AMANCIO ORTEGA DONA 320 MILLONES PARA EQUIPOS CONTRA EL CANCER EN LA SANIDAD PUBLICA

Raro que un gobierno mejore la calidad de vida de TODOS ciudadanos, siempre hay un desbalance brutal por la cantidad de intereses creados a la hora de hacer "caridad". Pero que gente que pueda aportar a causas como esas lo haga creo que es una obligación moral y civica. Nunca entiendo porque se divulgan los nombres de los benefactores, quiero pensar que es para presionar a los otros pudientes a que hagan lo mismo, no solamente por llevarse la gloria filantropica.

Desde luego que toda esta gente mega rica tiene sus esqueletos en el armario y bajo llave, pero bueno, el detalle de su gestión sea mucha o poca proporcionalmente a sus entradas, es un buen comienzo. Abrir la cartera, se llama. Y la causa a la que aporta esta vez no puede ser más importante, servicios oncologicos .

Por extraño que pueda parecer, tan acostumbrados como estamos al ladroneo indiscriminado, sí, hay gobiernos que miran por el bien común. Gobiernos que, sean de un color u otro, no cuestionan las áreas más básicas y fundamentales del ser humano, como son educación, sanidad, vivienda...
 
Amancio visita el cortijo
Por
Medios CC/CL
-
29/03/2017
1205

Gerardo Tecé | Ctxt | 29/03/2017

Las visitas de la Señora Marquesa al cortijo eran todo un acontecimiento en Los Santos Inocentes de Mario Camus. Con sus mejores galas, es decir, con las ropas menos rotas, los trabajadores del campo recibían a la Señora de brazos abiertos y manos extendidas. Bajo una encina, los campesinos hacían cola pacientemente hasta que les llegase su turno para recoger, de la mano de la Señora vestida de impoluto blanco papal, unas monedas en forma de limosna. La Señora Marquesa, sentada a la mesa junto a su nieto, que ese año tomaba la comunión, no entregaba caridad a cambio de nada: ¿Ha aumentado la familia, Facundo? Este año Dios no lo ha querido, Señora Marquesa, siguen siendo ocho. Pues que sean nueve, Dios lo querrá. Así será, Señora Marquesa. Ahora toma, para que celebréis en casa mi visita; y por la comunión de mi nieto, otra moneda; dásela, niño.

Las donaciones de la Señora Marquesa, por mucho que alegrasen el día a aquellos trabajadores del cortijo, no dejaban de ser un insulto que hoy, treinta años después del estreno de la película, deberíamos ver con claridad. Por muchos motivos. El primero de ellos, porque la caridad se puede ejercer cuando la opción de justicia no está al alcance de tu mano. En el caso de la Señora Marquesa, esa caridad sustituye a un sueldo digno para los campesinos que no haría necesaria la limosna. El segundo, porque lo que la Señora Marquesa se ahorra con ingeniería fiscal lo pagan los trabajadores del cortijo de su bolsillo. Y ese ahorro que beneficia a la Señora Marquesa es mucho mayor que la caridad que ejerce. Si la solidaridad te sale a devolver, no es solidaridad. El tercer motivo que hace que las donaciones de la Marquesa sean un insulto es que la gran señora hace de ese supuesto acto altruista un spot publicitario. Mirad mi generosidad. De haber sido hoy la escena de la entrega de monedas, –¿se imaginan?– todos los grandes medios lo llevarían como noticia del día, agradecidos. ¿Cuánto le hubiera costado a la Señora Marquesa una campaña de publicidad de ese tipo en prensa, radio y televisión asociando su nombre a la marca Cortijo? Pues sólo unas monedas.

El cuarto motivo es que todo este paripé perpetúa un modelo de sociedad, cada vez más desigual, en el que la comida o, peor aún, la salud, dependen directamente de que le vaya bien a la Señora Marquesa. Y no sólo eso: alimenta un fantasma en la cabeza del campesino. Un fantasma que apaga la capacidad de revisar las ropas rotas propias para fijarse en las ropas impolutas de la Señora Marquesa: qué alegría verla bien arriba en la lista Forbes de las mejores vestidas, eso nos viene bien a todos. El quinto motivo que hace de esta supuesta caridad un insulto es la indefensión. Ligado ya nuestro plato y hasta nuestra salud a la bonanza de la Señora Marquesa, sólo nos queda estar agradecidos porque cree puestos de trabajo para campesinos. En el imaginario popular de la cola bajo la encina, el cortijo no es un negocio que necesita a equis número de personas que lo trabajen para generar beneficios que van al bolsillo de la Señora Marquesa, sino que esos empleos son una especie de regalo a los trabajadores del cortijo. Hay que estar agradecido de que la Señora Marquesa sea emprendedora, en esta y otras tierras.

