigo. Aquel fue un primer viaje que apenas duró tres meses, pero le valió para publicar un reportaje sobre la situación en el país en el «The Times» y empezar a ser considerado como un periodista conservador por parte de Francisco Franco. Ya con la corresponsalía de este popular diario bajo el brazo, no tardó en ser bien visto por parte de un régimen que ansiaba la benevolencia de los medios de comunicación internacionales.

A partir de entonces, y a base de preguntas mucho más concienzudas que el resto de reporteros, logró obtener información de gran importancia para el NKVD. Desde el número de militares que participaban en algunas ofensivas, hasta ubicaciones de tropas. «Sus controladores soviéticos lo enviaron a España básicamente para infiltrarse en las altas esferas de los rebeldes como periodista cercano al fascismo. Se infiltró como periodista, haciendo gala de un acercamiento al fascismo, como admirador de los rebeldes. Se había hecho miembro del grupo llamada Amistad Anglo-Alemana y fingía que simpatizaba con el movimiento nazi. De esa manera logró infiltrarse en un trabajo magistral como agente y suministrar a la NKVD información muy valiosa», añade Caballero en declaraciones a ABC.



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Philby, en su juventud



Durante su etapa en España, Philby llegó a definir la administración de Franco como «sólida y eficiente», lo que le granjeó las simpatías de la oficialidad nacional.

Poco después, un trágico accidente le hizo ganar todavía más popularidad. Todo ocurrió a finales de diciembre, mientras las tropas de Franco avanzaban en dirección a Teruel, cuya caída era inminente. En el viaje hacia un pueblo cercano a la urbe, el coche en el que viajaba el espía junto a otros tres periodistas saltó por los aires tras recibir el impacto de un explosivo (presuntamente lanzado por un T-26 republicano). Fue un desastre, pues sus compañeros murieron en el acto o poco después. Sin embargo, nuestro protagonista logró salvarse milagrosamente.

La heroicidad le permitió ser reconocido por el mismísimo Franco, quien le condecoró con la Cruz del Mérito Militar con Distintivo Roja. Así rememora en su obra Bocanegra el suceso: «Franco clava la aguja de la insignia en la solapa de la chaqueta de Philby. A continuación le felicita mientras estrecha su mano. Un fotógrafo se coloca en una esquina y toma una instantánea». Lo cierto es que aquella medalla significaba algo más para el espía. Se traducía en tener un mayor acceso a los círculos burgueses en los que quería infiltrarse. Toda una ventaja para este agente doble que le permitió obtener todavía más información si cabe para el NKVD.

¿Asesino?
Pero ni su labor en la Guerra Civil, ni su posterior ingreso en los servicios secretos británicos le han permitido acceder por la puerta grande a los libros de historia. Por el contrario, este espía empezó a ser conocido allá por 2001, después de que una serie de documentos desclasificados por el MI5 británico desvelaran que «un joven inglés» había recibido la orden de acabar con la vida de Francisco Franco. Fue entonces cuando, inmediatamente, los grandes expertos en espionaje pensaron en Philby.

Esta información llegó de la mano del general Nikolai Yezhov, encargado de perpetrar las purgas masivas contra todos aquellos que pudieran haber atentado contra la URSS.

En uno de los informes de este militar se podía leer lo siguiente: «A principios de 1937, la OGPU [policía soviética] recibió órdenes de Stalin de asesinar al general Franco. Hardt fue instruido por el jefe de la OGPU, Yezhov, para reclutar a un inglés. Él contactó y envió a España a un joven inglés, un periodista de buena familia, un idealista y fanático antinazi. Pero antes de que el plan madurara, el propio Hardt fue llamado a Moscú y desapareció». Estas frases, unidas a una anotación al margen de la página en la que -según el diario «The Guardian»- podía leerse el apellido Philby, hicieron que todos los dedos señalaran a nuestro protagonista.




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Kim Philby, a la derecha con un vendaje, tras ser herido por un obús soviético que cayó a un metro del vehículo en el que se había refugiado del frío junto a otros tres periodistas - Bettmann/getty images




¿Realidad o ficción? Caballero, en declaraciones a ABC, deja la puerta abierta a ambas posibilidades. «Se cree que fue enviado a España para matar a Franco. En la biografía escrita por Ben Macintyre y en el libro de Yuri Modin “Mis camaradas de Cambridge” no queda muy claro si se le ordenó matar a Franco. Tal vez sí se le encargó en un principio, pero Philby no era un ejecutor, era un espía en todo el sentido de la palabra y si se le llegó a encargar, alguien en la dirección del NKVD decidió cancelar aquella supuesta operación», explica el escritor y periodista.

No obstante, en lo que sí es tajante el autor de «La ruta de los contrabandistas» es en la importancia que tuvieron los servicios de inteligencia en plena Guerra Civil. «El espionaje en la Guerra Civil, yo diría que como en todas las guerras, fue fundamental. Lo curioso es que lo que los franquistas llamaron “La quinta columna”, lo que debía ser una red de informadores el territorio republicano nunca llegó a ser una auténtica red de espionaje militar que tuvo muchas deficiencias. Fueron sobre todo las redes alemanas e italianas las que suministraron más información útil a los rebeldes. En el bando republicano, a partir de 1938 sobre todo, sí funcionó con eficacia el SIM, organizado con ayuda soviética, aunque ha trascendido más como organismo de represión interna que como espionaje en el bando contrario».

https://www.abc.es/historia/abci-de...iso-asesinar-franco-201909250124_noticia.html
 
UNA ÉPOCA MUY LOCA
'Divorcio por combate': las costumbres de la Edad Media
Durante ese periodo se dieron algunas de las tendencias más peculiares, extrañas y sorprendentes de la historia del ser humano



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Foto: iStock.



AUTOR
ADA NUÑO
30/09/2019



La Edad Media es un periodo oscuro, que generalmente visualizamos con mucho barro, una religión exacerbada, frío y pobreza. Gracias a series de televisión ambientadas en esta época, aunque con ciertas licencias poéticas, también imaginamos caballeros, caza de brujas, princesas, justas a caballo y derechos de pernada por doquier, y todo nos suena antiguo, exótico y definitivamente extraño.

El consenso popular es que no sería el mejor momento para nacer, teniendo en cuenta que la suciedad y la peste campaban a sus anchas y la esperanza de vida no superaba los 30. Pero el instinto de supervivencia siempre despierta el ingenio, y durante esa época se dieron algunas de las tendencias más peculiares, extrañas y sorprendentes de la historia del ser humano.

La fiesta de los locos
Fue una celebración de corte popular que se desarrollaba entre los últimos y los primeros días del año. Pese a que la existencia humana por aquel entonces no era muy agradable, por lo menos la gente de la época podía celebrar unas bacanales como Dios manda. En concreto, esta fiesta comenzaba con una misa burlesca (parodia de la católica) dada por un obispo-bufón que había sido nombrado antes. El discurso se tornaba en algún momento absurdo y los sacerdotes disfrazados entraban bailando y saltando, los subdiáconos comían salchichas sobre el altar y en lugar de incienso se quemaban excrementos o suelas de zapatos. Después de la pseudo misa cada cual se entregaba a los mayores excesos.

Originalmente eran tal y como las hemos contado y se limitaban a las iglesias, pero con el paso del tiempo se celebraron desfiles, representaciones cómicas, se cantaban canciones obscenas, había muchos disfraces y, por supuesto, se bebía en exceso, como en cualquier fiesta que se precie.

Divorcio por combate
En una época en la que el concepto del amor platónico no existía y a casi nadie se le ocurría casarse por amor, sino más bien con motivos financieros, las parejas no perdían el tiempo en resolver sus disputas. Quizá el término 'Juicio por combate' te recuerde a Tyrion Lannister y 'Juego de Tronos', pero lo cierto es que en la vida real era la manera de terminar un matrimonio en Alemania, dado que en la época la separación estaba totalmente prohibida.



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Al marido se le vestía con un traje ajustado con una capucha y se le daba tres palos grandes de madera para el combate, mientras que las mujeres llevaban una camisa alargada y tres pequeños sacos con piedras para que pudieran atacar. Para que el combate fuera justo, el hombre debía estar enterrado en un agujero hasta la cintura con una mano atada a la espalda. Al final daba un poco igual quién ganase, porque el divorcio estaba asegurado, si él perdía era condenado a muerte, y si era ella, la enterraban viva.

