El Mundo Orbyt.
MI SEMANA
JAIME PEÑAFIEL
09/09/2023
CHSSS...
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El 31 de mayo de 1983, el Príncipe Felipe estrenaba su primer traje azul marino de chaqueta cruzada. Vestido de tal guisa y llevando por primera vez en el ojal de la solapa el Toisón de Oro que le había concedido su padre como Heredero, pasó revista. Era también la primera vez que lo hacía a una compañía del Arma de Aviación, que le rendía honores militares de Jefe del Estado en el aeropuerto de Madrid Barajas.
Hasta allí había llegado en compañía de su madre, la Reina Doña Sofía, que estaba nerviosa, como toda madre que se dispone a despedir al hijo que emprende en solitario su primer viaje. Y Felipe, como un hijo que se siente hombrecito, no disimulaba la contrariedad y el embarazo producido por las zalamerías que la Reina, sin poderse dominar, le prodigaba sin pudor delante de todo el mundo. Como Letizia despidiendo a Leonor.
Ya le abrazaba, ya le acariciaba la cara, ya le miraba embelesada. Ya comentaba en voz alta: “Me gustaría marcharme con él”. Y él, tan serio, tan en su papel, conteniendo las ganas de decirle: “Pero, mamá, ¿no nos dices siempre que los reyes y los príncipes no pueden exteriorizar sus sentimientos públicamente?”. Lamento haber criticado a Letizia por la actitud que tuvo con su hija Leonor cuando ingresó en la Real Academia Militar de Zaragoza. La misma actitud la una que la otra. Es de justicia reconocerlo.
Ese día, en el seno de la Familia Real, era una jornada histórica tanto como el día que Leonor ingresaba en la Academia Militar de Zaragoza. Porque aquel 31 de mayo Felipe protagonizaba el primer acto internacional, como heredero de la Corona, representando a su padre en los actos del 450 aniversario de la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, viaje al que yo le acompañé. Felipe niño viajaba en un Mystère que estrenaba, mientras que el otro Felipe, el presidente González, lo hacía en un DC-9.
La Reina Sofía se hubiera sentido emocionada y orgullosa si hubiera podido contemplar al pequeño príncipe flanqueado por el presidente español socialista del país del que, un día, sería rey, un presidente conservador de Colombia, país que un día lejano fue de España, y un Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Sin olvidar a la bellísima ciudad que recibía como se merecía al hijo del Rey de España, una rubia y menuda figura que representaba, en carne y hueso, la imagen de un príncipe.
Muchos cartageneros pensaron que Felipe príncipe y Felipe presidente eran hermanos, el mayor de 40 años y el menor de 15. Un periódico colombiano tituló, simpáticamente: “España, entre los dos Felipes”. Durante este viaje oficial, el joven Felipe no se descompuso ni un solo momento, manteniéndose con gesto serio, el rostro excesivamente hermético, casi severo, sin decir una sola palabra, sin dejar entrever un gesto de niño o de adolescente, impresionando por su recia personalidad. En ningún momento sonrió. A sus 15 años supo medirse con la dureza del protocolo y la incomodidad de los actos sin dejarse caer en el respaldo de los sillones en los que se sentaba. Aunque aquel príncipe, aquel heredero, por muy príncipe heredero que fuera, tan solo tenía... ¡¡¡15años!!!
Y un año después, el 5 de septiembre de 1984, toda la Familia Real se daba cita en el aeropuerto y también el presidente Felipe González, para despedirle, con tan solo 16 años, porque se marchaba a Canadá para realizar sus estudios. Era la primera vez que abandonaba el hogar para vivir lejos de la familia, lejos de su país. Y no solo era todavía un niño, sino un niño enmadrado que vivía, como muchos hijos varones únicos, bajo la falda protectora de mamá.
Aquella mañana de septiembre la tristeza de la separación gravitaba en toda la familia. También en Felipe. Además, por si fuera poco, sufría un esguince en el tobillo que se había producido durante los últimos días de verano cuando jugaba en Marivent. Por ello, se le veía cojear. La menos afectada, sorprendentemente, era la Reina. Simple y sencillamente porque había decidido acompañar a su hijito hasta la mismísima puerta del colegio, el Lakefield, aunque este se encontraba a 10.000 kilómetros de Zarzuela y a 160 de Toronto, en la provincia canadiense de Ontario.
