Panhispanismo y recuperación de la memoria histórica imperial

Estoy leyendo los 6 relatos ejemplares de María Elvira Roca Barea, que me están resultando interesantísimo, además de proporcionar detalles e información que hasta hoy nos han sido ocultados.



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Augusto Ferrer-Dalmau: “Pinto valentía y coraje, no ideología”
18 Feb 2017
Victoria R. Ramos
El pintor y el escritor Pérez-Reverte conversan sobre pintura e historia en el Museo Reina Sofía

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Se atribuye a Horacio esa famosa cita que afirma que “una pintura es un poema sin palabras”. No sabemos si Augusto Ferrer-Dalmau soñaba con ser poeta cuando aún jugaba con soldaditos en el suelo del salón de su casa, ni si el espectador ve poesía en esos cuadros suyos que resucitan guerras, sangre y batallas. Lo que sí sabemos es que cada uno de ellos rescata un trocito de historia y lo hace visible, le da forma y color. Pincelada a pincelada, eterniza un instante protagonizado por el mundo y lo hace eterno.

El hombre al que Arturo Pérez-Reverte apodó con el título de uno de sus libros, El pintor de batallas, acudía el pasado 2 de febrero al Museo Reina Sofía para mantener una charla con el escritor sobre historia, literatura y arte. Auspiciada por el Aula de Cultura ABC y la Fundación Mutua Madrileña, este par de “amigos desde hace años” mantuvo una animada conversación sobre memoria, pintura y valentía.

La presentación corrió a cargo de Bieto Rubido, director de ABC, y siguiendo el dictum del productor de cine Samuel Goldwyn de que las cosas hay que empezarlas con un terremoto, y de ahí para arriba hasta el clímax, Pérez-Reverte lanzó su primera pregunta a bocajarro: “¿Pintar batallas es de fachas?”. La respuesta de Ferrer-Dalmau, tras la primera de varias risas que distendieron la charla, fue: “No, no lo es. Lo que yo pinto no tiene ideología. Ni debe. Es historia y memoria, son nuestra familia y nuestros antepasados”. Afirmó tener clientes de todo tipo de ideologías. “Te tengo a ti, que no eres de derechas. Es un tema que no toco nunca”, concluyó tajante el pintor, afincado en Valladolid.

La conversación se hila en torno a una selección de cuadros de Ferrer-Dalmau que se iban mostrando al público en una gran pantalla sobre el escenario. La famosa carga carlista de los jinetes del general Zumalacárregui, convertida en cuadro, aparece sobre la pantalla. “Yo soy tradicionalista, me va la boina, y siempre me ha gustado la iconografía carlista, tema que no se había tocado lo suficiente, porque siempre se pintaba a los vencedores, y fue con lo que empecé en mis primeras exposiciones”.

El segundo cuadro fue otra carga, del regimiento España en la campaña de Italia. “Yo sé que vas a decirme que así no se carga”, dijo el pintor. “Tenemos discrepancias sobre la postura del jinete”, respondió el antiguo corresponsal de guerra. Ambos coincidieron en que en el fragor de la batalla se carga hasta con los dientes, o a cabezazos si hace falta. En ambos cuadros se ven caballos pintados con gran realismo, y Ferrer-Dalmau recordó que fue por ahí por donde empezó su carrera: “Es un animal que me apasiona, y es todo un reto pintarlo bien”. Incluso su decisión de mudarse de su Cataluña natal a las orillas del Pisuerga se vio influida por la presencia allí de la Academia de Caballería.

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Al referirse Pérez-Reverte al “hiperrealismo extremo” que lo convierte en un “pintor desclasado” que ha resucitado todo un estilo, Ferrer-Dalmau aseguró preferir llamarlo “simplemente realismo. Hiperrealismo es cuando pintas ya hasta la gota” en detalle. Pérez-Reverte abunda en el tema de la recuperación de una tradición pictórica perdida desde el siglo XIX. “El 98 y la decepción política y militar acabó con el género prácticamente. Tú lo has recuperado, renovado y dado tu propio sello, y además reivindicas el nombre de “pintor de batallas”, del que estás orgulloso”. “Me lo pusiste tú”, le recuerda Ferrer-Dalmau entre risas, y continúa: “Esa profesión existe en Francia o Inglaterra, con pintores que trabajan para el estado pintando batallas. En España, nunca”. Ferrer-Dalmau es el único miembro europeo de la International Society of War Artists, un colectivo de catorce pintores en su mayoría estadounidenses, canadienses y australianos, que el artista español define como los “catorce que están lo suficientemente locos” como para irse a la guerra a pintar. “Pinta algo que no se pueda fotografiar”, afirma rotundo Dalmau como consejo para pintores o jóvenes artistas. “Píntame cómo eran las ciudades hace doscientos años. Píntame la Gran Vía de Madrid. De ella no hay fotografías, solo grabados. Investiga, trabaja, recupera”.

El tercer cuadro es El regreso, uno de los favoritos de Pérez-Reverte, “extraordinario y de una belleza extrema”, y el causante de que sus caminos se cruzasen. Muestra a dos carlistas tras la guerra, volviendo a casa, reflejando “la melancolía, la nostalgia, la derrota, el final”. “Para mí el carlismo es romanticismo”, responde su autor. “Es algo bonito, no siempre se trata de la guerra, sino de la tradición, la estética del perdedor con orgullo, como la de John Wayne en Centauros del desierto. Busqué un crepúsculo, lo exageré un poco, y la fogata le da un toque romántico. Viene de haber visto muchas secuencias similares”. “Es que es fordiana completamente”, asiente Pérez-Reverte. Ferrer-Dalmau pinta siempre primero los fondos y luego los personajes. “Primero el cielo, luego la tierra y luego los personajes. Lo que marca la intensidad del personaje es el fondo”. “Algún día morirás, y habrá un museo con tu nombre, y este es uno de los cuadros que debería estar en él. Tienes cuadros más emblemáticos o conocidos, pero el día que nos conocimos viendo este te dije “te voy a dar un beso, porque eres un pedazo de pintor”.”.

El siguiente cuadro es “importante por muchas razones. Prim y un voluntario catalán después de la batalla de Wad-Ras, batalla donde hubo catalanes. ¿O sea, que este cuadro está hecho con un deliberado propósito?”. “Es un cuadro reivindicativo”, asiente Ferrer-Dalmau. “No nos engañemos: los catalanes hemos estado en todos los sitios donde ha combatido España, y muchas veces como voluntarios, para defender nuestra patria. La idea era reflejar a mis antepasados catalanes ahí con la bandera española atada a la cintura, hablando con el general Prim. Tú lo titulaste El combat va ser molt fotut, meu general, que significa “el combate fue muy jodido, mi general”. Y este va a ser solo uno de los muchos que voy a pintar reivindicando la historia del soldado catalán como voluntario. Me irrita que mientan sobre la historia de mi familia y de mi pueblo. Nosotros hemos estado en todas las contiendas, igual que los vascos, que hasta hace dos días eran los más españoles. Los catalanes siempre habíamos sido muy españoles, y ahora resulta que nos dicen que no lo somos. Ya que no lo puedo decir, lo pinto. Esto es real, es historia, no me lo he inventado. Voy a pintar otro que va a ser más sonado todavía: voluntarios catalanes haciendo el castillo para subir a la muralla de Melilla, y un maulet, un chaval, subiendo con la bandera española”. “Hay algo de provocación también en estos cuadros, reconócelo”, sugiere Pérez-Reverte. “Sí. Hay que tocar un poco la fibra”.

Pérez-Reverte le pregunta entonces por sus padres, “que hoy estarán muy orgullosos de verte en el Reina Sofía. ¿Sospechaban tu futuro?”. “No, jamás. Para mi padre yo era un bala perdida, y mi madre, huérfana de militar, era quien me transmitía todos estos sentimientos. Fui un estudiante malísimo y un gamberro empedernido. Me expulsaron de varios colegios. Solo me gustaba pintar soldaditos y no hacer nada. Al final me metí en el mundo de la industria textil, donde estaba toda la familia, como diseñador, hasta que me cansé y decidí dedicarme de lleno a la pintura. Mi padre un día me dijo: “Me parece muy bien que tengas aficiones, pero ¿qué vas a hacer el día de mañana?”.”

—¿El gusto por la historia te viene de tu madre?
Mi madre era una gran lectora, y a mí y a mis hermanos siempre nos inculcó el orgullo de España y del mundo militar. Nos hablaba de las gestas de España, y me pasaba libros para leer, como los Episodios nacionales. “Déjate de los americanos y léete lo español”, me decía. Fue ella la que me metió en el mundo de la historia y me inculcó el amor a nuestro país. Mi padre era un industrial y estaba por otras labores.