La moda
Probablemente la población del futuro alucine con las tendencias actuales teniendo en cuenta cuánto nos llama la atención a nosotros el estilismo de la Edad Media. Según informa 'Live Science', para las mujeres era bastante frecuente quitarse las pestañas y las cejas, pues la frente era vista como el punto central y más importante de la cara. Algunas estaban tan obsesionadas con ello que incluso iban más lejos (al crecimiento del pelo) para lograr una cabeza calva perfectamente ovalada.

Para que la pareja pudiera divorciarse debía combatir. Él llevaba tres palos y una mano atada a la espalda y ella unos sacos con piedras

Los hombres tampoco lo tenían mucho mejor. La ropa era muy importante para la élite medieval pues era una forma de diferenciarse y mostrar su superioridad. Un ejemplo de ello son los zapatos largos y puntiagudos que se pusieron de moda en Europa (cuanto más largos eran, mayor era el rango social del individuo). Algunos de los zapatos eran tan largos que tenían que ser reforzados, junta eso a las túnicas cortas con medias y tenemos una buena combinación. Aunque ridícula, al menos la moda era inocua, no se puede decir lo mismo de, por ejemplo, los vestidos tintados de verde que se usaban en la época victoriana y estaban tintados de arsénico: la piel lo absorbía y esto conducía a la muerte.

Pan alucinógeno
Durante el verano era normal que se diese una gran escasez de alimentos. Las reservas de trigo solían agotarse pronto, por lo que los granjeros usaban el centeno que tenían almacenado de anteriores cosechas, ¿el problema? Normalmente se contaminaba con ergot, un hongo que producía alucinaciones a todo el que lo tomaba. Los efectos eran parecidos a los que produce el LSD, ¡ñam!

Las bodas
Poco tenían que ver con las actuales. En la Edad Media las mujeres no tenían voz, y cuando los jóvenes llegaban a los 12 años (ellas) o a los 14 (ellos), estaban listos para casarse. La consumación entonces estaba lejos de ser privada y no era raro que la familia llevara a la novia a la cama. El acto de "acostarse" no era entonces un momento íntimo, y por esa razón algunos personajes históricos, como Enrique el Impotente, se vieron incapaces de hacerlo delante de tantos ojos.

https://www.elconfidencial.com/alma...media-imaginaras-costumbres-historia_2253583/
 
Los fines ocultos del matrimonio que forjó la Corona de Aragón (y no el falso Reino de Cataluña)

En 1151 Ramón Berenguer y Petronila se casaron con el objetivo de crear una alianza que, a la postre, dominó el Mediterráneo



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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:30/09/2019

Entre la casualidad y la necesidad. El matrimonio que forjó el Reino de Aragón (el que unió a Petronila de Aragón con Ramón Berenguer IV) cuenta con muchas más aristas de las que se suelen apreciar a primera vista. La boda, por ejemplo, se ratificó solo cuando la esposa se hallaba en edad fértil y se llevó a cabo con el objetivo de que Castilla no continuara con su expansión. Por si fuera poco, el padre de la mujer eraRamiro II, un monje que había abandonado los hábitos para engendrar un sucesor a la corona y evitar, así, el problema sucesorio. Lo que está claro es que, aquel año, no nació el falaz Reino de Cataluña.

Inicios de Aragón
Las raíces de la tierra aragonesa se hunden en los condados que nacieron tras la formación de la Marca Hispánica, creada en el siglo VIIII por el Imperio Carolingio al sur de los Pirineos como protección contra los musulmanes. Durante su decadencia, Ramiro Iheredó en el 1035 una de estas antiguas regiones: Aragón. A la postre, las luchas le permitieron hacerse con otros condados cercanos. Su vástago, Sancho Ramírez I, continuó esta labor.

Sucesor a sucesor, y feudo a feudo conquistado, el trono recayó en el año 1104 sobre Alfonso I, más conocido como el Batallador (y no es para menos, pues incorporó unos 25.000 kilómetros al reino). Soldado tan aguerrido como misógino (solía afirmar que un guerrero verdadero debía pasar su tiempo con otros hombres, en lugar de con mujeres) este personaje logró ganarse a espadazos la fama de ser un militar de casta. Con estos precedentes parece normal que no tuviera descendencia y dejara sus posesiones a las órdenes militares, lo que provocó un grave problema sucesorio.


Unión y fuerza

Dicen que las situaciones desesperadas solo se pueden solventar con medidas desesperadas. Y eso es lo que ocurrió: se llamó al trono a su hermano, futuro Ramiro II el Monje, entonces obispo de Roda. Este dejó los hábitos y, a toda prisa, se dispuso a la noble tarea de engendrar un descendiente que pudiera optar a la poltrona. Se podría decir que el resultado fue agridulce, ya que la que vino al mundo fue una niña: Petronila.

A partir de ese momento, la mayor preocupación que se vivió en tierras aragonesas fue la de organizar una boda que resultara en una cabeza (de varón) visible. El doctor en Historia Esteban Sarasa así lo afirma en el artículo «Petronila de Aragón», escrito para el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia: «Su vida estuvo consagrada a procurar la sucesión y buscar la alianza más conveniente a través del matrimonio». En principio se pensó en casarla con el pretendiente de Castilla, pero el miedo a que el poder de Aragón se diluyera hizo que se apostara por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.



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Alfonso el Batallador



La prisa primaba y, cuando apenas había cumplido una primavera, Petronila fue entregada como esposa a un noble que sumaba ya veintitrés años. Ramiro II dejó por escrito que su pequeña llevaba bajo el brazo un buen regalo:

«En nombre de Dios. Yo, Ramiro, por la gracia de Dios, rey de Aragón, te doy a ti, Ramón, conde y marqués de Barcelona, mi hija por esposa, con todo el reino de Aragón íntegramente, tal como mi padre, el rey Sancho y mis hermanos Pedro y Alfonso no lo juramento, que te sean fieles en aquello que toca a tu vida [...]. Todas estas cosas sobreescritas, yo, el dicho rey Ramiro, te las hago talmente a ti, Ramón, conde y marqués de Barcelona, que si mi hija moría, tu conservases la donación del dicho reino libremente y sin variarla y sin ningún impedimento después de su muerte [...]. Redactado el día 3 de los idus de agosto [11 de agosto], en el año de la Encarnación del Señor de 1137».


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Ramiro II, el Monje


Los esponsales se ratificaron en una boda celebrada en 1150, cuando la niña se convirtió en mujer a ojos de la ley (a los catorce años de edad). Fue entonces cuando también se consumó, pues antes había sido imposible por su escasa edad.

Según desvela el medievalista David González Ruiz en sus múltiples obras sobre esta etapa, la operación sirvió «para ofrecer un frente sólido a las ansias expansionistas castellanas» y conseguir impedir que Alfonso VII «se convirtiera en emperador de toda la Península». Y todo ello, mientras garantizaba la continuidad del título de Rey de Aragón.

Con todo, la unión fue dinástica, y no territorial o política. Ejemplo de ello es que Ramón Berenguer IV siempre se consideró «princeps», pues el Monje mantuvo sus privilegios nominales hasta que murió. Alfonso II, hijo de este matrimonio, fue el que heredó ambos territorios y comenzó la sagrada tradición de hacerse llamar rey de Aragón y Conde de Barcelona (jamás de Cataluña, como el nacionalismo pretende instaurar). La documentación de la época es clara al tildar al tildarle de «conde de Barcelona, príncipe de Aragón y marqués o duque de Lérida».

Imperio Mediterráneo
Después de décadas de lucha contra el musulmán, y con Barcelona como puerto más destacado, la resultante Corona de Aragón puso sus ojos sobre el Mediterráneo. Con ello, el mítico Jaime I el Conquistador (nieto de Alfonso II) pretendía conseguir una victoria doble: llenarse de caudales y acabar con la mala fama de la aristocracia catalana.

Se cuenta que fue en un copioso banquete en 1228 cuando le propusieron levar anclas y hacerse con Mallorca, entonces en poder de piratas que, como moscones, molestaban a los mercaderes que comerciaban por mar. A pesar de estar poco versado en el noble arte de surcar las olas, el monarca arribó a su destino y castigó con dureza a sus defensores. La isla capituló. Otro tanto ocurrió con Menorca y (poco después) también con Ibiza y Formentera.