Encantada de conocerse y de su propia caridad, la Señora Marquesa acabó la entrega de limosna en el cortijo sonriente, sin caer en la cuenta de la baja calidad de la ropa con la que iban a recibirla. Unas ropas rotas que, a base de limosnas, no saldrán nunca en una lista Forbes de gente vestida de forma digna.

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FUENTEctxt.es
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Perdona no lo había visto
 
Aunque me llaméis tonta o loca, yo creo que todos los que habéis escrito tenéis razón, ya sea alabando o criticando a Amancio Ortega.
Me explico: Me parece muy bien que la gente más afortunada tenga detalles solidarios con quienes no están en buena situación. Para Amancio Ortega 320 millones de euros es como los 10 euros mensuales que muchos donamos a distintas ONG´s. Ya sabemos que con ese acto no solucionamos la injusticia ni la pobreza, pero colaboramos por solidaridad y sin hacer grandes esfuerzos. Y también desgrava en Hacienda.
La mayor o menor publicidad que le demos ya depende de cada uno. Yo soy partidaria de la discrección, pero también es necesario que se sepa para que cunda el ejemplo, allá cada cual.
Es verdad que la gente mega-rica podría haber hecho mucho más en estos años de crisis, evitando desahucios pagando los alquileres o hipotecas de los más débiles, pagando los suministros de luz, agua y calefacción a quien se los han cortado. Pagando becas de estudios y de comedor a miles de niños y jóvenes, etc. La verdad es que han hecho bien poco.
Por otro lado, los mega-ricos lo son en parte porque las leyes tributarias les ayudan a serlo y yo también soy partidaria de que paguen más impuestos, de tener un Estado fuerte que atienda a los ciudadanos como es debido.
Habría que exigir a los políticos cambiar la ley, porque si no, a ver quién es el guapo que pudiendo pagar legalmente 10 millones en impuestos, va a pagar 100, por ejemplo.
Yo no soy de las que piensan que todos los ricos, ya por el hecho de serlo, son malos y que todos los pobres son buenos. Hay de todo en todas partes.
En los países anglosajones están más acostumbrados a este tipo de donaciones, los mega-ricos presumen de ello y la gente común lo valora, pero no deja de exigir que los Estados y los gobiernos cumplan con su función, una cosa no quita la otra.
 
Aquí no se cuestiona que este dinero donado favorezca a la sanidad pública, pues es evidente que sí lo hace, sino que se incide en el hecho de que, estas personas, con una mano se apuntan a causas nobles y con la otra defraudan todo lo que pueden y más. Eso tiene un nombre: HIPOCRESÍA.

Por otro lado, yo apuesto, no por que los ricos sean caritativos sino por tener un Estado fuerte que vele en este caso por la sanidad pública, que es la de todos y a todos nos beneficia. Los millonarios, pueden donar o no, son muy libres, pero los Estados tienen la OBLIGACIÓN de cuidar y procurar el mayor bienestar posible a sus ciudadanos, y el que no lo hace, es un Estado completamente fracasado.

Las donaciones, según he leído, tienen desgravación, por tanto no voy a pensar que estos gestos son puramente altruistas, me inclino a pensar que son más un lavado de cara que otra cosa. Y no, no me alegro especialmente de ello, porque es fácil intuir qué hay detrás de tan noble acción.

Es como cuando el banco te "regala" una vajilla, ya puedes suponer por qué lo hace, que no es por nuestra cara bonita y tampoco hay que ser muy lumbreras para imaginarlo.

En ningún caso nuestro bienestar, como ciudadanos, puede ni debe depender de la "buena voluntad" de estos señores.

Para mejorar la calidad de vida de la gente están los gobiernos, y nosotros con nuestro voto si aquellos no cumplen lo debido.
pero de q hablais?????un señor dona un dinero para combatir el cancer en españa y se le da las gracias¡no se le enmierda¡¡¡¡¡y no hay más cuentos baratos¡¡¡¡
 
Me parece bien que done 320 millones, pero lo que me hace sospechar de esta donacion es la publicidad que se esta haciendo y que la donación sea a la sanidad pública. Si fuéramos mal pensados, pensariamos que es el resultado de una negociación con Hacienda.
Defiendo las donaciones pero en el anonimato, cuando son públicas gato encerrado hay.
eso era antes, nadie hace donaciones importantes en anonimato,eso es ya para las películas, como un acuerdo con hacienda......otra película más
 
perdona, pero este señor ( como el de Mango y tantos otros, pero en este topic se habla de Amancio) "se ensucia" solito.
Ese "pastón" es una insignificancia comparado con todo lo que te roba a ti, a mi y a todos.
No entiendo que no querais verlo, pero bueno..
PD: ni soy infeliz ni me da envidia este hombre,solo me da pena que la injusticia siga campando a sus anchas y la gente mire para otro lado e incluso le parezca bien
a mi q me roba??????? y ati??? demagogias y populismos sin sentido, q ya es de pavor ver q en este país se machaca hasta las buenas acciones...ascazo.
 
