Camilo Sesto: su vida, canciones, muerte y herencia

|Biografia y memorias de CAMILO SESTO |
CAPITULO 4
"QUE SEA COMO TÚ"
La construcción de un hombre es tarea larga y compleja que dura toda la vida. Y como en el caso de los edificios, el éxito de esa construcción depende sobre todo del arquitecto que imaginó los planos y de los ingenieros que pusieron los cimientos. No voy a caer en la pretensión de meterme en camisa de once varas, que psicólogos y pedagogos han escrito ya sobre el asunto para dar u tomar; sólo estaba refiriéndome a mi experiencia personal. Voy repasando pequeñas historias, anécdotas minúsculas, el difuso tejido de mi infancia y siempre aparece la misma trama querida: mi madre fue también más intensa, pero quizás un poco más tarde, en la adolescencia; sin embargo, mi madre y Chelo me han ido acompañando siempre como dos luces imprescindibles. No descubro un solo rincón de mi niñez del que ellas dos estén ausentes. Tal vez porque teníamos intereses distintos, por la diferencia de edad -especialmente con el mayor- y porque siempre me sentí el preferido en mi casa, la relación con mis dos hermanos no fue nunca tan íntima y directa. Y eso que, en cierto modo, formábamos una pequeña dinastía en Alcoy, al menos en lo que se refiere a las chicas.
Eliseo era -y todavía es, desde luego- una especie de James Dean, con ojos verdes, guapo... Las colegialas de las Carmelitas lo perseguían materialmente hasta que empezó a trabajar con mi padre en su taller de electricidad. Pocos muchachos había en Alcoy que levantaran tales pasiones. Y después vino José, Pepe que más tarde se iría a estudiar Ingeniería industrial a Tarrasa. Como a Eliseo y como a mí más tarde, iban a esperarle a la salida del colegio, un verdadero asedio. Incluso le dedicaban frases escritas en las paredes. Sin duda esa persecución de las chicas, sobre todo cuando estábamos en la adolescencia, me empujó a intentar convertirme en cantante profesional; por un lado, nunca me asustaron las avalanchas de las fans, incluso de las más histéricas, porque ya tenía cierta costumbre. Y por otro, debí darme cuenta de que ya tenía ganada, sin demasiado esfuerzo, una parte de la batalla. Ahora ellos dos están casados y tienen su propia vida, bien alejada de la mía, pero hubo un tiempo en que éramos casi lo mismo de famosos en nuestra pequeña ciudad.
Chelo ha continuado más cerca de mi corazón. Muchas veces le he dicho que de no haber sido hermana , y a pesar de la incurable alegría que siento por el matrimonio, me hubiese casado con ella. Siempre fue guapísima, con unos ojos azules bellísimos y un rostro angelical: se parecía a Romy Schneider. Antes de irse a sus clases de costura, se ocupaba de despertarme, convencerme para que me levantase, vestirme, darme el desayuno e incluso, en los primeros años, de acompañarme al colegio. Después comenzó a trabajar en el taller de mi padre llevándole la oficina. E incluso cuando tuvo su primer novio tampoco se separaba de mí. Muchas tardes salíamos los tres juntos al campo, él portando el caballete en el que yo comenzaba a practicar otra de las pasiones de mi vida y, a la vez, el oficio que me permitiría comer durante muchos años: la pintura. He dicho que era guapísima, y lo es aún, pero además era la persona más tierna y adorable que he conocido, la que contribuyó, junto a mi madre, a que me sintiera feliz durante tantos años.
