Cuadernos de Historia

Así recuerdan los españoles (de ambos bandos) el final de la Guerra Civil: «Todo parecía un mal sueño»
Hoy lunes se cumplen 80 años del día en que el actor Fernando Fernández de Córdoba leyó el último parte de guerra que ponía fin al conflicto español. Un momento que ha quedado marcado en la memoria de los supervivientes al igual que otras fechas como el 11-M o el 11-S

SeguirIsrael Viana@Isra_Viana
Madrid
Actualizado:01/04/2019 10:14h
57 El intento de agresión en el Congreso por no gritar un «¡viva la República!»

El 28 de marzo de 1939, el Ejército franquista había hecho su entrada en Madrid. Durante los tres días siguientes realizó la ofensiva final para ocupar, sin apenas resistencia, la zonas de España que aún permanecían bajo el control de los republicanos: el 29 conquistaron Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén, Almería y Murcia; el 30, Valencia y Alicante, donde miles de personas trataban de subirse en alguno de los barcos británicos y franceses que partían hacia el exilio, y el 31, Cartagena.

[ El intento de agresión en el Congreso por no gritar un «¡viva la República!» que anticipó la Guerra Civil]

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Parte final de la Guerra Civil- ABC
Y el 1 de abril, hace hoy 80 años, a las 10.30 horas, la voz del actor Fernando Fernández de Córdoba sonó con énfasis a través de Radio Nacional de España: «Parte oficial de guerra, del cuartel general del generalísimo, correspondiente al día de hoy, primero de abril de 1939, tercer año triunfal. En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, primero de abril de 1939, año de la victoria. El generalísimo Franco». Un momento que quedó marcado durante décadas en la memoria de los españoles supervivientes –al igual que otras fechas traumáticas como el 23-F, el 11-M y el 11-S–, independientemente del bando con el que simpatizaran ellos o sus familias. Lo importante era que se acababa de poner punto final a una de las etapas más trágicas de nuestra historia, con alrededor de medio millón de muertos y miles de exiliados.



Cuando comenzó la guerra, Gaspar Viana vivía en un pequeño pueblo de agricultores de Guadalajara, Peralveche, «donde no había ni fascistas ni rojos». «Allí no sabíamos nada de lo que estaba pasando en Madrid, donde ya habían matado al ministro de Hacienda, quemado conventos y se había producido la sublevación del cuartel de la Montaña. Pero en Peralveche solo nos enterábamos de lo que pasaba en Peralveche, porque no había ni prensa ni nada», recuerda. Aún así, cuando los republicanos entraron en el pueblo y cometieron algunas tropelías –«cogieron al cura de mi pueblo, le pegaron cuatro tiros y le cortaron las orejas, después de haberle paseado desnudo con una cuerda atada a sus partes»–, no se pudo salvar de ir al frente cuando la llegó la edad, en enero de 1938. Fue enviado al frente de Teruel y no se avergüenza de reconocer que se pasó la Guerra Civil corriendo de un lado para otro intentando evitar entrar en batalla: «Sólo pensaba en salvarme, nada más. Ni política ni nada. Sólo salvar la “pellica”. Y vivo de casualidad», asegura.

Madrid. Tres días antes, cuando las tropas nacionales entraron en la ciudad, le ordenaron que cogiera un fusil y saliera a tomar el control del almacén de comida que había en la calle Abascal. Su misión era desarmar a los carabineros republicanos que había allí apostados y custodiar los alimentos que había almacenados hasta que llegaran los mandos del bando ganador. «Estaba claro que la guerra estaba acabada. Fue allí donde me llegó la noticia y donde estuve hasta el 2 de abril. Recuerdo perfectamente que aquel día apareció de inmediato un coronel franquista pidiéndome si se podía llevar algo de comida para su familia, que lo estaba pasando muy mal», cuenta.

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La multitud, congregada en la Plaza de Oriente, en Madrid, tras anunciarse el final de la Guerra Civil- Virgilio Muro
No importa que algunos de los protagonistas de este reportaje fueran niños cuando se produjo el final de la guerra. Habían vivido igualmente tres años de muertes de seres queridos, de separaciones dolorosas y de mucho hambre. Experiencias traumáticas que no se olvidan con facilidad. «Me acuerdo perfectamente del 1 de abril de 1939. Esas cosas se quedan grabadas para siempre. Ese día, a pesar de mi edad, era fácil sentir que estaba pasando algo muy importante. Tenía la sensación de que todo lo anterior hubiera sido un mal sueño», explica Carmen de Alvear, que tenía entonces siete años y se encontraba en Palma de Mallorca. Allí había huido con su madre y unas tías para salir del «infierno» que era la Península, tras un viacrucis por aquella España que se desangraba: de Cartagena a Murcia, después a Madrid, Marsella y Ceuta, hasta acabar, finalmente, en las islas Baleares, los más lejos posible de las bombas.

«El día que acabó la guerra estaba toda la familia alrededor de una radio de esas antiguas –continúa–, en una casita de campo que habíamos alquilado. Y, de repente, todos empezaron a abrazarme, llorando y repitiendo lo felices que estaban. Yo me preguntaba que por qué lloraban si estaban contentos». Se acuerda también de que «todo toda la familia se puso a comer picatostes, como algo excepcional, para celebrarlo». La expresión de su madre, que no pudo contener las lágrimas, era especialmente emocionante. Se le estaba pasando por la cabeza el día en que le comunicaron que su marido había sido asesinado y el año que estuvo pensando que estaba muerto, hasta que se enteró de que, en realidad, no lo estaba. Pronto volvería a casa.

Tragedias en ambos bandos
Julia Cepeda tenía ocho años y, durante la guerra, había visto como los republicanos mataban a sus dos abuelos, a un tío y a su primo en Villacañas (Toledo). También presenció como se llevaban presa a su tía («que nunca fue capaz de contar lo que le hicieron») y a su padre («después de que huyera harto de que le dieran palizas»). Experiencias traumáticas como la que vivió también Juan Ortiz, aunque como víctima del otro bando. Él fue testigo de la muerte de su padre al que le cayó encima una bomba de la aviación franquista a escasos metros de distancia, durante el bombardeo del Mercado de Alicante del 25 de mayo de 1938. El mismo que a él le dejó al borde de la muerte, aunque lograra sobrevivir: «Una mujer cobijó a mi hermano en una pensión y no le ocurrió nada, pero a mí en el corralón me saltó la puerta encima con la explosión y perdí el conocimiento. Cuando me desperté, tenía los intestinos colgando. Me los cogí como pude y salí corriendo, pero me desplomé de nuevo, mientras los aviones seguían ametrallando en picado», reconoce.

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Un grupo de republicanos, camino del exilio en 1939- ABC
Por eso el 1 de abril del 39 fue uno de los días más felices de su vida. «Principalmente, porque sabíamos que ya no iban a continuar matando», comenta Julia, a quien la noticia le llegó por la mañana. Relata como salió corriendo inmediatamente después de conocer la noticia con una treintena de niñas hacia Lillo, un pueblo cercano por el que les habían asegurado que iban a pasar las tropas de Franco. «Nos repetían que con ellos íbamos a vivir bien y al pasar nos dieron un montón de chocolate, algo que nosotras ni sabíamos lo que era durante la guerra», explica a sus 84 años. También se acuerda de que su madre le había estado buscando todo el día, pero cuando apareció por casa no le echó la más mínima bronca, «porque estaba loca de contenta». «Sabía que pronto iba a poder ver a mi padre, que cumplía años precisamente el 1 de abril, y al que no había vuelto a ver desde que huyera».

Ortiz, por su parte, recuerda «el enorme jaleo y la alegría» que estallaron en las calles de Alicante. «La gente acudió inmediatamente a asaltar los almacenes de comida de la Iglesia de San Nicolás, de la antigua estación de autobuses y del puerto, donde habíamos estado viendo durante meses montones de sacos de habichuelas y garbanzos tapados con lonas. Eran las reservas para que los soldados hicieran frente a la guerra, mientras nosotros nos moríamos de hambre. La gente lo asaltó todo». «Y recuerdo –añade– a los carros pasando por la explanada cargados con esos sacos y a los vecinos acercándose por detrás para rajarlos y llenarse rápidamente una bolsa y salir corriendo».

«¡La guerra ha terminado!»
José Aracil vivía en la pedanía de los Desamparados, en Orihuela (Alicante), y Ángel Sánchez, en Almenara (Salamanca). Los dos tiene un recuerdo parecido a pesar de vivir en lugares diferentes: las campanas de sus iglesias pueblo repiqueteando a medio día. El primero no las había escuchado ni una sola vez durante la guerra, porque «los republicanos habían quemado todas las vírgenes y los santos que había dentro de la parroquia y habían convertido el edificio en un almacén». Por eso se sorprendió ese día se pusieron a voltear de nuevo. No solo las de su parroquia, sino las de de todas las iglesias de Orihuela. «Uno de mis hermanos entró gritando en casa: “¡La guerra ha terminado, la guerra ha terminado!”. Y mi madre repetía: “Así es, hijo, así es”. Mi padre, que había estado en la cárcel de Alicante, se encontraba en ese momento en la prisión de San Miguel. Poco después lo soltaron», comentaba a ABC a sus 85 años.

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Niños saludando con el brazo en alto durante las obras de desescombro de la Cibeles en 1939- Martín Santos Yubero
Las campanas de Almenara, en cambio, sí sonaban cada vez que las tropas de Franco conquistaban una ciudad. No hay que olvidar que Salamanca había sido tomada poco después del golpe y en ella había establecido este su cuartel general. Sin embargo, nunca habían sonado tanto tiempo como aquel 1 de abril. «Estuvieron repiqueteando una media hora, mucho más tiempo del que solían hacerlo», asegura Sánchez, de familia católica y conservadora, que a sus siete años decía estar ya «completamente mentalizado para asumir el final de la guerra y ser consciente de la victoria del bando nacional, la zona en la que vivía».

Recuerda hasta el clima que hacía ese día: «Era mediodía y hacía buen tiempo, no muy soleado, pero seco y sin frío. Todo el mundo se arremolinó en torno a las tres o cuatro radios que había en el pueblo para escuchar el último parte, aunque toda la provincia de Salamanca sabía ya de sobra hace días que la guerra iba a terminar. Algo que todo el mundo estaba deseando que ocurriera. Por la tarde incluso improvisaron una verbena para celebrarlo a la que acudió mucha gente. Yo no pude porque me habían puesto la vacuna de la viruela y me había subido la fiebre. Pero la gente estaba contentísima, la guerra había sido muy dura… aunque la posguerra fue peor», apuntilla.

«Suspendemos las clases por hoy»
Siempre y cuando no les hubiera tocado sufrir el exilio o la represión, las escenas de alegría por el fin la guerra se repitieron en todo los rincones de España, tanto por parte de republicanos, como de los franquistas o esa inmensa mayoría a la que no le importaba la política y solo quería que llegara la paz. «Chicos, la guerra ha acabado. Suspendemos las clases por hoy, os podéis ir a casa», les anunció la profesora Doña Magdalena a Jesús Balboa y sus compañeros del Colegio Brañas en Santiago de Compostela. Interrumpió la lección de repente y, poco después, todo el mundo se lanzó a las calles a festejarlo.

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Soldados republicanos heridos cruzando la frontera de Francia al final de la guerra- ABC
Manuel Viñuales tenía 13 años cuando vio a su prima mayor entrar dando gritos en el salón de la casita de La Raya (Murcia) donde se había refugiado con unos familiares. Antes de que lo dijera con palabras, él ya supo que había llegado la hora de volver a casa. «Era mediodía y yo me encontraba en la cocina comiendo con mis tres primos pequeños. Entonces, Carmen entró alborozada a grito de “¡la guerra había terminado, regresamos a Madrid!”. No lloraba, recuerdo que estaba muy nerviosa y gesticulaba muy exageradamente, muy emocionada, demostrando la alegría que tenía porque ella y sus hijos también eran de la capital», cuenta.

Viñuales –que poco después volvió a ingresar en el Colegio de San Ildefonso y se convirtió en el niño que cantó el primer Gordo de Navidad de la posguerra– recuerda que sus primos pequeños no le dieron mucha importancia a la noticia que les acababa de dar su madre, pero él le preguntó inmediatamente que cuándo regresaban. «Ella me contestó que aún no se podía, porque los trenes no funcionaban correctamente y primero tenían que volver los soldados del frente. Dejamos que pasara mayo para que se normalizara el tráfico y se asentaran las cosas en Madrid», concluye.