Inditex: a costa del sudor de las costureras gallegas
La multinacional subcontrata a decenas de talleres en A Coruña obviando las pésimas condiciones laborales de sus trabajadoras.

30 Agosto 2013
Toni Martínez

tmartinez@lamarea.com

Tánger, Bangladesh, India. Lugares donde se ha denunciado que Inditex explota a sus trabajadores, no parecen tan lejanos cuando se accede al pequeño taller subcontratado por el imperio textil donde una docena de mujeres ya mayores se afanan sin descanso ante sus máquinas de coser.

Pese a estar situado en la carretera de A Coruña a Santiago de Compostela, el local es discreto. Desde el exterior, se antoja difícil averiguar para quién trabajan estas obreras. No hay ningún cartel comercial fuera; está a la vista de todo el mundo, pero nadie repara en él. Algunos coches paran junto a la entrada; otros lo dejan atrás, indiferentes.

Dentro, lo primero que llama la atención es el olor penetrante que, en ocasiones, hace el aire casi irrespirable. Apesta a producto químico, a los tintes industriales con los que se visten de colores las prendas producidas por este emporio levantado casi de la nada por Amancio Ortega –el hombre más rico de España y el tercero del mundo según la revista Forbes, que valora su fortuna en 57.000 millones de dólares (unos 42.000 millones de euros)– y su exmujer, Rosalía Mera, fallecida el 15 de agosto. Por los rincones del taller, cientos de prendas esperan a ser cosidas o montadas y transportadas a la fábrica principal, en Arteixo, a sólo diez kilómetros de A Coruña.

Las 12 costureras trabajan durante todo el día, paran a comer y luego, diez minutos más a las 10.00 y a las 17.00 horas para fumar o tomar un café. Estas costureras, cuya única fuente de ventilación es la puerta entreabierta que da a la carretera, han contribuido a que Ortega amasara su enorme riqueza. Su trabajo depende, única y exclusivamente, de lo que les pide Zara –el buque insignia de Inditex– pero no están en nómina de la empresa: son autónomas. La pequeña cooperativa que han puesto en pie es una de las decenas de empresas subcontratadas por el emporio textil, que asienta una parte de su producción en ellas.

La apariencia y estructura de estos talleres es casi siempre la misma. Muchos están en la carretera que conduce hasta la inhóspita Costa da Morte, la misma vía que lleva a la sede central de Inditex. Como el taller de la puerta entreabierta, estos locales son, prácticamente siempre, bajos comerciales con ventilación deficiente.


Entrada de un taller subcontratado por el emporio gallego en A Coruña. T.M.

Las críticas a la indiferencia de los responsables de Inditex ante las condiciones laborales de las trabajadoras en los talleres en los que externaliza (subcontrata) su producción, en España y sobre todo en otros países, han adquirido tintes de horror en los últimos meses. El 27 de enero un incendio en una fábrica clandestina de Bangladesh provocó la muerte a siete operarios. Entre las cenizas aparecieron restos de etiquetas de marcas de Inditex (Bershka y Lefties). Aunque poco después la empresa anunció haber roto su contrato con los proveedores bengalíes, la polémica era ya imparable, sobre todo porque, tres meses más tarde, el 24 de abril, otro incendio en la capital de ese país, Dacca, acabó con la vida de 1.050 trabajadores en otra fábrica en la que producían marcas europeas como Primark, Benetton y El Corte Inglés.

Estas muertes, junto a las denuncias de gobiernos como los de Brasil y Argentina contra el imperio de Amancio Ortega, han hecho que se alcen voces que cuestionan el modelo de negocio de una empresa que, ya en los 90, apostó por deslocalizar su producción en el Magreb y en países asiáticos.

La forma de trabajar de Inditex ya a se había ensayado en A Coruña. Víctor la conoce bien. Siguiendo la estela familiar, este coruñés de mediana edad, tuvo una empresa de confección que trabajaba para la compañía de Ortega. Él tenía un taller y su madre otro, aunque les prohibían intercambiar trabajo. Hace seis años tuvo que dejarlo. No podía más.

“Los talleres”, recuerda Víctor, “no tienen ningún tipo de acuerdo ni contrato con la empresa. Ellos te van mandado trabajo sobre pedido y tú se lo haces. Pero sin un día deciden que no les sirves, te bajan la carga de trabajo y tienes que cerrar”.

A finales de los 90, en los alrededores de A Coruña había más de 30 talleres trabajando para Inditex. El negocio era sencillo: alguien compraba unas máquinas, alquilaba un bajo comercial, montaba una sociedad limitada y contrataba a veinte personas, normalmente mujeres de mediana edad. Sin rastro de medidas de seguridad ni, en muchas ocasiones, derechos laborales. Se trataba de locales sin ventanas ni calefacción. En algunos casos eran garajes o la propia casa. Cualquier lugar era adecuado para atender a la demanda de producción de esa multinacional que estaba naciendo.