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Tropas almogávares



Aquella misión fue la precursora de otras tantas que se llevaron a cabo en territorio extranjero de la mano de Pedro III, hijo de Jaime I. Este monarca desembarcó con sus huestes en Sicilia en 1282; oficialmente, porque sus habitantes solicitaron su ayuda para liberarse del dominio galo. Fue excomulgado por ello (pues el Papa no podía permitir, por diferentes vaivenes políticos, aquella conquista), pero se hizo con la región.

En el siglo siguiente (el XIV) la Corona continuó su política expansionista y, allá por 1323, invadió Cerdeña (con la ayuda de uno de sus «juzgados» o comarcas, eso sí). El premio fue bueno, ya que consiguió dominar la mayor parte de la isla. Otro tanto sucedió con los ducados de Atenas y Neopatria (Tesalia), anexionados gracias a los versados y letales almogávares. El último golpe se perpetró en 1442, cuando Alfonso V se hizo con el Reino de Nápoles, donde instaló su corte. El resultado fue lo que historiadores nacionales (como David Barreras) y extranjeros han denominado como un verdadero Imperio Mediterráneo.

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La «Calígula de Madagascar», la despiadada reina africana que causó pavor en Europa
Terrorífica y despiadada, Ranavalona I fue considerada una especie de «monstruo» tanto por sus enemigos occidentales como por sus súbditos. Sus brutales prácticas genocidas fueron condenenadas incluso por su hijo, quien pidió ayuda a Napoleon III para que acabara con el reinado de su madre



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Irene Mira@abc_historia



Un reinado de terror durante más de tres décadas asoló la nación de la isla de Madagascar, entre 1828 y 1861. Ranavalona I de Merina fue la monarca más despiadada y controvertida de la historia africana. Su sangre fría para asesinar a todo aquel que veía como su enemigo no pasó desapercibida para otros gobernantes despóticos como Nerón o Atila; razón de más para que sus contemporáneos la bautizasen como la «Calígula de Madagascar».

Firme defensora de la independencia malgache frente a las ambiciones coloniales francesas y británicas, llevó a cabo una violenta política de persecución contra los cristianos y de represión hacia la cultura occidental. Sus experimentos macabros hicieron que se ganara la impopularidad entre los europeos.

Antes de apoderarse del trono de la isla africana, esta mujer era conocida como Ramavo y no era más que una simple muchacha de origen plebeyo. Su destino cambió el día que su padre informó al rey de Madagascar de que se planeaba una conspiración para asesinarle. Este, agradecido por el acto de lealtad de su súbdito, le recompensó casando a su hija con el príncipe heredero, Radama.


El matrimonio fue un infierno para aquella joven, quien tuvo que sufrir la brava actitud de su esposo, el ya monarca Radama I. La primera medida de este fue eliminar sin contemplaciones a todos los aspirantes al trono, entre ellos los familiares de la propia Ramavo. La venganza de la también llamada «Bloody Mary de Madagascar» solo era cuestión de tiempo.

Al no tener descendencia, la reina fue excluida de la línea sucesoria por Radama I, quien escogió a su sobrino como futuro rey. Ramavo, que ya destacaba por su inteligencia, siendo paciente y sin despertar altercados, reunió a su alrededor fieles partidarios de las clases nobles y del ejército que, posteriormente, le ayudarían en su venganza. Lo mejor estaba aún por llegar.

El reinado de terror
En 1828, y en extrañas circunstancias, el rey murió. Una primera versión afirma que se quitó la vida durante un delirio provocado por la larga enfermedad que sufría. Sin embargo, la tesis más extendida era que su esposa Ramavo le había asesinado con veneno.

A pesar de haberse mantenido fuera de la vida pública durante los últimos años de reinado de su marido, Ramavo había ido tejiendo toda una estrategia de conspiración para actuar llegado el momento. Con la ayuda de sus partidarios dio un golpe de estado que resultó efectivo. Así, se convirtió en la reina de Madagascar bajo el nombre de Ranavalona I.


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Retrato de Ranavalona I una vez convertida en monarca



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La tumba de Radama i, el difunto rey de Madagascar



La nueva monarca fue sólida y despiadada desde el principio. Uno de sus primeros actos fue ordenar el asesinato de todo aquel que fuera una amenaza para su trono. La purga comenzó con la captura y la ejecución sin piedad de los miembros de la familia del difunto rey. Entre ellos se incluían su sobrino el heredero, su hermana y su cuñado. Como no quería derramar sangre real, los parientes regios fueron estrangulados o condenados a morir de hambre. Así se inició el reinado de terror.

Cuando tomó posesión de su cargo, la reina comunicó a sus súbditos cómo iba a ser su gobierno: «Gobernaré para la buena fortuna de mi pueblo y la gloria de mi nombre. No adoraré a ningún dios más que a los de mis antepasados. El océano será el límite de mi reino y no cederé ni el grosor de un pelo de mi territorio».

Odio hacia el europeo
El nuevo reinado de Ranavalona I trató de aferrarse a los valores culturales de Madagascar, adoptando una política aislacionista frente a Europa. Eliminó casi todas las medidas tomados por su esposo y echó por tierra los acuerdos comerciales con Francia e Inglaterra.

Radama I había sido el primer gobernante de la isla en abrir las fronteras de su país a diplomáticos y misioneros europeos y a todas sus costumbres. El rey creía que se podría aprender mucho de la cultura occidental y permitió que los comerciantes accedieran a la región; ocasión que los británicos aprovecharon para ejercer una creciente influencia en el territorio. Este hecho generó un debate en una sociedad que se veía en peligro frente a la nueva religión oficial: la cristiana.

La reina obligaba a sus víctimas a beber veneno y tres pieles de pollo cruda. Si las vomitaban eran inocentes, pero si morían demostraban ser culpables
Su mujer era de la opinión contraria. No se fiaba de las verdaderas intenciones de los colonos y estaba convencida de que Francia y Reino Unido querían acabar con el reino de Merina. La nueva reina, viendo amenazada la creencia malgache ante la expansión de la fe cristiana, inició una especie de cruzada religiosa contra sus enemigos occidentales.

Expulsó a los misioneros cristianos que había recibido Madagascar bajo el antiguo gobierno y prohibió la práctica del cristianismo dentro de su reino. En 1835 aseguró que cualquiera persona conversa o sospechosa de profesar la fe enemiga sería sometida a toda serie de tortutas macabras.

Un genocidio desatado
Algunos fueron colgados boca abajo sobre abruptos precipicios hasta que las cuerdas de las que dependían sus vidas se deshacían. Otros fueron enterrados en profundos agujeros con agua hirviendo. Y si existía alguna duda sobre la condena del reo, solo había una forma de demostrar su inocencia: era obligado a tomar veneno y tres pieles de pollo crudas. Si no las vomitaba significaba que quedaba libre, pero si moría demostraba que había sido culpable del delito.


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Esta es una de las muchas torturas que sufrieron los habitantes de Madagascar. Eran alzados sobre acantilados con una cuerda que poco a poco se deshacía hasta dejar caer al «culpable»



De esta manera, Ranavalona I llevó a cabo un genocidio sistemático que, según los historiadores, llegó a las 150.000 víctimas; entre ellas también se encontraba la población malgache. No es de extrañar que la historia la recuerde como una tirana brutal. Los europeos se sentían insultados y amenazados y sus propios seguidores la acabaron temiendo.

Su reino alcanzó unas cotas de brutalidad tales que su propio hijo -su único heredero, nacido años más tarde- se opuso a las acciones de su madre y decidió actuar a sus espaldas. Envió una carta secreta al emperador francés Napoleón III para que acabara con el reinado de Ranavalona. Sin embargo, este no accedió a las peticiones del joven. Descubierto el complot, la reina expulsó de forma definitiva a británicos y franceses de la isla y confiscó sus bienes.

Desde entonces, hasta su muerte en la vejez, aplastó sin piedad cualquier indicio de oposición. Logró sobrevivir a varios intentos frustrados de usurpar el trono gracias a su inmensa red de espionaje. Una suerte con la que no contó su heredero, Rakoto, quien fue asesinado a los pocos años de ascender como monarca, pese a que eliminó toda la política de su madre de raíz.

