En corto. Relatos.

Cómo contar el «cuento de tu vida» como recurso para entenderte
«Érase tu vez» es una iniciativa de Juan Pedro Romera, experto en el arte de hablar en público que propone un viaje al fondo de la biografía de cada uno para crear una narrativa que aporte sentido a lo vivido
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SeguirRaquel Alcolea Díaz
Actualizado:23/04/2019 02:10h
0 Cuentos infantiles y canciones: cómo influyen en los niños

Los cuentos son herramientas, monumentos literarios creados por la humanidad para la transmisión de conocimiento. «Poseen la extraordinaria capacidad de entretener a la mente, siempre juzgante, para colar por la puerta de atrás, con el lenguaje de los símbolos, las enseñanzas que necesitamos para construir la vida», según explica Juan Pedro Romera, experto y formador en capacidades comunicativas, que acaba de crear la editorial «Espacio para Contar», y que ha trabajado con políticos, empresarios, opositores o conferenciantes a los que ha ayudado a encontrar la forma más eficaz de comunicar su mensaje o perder el miedo escénico que les paralizaba.

Su iniciativa «Érase tu vez» es un taller en el que cada persona realiza una inmersión en su biografía para convertirla en un relato con características míticas basado en el modelo de «El viaje del héroe» de Joseph Campbell.

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¿Por qué es necesario mirar al pasado? ¿Qué beneficios aporta?

Es importante y necesario mirar al pasado para sanar aquello que nos duele, eso que nos impide disfrutar de tanta belleza como hay a nuestro alrededor, desde la más pequeña circunstancia hasta la más generosa y espléndida. Estamos construidos por infinidad de situaciones y contextos cargados de mensajes de todo tipo, unos son buenos y nos hacen la vida más fácil y aceptable, otros nos marcan una hoja de ruta dolorosa que nos impide conocernos y aceptarnos en nuestra grandeza, la que cada ser humano tiene. La mirada al pasado puede poner luz donde hay oscuridad, certezas donde hay incertidumbre, alegría donde hay tristeza. Creo que estamos aquí para vivir la vida, sin más, como un niño o una niña que juegan por el inmenso placer de jugar y así crecen y aprenden. Vivir es un viaje de descubrimiento continuo.

¿Crees que cualquier persona es capaz de escribir el cuento de su vida?

Claro que sí. Cada persona ha vivido una vida y la puede contar, solo es necesario un pequeño ejercicio de recuerdo y concreción. Tenemos tantas cosas que decir que no cabrían en muchos volúmenes, pero nuestro subconsciente es muy hábil y usará aquellas que le aporten lo que necesita en ese momento. Puede que oculte en el olvido las más dolorosas, o puede que destaque algunas de las que no teníamos recuerdos. La situación marcará el destino de los recuerdos, pero tan importantes son las que callamos como las que contamos. En el taller nos interesan las que en ese momento has recordado, solo esas tienen los contenidos necesarios para trabajar en este momento de tu vida. Y eso lo puede hacer cualquier persona.

¿Qué resulta más difícil a quienes inician el viaje que propone «Érase tu vez»?

Lo más difícil suele ser enfrentarse a los recuerdos y escribir la biografía de una forma sucinta y ordenada. El «¿qué pongo y qué quito?» es el dilema al que todos se enfrentan. Además temen también al cuento en sí, dudan si podrán escribir un cuento si nunca han hecho algo semejante. Pero las dinámicas del taller quitan los miedos y afilan el lápiz para enfrentarse a lo que luego se rebela como sencillo y enriquecedor. Es normal que aparezca el juicio y la duda. «Yo no soy escritor ¿cómo voy a escribir un cuento?», dicen algunos. Sin embargo, la realidad es que escribir un cuento es tan sencillo como contar tu vida, ya que nuestra psique tiene estructura mítica y hace el trabajo por nosotros. Cuando contamos un recuerdo lo hacemos, de forma natural, como si fuera un cuento, así que el trabajo está casi hecho, solo tenemos que convertirlo en metáforas y símbolos, y eso también es sencillo, pues tras varias horas jugando con la simbología de los cuentos, las metáforas, la poesía y el arte, el lenguaje está preparado para afrontar el reto de escribir el cuento de nuestra vida.

¿Qué sucede si en algún momento del viaje el relato resulta doloroso?

Utilizar símbolos y metáforas hace que se establezca una distancia de seguridad entre el recuerdo doloroso y lo que se está escribiendo. El símbolo tiene la propiedad de hablar en un lenguaje que el subconsciente entiende y, de esta forma, se pueden contar las cosas más dolorosas sin que tengamos que revivirlas de nuevo, ni convertir el taller en una terapia dolorosa. El procedimiento en sí es terapéutico pero cuenta con esta protección que nos dan los mitos, las metáforas o la poesía para poder explicarnos sin dañarnos.

¿Qué pueden descubrir aquellos que elaboren el relato de su vida?

Pueden cerrar ciclos vitales, los que sean que estén viviendo y necesiten ser cerrados. Pero lo más importante es que descubran que su vida ha tenido sentido. Es importante que vean que han llegado hasta aquí gracias a todo lo que les ha ocurrido y que poner adjetivos de «bueno» o «malo» a lo vivido solo responde a una forma de contarnos el mundo, pero que en realidad podemos cambiar esa narrativa que daña y contarla desde la aceptación y el perdón, desde la mirada al presente y al momento que estamos viviendo, para así hacerlo sin juicio y con agradecimiento.
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La luz roja
Publicado por Montserrat Domínguez
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Fotografía: Ben (CC BY-NC-SA 2.0).
Al encenderse la luz roja, se apagaron los murmullos. El silencio en el estudio era total.