La exigencia de exclusividad
La persona encargada del taller, que a la vez trabajaba en él, se hacía cargo de los gastos de personal y de la maquinaria. Inditex, que les exigía exclusividad, les iba proporcionando trabajo y ellas se encargaban de confeccionar las prendas a cambio de un dinero pactado, generalmente por debajo del precio de mercado.

Una fuente conocedora del sector, que prefiere mantener el anonimato, confirma que “una prenda que se haga para cualquier otra empresa se paga un 50% más cara que las de Inditex, tranquilamente”.

Ahí nacía la explotación. Víctor lo confiesa: “En ocasiones, los horarios eran de 8 de la mañana a 8 de la tarde, con media hora para comer y sin cobrar horas extras, por supuesto. Si venía más carga de trabajo tenías que aprovecharla”. Del mes de vacaciones mejor olvidarse ya que el emporio textil exige producción durante todo el año, así que la mayoría de los pequeños talleres repartían unos quince días de vacaciones en los 12 meses.

Inditex no controlaba, y tampoco lo hace ahora a juzgar por las declaraciones recogidas en este reportaje, esas condiciones laborales. “Sólo les preocupa la calidad del producto y que se haga todo con rapidez. Además, como te quieran putear, te putean e incluso te pueden obligar a cerrar el taller, dejando a los trabajadores en la calle”, asegura.

Eso fue lo que sucedió con la deslocalización de la producción a otros países. Víctor pone como ejemplo Tánger, en Marruecos. “Allí, mi hermana está trabajando en control de calidad de fábricas que trabajan para ellos y las condiciones que ve no se permitirían aquí”. Para él, “no deberían dejar que ese trabajo llegase a España” porque es fruto de la explotación.

Las responsables de los talleres subcontratados se quejan de que son ellas las que deben asumir todos los riesgos. Para empezar la inversión inicial que, para un taller de veinte costureras, ronda los 70.000 euros.

“Para ellos [Inditex] es muy cómodo. Trabajan sin stock y según pedido, además de con prisas y exigencias. En cambio somos nosotras las que asumimos el riesgo de contratar a gente, de hacer horas, de comprometernos que el trabajo llega a tiempo. Vivimos en tensión. Si no cumplimos, nos bajan la carga de trabajo y tenemos que cerrar”, asegura una de ellas que no se atreve a dar su nombre.

Víctor lo corrobora: “Lo tienen muy fácil. Castigan a alguien y le obligan a cerrar. Te pueden echar para atrás prendas, pedirte muestras, darte menos trabajo… pero tú sigues con la misma plantilla y además trabajas sólo para ellos, con lo cual se acumulan las pérdidas y como no tienes solvencia económica, debes cerrar a los cuatro o cinco meses”. Mientras tanto, ellos “tienen cero riesgos, se llevan la producción fuera tranquilamente y sin pagar nada a nadie. Es un modelo cojonudo para hacer dinero”, sentencia.

Este modelo de negocio, el “modelo Inditex”, trasplantado a países como Marruecos, es el que denuncia el partido SAIN (Solidaridad y Autogestión Internacionalista), ocupado en sensibilizar sobre el uso de niños en la confección de productos textiles.

Uno de sus miembros, Moisés Mato, apunta directamente a Amancio Ortega, el fundador de la multinacional, al acusarle de “haber creado un método de trabajo que, aunque no es exclusivo de Zara, sí ha ido más allá al revolucionar el ritmo de trabajo. La empresa llega a inaugurar una tienda al día, y esto es gracias a ese sistema de externalización tremendamente flexible y preciso que recae sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras en forma de más esclavitud”.

En mayo del año pasado el canal público francés France 2, emitió un documental sobre el trabajo infantil en el que destapaba como, en la India, niños trabajan en condiciones inhumanas para diferentes empresas, entre ellas Inditex.

Unos meses antes, la ONG Setem publicó su informe La moda española en Tánger: trabajo y supervivencia de las obreras de la confección, donde denunciaba que las trabajadoras de talleres que producían para Inditex acumulaban hasta 65 horas a la semana ante una máquina de coser. Algunas no cobraban ni siquiera el salario mínimo marroquí: 178,72 euros mensuales. El objetivo, una vez más, era el de hacer frente a esa desmesurada demanda de producción que la empresa por sí misma no puede o no quiere cubrir. Y eso que la sede central de la compañía, en Arteixo, ocupa 600.000 metros cuadrados. En ella trabajan 3.500 personas en fábricas que son como pequeñas ciudades. Los trabajadores llegan en autobuses y pasan allí sus ocho horas. Tienen comedor y lugares para pasear. Para llegar hasta allí, ningún cartel. Nada que anuncie que en ese polígono está el corazón de la empresa que el año pasado facturó más de 15.000 millones de euros. En la puerta del complejo un pequeño cartel reza ”Inditex”.

