OP
pilou12
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Tengo una hija muy bien casada. -Luego añadió-: No, no tiene amigos. Por lo menos yo nunca le vi andar con nadie en especial. Esta última vez que estuvo aquí, se pasaba el tiempo hurgando en su coche. Lo tenía aparcado ahí afuera. Un Ford viejo. Parecía de cuando él todavía no había nacido. Le dio una mano de pintura. La parte de arriba negra y el resto plateado. Luego escribió, «En venta» en el parabrisas. Un día oí que un primo se paró y le ofreció cuarenta dólares, cuarenta más que lo que valía. Pero él le contestó que no podía venderlo por menos de noventa. Le dijo que necesitaba el dinero para un billete de autobús. Poco antes de que se fuera me enteré que un tipo negro se lo había comprado.
-Dijo que lo quería para un billete de autobús, ¿no sabe adonde quería ir?
Frunció los labios, dejó colgar el cigarrillo de ellos y se quedó mirando fijamente a Nye:
-Hablemos claro. ¿Hay dinero de por medio? ¿Alguna recompensa?
Quedó esperando contestación. Como no obtuvo ninguna, pareció sospechar todas las posibilidades y decidirse por la de hablar:
-Porque me dio la impresión de que allí, dondequiera que planeara irse, no pensaba quedarse mucho tiempo. Que tenía intención de volverse. En cierto modo espero verle aparecer por acá el día menos pensado -indicó con la cabeza el interior de la pensión-. Venga y le enseño por qué.
Escaleras. Corredores grises. Nye captó los olores, distinguiéndolos unos de otros: desinfectante de retretes, alcohol, colillas. Dentro de una de las habitaciones, un inquilino borracho gemía y cantaba en esa confusión de alegría y dolor.
-¡Amaina, holandés! Acaba ya o te echo a la calle -le gritó la mujer-. Ahí -le dijo a Nye, precediéndole en una especie de cuarto oscurecido de almacenaje. Encendió la luz-. Eso, esa caja. Me dijo que se la guardara hasta que estuviera de vuelta.
Se trataba de una caja de cartón, sin envolver pero atada con un cordel. Una advertencia, un aviso que tenía algo de maldición egipcia, estaba escrito a lápiz sobre la cubierta: ¡Cuidado! Propiedad de Perry E. Smith. ¡Cuidado!
Nye desató la cuerda. Tuvo la triste ocasión de comprobar que el nudo no era de media vuelta como el que los asesinos usaran para atar a la familia Clutter. Levantó las solapas de la caja. Salió una cucaracha y la patrona la pisó, aplastándola con el tacón de su sandalia dorada.
-¡Eh! -exclamó mientras Nye sacaba y examinaba detenidamente las posesiones de Perry-. ¡El ratero! ¡Esa toalla es mía!
Además de la toalla el meticuloso Nye anotó en su cuaderno: «Un cojín sucio "Souvenir de Honolulu", una manta rosa de niño, un par de pantalones caqui, un cazo de aluminio con espátula para fritos.» Entre otras curiosidades había un álbum de recortes lleno de fotografías sacadas de revistas de cultura física (estudios de levantadores de pesas relucientes de sudor) y, dentro de una caja de zapatos, una colección de medicamentos: enjuagues y polvos para combatir las infecciones bucales y también una cantidad increíble de aspirinas (por lo menos una docena de frascos, varios de ellos vacíos).
-Porquería -dijo la patrona-. Sólo basura.
Cierto. Carecía de valor incluso para un detective hambriento de indicios. De todos modos, Nye estaba contento de haberlo visto. Cada uno de aquellos detalles, los calmantes para las encías infectadas, el grasiento cojín de Honolulu, le daba una imagen clara de su propietario y de su vida solitaria y mezquina.
Al día siguiente, en Reno, preparando su informe oficial escribió: «A las 9 de la mañana, el agente que informa se puso en contacto con Bill Discroll, jefe de investigación criminal de la Oficina del sheriff de Washoe County, Nevada. Después de ser brevemente informado de las circunstancias del caso, a Driscoll se le entregaron fotografías, huellas digitales y órdenes de detención de Hickock y Smith.