Escribía con una caligrafía tan maravillosa que muchas tardes de invierno le pedía que se sentara a mi lado, ante la mesa del salón, y fuera llenando hoja tras hoja, sólo para gozar de la belleza de su letra. Jamás se negó a contestarme y supongo que hubo de soportar mis caprichos con toneladas de paciencia. Pero me quería tanto como yo la quiero a ella. Sin embargo, y aunque se lo he pedido muchas veces, nunca ha querido abandonar su casa de Alcoy, la misma del barrio de Santa Rosa, después de que muriera su marido, hace un par de años. Dice que mi vida es mía y no debe meterse en ella, a pesar de que yo me hubiera sentido feliz de tenerla a mi lado en mi casa de Torredolones. Viene a visitarme con frecuencia y todavía la Navidad pasada, reunidos con sus tres hijos y con nuestra madre, celebramos las fiestas casi como en los viejos tiempos.
-Chelo, vamos a bailar.
La agarré por la cintura y comenzamos a girar al ritmo de la música de la radio. Mi madre aplaudía y lloraba de la risa.
-¡Ay, qué chuli, volver a bailar contigo!¡ Volver a bailar!- decía ella.
Era una manera de recordar algunos de nuestros momentos más dichosos. Nos llevaban mis padres a los bailes y verberenas y en tanto ella no encontraba al muchacho que le gustaba para pasar la tarde, era yo su pareja de baile. Y si el portero no me dejaba entrar porque descubría que era muy pequeño, no le importaba a ella renunciar a su diversión y regresar a casa conmigo y con nuestros padres. Siempre que pienso en ella sé que nunca podré estar solo... Yo he querido ofrecerle todo lo que tengo, poner el mundo a sus pies, pero se ha negado siempre. Viuda, sigue trabajando para sus hijos, valerosa y fuerte. Únicamente ha aceptado que me porte con sus hijos como un segundo padre. Vienen con frecuencia a mi casa, especialmente el más pequeño de los tres, que tiene diecisiete años y unos deseos enormes de aprender. Les ayudo en lo que puedo porque fue muy grande e importantísima la ayuda que su madre me prestó cuando yo era niño.
Probablemente fue también ella la que me enseño a ir bien vestido. Como en todas las familias sin recursos sobrados, la ropa de mi hermano mayor pasaba en herencia a José. Sin embargo, yo fui incapaz siempre de utilizar ropa de otro. Consuelo, que cosía muy bien, se ponía al tajo con un abrigo usado de mi padre: le daba la vuelta, lo cambiaba de arriba abajo y me confeccionaba una trenca. Parecía nueva y, sobre todo, era mía . Entonces, me la ponía. Mis hermanos peleaban frecuentemente porque uno usaba prendas del otro, se las robaban momentáneamente para acudir a alguna cita o por simple capricho. Yo nunca fui capaz de imitarlos. Prefería usar mi ropa vieja a ponerme la nueva de ellos. Y eso continúa ocurriéndome ahora. No tengo ningún sentido de propiedad de la ropa - y en realidad, de nada -, puedo prestarla o regalarla sin ningún apuro, pero no puedo ponerme nada de otro. Es también otra de mis manías que me llegan de tan lejos...
Entonces no se trataba, naturalmente, de usar ropa cara o de grandes modistas. Consuelo se ocupaba de comprarme aquello que sabía que iba a gustarme o bien de cocerme prendas nuevas a partir de otras usadas. Se empeñaba mucho en que fuera siempre bien aseado, me frotaba el cuello cada mañana, procuraba que no tuviera un botón fuera de su ojal. Así me iba enseñando, casi sin quererlo, a ser una persona. Yo no quiero decir con ello que yo juzgue a las personas por su aspecto externo, por su vestido; pero el aliño exterior es un espejo del aliño del espíritu y la elegancia externa surge siempre del interior del individuo. Lo cual no es lo mismo que exigir de alguien que ande por su casa con traje de alpaca bien planchado; yo soy el primero en ponerme cómodo, con un simple batín sobre la piel desnuda, y un simple taparrabos si tengo calor. Pero aún así puede uno mostrarse limpio y adecuadamente vestido.