En el teleprompter no había nada escrito. Era un pozo negro, salvo un guion blanco que parpadeaba. Presionó el pedal bajo la mesa, y el guion se desvaneció. Pero seguía sin aparecer ningún texto.

Se aclaró la voz. Miró los papeles: la escaleta estaba borrosa, y parecía del día anterior. Ni una línea sobre el programa de hoy. Acarició el ratón del portátil que tenía a un lado: trató de introducir su clave pero no la recordaba bien. La palabra password temblaba cada vez que se equivocaba, y dejó de intentarlo. Miró a su alrededor, los cámaras estaban en la sombra y no consiguió identificar a nadie. Aparentemente, la regidora tampoco estaba.

Se llevó los dedos al pinganillo que llevaba incrustado en la oreja derecha. Normalmente, ese gesto era suficiente para llamar la atención del control, y en una fracción de segundo la voz cómplice del coordinador susurraba: «¿Qué quieres? ¿Metemos las colas ya? ¿Damos paso al vídeo? ¿Prefieres ir a publicidad?». Se necesitan horas de directo para comunicarse sin palabras desde el estudio, para interpretar correctamente un levísimo movimiento de ojos o de cabeza, pero al cabo del tiempo no resulta tan difícil. Solo que en esta ocasión no parecía haber nadie al otro lado. Sí escuchaba un pequeño zumbido en el oído, como cuando están a punto de gastarse las pilas.

Volvió a mirar los papeles, tratando de ganar tiempo. Empezó a sudar. Sudar en el estudio es mala señal: normalmente, cuando empieza el directo, el cuerpo y sus necesidades se evaporan. Ni tos, ni estornudos, ni gases, ni temblores, ni exudaciones, ni hambre, ni ganas de orinar. Le vino a la memoria esa vieja película —¿cómo se llamaba?—, sí, aquella en la que Holly Hunterera una productora de televisión que lloraba un rato todas las mañanas, aquella en la que Albert Brooks sustituye al presentador y no puede parar de sudar como un pollo en directo, y empapa la camisa y resulta desastroso.

De repente, fue consciente de que había un invitado de última hora. ¿Quién se lo dijo? Lo supo poco antes de entrar en directo, así que no tuvo tiempo de preparar la entrevista. No encontró a nadie del equipo que le explicara por qué precisamente ese entrevistado, o que le echara una mano para googlear cuatro datos apresurados. Pero era un peso pesado, recordó. No podía meter la pata, no podía no hacerle las preguntas obligadas. Tiraría de oficio, pero… ni siquiera recordaba ahora su cargo actual, solo que era un ex. Y que era inteligente. Y muy borde.

Pensó en las redes y sintió una punzada en el vientre. En unos minutos, sería el cachondeo nacional: #notienesniidea, #quévergüenza #jubílateya #dóndeestudiasteperiodismo #eresunfraude. Vio sus torpezas y sus tartamudeos dando tumbos por los programas de zapping, viralizándose en internet, carne de memes y montajes, a cada cual más ingenioso, más divertido, más cruel.

La habían dejado completamente sola.

Carraspeó de nuevo, buscó el vaso con agua para aclararse la voz. Tampoco había agua. Decidió improvisar como fuera, lo importante era arrancar. De repente, fue consciente de su error. No estaba en un estudio de televisión, sino en uno de radio. No había cámaras, solo micrófonos. Tampoco había nadie a su lado, pero sí distinguió público sentado al fondo, en silencio. El enorme ventanal del control —cosa rarísima— estaba empañado. ¿Estaba en directo? Sí, no, bueno, a punto, porque sonaban ya las señales horarias.

Pi, pi, pi pi, piiiii… Y, de nuevo, la luz roja.

Abrió la boca pero no consiguió articular ningún sonido.

El corazón se le salía del pecho. Esta vez había sido peor, más largo de lo habitual. La oscuridad era casi total y estaba empapada. Alcanzó el móvil: la pantalla azulada marcaba las 3:37. Todavía faltaba una hora larga para que sonara el despertador, pero supo que ya no volvería a dormirse. Qué más da: con una buena capa de maquillaje las ojeras no se notan.

https://www.jotdown.es/2019/04/la-luz-roja/
 
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Por ti.
Publicado por Guillem López.
Ilustración de Rubén Calles.

Начало

Todo iba bien hasta que te conocí. Recuerdo aquella partida: tú saliste en la línea cincuenta y cuatro; yo esperaba mi momento en la fila. El aire nos daba en la cara y justo delante de mí, una te amarilla se vino abajo y comenzó a sollozar cosas como que no iba a poder hacerlo y todo eso. La música se aceleraba y las fichas a mi espalda comenzaron a inquietarse. ¿Qué ocurre? Uno que se ha cagado. ¿Quién? ¿Qué pasa? La te amarilla temblaba hasta el último píxel. Se aferró al umbral de la escotilla sin dejar de repetir: voy a estropearlo todo. El comisario político lo apartó de un empujón y se lo llevó a rastras. Al pasar a mi lado se aferró a mi pierna, dando alaridos. Se montó una tangana enorme. Todos comenzaron a darle golpes y patadas. Él chillaba y suplicaba como un gorrino. Cuando conseguí liberarme corrí de regreso a la cola. Los gritos de la te amarilla ya no eran más que un débil gimoteo. Me asomé al exterior. La cúpula dorada deIván Vasílievich se recortaba contra el cielo azul brillante. Allá voy. Es mi turno. Debajo de mí, una amalgama de cuerpos encajados y restos esparcidos por todo el Kremlin. Cogí velocidad. Giré a un lado y caí sobre ti en mala postura. ¿Qué haces?, dijiste. No respondí. ¿Por qué no te has puesto ahí? Tenías hueco de sobra. Miré a mis pies y vi los tuyos y las piernas y también el resto, tendido, como posando en pleno campo de batalla para algún artista del desastre. Nos miramos un largo instante sin decir palabra. Ahí comenzó todo, supongo, aunque yo todavía no lo sabía.