*Algunas de las entrevistas de este reportaje se hicieron en 2014.
Original, incluyendo video; por favor en este enlace:
https://www.abc.es/historia/abci-re...-todo-parecia-sueno-201904010103_noticia.html
 
El actor que leyó el parte del final de la Guerra Civil
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@abc_cultura
Madrid
Actualizado:01/04/2019 01:08h

«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». El 1 de abril de 1939, a las 22,30 horas, y desde los estudios de Radio Nacional de España en Burgos, se leyó este texto. Era el parte final de la Guerra Civil, redactado por el propioFrancisco Franco.

La emocionada voz que escucharon los españoles leer el parte era la de Fernando Fernández de Córdoba, un actor y militar madrileño, nacido en 1897, y al que en su juventud había atraído el imán de las tablas más que los cuarteles.

Antes de estallar la Guerra Civil, Fernández de Córdoba había trabajado con la compañía de Manuel González y Carmen Muñoz, llegando a viajar de gira por Iberoamérica con ella. También trabajó en distintas películas como «Las de Méndez», «Agustina de Aragón» (dirigida por Florián Rey), «Vidas rotas» y «El odio».



Al empezar la contienda se incorporó al frente nacional como oficial de complemento. Más tarde es destinado a la recién inaugurada Radio Nacional de España, donde es el encargado de leer los partes de guerra. Su misión marcaría de alguna manera su trayectoria profesional.

Concluída la contienda, Fernando Fernández de Córdoba regresó al cine. Participó como actor secundario en cerca de medio centenar de películas entre 1939 y 1957, en que dejó la interpretación para dedicarse a la gestión y la enseñanza. Entre los títulos en que actuó figuran «Botón de ancla», «Pequeñeces», «Don Juan», «Sin novedad en el Alcázar» o «Las aventuras de Juan Lucas».

Tras abandonar los escenarios fue catedrático de dección en el Real Conservatorio de Música y profesor del I.I.E.C., primero, director de la Real Academia de Arte Dramático, después, y gerente de los Teatros Nacionales, finalmente.

https://www.abc.es/espana/castilla-leon/burgos/burgos-ciudad/#vtm_origenTags=si
 
Cuando Franco convirtió Córdoba en "una inmensa cárcel" para 60.000 prisioneros republicanos

Memoria histórica


Córdoba fue la provincia española con más campos de concentración del franquismo, 13, además de 28 unidades de trabajadores forzados

La red de cárceles de Franco, y Queipo en Andalucía, sumó en tierras cordobesas miles de prisioneros, entre ellos el humorista Miguel Gila

El historiador Francisco Navarro certifica las cifras de un entramado que cuenta en el libro Cautivos en Córdoba (1937-1942)

Juan Miguel Baquero
31/03/2019 - 21:06h
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Guardias y prisioneros del Batallón Disciplinario nº 2 en Cerro Muriano (Córdoba), año 1942.

Franco creó 300 campos de concentración en España, un 50% más de lo calculado hasta ahora
MEMORIA

Campos de concentración en Andalucía o el trabajo esclavo como pilar del franquismo


El entramado represor elaborado por Franco, y Queipo en Andalucía, convirtió Córdoba en una prisión. En la mayor del país: la provincia con más campos de concentración, 13, y 28 unidades de trabajadores forzados. Una tierra, como media España, donde penaron en apenas un lustro más de 60.000 prisioneros de guerra republicanos.

Esta red usaba conventos, colegios, almacenes y cualquier recinto para confinar a los presos. El "nuevo orden franquista impuesto a través de las armas" trató con mano de hierro a los cautivos. Desde el primer día. Como cuenta el historiador Francisco Navarro, autor del libro Cautivos en Córdoba (1937-1942).

Represión, hacinamiento, trabajo esclavo, muerte… y corrupción. Cómo los rebeldes de Franco ejecutaban el lavado de cerebro a quienes veían con opciones de sacar del "error marxista". Y quiénes eran estos prisioneros. Como el humorista Miguel Gila, que pasó meses en el campo de Valsequillo.

Todas estas claves toca el investigador en una obra que parte de la tesis doctoral titulada ‘Campos de Concentración de prisioneros, evadidos y batallones de trabajadores en la provincia de Córdoba (1938-1942)’.

"Cuando me planteo realizar el estudio, la tesis se queda en un cajón y lo rehago para que sea accesible", explica. Porque "40 años de dictadura y otros tantos de una transición que la podemos coger con pinzas", sostiene, "pervierten" el relato oficial y asientan la desmemoria. "Llevamos tanto tiempo con una venda que no somos capaces de verlo", asegura.

Cautivos y "semiesclavos"
"Durante la última etapa de la Guerra de España y la primera posguerra, el territorio cordobés se convirtió en una inmensa prisión", escribe Francisco Navarro en el libro. Miles de prisioneros penando en improvisadas cárceles y campos de concentración.

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Listado de altas y bajas en agosto de 1938 del Campo de Concentración de Aguilar de la Frontera.

"Estos cautivos sufrieron toda clase de penalidades y represión, siendo reutilizados como mano de obra semiesclava en trabajos civiles y militares", explica. Uno de los objetivos era "recuperarlos para la causa franquista una vez habían sido clasificados, adoctrinados y domesticados".

En la investigación sobre la historia de estos miles de prisioneros republicanos, Navarro localiza, cuantifica y describe cada recinto. Cada prisión. Cada campo. Y "todas las unidades de trabajo forzado que estuvieron emplazadas en territorio cordobés".

"Si en los campos de concentración había represión y humillación, en los batallones de trabajadores el trato era aún más vejatorio", refiere Francisco Navarro en conversación con eldiario.es Andalucía.

El campo de las mujeres en Cabra
“No era normal que las mujeres estuvieran en campos de concentración, sí en prisiones”, refiere el historiador. Como pasaba en la prisión de Córdoba, donde un edificio anexo al principal convertía el recinto en una cárcel “con una sección de mujeres”.

Pero la sorpresa aparece entre los archivos del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. “Hemos encontrado documentación sobre un campo de concentración en Cabra donde hubo 24 mujeres”, subraya Navarro.

El fondo archivístico confirmó también “una anécdota” conocida a través de la prensa local. “En una noticia aparecía una mujer que tenía un cuadro con una imagen bordada de la patrona de la ciudad, de la virgen de la Sierra, y decía que lo habían hecho prisioneros del campo de concentración”, recuerda.

“Resultaba extraño que los presos bordasen en los años 30… y cuando vimos la relación de nombres, del año 38, descubrimos que esta mujer tenía razón, que eran prisioneras”, apunta el autor de Cautivos en Córdoba.

Represión, mortandad y corrupción
Los campos de concentración eran una suerte de "centros de clasificación", cuenta Francisco Navarro. El entramado de Franco y Queipo queda levantado entre los años 38 y 39. Córdoba queda dibujada como una gran cárcel. En estos centros eran "clasificados, doblegados y utilizados por ayuntamientos, empresarios y estamentos pertenecientes a la Iglesia".

"Sin contar los miles de cautivos que fueron utilizados en trabajos forzados militares y civiles, en los campos de concentración cordobeses estuvieron recluidos más de 60.000 prisioneros de guerra republicanos", sostiene el historiador. En Cautivos en Córdoba, el autor explica la procedencia de muchos, sus itinerarios carcelarios, cómo eran las instalaciones, las condiciones de vida y el adoctrinamiento.

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Gila en la contraportada del libro 'Un burrico en la guerra'. |BLACKIE BOOKS

O cómo se afanaban las unidades de vigilancia en cumplir su cometido. "La peor parte de la represión carcelaria" recae sobre los detenidos en las dos prisiones provinciales de la capital, "donde murieron cientos" de personas "durante varios meses a lo largo de los años de 1940 y 1941".

Navarro acomete también "el estudio de la sanidad y la mortandad de los prisioneros", como en el hospital de San Sebastián de Palma del Río, que albergó a más de 3.000 presos. E incluso aborda la "corrupción", una realidad que "afloraba incipiente por la ‘Nueva España’, campando a sus anchas en las prisiones de Córdoba". Funcionarios y responsables "se quedaban con buena parte de los alimentos" destinados "a la maltrecha alimentación de los reclusos, para venderla en el estraperlo en el exterior".

Un convento como campo de concentración
"El más importante de todos estos fue el campo de concentración del convento de San Cayetano de Córdoba", explica Navarro. "Más de 8.000 cautivos pasaron por sus instalaciones", dice. Otros edificios "escogidos para albergar a los prisioneros y evadidos republicanos" fueron "colegios, almacenes y recintos de cría caballar". Todos cercanos a estaciones de ferrocarril "para poder transportar a los concentrados en vagones de carga".

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Minas de Peñarroya-Pueblonuevo, pozo nº 3 de la mina de Santa Elena.

Entre los trabajos "más destacados" sobresalen la participación de 400 detenidos en la construcción de la nueva prisión provincial de Córdoba, entre 1938 y 1944. O el uso de mano de obra forzada "en faenas agrícolas en Bujalance y Hornachuelos, reparaciones en estaciones y vías de ferrocarril en Alcolea y Valsequillo", enumera Navarro.

Y más. "La construcción de una iglesia en Peñarroya-Pueblonuevo, el arreglo de una capilla de un convento en Bujalance, reparaciones de calles en varias localidades como ocurrió en Montilla, mozos de carga en Aguilar de la Frontera, empleados en una factoría de piedra caliza en Cerro Muriano, en las minas de la cuenca minera de Peñarroya, fortificaciones, pistas, carreteras, desmontes…".

Los presos solo tenían dos opciones: ser considerado afecto al naciente régimen franquista o desafecto. Muchos pasaban a engrosar las filas del ejército rebelde. Otros, "si tenían dudas", a doblar el lomo en los batallones de trabajadores. "Y a algunos los ponían en libertad, pero vigilada siempre, y si venía algún aval del cura, alcalde o jefe movimiento… otra vez a los campos", resume.

Porque la red de campos de concentración "y las diferentes unidades de castigo" buscaban "la transformación de la identidad de los prisioneros en aquellos que consideraban que podían ser rescatados del "error marxista" y de poder atraer nuevos adeptos a la causa franquista", explica. Siempre, subraya, "tras haber expiado sus culpas durante años de internamiento".

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Plano del campo de concentración del Convento de San Cayetano en Córdoba.

Los campos de concentración fueron una "necesidad de la guerra" que Franco y sus adláteres solventaron así. Pero también fue, precisa, "una necesidad política para imponer un castigo a los que se habían opuesto al régimen y de paso aterrorizar a la población civil".

"Tanto los prisioneros como los recintos donde estaban recluidos estaban a la vista, amenazando a la gente donde podían acabar si no se adherían a la causa sublevada", relata el investigador. Y a pesar de esta evidencia física, y de los datos, las historias y la memoria colectiva, se fue imponiendo el silencio. Un olvido que combate el libro Cautivos en Córdoba (1937-1942).

"Sorprendentemente el estudio de los campos de concentración y batallones de trabajadores cordobeses han sido los grandes olvidados por los estudiosos de la guerra civil y el franquismo", apunta Francisco Navarro López (Aguilar de la Frontera, 1974), graduado en Geografía e Historia por la UNED y doctor por la Universidad de Córdoba.

El humorista encarcelado
Miguel Gila (Madrid, 1919 – Barcelona, 2001) fue prisionero de Franco y quedó recluido durante meses, hasta 1939, en el campo de concentración de un pueblo cordobés, Valsequillo. Luego pasó por cárceles como Yeserías, como trabajador forzado en la construcción de la de Carabanchel, o en Torrijos, donde coincidió con el poeta Miguel Hernández.

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Cubierta del libro 'Cautivos en Córdoba (1937-1942)'.

Gila, como militante de la Juventudes Socialistas Unificadas, se alista nada más estallar la guerra como voluntario republicano en el Quinto Regimiento, bajo la jefatura de Enrique Líster. El humorista acabó, incluso, frente a un pelotón de fusilamiento fascista en El Viso de Los Pedroches, Córdoba. Y logró salir vivo.

"Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal", contó con sorna en su autobiografía, publicada en 1995 con el título Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados. "El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas", escribió.
https://www.eldiario.es/andalucia/c..._de_concentracion-franquismo_0_877713131.html
 
GUERRA DE LAS MALVINAS
Francotiradores argentinos contra paracaidistas ingleses: la batalla más «infernal» de las Malvinas
El 14 de junio de 1982 Argentina capituló oficialmente ante Gran Bretaña y reconoció su soberanía sobre las Islas Malvinas. La Junta Militar que regía el país lo hizo después de que las tropas inglesas conquistaran Puerto Argentino. La contienda comenzó el 2 de abril de 1982

Seguir Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:02/04/2019 09:45h
30 Guerra de las Malvinas: la contienda que ayudó a forjar a la «Dama de Hierro»

El 2 de abril de 1982. Esa fue la fecha en la que Argentina comenzó una contienda que puso en jaque el país. Poco después, el 14 de junio, capituló ante el Reino Unido y, tras una guerra que duró poco más de dos meses, abandonó las islas Malvinas. El enfrentamiento, breve en el calendario, marcó sin embargo un antes y un después en la historia colonial británica. Y es que, los militares enviados por Margaret Thatcher se enfrentaron a un enemigo que, aunque carecía de una formación equiparable a la suya, exprimió hasta la extenuación el valor en batallas como la de monte Longdon.

En esta lid unos pocos soldados y francotiradores argentinos lograron detener durante doce horas el avance de una de las unidades de élite «british» más reputada: los paracaidistas ingleses. Conscriptos sin formación, jóvenes de 18 años... Todos ellos plantaron cara (e hicieron sudar sangre) a unos soldados que se habían curtido contra enemigos tan temibles como el IRA. Sin embargo, tras la capitulación de Argentina fueron olvidados por un país deseoso de desterrar de la memoria aquella derrota. Así fue hasta la década de los noventa, cuando empezaron a alzar la voz y se reivindicaron como veteranos de guerra.

Conflicto latente
Las Malvinas (o las Falklands, como las denominan los británicos) son, en la práctica, un conjunto de pequeñas islas ubicadas a 480 kilómetros de la Argentina continental y a 12.000 de Gran Bretaña que también incluyen las Orcadas y las Shetlands del Sur. Tan solo dos de ellas –las más grandes- logran hacerse un hueco en la mente colectiva: la «Soledad» y la «Gran Malvina». El resto, al menos en Europa, han caído bajo el oscuro velo de la indiferencia que provoca la lejanía. Sin embargo, su soberanía (ejercida desde el XIX por el Reino Unido) ha causado a lo largo de la historia una extensa lista de enfrentamientos entre ingleses y argentinos. No en vano, en 1965 laresolución 2065 de la ONU confirmó que este era un «territorio en disputa» y llamó a las dos partes a llegar a un acuerdo político.

«Malvinas. La trama secreta», los autores afirman que el grupo izó la bandera de Argentina en dicha isla. Un hecho que fue tomado por las bravas por los ingleses.

A las pocas horas la «Royal Navy» envió un buque para obligar a los trabajadores a marcharse. Acción que, a su vez, contrarrestó el país latinoamericano movilizando a varias unidades militares. Así dio comienzo el conflicto. Un enfrentamiento que, a pesar de extenderse poco más de 70 días, acabó con la vida de un millar de personas y provocó decenas de miles de bajas.

Los movimientos de tropas se materializaron finalmente el 2 de abril cuando (según se narra en el libro «Las grandes batallas de la historia»-editado por History Channel-) unos 70 infantes de marina argentinos y «100 integrantes de las fuerzas especiales» doblegaron a los Royal Marines ingleses que protegían las Malvinas.

«Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados»
La primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher (que se había ganado a pulso el apodo de «Dama de Hierro» por su peculiar forma de hacer política) no titubeó. A pesar de la distancia, movilizó a más de un centenar de buques de guerra (entre barcos militares, de transporte y submarinos) y casi 30.000 infantes. Su declaración ante la Cámara de los Comunes fue clara: «Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados». Sus palabras resonaron como un trueno.

Solo cuatro días después, el General de Brigada Mario Benjamín Menéndez asumió el gobierno de las Malvinas e inició la construcción de las defensas para resistir el alud inglés que se le venía encima.

En pocos jornadas posicionó en las Malvinas a más de 10.000 combatientes dispuestos a enfrentarse a los británicos. La mayoría, eso sí, conscriptos: soldados reclutados a toda prisa entre la población para engrosar las filas del ejército. Así lo señala el autor Fernando A. Iglesias en su obra «La cuestión de Malvinas». Bruno Tondin, en su libro «Islas Malvinas, su historia, la guerra y la economía, y los aspectos jurídicos su vinculación con el derecho humanitario», tilda a estos combatientes de «jóvenes sin preparación», aunque también de «valientes» que no dudaron en enfrentarse a los ingleses en nombre de su país.

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Pepe Vera
En mayo llegó la avanzadilla británica a las Malvinas. Y lo hizo sabiendo que debía asegurar el espacio aéreo si quería llevar a cabo un desembarco anfibio de forma segura. Para su desgracia, Reino Unido solo contaba con los cazas y bombarderos que podía desplazar en sus dos portaviones (unos 34), mientras que los argentinos sumaban más de un centenar de aparatos. Por entonces todavía se respiraba en el ambiente cierta calma, pues sobre la mesa no había una declaración oficial de guerra.

Pero esa tranquilidad duró poco. Concretamente, hasta el 2 de mayo. En esa aciaga jornada, los británicos hundieron el crucero argentino «General Belgrano» al considerar que estaba llevando a cabo una serie de movimientos militares con intención de atacar a sus portaaviones. El ataque causó la muerte de 323 argentinos. Así definió la situación Rudulfo Hendrickse (destinado en el navío): «Había multitud de hombres heridos. La mayoría se había quemado. Había hombres cubiertos de aceite. Cuando llegué al bote salvavidas le dije a un marinero que viniese conmigo a buscar a algunos desaparecidos, como el comandante».

La Junta Militar respondió tomando los cielos. A pesar de que los Harrier «british» dieron más de un quebradero de cabeza a sus enemigos, el enfrentamiento se saldó, para empezar, con la destrucción del «HMS Sheffield» a principios de mayo. Fue el primer buque inglés hundido en acción de guerra tras la Segunda Guerra Mundial.

Ya era más que oficial. La guerra había llegado a las Malvinas. Un hecho que quedó todavía más cristalino cuando, el 21 de mayo, los británicos desembarcaron en el Puerto de San Carlos (al noroeste de la isla Soledad) inutilizando o derribando hasta 12 aviones y 3 helicópteros enemigos. Una vez en tierra, las tropas «british» se dispusieron a recorrer a pie los 80 kilómetros que separaban la cabeza de playa del premio final: Puerto Argentino (la capital de la resistencia).

Hacia Monte Longdon
En las semanas siguientes los británicos comenzaron su lento pero inexorable avance hasta Puerto Argentino. Lo hicieron a base de fusil y experiencia militar. La misma que escaseaba entre unos defensores que, por otro lado, rebosaban sentimiento patrio y valor.

Posición tras posición, los ingleses superaron a los latinoamericanos hasta lograr ubicarse a principios de junio a poco más de una veintena de kilómetros de la capital. Sin embargo, en su camino hacia la victoria se interponían varias unidades acantonadas en ubicaciones como el monte Harriet o el Dos Hermanas. De todas ellas, no obstante, la más destacable era la del monte Longdon, una de las últimas elevaciones antes de llegar al corazón de la resistencia y, por tanto, clave en la defensa. Si los británicos lograban dominar este terreno, tendrían a tiro su objetivo final.

Lo que no sabían es que aquella conquista les iba a costar sangre y sudor. Y eso a pesar de que el monte Longdon estaba defendido únicamente (y según afirma Pablo Camogli en su libro «Batallas de Malvinas») por una sola compañía reforzada. Un total de 278 hombres (la mayoría conscriptos) pertenecientes a las siguientes unidades: el Séptimo Regimiento de Infantería, la Primera Sección de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10 y una sección de seis ametralladoras Browning de la Infantería de Marina.

«La proporción inicial a favor de los británicos era de 2 a 1, pero si extendemos el análisis al poder de combate relativo, la proporción se ampliaba a 5 a 1»
Las condiciones de los defensores eran más que precarias ya que, además del frío (soportaron una sensación térmica de hasta -4 grados, según explicó posteriormente el inglés Nick Rose), carecían de armas decentes y vituallas. «En lo único que pensábamos era en comer. Solo consumíamos sopa que, realmente, era más agua que caldo. Un par de veces nos dieron chicle», señalaba el soldado Luis Lecesse en el reportaje «Viaje al infierno. Batalla del Monte Longdon».

Para enfrentarse a estas tropas, los ingleses enviaron al 3er Regimiento de Paracaidistas (o 3 PARA). Una unidad que, según explica en un dossier sobre la batalla Eduardo C. Gerding (militar y antiguo Jefe de la División Prestacional de la Subgerencia de Veteranos de Guerra), «constituye un cuerpo de élite hermético e intensamente competitivo». «Su rol como unidad de asalto frontal se ve reflejada a través de un arduo y prolongado proceso de selección que elimina a todos los postulantes excepto a los mas dedicados y agresivos», añade. Estos hombres estaban reforzados, a su vez, por seis piezas de artillería de 105 mm.

A pesar de que la ventaja de los ingleses era, en principio, de poco más del doble, Camogli señala que la realidad era bien diferente: «Una sola compañía reforzada (278 hombres) tuvo que enfrentarse a todo un batallón (de casi 600 efectivos). La proporción inicial a favor de los británicos era de 2 a 1, pero si extendemos el análisis al poder de combate relativo, la proporción se ampliaba a 5 a 1».

El comienzo
El ataque comenzó en la noche del 11 de junio. Aproximadamente a las 20:01 (según explica Camogli), los ingleses avanzaron sobre la ladera del monte Longdon. Su objetivo era conquistar la cima avanzado sin ser vistos hasta las posiciones argentinas. Una vez allí, destrozarían sus líneas defensivas a quemarropa. Sencillo sobre el papel, pero más que complejo en realidad.

En mitad de la oscuridad, la compañía A del 3 PARA avanzó por el norte, la compañía B lo hizo por el oeste, y la compañía C quedó en reserva.

El paracaidista inglés Mark Eyle Thomas definió así el plan: «Se esperaba que la moral argentina y su resistencia fuese débil. Nos aseguraron que no habría campos minados. Los 3 PARA atacarían a pie […] Para contribuir al factor sorpresa el ataque sería silencioso. Cubierto por la oscuridad, nuestro pelotón […] avanzaría campo a través a lo largo del borde norte del monte antes de desplazarse al sur [...]. Allí uniría fuerzas con el 5to Pelotón y continuaría avanzando hacia la cima [...]. Nuestra Compañía A atacaría la cima mas pequeña».

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HMS Hermes, durante la guerra de las Malvinas - ABC
Apenas unos minutos después se sucedió el desastre cuando un soldado inglés entró de lleno en un campo de más de 1.500 minas que los argentinos habían instalado a los pies del monte. Sin percatarse de la trampa mortal en la que se había metido, pisó un explosivo.

Así definió el suceso el hoy Teniente General Hew Pike -al mando de la operación-: «El avance inicial hacia el pie de la montaña fue silencioso y sin problemas, hasta que un cabo de la compañía B pisó una mina. La explosión le arrancó una pierna y el elemento sorpresa se perdió». Thomas, por su parte, explicó así el suceso: «Poco después de la medianoche avanzamos en formación escalonada. Cinco minutos después escuchamos una explosión seguida de gritos de dolor. Mi jefe de sección, el Cabo Brian Milne, había pisado una mina».

Primeros disparos
Tal y como relata Thomas, a partir de ese momento se «desató el infierno». Desde la cima los argentinos comenzaron a disparar sus armas pesadas contra los paracaidistas de la compañía B: «El caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones». Por si el nutrido fuego de fusilería fuese poco, los defensores dirigieron contra el 3 PARA una letal ametralladora de calibre 50 ideada, en palabras del inglés, para abatir aviones en pleno vuelo. La compañía B se vio detenida en seco.

Mientras sus compañeros sufrían un torrente de cartuchos, la compañía A (ubicada en el flanco izquierdo) logró avanzar y superar la primera línea de defensa argentina. Posteriormente, la unidad se lanzó de bruces contra las posiciones enemigas ubicadas en el flanco derecho de los defensores, las cuales conquistó tras duros combates.

En medio de aquel caos, los dos bandos lanzaron bengalas para iluminar el campo de batalla y distinguir a sus enemigos en la lejanía. Pero ya era tarde, pues la compañía A ya había entrado en lid a bayoneta calada.

