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Monza 1988, la carrera que Enzo Ferrari ganó desde el cielo
Ferrari llegó antes y mejor que nadie a la era turbo, pero las desgracias de sus pilotos abortaron el proyecto y les impidieron sacar los resultados antes de que llegase el gigante japonés a arrasar con todo. Honda ganó de forma consecutiva todos los mundiales entre 1986 y 1991, dejando a Ferrari en una situación de caza de victorias esporádicas y poco más.
Una de las más especiales fue en Monza en 1988. Solo un mes antes había fallecido Enzo Ferrari a sus 90 años. El Gran Premio de Italia tenía que ser su gran homenaje, pero sin opciones de victoria. McLaren-Honda se estaba paseando por la temporada. Habían ganado todas las carreras e iban camino de completar el año perfecto.
Pero ese día Ferrari tenía una ayuda divina muy especial. Por supuesto, Ayrton Senna y Alain Prost habían dominado a placer la clasificación, pero en la vuelta 34 el motor Honda esta vez dejó tirado al francés. Senna solo tenía que bajar revoluciones hasta la línea de meta y ganar a placer el Gran Premio de Italia.
Lo que no se esperaba era encontrarse con Jean-Louis Schlesser, el sustituto del enfermo Nigel Mansell en Williams. En su primera y última carrera de Fórmula 1, Schlesser se llevó por delante a Senna en la variante Ascari cuando el McLaren se disponía a doblarle por segunda vez. Quedaban solo dos vueltas para acabar y Senna quedó atrapado en la tierra, ante el delirio de los tifosi.
Porque por detrás venía Gerhard Berger con un Ferrari para conseguir la victoria más emocionante de todas las que se hayan vivido en Monza. Además, segundo acabó Michele Alboreto, también con Ferrari. Monza 1988, la carrera de Fórmula 1 que ganó Berger con una ayuda extra desde alguna parte.
El relato de Berger tras la carrera fue sobrecogedor. "Solo escuchaba Fe-rra-ri, Fe-rra-ri. No era yo quien pilotaba; en un determinado momento sentí que el coche me pedía ir más y más rápido. Yo conocía ese coche, sabía cómo llevarlo al límite, lo había hecho hasta ese momento, pero lo que sucedió entonces no puedo explicarlo".
"Cuando vi el coche de Senna parado en el piano, pude escuchar el rugido de la multitud por encima del ruido del motor; nunca me había pasado. Retiré la vista del asfalto y me fijé en el público. Los veía cerca, muy cerca, mucho más cerca que en ningún otro circuito. No sé cómo di esas dos vueltas que aún quedaban, creo sinceramente que el coche iba solo", comentó Berger.
Ayrton Senna, mucho más espiritual que el austriaco, lo definió de una forma más clara. "Es evidente que alguien ahí arriba quería que hoy ganaran ellos", dijo. A 'Il Commendatore' no le dio tiempo de ver a Senna campeón, pero bien sabido es que el brasileño fue un anhelo eterno de Ferrari. Y que, otra vez, el maldito destino lo impidió.
Una victoria corajuda de Nigel Mansell en Hungría
El último piloto que fichó Enzo Ferrari para su equipo fue Nigel Mansell. 'Il Commendatore' vio en el león inglés la pasión que necesitaba la Scuderia y lo fichó para que empezase a correr en 1989, ya con Ferrari muerto. Suya fue otra de estas épicas victorias de entre guerras que consiguió Ferrari en la era Honda.
Fue en Hungría, un circuito con fama de que es imposible adelantar, y saliendo desde la duodécima posición. Mansell adelantó encorajinado a casi toda la parrilla, en uno de esos días de inspiración en los que contener a Mansell detrás era cuestión solo de superclases. Y ni siquiera así fue posible en Hungaroring.
A 25 vueltas del final Mansell se puso detrás del McLaren de Senna, que a duras penas trataba de defender la posición. El brasileño era un maestro, y tirando de su potente motor Honda conseguía resistir, pero entonces se encontró con un doblado Stefan Johansson, y dudó. Era lo único que Mansell necesitaba.
El de Ferrari se tiró ávido a la derecha de la recta y adelantó a la vez a Senna y a Johansson. A partir de ahí ya no hubo carrera. Mansell se escapó en solitario y consiguió una victoria memorable que culminó una década. Luego a Ferrari llegó Alain Prost, y casi ganan el mundial de 1990, pero 'El Profesor' representaba todo lo contrario a la pasión de Ferrari, y acabaron mal.
Michael Schumacher y su equipo pusieron a Ferrari en lo alto de todos los tops
Y llegó Michael Schumacher. Si Niki Lauda profesionalizó Ferrari, y la Fórmula 1, Jean Todt, Rory Byrne, Ross Brawn y Schumacher directamente la llevaron al espacio. Sí, Ferrari es la leyenda de la Fórmula 1, el mito, la pasión. Pero si lidera todas las clasificaciones históricas de éxitos es, esencialmente, por las cinco temporadas entre 2000 y 2004 en las que dominaron la Fórmula 1.