Proseguimos con la cabeza de puente del Voljov. “La División Azul tema políticamente incorrecto”. “Muy incorrecto. Yo había leído todo lo de Fernando Vadillo (Orillas del Voljov, Arrabales de Leningrado…), y me apasionó lo de los españoles del sur, bajitos, pequeños, morenos, con una mala leche increíble, allá en la estepa rusa, dando el callo y demostrando que eran los mejores. Y me volví un forofo de la División Azul, e incluso llegué a entrevistar a varios divisionarios para escribir un libro”. “Pocos cuadros se han hecho con tanta acción, con tanta fuerza. Es guerra de verdad, coraje desesperación, miedo”, observa Pérez-Reverte. “Pero también hubo españoles en el otro lado en la Segunda Guerra Mundial, en París y en Stalingrado, y en Yugoslavia”, añade el pintor. “Yo cuando pinto a nuestros soldados pinto su valentía y su coraje, me da igual la ideología. Esto es lo que me apasiona”. “Tú no eres muy lector, excepto para aquello que te interesa para tus obras”, añade Pérez-Reverte. “No, ahora leo menos, porque pinto mucho y no tengo tiempo, pero cuando lo necesito busco lecturas y descubro cosas también, no solo sobre la historia, sino sobre uniformes o detalles nimios, como los botones… Alguna vez he utilizado a mi hijo como modelo con un capote por encima para fotografiarlo” y así componer el cuadro.

San Marcial. “Guerra, combate, masas… Lo que más me gusta es el humo de los disparos en la colina, y también cómo vas desde el fondo impreciso con todos esos hombres hasta el crudo primer plano, con un niño tambor muerto, los franceses acá y los españoles cargando la bayoneta”. Ferrer-Dalmau completa la historia del cuadro: “Se pintó con motivo del aniversario de la batalla, y se presentó en el palacio de Miramar, en San Sebastián, gobernando Bildu. Hasta hace dos días San Sebastián había sido hierro y plomo, y el cuadro tuvo una gran aceptación. Fue una batalla muy encarnizada. La crueldad la da el niño con sus últimos suspiros, el soldado con la bayoneta, el francés huyendo derrotado… Es lo que yo me imagino que sería, o quizá un poco más abiertos”. “Te lo certifico si quieres por escrito”, responde Pérez-Reverte. “Cuando los hombres combaten tienen esas caras”.

—Además, creo que hay un placer tuyo en ese mostrar a los franceses barridos, asustados, humillados, casi pidiendo misericordia… Tienes un puntito de mala leche: tus venganzas históricas están en tus cuadros. Luego veremos una bandera inglesa arrastrando por el agua.
—Tú sabes que nos han machacado siempre desde fuera y muy singularmente con las mentiras de la leyenda negra. Cuando hago un cuadro así me fijo en los comentarios de los extranjeros beligerantes, en cómo se cagan en mí y se revuelven contra la realidad: “esto es mentira”, “usted falsea la historia”. Eso a mí me da vida. Me voy engordando. [risas]
—Muy bien, muy bien. Te vienes arriba. Tú es que eres un patriota.

“¿De dónde te vienen esas ganas de contar?”, continúa Arturo. “Porque no son solo ganas de pintar, sino de contar. Además de pintor eres narrador”. “Pues viene desde muy pequeño. Yo jugaba siempre con soldaditos, me imaginaba castillos y campos de batalla, y espadas reales aunque no lo fueran. Cuando pinto sigo siendo un niño de ocho años”. “Para eso y para otras cosas”, lo elogia Pérez-Reverte. “Es un tipo limpio, transparente, y una gran persona. Tiene el punto infantil, no en el sentido peyorativo de la palabra, sino en el de tierno. Se emociona con las historias que te cuenta. Es una forma de seguir jugando, ahora con tus propias figuritas. Ahora resulta que todo eso es militarista, y "traumatiza" y "deforma" a los niños, y los convierte en asesinos virtuales”. [risas]

La patrulla nació de la idea de pintar un cuadro sobre las tropas españolas actuales, “y no tenía ni idea, tenía que verlo en persona, en un escenario dantesco, que daba miedo, con españoles jugándose la vida. Está en los libros, pero la gente no los lee, y esto sí lo ven. Es un homenaje a esos más de cien muertos españoles en Afganistán. Es la primera vez que veía una guerra de verdad”. Y de resultas de ello, a Ferrer-Dalmau también lo contrató el ejército georgiano para pintar cuadros.

—¿Cambió tu percepción de la guerra estar en ella?
—No, yo me la imaginaba así. De hecho, cuando entras en ella, la notas, la palpitas. Como tú ya sabes, en el paisaje se nota algo diferente, pero para mí era como volver un poco a la mili. Me sentía rejuvenecer.

Al volver, Ferrer-Dalmau elogió con admiración a los soldados españoles que habían estado en Afganistán trabajando durante meses. “Tenías razón en lo que me contaste, Arturo. Yo siempre digo: “Pon un español en un sitio, y dejará de ser imposible”, y es verdad. Se ganaban el cariño de la gente. Eran vistos como amigos, no enemigos”.

En la charla no escasean referencias a Jesús García Calero, periodista de ABC, otro de los pioneros a la hora de hablar de los cuadros del pintor catalán, contribuyendo a su creciente fama y difusión. Tampoco faltan alusiones a incidentes con ministros de Defensa que terminaron cayendo antipáticos al escritor cartagenero a colación de un cuadro donado y la negativa a otorgar una medalla a Ferrer-Dalmau, cuando “luego van y se las dan al que le venden las armas. Afortunadamente intervino la Marina y esa es la única condecoración militar española que tienes”. “Sí, las otras son americanas y georgianas”.

¿Y cómo se pasa del boceto al lienzo?. “Cuando tengo el cuadro en la cabeza, normalmente hago unos volúmenes directamente en el lienzo. El boceto prácticamente no lo uso. La ventaja del óleo es que siempre puedes pintar por encima. En muchos de mis cuadros si hicieran un escáner con rayos X verían tres cuadros detrás. En Rocroi, sin ir más lejos, hay personajes que están borrados. Voy rehaciendo sobre la marcha”. Pérez-Reverte, recordando admirado, profundiza en el tema: “Yo te he visto componer directamente sobre el lienzo, sin prueba previa, sin nada”. “A mí me es más fácil pintar directamente sobre el lienzo que empezar a dibujar. Mancho, mancho, mancho, y voy definiendo. Gano más tiempo. Tardo menos”. A la pregunta de cuánto tarda en pintar un cuadro, responde: “Tendría que calcularlo por horas. Yo trabajo unas diez horas diarias, así que entre quince días y un mes. Y mientras se seca, voy pensando en el que voy a pintar después y documentándome. Soy un pintor rápido, pero es que no hago otra cosa”.

Sobre la pantalla aparece la carga del Igán, con el regimiento Alcántara cargando en Annual. “Esto me lo pidieron del propio regimiento Alcántara, porque parecía que iban a concederles la medalla laureada. Y me imaginé el polvo de Marruecos, los caballos encabritados y cayendo…”. “Ahí están todos tus maestros pintores, todas tus películas, todas tus lecturas… Y además, cuando conoces la historia sabes que este regimiento era el último que quedaba en orden cuando el desastre de Annual, y cargaron varias veces para proteger una retirada, hasta que ya no quedaban hombres casi, incluyendo los maestros herradores y los chicos de la orquesta de música. Es uno de los actos más inútiles, quizá, pero más heroicos de la historia militar española contemporánea”.

Camino a Tenochtitlán. “Arrasar un mundo y crear un mundo”, resume Pérez-Reverte. “Héroes crueles y al mismo tiempo épicos, valientes, todo. Toda España está en esos personajes. Lo peor y lo mejor. O vuelvo enaltecido o reviento”. “Este cuadro fue un encargo, y fuiste tú quien me dijo “pon un río”, que le daba un tono más húmedo y lúgubre. Además, había que dejar constancia de que los indios colaboraban y se fueron sumando a la conquista. La imagen del fraile también era importante. Está muy documentado, porque en todo el tema de uniformes y estética me asesoró un especialista en este siglo, que me dijo que pusiera calzas de estos colores, estas mangas acuchilladas, ballestas, armadura completa…”. Ante esto, Pérez-Reverte le dice: “Me gusta tu humildad profesional. No te da vergüenza llamar a los amigos para preguntar detalles, y confiesas lo que no sabes”.

Por España y por mi rey, Gálvez en Pensacola. “Un cuadro complicado, porque el uniforme blanco no me gustaba, y elegí un momento en el que un contraataque inglés era fallido. El detalle de la bandera a los pies de Gálvez es un toque de rabia. Es otro cuadro de esos con los que luego te ponen a parir en las redes sociales. Y es que la gente luego no lo cuenta, pero nosotros hicimos correr muchas veces a muchos países. Esto es un contraataque enemigo rechazado durante un asedio, y tienes a un indio malherido, a un inglés muerto, incluso a un negro libre que combatía con nosotros, y el de la derecha… es un voluntario catalán”. [risas]

Bailén. “Este es un cuadro especial, porque muestra el otro lado, el de la guerra de verdad. Bailén se prestaba a mil interpretaciones heroicas, y sin embargo te fuiste a esto. Casi los oyes gemir. Es lo que más recuerdo de los combates que vi: la gente que se quejaba después”, aporta Pérez-Reverte. “Fuiste tú quien me dijo que no pintara siempre cosas gloriosas, sino también el lado oscuro de las victorias. Detrás de cada una, hay sufrimiento y dolor, y hay que dejar constancia: el cesto, el pie amputado, los muertos amontonados, los sanitarios que no tenían camilleros y llevaban a la gente como podían… Se titula El precio de la victoria“.