A sangre fria - Truman Capote
Tengo una hija muy bien casada. -Luego añadió-: No, no tiene amigos. Por lo menos yo nunca le vi andar con nadie en especial. Esta última vez que estuvo aquí, se pasaba el tiempo hurgando en su coche. Lo tenía aparcado ahí afuera. Un Ford viejo. Parecía de cuando él todavía no había nacido. Le dio una mano de pintura. La parte de arriba negra y el resto plateado. Luego escribió, «En venta» en el parabrisas. Un día oí que un primo se paró y le ofreció cuarenta dólares, cuarenta más que lo que valía. Pero él le contestó que no podía venderlo por menos de noventa. Le dijo que necesitaba el dinero para un billete de autobús. Poco antes de que se fuera me enteré que un tipo negro se lo había comprado.
-Dijo que lo quería para un billete de autobús, ¿no sabe adonde quería ir?
Frunció los labios, dejó colgar el cigarrillo de ellos y se quedó mirando fijamente a Nye:
-Hablemos claro. ¿Hay dinero de por medio? ¿Alguna recompensa?
Quedó esperando contestación. Como no obtuvo ninguna, pareció sospechar todas las posibilidades y decidirse por la de hablar:
-Porque me dio la impresión de que allí, dondequiera que planeara irse, no pensaba quedarse mucho tiempo. Que tenía intención de volverse. En cierto modo espero verle aparecer por acá el día menos pensado -indicó con la cabeza el interior de la pensión-. Venga y le enseño por qué.
Escaleras. Corredores grises. Nye captó los olores, distinguiéndolos unos de otros: desinfectante de retretes, alcohol, colillas. Dentro de una de las habitaciones, un inquilino borracho gemía y cantaba en esa confusión de alegría y dolor.
-¡Amaina, holandés! Acaba ya o te echo a la calle -le gritó la mujer-. Ahí -le dijo a Nye, precediéndole en una especie de cuarto oscurecido de almacenaje. Encendió la luz-. Eso, esa caja. Me dijo que se la guardara hasta que estuviera de vuelta.
Se trataba de una caja de cartón, sin envolver pero atada con un cordel. Una advertencia, un aviso que tenía algo de maldición egipcia, estaba escrito a lápiz sobre la cubierta: ¡Cuidado! Propiedad de Perry E. Smith. ¡Cuidado!
Nye desató la cuerda. Tuvo la triste ocasión de comprobar que el nudo no era de media vuelta como el que los asesinos usaran para atar a la familia Clutter. Levantó las solapas de la caja. Salió una cucaracha y la patrona la pisó, aplastándola con el tacón de su sandalia dorada.
-¡Eh! -exclamó mientras Nye sacaba y examinaba detenidamente las posesiones de Perry-. ¡El ratero! ¡Esa toalla es mía!
Además de la toalla el meticuloso Nye anotó en su cuaderno: «Un cojín sucio "Souvenir de Honolulu", una manta rosa de niño, un par de pantalones caqui, un cazo de aluminio con espátula para fritos.» Entre otras curiosidades había un álbum de recortes lleno de fotografías sacadas de revistas de cultura física (estudios de levantadores de pesas relucientes de sudor) y, dentro de una caja de zapatos, una colección de medicamentos: enjuagues y polvos para combatir las infecciones bucales y también una cantidad increíble de aspirinas (por lo menos una docena de frascos, varios de ellos vacíos).
-Porquería -dijo la patrona-. Sólo basura.
Cierto. Carecía de valor incluso para un detective hambriento de indicios. De todos modos, Nye estaba contento de haberlo visto. Cada uno de aquellos detalles, los calmantes para las encías infectadas, el grasiento cojín de Honolulu, le daba una imagen clara de su propietario y de su vida solitaria y mezquina.
Al día siguiente, en Reno, preparando su informe oficial escribió: «A las 9 de la mañana, el agente que informa se puso en contacto con Bill Discroll, jefe de investigación criminal de la Oficina del sheriff de Washoe County, Nevada. Después de ser brevemente informado de las circunstancias del caso, a Driscoll se le entregaron fotografías, huellas digitales y órdenes de detención de Hickock y Smith.
A sangre fria - Truman Capote