OP
pilou12
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38
Pero como en cualquier otra manifestación, su caligrafía, inclinada hacia la derecha, o a la izquierda, redondeada, o picuda, apretada o espaciada, denotaba aquella preocupación suya, como si estuviera continuamente preguntándose: «¿Es Nancy así? ¿O es asá? ¿Cuál soy yo?» (En una ocasión su profesora de inglés, la señora Riggs, le devolvió un tema que le había presentado con el comentario: «Bien. Pero ¿por qué escrito en tres caligrafías distintas?» A lo que Nancy replicó: «Porque todavía no soy lo bastante mayor como para tener una sola firma») Pero sin embargo, en los últimos meses había progresado y con una caligrafía que denotaba incipiente madurez escribió: «Jolene K. vino y le enseñé a hacer una tarta de cereza. Ensayado con Roxie. Bobby estuvo aquí y vimos la televisión. Se marchó a las once.”
-Aquí es, aquí es, tiene que ser aquí. Allí está el colegio, aquí el garaje, ahora tenemos que girar hacia el sur.
A Perry le parecía que Dick estaba murmurando alborozados conjuros. Dejaron la autopista, atravesaron a toda velocidad la desierta Holcomb y cruzaron las vías del ferrocarril de Santa Fe.
-La loma, ésa debe de ser la loma: ahora tenemos que volver al oeste, ¿ves los árboles? Aquí es, tiene que ser aquí.
Los faros del auto descubrieron un camino bordeado de olmos de China y recorrido por matas de cardos que arrastraba el viento. Dick apagó los faros, aminoró la marcha y se detuvo hasta que sus ojos se acostumbraron a la noche iluminada por la luna. Poco después el coche avanzó cautelosamente.
Holcomb se halla a veinte kilómetros al este del huso horario de la montaña, circunstancia que provoca más de una queja porque significa que a las siete de la mañana -y en invierno a las ocho o incluso después- todavía está oscuro y las estrellas, si las hay, brillan aún, como ocurría aquel domingo mientras los dos hijos de Vic Irsik cumplían con su diario menester. Pero a eso de las nueve, cuando los muchachos habían terminado su trabajo, durante el cual nada anormal notaron, el sol había salido ofreciendo otra hermosa jornada de las de la perfecta estación de los faisanes. Mientras se alejaban de la finca corriendo por la avenida, saludaron con la mano a un coche que llegaba y una chica contestó a su saludo.
Era una compañera de colegio de Nancy Clutter que se llamaba también Nancy, Nancy Ewalt, hija única de Clarence Ewalt, que iba al volante, hombre de mediana edad, no muy aficionado a ir a la iglesia, ni tampoco su mujer, que, sin embargo, cada domingo acompañaba a su hija a la finca River Valley para que, en compañía de la familia Clutter, asistiese al servicio metodista de Garden City. Ello le evitaba «hacer ida y vuelta a la ciudad». Tenía la costumbre de esperar hasta que su hija hubiera entrado en la casa. Nancy, una jovencita que se preocupaba mucho del vestir, con cuerpo de artista de cine, el porte modesto del que lleva gafas y andar tímido, cruzó el césped y llamó al timbre de la entrada principal.
La casa tenía cuatro entradas y cuando, después de llamar repetidamente nadie acudió a abrir, pasó a otra, la que daba al despacho del señor Clutter. La puerta estaba entreabierta. La abrió un poco más, lo suficiente para comprobar que en el despacho no había más que sombras, pero se quedó allí diciéndose que a los Clutter no les gustaría una «intromisión». Llamó con los nudillos, llamó al timbre y al final fue hasta la parte posterior de la casa. Allí estaba el garaje y vio que los dos coches estaban dentro: dos Chevrolet sedán. Lo que quería decir que tenían que estar en casa.
A sangre fria - Truman Capote
Pero como en cualquier otra manifestación, su caligrafía, inclinada hacia la derecha, o a la izquierda, redondeada, o picuda, apretada o espaciada, denotaba aquella preocupación suya, como si estuviera continuamente preguntándose: «¿Es Nancy así? ¿O es asá? ¿Cuál soy yo?» (En una ocasión su profesora de inglés, la señora Riggs, le devolvió un tema que le había presentado con el comentario: «Bien. Pero ¿por qué escrito en tres caligrafías distintas?» A lo que Nancy replicó: «Porque todavía no soy lo bastante mayor como para tener una sola firma») Pero sin embargo, en los últimos meses había progresado y con una caligrafía que denotaba incipiente madurez escribió: «Jolene K. vino y le enseñé a hacer una tarta de cereza. Ensayado con Roxie. Bobby estuvo aquí y vimos la televisión. Se marchó a las once.”
-Aquí es, aquí es, tiene que ser aquí. Allí está el colegio, aquí el garaje, ahora tenemos que girar hacia el sur.
A Perry le parecía que Dick estaba murmurando alborozados conjuros. Dejaron la autopista, atravesaron a toda velocidad la desierta Holcomb y cruzaron las vías del ferrocarril de Santa Fe.
-La loma, ésa debe de ser la loma: ahora tenemos que volver al oeste, ¿ves los árboles? Aquí es, tiene que ser aquí.
Los faros del auto descubrieron un camino bordeado de olmos de China y recorrido por matas de cardos que arrastraba el viento. Dick apagó los faros, aminoró la marcha y se detuvo hasta que sus ojos se acostumbraron a la noche iluminada por la luna. Poco después el coche avanzó cautelosamente.
Holcomb se halla a veinte kilómetros al este del huso horario de la montaña, circunstancia que provoca más de una queja porque significa que a las siete de la mañana -y en invierno a las ocho o incluso después- todavía está oscuro y las estrellas, si las hay, brillan aún, como ocurría aquel domingo mientras los dos hijos de Vic Irsik cumplían con su diario menester. Pero a eso de las nueve, cuando los muchachos habían terminado su trabajo, durante el cual nada anormal notaron, el sol había salido ofreciendo otra hermosa jornada de las de la perfecta estación de los faisanes. Mientras se alejaban de la finca corriendo por la avenida, saludaron con la mano a un coche que llegaba y una chica contestó a su saludo.
Era una compañera de colegio de Nancy Clutter que se llamaba también Nancy, Nancy Ewalt, hija única de Clarence Ewalt, que iba al volante, hombre de mediana edad, no muy aficionado a ir a la iglesia, ni tampoco su mujer, que, sin embargo, cada domingo acompañaba a su hija a la finca River Valley para que, en compañía de la familia Clutter, asistiese al servicio metodista de Garden City. Ello le evitaba «hacer ida y vuelta a la ciudad». Tenía la costumbre de esperar hasta que su hija hubiera entrado en la casa. Nancy, una jovencita que se preocupaba mucho del vestir, con cuerpo de artista de cine, el porte modesto del que lleva gafas y andar tímido, cruzó el césped y llamó al timbre de la entrada principal.
La casa tenía cuatro entradas y cuando, después de llamar repetidamente nadie acudió a abrir, pasó a otra, la que daba al despacho del señor Clutter. La puerta estaba entreabierta. La abrió un poco más, lo suficiente para comprobar que en el despacho no había más que sombras, pero se quedó allí diciéndose que a los Clutter no les gustaría una «intromisión». Llamó con los nudillos, llamó al timbre y al final fue hasta la parte posterior de la casa. Allí estaba el garaje y vio que los dos coches estaban dentro: dos Chevrolet sedán. Lo que quería decir que tenían que estar en casa.
A sangre fria - Truman Capote