Muchas veces se tiende a pensar que lo de Schumacher con Ferrari fue amor a primera vista, un idilio que funcionó y ganó desde la primera carrera, pero nada de eso. Hubo sufrimiento, y mucho. Antes de arrasar, Ferrari y Schumacher se dieron golpes muy fuertes en su búsqueda del primer mundial de la Scuderia desde 1979.
En 1997 Schumacher llegó líder a la última carrera en Jerez. Es más, tenía el título en el bote hasta que a 20 vueltas del final Jacques Villeneuve, el hijo del mítico Gilles, le metió el coche en Dry Sack. Schumacher se chocó a propósito contra el Williams y fue descalificado de un mundial que técnicamente había perdido por tres puntos.
Por increíble que parezca ahora, el sentir de la gran mayoría de tifosi de la época era que Jacques Villeneuve, el hijo del añorado Gilles, era el piloto que mejor representaba el ferrarismo y el que debía liderar la reconquista de la Scuderia. Afortunadamente para Ferrari, decidieron seguir confiando en Michael Schumacher.
Un año después Schumacher llegaba a la última carrera a cuatro puntos de Mika Hakkinen. Con ganar en Suzuka, le devolvería el título a Ferrari. E hizo la pole, pero la desgracia volvió a aparecer. Se le caló el coche en la parrilla. Rebelde, y sin rendirse, Schumacher remontó desde el pit lane hasta la tercera posición, que iba a ser segunda cuando Eddie Irvine le dejase pasar, pero entonces un reventón frustó sus opciones de ir a por Hakkinen.
Dos derrotas muy dolorosas en la última carrera a la que siguió un terrible accidente en Silverstone, en 1999, el año en que parecía que Schumacher esta vez sí podía ganar su tercer mundial. 'El Kaiser' se rompió la pierna y dejó a Eddie Irvine, su escudero, como única alternativa de Ferrari. Otra vez, perdieron en la última carrera.
Un mundial en el que pudo ganar Irvine la lógica indica que Schumacher lo hubiese arrasado. El alemán incluso regresó en las últimas carreras para echarle una mano a Irvine, que llegó líder a Suzuka. Pero en la última clasificación del año Irvine se estrelló y dejó otro título en las manos de Hakkinen. Al menos, Ferrari ganó el de constructores. Fue la semilla de lo que estaba por llegar.
Monza 1988, la carrera que Enzo Ferrari ganó desde el cielo
Ferrari llegó antes y mejor que nadie a la era turbo, pero las desgracias de sus pilotos abortaron el proyecto y les impidieron sacar los resultados antes de que llegase el gigante japonés a arrasar con todo. Honda ganó de forma consecutiva todos los mundiales entre 1986 y 1991, dejando a Ferrari en una situación de caza de victorias esporádicas y poco más.
Una de las más especiales fue en Monza en 1988. Solo un mes antes había fallecido Enzo Ferrari a sus 90 años. El Gran Premio de Italia tenía que ser su gran homenaje, pero sin opciones de victoria. McLaren-Honda se estaba paseando por la temporada. Habían ganado todas las carreras e iban camino de completar el año perfecto.
Pero ese día Ferrari tenía una ayuda divina muy especial. Por supuesto, Ayrton Senna y Alain Prost habían dominado a placer la clasificación, pero en la vuelta 34 el motor Honda esta vez dejó tirado al francés. Senna solo tenía que bajar revoluciones hasta la línea de meta y ganar a placer el Gran Premio de Italia.
Lo que no se esperaba era encontrarse con Jean-Louis Schlesser, el sustituto del enfermo Nigel Mansell en Williams. En su primera y última carrera de Fórmula 1, Schlesser se llevó por delante a Senna en la variante Ascari cuando el McLaren se disponía a doblarle por segunda vez. Quedaban solo dos vueltas para acabar y Senna quedó atrapado en la tierra, ante el delirio de los tifosi.
Porque por detrás venía Gerhard Berger con un Ferrari para conseguir la victoria más emocionante de todas las que se hayan vivido en Monza. Además, segundo acabó Michele Alboreto, también con Ferrari. Monza 1988, la carrera de Fórmula 1 que ganó Berger con una ayuda extra desde alguna parte.
El relato de Berger tras la carrera fue sobrecogedor. "Solo escuchaba Fe-rra-ri, Fe-rra-ri. No era yo quien pilotaba; en un determinado momento sentí que el coche me pedía ir más y más rápido. Yo conocía ese coche, sabía cómo llevarlo al límite, lo había hecho hasta ese momento, pero lo que sucedió entonces no puedo explicarlo".
"Cuando vi el coche de Senna parado en el piano, pude escuchar el rugido de la multitud por encima del ruido del motor; nunca me había pasado. Retiré la vista del asfalto y me fijé en el público. Los veía cerca, muy cerca, mucho más cerca que en ningún otro circuito. No sé cómo di esas dos vueltas que aún quedaban, creo sinceramente que el coche iba solo", comentó Berger.