—Una vez me dijiste que el soldado al morir llama a su madre, no a su padre, y es cierto, te lo certifico.
—Es verdad. Eso me lo contó mi madre.

Es una mujer quien protagoniza la siguiente imagen, Agustina de Aragón. “Me gusta porque es sereno. Podrías haber pintado a la Agustina desgarrada, machirula, “venid, que os voy a comer los hígados, hijos de la…”, y sin embargo la has pintado jovencita, tranquila, heroicamente serena o serenamente heroica. Has huido del desgarro. Está muy inteligentemente concebido”. “Es que yo vi la película de Agustina en blanco y negro con Aurora Bautista y me horrorizó. Yo me imagino a nuestra heroína española así, serena, valiente, guapa, erguida, y a los hombres mirándola y admirándola. Tenía veinte años, era joven”.

—Y ya que estamos, ¿qué es la mujer para el héroe? ¿Qué pinta la mujer en la guerra?
—La mujer está en la paz y en el combate. En Afganistán he visto mujeres soldado con los mismos redaños que un hombre. Son más sufridas y aguantan el dolor mucho mejor que nosotros. Y detrás de los grandes hombres hay una gran mujer: su madre, su hermana, su esposa…
—O su enemiga.

“Hablando de mujeres, hace unos años concluiste tu matrimonio, y ahora eres un soltero de oro”, lanza Pérez-Reverte. “Bueno, como pintor he ganado mucho tiempo con la separación, ahora me dedico cien por cien a mi trabajo. Antes jugaba un poco a medias, y esto me ha permitido consagrarme al mil por mil, todos los días, incluso sábados y domingos. Es el precio que he tenido que pagar”.

—No fuiste buen esposo.
—No… Me he saltado bodas, entierros, bautizos, porque tenía que pintar dos pinceladas de más, con mal humor porque no me salía bien el cuadro, y entonces me encerraba y me aislaba. Pasa en todas las profesiones creativas. Yo me tengo que encerrar, lo necesito, y entonces dejas por el camino muchas cosas. Una de ellas fue el matrimonio. Ahora vivo solo y trabajo solo y me paso la vida solo, yo y mis personajes. Hablo con Agustina, “qué guapa estás”, y hasta con los caballos.

Cambiamos de tercio. Miguel de Cervantes en Lepanto. “¿Por qué ese Cervantes y no otro?”. “Pues porque estaba hasta los mismísimos de Shakespeare [risas], de las películas, de lo guaperas que lo ponen, y joder, si nuestro Cervantes era un don Juan de narices. A Cervantes, si lo viera, le gustaría este cuadro”. “Ya quisiera Shakespeare haber tenido en su biografía un momento como ese. Hasta el final de su vida Lepanto fue de lo que verdaderamente estuvo orgulloso Cervantes, ni siquiera del Quijote. Donaste el boceto a la RAE, y allí lo tenemos.”

Sobre la pantalla aparece la primera marina de la tarde: El último combate del ‘Glorioso’. Una rendición épica tras horas de desigual combate marino contra los ingleses. “Esto, Arturo, fue la mayor putada que me has hecho en mi vida. Me has quitado horas de sueño, días, y hasta me puse enfermo, porque yo de barcos no tenía ni idea. En mi vida había pintado un cuadro naval. Tras cada pincelada te mandaba una foto, y tú decías sí o no, “baja las velas porque están muy altas”… Una locura. Hasta compramos una maqueta que tú taladraste para desarbolarlo, con la pasta que me había costado”. “Pero nos lo pasamos de maravilla, haciéndole agujeros para que quedara como habría quedado después del combate. Siempre te quejas de los cuadros navales, pero luego quedas muy contento de ellos, y este es el cuadro más fotografiado del Museo Naval”. “Porque tú me has corregido un montón de cosas. Yo no sé de mareas ni de corrientes ni de vientos ni de modelos de barco. Ahora ya sé distinguir una cuerda de un cabo. [risas] Ahora me gusta pintarlos, y hasta me los piden coleccionistas de Inglaterra”.

El milagro de Empel. “Hasta la fecha es del cuadro que estoy más orgulloso artísticamente, porque me salió redondo desde el principio, de izquierda a derecha. Cuenta un episodio en el que unos españoles sitiados en Flandes encuentran una tabla de la Virgen al hacer una trinchera, hacen una procesión para llevarla a una capilla cercana, y al día siguiente se congelan las aguas, cosa que no había pasado nunca en la historia. La infantería española pudo atacar por el hielo a los barcos holandeses. Y desde entonces la Inmaculada es la patrona de la infantería española. Si tuviera que pintar ese barro otra vez no sabría hacerlo. Me salió de coj*nes. El cielo, la luz, las lanzas…”

Los tercios te gustan mucho, ¿verdad?
—La culpa es tuya, porque empecé a leer Alatriste y me gustó la movida, pero sí, los tercios siempre me han gustado. Éramos los marines de la época.
Es increíble lo que hicieron aquellos tíos chiquitillos y morenos contra los rubios altos holandeses y alemanes. Se pasearon por toda Europa y la tuvieron durante mucho tiempo agarrada por… el pescuezo. [risas] Por eso sé que te ponen mucho. Bueno, a mí también.

Belchite es lo siguiente. “Veo la bandera nacional a un lado. ¿Podría ser la republicana?” “Perfectamente. Los de ambos bandos eran españoles, y los tenían igual de grandes. Es que hasta la estética y el uniforme eran lo mismo. Y en el cuadro se ve a los republicanos cargando, con dos coj*nes. Lo que pasa es que este cuadro es para ilustrar una laureada muy concreta, y está enfocado desde su punto de vista. Lo retoqué mucho, debe de haber tres cuadros debajo de este. La pieza de artillería estaba a un lado, luego la giré… Aun ahora cambiaría cosas”. Pérez-Reverte comenta la figura del oficial en el centro, “con la pistola en la mano, que ya va a tener que usar cuando llegue el cuerpo a cuerpo, sereno, pero a pesar de eso transmitiendo tensión. Cuando lo puse en internet hubo mucha polémica”.

—Me he fijado en que te pones tenso al pintar, y te lo ves tú mismo en el espejo. Tu cara se contagia de la tensión del cuadro, como si estuvieras oyendo los disparos. Y te quedas agotado por la tensión.
—Tú me has visto, y me preguntas que por qué pongo esas caras. Cuando eres niño y estás jugando con soldaditos también estás gritando y poniendo caras. Y hay días en que me voy a dormir y digo: “Me duele la cara, ¿qué me ha pasado?”. Y la espalda a veces también, porque estás inclinado, y tienes unos dolores increíbles. Estoy a base de gelocatiles todos los días. Esto de pintar es un deporte de riesgo.



Y llegamos al último cuadro, “el que nos une tanto a ti y a mí, que es Rocroi, el último tercio, el día en que los tercios españoles perdieron su invencibilidad y fueron derrotados por los franceses, y aquí están los últimos soldados reunidos en un último cuadro para afrontar el ataque final con sus viejas banderas. Me encanta el palilleo de las picas, porque a diferencia de Las lanzas, de Velázquez, salvando las distancias -o qué diablos, este es tan bueno como pueda serlo el otro-, allí están todas rectas y ordenadas en formación, y aquí están combatiendo. Y después me acuerdo que te pregunté: “¿Por qué has puesto al tambor con cara de holandés?”, y me dijiste: “Porque es hijo de holandesa y de medio tercio”. [risas] Yo he tenido ocasión de verlo, por razones personales, de cerca durante mucho tiempo, rostro por rostro, y no te cansas de mirarlo, por las expresiones. Dan miedo. Uno comprende por qué los franceses les pidieron la rendición con tanto cuidado, y por qué la infantería española fue siempre tan dura en la defensa, tan cruel en la victoria y ahora tan recia y firme en la derrota”.

Ferrer-Dalmau asiente: “No podían concebir perder una batalla en aquella época. Eran los amos del mundo. Antes que perder tenían que morir. El único cobarde que hay es uno que está en una esquina, volviendo la cara, pero ese no es español, ese debe de ser valón o una cosa de estas. [risas] Ya le he puesto carita como de extranjero”. Pérez-Reverte apunta hacia el lado derecho del cuadro: “Y ahí está Alatriste, con la cara de Viggo Mortensen, justo antes de morir en Rocroi. ¿Habías pintado muertos antes en un cuadro?”. “No, esta es la primera vez que pintaba todo infantería y muertos. Y la idea de los muertos me seducía mucho, porque había que reflejar la crueldad de la batalla con muertos y heridos y sangre para darle más dramatismo”. “Por eso me gusta, porque siendo épico no es glorioso, es realista y muestra el dolor y el horror. Y también por el perro, Canelo, un chucho que va por ahí con los tercios y que se pone en la formación dispuesto a pelear. Tanto el perro como el cuadro son muy españoles: abandonado de todos, de los generales, de los políticos y de los poderosos y, sin embargo, dispuesto a vender cara la piel”.