Un feroz ataque... detenido
Mientras la compañía A avanzaba, la compañía B se vio obligada a cargar contra las ametralladoras pesadas argentinas. Thomas definió así el asalto, que se llevó a cabo también a bayoneta: «Los hombres estaban detrás de mí y a mi izquierda, sus bayonetas brillando bajo la luna. […] Todos esperando la orden de atacar. En la Primera Guerra Mundial se dio la orden de ataque por el sonido de un silbato, con lo cual los chicos se lanzaban contra el enemigo. Más de 60 años más tarde estábamos haciendo básicamente lo mismo pero sin el silbato. "¡Carga!" Pasamos la cresta y corrimos hacia el enemigo. Disparaba mi arma y no pensaba en nada. Sin dudas, sin miedo, como un robot. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas».

El ataque logró desalojar a los argentinos. Sin embargo, el 3 PARA no pudo continuar su avance debido a dos contrincantes inesperados. El primero fueron las baterías de artillería que, de improviso, empezaron a apoyar desde la lejanía a los defensores. El segundo fue mucho más determinante: el continuo fuego de los francotiradores. Combatientes entrenados que hicieron buen uso de los escasos visores nocturnos que habían puesto a su disposición los mandos.

Tanto Camogli como Gerding hacen hincapié en el papel de estos militares. El último, de hecho, se deshace en elogios hacia ellos: «La totalidad de una compañía británica fue detenida durante horas por la acción de uno solo de estos francotiradores. Dentro los pocos francotiradores conocidos se encuentra el Cabo de Infantería de Marina Carlos Rafael Colemil».

Animado por el fuego aliado, los argentinos trataron de recuperar las posiciones perdidas, sin lograrlo.

La compañía A
Paralelamente, la compañía A continuó su avance hasta toparse con una línea defensiva formada por una sección de infantería que le paró los pies. Esa pequeña victoria dio un respiro a los argentinos, quienes se hallaban desbordados en todos los frentes. En un intento de restablecer las líneas, los oficiales ordenaron a las reservas de ingenieros cargar contra los paracaidistas para evitar la debacle. El plan funcionó a medias. Aunque estos hombres no lograron recuperar las pociones perdidas, sí detuvieron al enemigo.

En las siguientes dos horas las balas surcaron los cielos y los francotiradores no alejaron el dedo del gatillo. Así lo explicó uno de los soldados argentinos presentes en la contienda, Alberto Ramos: «Esto es un infierno. Hay ingleses por todos lados y me cuesta identificar si los proyectiles que caen son los de nuestra artillería que nos apoya o de la artillería inglesa que los apoya a ellos».

«Esto es un infierno. Hay ingleses por todos lados y me cuesta identificar si los proyectiles que caen son los de nuestra artillería que nos apoya o de la artillería inglesa que los apoya a ellos».
La contienda se estancó para la compañía A. Mientras, la compañía B se lanzó una y otra vez contra las posiciones defensivas argentinas, aunque fue detenida por el fuego de las ametralladoras y de los letales tiradores de élite. «En cada nueva carga, caían dos o tres soldados por el efectivo fuego de los francotiradores. Ante esa situación solicitaron fuego de apoyo a la artillería, la que respondió con rapidez y precisión logrando que sus hombres se reacomodaran en el terreno», completa Camogli.

A la conquista del monte
A las cinco de la mañana, tras múltiples horas de contienda, el sol comenzó a alzarse sobre el monte Longdon. Por desgracia, lo que sus rayos iluminaron fue un campo de muerte. Para entonces, la insistencia de los paracaidistas había acabado con la resistencia. Casi sin munición y con la defensa desbaratada, los mandos argentinos dieron la orden de retirada a eso de las seis y media. Aunque eso sí, sabiendo que habían resistido durante casi medio día a la élite de las tropas inglesas.

Hasta las 9 los paracaidistas ingleses no aseguraron el campo de batalla. Al final, lo hicieron a punta de bayoneta mediante una ofensiva que acabó con los escasos defensores que todavía había en el campo.

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Soldados argentinos, en las Malvinas - Alberto Palito
«En esta carga final se registraron, según la denuncia efectuada por los veteranos de guerra argentinos, que fue confirmada en 1991 por Vincent Bramley -ametralladorista del PARA 3-, numerosos casos de fusilamientos de prisioneros y heridos argentinos. Bramley cita unos diez casos, pero es factible que hayan sido más», añade Camogli. Aquellos que ofrecieron resistencia fueron sacados de los búnkers y ejecutados a bayonetazos.

Así explica los momentos finales de la contienda Russell Phillips en su libro «Un asunto muy reñido. Una breve historia sobre el conflicto de las Malvinas»: «La dura batalla resultante duró doce horas. El comandante británico del Comando 3, el Brigadier Julian Thompson, se acercó con la orden de retirada. Sin embargo, al final, con apoyo de fuego de artillería y fuego naval del arma de 4.5" del HMS Avenger , los británicos tomaron la montaña. Las pérdidas británicas ascendieron a 18 muertos y 40 heridos, mientras que las argentinas fueron 31 muertos, 120 heridos y 50 tomados prisioneros. Se otorgaron varias condecoraciones a los paracaidistas británicos por las acciones en la batalla, incluyendo una Cruz Victoria en forma póstuma».

Tras esta batalla se tomó la capital. La capitulación se firmó el 14 de junio.

Al completo, incluyendo video:
https://www.abc.es/historia/abci-fr...s-infernal-malvinas-201904020215_noticia.html
 
El traidor independentista al que «dimos por muerto» y causó 25.000 bajas a España en la Guerra de Cuba
El general Máximo Gómez abandonó las filas del Ejército español al que se había servido como voluntario, para liderar la insurrección independentista cubana tras la muerte de José Martí

150 Cartas de amor desde el desastre de Cuba: «Me dieron por muerto... y casi lo estuve»
El 27 de marzo de 1897, la revista «Blanco y Negro» se refería a Máximo Gómez, el general que traicionó al Ejército español tras la guerra de Restauración y se convirtió en el líder de los independentistas cubanos, con las siguientes palabras: «De vez en cuando tenemos noticias de él. Cada quince días le damos por muerto, unas veces por los achaques de su vejez, otras a consecuencia de sus heridas en la espalda y otras por una hinchazón gravísima e inoportuna. Si creyéramos a pies juntillas lo que suele escribirse de él en el campo insurrecto y en el campo leal, el “chino viejo” resultaría con siete vidas como los gatos. Una suposición no muy descaminada, porque más de siete, de diez y de cien vidas tiene Máximo Gómez, pero sobre su conciencia».

Se refería la revista de Torcuato Luca de Tena a las audaces operaciones de engaño protagonizadas por el líder de la rebelión cubana, que estaban causando auténticos estragos en las filas españolas desde hacía dos años. El general Gómez se había convertido en un maestro del empleo de la astucia militar a raíz de su experiencia en el campo de batalla. Creía que era la única forma de lograr condiciones ventajosas contra una España claramente superior y pronto dio muestras de ello: maniobras de despiste, ataques por sorpresa, embustes para ser perseguido y desviar la atención sobre enclaves más importantes o su intuición para evitar emboscadas.

Gómez había ingresado muy joven en el Ejército de la República Dominicana, donde había nacido en 1836. El país había sido invadido por el emperador haitiano Souloque y decidió debutar en combate en la Batalla de Santomé, el 22 de diciembre de 1856. Su bando resultó vencedor. Y es curioso, porque cinco años después, nuestro protagonista apoyó la entrega de la soberanía nacional a España llevada a cabo por su presidente, Pedro Santana. Luchó como voluntario en el Ejército español y, tras perder la guerra de la Restauración, huyó con sus compañeros a Cuba. Fue allí donde Máximo Gómez desertó y traicionó su juramento para unirse a los grupos que luchaban por la Independencia de Cuba.

podía leerse ese mismo año en «Blanco y Negro», en un especial sobre « Los sucesos de Cuba»

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Máximo Gómez vivió 69 años- ABC
En 1895 resultaba evidente que el único modo de ganar al ejército español —Estados Unidos no entraría en combate hasta tres años después—era extender la lucha armada hasta occidente mediante la invasión. Dicha condición era imprescindible para que la revolución triunfara, porque conllevaba la posibilidad de destruir las principales fuentes de riqueza que financiaban la maquinaria militar colonial y la ventaja de dispersar por el país a las tropas de España, con la excusa de proteger los otros enclaves importantes de los supuestos ataques mambises.

Lo primero que consiguió Gómez fue conquistar Camagüey, pero no pudo comenzar la invasión de occidente porque las tropas de Antonio Maceo no habían llegado en su apoyo. Aquella acción era urgente, puesto que diez batallones solicitados por el general Martínez Campos estaban cruzando el Atlántico hacia Cuba. ¿Qué hizo el general insurrecto? Ordenar una serie de ataques a modo de demostraciones de fuerza solo para engañar al mando español y hacerle sacar las tropas de los alrededores de Camagüey. Fue una estrategia ingeniosa —recogida en el artículo de Alberto Pau Uriarte en los « Anales de la Real Academia de Cultura Valenciana»— que se basó en una serie de acciones militares desarrolladas durante un mes para que España concentrara a sus soldados en Las Villas. Gómez conocía a su adversario, pues había combatido en sus filas, y dejó perplejos a los mandos españoles. Como escribió en su diario el líder rebelde: «Quería llamar la atención del enemigo hacia aquella zona (...) para proteger el paso del general Maceo, que ya debe venir marchando. Todos mis movimientos han de obedecer a ese propósito». Y lo logró: Maceo atravesó Camagüey de este a oeste sin librar un solo combate y, poco después, se unió a él. El general español José Lachambre calificó de «brillante» la operación de reunión de los dos destacamentos insurrectos: «Maceo, desde Santiago de Cuba y en 32 días de marcha sin que le disparen un tiro llega a la trocha y la pasa, uniéndose a Gómez (...), que mutuamente se ayudaban en esta brilante operación».

«Lazo de invasión»
Pocos meses después, Martínez Campos concibió la idea de enfrentarse a Gómez en el Coliseo, una pequeña comunidad a 130 kilómetros deLa Habana. El objetivo era atraer a los rebeldes hasta dicha localidad y golpearles con una fuerza de 25.000 hombres. Pero de nuevo estos volvieron a ser más astutos, debido otra maniobra de distracción protagonizada por unos 700 rebeldes, mientras el grueso del ejército insurrecto huía. La trampa minuciosamente concebida por el general español fue eludida de nuevo por el líder dominicano, posiblemente por la información que había recibido de los telegrafistas del ferrocarril. De esta forma, evitó lo que habría sido un matanza de dimensiones gigantescas.

Gómez seguía con su intención de llegar a occidente. La solución fue otra maniobra de engaño, marchando hacia el sureste. En el camino asaltaron un almacén del enemigo con 10.000 cartuchos, incendiaron una serie de campos de cañas y destrozaron unas cuantas estaciones ferroviarias. Sin embargo, respetaron las vías para facilitar que los optimistas españoles les persiguieran en tren hasta Cienfuegos, que era en realidad el propósito de la estrategia para que dejaran libre el camino hacia La Habana. Martínez Campos estaba convencido de que podría aplastar a los insurrectos en la localidad central de la isla, sin imaginarse que el grueso de las tropas cubanas entrarían tranquilamente en la capital cinco días después. A esta acción se le llamó el «Lazo de invasión».

También se le puso nombre a otra operación de engaño acaecida en enero de 1896, muerto ya José Martí y erigido Máximo Gómez como único líder de los insurrectos. Se le llamó la «Campaña de la Lanzadera». El objetivo era de nuevo atraer hacia sus tropas la mayor parte del Ejército español, con el objetivo de permitir que el general Maceo llegara después lo antes posible a Pinar del Río. Desde allí podría extender la guerra hasta el último rincón occidental de la isla. Una operación que duró un mes y medio y para la que Gómez empleó 2.300 hombres, según Pau Uriarte. Con esos soldados, y exponiéndose a una fuerza de 12.000 españoles comandados de nuevo por Martínez Campo y otros generales, debía protagonizar ataques tan feroces que resultaran creíbles y representaran un peligro real.

Durante 42 días las tropas de Gómez recorrieron más de 730 kilómetros y lanzaron 14 ataques en los que murieron solo 14 de sus soldados y fueron heridos 144. Sin embargo, consiguieron que la invasión llegara a Mantua, por un lado, una pequeña localidad del extremo oriental, y que Maceo regresara a La Habana, por otro. De esta forma, la guerra alcanzó la envergadura nacional que buscaban los rebeldes.