Y todo lo que vengo diciendo sobre Chelo, que en el fondo son sólo muchas palabras para explicar cuánto la quiero, podría repetirlo acerca de mi madre. También ella, a sus setenta y tres años, vive en Alcoy, sola, lejos de mí. También ella desea no meterse en mi vida y no acepta más que pasar temporadas más o menos largas conmigo. Viene de pronto, cargada como siempre de las cosas que me gustan, se instala en la casa y comienza a cocinar para mí. No he conseguido siquiera que acepte que yo le mande mi coche para que haga un viaje cómodo; viaja en autobús, con sus bolsas llenas de comida y de regalos. Y cada vez que aparezco en la televisión, me llama inmediatamente.
-¡ Ay Camilo, ¿que no es emocionante? - me dice con un fuerte acento valenciano, sorprendida de verme, como si todavía no se hubiera acostumbrado a este oficio público que tengo.
En realidad, ella y yo, como Chelo, seguimos hablando en valenciano entre nosotros, porque es nuestra lengua familiar y la lengua de nuestro amor. He visto y sigo viendo las polémicas que suscita el hecho de que sea una lengua propia o una manera de hablar el catalán. Yo quiero entrar en el asunto. Sencillamente es para mí la lengua de mi infancia, la lengua de mi felicidad primera, la de mis padres y la de mis hermanos. Sigue pareciéndome hermosísima aunque la utilice en mis canciones menos de lo que yo mismo quisiera. Desgraciadamente, un cantante profesional termina siendo un hombre que se debe a un público mayoritario. Cuando me enfrento en México o en Los Ángeles a veinte mil espectadores, debo cantarles en la lengua que corresponden. Por eso en mis actuaciones por el levante español suelo dedicar parte del espectáculo a mi lengua materna.
Tal vez debería haber escrito en valenciano la canción que dediqué a mi madre en mi cuarto disco, de 1974. Quizá no lo hice porque entonces se hacían interpretaciones políticas - muchas veces equivocadas - acerca del asunto, yo he procurado huir de las charlas políticas como la peste. Ay madre, ay madre, siempre lejos... Me acostumbré tanto a ti, que cuando estoy con alguien quiero que sea como tú; y como tú no hay nadie... No era esa canción, en realidad más que una forma de expresar mi amor por ella. Joaquina, como yo mismo la llamo influido por el tratamiento que suelen darle mis guardeses, mis músicos y todos mis amigos, es una presencia constante y total en mi vida, compañera adorada, cálido regazo, alguien de quien nunca he podido prescindir, lo mismo en los años que voy relatando que ahora mismo... Ni siquiera el inmenso amor que siento hacia mi pequeño hijo disminuye en lo más mínimo el que siento por ella.
Vivaz, ingeniosa, desprendida, con un portentoso sentido del humor y sin haber perdido nunca ese carácter entre ingenuo e irónico ni sus costumbres de mujer de pueblo, todavía corre a ocupar la primera fila en mis conciertos, y se levanta y grita y llora de la emoción como la primera de mis fans. La primera y la más importante, desde luego. Ya escribí hace diez años en aquella canción: cuando encuentro a alguien, cuando amo a alguien, sólo quiero que sea como ella, el gran arquitecto que puso en este hombre que ahora soy lo mejor que tiene. Sobre ella, sobre los recuerdos que ella tengo y mis vivencias a su lado podría llenar todas las páginas de este libro. Desgraciadamente, ninguna de ellas, por abundantes y hermosas que fueran, podrían describir mi agradecimiento hacia ella y la importancia que ha tenido en mi vida. Ni el amor que le tengo."
 