—El heroísmo te sigue conmoviendo, yo te he visto emocionarte hasta llorar.
Me emociona el heroísmo, y sobre todo el nuestro. He leído unas diez veces Embajadores en el infierno, del capitán Palacios, y cuando llegas al final de la historia, en el barco que está llegando a España, es que me echo a llorar. Porque son españoles valientes y heroicos, y llegan a casa por la puerta de atrás.

—Estás haciendo un trabajo especialmente útil. Cada cuadro es una lección de historia, y todo el que lo ve tiene curiosidad por saber qué pasó. Son una ventana a la historia que planes de estudios estúpidos y ministros de cultura analfabetos —de todos los colores— nos han borrado de los colegios y de la formación. Ya no tenemos elementos para comprender el presente ni el pasado porque nos han quitado los mecanismos de entenderlos, pero tú combates esto con tus cuadros.
—Sí, es un poco el complejo que tenemos y la manía de que todo lo que sea español, o heroico, o soldados, o combatientes, está mal visto. A mí me da igual. Yo lo admiro, pinto lo que me da la gana y no tengo que dar explicaciones a nadie.

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Y así, entre aplausos, se apaga el cuadro sobre la pantalla del auditorio del Reina Sofía. Al final lo que importa es recordar la historia, contarla, abrir una ventana al pasado que ilumine el futuro. El vídeo completo de este encuentro puede verse en Facebook y en la página web de ABC. Además, también puede leerse aquí una conversación de Arturo Pérez-Reverte en Twitter sobre los cuadros de Ferrer-Dalmau.

https://www.zendalibros.com/augusto-ferrer-dalmau-pinto-valentia-coraje-no-ideologia/
 
Leyenda Negra: La falacia histórica de Teresa Rodríguez sobre los Reyes Católicos y el «Califato tolerante»

Pedro Insua, («1492, España contra sus fantasmas») desvela a ABC por qué la supuesta destrucción de la riqueza cultural islámica no es más que una mentira extendida a lo largo de los años. Una tergiversación ahora usada también por la diputada de Podemos

Las mentiras de la Leyenda Negra siguen abriéndose camino a golpes en nuestro país. En este caso, el personaje que ha ayudado a extender las falacias que regiones como Inglaterra u Holanda forjaron sobre nuestra tierra ha sido Teresa Rodríguez, la coordinadora andaluza de Podemos y presidenta del grupo parlamentario Adelante Andalucía. Durante el pleno de investidura de Juanma Moreno como presidente autónomico celebrado el pasado miércoles, la política no dudó en señalar que, tras la Toma de Granada, los Reyes Católicos hicieron que la región volviera al medievo.

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«Ustedes tienen en el acervo ideológico y político de su partido cambiar el día de Andalucía al Día de la Toma. El Día de la Toma inauguró el fin de un renacimiento andaluz que fue un esplendor de ciencias, artes, de culturas; y que inauguró, recuperó y volvió a instaurar en Andalucía la Edad Media más oscura», afirmó Rodríguez, quien tuvo que abandonar posteriormente la sala debido a una bajada de azúcar. A su vez, la coordinadora insistió en que ni el PP ni Vox quieren que los jóvenes locales «tengan la autoestima de saber que, durante siglos, Córdoba y Granada fueron capital cultural de Europa».

PARA SABER MÁS: [El falso mito de la tolerancia en Al-Ándalus, un régimen humillante para cristianos y judíos]

«No quieren que nuestros niños y niñas tengan la autoestima de saberse parte de una identidad donde María de Cazalla, Séneca, Maimónides o Averroes rezaron en cinco lenguas diferentes a cuatro dioses distintos cuando Córdoba y Granada eran esa capital europea», explicó. A su vez, tampoco dudó en cargar de forma frontal contra los Reyes Católicos y su política contra los gitanos, «a quienes» (según la propia Rodríguez) «cortaron las orejas y exterminaron en su totalidad» durante el siglo XV y XVI.

1492. España contra sus fantasmas») la realidad histórica poco tiene que ver con la que narró erróneamente Rodríguez ayer. Tal y como ha desvelado en declaraciones a ABC este profesor de filosofía, sus declaraciones suponen una tergiversación histórica. En primer lugar, porque ayudan a perpetuar el mito de la «Córdoba de las tres culturas», pero también porque exagera un castigo (el de cortar las orejas) que era habitual en la Europa de la época y que solo se llevaba a cabo contra los criminales recurrentes.

La idea de la convivencia y la tolerancia en la Córdoba musulama es una de las más cuestionadas entre los historiadores. Uno de los que más ha cargado contra ella ha sido Serafín Fanjul, miembro de la Real Academia de la Historia y Catedrático de Estudios Árabes en la Universidad Autónoma de Madrid. En declaraciones para el reportaje de ABC « La Córdoba de las tres culturas: cuando el mito no puede convivir con la realidad», el experto incidió en que el mito de Al Andalus es «una exageración» de algún gesto de tolerancia de un sultán aislado que ha sido extrapolada a nivel general.

En sus palabras, aunque es cierto que hubo cierta tolerancia durante los dos primeros siglos de la invasión, esta se debió a que los invasores necesitaban a la población local. «A medida que avanzaba la hegemonía musulmana la tolerancia fue cada vez menor». A mediados del siglo IX todo cambió y los cristianos comenzaron a sufrir persecuciones. «Que no me cuenten que había armonía, cuando a los cristianos los crucificaban», sentencia. ¿Por qué se generalizó, entonces, esta idea? Según desveló en su momento a este diario, gracias al pasado viajero de los musulmanes.

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Gloria Lora, profesora de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla, incidió también en declaraciones para el mismo reportaje en que, en principio, los musulmanes no tenían más remedio que ser tolerantes debido a su gran inferioridad numérica. Sin embargo, añadía que ese término no albergaba el mismo significado que a día de hoy. «A los sometidos se les dan sus propias normas, jurídicas o fiscales, y se les obliga a vestir de otra manera», desvelaba. No le falta razón. Cuando se produjo la caída del Califato, a finales del siglo X, los musulmanes empezaron a ser «muy intransigentes» y cristianos y judíos fueron «cruelmente perseguidos».

De hecho, dos de los cordobeses que Rodríguez utilizó como ejemplos de la igualdad en la Andalucía musulmana tuvieron un triste final a manos de los musulmanes. Averroes fue desterrado a Lucena por los almohades en 1195, quienes también condenaron sus escritos. Pasaron tres años antes de que fuera rehabilitado por el califa. Y otro tanto pasó con el judío Maimónides, quien fue perseguido por los extremistas religiosos del Islam. Todo ello, a pesar de que quiso adaptarse a las pautas religiosas establecidas por aquellos que ostentaban el poder.

Rodríguez también dedicó unas palabras a la presunta destrucción de la tolerancia multicultural orquestada, según ella, por los Reyes Católicos. En sus palabras, los monarcas que devolvieron a la región a la «Edad Media más oscura». Esta afirmación representa solo una pata de una Leyenda Negra que se sustenta, por ejemplo, en la aparente crueldad mostrada por los monarcas a la hora de expulsar a los judíos de la Península Ibérica.

Las reiteradas investigaciones históricas de las que se hizo eco nuestro compañero César Cervera en su artículo « Verdades y mentiras sobre la expulsión de los judíos de 1492 por parte de los Reyes Católicos» dicen lo contrario. La realidad es que la imagen de fanatismo no es más que una falacia exagerada. Las cifras así lo demuestran. Según Insua, dos terceras partes de aquellos que podían ser obligados a marcharse se quedaron tras convertirse al Cristianisno o regresaron posteriormente. Algunos expertos incluso afirman que tan solo salieron 20.000 personas.

Pedro Insua: «La Granada de Boabdil no era una Arcadia feliz»

1-¿Eran habituales los castigos por amputación en España y en Europa durante el siglo XV?

La obra probablemente más conocida que ilustra el tipo de penas que aplicaban los tribunales civiles, anteriormente a la revolución francesa (la guillotina homogeneizó todo esto), es "Vigilar y Castigar", de Foucault.

Sí, los castigos por amputación, desmembramiento, descuartizamientos y el tormento eran habituales (las reformas que introduce Beccaria, por ejemplo, modificarán estas prácticas penales). Tanto en la aplicación de las penas de los tribunales civiles de influencia cristiana, como en el ámbito de las minorías religiosas correspondientes, como pudieran ser de los judíos. En las aljamas, por ejemplo, con su propia legislación penal, era frecuente la amputación, y los tormentos eran también muy normales (qué se lo pregunten si no a Uriel de Acosta y las que tuvo que pasar como consecuencia de la justicia judía).

2-¿Por qué es parte de la Leyenda Negra afirmar que el Califato y la supuesta «rica cultura» musulmana fue arrasada por los Reyes Católicos?

Bueno, para empezar el Califato es abolido en el 1031 como consecuencia de la guerra civil (fitna, 1009) entre los propios musulmanes. Cierto que el empuje cristiano es decisivo, pero cuando es disuelto el Califato, ni siquiera Alfonso VI había tomado Toledo, o sea que no estaba decidido en la pugna reinos cristianos y Al-Ándalus.

Por otra parte, una vez tomada Granada, hay que decir que la Alhambra es el único edifico civil del siglo XV de origen musulmán que se conserva en pie. Quiero decir con esto que fueron mucho más destructivos con el patrimonio los musulmanes entre sí, que los cristianos hacia los restos de influencia árabe o musulmana.

