Panhispanismo y recuperación de la memoria histórica imperial

Es que no sé qué significa la memoria "historica".
tan simple como la historia de un país, España, en este caso...pero la real, no la suplantada por narrativas interesadas...las mismas que producen habitualmente las #fake news.

sigo sin entender tu...desorientación...
Yo creía que estábamos en el siglo XXI. Voy a ver qué falla.
¿?
 
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La guerra de los 80 años y el mito fundacional de Holanda
  • MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

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Alegoría de Federico Enrique de Orange-Nassau como David, en la pintura de Jacob Gerritsz Cuyp.

En el empeño, todavía incierto por las dificultades de financiación, de rodar un documental sobre la pervivencia de la leyenda negra, acudimos el equipo de rodaje de J. L. López Linares y quien esto escribe al Rijksmuseum de Ámsterdam. Allí una gran exposición celebra el 450 aniversario del conflicto que se conoce popularmente como la Guerra de los 80 años. Hemos esperado semanas para obtener el permiso de rodaje y lo primero que nos llama la atención es que el catálogo esté disponible sólo en neerlandés. No hay siquiera una versión en inglés, algo chocante en estos tiempos.

Al comienzo una cartela informa de que «la población está profundamente dividida: en 1572 estalla una guerra civil... Católicos contra protestantes, monárquicos de Felipe contra seguidores de Wilham de Orange. Reina el caos». A partir de ahí esperaríamos encontrar el relato de una guerra civil. No hay tal. En el muro de enfrente ya están representadas las dramatis personae del mito fundacional: Spanish Army por un lado y los Rebels por otro. Extraña guerra civil que nadie ha contado ni contará sino como una nota a pie de página, como la exposición del Rijksmuseum demuestra hasta la saciedad.

No hay más actores en esta dramática puesta en escena ni puede haberlos. No se hace ninguna mención a los soldados ingleses ni alemanes del héroe y padre de la patria Guillermo de Orange. Ni al dinero francés tampoco. Es una pena porque las guerras se vuelven mucho más entretenidas cuando nos ponemos a averiguar quién paga, pero este punto de vista es absolutamente antiépico y se aviene mal con la narración de los mitos fundacionales.

Posiblemente el museo ha llegado tan lejos como podía cuando se maneja material tan inflamable. El mito fundacional es una sustancia que no se puede tocar sin las debidas precauciones. Quizás a muchos españoles les cueste entender esto porque hace ya siglos que los suyos pueden ser insultados o destruidos impunemente. Recuérdense las estatuas destrozadas de fray Junípero Serra o de Colón en California. Cortarle la cabeza a Colón es como decapitar el mito fundacional más importante de España, que es el descubrimiento de América.

Cuando le preguntas al comisario de la exposición, el señor Gijs van der Ham, cuya amabilidad y atenciones agradecemos afectuosamente, por la evidente contradicción que existe entre afirmar la existencia de una guerra civil y luego contar una guerra entre España y los Rebels, contesta con evidente incomodidad, que la exposición está hecha para el gran público holandés, un público no especializado y que, como tampoco disponen de todo el espacio del mundo, han tenido que ceñirse a algunos aspectos, los esenciales, y dejar fuera otros. Lo que equivale a reconocer que la lucha contra España (real o supuesta) es lo sustancial, porque sin ella te quedas sin relato épico. Sin mito fundacional, qué caramba. Y una nación puede carecer de casi todo pero de eso no. Es suicida. Por eso Holanda y el Rijksmuseum celebran el 450 aniversario de la Guerra de los 80 años, para contarse y fortalecerse repitiendo a modo de gran ceremonia colectiva el mito fundacional orangista. Pero ni 450 años ni 450.000 narrando lo mismo conseguirán que sea verdad. Nunca hubo una Guerra de los 80 años ni esa guerra fue contra España.