La Noelia a la que se refiere es la misma Noelia de la cancion de Nino Bravo?

La misma. He entendido mal o con Noelia tuvo un affaire los días que pasó en Canarias, a pesar de que ella ya estaba comprometida con el que sigue siendo su marido en la actualidad y padre de sus hijos?

En otro capítulo de sus memorias dejaba claro que hubo tema con Lucía Bose. No sé por qué, años después de escribir esas memorias Camilo lo negó diciendo que fueron solo muy buenos amigos, nada más. A Lucía nunca la he oído hablar de Camilo más que como amigo, aunque creo que la relación se había enfriado en los últimos tiempos.
 
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Capitulo 5
"Auxilo Camilo"
Cuando nos levantamos aquella mañana no sabíamos en dónde poner el cuerpo. Era ya tarde, más de las diez. Para un niño de nueve años, tan enamorado como yo del movimiento y de la vida que pasaba a mí alrededor, el último día del colegio era siempre como un enorme portón de acero a través del cual no se veía nada. Quiero decir que no sólo no echaba de menos las clases y los profesores, sino que incluso sentía en alguna esquina del alma que todo aquello no existía. Y no porque lo odiase; sencillamente no pensaba en ello, el colegio se había volatilizado. De modo que cada mañana era una alegría nueva, incluso una mañana como aquella en que el calor levantino pesaba como una piedra. ¿ Era sábado tal vez?. Las chicharras atronaban por todas partes, el sol parecía pegado en el suelo como una hoguera infinita. A los ocho años y en esas circunstancias sólo piensa uno en resolver los problemas que siente en su piel. Imagino que desayuné más o menos como todos los días, que mi madre me dio un beso como todos los días, que me mandó alguna cosa...

-Mama, yo voy a darme un baño a las balsas.
-No quiero que vayas solo
-Pues me voy con José.
Pero José tendría entonces unos doce años. Ni siquiera solía yo darle opción a que opinara sobre mis deseos. Si tenía calor, le decía que me acompañara a darnos un baño y no imaginaba contradecirme. No desde luego por sometimiento a la autoridad de su hermano menor, sino porque era aquello mismo lo que él deseaba plantear. Pero sólo tenía doce años.
-¿ Con José? - dijo mi madre -. ¡Ni hablar! Peor que si fueras solo. Si tienes calor, te remojas en casa. No quiero que os ahoguéis los dos.
Consuelo estaba haciendo las camas y limpiando las habitaciones. Ella tenía ya más de veinte años, era una mujer fuerte y guapa. Escuchó la prohibición tajante de la señora Joaquina y ni apartó los ojos de su labor para no inmiscuirse en el asunto. Yo me senté en un rincón del pasillo, sofocado e imaginando de qué modo podría salirme con la mía. Cuando Chelo cerro la puerta de la habitación, pudo ver que su hermano Camilo, su preferido, estaba acurrucado, dando grandes suspiros de tristeza, casi ahogado.
-Pero, chato, ¿qué te pasa?

Yo levanté la cabeza y la miré con los ojos deliberadamente ingenuos, como sorprendido por una pregunta que tanto esperaba.
-Es que tengo mucho calor.
- ¡Pues vaya novedad! Y yo también. Tienes calor porque hace mucho calor...
-¿Y a ti no te gustaría ir a darte un baño en las balsas?
-Si no tuviera otra cosa que hacer...
-Ya has terminado - insistí.
-En esta casa no se termina nunca. Debo ir a la compra.
-Pues te vienes con nosotros a las balsas, nos dejas allí para que nos bañemos y tú te vas a la tienda. Luego nos buscas. Así no enfadará tu madre.
Chelo me revolvió el pelo con la mano; me miró despacio y se apartó de mi lado. Un minuto después regresaba con las manos juntas y tendidas delante del pecho. Las abrió de golpe sobre mi cabeza y unos goterones de agua fresca me salpicaron la cara. No sabía si llorar de rabia, pero al verla a ella riéndose feliz, la imité y me abracé a su cintura.