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La tragedia de los judíos expulsados por los Reyes Católicos, ¿cómo acabaron los sefardíes en América?
La odisea vivida por este grupo de españoles arrastró a mujeres, hombres y niños a lugares donde fueron esclavizados, perseguidos y, en algunos casos, expulsados de nuevo a otros territorios




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Expulsión de los judíos de España (año 1492), según Emilio Sala




SeguirCésar Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:11/10/2019



El Congreso de los Diputados aprobó en 2015 una ley para conceder la nacionalidad española a los sefardíes, los descendientes de los judíos hispano-portugueses que vivieron en la Península ibérica hasta 1492. Sin embargo, no ha sido hasta cuatro años después cuando el Ministerio de Justicia y el Consejo General del Notariado españoles ha terminado la recepción de solicitudes de nacionalidad, hasta 149.822 solicitudes, 72.000 solo en el último mes, la mayoría de Hispanoamérica. Alrededor de 20.000 llegaron de México, 15.000 de Venezuela y 10.000 de Colombia.

Pero, ¿cómo acabaron todos estos judíos españoles dispersos por el mundo? La odisea vivida por este grupo de españoles arrastró a mujeres, hombres y niños a lugares donde fueron esclavizados, perseguidos y, en algunos casos, expulsados de nuevo a otros territorios.

Las consecuencias de un éxodo moderno
La expulsión de los judíos de España fue firmada por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492 en Granada. Lejos de las críticas que siglos después ha recibido en la historiografía extranjera, la cruel decisión fue vista como un síntoma de modernidad y atrajo las felicitaciones de media Europa. Incluso la Universidad de la Sorbona de París transmitió a los Reyes Católicos su satisfacción por una medida de aquella índole. La mayoría de los afectados por el edicto eran, de hecho, descendientes de los expulsados siglos antes en Francia e Inglaterra. Salvo en España, los grandes reinos europeos habían acometido varias ráfagas de deportaciones desde el siglo XII. Así, el Rey Felipe Augusto de Francia ordenó la confiscación de bienes y la expulsión de la población hebrea de su reino en 1182. Una medida que en el siglo XIV fue imitada otras cuatro veces (1306, 1321, 1322 y 1394) por distintos monarcas galos. No en vano, la primera expulsión masiva la dictó Eduardo I de Inglaterra en 1290.


El edicto español de 1492 establecía que los judíos tenían un plazo de cuatro meses para abandonar el país. Les estaba permitido llevarse bienes muebles, pero les prohibía sacar oro, plata, monedas, armas y caballos, lo cual complicaba mucho que los judíos españoles pudieran iniciar nuevos negocios en otros territorios. El elevado volumen de refugiados tampoco ayudaba a que alguien quisiera recibirlo con los brazos abiertos.


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Expulsiones de comunidades judías en Europa entre 1.100 y 1.600



En tiempos de los Reyes Católicos, siempre según datos aproximados, los judíos representaban el 5% de la población de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península pues se convirtieron al Cristianismo y una tercera parte regresó a los pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero. Y aunque algunos historiadores han llegado a afirmar que solo se marcharon definitivamente 20.000 habitantes (el hispanista británico John Lynch lo eleva a entre 40.000 y 50.000), lo cierto es que la persecución se prolongó durante todo el siglo XVI provocando un silencioso goteo de salidas por parte de falsos conversos. Por lo pronto, regresaran o no, al menos 150.000 se lanzaron a los caminos en 1492.

En previsión de posibles agresiones por parte de la población cristiana, los Reyes Católicos facilitaron a este grupo de españoles expulsados de su tierra un documento de seguridad donde se reclamaba respeto hacia ellos a las autoridades y al pueblo. Una medida que no evitó la trágica estampa de miles de hombres, mujeres y niños cargando con sus escasas pertenencias por los maltrechos caminos del periodo. «No había cristiano que no tuviese dolor de ellos. Iban por los caminos e campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando», describió en sus crónicas Andrés Bernáldez.


«No había cristiano que no tuviese dolor de ellos. Iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando»



La mayoría tomó la desafortunada decisión de dirigirse a los reinos cercanos de Portugal y Navarra, donde sufrieron otra vez el oprobio de nuevas expulsiones en 1497 y en 1498, respectivamente. Desde Portugal, un gran porcentaje se dirigió al Norte de Europa, evitando la matanza de Lisboa en 1506 o las deportaciones masivas a Santo Tomé y Príncipe (en el golfo de Guinea) reservadas para los judíos que omitieron las órdenes de la Corona portuguesa.

Sin hueco en el mundo
Los refugiados de Navarra se instalaron en Bayona en su mayoría, donde también fueron expulsados poco después. Y los que decidieron dirigirse a Italia gozaron de suerte dispar según el lugar elegido. En Nápoles, a punto de integrarse completamente a la Corona de Aragón, su permiso de residencia fue muy limitado y, en 1541, fueron desplazados definitivamente del territorio. Génova, que ya había prohibido el acceso a este grupo en el pasado, procedió a vender como esclavos a los que accedieron sin permiso a su república. Paradójicamente, los Estados Pontificios, donde se encontraba la sede de la Iglesia católica, no tomaron el camino de la expulsión hasta finales del siglo XVI.




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Miniatura de una Hagadá española (Hagadá Hermana, Arte sefardí, Barcelona, 1350)




Así y todo, la fortuna de los europeos fue mejor que la de los que viajaron al norte de África. «En el Magreb, en particular Marruecos, muchos de ellos encontraron la muerte en la travesía, o la esclavitud en los barcos de los moros, que les habían hecho creer que tendrían un viaje sin problemas», explica la historiadora Béatrice Leroy. Solo los que se refugiaron en el Imperio otomano, acostumbrado a sacar rédito de sus tratos con esta comunidad, pudieron gozar de cierta estabilidad. El sultán Bayaceto II permitió el establecimiento de los judíos en todos los dominios de su imperio, enviando navíos de la flota otomana a los puertos españoles y recibiendo a las figuras más ilustres personalmente. «Aquellos que les mandan pierden, yo gano», afirmó el sultán, según recoge la tradición, como reproche al error cometido por los Reyes Católicos.

El odio inicial hacia España de los sefardíes –llamados así en referencia al territorio de Sefarad, el nombre que recibe la Península ibérica en lengua hebrea– dejó paso con el transcurso de los siglos a una especie de añoranza por la amada tierra de sus ancestros. Todavía hoy, España es sinónimo de nostalgia para la comunidad sefardí, que ha mantenido vivos sus lazos con la cultura ibérica a través de sus costumbres y su lengua. A modo de ejemplo, se pueden encontrar lugares, como algunas zonas de Bulgaria, donde aún se habla el ladino, un idioma procedente del castellano medieval.

En la actualidad, la comunidad sefardí alcanza más de dos millones de integrantes, la mayor parte de ellos residentes en Israel, Francia, Argentina, Estados Unidos y Canadá. Su presencia también es reseñable en los antiguos territorios pertenecientes al Imperio español, donde se refugiaron tras la persecución sufrida a manos de los nazis durante la II Guerra Mundial en busca precisamente de una cultura y una lengua que aún les resultaban familiares.

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La tumba de Alejandro Magno, el rompecabezas que tampoco Napoleón supo resolver
Durante dos años sus compañeros de armas se empeñaron en construir un mausoleo de oro macizo con la figura en relieve del Magno. La estructura contaba en sus extremos con columnas jónicas de oro y en sus laterales incluía escenas de la vida del general



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La localización de la tumba del gran conquistador de la Antigüedad resulta uno de los casos más misteriosos de la arqueología mundial. No tanto por lo que puede haber en su interior, como por el hecho de que durante siglos su ubicación era archiconocida. La visitaron emperadores, reyes, gobernantes y grandes personajes hasta que, mientras se venía abajo el Imperio romano, se le perdió el rastro para siempre.

Alejandro cayó enfermo el 2 de junio del 323 a. C. tras un banquete en Babilonia donde había bebió grandes cantidades de vino. Durante casi dos semanas Alejandro padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizado, unido a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos. El 13 de junio, cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir los 33 años de edad, falleció el dueño de media Asia sin dejar un heredero claro.

Durante dos años sus compañeros se empeñaron en construir un mausoleo de oro macizo con la figura en relieve del Magno. La estructura contaba en sus extremos con columnas jónicas de oro y en sus laterales incluía escenas de la vida del general. En el palio de púrpura bordada se encontraba expuestos el casco, la armadura y las armas del macedonio. Una vez finalizado, el mausoleo fue transportado desde Babilonia hacia Macedonia por 64 mulas que completaron un recorrido de 1.500 kilómetros. Sin embargo, los restos mortales nunca lograron alcanzar su lugar de nacimiento.