La compañía niega las acusaciones de indiferencia ante las condiciones de los trabajadores que subcontrata y asegura que desde el año 2001 dispone de “un código ético que prohíbe explícitamente prácticas como el trabajo forzado o de menores”. Además, defiende que “sólo en los dos últimos años se han realizado casi 6.000 auditorías en fabricantes y proveedores del Grupo”.

Los responsables de los talleres coruñeses niegan estas auditorías. “A ellos sólo les interesa la calidad, lo demás les da igual”. Pero desde el gabinete de comunicación de Inditex se insiste en que sus 1.434 proveedores “deben cumplir estándares mínimos de comportamiento ético basados en el respeto a los derechos humanos y laborales”.

“Reputación y liderazgo”
Inditex recuerda que la empresa ha firmado numerosos acuerdos sobre seguridad laboral, entre ellos uno este mismo año, el Acuerdo sobre Seguridad y Contra Incendios para mejorar “las condiciones de salud y seguridad en la industria textil de Bangladesh”. El portavoz de la compañía también resalta que es “la empresa con una mejor reputación, liderazgo y que muestra una mayor responsabilidad social corporativa”.

La multinacional tiene, en la actualidad, 120.314 empleados en todo el mundo (30.000 más que hace cinco años), un tercio de ellos en España. Todas las marcas del grupo (Zara, Massimo Dutti, Stradivarius, Bershka, entre otras) se distribuyen en 6.009 tiendas, 482 más que hace un año.

Su fundador, Amancio Ortega, es cada vez más rico y dispone del 60% de las acciones de la compañía. Hablar de Amancio Ortega o Rosalía Mera en A Coruña es casi un tabú. Los tentáculos del conglomerado de sus empresas llegan a casi todos los ámbitos de la sociedad. Quien no trabaja para ellos, conoce a alguien que sí lo hace, directa o indirectamente.

Nadie quiere hablar con la excusa de que Inditex “da trabajo a la gente”. Y eso pese a que cada día cierran más talleres subcontratados, o precisamente por eso. Producir para el imperio textil sigue siendo rentable, así se entiende que “cada Navidad, muchos encargados llevan regalos a los jefes de Arteixo, para que les den buen trabajo”, comenta un exresponsable de un taller. Por la ciudad circulan varios mitos halagadores sobre Ortega. El más extendido es el que asegura que cada día come con sus trabajadores en Arteixo. La anécdota se completa con un: “¡Es que es muy campechano, muy sencillo!”.

A su exmujer, Rosalía Mera, le llovían también las alabanzas. A su entierro acudieron representantes de la sociedad civil y política coruñesa, el presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijóo incluido.

El poder de Amancio Ortega se ve reflejado en los medios de comunicación a los que Inditex deja mucho dinero en publicidad. Un ejemplo revelador: en marzo de este año periodistas de France 2 interrogaron en una rueda de prensa al director de la compañía, Pablo Isla, sobre las acusaciones de explotación infantil. Las preguntas indignaron al presidente. Al día siguiente el titular más repetido por la prensa española fue: “La televisión pública francesa intenta boicotear los resultados de Inditex”.

A ese miedo que llega a todos los ámbitos tampoco son ajenos los trabajadores. María (nombre ficticio) que trabaja en uno de los talleres que producen para Inditex sólo contesta a través del teléfono y de forma indirecta. Evidentemente, pide que no se publique su nombre real “para evitar problemas”. Cuando se le pregunta por la seguridad laboral se hace el silencio. En ese momento, se acaba la entrevista.

Su caso es paradigmático del oscurantismo que rodea a Inditex. Los talleres subcontratados están a la vista de todos, pero nadie habla de sus condiciones de trabajo. En Galicia se impone el silencio sobre Amancio Ortega y el imperio del hombre más rico de España. Es el modelo Inditex.
 
Inditex: a costa del sudor de las costureras gallegas
La multinacional subcontrata a decenas de talleres en A Coruña obviando las pésimas condiciones laborales de sus trabajadoras.

30 Agosto 2013
Toni Martínez

tmartinez@lamarea.com

Tánger, Bangladesh, India. Lugares donde se ha denunciado que Inditex explota a sus trabajadores, no parecen tan lejanos cuando se accede al pequeño taller subcontratado por el imperio textil donde una docena de mujeres ya mayores se afanan sin descanso ante sus máquinas de coser.

Pese a estar situado en la carretera de A Coruña a Santiago de Compostela, el local es discreto. Desde el exterior, se antoja difícil averiguar para quién trabajan estas obreras. No hay ningún cartel comercial fuera; está a la vista de todo el mundo, pero nadie repara en él. Algunos coches paran junto a la entrada; otros lo dejan atrás, indiferentes.