Бoлтая

Hola. Tome asiento, por favor. ¿Zeta roja siete tres siete ocho?

Sí.

¿Qué tal te encuentras, camarada?

¿Yo? Bien.

¿Algo que destacar?

No. Todo bien.

Ya (tamborilea con los dedos sobre la mesa). Veamos… tengo aquí una incidencia del pasado martes.

¿Una incidencia?

Sí. Nivel cinco. Fila sesenta y dos. Caíste de pie sobre Ele verde cinco ocho tres tres.

No lo recuerdo. Puede ser.

Ya. Nivel cinco…

Ah, sí. Es verdad.

¿A qué crees que se debe, camarada?

A veces, esas cosas pasan.

Ya. ¿Has vuelto a ver a Ele verde cinco ocho tres tres?

No.

¿Estás seguro, camarada?

Hey. Un momento. ¿Qué está insinuando?

Nada. Solo es un control rutinario.

¿Un control de qué?

Tus estadísticas han empeorado de un tiempo a esta parte.

Soy una zeta roja…

Son bajas incluso para una zeta roja.

¿En serio?

Por supuesto. Vamos a tener que trabajar un poco esa actitud, Zeta roja siete tres siete ocho.

¿Qué actitud? ¿A qué se refiere?

Volvamos a Ele verde cinco ocho tres tres.

¿Qué ocurre?

Era un movimiento complicado. ¿Por qué lo intentaste? Y, sobre todo, ¿por qué fallaste? ¿Dirías que fue un fallo de concentración, de percepción, de planificación o un mal movimiento?

¡No lo sé! Estaba distraído. Solo fue una casualidad.

Concentración. Bien.

¿Bien por qué?

Es una manera de hablar, camarada. De todas formas, está bien que tenga pretensiones, que piense en mejorar y en llegar más alto.

¿Pretensiones? Yo no tengo pretensiones.

Su accidente con Ele verde cinco ocho tres tres es solo un tropezón. Tranquilo. La próxima vez, saldrá bien.

Fue sin querer. Yo no…

Ánimo, camarada. Saldrás de esta. Solo tienes que poner de tu parte y nosotros te ayudaremos.

Т

Me hicieron leer un tríptico titulado Encaje funcional y empatía. Textos sencillos y esquemáticos que ponderaban los secretos para una partida feliz y sobre la importancia de ponerse metas realizables. También algunos consejos prácticos sobre propiocepción y movilidad y una tabla de ejercicios para practicar en casa. Después dijeron: tómate el resto del día libre, camarada. No podía creer eso de que mis estadísticas eran inusualmente bajas. ¿Desde cuándo? Y ¿bajas comparadas con quién? Yo nunca había dedicado ni un minuto a pensar en nada de eso y ahora no podía sacármelo de la cabeza. Pasé a echar un trago en el bar de Rostov y encontré el apoyo de los habituales.

Pretensiones. Dijo que tengo pretensiones. ¡Y me felicitó!

Majaderos, masculló alguien.

Y ahora están todos obsesionados con eso. Me llaman a consulta dos veces al día. Me hacen pruebas de todo tipo: hipnosis, capacidad pulmonar, acupuntura…

Vaya tela.

Levanté mi copa, airado, pero la devolví a la barra antes de beber.

Y ¿quién carajo es esa Ele verde? ¿Por qué de repente es tan importante para todo el mundo? Soy una zeta roja, ¿sabéis lo difícil que es encajar una zeta roja y una ele verde?

Muy observador: eres una zeta roja, dijo Tres tres cero, en el fondo todos lo somos.

¿De qué estás hablando? ¿Todos somos zetas rojas? ¿Tú también?

Me miró con ojos etílicos y una mueca espantosa.

Yo el que más, balbuceó.

Tío, eres un palo azul, me burlé, no me vengas con esas.

Tres tres cero iba a encender un cigarrillo, pero se quedó pasmado, mirando la lumbre de la cerilla. Tenía el rostro alargado, surcado de arrugas y carnes flácidas. Finalmente, masculló: eso es lo que tú te crees.

Статистика

Palo azul tres tres cero era un negado. En sus tiempos había jodido tanto las estadísticas que decidieron empujarlo a la jubilación anticipada. Algunas de sus cagadas se habían convertido en leyenda. La verdad es que dudaba de la veracidad de todas aquellas anécdotas, pero me resistía a preguntarle directamente. Había otros tantos por allí: marginados, tipos que no encontraron un lugar mejor en que poner a descansar sus ángulos rectos. Yo disfrutaba de su compañía porque me hacían reír, compartíamos cinismo y carácter y también desprecio por los gerifaltes de todo aquel negocio que tenían montado a nuestra costa. Sin embargo, ¿qué era eso de que todos éramos zetas rojas? Vaya excusa burda. Perdedores natos que se justifican, eso es todo. En el fondo, yo no era como ellos.

Твоя

Me encontraba en la fila de salida cuando te vi. Estabas diez o doce puestos antes que yo en la cola. Podrías haber sido cualquier otra ele verde, pero te giraste mientras charlabas con otros y no quedó lugar a la duda. Eras tú.