La guerra abierta entre los sucesores de Alejandro Magno fragmentó el imperio del macedonio y entregó la parte Egipcia a Ptolomeo, que se declaró a sí mismo Rey de Egipto. Mientras el cortejo fúnebre con los restos de Alejandro se dirigía a Macedonia, Ptolomeo se apropió de ellos y se los llevó a Egipto. En un principio, adaptó una tumba vacía que había sido preparada para enterrar al último faraón nativo de Egipto, Nectanebo II, y trasladó los restos del que fuera su general a una capilla dentro del templo del Serapeo de Saqqara, en la necrópolis de la antigua Menfis. La grandilocuente tumba se encontraba al final de una larga avenida de esfinges.


Una parada para los emperadores que se perdió

Al hijo de Ptolomeo, Ptolomeo II, no le parecía suficientemente lustrosa la localización y trasladó la tumba de Alejandro de Menfis a Alejandría (la más famosa de las 50 Alejandrías fundadas por el conquistador). Así creó un estructura monumental conocida como el Soma para el descanso del macedonio y el de su propia dinastía. El sarcófago era en su origen de oro, si bien Ptolomeo IX lo reemplazó por cristal debido a necesidades económicas e incluso es posible que cambiara su ubicación de nuevo. Allí lo halló Julio César cuando peregrinó a la tumba de su héroe de juventud. En el año 48 a. C, el romano llegó a Alejandría, después de haber perseguido a su enemigo Pompeyo, y tuvo ocasión de ver los restos.

Su heredero político, César Augusto, también visitó la tumba en un acto plagado de propaganda. Cuando las dignidades griegas que le acompañaban le ofrecieron visitar las tumbas de los reyes Ptolomeos, el primer ciudadano de Roma les recordó que él no había ido a ver muertos sino a un rey. Ordenó que fueran sacados los restos de Alejandro de su tumba, adornando el cadáver con flores y una corona de oro. Según las fuentes del periodo, cuando Augusto estiró la mano para tocarle la cara a Alejandro le rompió de forma accidental un pedazo de nariz.

A partir de entonces, la visita de los emperadores de Roma a la tumba de Alejandro se convirtió en «protocolaria». Algunos, como Cayo Calígula, que la conoció en un viaje con su padre de niño, se apoderaron de distintos objetos presentes (en su caso de la coraza de Alejandro). Por el contrario, Septimio Severo ordenó sellar el acceso a la tumba al ver lo poco protegida que estaba, en el año 200 d. C. La última supuesta visita fue la del emperador romano Caracalla, en 215, que afirmó haber sido poseído por el espítitu de Magno.

Con la decadencia del Imperio romano, Alejandría se vio azotada por distintos saqueos y revueltas, que terminaron por perder el rastro de la tumba del general. Si bien hay evidencias de que todavía en el siglo IV la tumba seguía en su lugar original, no se puede constatar que saliera intacta en el 365 del gran terremoto seguido de un tsunami gigantesco, que provocó estragos en las regiones costeras y ciudades portuarias de todo el Mediterráneo oriental. En Alejandría los barcos fueron levantados hasta los tejados de los edificios que quedaron, lo que hace probable la destrucción del mausoleo del Soma.

A partir de ese momento se perdió el rastro a la tumba, ya fuera porque fue destruida en el terremoto o en los saqueos que acompañaron los años finales del Imperio romano. No así a los restos mortales del conquistador. Libanio de Antioquía mencionó en un discurso dirigido al Emperador Teodosio, que el cadáver de Alejandro estaba expuesto en Alejandría de forma pública. Probablemente fue retirado y separado del sarcófago, lo que explicaría que la expedición de Napoleón lo hallara vacío en el siglo XIX.

La devoción por estos restos finalizó de forma abrupta cuando Teodosio publicó una serie de decretos para prohibir el culto a los dioses paganos, entre los que destacaba Alejandro. Aquí se perdieron también los restos.

Una búsqueda obsesiva entre los arqueólogos

En la célebre expedición que Napoleón condujo en 1798, se descubrió un antiguo sarcófago vacío situado en una capilla en el patio de la mezquita Atarina en Alejandría. Los lugareños aseguraban, basándose en la creencia medieval de que el gigantesco sarcófago se había quedado limitado a una pequeña capilla, que se trataba de la tumba de Alejandro Magno. No obstante, los arqueólogos que acompañaban al «Gran corso» albergaba sus dudas y no fueron capaces de resolver el rompecabezas todavía vigente.

En 1801, Edward Daniel Clarke llevó el sarcófago al Museo Británico de Londres y dio pie a que Champollion descifrara los jeroglíficos. Después de que los británicos transportaron el sarcófago a Inglaterra entre 1802 y 1803, la mezquita se deterioró rápidamente, y pocas décadas después había desaparecido. No en vano, el monumento contenía una pista, una inscripción que anunciaba que el sarcófago pertenecía al faraón Nectanebo (Nectanebo II, aclararon investigaciones posteriores).

El asunto se cerró en falso sin sospechar, en ese momento, que Ptolomeo se había apoderado de la tumba de Nectanebo II (él huyó de Egipto cuando llegaron los macedonios y su tumba quedó vacía) para enterrar a Alejandro Magno. Distintos autores han insistido recientemente en que la respuesta al misterio está en esta mezquita de Atarina en Alejandría, concretamente en la costumbre de los ptolomeos por reciclar elementos arquitectónicos de sus antecesores.

Pero esta no ha sido la única teoría, siendo que la mayor parte de los esfuerzos por encontrar la tumba o los restos del conquistador se han centrado en Alejandría. El egiptólogo italiano Evaristo Breccia lo buscó casi de forma desesperada en la zona de la mezquita de Nabi Daniel (a pocos metros de donde estuvo la de Atarina) y en Kom el Dick. Todo ello sin éxito. Como explica Valerio Massimo Manfredien su libro «La tumba de Alejandro: El enigma», el sucesor de Breccia, el arqueólogo Achille Adriani, decidió cambiar la dirección de las búsquedas hacia el cementerio latino de Alejandría, en la zona sudeste de la península del Lochias. Tampoco él logró dar con la tecla.

Fuera de la ciudad, otros estudios han buscado la tumba en el oasis de Siwa, el lugar donde Alejandro fue acogido por los sacerdotes egipcios como el hijo del dios Amón. Así como en la antigua Anfípolis, una importante ciudad del reino de Macedonia, a 100 kilómetros al este de Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia. En este sentido, los arqueólogos anunciaron el año pasado que lo más probable es que una tumba de grandes dimensiones encontrada recientemente allí esté dedicada, en verdad, a Hefestión, el amigo más íntimo de Alejandro Magno.

Pero más allá de saber dónde está la tumba, al menos cabe preguntarse qué fue de los restos tras la prohibición de Teodosio de adorar a símbolos paganos. En 2004, el historiador británico Andrew Chuggplanteó una curiosa pero poco probable teoría en su libro «La tumba perdida de Alejandro Magno». En su opinión, la venerada tumba de San Marcos en Venecia podría contener no los restos del evangelista, sino nada menos que el cuerpo de Alejandro Magno.

Sostiene este experto en el legendario rey de Macedonia que la confusión histórica sobre la suerte del cuerpo del mítico guerrero se explica porque el cadáver fue disfrazado de San Marcos para evitar su destrucción durante una insurrección cristiana. De esta forma, no fueron los restos de San Marcos (que algunas tradiciones dicen que fueron quemados) los que fueron robados por mercaderes venecianos unos cuatro siglos más tarde para devolverlos a su ciudad natal. Serían, en este caso, los restos de Alejandro Magno los que fueron llevados a Venecia.



VIDEO:

https://www.abc.es/historia/abci-tu...oleon-supo-resolver-201610260225_noticia.html
 
ROBERT BALLARD INVESTIGÓ EN NIKUMARORO
¿Dónde está Amelia Earhart? Una extraña fotografía, unos huesos... y el Titanic
Conocida mundialmente por ser la primera mujer aviadora de renombre capaz de destrozar todo tipo de marcas en el aire, el 2 de julio de 1937 iba a desaparecer si dejar rastro



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Amelia Earhart, junto a su Lockheed Electra con el que desapareció en julio de 1937. (Foto: Flickr)



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RUBÉN RODRÍGUEZ
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17/10/2019



El caso de Amelia Earhart sigue más vivo que nunca. Después de casi un siglo de esfuerzos por tratar de desentrañar qué ocurrió con la experimentada aviadora norteamericana y con su copiloto, Fred Noonan, todos los esfuerzos han sido en vano: el último ha sido el del experimentado explorador Robert Ballard, el mismo que consiguió descubrir los restos del Titanic en 1985. Tras varios meses de investigación, no ha conseguido hallar el esperado fuselaje del avión.