Hay silencios clamorosos que sala a sala asaltan al historiador. Es llamativo que no haya una sola mención a los muchísimos mercenarios extranjeros que lucharon en el bando orangista, pagados con dinero de Inglaterra, de los príncipes luteranos del Sacro Imperio y de Francia. Pero, mucho más grave, por lo que a la propia historia de Holanda se refiere, es el olvido absoluto, la negación del derecho a existir, de cientos de miles de neerlandeses que estuvieron en aquella guerra civil luchando contra la familia Orange-Nassau. Porque el grupo «Alva y los españoles» (Ejército español, soldados españoles, bárcos españoles, etcétera, pero españoles) era más bien «Alva y los holandeses».

La historiografía oficial convirtió a estos perdedores en no holandeses y los borró de la existencia. Y el modo en que se está manejando ahora el mito fundacional orangista demuestra que en el interior de Holanda este asunto está muy lejos de haberse resuelto de manera justa para aquellos holandeses que fueron derrotados por los Orange-Nassau y sus aliados, aliados cuya presencia interesada en el conflicto explica en gran parte por qué es el relato orangista el que se ha impuesto.

Por ejemplo. En 1573 había en Flandes 54.000 soldados bajo el mando del Duque de Alba. De ellos sólo 7.500 eran españoles (remito a los trabajos de Van der Hessen, Maltby y G. Parker). La mayoría, unos 30.000, eran flamencos. Soldados, mandos, gobernadores y maestres de campo como Johann Tserclaes, Jan van Ligne, Jehan Lenin-Liéthard que mandó los tercios en la batallas de Brielle y Haarlemmermeer; Claudius y Gilles van Barlaymont, Anton Schetz, Omer Fourdin, Enrique van der Bergh... Digamos que el Duque, más que luchar contra los flamencos, luchó con los flamencos.
https://www.elmundo.es/cultura/2019/01/19/5c421cdefdddffe5608b46aa.html
 
La mayor deshonra de Francia: el día que los Tercios españoles tomaron París

Los españoles consiguen levantar el cerco sobre París el 30 de septiembre de 1590 y, precedidos por un convoy de suministros que alivió el hambre extrema que se vivió en la ciudad, entraron entre vítores en la ciudad. Esa noche defendieron la capital gala de un ataque desesperado de los protestantes franceses

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Detalle del cuadro «El milagro de Empel», por Augusto Ferrer-Dalmau


Tras la derrota francesa de San Quintín, en 1557, Carlos V, por entonces retirado en Cuacos de Yuste, preguntó si la capital gala estaba ya en manos españolas: «¿Se encuentra ya en París mi hijo, el Rey [Felipe II]?». La cercanía de París a los Países Bajos, cuya soberanía era de Felipe II, hacía que la pregunta del Emperador jubilado no fuera tan rocambolesca. No obstante, el Rey Prudente descartó avanzar hacia París al estimar poco aconsejable dejar a sus espaldas la ciudad de San Quintín aún bajo asedio. Se perdió así una ocasión histórica de escenificar que la indiscutible hegemonía militar de Europa en aquel momento pertenecía al Imperio español. Lo que pocos años después demostró de forma escrita la paz de Cateau-Cambrésis, un tratado que obligó a Francia a entregar o renunciar hasta 198 enclaves y territorios.

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Portada del libro La ocasión perdida de los Tercios, de Alex Claramunt
Una enorme concesión de un país herido tras varias décadas de guerra infructuosa con el Imperio español y, sobre todo, una bombona de oxígeno para solucionar las guerras religiosas que desangraban la nación. Un conflicto entre católicos y hugonotes (el nombre dado a los protestantes franceses) que estalló en su máxima expresión en julio de 1566, cuando la Corona prohibió el culto protestante en Francia y los hugonotes reaccionaron intentando secuestrar al Rey en Meaux. A partir de entonces la sangre corrió sin control, incluida una matanza en París el día de San Bartolomé de 1572, entre ambos bandos. Ni Francisco II, ni Carlos IX, ni Enrique III lograron poner punto final a estas guerras religiosas; al contrario, la muerte de este último a manos de un católico fanático abrió las puertas a que un Monarca protestante se hiciera directamente con la Corona.