¡Eh!, exclamé. El tipo frente a mí se sobresaltó. Era un cuadrado amarillo enorme y apenas me dejaba ver.

¿Qué pasa, tío?, dijo.

Lo ignoré y grité de nuevo, intentando llamar tu atención, dando saltitos: ¡Eh, tú!

Un par de zetas verdes se giraron.

¡No! ¡La ele verde!, expliqué con gestos.

La cola avanzaba y tú seguías charlando con quien fuera. No tenía mucho tiempo. Me abrí paso a empellones.

¡Eh!, insistí, ¡espera, tengo que hablar contigo! ¡Eh, tú!

La cola se abrió apenas, entre quejas y reproches: ¿qué estás haciendo, tovarich? ¡Oye! ¡No hay que ponerse así! ¡Espera tu turno!

Cuando alcancé la puerta ya habías saltado. El comisario político cruzó la porra en el umbral. Hubo un momento de silencio. Sentí los ojos de todos sobre mí. El oficial negó con la cabeza, los labios muy prietos, la nariz arrugada. No lo hagas, susurró alguien, pero ya era demasiado tarde. Empujé al comisario y salté al vacío.

La gravedad me echó una garra a las tripas. Líneas fluorescentes a mi alrededor que se deformaban y curvaban de forma caprichosa. Entrecerré los párpados y te busqué. Apenas acertaba a ver una amalgama de colores. Todo iba muy rápido. La música era una partitura enajenada que se repetía en bucle. Entonces te vi. Sí. Allá abajo. Pegué los brazos al cuerpo, tomé la forma de un proyectil fijo en su objetivo. Crucé de un lado a otro el cielo sobre Moscú, dejando tras de mí una estela ardiente. Giré con un tirabuzón y aterricé con los dos pies, manteniendo el equilibrio apenas. Miré alrededor. Jadeaba por el esfuerzo y pequeños destellos nublaban mi visión.

Pero ¿qué has hecho?, me interrogó la Te amarilla sobre la que había caído.

¿Qué?, pregunté, todavía confundido.

¡Idiota!, gritó un cuadrado antes de posarse en mi espalda.

Algunas otras quejas llegaron desde arriba, a medida que una retorcida y caótica torre de babel ocupaba el cielo.

¿Otra vez tú?

Al reconocer aquel tono de reproche, tan altivo y condescendiente, me volví hecho una furia. Estabas un par de puestos a mi izquierda, entre una zeta verde y un palo azul, perfectamente encajado y sonriente. Rugí de furia y todos los que estaban sobre mí se tambalearon y un tumulto quejoso estalló.

¡Todo es culpa tuya!, grité.

краснaя дзета

Eres una zeta roja. Solo eso, nada más. Una put* zeta roja. Hay cosas que no van a cambiar nunca, ¿sabes? Y más vale que no lo intentes, porque si lo haces, si luchas por ser otra cosa te vas a estrellar con todo el equipo. Quizá ellos intenten cambiarte. Quizá te digan que puedes hacerlo mejor, que puedes encajar y todo eso. Te darán un curso de formación y vales de descuento para el gimnasio. Te sugerirán un peinado nuevo y la manera de combinar los colores. Te dirán que hay un tesoro dentro de ti, que tienes un talento especial y que lo único que debes hacer es encontrarlo. ¿Sabes lo que quiero decir? Sí, claro que lo sabes. Porque ya lo han hecho, ¿verdad? Ya te han puesto en la lista negra, ¿eh? Has ido a un curso acelerado para vencer el miedo a hablar en público, has aprendido a bailar y a cocinar crepes. Y ¿de qué te ha servido? ¿Ya te has dado cuenta de que no eres especial ni único ni nada de eso? Bien. Ahora, lo que tienes que preguntarte es: ¿por qué quieren cambiarte? ¿Eh? ¿Por qué tienes que encontrar tu lugar en el mundo? Eres una put* zeta roja. ¿Lo entiendes? Todos somos una zeta roja por dentro y estamos solos en este negocio. Pero no se lo digas a nadie. Deja que la partida siga su curso.

Tres tres cero repensó lo que acababa de decir. Abrió la boca, como si fuese a continuar. El labio inferior le brillaba, húmedo. Sin embargo, calló y apuró su copa de un trago. Después se caló el sombrero, levantó el cuello del abrigo y salió al encuentro de la gélida noche rusa.

Ссылкa

Me arreglaron los papeles. Baja permanente revisable. Y ¿qué iba a hacer ahora? A mi edad y fuera del juego. No sé qué esperaban de mí. Acudía a rehabilitación tres veces a la semana. Nos hacían cantar y bailar y aullar salmos con los brazos en alto. Vuelta a la derecha. ¡Sonríe! Vuelta a la izquierda. ¡Ja, ja, ja! Después de cada sesión, acababa empapado en sudor, con calambres por todo el cuerpo. Fue muy duro. No sé si sirvió de algo, la verdad. Lo intenté. Juro que lo intenté y que incluso llegué a creer en toda aquella panoplia sobre la autoestima y que mis problemas y errores eran más un deseo oculto que otra cosa. Eres una zeta roja porque te ves como una zeta roja, dijeron. En realidad, todos sois formas etéreas de luz. Olvidaos de lo que veis. La realidad son vuestros sentimientos. Uníos en vuestros sentimientos.

Lo intenté y fallé. ¿Cómo iba a unirme en mis sentimientos si lo único que hacía era sentirme mal por no sentir otra cosa?