Dónde está el avión de Earhart, con el que cerrar de una vez por todas el caso,sigue siendo un misterio. Por ello, Ballard decidió investigar al respecto: el éxito del Titanic le avalaba, por lo que en agosto se lanzó al mar con la intención de resolver el misterio. Después de meses de búsqueda y un esfuerzo millonario, en el que se recorrió la isla de Nikumaroro y hasta 4 millas náuticas, con un potente sonar y vehículos de superficie flotantes, no encontró ni rastro del Lockheed Model 10 Electra.

onocida mundialmente en la década de los años treinta por ser la primera mujer aviadora de renombre capaz de destrozar todo tipo de marcas en el aire, el 2 de julio de 1937 iba a tener inicio la tragedia aérea más misteriosa de todos los tiempos: en su intento por ser la primera en dar la vuelta al mundo, se perdía el rastro de la piloto sin dejar ninguna pista... hasta que una serie de investigaciones consiguieron localizar dónde se pudo producir la tragedia.

El primer hilo del que tirar 'surgió' en 1940. Por aquel entonces, unos buscadores que estaban recorriendo las islas del Pacífico en busca de respuestas sobre el caso se encontraron con una serie de huesos en un enterramiento situado en la isla de Nikumaroro. Cuando se les practicó los primeros análisis, llegaron a la conclusión de que pertenecían a un hombre. Pero junto al cadáver aparecieron una serie de objetos que podían encajar con los que Earhart llevaba en su avión.

Botones, espejos, un sextante, crema, licor o planos en aluminio fueron algunos de elementos hallados junto a los huesos y, lo más curioso, es que encajarían perfectamente con los utensilios de los dos pilotos que querían dar la vuelta al mundo. Sin embargo, aquello quedó en el olvido durante algunas décadas, hasta que hace un par de años apareció una pista que parecía incontestable: una imagen en la que se podía ver con vida a Earhart y a Noonan.




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Una imagen que avivó el misterio



Fueron los Archivos Nacionales Estadounidenses los que publicaron una extraña foto, sobre la que uno de sus expertos avisaba: dos de las personas que aparecían entre varios habitantes japoneses eran Earhart y Noonan. Eso sí, estaban en la isla de Howland, a 563 kilómetros de la zona en la que se descubrieron los huesos de la aviadora. ¿Qué hacían allí? Todo apunta a que Earhart hizo un aterrizaje para repostar, momento en el que fue retratada.

De ahí, habría vuelto a despegar, pero habría sufrido un problema mecánico que provocó que su avión se estrellara en la isla de Nikumaroro, un lugar completamente abandonado y sin presencia humana. Pese a no haber sufrido ninguna herida, al menos mortal, se quedó en este islote perdida -no sabemos si su copiloto sobrevivió- hasta el fin de sus días, allá por 1940... pero aún quedaba una vuelta al caso, relacionada con aquellos huesos encontrados.







Tras darse a conocer la foto, unos expertos analizaron el estudio previo que se hizo de los restos óseos, llegando a una clara conclusión: "La morfología de los huesos recuperados, en la medida en que podemos ver aplicando métodos forenses contemporáneos a las mediciones tomadas en ese momento, parece consistente con una mujer de la altura y origen étnico de Earhart, encajando al 99% con su cuerpo". Así, era el momento de tratar de encontrar el avión.

Ballard ha sido el último en lanzarse en esta aventura, convencido de que podría encontrar los restos del avión, pero su equipo no consiguió encontrar ninguna evidencia de la aeronave. Si bien está convencido de que se estrelló allí, los expertos creen que el avión, casi un siglo después, puso haberse desintegrado con el paso del tiempo. Pero Ballard sigue confiando en que, en algún lugar, podrá encontrar alguna pieza del motor, la única parte que ha podido sobrevivir al inexorable paso del tiempo.

https://www.elconfidencial.com/alma...da-robert-ballard-titanic-nikumaroro_2287224/




 
ENTREVISTA
Simon Schama: "Los logros de la Revolución francesa tardaron un siglo en llegar"
El historiador inglés publica en España 'Ciudadanos', un libro estupendo de más de mil páginas con un enorme talento narrativo y atención a los detalles



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Simon Schama.(EFE)


RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ




Simon Schama (Reino Unido, 1945) coge el teléfono en Nueva York, donde son las ocho de la mañana. Tiene un acento británico que hace que uno tenga la sensación de estar hablando con la voz en off de un documental de la BBC. Y es que, además de un reputado historiador sobre la historia de los judíos (la editorial Debate ha publicado los dos primeros volúmenes de su monumental obra sobre el tema) y la historia del arte, Schama adquirió fama, precisamente, por sus documentales históricos en la BBC. Muchos de ellos vinculados a los temas de sus libros, y siempre entretenidísimos, cultos y amablemente divulgativos. Ahora, treinta años después de la edición original en inglés, Debate publica una de sus grandes obras, 'Ciudadanos. Una crónica de la Revolución Francesa'.

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'Ciudadanos'. (Debate)


Se trata de un libro estupendo de más de mil páginas que cuenta, con un enorme talento narrativo y atención a los detalles, no solo la revolución en sí, sino de los años previos, el clima político e intelectual de la Francia del “ancien régime” y la causas que provocaron este suceso que cambió para siempre la historia. Cuando le digo a Simon Schama que quiero preguntarle por 'Ciudadanos' carraspea y me dice: “No estoy seguro de cuándo lo leí por última vez.” “No se preocupe -le respondo- sigue siendo un libro magnífico y actual.” Con una mezcla de escepticismo y socarronería, me dice: “Ojalá”.

PREGUNTA. En 'Ciudadanos', la toma de la Bastilla, considerada tradicionalmente el inicio de la Revolución Francesa, no aparece hasta la página 400. Usted dedica mucho tiempo y muchas explicaciones a que el lector entienda el reinado de Luis XVI y el clima intelectual de la época. Sorprende, sobre todo, cuando habla de la modernidad del “ancien régime”.



RESPUESTA.
En sus años finales, el “ancien régime” estaba muy guiado por la Ilustración. Por supuesto, el Gobierno no permitía la libertad de expresión, fuera a viva voz o por escrito. Pero más allá de eso, a las élites gobernantes les entusiasmaban las novedades y la ciencia. Las academias de medicina, de las letras, de pintura y de las ciencias funcionaban, se estudiaba de todo, se ascendía y premiaba a los mejores investigadores. Lo que pasaba era que, aunque Francia miraba a Estados Unidos o a Gran Bretaña, no encontraba una manera de reinventar su política, de modo que esta se basara en la modernización económica, científica y educativa y, al mismo tiempo, mantuviera la estabilidad del Estado. En el libro son fundamentales personajes como Guillaume de Malesherbes [abogado y ministro, que estuvo a cargo de la censura y permitió la publicación de la Enciclopedia], Jacques Necker [ministro de Finanzas que intentó que las cuentas del Estado fueran transparentes] o incluso Montesquieu [juez y teórico de la separación de poderes], que intentaron por todos los medios liberalizar Francia, dotarla de la clase de instituciones adecuada para que sus instintos de modernización florecieran y, al mismo tiempo, se mantuviera la estabilidad de la monarquía.



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P. Esa incapacidad para liberalizar la Francia de la época haría que algunos observadores posteriores consideraran que la Revolución había sido inevitable, que los cambios en el equilibrio del poder social del país, sobre todo entre la burguesía y la aristocracia, hacían ineludible la caída del “ancien régime” .

R. Marx creía que la revolución era fruto de la frustración burguesa por no poder convertir el dinero en estatus y unirse a la aristocracia. Pero ahora sabemos que no existían barreras para que la gente con dinero se introdujera entre la aristocracia gobernante. A finales del siglo XVIII, antes de la Revolución, el dinero lo gobernaba absolutamente todo. De modo que ahí Marx no tenía razón.

P.
Para el liberal Tocqueville, en cambio, la Revolución es una especie de continuación del viejo régimen. El absolutismo podía transformarse, pero no dejar de ser absolutismo.

R. Tocqueville tenía razón al decir que era casi imposible que, cuando la revolución tuviera lugar, pudiera liberarse de la centralización del “ancien régime”. La monarquía era un Estado centralizado, una burocracia regida metódicamente, y eso acabaría siendo una jaula de hierro para cualquier régimen que la sucediera. El terror revolucionario, pensaba Tocqueville, era más o menos el Estado del “ancien régime” llevado al extremo. Tocqueville consideraba el periodo moderno como una competición entre la libertad liberal y el inmenso aparato gubernamental de centralización y burocracia. Es casi el miedo de un sociólogo a la estructura: él veía el despotismo burocrático repitiéndose una y otra vez a lo largo de la historia de Francia.

