De mi última compañera de piso tengo anécdotas para aburrir.
Se llevaba la comida a la habitación y la dejaba allí durante días, semanas e incluso más de un mes. Es decir: que los platos, tenedores, cuchillos y cucharas que usábamos todas, los tenía por el suelo (ni siquiera encima del escritorio) de su habitación con restos de comida y tiene un gato, que obviamente iba a por todo ello. Llegó el punto de que siendo tres, la otra chica y yo solo teníamos dos platos y un tenedor en la cocina.
Ya no os cuento las pelucas que se dejaba en la ducha (que no era cosa de que no se diese cuenta, porque las dejaba pegadas en la pared donde está la alcachofa y el mando de la ducha y era tal cantidad que yo no sé cómo no se quedaba calva), las manchas en la mesa de la cocina durante más de un mes o cómo estaba el cuenco de la comida del pobre gato. Ni lo poco que le importaba que el gato rompiese la bolsa y tirase todo por el suelo y allí se quedase.
El arenero del bicho, al principio lo tenía en su habitación, hasta que cogió confianza y nos lo puso en el salón, donde curiosamente ella nunca iba y no fallaba lo de pasar por allí y que hubiese mierdas tiradas por el suelo. Obviamente lo de limpiar el sofá de los pelos del gato tampoco iba con ella, y tampoco cortarle las uñas ni recoger las que se le caían para que no nos las encontrásemos tiradas.
Aún a día de hoy no tengo palabras y compadezco a las siguientes que compartan piso con ella.
Se llevaba la comida a la habitación y la dejaba allí durante días, semanas e incluso más de un mes. Es decir: que los platos, tenedores, cuchillos y cucharas que usábamos todas, los tenía por el suelo (ni siquiera encima del escritorio) de su habitación con restos de comida y tiene un gato, que obviamente iba a por todo ello. Llegó el punto de que siendo tres, la otra chica y yo solo teníamos dos platos y un tenedor en la cocina.
Ya no os cuento las pelucas que se dejaba en la ducha (que no era cosa de que no se diese cuenta, porque las dejaba pegadas en la pared donde está la alcachofa y el mando de la ducha y era tal cantidad que yo no sé cómo no se quedaba calva), las manchas en la mesa de la cocina durante más de un mes o cómo estaba el cuenco de la comida del pobre gato. Ni lo poco que le importaba que el gato rompiese la bolsa y tirase todo por el suelo y allí se quedase.
El arenero del bicho, al principio lo tenía en su habitación, hasta que cogió confianza y nos lo puso en el salón, donde curiosamente ella nunca iba y no fallaba lo de pasar por allí y que hubiese mierdas tiradas por el suelo. Obviamente lo de limpiar el sofá de los pelos del gato tampoco iba con ella, y tampoco cortarle las uñas ni recoger las que se le caían para que no nos las encontrásemos tiradas.
Aún a día de hoy no tengo palabras y compadezco a las siguientes que compartan piso con ella.