Утешение

Cuando nos encontramos, no me reconociste. Te dije hola y respondiste como si no fuese contigo. Hasta que levantaste la vista. Te llevó unos segundos caer en la cuenta. Yo aproveché para sonreír y dijiste: ¿Eres…? Sí, soy yo.

Supongo que en aquel momento pareció gracioso y nos reímos. Fuimos a tomar algo y hablamos de todo un poco hasta que te confesé que me habían dado la baja y tú te pusiste muy serio. Que cómo puede ser; que ya les vale; que tampoco es para tanto. Pues sí, te di la razón, pero así son las cosas. Miramos alrededor, tú a un lado y yo al otro, como si fuesen a espiarnos o algo peor. Y al volver al frente, me cogiste de la mano, sobre la mesa y dijiste: no te preocupes, todo saldrá bien.

Ложь

No salió bien. ¿Sabes por qué? Porque soy una zeta roja y nada va a cambiar eso. Lo que pasa es que al principio todo iba cuesta abajo. Tú te ibas a la partida y yo te esperaba en casa. Y cuando volvías follábamos en el sofá y en la cocina y luego cenábamos desnudos y veíamos la televisión solo para criticar, para sentirnos juntos en nuestra diferencia. Más tarde, tú te quedabas dormido y yo me acoplaba a tu lado y apoyaba la nariz en tu espalda y pensaba que no había nada mejor en el mundo, que había encontrado un lugar en el que ser feliz para siempre.

Расстояние

No me han dado el alta, dije y bufaste y diste una palmada y te pusiste a registrar el frigorífico.

¿Qué ocurre?

¿Tú qué crees que ocurre?

Lo dices como si fuese culpa mía.

Dejaste lo que estabas haciendo por perder el tiempo, por mantenerte ocupado, que es lo que hacías siempre que discutíamos, y cruzaste los brazos frente al pecho.

Algo tendrás que ver, ¿no?

Yo qué sé.

Ya estamos.

He hecho todo lo que me han pedido. ¡Todo! No me mires así. Sabes que es verdad. He asistido a rehabilitación, he ido al cursillo, incluso me apunté a un intensivo de teatro. ¿Qué más quieres?

Yo no quiero nada, amor. Pero algo tendrá que cambiar. No vas a estar así siempre.

¿Así cómo?

Así. En casa.

¿Y crees que yo no quiero volver a jugar? ¿Que me gusta esta vida?

No lo sé. Le preguntaré a tus amigos del bar.

Ah. Es eso. Vale.

Te pasas allí la mañana y vuelves a casa borracho. No te hagas el sorprendido, por favor. ¿Tengo razón o no?

Sí. Claro. Como siempre. Siempre tienes razón.

La distancia más corta entre nosotros, en aquel momento, era una línea recta larguísima, interminable.

Виновaт

«Nada podrá separarme de ti. NADA». Eso ponía en mi taza de desayuno. Había sido el obsequio de fin de curso de autoestima y asertividad. Un diploma y una taza. En la puerta de la nevera, coleccionaba frases motivacionales del estilo: ¿Cómo vas a cambiar el mundo, si no cambias tú? O: Descúbrete a ti mismo y descubrirás el universo. Esas cosas. Así que me esforcé por ser sociable y sonreír más, por mantener conversaciones sobre aficiones y series de televisión, por planchar mis camisetas y pulir mis ángulos rectos. Sería la mejor de las zetas rojas posibles. Salimos más con tus amigos y dejé de ir al bar. Fuimos al cine y también al teatro. Estuvimos de vacaciones en Leningrado.

¿Ves como no era tan difícil?

Todo es gracias a ti. Tú me has ayudado a cambiar. A ser mejor.

No digas eso. Ya eras mejor. Pero no lo sabías.

Ay, era como una película de cine clásico. Lo mismo. Por fin. Nos besamos en los jardines de Petergoff mientras sonaba Rajmáninov. Nunca olvidaré ese beso que, de alguna manera sentí que era el primero, como si todo lo anterior perteneciese a otra persona, otra zeta roja que no era yo sino alguien destinado a no estar cómodo en ninguna parte, a no ser más que una excusa difícil de encajar. Ah, sí, cambié por ti, porque te quería y quería un mundo a nuestra medida.

Y la cosa funcionó. En la revisión quincenal me dieron el alta y regresé a la partida. De vuelta a la cola. Cuánto tiempo, se te ve muy bien. Bueno, hago ejercicio y ya no bebo. ¡Eh, mirad quién ha vuelto! Qué buen aspecto, si pareces una ele verde. Será el yoga. O la dieta. Y cuando te sueltan los halagos así, a discreción, pues alguno te alcanza y te vas hinchando, sacas pecho, te vienes arriba y cuando llegué a la plataforma de salto el comisario político se llevó la mano a la visera de la gorra y me guiñó un ojo. Con los pies en el borde, el aire sacudiendo mi flequillo, el cielo azul eléctrico a mi espalda, di media vuelta y dije: es posible cambiar; es posible ser mejor. Casi me saltan las lágrimas. Las fichas me miraron con admiración y comenzaron a aplaudir. ¡A mí! ¡Me aplaudían a mí! La luz se encendió y salté al vacío con una pirueta y los brazos desplegados como las alas de un Ícaro carmesí. Otra vez el viento en la cara, la velocidad de la caída, la música digital a todo volumen. Y te vi allá abajo, con el resto, en ese mandala coloreado, esperando mi llegada para reunirnos en un éxtasis místico: mi yo perfecto y tu yo perfecto, unidos para siempre en el infinito universal. Para siempre.