«Campaña de la reforma»
La última de estas operaciones de engaño fue conocida como la «Campaña de la reforma», una de las más importantes de la historia de Cuba, que fue protagonizada de nuevo por el general Máximo Gómez durante un año: entre enero de 1897 y enero de 1898. Un tiempo en el que el Ejército español no pudo forzar un encuentro con los insurrectos ni causarles bajas importantes.

Las operaciones se llevaron a cabo en el centro del país con el fin de auxiliar a las fuerzas rebeldes que se encontraban en apuros en aquellos territorios. Para ello, Gómez elegía de nuevo la estrategia en su opinión más racional y adaptada a sus escasos recursos. Acudió con 600 hombres a una zona conocida como La Reforma, para concentrarlos al oeste del camino que unía Júcaro y Morón. Quería hacer creer a los españoles que lo rebeldes estaban iniciando una nueva invasión. Y para asegurarse que la treta calaba en el enemigo, hizo lo posible para que el rumor se extendiera a través de cartas y documentos que sabía que iban a ser interceptados.

La maniobra de desinformación surtió efecto y el general Weylerconcentró 33 batallones de infantería, 30 escuadrones de caballería y seis batería de artillería en el cuartel general de Sancti Spiritus. En total, 40.000 hombres, una tercera parte del ejército español en Cuba. Un número muy grande de soldados que, tal y como previó Gómez, debilitó las fuerzas desplegadas anteriormente en Pinar del Río, Matanzas y La Habana. Gómez consiguió mantener en secreto esta acción, no compartiéndola incluso con sus más cercanos colaboradores. La efectividad sería mayor asý y, durante un año, los insurrectos protagonizaron multitud de emboscadas, incursiones y escaramuzas que produjeron más de 25.000 bajas entre muertos, heridos e inutilizados por enfermedad en las fuerzas españolas. Según el Centro de Estudios Militares de las FAR, en una cifra que parece exagerada, los rebeldes contabilizaron solo 108 bajas entre muertos y heridos.

A pesar de todo, al final de esta última operación la guerra en Cuba continuaba sin signos llegar a su fin. Los insurrectos se mantenían fuertes en Oriente y Camagüey a pesar de su inferioridad. Y los españoles habían mantenido su posición en el oeste y el centro de Cuba. Fue en ese momento cuando ambos mandos mantuvieron una serie de conversaciones de paz en secreto, en un hecho no muy conocido sobre la Guerra de Cuba. Pero luego llegaron los americanos y… la guerra cambió para los españoles, que iniciaron su recta final hacia el « desastre del 98».

Original y video, en:
https://www.abc.es/historia/abci-ma...-espana-guerra-cuba-201807110143_noticia.html
 
Eso no es cierto. Cortés no llegó para buscar ninguna ruta, sino oro, riqueza y tierras. Todas las crónicas muestran el asombro de los indios por la obsesión de esos hombres extraños por el oro. Fué muy distinto a Nuñez de Balboa, que por eso encontró el Océano Atlantico atravesando el istmo de Panamá, y ya no digamos Magallanes y Elcano, que fueron navegantes exploradores, no conquistadores de tierras, pues recalaron en islas para abastecerse - en una fué asesinado Magallanes -, no para apropiarse de ellas.

Y en las comunidades indígenas que ha sobrevivido, su relato oral de generación en generación no es precisamente feliz respecto a la llegada de los españoles, la imposición de la ropa, la religión, la lengua y su poder y exigencia de trabajo esclavo.

Este asunto debería haber abierto un periodo de reflexión en España sobre la conquista de México, pero así como asume las glorias como mérito heredado por la actual España, reniegan de la brutalidad con que se consiguió. Y dicen que los franceses son chauvinistas...


Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo.

Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor francés.
 
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La última carga de caballería
Publicado por Óscar Díaz
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Tempest, 1958. Fotografía: Getty.
Toda gran batalla tiene su narrador. Desde los esdrújulos poemas homéricos a las crónicas desapasionadas de los corresponsales modernos, la historia se ha ido nutriendo de datos fidedignos, ficticios o anecdóticos proporcionados por testigos o fabuladores en una amalgama que solo los especialistas son capaces de cribar. De hecho, es habitual que el común de los mortales no recuerde el relato objetivo de una confrontación ofrecido por un historiador, sino la versión épica —y más o menos brumosa— del escritor o poeta de turno. Por eso tenemos tan presentes los heroicos versos con los que Tennyson nos narró el desastre de la Carga de la Brigada Ligera, pero recordamos a duras penas las circunstancias geopolíticas que provocaron la guerra de Crimea. La fantasía se abre camino, choca contra la historia y, en ocasiones, se impone.

En Los arqueros, Arthur Machen contaba cómo, durante la batalla de Mons de la Primera Guerra Mundial, la Fuerza Expedicionaria Británica se veía reforzada por arqueros fantasmales que aparecían después de que un soldado invocara a San Jorge, en una narración no muy distinta a la leyenda del apóstol Santiago en la batalla de Clavijo o de la supuesta intervención de la Virgen para detener al astro solar —y así dar tiempo a zanjar la batalla— tras ser convocada por Pelayo Pérez Correa, maestre de la Orden de Santiago, en otro episodio de la Reconquista. Machen ni mucho menos pretendía informar, sino entretener, pero su narración cobró vida y fue aceptada como hecho innegable por muchos lectores. La voz se corrió, los testimonios de supuestos protagonistas se multiplicaron y el relato de los arqueros, los compañeros en la batalla de Agincourt de aquella «banda de hermanos» de Enrique Vinmortalizada por Shakespeare, se instaló en la cultura popular y llegó a utilizarse como elemento propagandístico para afianzar en la mente de la población la idea de la conflagración mundial como lucha entre las fuerzas del bien y del mal.

Resulta de perogrullo afirmar que la propaganda es una potentísima herramienta, como nos hacen saber cada día quienes nos hablan de posverdad, ese exitoso neologismo, o nos recuerdan las terroríficas tácticas informativas del EI. Es habitual que la propaganda se apoye en ciertos hechos y los tergiverse para adaptarlos a los fines del bando en cuestión, pero no suele ser tan frecuente que el origen de una maniobra propagandística sea el relato bienintencionado, aunque mal documentado, de un corresponsal de guerra. Ni tampoco que posteriormente se dé la vuelta a la tortilla y el episodio, que en origen era una anécdota oprobiosa para uno de los bandos, se convierta en una reivindicación de su valor nacional. Pero eso fue lo que ocurrió con la leyenda de la batalla de Krojanty, por muchos considerada la última carga de caballería: polacos contra alemanes, caballos contra tanques, con el marchamo de verosimilitud aportado por el periodista Indro Montanelli, el historiador William Shirer y el militar Heinz Guderian, tres narradores aparentemente fiables.

La decadencia de un arma histórica

La invención de las ametralladoras durante el siglo XIX supuso un duro golpe para la caballería. A diferencia de lo ocurrido durante el siglo XII, cuando el papa Inocencio II prohibió el uso de la ballesta so pena de excomunión a cualquiera que la empleara contra un enemigo —intentando poner puertas al campo y frenar esta herramienta «democratizadora» que permitía a un plebeyo acabar con un caballero noble—, nadie alzó la voz esta vez para proteger a los jinetes, miembros de un arma que había sido fundamental en los ejércitos de todo el mundo desde la más lejana antigüedad. Antes, la ya mencionada batalla de Balaclava de 1854, donde se produjo la célebre carga a sable de la Brigada Ligera contra las bien guarnecidas posiciones rusas de artillería, debió servir de toque de atención sobre el cambio de tercio que se estaba produciendo, pero el heroico comportamiento de los implicados y la incompetencia de los miembros de la cadena de mando sirvieron para que no se hiciera un examen concienzudo de lo anacrónico de aquel combate. «Es magnífico, pero la guerra no es así. Es una locura», afirmó el general francés Pierre Bosquet ante la prueba de heroísmo vacuo que acababa de presenciar en Balaclava. Esta muestra de arrestos mal canalizados llegó a arrastrar al combate incluso a dos oficiales sardos, el teniente Landriani y el comandante Govone, representantes del reino de Piamonte-Cerdeña, también beligerante en la campaña de Crimea —aunque con una presencia de tropas casi testimonial—, y poseídos por el mismo ardor que habría llevado a más de un espectador a empuñar un mandoble durante el asalto a Minas Tirith durante una sesión cualquiera de El retorno del rey.

Unos pocos años después, el uso de obsoletas tácticas napoleónicas durante la guerra de Secesión estadounidense y el notable progreso tecnológico dieron pie a matanzas sin precedentes. Los setecientos cincuenta mil muertos durante esta conflagración superan la suma de las cifras de soldados estadounidenses fallecidos durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Aun así, la caballería mantuvo un papel preponderante gracias a las acciones de mandos capaces como los confederados Jeb Stuart o John Mosby, el Fantasma Gris, o a la osadía e imprudencia del teniente coronel George Armstrong Custer, célebre por su labor hostigadora a las órdenes de Sheridan en la fase decisiva de la guerra. Luego llegaría la edad de oro de la caballería estadounidense con la creación de cuatro regimientos más (desde el famoso séptimo hasta el décimo), refuerzo necesario para apoyar la expansión hacia el oeste. En un país de grandes distancias y enfrentada a un enemigo poco tecnificado y falto de recursos, la caballería fue fundamental para librar una lucha asimétrica contra unos nativos que casi siempre fiaban su suerte a la rapidez y a la guerra de guerrillas.

Posteriormente, ya en el siglo XX, el afianzamiento de la guerra de posiciones durante la Primera Guerra Mundial relegó al arma de caballería a un papel secundario en muchos frentes, aunque hubo países que conservaron un importante contingente de fuerzas montadas una vez finalizada la contienda.

Los «testigos»

Considerado uno de los mejores periodistas y escritores italianos de la historia y conocido por su estilo directo y sin concesiones, Indro Montanelli contaba con treinta años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Deslumbrado inicialmente por el fascismo mussoliniano, su experiencia en el frente de Abisinia, donde se presentó voluntario movido por un extraño y entusiasta romanticismo bélico, le quitó la venda de los ojos y le llevó a chocar con el régimen de su país. Más adelante, el periodista cubrió la guerra civil española para el diario Il Messageroy fue juzgado por describir de manera «poco heroica» —y contraria a la propaganda oficial— la entrada del contingente italiano en Santander. Aunque fue absuelto, se convirtió en una figura incómoda y el entonces ministro de Cultura le ofreció un puesto de profesor en Tallin, la capital estonia, desde donde inició su colaboración como corresponsal para el Corriere della Sera.

El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia e Indro Montanelli es enviado al frente, acompañado por funcionarios alemanes y algún otro corresponsal extranjero como el historiador William Shirer, autor de Diario de Berlín y de Auge y caída del Tercer Reich. Al llegar cerca de la aldea pomerana de Krojanty, los corresponsales se topan con un escenario chocante: los cadáveres de unos veinte soldados de caballería y sus monturas, supuestas víctimas, según los testimonios de los soldados alemanes, de una carga a todas luces suicida contra blindados germanos. El general Heinz Guderian respalda el relato y también escribe:

… conseguimos rodear por completo al enemigo que se nos enfrentaba en la zona boscosa al norte de Schwetz y al oeste de Graudenz. La brigada de caballería Pomorska, desconociendo la naturaleza de nuestros tanques, los habían atacado con espadas y lanzas y habían sufrido numerosísimas bajas.