España al rescate de la Liga Católica

Enrique de Borbón, Rey de Navarra, era el legítimo heredero a la Corona a falta de candidatos varones entre los católicos. Sin embargo, su condición de protestante despertó gran oposición entre los elementos católicos del reino, apoyados desde el exterior por España y el Papa. Felipe II, de hecho, soñaba con que fuera su hija Isabel Clara Eugenia, cuya madre era de origen francés, quien se pusiera al frente de Francia, lo cual no era bien visto ni siquiera por el bando católico.

A base de grandes inyecciones económicas en la Liga Católica, el Monarca mantuvo abierta la guerra en el país vecino. Solo ante la posibilidad de que la capital gala cayera en manos protestantes se decidió el Rey a pasar al siguiente nivel de apoyo.

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Enrique IV por Frans Pourbus el Joven.
Como narra de forma magistral Alex Claramunt Soto en el libro « Farnesio: La ocasión perdida de los Tercios» (HRM Ediciones), un acontecimiento decisivo precipitó la intervención del ejército español en Francia. La batalla de Ivry, librada el 14 de marzo de 1590. se saldó con la completa derrota del ejército de la Liga Católica a manos de las fuerzas de Enrique de Navarra. Los protestantes se apoderaron así de todas las plazas fuertes en el curso del Sena a excepción de Ruán, en Normandía, y dejaron aislado a París.

Con la capital amenazada, Felipe II ordenó inmediatamente a su sobrino Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, que entrara con los Tercios españoles en Francia a apoyar a la Liga Católica. Farnesio mostró todo su oposición, puesto que la guerra en Flandes había dado un vuelco a favor de los españoles pero aún, con Holanda y Zelanda en manos rebeldes y las tropas hispánicas cada vez más indisciplinadas, quedaba mucho por hacer en este conflicto. Así y todo, al final no le quedó más remedio que obedecer las órdenes de su tío y dirigir una incursión de 14.000 soldados (entre españoles, italianos, valones y alemanes) desde el norte de Francia para socorrer París.

El general hispano-italiano ordenó al tercio de Antonio de Zúñiga y al del italiano Camilo Capizucchi que se unieran a las tropas católicas supervivientes y entorpecieran el avance de Enrique de Navarra hacia París. A ellos se unieron poco después varias compañías del Tercio viejo de Lombardía, una tropa veterana que admiró a sus compañeros de armas franceses y les ganó el apodo de «monsieurs». No fue hasta el 8 de agosto que el propio Farnesio partió de Bruselas.

Mientras Farnesio se detenía para recuperar poblaciones en manos protestantes, Enrique de Navarra reconoció a sus consejeros que no pensaba que el general más famoso de Europa se atreviera a abandonar los Países Bajos, «dejándolos casi desiertos y sin defensa». Y, ciertamente, sus enemigos aprovecharon su ausencia para recuperar terreno, del mismo modo que muchos nobles católicos trataron de convencer a Felipe II de que su sobrino era un desobediente mientras él estaba fuera de Bruselas.

Una vez terminó de frotarse los ojos, Enrique de Navarra, de 37 años, avanzó hacia Lagny en un intento de jugárselo todo a una única batalla con Farnesio, de 45 años. En este sentido Claramunt Soto aprecia en el mencionado libro que el francés fue sin duda el más hábil general al que se enfrentó el sobrino del Rey, y probablemente el más parecido a él. «Poseían por igual el talento de conciliar el afecto de sus tropas, sin ningún tipo de relajación en la disciplina o disminución de la autoridad. Eran iguales también en valor personal, en el discernimiento rápido y en la fertilidad del genio», dejó escrito el historiador escocés del siglo XVIII Robert Watson.

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Imagen de París en 1618, por Claes Jansz Visscher.
Idas y venidas del mejor general de Europa
Frente a la superioridad numérica de Enrique, que contaba con 18.000 infantes, Farnesio ignoró la propuesta de batalla campal y atrincheró, en cambio, su ejército en torno Lagny. El ejército hugonote aguardó ocho días frente al campamento fortificado católico y, cuando empezaron a agotársele los víveres, se replegó a París. El 5 de septiembre Farnesio se apoderó de Lagny al asalto.