Por otro lado lo andalusí no puede ser “hecho diferencial” de Andalucía, porque lo andalusí, el Al-Ándalus histórico, desborda lo que hoy es la región andaluza. Toledo, Zaragoza, o Badajoz podrían reclamar tanto la cultura andalusí como Sevilla, Córdoba o Granada.

3-¿Estaban los reinos españoles tan atrasados y los musulmanes tan avanzados cómo se nos ha hecho creer?

Esto es un mito absoluto. Solo con atender a la cartografía, la navegación oceánica, y la cosmografía portuguesa y española, la superioridad de la cultura cristiana frente a la musulmana a esas alturas, el siglo XV, es total. El turco tendrá su fuerza en el ámbito mediterráneo, pero se verá desbordado por las potencias ibéricas cuando estas surquen el Atlántico y el Índico, y ulteriormente ya el Pacífico.

4-¿Supuso la toma de Granada la entrada de Andalucía y de España en una época «oscura y medieval»?

Para empezar no se puede hablar en el siglo XV de “Andalucía” sin anacronismo. Pero además la Granada de Boabdil no era, precisamente, una Arcadia feliz. Las matanzas entre familias rivales, etc., estaban al orden del día (cualquiera que visite la Alhambra terminará enterándose de la historia de los Abencerrajes).

5-¿Cuál es la evolución más destacada de los Reyes Católicos en el ámbito de las «ciencias, artes y unidad de culturas» (esa que Rodríguez ha pasado por alto)?

Además de la propia acción colombina de atravesar el Atlántico y llegar hasta las Antillas (que él creía Asia, pero al poco ya se supo que era una nueva masa continental), tenemos a varios autores que están en primera línea de la llamada “era de los descubrimientos”. Nebrija, sin ir más lejos, era un verdadero “hombre del renacimiento”, dedicándose a muchas más disciplinas, además de a la Gramática, por la que es conocido.

Me remito, para quien quiera saber, a la obra de López Piñero “Ciencia y técnica en la sociedad española en los siglos XVI y XVII que trata ampliamente este asunto (se centra en esos siglos, pero todo proviene del XV).

https://www.abc.es/historia/abci-le...-califato-tolerante-201901171327_noticia.html
Sobre los mitos de la “ tolerancia en la Espana musulmana”... dejo una entrada verdaderamente buena , que explica algunas cosas muy claramente, de forma muy amena, tanto que creo que interesará incluso a quienes no se interesan especialmente por la historia. Acertadisimas las consideraciónes finales sobre “ la utilidad del mito”. ;);)Huelga decir que Teresa Rodríguez es una ignorante sideral. “A menudo se asocia la imagen legendaria de Al-Ándalus con las palabras “crisol de culturas”, o, aún peor, con el concepto moderno de tolerancia. En escuelas e institutos se transmite con absoluta ignorancia una imagen bucólica, más sacada de Las mil y una noches que de la realidad, de una España musulmana donde judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz y armonía.
Una imagen muy bonita que tiene como único defecto ser absolutamente falsa.



Consideración inicial: Al-Ándalus, como concepto
Antes de nada, una puntualización:

Si bien casi todos conocemos -o deberíamos conocer- la diversidad de los reinos cristianos y su evolución en el tiempo, no es así la imagen mental colectiva que se tiene de Al-Ándalus. Parece que Al-Ándalus es un estado que no cambia en ocho siglos; cuando se evoca el reino musulmán tiende uno a situarlo mentalmente en los límites geográficos de la actual Comunidad Autónoma de Andalucía: lo cierto es que en su época de esplendor la expansión musulmana lo lleva hasta la Marca Hispánica, muy cerca de la frontera con la actual Francia. Al-Ándalus no es en realidad el nombre de un estado concreto, sino el nombre genérico en el que englobamos los diversos estados islámicos en la Península Ibérica, que fueron muchos y variados. En ocho siglos la historiografía tradicional nos señala divisiones como el Emirato dependiente, el Emirato independiente, las sucesivas Taifas (hasta tres), o el último reducto, el Emirato Nazarí. No es pues, un ente inamovible y unificado; en época de Taifas, sobre todo, cada pequeño estado tendrá
un comportamiento sorprendentemente variado, llegando algunas a aliarse con los reyes cristianos.
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Además de eso, hay que tener en cuenta que la población tampoco era homogénea. Simplificando mucho, una élite árabe y beréber había sido protagonista de la conquista sobre una población de origen hispanorromano que se había acabado convirtiendo al Islam: ellos serán, propiamente, los andalusíes.Con el paso del tiempo, varios grupos se incorporarán a este sustrato, destacando por su propio peso dos de ellos procedentes del norte de África: almorávides y almohades. Su importancia será vital, sobre todo en el caso de los últimos, que conseguirán frenar la expansión cristiana inflingiéndoles alguna derrota dolorosa, y devolverán la unidad temporalmente a Al-Ándalus integrándola en un auténtico imperio que en la Península tiene su capital en la espléndida Sevilla almohade.
Es imprescindible entender que cada grupo trajo su particular forma de vivir el Islam, y que la mentalidad no podía ser igual en uno de los primeros reinos de taifas que en la última Granada nazarí.

Y ahora vamos con la tolerancia.



Las gentes del libro
En la entrada que dediqué a los conversos al Islam ya hablé del especial estatus que la religión de Mahoma reserva a judíos y especial estatus que la religión de Mahoma reserva a judíos y cristianos, considerándolos dimmiso gente del libro y asegurando -sobre el papel- cierta tolerancia a sus creencias. El profeta Muhammad se había criado entre judíos y cristianos, y el mismo Islam en el fondo es una mezcla entre tradición arábiga y elementos del judeocristianismo. Y aunque decepcionado porque algunos de sus amigos cristianos y judíos no se habían convertido masivamente al Islam, Mahoma garantizó el
reconocimiento a ambos como “primos hermanos” de los musulmanes.

Este elemento, que todo el mundo conoce, ha presentado al Islam como una religión novedosa -que lo fue- y tolerante, cuando la verdad es que sólo forma parte de la estrategia global de la expansión de la fe islámica. El Islam se extendió de forma fulgurante, en parte a punta de cimitarra, pero también aprovechándose de las divisiones internas de los lugares que conquistaban. Así sucedió en Egipto
Siria o la propia Hispania visigoda. En este contexto, el auténtico enemigo de la fe islámica era el politeísmo: era mucho más difícil que un adorador de varios dioses se integrara en una religión tan fuertemente monoteísta como el Islam. El salto era mucho mayor que para un judío o un cristiano.

Si lo pensamos detenidamente, la estrategia fue brillante. Frente a la cerrazón visigoda, los musulmanes fueron vistos poco menos que como libertadores por parte de los oprimidos judíos y los hastiados cristianos hispanorromanos. En principio, no les obligaron a convertirse -el musulmán tenía poco interés por el proselitismo- quizá porque sabían que no haría falta. Permitiéndoles mantener su religión, pero añadiéndoles unas cargas fiscales que -en teoría- no soportaban los conversos, era sólo cuestión de tiempo que se produjeran conversiones masivas al Islam, una religión que difería más en la forma que en el fondo de las que ellos practicaban. Dejar de pagar un impuesto bien merece una misa en la mezquita, debió de pensar más
de uno, resignándose a no comer jamón durante el resto de su vida.

Una minoría, sin embargo, se mantuvo fiel a sus creencias. Cristianos mozárabes y judíos siguieron viviendo en la tierra de sus padres, pero con una situación menos idílica que la que nos han vendido.



Ál-Ándalus tolerante y multicultural
Lo cierto es que nunca existió la tolerancia tal y como actualmente la entendemos: cristianos y judíos jamás dejaron de ser ciudadanos de segunda al igual que los muladíes, y como moriscos, mudéjares, judíos y conversos lo serían más tarde en el reino cristiano. La mentalidad medieval no contemplaba la tolerancia. En parte, porque la religión era un fuerte elemento de cohesión social: sólo hay que recordar que ya el rey visigodo Recaredo había tenido que dar el paso de convertirse del arrianismo -una corriente cristiana, mayoritaria entre los godos- al catolicismo para intentar cohesionar a la élite
visigótica con el pueblo hispanorromano y católico.

Si no existió tolerancia, ¿hubo multicuturalidad? En absoluto. Sólo hubo una cultura a la que las otras dos se plegaban según el momento. Lo explica mejor que yo el hispanista francés Joseph Pérez:

“Varios autores se han extralimitado al hablar de las tres culturas de la España medieval. No hubo nada semejante. La España medieval

no conoce más que dos culturas dominantes y dominadoras: primero la musulmana y luego la cristiana; los judíos se incorporaron a la una y después a la otra (…)”. Historia de una tragedia, p. 18.

No existió Al-Ándalus tolerante. No existió una Al-Ándalus multicultural. Existió, eso sí, una Al-Ándalus dividida en etapas y sometida a una constante evolución, donde por momentos ambas
minorías contribuyeron a su grandeza, pero en la que también fueron, según el período histórico, salvajemente reprimidas y finalmente expulsadas.