El Rey no podía ocultar su emoción y, como cualquier padre, en ese momento solo era eso, cogió a su hijo por los hombros, le miró a los ojos, le acarició la cara y, abrazándole, le dijo lo que un padre dice a su hijo que se dispone a ingresar en un internado: “Estudia, hijo”.
Felipe sabía el compromiso que tenía siendo quien era y lo aceptaba porque desde pequeño había vivido en un ambiente familiar marcado por la excesiva protección de mamá. Y su marcha a Canadá, estando lejos de sus padres y sus hermanas, pero sobre todo de mamá, le obligaba a fortalecer su carácter y acabar con el exceso de protección y cuidados a los que estaba sometido en el palacio de La Zarzuela. La dura prueba la superó con holgura.
Según Woody Allen, “es difícil imaginar que alguien pueda perder su trabajo por dar un beso”. (...) La sustituta del destituido seleccionador es una mujer. Natural: entre ellas anda el juego que se han salido con la suya. (...) Primero, el triste final de su programa en el que la proclamaron ‘princesa del pueblo’ y ahora el mal sabor de su negocio con una caída del 94%. ¡Zapatero a tus zapatos! (...) El PNV consigue parar la compra de un nuevo velero para Felipe. (...) Ha fallecido sosteniendo que ellos no murieron en un accidente sino… asesinados. ¡Ganas de decir tonterías! (...) ¡Pero qué cara tiene el tío! Declara que está trabajando para asegurar el futuro sin tener que hablar de su pasado familiar después de haberles puesto a parir. (...) Cuando le preguntaron cómo había sido el veraneo sin ella, después de ocho años conviviendo, contestó: “Ha sido como regresar al paraíso”. ¿Tan mal lo pasaste? (...) Ella intentará por todos los medios que el abuelo no esté el 31 de octubre en la Jura de la Constitución de su nieta y heredera pero por ley “le es casi imposible”. (...) Quiere ser presidente ¡¡por coj*nes!! (...) A la hora de separarse de su marido le exige 160.000 euros mensuales de manutención, alegando que los tres hijos del matrimonio “llevan el lujo en su ADN”. ¡Qué impresentable razonamiento!
MI SEMANA
JAIME PEÑAFIEL
09/09/2023
CHSSS...
Y FELIPE SOLO TENÍA 15 AÑOS
ESPAÑA ENTRE DOS FELIPES
Y MAMÁ, HASTA LA MISMÍSIMA PUERTA DEL COLEGIO
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El 31 de mayo de 1983, el Príncipe Felipe estrenaba su primer traje azul marino de chaqueta cruzada. Vestido de tal guisa y llevando por primera vez en el ojal de la solapa el Toisón de Oro que le había concedido su padre como Heredero, pasó revista. Era también la primera vez que lo hacía a una compañía del Arma de Aviación, que le rendía honores militares de Jefe del Estado en el aeropuerto de Madrid Barajas.
Hasta allí había llegado en compañía de su madre, la Reina Doña Sofía, que estaba nerviosa, como toda madre que se dispone a despedir al hijo que emprende en solitario su primer viaje. Y Felipe, como un hijo que se siente hombrecito, no disimulaba la contrariedad y el embarazo producido por las zalamerías que la Reina, sin poderse dominar, le prodigaba sin pudor delante de todo el mundo. Como Letizia despidiendo a Leonor.
Ya le abrazaba, ya le acariciaba la cara, ya le miraba embelesada. Ya comentaba en voz alta: “Me gustaría marcharme con él”. Y él, tan serio, tan en su papel, conteniendo las ganas de decirle: “Pero, mamá, ¿no nos dices siempre que los reyes y los príncipes no pueden exteriorizar sus sentimientos públicamente?”. Lamento haber criticado a Letizia por la actitud que tuvo con su hija Leonor cuando ingresó en la Real Academia Militar de Zaragoza. La misma actitud la una que la otra. Es de justicia reconocerlo.
Ese día, en el seno de la Familia Real, era una jornada histórica tanto como el día que Leonor ingresaba en la Academia Militar de Zaragoza. Porque aquel 31 de mayo Felipe protagonizaba el primer acto internacional, como heredero de la Corona, representando a su padre en los actos del 450 aniversario de la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, viaje al que yo le acompañé. Felipe niño viajaba en un Mystère que estrenaba, mientras que el otro Felipe, el presidente González, lo hacía en un DC-9.