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Retrato de Alejandro Farnesio
Fue entonces cuando Enrique de Navarra se dirigió hacia París en un intento sorpresivo por tomar la capital francesa. Los españoles consiguen levantar el cerco sobre París el 30 de septiembre y, precedidos por un convoy de suministros que alivió el hambre extrema que se vivió en la ciudad, entraron entre vítores en la ciudad del Sena. Aún esa noche los protestantes intentaron asaltar París escalando las murallas, pero los tercios rechazaron fácilmente el ataque. Una vez estabilizada la situación, Farnesio se retiró a Flandes con parte de las tropas para ahuyentar las posibles acometidas holandesas y, de camino, se detuvo en la conquista de Corbeil, con lo que imaginó aseguraba la defensa de París durante una buena temporada.

Dejó a su espalda 3.000 hombres del Imperio español y un acalorado debate en la Liga Católico sobre quién debía ocupar el trono. Con la muerte unos meses antes del cardenal Carlos de Borbón se allanó la propuesta de que fuera la Infanta española Isabel Clara Eugenia quien recibiera la corona, si bien el miedo a que Felipe II se hiciera con el mando efectivo del país impidió cerrar un acuerdo. Coincidiendo con las discrepancias católicas, Enrique de Navarra retomó pronto las operaciones militares y recuperó Corbeil con una facilidad pasmosa.

Desde Madrid, Felipe II ordenó a Farnesio que regresase a Francia otra vez en el verano de 1591. Si la otra vez la campaña francesa había llegado en el peor momento de la guerra en Flandes, en esta ocasión era como si el Monarca español se hubiera coordinado con los rebeldes porque, a decir el cronista y soldado Alonso Vázquez, «las cosas de Flandes iban en este tiempo de mal en peor». A los motines, la corrupción y la indisciplina generalizada, se sumó en ausencia de Farnesio un potente contraataque holandés. Plazas que habían costado miles de vidas y muchos meses tomar fueron rindiéndose en la zona norte de los Países Bajos con una facilidad insultante, como ocurrió con los castillos de Westerlo y Turnhout o las localidades Zutphen y Deventer.

El 24 de julio, Farnesio recibió la fatídica carta del Rey ordenándole ir a Francia, sin posibilidad de réplica, cuando pretendía plantar cara al ejército holandés.

El «Rayo de la Guerra» se apaga
Tras concentrar tropas en torno a la frontera francesa, Farnesio, deprimido y con su hidropesía crónica agravándose, se retiró unas semanas a un balneario en Spa a recuperar fuerzas. En su ausencia, Enrique de Navarra había reforzado sus tropas y conquistado en esta ocasión Noyon, lo que volvía acercarle a la toma de París y, con ello, el fin de la guerra. La Liga Católica, que perdía ciudades y soldados como agua de lluvia cayendo, contó como única buena noticia el renovado compromiso de Roma a su causa con el envío de tropas mercenarias y caballeros italianos.

El primer movimiento del « Rayo de la Guerra» (el apodo de Farnesio) fue socorrer la ciudad francesa de Rouen, donde un ejército al mando del futuro Enrique IV trató de presentar batalla. Antes de alcanzar el envite, una escaramuza entre la caballería francesa y la de Farnesio, al mando del albanés Jorge Basta, causó la muerte de numerosos nobles hugonotes cuando fueron a proteger a Enrique, herido de gravedad.

Con el bando hugonote en retirada, Alejandro Farnesio trató de aprovechar la ventaja conquistando la ciudad francesa de Caudebech, pero sufrió un disparo de arcabuz en el antebrazo mientras supervisa las obras de asedio. Herido y todavía más cansado, Farnesio se debió salvar un contraataque de Enrique que casi acaba en desastre. Tras deternerse tres días en París, el genio militar emprendió otra vez el regreso a Flandes.