Resulta muy sorprendente la cantidad de hombres de la Iglesia partidarios de la revolución


P. Usted insiste en que, más allá de los determinismos históricos que en ocasiones han visto tanto marxistas como liberales, la Revolución fue fruto de la acción humana, de las decisiones de los individuos. “La Revolución fue un acontecimiento mucho más azaroso y caótico -dice en el libro-, y mucho más fruto de la actividad humana que de determinantes estructurales”.

R. Es verdad que los individuos tenían agencia. Sin duda. Pero yo pondría énfasis en el discurso público de la época, en una manera determinada de hablar en público. Creo que hubo tres clases de discurso que crearon una nueva sociedad política. En primer lugar, está el teatro. Para empezar, las obras de Beaumarchais; muchos revolucionarios se politizaron con el teatro y adoptaron un aire teatral. Otro era el del derecho, el de los abogados del Parlamento [unos tribunales de apelación que en ocasiones se enfrentaron a la monarquía y tuvieron una importante influencia en la Revolución]. Y el tercero se dio en la Iglesia; resulta muy sorprendente la cantidad de hombres de la Iglesia partidarios de la revolución. Cuando se inicia la política moderna, estos tres grupos de hombres, que dominan su parte performativa, se convierten en los políticos modernos.

P. En el estallido de la Revolución hay otro elemento que, al menos en parte, era azaroso. El hambre.

R. Francia pasaba por muchas adversidades, y una de ellas era el clima, el tiempo, que provocaba situaciones terribles cercanas a la hambruna. También estaba el trauma de las guerras. El tremendo alzamiento que fue la Revolución francesa era, en buena medida, el levantamiento de gente que reclamaba ser protegida. Protegida frente a la subida de los precios del pan. Protegida en las fronteras frente a la presión de los austriacos. Si piensas en ese verso de la Marsellesa, “los bramidos de los feroces soldados”, esa visión terrible y paranoica de los mercenarios extranjeros, de alemanes y británicos cortándole el cuello a tus hijos, esa era la clase de fuerza que saca a la gente a las calles completamente airada.



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P. Contribuyó a ello la paranoia, la creencia de que todo eso lo habían planeado los nobles para enriquecerse.

R. Los franceses tendían a ver las hambrunas como fruto de la conspiración. Es un asunto muy antiguo. Pero nunca se explotó tanto como en 1789. Unos creían que eran los simples panaderos o los molineros quienes acaparaban el grano para luego cobrar sus productos más caros, y otros creían que eran directamente los aristócratas. Esto reaparece de la misma manera en la Revolución rusa y en la Revolución Cultural china. La gente pensaba que se moría de hambre porque había personas conspirando y aprovechándose de la situación.

P. En ese sentido, es interesante el retrato que usted hace de Jacques Necker. El que fue ministro de Finanzas de Luis XVI tuvo que enfrentarse a una enorme crisis de deuda porque la corte se había endeudado de una manera extraordinaria. En parte porque creía que, si subía los impuestos, podía desencadenarse una reacción, pero que la deuda era más manejable.

R. Necker es alguien que nació demasiado pronto. Alguien que creía en el mercado de bonos. Si miras los niveles de endeudamiento de los Estados de la época, comparados con los de España o Estados Unidos en la actualidad, los países del “ancien régime” parecen modelos de probidad. Necker creía de veras que podía enfrentarse a los problemas de deuda. El problema de estar emitiendo constantemente nuevos bonos es que llegó un momento en el que los inversores temieron de verdad no recuperar nunca el principal. Creyeron que el Estado francés iba a declarar la bancarrota de una manera catastrófica y que lo perderían todo. Y entonces la situación en el mercado de bonos se convierte para la sociedad en una cuestión de confianza. Es algo irónico que en París la revolución empiece cuando llega la noticia del cese de Necker. Él creía que los bonos solo podían tener credibilidad si estaban respaldados por una asamblea electa. Era la solución que se había adoptado en Estados Unidos y Gran Bretaña. Cuando tienes una cámara estatal electa, todo es completamente distinto. Luis XIV y María Antonieta, en cambio, estaban obsesionados con la pérdida de apoyo de los inversores. Cuando echaron a Necker, la reina en particular creía que se estaba produciendo un golpe de Estado, y eso lleva directamente al momento en el que la revolución empieza de verdad, con la toma de la Bastilla.

Es un caso en el que dar grandes cantidades de armas a la gente hace que empiecen a ocurrir cosas que no tenías planeadas


P. En este contexto de cambio, con unos nuevos oradores que se convierten en los tribunos de la sociedad, un Estado que quiere modernizarse pero no sabe cómo, una sociedad que pasa hambre, unas finanzas absolutamente desorganizadas, ¿se puede decir que los revolucionarios tenían claro lo que querían, o simplemente improvisaron?

R. La Revolución Francesa es uno de esos casos en los que dar grandes cantidades de armas a la gente corriente hace que enseguida empiecen a ocurrir cosas que no tenías planeadas. Lo que pasa siempre sorprende y confunde. Si lo miras desde un punto de vista a muy largo plazo, lo cierto es que la creación de la democracia, la separación entre Iglesia y Estado, la liberalización de la economía, son logros que no habrían tenido lugar sin la Revolución Francesa. Pero eso tardó casi un siglo en suceder, en Francia no pasó hasta la Tercera República [en 1870]. No tuvo lugar hasta finales del siglo XIX.

P. Y en parte de ahí su fracaso o, por decirlo así, el larguísimo tiempo que pasa hasta que su legado se consolida pacíficamente. Con Napoleón de por medio. Esto lo contó Benjamin Constant.

R. Constant vivió la Revolución. Fue admirador de Napoleón, pero se convirtió en uno de sus críticos más fieros. Creía en la Ilustración, pero transcurrido el tiempo vio lo que pasaba con la Revolución. Napoleón fue coronado emperador. Napoleón, que era enormemente perspicaz psicológicamente, entendía que no era necesaria la monarquía como emblema de Francia, que bastaba con un hombre que encarnara la Francia viva. El instinto de hacerte coronar con pompa y grandiosidad religiosa encajaba con el ego militar, de modo que Napoleón tiene que nombrarse a sí mismo emperador. Pero antes de coronarse ya había modernizado el carisma que antes habían tenido los reyes.

P. Hace poco recordaba en un ensayo que Constant escribió que “los hombres sienten inclinación por el entusiasmo o por emborracharse con determinadas palabras. Siempre que repitan esas palabras, la realidad les importa poco”. No suena tan distinto a lo que están intentando hacer algunos líderes civiles hoy en día: proyectar el carisma de los hombres fuertes, de los monarcas electos con poder ilimitado.

R. El problema es que esencialmente la gente como Constant libra una batalla en favor de la razón contra los ejércitos de la emoción. Y eso es lo que está sucediendo ahora en buena parte del mundo. Las personas que quieren proyectar la autoridad de la razón, el debate y la ciencia, se encuentran en las calles con las voces de gente muy enfadada, llevada por instintos mucho más sencillos. En un mundo en el que la pasión está absolutamente en todas partes, puedes acabar siendo prisionero de tu propia razón.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-10-17/simon-schama-ciudadanos-judios-entrevista_2281916/
 
Querido Stalin, querida Bolena: amenazas de muerte, cartas de amor y despedidas
La editorial Crítica publica 'Escrito en la historia', una selección de cartas "que cambiaron el mundo" a cargo del historiador británico Simon Sebag Montefiore



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Adolf Hitler afanándose en la escritura.




AUTOR

MARTA MEDINA
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@MartaMedinadelV
19/10/2019



En uno de los laterales de la Plaza de San Ildefonso todavía sobrevive una papelería que vende sobres y folios de diferentes gramajes, colores y texturas. Allí solía ir a comprar el papel para contestar las cartas de Juan Miguel Lamet. El rito de elegir la cuartilla. La práctica de caligrafía y 'feng shui' mental antes de manchar la hoja. El tira y afloja entre lo demasiado íntimo, lo demasiado impúdico y lo demasiado banal. Llevaba su tiempo. Tardé tanto en contestar su última carta que, cuando por fin lo hice, fue de camino al tanatorio y sin esperar respuesta. Nunca volví a escribir una. Ahora comparten caja de latón con las que me mandó mi primer novio, las de aquella amiga de la infancia o la de una 'penfriend' macedonia fugaz que tuve y de la que enseguida me aburrí. También hay una piedra, una pulsera y arena de la playa. Y creo que un preservativo. Pequeñas reliquias que nos recuerdan que en algún momento fuimos otra cosa. La novia de, la amiga de, la alumna de. Estamos seguros porque lo podemos tocar.