-¡Es poco, es poco! - le dije -. ¡ Llévame a las balsas!
-¿Y te portarás bien?
Aunque no hubiera tenido intención de hacerlo le hubiera respondido de la misma manera:
-¿Pues claro?
Debió de convencer a mi madre sin mucho esfuerzo. Todavía ahora me veo colgado de su mano derecha caminando de prisa por la calle hacia las afueras de Alcoy. José saltaba al otro lado, procurando como yo arrastrar los pies en el suelo para levantar polvo. Chelo todavía continuaba riéndose y alzaba mucho la cabeza hacia la luz, como si quisiera absorberla toda. Aunque las calles estaban casi vacías a causa del bochorno, algunas mujeres nos saludaban desde puertas y ventanas, en un alto repentino de su trabajo casero. Nadie sabía mucho de mí en el mundo por entonces, ciertamente, pero en mi calle era ya muy famoso. Y con eso tenía suficiente. En realidad, me bastaba con dar saltos al lado de mi hermana, bien sujeto a su mano. Ya ni siquiera hacía calor. La felicidad únicamente consiste en instantes fugaces como aquel, insignificantes y pequeños, pero perfectos. Probablemente en aquel momento ni siquiera me apetecía ya bañarme. Era suficiente el polvo amarillento que nos rodeaba, el tacto de la mano segura, los gritos que José y yo nos dirigíamos sin mirarnos, el continuum agobiante, lento y dulcísimo de las chicharras.
No sé a cuál de las balsas nos dirigíamos ni por qué elegimos precisamente aquélla. Los campos de Alcoy están sembrados de pequeños pantanos en los que se recogían modestos manantiales, enjutos regatos y las escasas lluvias para utilizar las aguas en los regadíos del cultivo de huerta. En verano, desde luego, cumplían la función de albercas siempre de sus dueños no estuvieran al acecho de la chiquillería para impedirlo. Los altos bordes de tierra y piedras contenían el agua, que podía quedar libre abriendo las compuertas dispuestas en el fondo de la balsa. De todas maneras, no creo que fuera muy grande. Y si con ojos de niño no parecía grande, sospechoso ahora que era realmente pequeña, un charco profundo rodeado de verde, lleno de agua verde a la que el duro sol no podía atacar.
-¿Nos quedamos aquí?
Mi hermana Chelo llevaba ya puesto, bajo el vestido, un bañador estampado. José y yo teníamos menos miramientos con el pudor. Sin comprobar siquiera si alguien nos estaba vigilando, nos quitamos los pantalones, camisas, calzoncillos y zapatos y nos lanzamos al embalse. No teníamos mucho estilo nadando, ni tampoco pretensiones de adquirirlo: lo importante era agitar brazos y piernas, bucear, lanzarnos aguadillas, chapotear en medio de aquella frescura maravillosa. A nuestro alrededor como un ángel de la guarda, Chelo disfrutaba también de su porción de dicha, nos salpicaba, hundía presionándonos en la cabeza y luego nos recataba tirando de un brazo o de una pierna. José fue el primero en tomarse un respiro. Le seguí yo y juntos nos tumbamos en las hierbas calcinadas de la orilla. Me sentía tan dichoso que me puse a gritar; no se trataba de una canción de aquellas que me aprendía de memoria después de oírlas por la radio, de una escala estudiada en el colegio; era un puro grito modulado, la voz pura y simple como expresión biológica de que uno se encuentra a gusto, de que seria capaz de pasarse así la vida entera , sin crecer mas, sin descubrir ningún otro rincón del mundo, sin pedir nada a nadie, sin moverse. Siempre he sospechado que la música y la canción nacieron de un estado de espíritu semejante a aquel, como expresión irracional y biológica de una sensación corporal, primitiva, infinitamente alejada de toda contaminaci1ón civilizada.
Gritaba al sol, al aire, al cielo, al agua, a mi mismo. La canción no tenia texto, no tenia palabras porque no eran necesarias. Y pronto se unió a mi voz otra que también brotaba del fondo de la sangre.
-¡Camilo socorro! ¡ Camilo! ¡Socorro, socorro...!
Me quedé sentado tirando hacia la balsa. Allí, en el mismo centro, mi hermana Consuelo braceaba agitada y desesperadamente con la cabeza muy salida del agua y los ojos muy abiertos. Tenía el pelo anudado al cuello como una soga negra eso es lo único que me atemorizó. Y de dirigía a mí con sus gritos.
-¡Se está ahogando, Camilo! - dijo José como si se tratara de una parte imprevista de un espectáculo.
Tanto para él como para mí aquello era sencillamente insólito. Chelo movía convulsa todo su cuerpo en medio de la balsa y nos pedía ayuda.