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Entrada triunfal de Enrique IV en París, por Rubens.
Mientras la salud de Farnesio empeoraba a cada día, Felipe II le escribió elevadas misivas instándole a volver una vez más a Francia. En los preparativos de una nueva campaña, la muerte alcanzó al Duque de Parma, que falleció el 3 de diciembre de 1592 de hidropesía en la ciudad de Arras. No en vano, los pormenores fueron aún más dolorosos. Felipe II había dado órdenes para que Farnesio fuera depuesto de su cargo de gobernador de Flandes, a razón de que el dinero destinado para la guerra de Francia se había empleado para la de Flandes. Las conspiraciones cortesanas contra Farnesio habían logrado convencer al Rey de que su sobrino no solo estaba cometiendo desviación de fondos, sino que había contribuido con su desinterés por cualquier cosa que no fuera Flandes al fracaso de la llamada Armada Invencible en 1588.

Cuando la muerte aconteció al Duque de Parma, el Conde de Fuentes ya estaba de camino para destituir y, llegado el caso, arrestar a Farnesio. Solo la muerte solapó lo que podía haber sido la mayor de las traiciones de este país.

Sin su talento, la guerra en Francia quedó en manos de Enrique de Navarra. « París bien vale una misa», afirmó según la leyenda el hugonote para que, con su conversión, la Francia católica le aceptara como Rey. Sin poder concluir el conflicto por las armas, el Monarca accedió a cambiar de religión y así poder entrar triunfalmente en la capital el 22 de marzo de 1594. Libre de guerra internas, Enrique IV se reveló como uno de los monarcas más diligentes de la historia de Francia. Suyas son las reformas que sentaron los pilares de la Francia con la que Luis XIII y Luis XIV iban a asombrar al mundo avanzado el siglo. También, las reformas militares que culminaron en el colapso del Imperio español en el corazón de Europa.

https://www.abc.es/historia/abci-ma...s_source=tw&ns_linkname=noticia-foto&ns_fee=0

 


Portugal tergiversa la historia y pretende borrar al Imperio español de la primera vuelta al mundo

El país vecino busca que la Unesco reconozca la «Ruta Magallanes» sin Elcano ante la falta de acción y diplomacia del Gobierno de Sánchez

Los engaños de Portugal para evitar una de las grandes gestas españolas

El quinto centenario de la primera vuelta al mundo, entre el 20 de septiembre de 1519 y el 6 de septiembre de 1522, ha visto cómo Portugal se afana en sacar adelante la Ruta Magallanes como Patrimonio de la Humanidad reconocido por la Unesco. Pero la expedición de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, que fue financiada integramente por la Corona española, ha quedado reducida en su propuesta a una iniciativa portuguesa, a pesar de que partió de Sanlúcar de Barrameda y finalizó en esta misma población de la provincia de Cádiz.

Ni rastro del marino vasco en los documentos oficiales presentados por el Gobierno del país vecino, o mejor dicho sí, pero solo para citar que comandó el viaje de regreso porque el navegante luso había fallecido en Filipinas un año antes. Nada más. En ningún momento se plantea a la Unesco un reconocimiento patrimonial conjunto que contemple tanto a España como a Portugal en armonía.

La candidatura comenzó a fraguarse al otro lado de la frontera en junio de 2015, encabezada por el alcalde de Sabrosa (la localidad norteña donde nació Magallanes), José Marques, quien declaró entonces: «Nos gustaría que, en 2019, año en que se iniciarán las conmemoraciones de los 500 años del histórico viaje, ya tengamos la calificación de Patrimonio de la Humanidad». Cierto es que, dos años antes, se había dado luz verde a la denominada Red Mundial de Ciudades Magallánicas, según la terminología lusa, y que ahí están incluidas Tenerife, Guetaria (la localidad guipuzcoana donde nació Elcano), Sevilla o Sanlúcar de Barrameda. Pero ni en su momento ni hoy se ha avanzado hacia una celebración a la par.

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En 2017 se asentó el proyecto. Fue entonces cuando Portugal incluyó la propuesta en la Lista Indicativa de la Unesco, una relación previa elaborada por cada uno de los países de la que se seleccionan, cada cierto tiempo, las candidatas a ser nombradas Patrimonio de la Humanidad. La propuesta sigue citada en la web de la organización como «Route of Magellan. First around the World» («Ruta de Magallanes. Primera alrededor del Mundo») y, en la misma, el marino vasco Juan Sebastián Elcano no es nombrado ni en una ocasión.