En tiempos del "Ola k ase" es difícil imaginar qué es lo que quedará. Un cambio de móvil, una actualización mal hecha y la prueba de que él que te quería se va a la mierda. Los asuntos mayores, el amor lo es, mejor por escrito. Los acuerdos de palabra están bien, pero para otros, que aquí muchos acaban diciendo Diego. Por eso nadie da por cerrada una guerra con un apretón de manos. Afirmaba Goethe que las cartas son "el recuerdo más relevante que una persona puede legar". Y por eso, el historiador británico Simon Sebag Montefiore ha recopilado algunas de las misivas más llamativas de tiranos, reyes, conquistadores, músicos o escritores en 'Escrito en la historia. Cartas que cambiaron el mundo' (Crítica).



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Portada de 'Escrito en la historia'



Seguramente, la carta de amor que usted le mandó a tal o cual compañero o compañera de instituto rezume tanta verdad como la que Enrique VIII mandó a Ana Bolena en mayo de 1528. La diferencia es que, cuando se acabó el amor de tanto usarlo, usted no utilizó una guillotina para cortar. Tampoco creo que una mala elección de las palabras por su parte haya provocado una guerra mundial, como le ocurrió al tal Theobald von Bethmann-Hollweg el 6 de julio de 1914. Y si en uno de sus grupos de WhatsApp sufre al típico graciosillo escatológico, piense en el calvario de Marianne, la prima de Mozart, que durante años recibió el parte gastrointestinal del músico en clave de broma: "Hace ahora casi 22 años que me siento sobre el mismo ojo de siempre y, sin embargo, ¡no se ha rasgado ni una pizca! Aunque lo he usado muy a menudo para cagar y luego he limpiado a mordisquitos el estiércol", le escribe. Wolfgang Amadeus, compositor de día, cómico chusco de noche.

Misivas de amor, de guerra, de creación y de poder. Amenazas de muerte, notas de despedida, postales de viaje y declaraciones de guerra; Sebag Montefiore ha diseñado una máquina del tiempo epistolar para viajar al pasado a través de la correspondencia de algunas de las figuras fundamentales de la historia, desde Plinio el Joven hasta Donald J. Trump.

Frida Kahlo a Diego Rivera: "Nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días..."

Sebag Montefiore lanza un anzuelo al portero que todos llevamos dentro con las cartas de amor —y 'sexting'— entre personalidades como Frida Kahlo y Diego Rivera, Anaïs Nin y Henry Miller —pasión explosiva donde las haya—, la zarina Alejandra y Rasputín o el rey Jacobo I a su amado George de Villiers. Para aplacar el picor de la entrepierna en algún momento sirvió Correos. "Diego: nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violenta de los relámpagos. La humedad de la tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Mis yemas tocan tu sangre. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios, que son los tuyos", escribe una Kahlo arrebatada.

Para febril y ardiente, la carta que le dedica Nin a Miller en agosto de 1932, en la que habla de amor a tres bandas, traición e impulso. "Quiero combatir contra ti tanto como rendirme a ti, porque como mujer adoro tu coraje ", le confiesa. "Esta vez no te vas a despertar de los éxtasis de nuestros encuentros para revelar solo momentos ridículos. No. Esta vez no lo harás porque mientras vivimos juntos, mientras examinas cómo mi carmín indeleble borra el diseño de mi boca, esparciéndose como sangre después de una operación (me besaste la boca y se marchó, el diseño se perdió como en una acuarela, los colores se corrían); mientras lo haces agarro la maravilla que pasa frotando (la maravilla, oh, la maravilla de hallarme debajo de ti) y te la traigo, la respiro a tu alrededor".



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'Hombre escribiendo una carta', de Gabriel Metsu (1662-1665)


Se puede intuir que el lecho del rey Jacobo I de Inglaterra y Escocia y la reina Ana de Dinamarca no era precisamente una fiesta; el monarca prefería la compañía de mancebos como George de Villiers, que acabaría siendo duque de Buckingham. Jacobo se refiere a él como "hijo" y le recomienda: "Cuando os levantéis, manteneos alejado de cuantos importunadores puedan perturbar vuestro espíritu para que, al encontrarnos, yo pueda ver como vuestros dientes blancos me iluminan y así prestéis a mi viaje vuestra reconfortante compañía".



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Alexandra de Rusia.




Singular es también la relación entre Alexandra y Rasputín: "Mi amado e inolvidable maestro, salvador y mentor", le apela la zarina. "En este momento tan sólo tengo un deseo: caer dormida, dormir para siempre en tus hombros, abrazada por ti. ¡Oh, qué felicidad, el simple hecho de sentir tu presencia a mi lado [...]. Te estoy esperando, sin ti me siento fatal. Dame tu sagrada bendición, yo beso tus manos benditas.

Artillería pesada
También desvela 'Escrito en la historia' lo testosterónico de algunas relaciones epistolares, como la que mantuvo el mariscal Tito con Stalin: "¡Deja de enviar a gente a matarme! Ya hemos capturado a cinco: uno con una bomba, otro con un fusil.... Si no paras de enviarme asesinos, yo enviaré a Moscú uno muy rápido y desde luego no hará falta que envíe otro".

De Tito a Stalin, sin amor: "¡Deja de enviar a gente a matarme! [...] Si no paras de enviarme asesinos, enviaré a Moscú uno muy rápido..."

En el año 33 a.C., Octaviano tuvo un ataque de celos políticos al que Marco Antonio respondió con contundencia. Marco Antonio y Cleopatra era pareja y padres de tres hijos y juntos gobernaban el este del Imperio romano. A Octaviano tan cosa no le complace y esparce el rumor de que Marco Antonio es un ser débil, afeminado e indigno de Roma por dejarse manipular por una mujer. La réplica del delegado romano es brutal: "¿Qué te pasa? ¿Protestas porque me esté follxxxx a Cleopatra? Pero estamos casados, y ni siquiera es algo nuevo: nuestra relación empezó hace nueve años. ¿Y tú qué? ¿eres fiel a Livia Drusila? Te felicito si cuando esta carta te llegue no te has acostado con Tertulia o Terentila o Rufila o Salvia Titisenia o todas ellas. ¿De veras importa tanto quién te la ponga dura?".

De archienemigos pasamos a amigos... de conveniencia. El 21 de julio de 1941, la noche antes invadir la Unión Soviética, Hitler envía una carta a su mejor aliado en la esfera internacional: Benito Mussolini. El Führer le explica al Duce su visión de la guerra y las tácticas que, hasta entonces, le había estado ocultando. "He esperado hasta este momento, Duce, para enviaros esta información [...]. El mundo tendrá más ocasión de admirarse por nuestra paciencia que por nuestra determinación, salvo la parte del mundo que se opone a nosotros por principio y ante la cual, en consecuencia, los argumentos no sirven de nada. [...] Con cordialidad y camaradería, vuestro ADOLF HITLER".



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Una de las epístolas más actuales que recoge el libro data del 24 de mayo de 2018 y es la que Donald Trump dirige a "su excelencia Kim Jong-un" para explicar el plantón que le va a dar el presidente estadounidense al líder norcoreano. "Esperaba con impaciencia encontrarme con usted. Por desgracia, a tenor de la tremenda cólera y franca hostilidad exhibidas en su más reciente declaración en este momento considero inapropiado mantener esta reunión planeada desde hace tanto... Usted habla de su capacidad nuclear, pero la nuestra es tan colosal y poderosa que ruego a Dios que no se tenga que usar nunca".

Sebag Montefiore cierra su libro, como no podía ser de otra manera, con las cartas de despedida. En particular, la que el autor considera como una de las más bellas jamás escritas, la de Adriano a Antonino Pío, cuando el primero está moribundo el 10 de julio del año 138 d. C. El emperador romano dice adiós con una suerte de poema: "Almita mía, blandita y cariñosa, del cuerpo huésped y compaña, ¿hacia qué lugares partirás, palidita, yerta y desnudita, donde no bromearás como solías?".


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