Éramos tan niños que la palabra ahogarse tenía un significado extraño e infinitamente lejano: no quería decir que Chelo estaba a punto de morir, que nunca más me acariciaría la cabeza, que no volvería a llevarnos de la mano ni a reír a nuestro lado. Se ahogaba y eso era todo. Nuestra primera reacción agobiados por el asombro, fue tumbarnos en el suelo e extender los cortos y débiles brazos hacia el agua, para que nuestra hermana se agarrara a ellos. Pero Chelo estaba muy lejos de nosotros, parecía imposible que en un mundo tan pequeño ella estuviera tan lejos. Intentaba avanzar hacia los bordes, pero continuaba atrapada por el violento remolino de las aguas, y los bordes eran cada vez más altos. Nosotros no teníamos fuerza suficiente para sujetarla.
¿Cómo podía suceder aquello en una mañana tan hermosa?
-¡Llamad a alguien! ¡No puedo salir! ¡Id corriendo! - gritó ella.
Y como si de pronto hubiéramos adquirido conciencia de lo que en realidad ocurría, José y yo echamos a correr por el campo, cada uno en un sentido distinto. Encontré a una mujer muy mayor, me parecía vieja, con cerca de cuarenta años pienso ahora. Estaba vestida de negro y trabajaba en una zona de cultivo llena de altas plantas que me azotaban el cuerpo desnudo. Al verme correr enloquecido, sin una prenda sobre la piel, dejó su herramienta y se dirigió a mi con los brazos abiertos. Debía de pensar que algún animal me perseguía.
-¡Chiquet, chiquet!

-¡Mi hermana! ¡ No puede salir de la balsa!
La mujer se dio rápidamente cuenta de la situación. Paró en seco su carrera y emprendió otra hacia el extremo de la huerta más alejado de donde yo estaba. Yo la seguí gritando, porque creí que se había asustado y huía de mí, pero en seguida vi cómo se agachaba, cogía una cuerda y saltaba por entre las plantas en dirección a la balsa. Ya no se ocupaba de mí para nada. La seguí a trompicones, con el corazón en la garganta. Mi hermano José había desaparecido del horizonte y se me ocurrió pensar que también él estaba en la balsa.
-¡Chelo, Chelo, espera!
Pero aquella intrépida samaritana estaba ya actuando al borde de la balsa. Arremangada la falda, por la forzada postura, una pierna firmemente asentada en el terreno, lanzaba la punta del cabo hacia mi hermana, cada vez más temerosa y asustada. Consuelo siempre había sido una mujer muy vigorosa. Ahora braceaba con mayor ímpetu y por fin consiguió aferrarse a la cuerda. La mujer de negro tiró con fuerza y yo, como si sirviese de algo, me agarré también al extremo de la cuerda y empecé a hablar como si de mis tirones dependiera la vida de mi hermana, aunque supongo que en realidad dificultaba más que favorecía el trabajo de la mujer. Al fin, Chelo tocó la orilla, mientras en el centro del pequeño embalse el vigoroso remolino continuaba absurdamente girando, ya sin su prensa. Quedó derrumbada sobre las hierbas, respirando agitadamente.