Dentro, lo primero que llama la atención es el olor penetrante que, en ocasiones, hace el aire casi irrespirable. Apesta a producto químico, a los tintes industriales con los que se visten de colores las prendas producidas por este emporio levantado casi de la nada por Amancio Ortega –el hombre más rico de España y el tercero del mundo según la revista Forbes, que valora su fortuna en 57.000 millones de dólares (unos 42.000 millones de euros)– y su exmujer, Rosalía Mera, fallecida el 15 de agosto. Por los rincones del taller, cientos de prendas esperan a ser cosidas o montadas y transportadas a la fábrica principal, en Arteixo, a sólo diez kilómetros de A Coruña.

Las 12 costureras trabajan durante todo el día, paran a comer y luego, diez minutos más a las 10.00 y a las 17.00 horas para fumar o tomar un café. Estas costureras, cuya única fuente de ventilación es la puerta entreabierta que da a la carretera, han contribuido a que Ortega amasara su enorme riqueza. Su trabajo depende, única y exclusivamente, de lo que les pide Zara –el buque insignia de Inditex– pero no están en nómina de la empresa: son autónomas. La pequeña cooperativa que han puesto en pie es una de las decenas de empresas subcontratadas por el emporio textil, que asienta una parte de su producción en ellas.

La apariencia y estructura de estos talleres es casi siempre la misma. Muchos están en la carretera que conduce hasta la inhóspita Costa da Morte, la misma vía que lleva a la sede central de Inditex. Como el taller de la puerta entreabierta, estos locales son, prácticamente siempre, bajos comerciales con ventilación deficiente.


Entrada de un taller subcontratado por el emporio gallego en A Coruña. T.M.

Las críticas a la indiferencia de los responsables de Inditex ante las condiciones laborales de las trabajadoras en los talleres en los que externaliza (subcontrata) su producción, en España y sobre todo en otros países, han adquirido tintes de horror en los últimos meses. El 27 de enero un incendio en una fábrica clandestina de Bangladesh provocó la muerte a siete operarios. Entre las cenizas aparecieron restos de etiquetas de marcas de Inditex (Bershka y Lefties). Aunque poco después la empresa anunció haber roto su contrato con los proveedores bengalíes, la polémica era ya imparable, sobre todo porque, tres meses más tarde, el 24 de abril, otro incendio en la capital de ese país, Dacca, acabó con la vida de 1.050 trabajadores en otra fábrica en la que producían marcas europeas como Primark, Benetton y El Corte Inglés.

Estas muertes, junto a las denuncias de gobiernos como los de Brasil y Argentina contra el imperio de Amancio Ortega, han hecho que se alcen voces que cuestionan el modelo de negocio de una empresa que, ya en los 90, apostó por deslocalizar su producción en el Magreb y en países asiáticos.

La forma de trabajar de Inditex ya a se había ensayado en A Coruña. Víctor la conoce bien. Siguiendo la estela familiar, este coruñés de mediana edad, tuvo una empresa de confección que trabajaba para la compañía de Ortega. Él tenía un taller y su madre otro, aunque les prohibían intercambiar trabajo. Hace seis años tuvo que dejarlo. No podía más.

“Los talleres”, recuerda Víctor, “no tienen ningún tipo de acuerdo ni contrato con la empresa. Ellos te van mandado trabajo sobre pedido y tú se lo haces. Pero sin un día deciden que no les sirves, te bajan la carga de trabajo y tienes que cerrar”.

A finales de los 90, en los alrededores de A Coruña había más de 30 talleres trabajando para Inditex. El negocio era sencillo: alguien compraba unas máquinas, alquilaba un bajo comercial, montaba una sociedad limitada y contrataba a veinte personas, normalmente mujeres de mediana edad. Sin rastro de medidas de seguridad ni, en muchas ocasiones, derechos laborales. Se trataba de locales sin ventanas ni calefacción. En algunos casos eran garajes o la propia casa. Cualquier lugar era adecuado para atender a la demanda de producción de esa multinacional que estaba naciendo.

La exigencia de exclusividad
La persona encargada del taller, que a la vez trabajaba en él, se hacía cargo de los gastos de personal y de la maquinaria. Inditex, que les exigía exclusividad, les iba proporcionando trabajo y ellas se encargaban de confeccionar las prendas a cambio de un dinero pactado, generalmente por debajo del precio de mercado.

Una fuente conocedora del sector, que prefiere mantener el anonimato, confirma que “una prenda que se haga para cualquier otra empresa se paga un 50% más cara que las de Inditex, tranquilamente”.

Ahí nacía la explotación. Víctor lo confiesa: “En ocasiones, los horarios eran de 8 de la mañana a 8 de la tarde, con media hora para comer y sin cobrar horas extras, por supuesto. Si venía más carga de trabajo tenías que aprovecharla”. Del mes de vacaciones mejor olvidarse ya que el emporio textil exige producción durante todo el año, así que la mayoría de los pequeños talleres repartían unos quince días de vacaciones en los 12 meses.