El escrito sí cita a España tres veces, aunque sin recalcar su papel preponderante en el hecho. Un escuálido reconocimiento que no evita el agravio que supone que el país que negó a Magallanes la financiación para llevar a cabo este viaje (el marino acudió al monarca luso antes que a Carlos I de España) y que combatió con todas las armas que pudo para evitar esta travesía se apropie ahora de la gesta.

España olvidada

Lo mismo sucede con la nota de prensa que la República Portuguesa publicó en 2018 para anunciar la formación de la Misión de las conmemoraciones del V Centenario de la circunnavegación dirigida por el navegante portugués Fernando de Magallanes (EMCFM); la comisión encargada de organizar las celebraciones del aniversario. Un texto en el que tanto España como Elcano brillan por su ausencia. Este organismo, por el contrario, sí recalcó ese mismo año que el proyecto buscaba «reconocer el papel, pasado y presente, de Portugal y de los portugueses para promover el conocimiento y el diálogo intercultural […] contribuyendo a una sociedad más justa, inclusiva y con mayor bienestar».

Fuentes españolas de la Unesco han corroborado a ABC que, a día de hoy, la candidatura portuguesa se encuentra únicamente en la Lista Indicativa del país, donde algunos proyectos han permanecido «decenios sin dar nunca el paso a una candidatura formal». A su vez, han incidido en que, en el caso de que los lusos la eligieran (cosa imposible este 2019, pues ya han seleccionado el número máximo) la propuesta tendría que demostrar ante dos organizaciones independientes su validez histórica. Entre los organismos se encontraría el Comité de Patrimonio Mundial, en el que España cuenta con representación.

¿Dónde queda España en toda esta historia? Desde la Secretaría de Estado de la España Global (destinada a potenciar la imagen de nuestro país en el mundo) han declinado hacer declaraciones «por respeto a la comisión que organiza el aniversario». Se refieren a la Comisión Nacional para la conmemoración del V Centenario de la expedición, con la que ABC ha intentado contactar sin éxito. No obstante, fuentes del Ministerio de Cultura han señalado a este diario que, a pesar de que desconocían la existencia del proyecto, solicitarán en los próximos días al embajador español ante la Unesco que elabore un escrito pidiendo información sobre la propuesta.

Verdad histórica
Solo cabe esperar que estas explicaciones logren hacer entender a Portugal que la realidad histórica se encuentra de parte de España. Así lo confirma a ABC el doctor en Historia y profesor universitario Agustín Rodríguez González, autor de « La primera vuelta al mundo» (Edaf, 2018): «Fue una empresa española. Se trataba de llegar al archipiélago de las Molucas por otro camino distinto del portugués, que contorneaba África y luego atravesaba el Índico para llegar al Extremo Oriente».

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Enriqueta Vila, doctora en Historia de América y miembro de la Real Academia de la Historia, también considera evidente que la gesta fue española. «El monarca portugués Manuel I despreció a Magallanes», explica en declaraciones a ABC. La experta afirma que el marino llegó a Sevilla «resentido» por aquella respuesta y, casi siguiendo los pasos de Colón, presentó su proyecto a la Corona española. «En el mismo instante en el que fue aceptado, personajes como Sebastián Álvarez, delegado del rey luso, intentaron evitar que la expedición partiera», añade. El mismo embajador intentó que «se diera marcha atrás en las capitulaciones». Por ello, considera una «verdadera osadía que se intente hacer ver que fue una obra del país vecino».

Rodríguez establece además que los lusos «enviaron buques armados contra la expedición» y que los supervivientes que lograron arribar a su destino y quisieron volver a España tuvieron que enfrentarse a Manuel I. «La nao “Trinidad” fue apresada por los portugueses, que mantuvieron a los supervivientes en prisión largos años», desvela. De hecho, Elcano se vio obligado a evitar las escalas porque «sabía que le detendrían». «Solo hizo una en Cabo Verde y los portugueses encarcelaron a la docena de marineros».

Los ataques portugueses

Evitar la salida
Las crónicas confirman que los portugueses se plantearon asesinar a Magallanes para lograr detener la expedición. Este decidió acompañarse de sus criados cuando llegaba la noche para evitarlo.