Judíos en la España islámica
Los judíos fueron una de las minorías que más apoyaron la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Y es que este pueblo había sufrido serias persecuciones bajo el mandato de los visigodos. Pese a que se discute
si es verdad o no que abrieron las puertas de Toledo, sí es verdad que en varias villas, incluida la propia capital, se encomendó a los judíos su defensa después de haber sido conquistadas por los musulmanes.

Los judíos no dejaban de ser una minoría, pero al menos la llegada del Islam les garantizó cierto respeto a sus creencias, sus posesiones y sus vidas. Gracias a esto, Al-Ándalus ha pasado a la historia del pueblo judío como uno
de sus mayores períodos de esplendor, lo cual es una verdad a medias si tenemos en cuenta que acabaron siendo expulsados.

Es cierto que en un primer momento florecieron: aprendieron árabe y se convirtieron en un importante soporte intelectual del estado musulmán. Pero no olvidemos que el pacto con las gentes del libro conllevaba también su completo sometimiento e inferioridadrespecto a los musulmanes. En este sentido, que algunos judíos
acabaran alcanzando puestos de gran poder se explica por parte de algunos autores en una aplicación bastante laxa de los principios del Islam, lo que entronca con la poca preocupación tradicional de los omeyas por la espiritualidad. Sin embargo, la ortodoxia que trajeron almorávides primero, y almohades después -y que causaría una auténtica represión sobre la cultura andalusí- acabaría con este período de relativo esplendor.

En el siglo XII los judíos fueron expulsados de Al-Ándalus. Trescientos años antes de que los Reyes Católicos firmaran el Decreto de Granada, el estado tolerante y multicultural ya había decidido eliminar a la minoría hebrea de sus territorios. Estos judíos, por cierto, en muchos casos encontraron su refugio en el norte, donde los reyes cristianos les acogieron con los brazos abiertos, conscientes de su riqueza material y cultural. Con apoyo judío, entre otros, conquistó Mallorca el gran monarca aragonés Jaime I. El sabio cordobés Maimónides, fingió convertirse
Islam, aunque acabó exiliándose a Fez, reconciliado de nuevo con su fe natal. Una oleada de fanatismo de la que no se salvaron otros intelectuales musulmanes como Averroes, al que los amohades confinaron en Lucena.



Mozárabes y mártires
El caso de los mozárabes es tan sólo ligeramente distinto, ya que, aunque se suele dar por cierto que aproximadamente un 80% de la población hispanorromana se convirtió al Islam, un número
indeterminado de cristianos decidieron abandonar sus tierras y marchar a los reinos que empezaban a configurarse en el norte.

Los que se quedaron, sin embargo, lo hicieron con las mismas condiciones que los judíos. Como gentes del libro, se les permitía practicar su religión: en la práctica, sufrían una alta presión fiscal, tenían que tener un estatus inferior al de los musulmanes y les estaba prohibido edificar nuevas iglesias. Con el tiempo, acabaron teniendo que vestir de una forma
determinada, y soportando prohibiciones como la de montar a caballo. Nada que nos sorprenda demasiado, pero desde luego muy alejado a nuestro actual concepto de tolerancia.

Socialmente su situación tampoco era halagüeña. Según deducimos de testimonios como el de Eulogio de Córdoba, la animadversión al cristiano, y sobre todo al sacerdote, era común. “Nos insultan y nos persiguen a pedradas”, dejó escrito. Por supuesto, hacer proselitismo del cristianismo estaba absolutamente
prohibido. Eulogio acabaría alentando un movimiento de reafirmación pública de la fe cristiana, que incluía insultos a Mahoma y al Islam, lo que obviamente sumó un buen número de mártires al catolicismo.

En época de Al-Hakam se produce un episodio realmente sangriento para los cristianos de Córdoba: un incremento de la presión fiscal motiva el llamado motín del arrabal, donde los mozárabes lideran serie de revueltas en las que también se podían encontrar a
muladíes y judíos. La rebelión es aplastada, sus líderes crucificados, y los barrios (arrabales donde vivían) destruidos.

También bajo Al-Hakam tiene lugar la llamada “jornada del foso” de Toledo, ciudad en la que vivían bastantes elementos godos, mozárabes y judíos. Mediante un engaño, el gobernador de la villa, Amrus, invitó a unos 400 de ellos a un banquete en el palacio. Una vez allí dentro, fueron pasados a
cuchillo y sus cabezas arrojadas a un foso.

Diversos episodios de represión o desprecio contra los cristianos se suceden a lo largo del amplio período de la España musulmana. Bajo el gobierno de Abd al-Rahman III, restos de mártires son profanados. La presencia de cristianas esclavas era habitual en los harenes de los nobles, emires y califas. La ortodoxia de las oleadas norteafricanas también afectarán negativamente a los cristianos. Con los
los almorávides, algunas comunidades cristianas son deportadas a la fuerza. Con los almohades, y como sucedió en el caso de los judíos, a los cristianos se les presentarán tres posibilidades: convertirse, exiliarse o morir. Los mozárabes, junto a sus compatriotas judíos, se dirigirán entonces masivamente al norte, acabando con la pretendida Al-Ándalus de las tres culturas.



La utilidad de un mito
La supuesta tolerancia religiosa de Al-Ándalus es, por tanto, falsa. Es cierto que por períodos se consiente con más o menos libertad al judío y al cristiano, pero la misma base del estado islámico los condena a la sumisión. La verdad es que cuando uno estudia la represión religiosa de la Al-Ándalus islámica y la de la España cristiana se da cuenta de que, en el fondo, no fueron tan distintos. Hubo revueltas de cristianos en Al-Ándalus como posteriormente las habría de musulmanes en España. Hubo represiones sangrientas y brutales,
al igual que prohibiciones para alentar la conversión voluntaria. Hubo, tanto por parte de reyes cristianos como de musulmanes, un afán por señalar al judío. Y en ambos estados se acabó expulsando de forma terminante a las dos minorías religiosas, en lo que acabaría siendo, tanto en uno como en otro caso, un error fatal.

El problema es que, si bien la mayoría de personas conocen el fenómeno de la Inquisición o saben que los judíos fueron expulsados tras la conquista de Granada, muy poquitas sabrán que tres siglos antes habían sido deportados junto a los cristianos de Al-Ándalus. Todos sabemos que los cristianos exigieron a los judíos marcarse con un distintivo, pero pocos que los musulmanes lo habían hecho antes. Cualquiera puede evocar la quema de libros tras la conquista cristiana, pero no es vox populi que en el esplendoroso Al-Ándalus también se producían hechos similares, como la destrucción parcial que Almanzor causó, alentado por la ortodoxia islámica, de la gran
biblioteca de Al-Hakam II.

Cabe preguntarse por qué los libros de texto del colegio siguen transmitiendo un mito que cualquier estudiante de Historia de 2ª año puede desmontar con facilidad. Y digo esto precisamente porque una de mis primeras anécdotas universitarias es la de un profesor riéndose cuando le mencionaron el cacareado crisol de culturas andalusí, y emplazándonos a ir al departamento de Medieval a preguntar por el susodicho. Este mito se ha desmontado una y mil
veces en el ámbito universitario; y sin embargo, sigue transmitiéndose a nivel popular.

Es un mito que además está especialmente vivo en Andalucía, donde parece que interesa transmitir una imagen de Al-Ándalus como tierra de un esplendor bucólico y pacífico,siempre en confrontación con los arcaicos e intolerantes reinos cristianos. Por supuesto, encuadrando Al-Ándalus, de forma tradicional y absolutamente ignorante, en las fronteras de la comunidad. En Andalucía se hace un especial hincapié en reivindicar el pasado islámico de todo su territorio, olvidando a veces nuestras raíces godas, romanas o íberas, que también las tenemos. Es llamativo que en Granada -por poner un ejemplo que conozco bien- el esplendor del Museo de la Alhambra (Palacio de Carlos V), contraste con el olvido al que se ha sometido el Museo Arqueológico donde se conservan las piezas de épocas anteriores, y que lleva desde el año 2010 cerrado por unas presuntas obras sin que nadie haya
dado una sola explicación al respecto. Ambos dependen de la Junta de Andalucía, a la que aparentemente lo romano o lo íbero no le interesa tanto como lo andalusí.

También la Junta de Andalucía creó hace ya muchos años el proyecto El legado andalusí, con una loable labor de difusión. El problema es cuando observamos que El legado andalusí, en su misma página web, presenta la manida versión sesgada y falsa de Al-Ándalus. En la parte que dedican a la etapa almohade no hay una sola
referencia a la expulsión de judíos y cristianos de Al-Ándalus, ni a la represión sufrida por personalidades como Maimónides y Averroes –al que la Junta, irónicamente, homenajea dando su nombre a un portal educativo-.

Y así es como el mito de Al-Ándalus, que cualquier historiador puede desmontar, acaba convirtiéndose en materia de estudio y transmitido a la cultura popular. Así es como una interpretación incierta se acaba convirtiendo en canónica. Porque si algo hemos aprendido, es que cuando la política pone sus manos sobre la Historia, la verdad tiene poco que decir.
 