La Reina Sofía se hubiera sentido emocionada y orgullosa si hubiera podido contemplar al pequeño príncipe flanqueado por el presidente español socialista del país del que, un día, sería rey, un presidente conservador de Colombia, país que un día lejano fue de España, y un Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Sin olvidar a la bellísima ciudad que recibía como se merecía al hijo del Rey de España, una rubia y menuda figura que representaba, en carne y hueso, la imagen de un príncipe.
Muchos cartageneros pensaron que Felipe príncipe y Felipe presidente eran hermanos, el mayor de 40 años y el menor de 15. Un periódico colombiano tituló, simpáticamente: “España, entre los dos Felipes”. Durante este viaje oficial, el joven Felipe no se descompuso ni un solo momento, manteniéndose con gesto serio, el rostro excesivamente hermético, casi severo, sin decir una sola palabra, sin dejar entrever un gesto de niño o de adolescente, impresionando por su recia personalidad. En ningún momento sonrió. A sus 15 años supo medirse con la dureza del protocolo y la incomodidad de los actos sin dejarse caer en el respaldo de los sillones en los que se sentaba. Aunque aquel príncipe, aquel heredero, por muy príncipe heredero que fuera, tan solo tenía... ¡¡¡15años!!!
Y un año después, el 5 de septiembre de 1984, toda la Familia Real se daba cita en el aeropuerto y también el presidente Felipe González, para despedirle, con tan solo 16 años, porque se marchaba a Canadá para realizar sus estudios. Era la primera vez que abandonaba el hogar para vivir lejos de la familia, lejos de su país. Y no solo era todavía un niño, sino un niño enmadrado que vivía, como muchos hijos varones únicos, bajo la falda protectora de mamá.
Aquella mañana de septiembre la tristeza de la separación gravitaba en toda la familia. También en Felipe. Además, por si fuera poco, sufría un esguince en el tobillo que se había producido durante los últimos días de verano cuando jugaba en Marivent. Por ello, se le veía cojear. La menos afectada, sorprendentemente, era la Reina. Simple y sencillamente porque había decidido acompañar a su hijito hasta la mismísima puerta del colegio, el Lakefield, aunque este se encontraba a 10.000 kilómetros de Zarzuela y a 160 de Toronto, en la provincia canadiense de Ontario.
El Rey no podía ocultar su emoción y, como cualquier padre, en ese momento solo era eso, cogió a su hijo por los hombros, le miró a los ojos, le acarició la cara y, abrazándole, le dijo lo que un padre dice a su hijo que se dispone a ingresar en un internado: “Estudia, hijo”.
Felipe sabía el compromiso que tenía siendo quien era y lo aceptaba porque desde pequeño había vivido en un ambiente familiar marcado por la excesiva protección de mamá. Y su marcha a Canadá, estando lejos de sus padres y sus hermanas, pero sobre todo de mamá, le obligaba a fortalecer su carácter y acabar con el exceso de protección y cuidados a los que estaba sometido en el palacio de La Zarzuela. La dura prueba la superó con holgura.
Según Woody Allen, “es difícil imaginar que alguien pueda perder su trabajo por dar un beso”. (...) La sustituta del destituido seleccionador es una mujer. Natural: entre ellas anda el juego que se han salido con la suya. (...) Primero, el triste final de su programa en el que la proclamaron ‘princesa del pueblo’ y ahora el mal sabor de su negocio con una caída del 94%. ¡Zapatero a tus zapatos! (...) El PNV consigue parar la compra de un nuevo velero para Felipe. (...) Ha fallecido sosteniendo que ellos no murieron en un accidente sino… asesinados. ¡Ganas de decir tonterías! (...) ¡Pero qué cara tiene el tío! Declara que está trabajando para asegurar el futuro sin tener que hablar de su pasado familiar después de haberles puesto a parir. (...) Cuando le preguntaron cómo había sido el veraneo sin ella, después de ocho años conviviendo, contestó: “Ha sido como regresar al paraíso”. ¿Tan mal lo pasaste? (...) Ella intentará por todos los medios que el abuelo no esté el 31 de octubre en la Jura de la Constitución de su nieta y heredera pero por ley “le es casi imposible”. (...) Quiere ser presidente ¡¡por coj*nes!! (...) A la hora de separarse de su marido le exige 160.000 euros mensuales de manutención, alegando que los tres hijos del matrimonio “llevan el lujo en su ADN”. ¡Qué impresentable razonamiento!