Detener la expedición
A mediados de noviembre de 1521, un capitán llamado Tristán de Meneses informó a la expedición de que el rey portugués había mandado una flota para interceptarles.

Las naves de Faría
Además de aquella flota, Manuel I encargó al capitán Francisco Faría evitar, con dos baterías de bombardas, la finalización de la misión. Por suerte, el marino tuvo que regresar a puerto.

Sin escalas
Durante el regreso, Elcano solo hizo una escala en la que los portugueses encarcelaron a una docena de marineros y persiguieron a la «Victoria», que logró escapar.

https://sevilla.abc.es/cultura/abci...s_source=fb&ns_linkname=noticia-foto&ns_fee=0


 
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En el último número de la revista de la Academia de la Diplomacia hay un buen número de páginas dedicadas a la cuestión de la articulación de un espacio panibérico y de una iberofonía y una entrevista al politólogo Frigdiano-Álvaro Durántez Prados, uno de los principales promotores del asunto en España. Durántez ha sido fichado por Felipe VI para su equipo de asesores y es el que le escribe los discursos.

Podéis ver las páginas de la revista Diplomacia sobre el tema en este enlace:
https://estadoiberico.files.wordpress.com/2019/01/diplomacia-115_paniberismo_150.pdf

Ver el archivo adjunto 917425

Durántez presentó libraco gordo sobre el tema hace unos meses en la Casa de América, acompañado entre otros por la embajadora en excedencia Cecilia Yuste, actual Directora de Relaciones Instituciones del Banco de Santander (patrocinador del trabajo) y el politólogo brasileño Paulo Speller (perfil de Speller aquí: https://es.wikipedia.org/wiki/Paulo_Speller).




Frigdiano de tour por los Institutos Cervantes del mundo con nuestro tema.
 
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La guerra de los 80 años y el mito fundacional de Holanda
  • MARÍA ELVIRA ROCA BAREA

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Alegoría de Federico Enrique de Orange-Nassau como David, en la pintura de Jacob Gerritsz Cuyp.

En el empeño, todavía incierto por las dificultades de financiación, de rodar un documental sobre la pervivencia de la leyenda negra, acudimos el equipo de rodaje de J. L. López Linares y quien esto escribe al Rijksmuseum de Ámsterdam. Allí una gran exposición celebra el 450 aniversario del conflicto que se conoce popularmente como la Guerra de los 80 años. Hemos esperado semanas para obtener el permiso de rodaje y lo primero que nos llama la atención es que el catálogo esté disponible sólo en neerlandés. No hay siquiera una versión en inglés, algo chocante en estos tiempos.

Al comienzo una cartela informa de que «la población está profundamente dividida: en 1572 estalla una guerra civil... Católicos contra protestantes, monárquicos de Felipe contra seguidores de Wilham de Orange. Reina el caos». A partir de ahí esperaríamos encontrar el relato de una guerra civil. No hay tal. En el muro de enfrente ya están representadas las dramatis personae del mito fundacional: Spanish Army por un lado y los Rebels por otro. Extraña guerra civil que nadie ha contado ni contará sino como una nota a pie de página, como la exposición del Rijksmuseum demuestra hasta la saciedad.

No hay más actores en esta dramática puesta en escena ni puede haberlos. No se hace ninguna mención a los soldados ingleses ni alemanes del héroe y padre de la patria Guillermo de Orange. Ni al dinero francés tampoco. Es una pena porque las guerras se vuelven mucho más entretenidas cuando nos ponemos a averiguar quién paga, pero este punto de vista es absolutamente antiépico y se aviene mal con la narración de los mitos fundacionales.

Posiblemente el museo ha llegado tan lejos como podía cuando se maneja material tan inflamable. El mito fundacional es una sustancia que no se puede tocar sin las debidas precauciones. Quizás a muchos españoles les cueste entender esto porque hace ya siglos que los suyos pueden ser insultados o destruidos impunemente. Recuérdense las estatuas destrozadas de fray Junípero Serra o de Colón en California. Cortarle la cabeza a Colón es como decapitar el mito fundacional más importante de España, que es el descubrimiento de América.