Pero a medida que me acercaba, distinguí los detalles, el encaje perfecto de tus ángulos con un cuadrado amarillo y una zeta verde acoplada a tu espalda, susurrando bromas que te hacían reír. Di la vuelta a un lado y me desplacé a la derecha. No es fácil encajar así y a ti se te daba tan bien. Lo hacías con total naturalidad. Un giro más. Corregí mi posición. El cuadrado amarillo te avisó de mi llegada y tú miraste con aires distraídos. Te tocó en el hombro y tú entrecerraste los párpados un poco, casi nada, como si te asegurases de que era yo quien llegaba y no otra zeta roja cualquiera. Qué bien se te daba. Como si nada, entre todos aquellos colores, en tu lugar.

Un golpetazo seco me detuvo. Me quedé enganchado de una ele azul que asomaba sus ángulos sin cuidado alguno. Pero ¿qué haces, idiota?, me increpó. Yo no pude más que balbucear. Miré abajo y no encontré tus ojos porque todos reían o me abucheaban y tú te sonrojabas y te cubrías el rostro con las manos desnudas.

¡Es culpa tuya!, grité.

Este texto forma parte de La Décima Musa, un volumen que reúne a veinticinco cineastas, literatos, periodistas, guionistas de tebeo y diseñadores de videojuegos para transformar sus obras favoritas del décimo arte en relatos ilustrados.
https://www.jotdown.es/2019/05/por-ti/
 
Céntrico, dos habitaciones, fenómenos paranormales


Solo querían pasar un fin de semana haciendo turismo con alojamiento barato, y aquel parecía un piso como tantos

Decimoctava edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
11/05/2019 - 20:49h
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Céntrico, dos habitaciones, fenómenos paranormales RIKI BLANCO

"Apartamento céntrico, bien comunicado, dos habitaciones, fenómenos paranormales nocturnos. No se admiten mascotas."

Si lo hubiesen anunciado así, no lo habrían cogido. Para el puente de mayo, Nati y Ernesto no buscaban más emociones que visitar un par de museos, comer en el mercado gourmet, pasear por la zona de tiendas, y por supuesto ir al parque de atracciones, que era la sorpresa para Pablo, su regalo de cumpleaños adelantado y la excusa para aquel viaje.

Tras revisar decenas de ofertas en la plataforma, eligieron aquel piso no solo por las fotos o la buena situación: sobre todo, porque era de un particular, de una familia que ofrecía su vivienda para fines de semana y vacaciones mientras estaban fuera. Una familia como ellos. Ciento veinte euros por noche.

-Solo cogemos un piso si es de un particular –repetía Ernesto, orgulloso-; no queremos nada con empresas o grandes propietarios, que son los que de verdad se están cargando las ciudades.

Aquel piso era de una familia como ellos. En el intercambio de mensajes les dijeron que estaba disponible porque también ellos se iban a pasar el puente fuera. Las llaves podían pedírselas al portero, y cuando se marchasen el domingo, las dejarían en el buzón.

Nada más entrar en el piso comprobaron que, en efecto, era un lugar habitado, un hogar de verdad, no un apartamento turístico fríamente decorado. Había ropa en los armarios, objetos personales en los cajones, frascos usados en el baño, la nevera empapelada con dibujos infantiles e imanes de recuerdo de viajes, marcos con fotos de la familia por toda la casa.

-Mira, Pablo, la niña de la casa parece de tu edad –dijo Nati, señalando un retrato en una estantería al fondo del pasillo.

Sin siquiera abrir la maleta se fueron a pasear.

-Cómo está todo de turistas –se quejó Ernesto.

-Nosotros también somos turistas –le recordó Nati.

-Y todo franquicias, fíjate –insistió él-, y gente arrastrando troleys. Gentrificación pura y dura.

Cenaron unos kebabs en un establecimiento que conservaba el nombre, los azulejos y los carteles taurinos de un bar anterior. Pablo estaba muy cansado, su padre lo subió a hombros y volvieron a casa.

-Mira –dijo Nati desde la calle, señalando al tercer piso-. Nos hemos dejado una luz encendida.

No solo la luz –de la cocina-: al entrar escucharon que también estaba conectada la radio de la cocina.

-Yo no la toqué –protestó el niño, acusado de haber toqueteado los botones hasta dejarla programada para encenderse a alguna hora.

-Menos mal que no ha saltado en medio de la noche, nos morimos del susto.

Al final del pasillo, Nati encontró que la foto de la niña se había caído desde la estantería. Era un marco de plástico y sin cristal, nada que romperse. La volvió a dejar en su sitio, curioseó los libros, fue a coger uno y descubrió que eran de mentira, de cartón hueco. Todos los libros que llenaban las ocho baldas de la estantería eran trampantojos.

-Qué cutre es la gente –murmuró.

Fue también Nati quien, un par de horas después, se despertó al oír un llanto. Pensó que era Pablo con alguna pesadilla. Dejó de oírlo, pero fue a ver si estaba bien. Dormía tranquilo, y al entrar a taparlo escuchó otra vez el llanto, a su espalda. No venía del dormitorio, no era Ernesto, sino del fondo del piso, pero cuando se acercó dejó de oírlo. Paredes de papel, pensó, el niño de los vecinos.

Lo siguiente no fue un llanto: un fuerte grito, el que los despertó a las cuatro de la madrugada. Esta vez sí era Pablo, que los llamaba angustiado: "¡Mamá, mamá, papá, socorro!" Adormilados y desubicados, fueron a la cocina antes de encender la luz y localizar el dormitorio infantil. Pablo estaba muy alterado, se abrazó con fuerza a su madre:

-¡Venía a por mí, mamá, venía a por mí!