Conmigo no muestres ese insoportable tufillo de superioridad intelectual que os caracteriza a la mayoria, que aquí quien más y quien menos tenemos nuestras lecturas. A ver si os creéis que quienes no comulgamos con vuestra España Imperial nos chupamos el dedo.
Listas.
Y a ver si le ponéis ya el acento al dichoso palabro.
Qué sobradita, ¿no?
Recuerdo un diálogo de una comedia de los años 30, "El Gran Ciudadano", entre dos personajes que no se podían ver, Compasión y Laureano. Compasión era muy redicha y quería darle un corte a Laureano, que era muy listo. Discutían y la cosa terminaba así:
L: ¡Pero cómo!
C: ¡Conjunción y adverbio!
L: Espere...
C: ¡Verbo imperativo!
L: Usted...
C: ¡Pronombre!
L: ¡Usted no es pronombre!
C: ¿Cómo que no?
L: Usted es...tonta.

TELÓN
 
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Sobre los mitos de la “ tolerancia en la Espana musulmana”... dejo una entrada verdaderamente buena , que explica algunas cosas muy claramente, de forma muy amena, tanto que creo que interesará incluso a quienes no se interesan especialmente por la historia. Acertadisimas las consideraciónes finales sobre “ la utilidad del mito”. ;);)Huelga decir que Teresa Rodríguez es una ignorante sideral. “A menudo se asocia la imagen legendaria de Al-Ándalus con las palabras “crisol de culturas”, o, aún peor, con el concepto moderno de tolerancia. En escuelas e institutos se transmite con absoluta ignorancia una imagen bucólica, más sacada de Las mil y una noches que de la realidad, de una España musulmana donde judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz y armonía.
Una imagen muy bonita que tiene como único defecto ser absolutamente falsa.


Consideración inicial: Al-Ándalus, como concepto
Antes de nada, una puntualización:

Si bien casi todos conocemos -o deberíamos conocer- la diversidad de los reinos cristianos y su evolución en el tiempo, no es así la imagen mental colectiva que se tiene de Al-Ándalus. Parece que Al-Ándalus es un estado que no cambia en ocho siglos; cuando se evoca el reino musulmán tiende uno a situarlo mentalmente en los límites geográficos de la actual Comunidad Autónoma de Andalucía: lo cierto es que en su época de esplendor la expansión musulmana lo lleva hasta la Marca Hispánica, muy cerca de la frontera con la actual Francia. Al-Ándalus no es en realidad el nombre de un estado concreto, sino el nombre genérico en el que englobamos los diversos estados islámicos en la Península Ibérica, que fueron muchos y variados. En ocho siglos la historiografía tradicional nos señala divisiones como el Emirato dependiente, el Emirato independiente, las sucesivas Taifas (hasta tres), o el último reducto, el Emirato Nazarí. No es pues, un ente inamovible y unificado; en época de Taifas, sobre todo, cada pequeño estado tendrá
un comportamiento sorprendentemente variado, llegando algunas a aliarse con los reyes cristianos.
Ver el archivo adjunto 922244
Además de eso, hay que tener en cuenta que la población tampoco era homogénea. Simplificando mucho, una élite árabe y beréber había sido protagonista de la conquista sobre una población de origen hispanorromano que se había acabado convirtiendo al Islam: ellos serán, propiamente, los andalusíes.Con el paso del tiempo, varios grupos se incorporarán a este sustrato, destacando por su propio peso dos de ellos procedentes del norte de África: almorávides y almohades. Su importancia será vital, sobre todo en el caso de los últimos, que conseguirán frenar la expansión cristiana inflingiéndoles alguna derrota dolorosa, y devolverán la unidad temporalmente a Al-Ándalus integrándola en un auténtico imperio que en la Península tiene su capital en la espléndida Sevilla almohade.
Es imprescindible entender que cada grupo trajo su particular forma de vivir el Islam, y que la mentalidad no podía ser igual en uno de los primeros reinos de taifas que en la última Granada nazarí.

Y ahora vamos con la tolerancia.



Las gentes del libro
En la entrada que dediqué a los conversos al Islam ya hablé del especial estatus que la religión de Mahoma reserva a judíos y especial estatus que la religión de Mahoma reserva a judíos y cristianos, considerándolos dimmiso gente del libro y asegurando -sobre el papel- cierta tolerancia a sus creencias. El profeta Muhammad se había criado entre judíos y cristianos, y el mismo Islam en el fondo es una mezcla entre tradición arábiga y elementos del judeocristianismo. Y aunque decepcionado porque algunos de sus amigos cristianos y judíos no se habían convertido masivamente al Islam, Mahoma garantizó el
reconocimiento a ambos como “primos hermanos” de los musulmanes.

Este elemento, que todo el mundo conoce, ha presentado al Islam como una religión novedosa -que lo fue- y tolerante, cuando la verdad es que sólo forma parte de la estrategia global de la expansión de la fe islámica. El Islam se extendió de forma fulgurante, en parte a punta de cimitarra, pero también aprovechándose de las divisiones internas de los lugares que conquistaban. Así sucedió en Egipto
Siria o la propia Hispania visigoda. En este contexto, el auténtico enemigo de la fe islámica era el politeísmo: era mucho más difícil que un adorador de varios dioses se integrara en una religión tan fuertemente monoteísta como el Islam. El salto era mucho mayor que para un judío o un cristiano.

Si lo pensamos detenidamente, la estrategia fue brillante. Frente a la cerrazón visigoda, los musulmanes fueron vistos poco menos que como libertadores por parte de los oprimidos judíos y los hastiados cristianos hispanorromanos. En principio, no les obligaron a convertirse -el musulmán tenía poco interés por el proselitismo- quizá porque sabían que no haría falta. Permitiéndoles mantener su religión, pero añadiéndoles unas cargas fiscales que -en teoría- no soportaban los conversos, era sólo cuestión de tiempo que se produjeran conversiones masivas al Islam, una religión que difería más en la forma que en el fondo de las que ellos practicaban. Dejar de pagar un impuesto bien merece una misa en la mezquita, debió de pensar más
de uno, resignándose a no comer jamón durante el resto de su vida.

Una minoría, sin embargo, se mantuvo fiel a sus creencias. Cristianos mozárabes y judíos siguieron viviendo en la tierra de sus padres, pero con una situación menos idílica que la que nos han vendido.



Ál-Ándalus tolerante y multicultural
Lo cierto es que nunca existió la tolerancia tal y como actualmente la entendemos: cristianos y judíos jamás dejaron de ser ciudadanos de segunda al igual que los muladíes, y como moriscos, mudéjares, judíos y conversos lo serían más tarde en el reino cristiano. La mentalidad medieval no contemplaba la tolerancia. En parte, porque la religión era un fuerte elemento de cohesión social: sólo hay que recordar que ya el rey visigodo Recaredo había tenido que dar el paso de convertirse del arrianismo -una corriente cristiana, mayoritaria entre los godos- al catolicismo para intentar cohesionar a la élite
visigótica con el pueblo hispanorromano y católico.

Si no existió tolerancia, ¿hubo multicuturalidad? En absoluto. Sólo hubo una cultura a la que las otras dos se plegaban según el momento. Lo explica mejor que yo el hispanista francés Joseph Pérez:

“Varios autores se han extralimitado al hablar de las tres culturas de la España medieval. No hubo nada semejante. La España medieval

no conoce más que dos culturas dominantes y dominadoras: primero la musulmana y luego la cristiana; los judíos se incorporaron a la una y después a la otra (…)”. Historia de una tragedia, p. 18.

No existió Al-Ándalus tolerante. No existió una Al-Ándalus multicultural. Existió, eso sí, una Al-Ándalus dividida en etapas y sometida a una constante evolución, donde por momentos ambas
minorías contribuyeron a su grandeza, pero en la que también fueron, según el período histórico, salvajemente reprimidas y finalmente expulsadas.



Judíos en la España islámica
Los judíos fueron una de las minorías que más apoyaron la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Y es que este pueblo había sufrido serias persecuciones bajo el mandato de los visigodos. Pese a que se discute
si es verdad o no que abrieron las puertas de Toledo, sí es verdad que en varias villas, incluida la propia capital, se encomendó a los judíos su defensa después de haber sido conquistadas por los musulmanes.

Los judíos no dejaban de ser una minoría, pero al menos la llegada del Islam les garantizó cierto respeto a sus creencias, sus posesiones y sus vidas. Gracias a esto, Al-Ándalus ha pasado a la historia del pueblo judío como uno
de sus mayores períodos de esplendor, lo cual es una verdad a medias si tenemos en cuenta que acabaron siendo expulsados.

Es cierto que en un primer momento florecieron: aprendieron árabe y se convirtieron en un importante soporte intelectual del estado musulmán. Pero no olvidemos que el pacto con las gentes del libro conllevaba también su completo sometimiento e inferioridadrespecto a los musulmanes. En este sentido, que algunos judíos
acabaran alcanzando puestos de gran poder se explica por parte de algunos autores en una aplicación bastante laxa de los principios del Islam, lo que entronca con la poca preocupación tradicional de los omeyas por la espiritualidad. Sin embargo, la ortodoxia que trajeron almorávides primero, y almohades después -y que causaría una auténtica represión sobre la cultura andalusí- acabaría con este período de relativo esplendor.