La historia y las pruebas circunstanciales seducen a Shirer y a Montanelli, y el italiano manda una crónica que se publica en La Domenica del Corriere, suplemento dominical de su periódico, donde se ofrece una narración parcial, romántica y sesgada de la escaramuza, haciendo hincapié en el valor y la capacidad de sacrificio de los jinetes polacos. La potentísima imagen de la tradición polaca enfrentada a la modernidad alemana se convierte en el icono de la breve campaña de 1939, apenas un mes de combates entre dos fuerzas desiguales. Por otro lado, la maquinaria propagandística alemana le da alas al mito, aunque convirtiendo el heroísmo polaco en estupidez. Poco después, el relato de Montanelli se adereza con algunos detalles vergonzantes en las páginas de la revista Die Wehrmacht, donde se indica que la caballería atacó frontalmente a los tanques porque sus mandos afirmaban que los blindados no eran tales y solo iban protegidos por unas frágiles láminas de metal. Así, se logran dos objetivos: poner en ridículo a un enemigo aferrado a sus maneras obsoletas a la vez que se ensalza el concepto de guerra moderna practicado por los alemanes. La historia se replica en Kampfgeschwader Lützow, una película propagandística de la UFA que incorpora una carga de caballería, de donde se extrajeron imágenes proyectadas en los noticiarios semanales del país. En años posteriores, y en un nuevo giro perverso, la Unión Soviética aprovecha la fábula para desacreditar a la oficialidad polaca en pleno y acusarla de causar un sufrimiento y un derramamiento de sangre innecesarios (lo que podría haber servido de alguna manera para justificar intelectualmente la masacre del bosque de Katyn si los soviéticos llegan a asumir su autoría, algo que no sucedió). Sin embargo, pese al férreo control soviético durante la guerra fría, los polacos se apropian también de esta fantasía y la integran en la gloriosa epopeya de su caballería, e incluso el director Andrzej Wajda refleja la escaramuza de Krojanty en Lotna, una película bélica que sirve de homenaje a la larga historia de esta arma. Por desgracia, la leyenda y la política de la guerra fría eclipsan la verdadera contribución polaca a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Durante la batalla de Inglaterra, por ejemplo, uno de cada doce pilotos aliados era polaco, mientras que en tierra casi un cuarto de millón de soldados de este país sirvió en las filas británicas, a los que habría que sumar la nutridísima resistencia que hostigó a los alemanes durante toda la guerra en las filas del llamado Ejército Nacional.

La realidad

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la décima parte de los soldados del ejército polaco pertenecen a su caballería. Polonia sigue confiando en la capacidad del arma que tanta gloria había proporcionado a su patria, aunque la motorización y mecanización de los regimientos de caballería, como en los demás países, son progresivas. En lugar de servir de fuerza de choque, como en conflictos anteriores, la caballería lleva a cabo labores de reconocimiento y apoyo, además de ejercer de reserva móvil y emplear en combate tácticas propias de la infantería. Aunque sus soldados conservan los sables, la lanza habitual en los cuerpos montados es sustituida por armamento moderno, incluso por fusiles antitanque capaces de hacer mella en el blindaje de los primeros carros de combate alemanes.

El 1 de septiembre de 1939, el mismo día que comienza la invasión alemana, la Brigada Pomorska (Pomerania) se encuentra cubriendo la retirada de una división de infantería que trataba de defender el llamado Corredor de Pomerania, un pasillo estratégico que daba salida al mar Báltico. Durante el repliegue, el coronel Kazimierz Mastalerz, oficial al mando del 18.º Regimiento de Ulanos, avista un batallón de infantería alemana descansando en un brezal cerca del bosque de Tuchola y ordena una carga de caballería de dos escuadrones (unos doscientos cincuenta hombres) para coger al enemigo por sorpresa, mientras deja en la reserva a otros dos escuadrones y sus tanquetas. El furibundo y repentino ataque pone en fuga a los alemanes, que sufren una veintena de bajas, y los polacos ocupan la posición sable en mano y prácticamente indemnes. Sin embargo, instantes después, en lontananza aparecen unos blindados ligeros alemanes que abren fuego con sus ametralladoras y cañones automáticos. Sorprendidos en una posición desguarnecida, a los ulanos polacos no les queda más remedio que retirarse a uña de caballo en busca de refugio en las colinas cercanas, pero el coronel Mastalerz y otros veinte jinetes mueren por el fuego enemigo. No son las únicas víctimas, ya que otros sesenta ulanos resultan heridos o son hechos prisioneros, con lo que finalmente cae casi un tercio de los jinetes de los dos escuadrones. Esta es la escena que, dos días después, se encuentran Montanelli y Shirer y que da pie a la leyenda.

El sacrificio de los polacos no es vano, ya que la maniobra posibilita la retirada del Grupo Operativo Cersk y retrasa varias horas el avance de los alemanes. De hecho, el general Grzmot-Skotnicki, oficial al mando del Grupo Operativo, impone su propia medalla Virtuti Militari, la máxima condecoración polaca al valor, al 18.º Regimiento de Ulanos. De poco sirve, no obstante, esta muestra de heroísmo, ya que la campaña de Polonia, primer gran éxito del concepto de Blitzkrieg, dura un mes escaso.

¿La última carga?

No hubo, por tanto, un choque directo entre caballería y tanques en Krojanty, ni tampoco, pese a lo que afirme el mito, fue esta la última carga de caballería de la historia. De hecho, durante las cuatro semanas que duró la guerra entre Polonia y Alemania en septiembre de 1939, la caballería polaca llevó a cabo dieciséis cargas confirmadas, la mayoría de ellas con éxito y ninguna contra carros de combate. El 23 de septiembre, en Krasnobród, el 25.º Regimiento de Ulanos Gran Polonia llegó a cruzar armas con una unidad de caballería orgánica de la 8.ª División de Infantería en una de las últimas batallas a caballo de la Segunda Guerra Mundial y, pese a las numerosas bajas sufridas, consiguieron reconquistar la población y capturar a más de cien enemigos y a un general alemán.

Ya en la campaña francesa, en mayo de 1940, los Panzer de Guderian se toparon con la 3.ª Brigada de Spahis en la encarnizada batalla de La Horgne, donde un escuadrón de caballería cargó contra la línea alemana que cercaba la población y se vio lógicamente rechazada por los carros de combate enemigos. Posteriormente, el 24 de agosto de 1942, la caballería italiana lanzaría su última carga contra una formación enemiga regular, una posición artillera soviética en el río Don. El ataque de la 3.ª División de Caballería Eugenio de Saboya en Izbushensky no tuvo demasiada trascendencia estratégica, aunque la propaganda italiana se encargó de multiplicar el eco de esta victoria italiana. Meses después la caballería italiana también se las vería con los partisanos de Tito en Yugoslavia, y también hay referencias de cargas de triste final de ingleses y estadounidenses contra los japoneses en Birmania y Bataán.

Pero el historiador Janusz Piekalkiewicz nos sitúa tras la pista de la última carga de caballería de la Segunda Guerra Mundial, lanzada, una vez más, por el ejército polaco, aunque esta vez encuadrado en las filas soviéticas. Casi seis años después de la escaramuza de Krojanty, polacos y alemanes volvían a verse las caras en Pomerania, cerca de Schönfeld. La 1.ª Brigada Caballería Varsovia al mando del teniente Starak conseguía romper las asombradas filas alemanas, que esperaban una ofensiva de los carros T-34 rusos, y aprovechaba la confusión reinante para tomar la población. La infantería soviética y polaca sufrió trescientas setenta bajas, pero solo siete ulanos cayeron en la que se considera la última gran carga de caballería de la historia.

Lejos queda esta audaz y eficaz carga de la leyenda quijotesca de la batalla de Krojanty, cuyo espíritu Günter Grass (en traducción de Miguel Sáenz) recogió en El tambor de hojalata.

Enseñó a todos sus ulanos a besar la mano desde el caballo, de forma que —¡como si fuera una dama!— besan comme il faut una y otra vez la mano a la muerte, pero antes se agrupan, con el rojo del crepúsculo a la espalda —porque su reserva se llama atmósfera—, los tanques alemanes delante, son los garañones de Krupp, Von Bohlen y Halback, nadie ha montado más nobles corceles. Sin embargo, aquel caballero medio español y medio polaco enamorado de la muerte —¡talentoso Pan Kichot, demasiado talentoso!— baja la lanza con su banderola e invita, blanquirrojo, al besamanos, gritando de modo que, al rojo del crepúsculo, las cigüeñas castañetean blanquirrojas en los tejados y las cerezas escupen sus huesos, gritando a la caballería:

—Nobles polacos montados, no son tanques de acero, son molinos de viento u ovejas, ¡yo os invito al besamanos!

Y así los escuadrones cabalgaron hacia el flanco gris campaña del acero y dieron al rojo del ocaso un resplandor más rojo aún…
https://www.jotdown.es/2019/04/la-ultima-carga-de-caballeria/
 
Vietnam, en busca de la tumba perdida
Veteranos de EE.UU. devuelven a Vietnam «trofeos de guerra», como fotos, armas o diarios, para localizar fosas comunes de soldados del Vietcong

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SeguirPablo M. Díez@PabloDiez_ABC
Enviado especial a Hanói
Actualizado:07/04/2019 05:27h
0 La «Trumpkimanía» toma el nuevo Vietnam
Con solo 19 años, Grant Coates se alistó voluntario para la Guerra de Vietnam en septiembre de 1968. En casa había oído las heroicas historias de su abuelo en la I Guerra Mundial y de su padre en la Segunda y él pidió destino en una unidad de reconocimiento. «Nuestra misión era luchar y seguir moviéndonos. Aunque no nos quedábamos mucho tiempo en ningún lugar porque los helicópteros nos evacuaban enseguida tras los combates, en los rastreos tuve bastante contacto con la gente local», cuenta al otro lado del teléfono desde la Costa Este de Estados Unidos.

Hoy, con 70 años, sigue rastreando Vietnam para localizar al enemigo. Pero no para matarlo, sino para desenterrarlo. Como presidente del Comité de Prisioneros de Guerra y Desaparecidos en Combate de la Asociación de Veteranos de Vietnam, se encarga de recuperar objetos arrebatados a los soldados del Vietcong tras los enfrentamientos para hallar las fosas comunes donde fueron enterrados.

Cuatro décadas después de la guerra, que dejó entre 1,4 y 3,8 millones de muertos, en Vietnam quedan 200.000 desaparecidos en combate cuyos cuerpos no han sido encontrados. Además, hay casi 1.600 soldados estadounidenses cuyos cadáveres tampoco han sido localizados. Tras los combates con el enemigo, todos ellos fueron sepultados en fosas en medio de la jungla desperdigadas por todo el país que hoy son difíciles de descubrir. «Lanzamos esta iniciativa en 1993, dos años antes de que EE.UU. y Vietnam establecieran relaciones diplomáticas. Pensamos que, si contactábamos con los veteranos de guerra vietnamitas y les decíamos dónde estaban las tumbas de sus muertos, ellos harían lo mismo por nosotros», explica Coates. Al fin y al cabo, resume, «los sentimientos de los familias son iguales en todos los países: alegría por el regreso de los supervivientes y pena por la desaparición de los caídos».

Hurgar en sus bolsillos


Pidiendo ayuda a sus más de 50.000 miembros, los veteranos estadounidenses han recopilado abundante información y material para encontrar esas fosas comunes. Además de mapas y archivos militares, los excombatientes han entregado los «trofeos de guerra» que se llevaron tras matar a sus enemigos y hurgar en sus bolsillos. En su mayoría, son fotografías, cartas, amuletos, armas, cascos, emblemas, cuencos de incienso y hasta un diario que, escrito por una joven doctora del Vietcong, Dang Thuy Tram, sirvió para localizar a su familia en 2005 y fue publicado con enorme éxito bajo el título «Last night I dreamed of peace» («Anoche soñé con la paz»). Escrito desde 1968 hasta la muerte de la médica en 1970, esta obra pone rostro y corazón a ese enemigo invisible que tantas veces aparece en las películas de Hollywood sobre la guerra de Vietnam, que fue una de las más salvajes de la historia y también traumatizó a la sociedad estadounidense.

Desde que empezaron a compartir sus descubrimientos con Vietnam, donde hay unos tres millones de antiguos combatientes, los veteranos estadounidenses han entregado información sobre 304 fosas donde habría enterrados 15.000 cuerpos. «La mayor parte del material que entregamos procede de los soldados de Ingeniería, que llevaban máquinas excavadoras para enterrar a los muertos y recuperaban sus objetos personales», detalla Coates, que ha viajado seis veces a Vietnam desde 2005.

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Con solo 19 años, Grant Coates combatió en la Guerra de Vietnam entre 1968 y 1969 - ABC
«La primera vez que volví y hablé con ellos, iba con mucho cuidado y no sabía cómo me iban a tratar porque yo había matado a sus compatriotas. Sorprendentemente, no guardaban ningún resentimiento y fueron muy cálidos. Su mayor interés era tener una vida mejor para sus hijos y nietos y eso hizo mucho más fácil aceptar el pasado. No hablamos de la guerra, pero sí de donde habíamos estado y lo que habíamos visto y aprendido», rememora el veterano, que guarda buenos recuerdos de Vietnam pese a perder a uno de sus mejores amigos, Edward Cox.

Aunque Coates ha preferido no estar presente en la apertura de ninguna fosa de soldados vietnamitas, asistió en 2010 a la recuperación de un cadáver estadounidense cerca de la frontera con Camboya. «Me impresionó el respeto de los antropólogos, médicos y soldados que lo desenterraron», alaba una labor que, además de desagradable, suele requerir alrededor de un año de investigación hasta dar con la tumba.