-¿Qué dices, hijo?

Consiguieron que se tranquilizase, y entre hipidos les dijo que se había despertado al oír un ruido. Abrió los ojos y, en la penumbra, distinguió una figura en la puerta, recortada contra la poca claridad que dejaba el balcón del salón cercano.

-Era bajita y con el pelo largo, como una bruja, y me estaba mirando –explicó a sus padres, que intentaron convencerlo de que había tenido una pesadilla, culpa de las series que veía en la tele. Lo metieron con ellos en la cama, y por fin se durmió.

Fue Ernesto quien, al levantarse por la mañana, encontró la foto de la niña otra vez en el suelo, a los pies de la estantería, al fondo del pasillo. La recolocó sin darle importancia.

Pablo parecía olvidado del episodio nocturno, y se animó cuando le contaron que pasarían el día en el parque de atracciones, su regalo de cumpleaños anticipado.

-Te puedes montar en todo, menos en la casa del terror.

Regresaron ya de noche, cansados y divertidos. Al llegar al portal, fue otra vez Nati quien señaló hacia arriba, a la ventana:

-¡Hay alguien!

Ernesto levantó la mirada, pero no vio a nadie, el interior en penumbra.

-Te juro que he visto a alguien asomado a la ventana.

-Sería en otro piso, cariño –susurró Ernesto, y guiñó un ojo para que su mujer bajase la voz, iba a asustar al niño.

-Era en la nuestra.

-Habrá sido un reflejo. ¿Lo ves, no hay nadie? –dijo al abrir la puerta. Pero Nati le pidió que revisase el piso, cosa que hizo exagerando la comicidad de la situación, preguntando "cucú, ¿hay alguien aquí?" al asomarse bajo las camas, abrir armarios o descorrer la cortina de la ducha.

-Otra vez se ha caído la foto –anunció Nati, al fondo del pasillo.

Pablo no quiso acostarse solo, lo admitieron en la cama de matrimonio. El niño y la madre se durmieron pronto, Ernesto quedó desvelado, escuchando los habituales ruidos de toda vivienda: el motor de la nevera, crujidos de muebles, cañerías, iba identificando cada sonido, hasta que oyó uno similar a la caída de una pieza metálica al suelo, un relampagueo como de platillos de batería. Se levantó y miró en la cocina, pero nada. En silencio revisó otra vez los armarios y bajo las camas.

Le costó dormir, y en la duermevela no distinguía el sueño de la vigilia, le parecía escuchar una voz que en susurros decía "ven… ven… ven ya…", pero abría los ojos y no oía nada, hasta que un ruido le espabiló del todo. Se levantó, ahora sí asustado. Encendió el pasillo, y comprobó que la foto de la niña había caído otra vez, junto a una pequeña rana de cerámica, destrozada del golpe. A su espalda se acercó Nati.

-¿Cómo te lo explicas? –preguntó, y él no supo que contestar.

Por la mañana, mientras Pablo aún dormía, bromearon sobre poltergeist, fantasmas, películas de miedo. "Apartamento céntrico, bien comunicado, dos habitaciones, fenómenos paranormales nocturnos. No se admiten mascotas", dijo Ernesto. "Seguro que le suben el precio, hay mucho friki que estaría encantado de pasar una noche de miedo", rió Nati. Decidieron que aquello era una anécdota a sumar a la larga lista de pequeños incidentes en los años que llevaban alojándose en pisos de media Europa: una invasión de cucarachas, vecinos que follaban escandalosamente, un escape de agua, y ahora también fenómenos paranormales.

Echaron la mañana del sábado en un rastrillo de artistas, comieron en un viejo mercado lleno ahora de bares sofisticados, recorrieron la zona monumental en un autobús descubierto, y regresaron al atardecer. Los dos levantaron la vista nada más girar la esquina, y allí estaba: una figura en la ventana, quieta, rígida, que dos segundos después desapareció.

Nati sugirió llamar a la policía, pero Ernesto abrió el portal y subió veloz los tres pisos por la escalera, tardó unos segundos en acertar con la cerradura, y al abrir escuchó un golpe seco. No le sorprendió encontrar en el suelo la foto, junto a los restos de la rana que habían dejado en la estantería.

Metieron a toda prisa la ropa en la maleta, se dejaron atrás el neceser y unas gafas de sol, salieron dando un portazo.

El piso quedó en silencio.

Y entonces, al fondo del pasillo, se movió la estantería: se deslizó suave, acompañando el abrirse de una puerta a la que estaba atornillada.

Tras la estantería, tras la puerta que ocultaba, apareció una habitación, un tercer dormitorio del piso, con una cama, una mesita con un ordenador, botellas de agua, una nevera de camping. Salió un hombre, seguido por una mujer, sus rostros repetidos en varias fotos que adornaban el salón. Salió también una niña, la niña, que corrió al salón a encender la tele.

-La hemos cagado, joder –protestó él-. Mira que te he dicho veces que no te asomes a la ventana.

-¿Y cómo quieres que vea cuándo vuelven? –preguntó ella.

-Tenía que acabar pasando. Si no te pillan en la ventana, te podían haber pillado igual por la noche. ¿No podéis mear en el orinal?

-A la niña no le sale en el orinal, se le corta. Y luego se mea en la cama.

-Pues como estos escriban algo en la plataforma se jodió el invento, no lo volvemos a alquilar, y ya me dirás tú qué hacemos para seguir pagando el piso.