Cuando le preguntas al comisario de la exposición, el señor Gijs van der Ham, cuya amabilidad y atenciones agradecemos afectuosamente, por la evidente contradicción que existe entre afirmar la existencia de una guerra civil y luego contar una guerra entre España y los Rebels, contesta con evidente incomodidad, que la exposición está hecha para el gran público holandés, un público no especializado y que, como tampoco disponen de todo el espacio del mundo, han tenido que ceñirse a algunos aspectos, los esenciales, y dejar fuera otros. Lo que equivale a reconocer que la lucha contra España (real o supuesta) es lo sustancial, porque sin ella te quedas sin relato épico. Sin mito fundacional, qué caramba. Y una nación puede carecer de casi todo pero de eso no. Es suicida. Por eso Holanda y el Rijksmuseum celebran el 450 aniversario de la Guerra de los 80 años, para contarse y fortalecerse repitiendo a modo de gran ceremonia colectiva el mito fundacional orangista. Pero ni 450 años ni 450.000 narrando lo mismo conseguirán que sea verdad. Nunca hubo una Guerra de los 80 años ni esa guerra fue contra España.

Hay silencios clamorosos que sala a sala asaltan al historiador. Es llamativo que no haya una sola mención a los muchísimos mercenarios extranjeros que lucharon en el bando orangista, pagados con dinero de Inglaterra, de los príncipes luteranos del Sacro Imperio y de Francia. Pero, mucho más grave, por lo que a la propia historia de Holanda se refiere, es el olvido absoluto, la negación del derecho a existir, de cientos de miles de neerlandeses que estuvieron en aquella guerra civil luchando contra la familia Orange-Nassau. Porque el grupo «Alva y los españoles» (Ejército español, soldados españoles, bárcos españoles, etcétera, pero españoles) era más bien «Alva y los holandeses».

La historiografía oficial convirtió a estos perdedores en no holandeses y los borró de la existencia. Y el modo en que se está manejando ahora el mito fundacional orangista demuestra que en el interior de Holanda este asunto está muy lejos de haberse resuelto de manera justa para aquellos holandeses que fueron derrotados por los Orange-Nassau y sus aliados, aliados cuya presencia interesada en el conflicto explica en gran parte por qué es el relato orangista el que se ha impuesto.

Por ejemplo. En 1573 había en Flandes 54.000 soldados bajo el mando del Duque de Alba. De ellos sólo 7.500 eran españoles (remito a los trabajos de Van der Hessen, Maltby y G. Parker). La mayoría, unos 30.000, eran flamencos. Soldados, mandos, gobernadores y maestres de campo como Johann Tserclaes, Jan van Ligne, Jehan Lenin-Liéthard que mandó los tercios en la batallas de Brielle y Haarlemmermeer; Claudius y Gilles van Barlaymont, Anton Schetz, Omer Fourdin, Enrique van der Bergh... Digamos que el Duque, más que luchar contra los flamencos, luchó con los flamencos.
https://www.elmundo.es/cultura/2019/01/19/5c421cdefdddffe5608b46aa.html


Muchas gracias por este recordatorio tan interesante...

¿por qué me hace pensar en otro mito fundacional y "formación nacional" que estamos observando durante estos últimos tiempos?...:whistle:...:cool::cool:...

"Hay silencios clamorosos que sala a sala asaltan al historiador. Es llamativo que no haya una sola mención a los muchísimos mercenarios extranjeros que lucharon en el bando orangista, pagados con dinero de Inglaterra, de los príncipes luteranos del Sacro Imperio y de Francia. Pero, mucho más grave, por lo que a la propia historia de Holanda se refiere, es el olvido absoluto, la negación del derecho a existir, de cientos de miles de neerlandeses que estuvieron en aquella guerra civil luchando contra la familia Orange-Nassau. Porque el grupo «Alva y los españoles» (Ejército español, soldados españoles, bárcos españoles, etcétera, pero españoles) era más bien «Alva y los holandeses».

...que se pongan a reflexionar e investigar los lazis...:bookworm::bookworm::bookworm:
 
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