Inditex no controlaba, y tampoco lo hace ahora a juzgar por las declaraciones recogidas en este reportaje, esas condiciones laborales. “Sólo les preocupa la calidad del producto y que se haga todo con rapidez. Además, como te quieran putear, te putean e incluso te pueden obligar a cerrar el taller, dejando a los trabajadores en la calle”, asegura.

Eso fue lo que sucedió con la deslocalización de la producción a otros países. Víctor pone como ejemplo Tánger, en Marruecos. “Allí, mi hermana está trabajando en control de calidad de fábricas que trabajan para ellos y las condiciones que ve no se permitirían aquí”. Para él, “no deberían dejar que ese trabajo llegase a España” porque es fruto de la explotación.

Las responsables de los talleres subcontratados se quejan de que son ellas las que deben asumir todos los riesgos. Para empezar la inversión inicial que, para un taller de veinte costureras, ronda los 70.000 euros.

“Para ellos [Inditex] es muy cómodo. Trabajan sin stock y según pedido, además de con prisas y exigencias. En cambio somos nosotras las que asumimos el riesgo de contratar a gente, de hacer horas, de comprometernos que el trabajo llega a tiempo. Vivimos en tensión. Si no cumplimos, nos bajan la carga de trabajo y tenemos que cerrar”, asegura una de ellas que no se atreve a dar su nombre.

Víctor lo corrobora: “Lo tienen muy fácil. Castigan a alguien y le obligan a cerrar. Te pueden echar para atrás prendas, pedirte muestras, darte menos trabajo… pero tú sigues con la misma plantilla y además trabajas sólo para ellos, con lo cual se acumulan las pérdidas y como no tienes solvencia económica, debes cerrar a los cuatro o cinco meses”. Mientras tanto, ellos “tienen cero riesgos, se llevan la producción fuera tranquilamente y sin pagar nada a nadie. Es un modelo cojonudo para hacer dinero”, sentencia.

Este modelo de negocio, el “modelo Inditex”, trasplantado a países como Marruecos, es el que denuncia el partido SAIN (Solidaridad y Autogestión Internacionalista), ocupado en sensibilizar sobre el uso de niños en la confección de productos textiles.

Uno de sus miembros, Moisés Mato, apunta directamente a Amancio Ortega, el fundador de la multinacional, al acusarle de “haber creado un método de trabajo que, aunque no es exclusivo de Zara, sí ha ido más allá al revolucionar el ritmo de trabajo. La empresa llega a inaugurar una tienda al día, y esto es gracias a ese sistema de externalización tremendamente flexible y preciso que recae sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras en forma de más esclavitud”.

En mayo del año pasado el canal público francés France 2, emitió un documental sobre el trabajo infantil en el que destapaba como, en la India, niños trabajan en condiciones inhumanas para diferentes empresas, entre ellas Inditex.

Unos meses antes, la ONG Setem publicó su informe La moda española en Tánger: trabajo y supervivencia de las obreras de la confección, donde denunciaba que las trabajadoras de talleres que producían para Inditex acumulaban hasta 65 horas a la semana ante una máquina de coser. Algunas no cobraban ni siquiera el salario mínimo marroquí: 178,72 euros mensuales. El objetivo, una vez más, era el de hacer frente a esa desmesurada demanda de producción que la empresa por sí misma no puede o no quiere cubrir. Y eso que la sede central de la compañía, en Arteixo, ocupa 600.000 metros cuadrados. En ella trabajan 3.500 personas en fábricas que son como pequeñas ciudades. Los trabajadores llegan en autobuses y pasan allí sus ocho horas. Tienen comedor y lugares para pasear. Para llegar hasta allí, ningún cartel. Nada que anuncie que en ese polígono está el corazón de la empresa que el año pasado facturó más de 15.000 millones de euros. En la puerta del complejo un pequeño cartel reza ”Inditex”.

La compañía niega las acusaciones de indiferencia ante las condiciones de los trabajadores que subcontrata y asegura que desde el año 2001 dispone de “un código ético que prohíbe explícitamente prácticas como el trabajo forzado o de menores”. Además, defiende que “sólo en los dos últimos años se han realizado casi 6.000 auditorías en fabricantes y proveedores del Grupo”.

Los responsables de los talleres coruñeses niegan estas auditorías. “A ellos sólo les interesa la calidad, lo demás les da igual”. Pero desde el gabinete de comunicación de Inditex se insiste en que sus 1.434 proveedores “deben cumplir estándares mínimos de comportamiento ético basados en el respeto a los derechos humanos y laborales”.

“Reputación y liderazgo”
Inditex recuerda que la empresa ha firmado numerosos acuerdos sobre seguridad laboral, entre ellos uno este mismo año, el Acuerdo sobre Seguridad y Contra Incendios para mejorar “las condiciones de salud y seguridad en la industria textil de Bangladesh”. El portavoz de la compañía también resalta que es “la empresa con una mejor reputación, liderazgo y que muestra una mayor responsabilidad social corporativa”.