Ayrton Senna, mucho más espiritual que el austriaco, lo definió de una forma más clara. "Es evidente que alguien ahí arriba quería que hoy ganaran ellos", dijo. A 'Il Commendatore' no le dio tiempo de ver a Senna campeón, pero bien sabido es que el brasileño fue un anhelo eterno de Ferrari. Y que, otra vez, el maldito destino lo impidió.
Una victoria corajuda de Nigel Mansell en Hungría
El último piloto que fichó Enzo Ferrari para su equipo fue Nigel Mansell. 'Il Commendatore' vio en el león inglés la pasión que necesitaba la Scuderia y lo fichó para que empezase a correr en 1989, ya con Ferrari muerto. Suya fue otra de estas épicas victorias de entre guerras que consiguió Ferrari en la era Honda.
Fue en Hungría, un circuito con fama de que es imposible adelantar, y saliendo desde la duodécima posición. Mansell adelantó encorajinado a casi toda la parrilla, en uno de esos días de inspiración en los que contener a Mansell detrás era cuestión solo de superclases. Y ni siquiera así fue posible en Hungaroring.
A 25 vueltas del final Mansell se puso detrás del McLaren de Senna, que a duras penas trataba de defender la posición. El brasileño era un maestro, y tirando de su potente motor Honda conseguía resistir, pero entonces se encontró con un doblado Stefan Johansson, y dudó. Era lo único que Mansell necesitaba.
El de Ferrari se tiró ávido a la derecha de la recta y adelantó a la vez a Senna y a Johansson. A partir de ahí ya no hubo carrera. Mansell se escapó en solitario y consiguió una victoria memorable que culminó una década. Luego a Ferrari llegó Alain Prost, y casi ganan el mundial de 1990, pero 'El Profesor' representaba todo lo contrario a la pasión de Ferrari, y acabaron mal.
Michael Schumacher y su equipo pusieron a Ferrari en lo alto de todos los tops
Y llegó Michael Schumacher. Si Niki Lauda profesionalizó Ferrari, y la Fórmula 1, Jean Todt, Rory Byrne, Ross Brawn y Schumacher directamente la llevaron al espacio. Sí, Ferrari es la leyenda de la Fórmula 1, el mito, la pasión. Pero si lidera todas las clasificaciones históricas de éxitos es, esencialmente, por las cinco temporadas entre 2000 y 2004 en las que dominaron la Fórmula 1.
Muchas veces se tiende a pensar que lo de Schumacher con Ferrari fue amor a primera vista, un idilio que funcionó y ganó desde la primera carrera, pero nada de eso. Hubo sufrimiento, y mucho. Antes de arrasar, Ferrari y Schumacher se dieron golpes muy fuertes en su búsqueda del primer mundial de la Scuderia desde 1979.
En 1997 Schumacher llegó líder a la última carrera en Jerez. Es más, tenía el título en el bote hasta que a 20 vueltas del final Jacques Villeneuve, el hijo del mítico Gilles, le metió el coche en Dry Sack. Schumacher se chocó a propósito contra el Williams y fue descalificado de un mundial que técnicamente había perdido por tres puntos.
Por increíble que parezca ahora, el sentir de la gran mayoría de tifosi de la época era que Jacques Villeneuve, el hijo del añorado Gilles, era el piloto que mejor representaba el ferrarismo y el que debía liderar la reconquista de la Scuderia. Afortunadamente para Ferrari, decidieron seguir confiando en Michael Schumacher.
Un año después Schumacher llegaba a la última carrera a cuatro puntos de Mika Hakkinen. Con ganar en Suzuka, le devolvería el título a Ferrari. E hizo la pole, pero la desgracia volvió a aparecer. Se le caló el coche en la parrilla. Rebelde, y sin rendirse, Schumacher remontó desde el pit lane hasta la tercera posición, que iba a ser segunda cuando Eddie Irvine le dejase pasar, pero entonces un reventón frustó sus opciones de ir a por Hakkinen.
Dos derrotas muy dolorosas en la última carrera a la que siguió un terrible accidente en Silverstone, en 1999, el año en que parecía que Schumacher esta vez sí podía ganar su tercer mundial. 'El Kaiser' se rompió la pierna y dejó a Eddie Irvine, su escudero, como única alternativa de Ferrari. Otra vez, perdieron en la última carrera.
Un mundial en el que pudo ganar Irvine la lógica indica que Schumacher lo hubiese arrasado. El alemán incluso regresó en las últimas carreras para echarle una mano a Irvine, que llegó líder a Suzuka. Pero en la última clasificación del año Irvine se estrelló y dejó otro título en las manos de Hakkinen. Al menos, Ferrari ganó el de constructores. Fue la semilla de lo que estaba por llegar.