Romain Lannuzel: 5.045 días desaparecido
LOS BUSCARÁN MIENTRAS VIVAN / Y 8
Si ya es difícil gestionar una desaparición, lo es más cuando el hijo se pierde en un país vecino. Romain estudiaba en Barcelona, estaba feliz, y una tarde tras un examen se le perdió el rastro.
Romain Lannuzel llegó a Barcelona dos meses antes de desaparecer con una beca Erasmus.
Archivo
Mayka Navarro
Barcelona
05/09/2021 00:30
Han pasado catorce años y se podrían escribir varios libros detallando el intenso trabajo que en todo este tiempo realizaron los Mossos d’Esquadra para dar con el paradero del joven francés Romain Lannuzel, de 20 años, que había llegado dos meses antes a Barcelona con una beca Erasmus para estudiar filología inglesa en la Universitat Autònoma de Barcelona.
Al estudiante bohemio, de ojos azules, atractivo, fanático de los juegos de rol e inscrito en todos los cursos inimaginables de cómo seducir y ser menos introvertido se lo tragó la tierra la tarde del 13 de noviembre del 2007.
En esos años la causa de los desaparecidos estaba en pañales todavía en España, por eso tienen aún más valor las gestiones que hicieron los mossos de la unidad de investigación de Sabadell primero y los del área de investigación criminal de la región policial metropolitana norte (AIC) después, al frente de la que entonces estaba el inspector Xavi Sánchez, que viajó varias veces a Francia por el caso. Aún hoy, cada vez que aparece un cadáver sin identificar, descuelga el teléfono para preguntar que no se trate de Romain.
La ilusión del joven era estudiar comercio internacional y trabajar en China. Estudiaba hace tiempo el idioma que se le daba de maravilla, como el español, con el que había avanzado en las pocas semanas que llevaba instalado en Barcelona.
Un sargento analizó 2.000 fotografías escabrosas que guardaba un violador para comprobar si estaba el joven
El lunes, la jornada anterior a su desaparición, envió un e-mail a su madre Mireille, una mujer incansable que desde entonces visita Barcelona coincidiendo con el aniversario de la ausencia para insistir en la búsqueda. En el e-mail contaba que al día siguiente tenía un examen de historia de los Estados Unidos y que pasaría su primera noche en el nuevo piso de Sabadell al que se había mudado para estar más cerca del campus de la Autònoma.Romain se presentó en el examen, retiró 30 euros de su cuenta para recargar el móvil y a las 19.11 horas telefoneó a las compañeras del piso que había compartido en Collblanc para decirles que pasaría antes de las ocho y media para recuperar su parte de la fianza. No apareció. Los Mossos reconstruyeron parte del recorrido de aquella tarde.
Tomó los Ferrocarrils de la Generalitat en Sabadell, se bajó en la parada de Provença con Balmes y fue en el exterior de la estación donde los repetidores marcaron que había hecho la llamada a sus compañeras de piso. En ese punto se esfumó su rastro. La familia de Lannuzel, con contactos en el ministerio de Interior francés, logró que el país vecino presionara a la administración, como haría cualquiera en su caso.
Y esa presión logró, por ejemplo, que se tuviera en cuenta el relato que facilitó una vidente francesa que aseguró haber soñado que Romain, tras realizar esa llamada a las compañeras de piso, subió a un autobús donde coincidió con tres skins que le siguieron hasta su parada en Collblanc. Allí, en un parque que la mujer definió como “extenso y con un árbol grande y de ramas caídas”, le atracaron, le golpearon hasta matarle y escondieron su cuerpo en una zanja. Los investigadores identificaron el parque como el de la Marquesa y encargaron el uso de un georradar que dio un resultado negativo.
Los investigadores llegaron a callejón sin salida y el caso se trasladó a la unidad central de desaparecidos de la división de investigación criminal (DIC). Sus responsables, con el inspector Jordi Domènech al frente, retomaron la relación con la madre. En uno de los viajes de la mujer a Barcelona, la mujer advirtió de que su hijo podría haber sido víctima de un profesor de universidad chileno detenido en l’Hospitalet y acusado de haber drogado y violado a centenares de jóvenes extranjeros de paso en Barcelona a los que se camelaba y grababa después en vídeo. El joven norteamericano Crispin Scott murió en aquella casa y se inició una investigación hasta su detención y la incautación de cerca de 2.000 vídeos y fotografías.
El sargento al frente de la unidad central de desaparecidos de la DIC repasó con meticulosidad, una a una, las dos mil imágenes para tratar de identificar al francés. Retiró un centenar en las que podía haber un cierto parecido con el estudiante ante la insistencia de la madre de hacer ella la comprobación. Recortó las imágenes dejando solo los rostros para ahorrar el visionado de escenas escabrosas.
La madre dudó en una de ellas. Ante la insistencia de la mujer, el área central de identificación descartó que se tratara de la misma persona.
La revisión de todo el atestado llevó a los investigadores al mismo punto al que llegaron sus compañeros anteriores. Solo encontraron como novedad el móvil de una compañera de facultad con la que compartía apuntes a la que se investigó, interrogó y descartó.
“Nadie desaparece de repente”, insiste la madre, que hubiera llegado hasta el infierno buscando a su hijo. Si viajó a Nueva Caledonia tras una pista falsa. La investigación policial sigue parada porque ni los primeros investigadores ni los últimos localizaran indicios de criminalidad en la desaparición de Romain Lannuzel