-¡Madre de Déu! ¡Menos mal, menos mal...!
Mi hermana se irguió y quedó sentada en el suelo, sujetándose con los brazos la zona del estómago.
-¿Que ha pasado? ¿Porqué no podía salir? - preguntó mirándome a mí, como si se sintiera culpable, como si yo tendiera algo de aquellos asuntos de gente mayor.
-He tenido que ser yo, hija mía - dijo la mujer sin apartar dos ojos del agua-.
Me puse a regar y abrí la compuerta de la balsa sin saber que os estabais bañando. Al salir el agua por debajo siempre hace unos remolinos muy fuertes, por la forma del terreno será, digo yo, siempre lo he visto... Menos mal que tu hermano me avisó a tiempo. Todavía discutieron un rato sobre aquel fenómeno que a mi no me interesaba nada. Chelo estaba sentada allí, muy cansada aún, me miraba y sonreía. Eso era lo que a mi me importaba. Al cabo de lo que me pareció mucho tiempo, reapareció José persiguiendo, él también, a un huertano que había por fin encontrado en su carrera. Y el hombre terció sin dudarlo en el asunto de los fondos de las balsas y los remolinos y el calor que hacia y por qué no se había fijado la buena señora si conocía la cuestión, y cómo el agua parecía verde a aquella hora. Yo estaba sentado en el suelo, escuchando y, aunque era mediodía y el sol horadaba la tierra, sentía un frío espantoso en las rodillas y en los codos. José y yo estábamos vestidos y no sabíamos qué hacer.

Por fin, Consuelo se levantó, se puso el vestido - que era de color naranja, me parece- sobre su traje de baño verde oscuro, todavía tardó un rato en despedirse del hombre y de la mujer que la había salvado. De nuevo nos tomó de la mano y empezamos a andar.
-Si tú, Camilo...- empezó a decir, pero se calló.
-¿ De verdad que no podías salir del agua? - preguntó José.
-Los remolinos son unos traidores, hay que tener mucho cuidado - dije yo usando palabras aproximadas a las que había escuchado al huertano.
-Pero no vamos a decir nada a madre, ¿verdad? Solo hemos estado jugando un rato en la balsa y yo me divertí dándoos un susto.
-¿ Y podremos volver? - pregunté.
- Pues claro que sí, pero nos bañaremos en otra balsa."
 
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Me pregunto la ideología de Camilo sesto. No me creo que sea de izquierdas porque si lo fuera lo diría y es típico de la gente de derechas callar sus ideales.
 
Me pregunto la ideología de Camilo sesto. No me creo que sea de izquierdas porque si lo fuera lo diría y es típico de la gente de derechas callar sus ideales.
En realidad de Camilo sabemos poco, explicó mucho pero nunca se mojó en nada.
Su idealogia, su religión, su sexualidad, se lo guardó todo para el.
Ayer vi en youtuber una entrevista que le hizo A.Buenafuente en su programa todo en català allá por cerca del 2000 y es una gozada oirlo todo el rato hablar en valenciano, nunca lo había oído y era pues «de la terreta» muy simpaticon, no se mojó tampoco, balones fuera todo el rato!!
 
Me pregunto la ideología de Camilo sesto. No me creo que sea de izquierdas porque si lo fuera lo diría y es típico de la gente de derechas callar sus ideales.
Por su conducta que era un poco desafiante a los convencionalismos sociales y morales de la epoca no se ajusta a la derecha. Nunca se supo que tuviese problemas con el fisco. Yo al ser mexicana no se con cuanto dinero se quedaba la administracion tributaria en la era de Felipe Gonzales que creo era de inclinacion muy de izquierda. Mi punto es que siempre pago (No se que tan agusto o adisgusto lo haria) Yo la verdad encuentro muy chocante esa superioridad moral con la que se siente la gente de izquierda por su idea de la distribucion de la riqueza (La de los demas no la propia). Y Camilo sin importar por quien votase, de su propio bolsillo aportaba a muchisimas organizaciones caritativas aqui en Mexico. No sabria decirles en otros paises, eso me parece moralmente superior que el proselitismo zurdo que abundaba en aquella epoca en varios artistas.
 
Chicos y chicas, yo soy mexicana. Vi que en la edicion de Espania, acabs de dar una entrevista. Y acaba de dar otra version de su relacion con Camilo. Dijo una vez que el nunca estuvo enamorado de ella. Que sk eran amigos con beneficios y ahora resulta que el tema de "Perdoname" estaba dedicado a ella! WTF!

Te refieres a Lourdes, la madre de su hijo?
 

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