La multinacional tiene, en la actualidad, 120.314 empleados en todo el mundo (30.000 más que hace cinco años), un tercio de ellos en España. Todas las marcas del grupo (Zara, Massimo Dutti, Stradivarius, Bershka, entre otras) se distribuyen en 6.009 tiendas, 482 más que hace un año.

Su fundador, Amancio Ortega, es cada vez más rico y dispone del 60% de las acciones de la compañía. Hablar de Amancio Ortega o Rosalía Mera en A Coruña es casi un tabú. Los tentáculos del conglomerado de sus empresas llegan a casi todos los ámbitos de la sociedad. Quien no trabaja para ellos, conoce a alguien que sí lo hace, directa o indirectamente.

Nadie quiere hablar con la excusa de que Inditex “da trabajo a la gente”. Y eso pese a que cada día cierran más talleres subcontratados, o precisamente por eso. Producir para el imperio textil sigue siendo rentable, así se entiende que “cada Navidad, muchos encargados llevan regalos a los jefes de Arteixo, para que les den buen trabajo”, comenta un exresponsable de un taller. Por la ciudad circulan varios mitos halagadores sobre Ortega. El más extendido es el que asegura que cada día come con sus trabajadores en Arteixo. La anécdota se completa con un: “¡Es que es muy campechano, muy sencillo!”.

A su exmujer, Rosalía Mera, le llovían también las alabanzas. A su entierro acudieron representantes de la sociedad civil y política coruñesa, el presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijóo incluido.

El poder de Amancio Ortega se ve reflejado en los medios de comunicación a los que Inditex deja mucho dinero en publicidad. Un ejemplo revelador: en marzo de este año periodistas de France 2 interrogaron en una rueda de prensa al director de la compañía, Pablo Isla, sobre las acusaciones de explotación infantil. Las preguntas indignaron al presidente. Al día siguiente el titular más repetido por la prensa española fue: “La televisión pública francesa intenta boicotear los resultados de Inditex”.

A ese miedo que llega a todos los ámbitos tampoco son ajenos los trabajadores. María (nombre ficticio) que trabaja en uno de los talleres que producen para Inditex sólo contesta a través del teléfono y de forma indirecta. Evidentemente, pide que no se publique su nombre real “para evitar problemas”. Cuando se le pregunta por la seguridad laboral se hace el silencio. En ese momento, se acaba la entrevista.

Su caso es paradigmático del oscurantismo que rodea a Inditex. Los talleres subcontratados están a la vista de todos, pero nadie habla de sus condiciones de trabajo. En Galicia se impone el silencio sobre Amancio Ortega y el imperio del hombre más rico de España. Es el modelo Inditex.
Otro que tampoco sabe de lo que habla.
 
se imaginan a NIcolás Maduro, Raul Castro o el mismísimo Donald Trump dando 320 millones de su dinero de su maravillosa fortuna a la sanidad pública de sus respectivos países?. Lo dudo mucho.
De los dos primeros me espero más que roben 320 millones de la sanidad pública para llevárselos a sus cuentas.
 
Pregunto:

Si Amancio Ortega no paga en impuestos lo que al parecer deberìa, hay que tirar contra el, o contra Montoro? Tratar de eximirse de pagar impuestos es algo comprensible, humano y puede que hasta condivisible. Pero quien tiene la obligaciòn de hacer pagar los impuestos es el Ministerio correspondiente, me equivoco? Entonces...?

Si los trabajadores de Inditex en India, Bangladesh, Tànger, etc etc etc,. trabajan en lo que parece ser un règimen de semi esclavitud, seràn las autoridades de esos paìses quienes deberìan de preocuparse por sus trabajadores. O no? Nos vamos a mesar los cabellos y a rasgar las vestiduras echando làgrimas de cocodrilo por los pobres trabajadores de Tànger, que al parecer al gobierno de Marruecos le importan una higa ? item plus, vale lo mismo, si no màs, para Espanya.

En muchos paìses, por ejemplo EEUU, hay grandes fortunas que evitan pagar buena parte de sus impuestos con cosas parecidas: fundaciones, museos, etc etc etc. Francamente, me parece màs acertado que Amancio Ortega lo haga pagando equipos mèdicos que llenando un museo de "obras de arte" incomprensibles y abstrusas.

Si no hubiera dado el dinero, malo. Si lo da, peor....algo tendrà que ocultar.

Que paìs cainita que somos, francamente. Pues claro que le interesarà haber hecho esa donaciòn. A ver cuanta de la gente que hay por aquì criticando es la Madre Teresa.....Pero que a el le interese econòmicamente o no, no deja de ser algo positivo. Y si no, reclamaciones a Montoro, que no hace pagar lo que deberìan a algunos, a lo que parece.
 

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