El coste del ADN
El problema es que, una vez localizados los cuerpos, las autoridades vietnamitas no hacen pruebas de ADN para encontrar a sus familiares porque son muy costosas. A menos que tuvieran rasgos distinguibles que hayan resistido tanto tiempo o documentos como los que entregan los veteranos estadounidenses, por ejemplo fotos, carnés o cartas, resulta imposible identificar los cadáveres. «Mi hermano fue a luchar a la guerra y murió en 1972. Nunca recuperamos su cuerpo y eso es algo que jamás podremos olvidar», se lamenta Le Viet Quang, que tenía 16 años cuando acabó la contienda en 1975 y recuerda los bombardeos sobre las centrales eléctricas y los lagos de Hanói.

A los problemas para identificar los cadáveres se suma el desarrollo económico de Vietnam desde su apertura al capitalismo en 1986, que está cambiando la faz del país por su rápida urbanización. «Ahora hay autopistas, estadios de fútbol y hasta colegios sobre las fosas comunes», advierte Grant Coates, quien espera volver en octubre con más material, como fotos y un casco con un nombre escrito en su interior. «Me gusta regresar y charlar con los amigos del Ejército norvietnamita, con quienes recuerdo el pasado y brindamos por el futuro», asegura soltando una risita al otro lado del hilo telefónico.

En Hanói le espera Bui Van Nghi, subdirector del Departamento Americano de la Unión de Asociaciones de Amistad de Vietnam, quien tiene ya 103 carpetas con información sobre más de 12.000 desaparecidos proporcionada por los veteranos estadounidenses. «Gracias a ellos, desde 1994 hemos encontrado restos de 1.500 soldados, pero a la mayoría no podemos identificarlos», lamenta otra de las secuelas de la guerra de Vietnam junto a las minas enterradas y las malformaciones provocadas por el Agente Naranja, el defoliante tóxico con que EE.UU. bombardeaba la jungla. Como bien resume Grant Coates, «en una guerra nunca hay ganadores». Cuatro décadas después de luchar en Vietnam, sigue rastreando para que sus antiguos enemigos «reciban una sepultura digna».

organización del danés Brian Hjort, localizó con pruebas de ADN a unos familiares en EE.UU., pero no a su padre. Como muchas otras survietnamitas, su madre quemó sus fotos para no ser castigada por haber tenido un hijo con el enemigo.
https://www.abc.es/internacional/abci-vietnam-busca-tumba-perdida-201904070148_noticia.html
 
Nayaf: 15 años de la gran batalla española del siglo XXI
  • CARLOS TORO
    Madrid
Lunes, 8 abril 2019 - 02:27
Los candidatos de Vox, Fulgencio Coll y Alberto Asarta, tuvieron un papel destacado en el enfrentamiento armado más importante del Ejército español desde el conflicto de Ifni (1957-1958)

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La presencia en las listas electorales de los partidos de militares de alta graduación retirados es uno de los aspectos más llamativos de los próximos y distintos comicios. Dos de estos hombres tuvieron una participación destacada en el enfrentamiento armado más importante del Ejército español desde el conflicto de Ifni (1957-58): la Batalla de Nayaf(Irak), librada el 4 de abril de 2004. Hace ya 15 años.

El teniente general Fulgencio Coll Bucher, candidato de VOX a la alcaldía de Palma de Mallorca, era entonces general de brigada y figuraba al mando de la Brigada Multinacional Plus Ultra II (BMPUII), responsable de la seguridad en la zona centro-sur del país, con acantonamiento en Diwaniya(provincia de Al-Qadisiyah), en la Base España. Y en Nayaf (provincia de An-Nayaf), el general de división Alberto Asarta Cuevas, número uno de VOX por Castellón, coronel por aquellas fechas, respondía ante Coll y era el jefe de la Base Al-Andalus, ubicada en Nayaf.

En el recinto también estaban acuartelados, junto a otros uniformados de unidades menos representativas, el Batallón Cuscatlán II salvadoreño, un grupo estadounidense de comunicaciones, los civiles (fuertemente armados, no obstante) de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA por sus siglas en inglés) y mercenarios de la compañía privada Blackwater.

Nayaf no era un enclave cualquiera, sino la ciudad santa chií, polo de peregrinaciones multitudinarias y tierra sagrada de enterramiento. Tumba de Alí Ibn Abi Talib, primo de Mahoma, casado con Fátima, una de las hijas del Profeta y origen de la rama chií del Islam. Un volcán religioso. Un polvorín. Un avispero. El ambiente en la base era tenso desde que, en febrero, el Mando de la Coalición, que ostentaba Paul Bremer desde la Zona Verde de Bagdad, había, entre otras medidas, ordenado a la BMPUII la neutralización del joven y extremista clérigo Muqtada Al-Sadr y su brazo armado, el Ejército del Mahri, una fanática milicia de aluvión. Coll, como en otras iniciativas estadounidenses, puso reparos de orden militar y diplomático.

Los americanos, partidarios de los métodos expeditivos, no entendían la propensión de los españoles a negociar antes que a disparar. Ni su consideración hacia las costumbres e instituciones locales para evitar males mayores. Los acusaban de cobardía. Pero nuestras Reglas de Enfrentamiento eran muy restrictivas. Por ende, más tarde, tras los atentados del 11 de marzo que condujeron al triunfo electoral del PSOE, el Ejército se encontraba frente a un vacío de poder. Aznar se iba y Zapatero había llevado en su programa la retirada de las tropas españolas.

El 31 de marzo, el asesinato de cuatro contratistas condujo a los SEAL a la captura violenta de Mustafa Al-Yaqubi, lugarteniente de Al-Sadr. Se rumoreó que los americanos llevaban distintivos españoles para que los chiíes responsabilizaran a los nuestros de la acción, atacaran en represalia la base y los obligaran a combatir.

Sea como fuere, Al-Andalus recibió el 4 de abril todo el fuego, AK-47, morteros de 60 mm y RPGs (lanzagranadas), que el ejército del Mahri era capaz de vomitar. Los españoles respondieron con sus fusiles de asalto HK G36 y sus ametralladoras ligeras MG-42 de 7.62 mm. Sus blindados VEC (Vehículo de Exploración de Caballería) y BMR (Blindado Medio sobre Ruedas), dotados, respectivamente, con un cañón de 25 mm. y una ametralladora de 12,70 mm., mantuvieron fuera del perímetro a los atacantes. Ninguno de ellos llegó a pisar el interior de la instalación. Y, en una impecable descubierta, los BMR, apoyados por dos helicópteros Apache, rescataron a 30 salvadoreños, 14 hondureños y 38 iraquíes que regresaban de un entrenamiento conjunto y, rodeados, se habían refugiado en una comisaría y en la cárcel local. La batalla, cuya mayor intensidad se registró entre las 11.00 y las 16.15 horas, se saldó, pese a su dureza, con sólo tres bajas mortales (un capitán estadounidense abatido en la base, un soldado salvadoreño y otro iraquí). Se estima que los atacantes sufrieron unas 250 bajas entre muertos y heridos. Asarta, condecorado junto a varios de sus subordinados, impidió que dos F-16 redujeran a escombros el hospital aledaño a la base desde cuyas plantas superiores se disparaba a los defensores de Al-Andalus. Su destrucción hubiera significado el fin de la asistencia sanitaria en la zona.

Lo que pudo ser un episodio ignominioso para el Ejército español terminó como un motivo de orgullo. Bremer nunca lo reconoció, y en sus memorias siguió vertiendo injurias. No así el teniente general Ricardo Sánchez, máxima autoridad militar estadounidense, ni el general polaco Mieczyslaw Bieniek, jefe de la División Multinacional en la que estaban integradas las tropas españolas. Ni mucho menos los mandos de los contingentes centroamericanos. La batalla conoció algunos estertores de menor importancia durante los siguientes días. El 18, Zapatero anunciaba el repliegue. Y fin.
https://www.elmundo.es/espana/2019/04/08/5caa553afdddff80958b45c6.html
 
La verdad sobre el mito de la falta de higiene, el oscurantismo y la represión sexual en la Edad Media
Aparte de que tantos siglos no permiten una imagen uniforme, es que mucho de estos hábitos que se atribuyen a este periodo y, por contagio, a principios de la Edad Moderna, son claramente mentiras para asustar a los niños o, ya en plano de la manipulación interesada de la historia, una deformación para atizar a la Iglesia y a sus herederos culturales

SeguirCésar Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:09/04/2019 07:49h

Durante la Ilustración surgieron una serie de mitos sobre la Edad Media que redujeron este periodo a la mayor pestilencia moral de la historia. Los cinturones de castidad, que nunca existieron; la quema de brujas, más bien del siglo XVI; y otra serie de mitos como el derecho de pernada se exageraron y deformaron para desprestigiar a la nobleza y a la Iglesia. La literatura y el cine, más interesados por saciar el imaginario popular que por la fidelidad histórica, han perpetuado estas imágenes estereotipadas sobre un periodo que se extendió casi mil años.

Aparte de que tantos siglos no permiten confeccionar una imagen uniforme, ni para bien ni para mal, es que mucho de los hábitos que se atribuyen al periodo y, por contagio, a principios de la Edad Moderna, son claramente cuentos para asustar a los niños o, ya en plano de la manipulación interesada de la historia, una deformación para atizar a la Iglesia y a sus herederos culturales.

Desde su cuenta en Twitter y en sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas, Consuelo Sanz de Bremond Lloret se dedica a diario a desmitificar tópicos fuertemente arraigados en la mente de la gente y a señalar aquellos elementos más hirientes que presentan ficciones del periodo medieval. Ni la película «Alatriste», ni las series de «La Peste» o de «La Catedral del Mar» se libran de su afilado ojo. Esta investigadora y asesora independiente (su formación académica no está vinculada a esta faceta de su vida) sobre la indumentaria hábitos desde la Edad Media al siglo XVII acompaña cada artículo de una detallada de documentación y, lo que resulta más accesible para el gran público, cuadros, grabados e ilustraciones del periodo. Pues, ante la duda, lo mejor es consultar las fuentes originales...

limpieza personal, como ridículo es pensar que las mujeres, responsables principales de las comodidades domésticas, fuesen incapaces de cuidar la higiene no solo de su propio cuerpo, sino también la de su gente. Tal vez haya sido nuestra superioridad tecnológica la que nos ha llevado a creer que la vida de nuestros antepasados transcurría entre porquería.

—¿Hay parte de realidad en este mito de una Edad Media cristiana oscura y sucia?

—Los hábitos de higiene han sido importantes siempre, también en la Edad Media. Me asombra que en novelas y cine se siga dando una idea tan errónea sobre este tema. Quizá sea porque copian los estereotipos de Hollywood o porque los asesores históricos leen obras obsoletas. Desde hace unos años han aparecido trabajos específicos que desmitifican esta falta de higiene. Y por mi parte llevo tiempo recopilando escritos de época en los que se hacen referencias a la preocupación por el aseo. Sabemos de la existencia de baños públicos en las urbes cristianas. Existen recetarios medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa, para la elaboración de cosméticos, para la fabricación de perfumes. Había normas en hospitales para asear a los enfermos y mantener limpia la ropa de la cama. Cualquier tipo de prenda se consideraba un bien muy valioso, se heredaban incluso las apolilladas. En la propia iconografía podemos ver hombres y mujeres preocupados por su imagen, con cabellos bien peinados, arreglados con sofisticación.

«Sabemos de la existencia de baños públicos en las urbes cristianas. Existen recetarios medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa»
—En su blog defiende que hasta el siglo XV (cuando hubo un cierre lento de estos lugares) estuvo muy extendido el uso de baños públicos en ciudades cristianas, ¿por qué se cerraron estos centros?

—Se han sugerido varias teorías, pero hay tres que se dieron al mismo tiempo:

1. Durante el siglo XV hubo un aumento alarmante de la promiscuidad sexual en los baños públicos, llegando incluso a practicarse la prostit*ción, lo que generó una corriente de opinión en su contra y a favor del cierre de estos establecimientos.

2. Se creyó que los baños eran un punto de propagación de enfermedades como la peste o la sífilis. Pensaban que entraban con más facilidad al abrirse los poros de la piel con el agua caliente y el vapor.

3. El mantenimiento de los baños requerían un alto consumo de agua y de leña: a finales del siglo XV en la Península Ibérica la deforestación empezó a ser un problema debido a la construcción de barcos, la falta de mantenimiento de los bosques, el aumento del pastoreo junto con un cultivo intenso y por el aumento de la población urbana.