En el siglo XII los judíos fueron expulsados de Al-Ándalus. Trescientos años antes de que los Reyes Católicos firmaran el Decreto de Granada, el estado tolerante y multicultural ya había decidido eliminar a la minoría hebrea de sus territorios. Estos judíos, por cierto, en muchos casos encontraron su refugio en el norte, donde los reyes cristianos les acogieron con los brazos abiertos, conscientes de su riqueza material y cultural. Con apoyo judío, entre otros, conquistó Mallorca el gran monarca aragonés Jaime I. El sabio cordobés Maimónides, fingió convertirse
Islam, aunque acabó exiliándose a Fez, reconciliado de nuevo con su fe natal. Una oleada de fanatismo de la que no se salvaron otros intelectuales musulmanes como Averroes, al que los amohades confinaron en Lucena.



Mozárabes y mártires
El caso de los mozárabes es tan sólo ligeramente distinto, ya que, aunque se suele dar por cierto que aproximadamente un 80% de la población hispanorromana se convirtió al Islam, un número
indeterminado de cristianos decidieron abandonar sus tierras y marchar a los reinos que empezaban a configurarse en el norte.

Los que se quedaron, sin embargo, lo hicieron con las mismas condiciones que los judíos. Como gentes del libro, se les permitía practicar su religión: en la práctica, sufrían una alta presión fiscal, tenían que tener un estatus inferior al de los musulmanes y les estaba prohibido edificar nuevas iglesias. Con el tiempo, acabaron teniendo que vestir de una forma
determinada, y soportando prohibiciones como la de montar a caballo. Nada que nos sorprenda demasiado, pero desde luego muy alejado a nuestro actual concepto de tolerancia.

Socialmente su situación tampoco era halagüeña. Según deducimos de testimonios como el de Eulogio de Córdoba, la animadversión al cristiano, y sobre todo al sacerdote, era común. “Nos insultan y nos persiguen a pedradas”, dejó escrito. Por supuesto, hacer proselitismo del cristianismo estaba absolutamente
prohibido. Eulogio acabaría alentando un movimiento de reafirmación pública de la fe cristiana, que incluía insultos a Mahoma y al Islam, lo que obviamente sumó un buen número de mártires al catolicismo.

En época de Al-Hakam se produce un episodio realmente sangriento para los cristianos de Córdoba: un incremento de la presión fiscal motiva el llamado motín del arrabal, donde los mozárabes lideran serie de revueltas en las que también se podían encontrar a
muladíes y judíos. La rebelión es aplastada, sus líderes crucificados, y los barrios (arrabales donde vivían) destruidos.

También bajo Al-Hakam tiene lugar la llamada “jornada del foso” de Toledo, ciudad en la que vivían bastantes elementos godos, mozárabes y judíos. Mediante un engaño, el gobernador de la villa, Amrus, invitó a unos 400 de ellos a un banquete en el palacio. Una vez allí dentro, fueron pasados a
cuchillo y sus cabezas arrojadas a un foso.

Diversos episodios de represión o desprecio contra los cristianos se suceden a lo largo del amplio período de la España musulmana. Bajo el gobierno de Abd al-Rahman III, restos de mártires son profanados. La presencia de cristianas esclavas era habitual en los harenes de los nobles, emires y califas. La ortodoxia de las oleadas norteafricanas también afectarán negativamente a los cristianos. Con los
los almorávides, algunas comunidades cristianas son deportadas a la fuerza. Con los almohades, y como sucedió en el caso de los judíos, a los cristianos se les presentarán tres posibilidades: convertirse, exiliarse o morir. Los mozárabes, junto a sus compatriotas judíos, se dirigirán entonces masivamente al norte, acabando con la pretendida Al-Ándalus de las tres culturas.



La utilidad de un mito
La supuesta tolerancia religiosa de Al-Ándalus es, por tanto, falsa. Es cierto que por períodos se consiente con más o menos libertad al judío y al cristiano, pero la misma base del estado islámico los condena a la sumisión. La verdad es que cuando uno estudia la represión religiosa de la Al-Ándalus islámica y la de la España cristiana se da cuenta de que, en el fondo, no fueron tan distintos. Hubo revueltas de cristianos en Al-Ándalus como posteriormente las habría de musulmanes en España. Hubo represiones sangrientas y brutales,
al igual que prohibiciones para alentar la conversión voluntaria. Hubo, tanto por parte de reyes cristianos como de musulmanes, un afán por señalar al judío. Y en ambos estados se acabó expulsando de forma terminante a las dos minorías religiosas, en lo que acabaría siendo, tanto en uno como en otro caso, un error fatal.

El problema es que, si bien la mayoría de personas conocen el fenómeno de la Inquisición o saben que los judíos fueron expulsados tras la conquista de Granada, muy poquitas sabrán que tres siglos antes habían sido deportados junto a los cristianos de Al-Ándalus. Todos sabemos que los cristianos exigieron a los judíos marcarse con un distintivo, pero pocos que los musulmanes lo habían hecho antes. Cualquiera puede evocar la quema de libros tras la conquista cristiana, pero no es vox populi que en el esplendoroso Al-Ándalus también se producían hechos similares, como la destrucción parcial que Almanzor causó, alentado por la ortodoxia islámica, de la gran
biblioteca de Al-Hakam II.

Cabe preguntarse por qué los libros de texto del colegio siguen transmitiendo un mito que cualquier estudiante de Historia de 2ª año puede desmontar con facilidad. Y digo esto precisamente porque una de mis primeras anécdotas universitarias es la de un profesor riéndose cuando le mencionaron el cacareado crisol de culturas andalusí, y emplazándonos a ir al departamento de Medieval a preguntar por el susodicho. Este mito se ha desmontado una y mil
veces en el ámbito universitario; y sin embargo, sigue transmitiéndose a nivel popular.

Es un mito que además está especialmente vivo en Andalucía, donde parece que interesa transmitir una imagen de Al-Ándalus como tierra de un esplendor bucólico y pacífico,siempre en confrontación con los arcaicos e intolerantes reinos cristianos. Por supuesto, encuadrando Al-Ándalus, de forma tradicional y absolutamente ignorante, en las fronteras de la comunidad. En Andalucía se hace un especial hincapié en reivindicar el pasado islámico de todo su territorio, olvidando a veces nuestras raíces godas, romanas o íberas, que también las tenemos. Es llamativo que en Granada -por poner un ejemplo que conozco bien- el esplendor del Museo de la Alhambra (Palacio de Carlos V), contraste con el olvido al que se ha sometido el Museo Arqueológico donde se conservan las piezas de épocas anteriores, y que lleva desde el año 2010 cerrado por unas presuntas obras sin que nadie haya
dado una sola explicación al respecto. Ambos dependen de la Junta de Andalucía, a la que aparentemente lo romano o lo íbero no le interesa tanto como lo andalusí.

También la Junta de Andalucía creó hace ya muchos años el proyecto El legado andalusí, con una loable labor de difusión. El problema es cuando observamos que El legado andalusí, en su misma página web, presenta la manida versión sesgada y falsa de Al-Ándalus. En la parte que dedican a la etapa almohade no hay una sola
referencia a la expulsión de judíos y cristianos de Al-Ándalus, ni a la represión sufrida por personalidades como Maimónides y Averroes –al que la Junta, irónicamente, homenajea dando su nombre a un portal educativo-.

Y así es como el mito de Al-Ándalus, que cualquier historiador puede desmontar, acaba convirtiéndose en materia de estudio y transmitido a la cultura popular. Así es como una interpretación incierta se acaba convirtiendo en canónica. Porque si algo hemos aprendido, es que cuando la política pone sus manos sobre la Historia, la verdad tiene poco que decir.
Añadir que los gerifaltes "árabes" eran rubios y pelirrojos. Hoy le llamaríamos racismo, pero eran más blancos que la leche, tirando a rosita. No hay que rebuscar mucho entre las imágenes medievales. Saltan a la vista.
 
Conmigo no muestres ese insoportable tufillo de superioridad intelectual que os caracteriza a la mayoria, que aquí quien más y quien menos tenemos nuestras lecturas. A ver si os creéis que quienes no comulgamos con vuestra España Imperial nos chupamos el dedo.
Listas.
Y a ver si le ponéis ya el acento al dichoso palabro.
¿Qué opinas sobre la política de repoblación peninsular durante la alta Edad Media?
 
Añadir que los gerifaltes "árabes" eran rubios y pelirrojos. Hoy le llamaríamos racismo, pero eran más blancos que la leche, tirando a rosita. No hay que rebuscar mucho entre las imágenes medievales. Saltan a la vista.
Si, asi era probablemente, aunque sobre todo en la epoca del imperio turco. Pero también en la Espana musulmana... no recuerdo ahora que madre de un famoso califa era asturiana, por ejemplo.
 
Añadir que los gerifaltes "árabes" eran rubios y pelirrojos. Hoy le llamaríamos racismo, pero eran más blancos que la leche, tirando a rosita. No hay que rebuscar mucho entre las imágenes medievales. Saltan a la vista.

Con lo que les gustaban a los árabes esas esclavas inglesas e irlandesas que traían los vikingos mercaderes, para más rechupete algunas eran monjas.
 
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