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Antiguos baños públicos del siglo XV
—En el siglo XVI se desaconsejó el uso de baños calientes o de calor en España (no sé si también en el resto de Europa), ¿por qué este cambio radical?

—Cierto. Pero hay que hacer una aclaración, los médicos de la primera mitad del siglo XVI desaconsejaron (que no prohibieron) los baños calientes de inmersión y de vapor, es decir, los baños artificiales o estufas. Preferían la costumbre de la limpieza del cuerpo por partes con aguamaniles, jofainas, palanganas, bacines, tinas...

—¿Nos chocaría hoy en día los olores y los aires que se respiraban en esa sociedad?

—Ciertamente nos extrañarían o nos repelerían olores a los que no estemos habituados. Por ejemplo: el ganado, las tintorerías, las curtidurías de piel, los mataderos o a los trabajos que se hacían con cuernos o con astas, cuyo olor es francamente desagradable. Hoy en día hay gente que no soporta el olor de las lonjas de pescado, cuadras, empresas papeleras, gasolineras...

—Dentro del imaginario, las cristianas de la Edad Media gozaban de un espacio público mínimo en este periodo, ¿estaban sometidas estas mujeres?

—Para nada. Aunque las mujeres casadas o menores de edad estaban bajo la tutela legal de un hombre, esto no significa que estuvieran sometidas, o cómo he llegado a leer, que se las considerase peor que al ganado. La mujer, para el hombre cristiano medieval, era una compañera. Ella formaba parte, con sus derechos y obligaciones, de la vida en común. El matrimonio era simplemente un acuerdo jurídico que cohesionaba intereses comunes. No quedaban aisladas en el interior de las casas como ocurría en el mundo musulmán. Tanto es así, que con frecuencia debían tomar el mando legal ante la ausencia de un padre o de un marido. Hubo mujeres solteras libres de cualquier tutela con la capacidad de regir sus propios bienes, como la mujer casada o viuda, podían comparecer en juicio tanto para demandar como para defenderse. El convento fue una opción que los padres podían «ofrecer» a sus hijas como alternativa al matrimonio. Lo mismo que a los hijos: o matrimonio o monasterio.

«A la desnudez no se le daba tanta importancia: las Magdalenas son un buen ejemplo, como la práctica del nudismo en los ríos»
—Una imagen recurrente en las ficciones sobre la España de los Austrias es ver a las mujeres con mantos o velos a modo de costumbre heredada de los moros y sarracenos. ¿Se corresponde esto con la realidad histórica?

—No. Las mujeres ya se cubrían el cuerpo (que no se tapaban el rostro) mucho antes de aparecer el cristianismo, y por diversos motivos: religiosos, jerárquicos, para viajar, para mantener la piel blanca, etc. El manto era un sobretodo muy práctico para proteger la ropa y el pelo del polvo. El velo y la toca, en la Edad Media, sirvieron para diferenciar casadas de solteras. Pero desde el principio del siglo XVI estas prendas irán desapareciendo y lo acabarán llevando solo viudas y mujeres mayores. Sin embargo surgen las tapadas, prost*tutas que solo mostraban un ojo, y que las mujeres de la burguesía imitan para andar con mayor libertad por las calles. Se dictaron pragmáticas contra esta costumbre.

—¿Lo habitual es que los cónyuges nunca se vieran desnudos a lo largo de su matrimonio?

No. Esta creencia aparece reflejada en la novela de Torrente Ballester, «Crónica del rey pasmado», y al llevarlo al cine se popularizó. Es un mito que posiblemente provenga de los Penitenciales del siglo VI. Ciertas comunidades de ascetas ubicadas en Irlanda intentan vivir bajo unas normas estrictas, inflexibles y mortificantes para poder alcanzar la santidad, entre estas prohibiciones estaba que los esposos no se vieran desnudos. En el siglo IX se prohibieron Los Penitenciales, y en el XI no hay rastro de estas comunidades tan severas. A la desnudez no se le daba tanta importancia: las Magdalenas son un buen ejemplo, como la práctica del nudismo en los ríos.

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El Manzanares en el paraje del Molino Quemado, atribuido a Félix Castello, Museo de la Historia
—En una de las entradas de su blog, usted habla de menos pudor que en otros países: nudismo en el Manzanares en pleno siglo XVII, ¿a qué se debió esa costumbre que incluso escandalizaba a los extranjeros?

No es tanto un problema de más o menos «pudor» con respecto a otros países, como la inesperada sorpresa que causó a los viajeros extranjeros ver que en los ríos españoles hombres y mujeres se bañaban desnudos. No concordaba con la idea de esa España católica, preservadora de la «buenas costumbres morales».

—¿A qué se debe esta idea extendida de una España oscura, pudorosa e intolerante que prácticamente arrastramos hasta hoy?

—En uno más de los tópicos difundidos por la Leyenda Negra, que todavía hoy en día se sigue fomentando.

—En otra de las entradas de su blog, usted critica muy duramente la imagen que ha extendido la literatura sobre la Inquisición española, empezando porque la escasez de sus efectivos le hacía incapaz de tener influencia activa en la vida de la gente corriente.

—Sí, no hay novela o película sin su inquisidor malvado, fanático y de mirada aviesa. En general los escritores, algunos de ellos muy influyentes, siguen anclados en esa idea decimonónica. Sus novelas están llenas de estereotipos y clichés en cuanto a la sociedad del Siglo de Oro, mostrando una España gris, amargada y decadente, con una Inquisición similar a la Gestapo o la KGB, y con un clero fanático y supersticioso. Investigadores serios en este tema llevan tiempo desmitificando la acción irracional y desenfrenada de esta institución, único tribunal europeo que garantizó jurídicamente los «derechos» de los reos. Además, apenas tuvo acción más allá de las grandes ciudades, y la idea de que fue vista con terror por la mayoría de la población no se sostiene. Creo que fue Kamen quien dijo que generaría un temor similar a lo que podemos sentir ahora cuando nos para la Guardia Civil.

Original, con video, en :
https://www.abc.es/historia/abci-ve...n-sexual-edad-media-201904071636_noticia.html
 
Así narró ABC el origen del nudismo en España, «la última locura humana» procedente de Alemania
En Alemania, buena parte de este movimiento de exaltación del cuerpo y del campo devino en una corriente nacionalista, mientras que en España aterrizó el naturismo vinculado al movimiento anarquista
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Seguir César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:12/04/2019 08:28h

La percepción social del desnudo masculino y femenino ha sufrido cambios sustanciales a lo largo de los siglos, no siendo del todo cierto que la sociedad europea haya sido cada vez menos pudorosa, sino al contrario. El mundo grecorromano entendía el cuerpo desnudo, del que se sentía orgulloso, no solo como reflejo de una buena salud física, sino que era el recipiente de la virtud y la honestidad. De ahí lo habitual de mostrarlo sin complejos en público. Se dice que aún la Emperatriz Teodora, bizantina de pura cepa, gustaba presentarse con nada más que una tiara en los espectáculos y actos públicos. Y, en la Edad Media, mujeres y hombres compartían las casas de baños sin pudor. En España, por su parte, quedan registros documentales e incluso plásticos de que en el Madrid de los Austrias era habitual que hombres, mujeres e incluso perros se bañaran juntos en el río Manzanares.

El «desnudismo» se extiende por Europa
Cuando todas esas costumbres y formas de contemplar los desnudos ya habían desaparecido, a principios del siglo XX, cuando emergieron los trajes de baño kilométricos e incluso algunos medidores de bañadores en las playas de EE.UU, apareció también un movimiento llamado Naturismo que causó un auténtico escándalo en el continente. En 1898, se fundó en la Alemania occidental el primer ‘Freikörperkultur’ (FKK), un club donde los amantes de la desnudez en lugares públicos podían compartir su particular afición. El movimiento, que heredaba muchas de las ideas de los higienistas decimonónicos, enemigos de la Industrialización, defendía la «libre cultura del cuerpo» y una convivencia plena con la naturaleza. De Croacia a Francia, la extraña moda se extendió por Europa.

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Sarah Bernhardt interpretando a Teodora en 1884.
En Alemania, una parte importante de este movimiento de exaltación del cuerpo y del campo devino en una corriente nacionalista, una exaltación de la sangre germana que, paradójicamente, encontró un abrupto final con el ascenso del Nacionalsocialismo, que, lejos de seguir promoviendo estas prácticas, prohibió el nudismo.

(firmado en junio de 1931) el periodista y dramaturgo Adolfo Marsillach, abuelo del actor y director de teatro de mismo nombre, expuso con ironía en las páginas de ABC algunos de los aspectos positivos de este movimiento.

«Sobre el césped componen acrósticos virginales»
En el texto titulado «El desnudismo en Barcelona», su autor comienza alertando de que «la mayor extravagancia halla estusiásticos adeptos» con «la última locura humana» procedente de Alemania:

«Por de pronto ya se han presentado en España casos fulminantes y agudos de desnudismo, sin que las autoridades hayan tomado medida alguna para combatir y evitar la difusión de la dolencia tan perjudicial para el comercio y las artes textiles.

El desnudismo ha entrado en España por la puerta de Barcelona. Los atacados de esta peligrosa y adanista enfermedad son bastantes. Se ha observado que no respeta sexos ni edades; pero tiene alguna preferencia por la gente joven , y , entre esta, los célibes»

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Una jornada sin bañador celebrada en la piscina de Casa de Campo el año pasad - MAYA BALANYA
A continuación, Adolfo Marsillach precisa que el grupo se llama Amigos del Sol, carecen de local ni de directiva, pero celebran habitualmente excursiones al bosque o a la playa. Son vegetarianos y, «llueva o nieva», en su destino «lo primero que hacen es desnudarse». No por simple gusto, sino con un «fin moralizador»:

«Opinan que cuando todos, hombres y mujeres, vayamos a paseo, al teatro, a la oficina o de visita como las nereidas y los sátiros andaban por los bosques mitológicos, el pecado de la carne desaparecerá de la superficie de la tierra»

Y justo aquí, tras describir un diálogo con un desnudista que vaticinó que «el porvenir es nuestro», el periodista de ABC en Barcelona plantea cierta defensa del Naturismo, entre el sarcasmo y la exposición de hechos puros, poco habitual en la prensa conservadora de la época:

«Hasta ahora no se ha registrado entre los desnudistas catalanes el más leve caso de impureza. No ha habido de lamentar la menor transgresión de los preceptos morales; ni siquiera un piropo intrascendente o un delicado madrigal alusivo a la belleza de cualquiera de aquellas dríadas. Estas tampoco se desmandan. En esto y en otras muchas cosas no se parecen a las señoritas "conscientes" de nuestros días. Nada más inocente que sus juegos. Bailan la sardana y danzas rítmicas; juegan a la comba y a las cuatro esquinas. Se había pensado en jugar al escondite, pero los sacerdotes del desnudismo se opusieron terminantemente por razones que comprenderá el lector. Sentados sobre el mullido césped descifran charadas y componen acrósticos virginales.

«Se había pensado en jugar al escondite, pero los sacerdotes del desnudismo se opusieron terminantemente por razones que comprenderá el lector. Sentados sobre el mullido césped descifran charadas y componen acrósticos virginales»
Se nutren de lo que les ofrece la pródiga Naturaleza. comen bellotas, maíz crudo, piñones, granos de trigo, naranjas, algarrobas, alpiste, hierbas tiernas y flores silvestres del tiempo.

Por la noche, con la piel fresca si ha hecho frío, o colorada si han gozado del sol regresan a sus lares con las ropas que les imponen "la tiranía, la ignorancia y la inmoralidad", pero con el alma limpia de toda acción abominable y de todo mal pensamiento

Pero lo que decía un acreditado desnudista, un poco versado en historia antigua:

–También los primeros cristianos sufrieron persecuciones y tenían que reunirse en las catatumbas».

La llegada de la Segunda República coincidió con la expansión del naturismo en España, si bien fue entonces cuando aumentó la persecución de publicaciones, las multas e incluso las penas de cárcel por una práctica que, en el mejor de los casos, se movía en la ambigüedad legal. El hecho de que este Naturismo español tuviera un sesgo político tan claro, tan próximo a las ideas libertarias, le enfrentó con grupos extremistas e incluso, como es costumbre en el mosaico que conformaba la izquierda republicana, a las distintas familias anarquistas, que no comprendían que desnudándose se pudiera iniciar una revolución.
https://www.abc.es/historia/abci-na...procedente-alemania-201904120124_noticia.html
 
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