-Al contrario. ¿No oíste lo que dijo ella? Seguro que se nos llena de frikis que buscan emociones fuertes. Me veo haciendo ruiditos por la noche para darles gusto.

https://www.eldiario.es/letrapequeñ...iones-fenomenos-paranormales_6_898070186.html
 
No todo va a ser trabajar


En esta empresa cumplimos siempre el horario, todos se van a casa al terminar la jornada, ni un minuto más. Una ficción sobre horas extra, tiempo de trabajo y tiempo de vida

Decimonovena edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
18/05/2019 - 20:33h
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No todo va a ser trabajar RIKI BLANCO

A las cinco menos cuarto viene Manu, suelta una carpeta sobre mi mesa, gira la silla para sentarse al revés como quien cabalga, y me dice:

-Lo he pensado mejor y quiero que te ocupes tú. Se lo iba a encargar a Eduardo, pero lo vas a hacer tú, ¿vale?

-Preferiría no hacerlo –respondo.

Y él me guiña un ojo y hace el gesto del pistolero que dispara. Así le gusta que le respondamos, siempre con el mismo chiste. El que llega nuevo a la empresa lo aprende pronto, los veteranos se lo contamos el primer día: "Cuando el jefe te pida algo, respóndele 'preferiría no hacerlo', es como una broma interna, por no sé qué personaje literario que le gusta. Ah, y no lo llames jefe, ni Hernández, ni siquiera Manuel, sino Manu".

Así que le sigo la broma, me llevo la mano al corazón por su disparo que me ha alcanzado, el paripé de siempre que ya no me divierte pero tampoco me molesta, y siempre es preferible el jefe buenrollista al jefe cabrón. Hacemos el paripé, y luego le pregunto que para cuándo lo necesita, y el jefe, es decir, Manu, me dice que corre prisa, mucha:

-Es para ayer. Si me lo tienes mañana a última hora te como la boca. O mejor, te doy un día libre.

Después mira el reloj, y se adelanta a mi resoplido:

-No te estoy pidiendo que te quedes. Lo puedes hacer mañana.

-Me quedaré un rato, estoy bien –asumo.

-Tú mismo. Mañana sales antes, o entras más tarde otro día, lo que te vaya mejor para compensar. Ya sabes cómo trabajamos aquí.

A las cinco en punto se oye el arrastrar de sillas, el frufrú de chaquetas y sudaderas, los reiterados adiós y hasta mañana, los emplazamientos a una cerveza en el bar de siempre. En pocos minutos me quedo solo. En eso tiene razón Manu, así trabajamos aquí. Ya en la entrevista te lo avisa: "tu contrato dice cuarenta horas semanales, y no tienes que echar ni un minuto más. Ni uno. Yo no quiero sillas calientes y culos cuadrados, no quiero compromiso presencial sino compromiso de resultados."

Cuando empecé a trabajar, como todavía no pillaba al jefe y no estaba seguro de si era de verdad buenrollista o solo un cabrón disfrazado de buenrollista, alguna tarde me quedaba terminando un presupuesto después de la hora, y era Manu el que venía, me apagaba el ordenador sin preguntar y me echaba de malas maneras, o lo que me parecían malas maneras y que en realidad era parte de su broma interminable:

-A la calle, chaval. Pero ya. A la put* calle. No quiero verte más. O te largas, o te largo. Vamos, vamos, vamos –y me iba empujando hasta la puerta.

Qué diferente a la empresa de la que yo venía. Allí competíamos entre nosotros por ver quién aguantaba más en su sitio una vez cumplida la jornada, quien era el valiente que daba el paso de salir primero, permitiendo así que los demás nos marchásemos después. Aquel jefe, al que hablábamos de usted mientras nos tuteaba, te daba una llave cuando llevabas un mes, como muestra de confianza: "toma, por si un día sales el último o llegas el primero, o si un sábado tienes que venir, que a veces pasa". Y vaya si pasaba. El sofá de recepción estaba raído.

A las seis y media Elena me dice que no puede recoger a Nico del conservatorio, tiene exámenes por corregir, así que coloco todo en la nube y salgo corriendo. Los veinticinco minutos de metro, con el portátil sobre las piernas, son todo lo que necesito para rematar el fichero, y mañana empezar el día con esa parte resuelta. Pero me atasco, no suelo usar este programa, no tengo claro el formato, así que escribo un mensaje a Eduardo, a ver si me echa una mano. Se cachondea de mí un rato cuando se entera de que me ha tocado el marrón que iba destinado a él, pero me resuelve la duda y me pasa un enlace a un tutorial. Cuando el vídeo termina, me doy cuenta de que me he pasado de parada. Subo a saltos las escaleras mecánicas, gano la calle, corro cinco manzanas y Nico está esperándome en la puerta.

Paseamos hacia casa, Nico me cuenta lo que le pasó hoy en el patio, y Eduardo se ha equivocado, ahora entiendo que no me vale su solución, me voy a complicar más de la cuenta si le hago caso, con razón Manu no se lo encargó a él, hago una búsqueda con el móvil en un foro de usuarios del mismo programa, parece que no soy el único que no se aclara con el formato, hay muchas preguntas similares y ninguna respuesta convincente, quizás el problema es el programa mismo, un usuario recomienda otra aplicación que no me suena pero la apunto, estiro el brazo hacia atrás con la mano abierta pero nadie la agarra. ¿Y Nico? A mi espalda, la calle con ningún niño hasta donde alcanza la vista, como en una pesadilla de padre. Pero apenas empiezo a correr de vuelta lo distingo con la cara pegada a un escaparate, siempre ha sido el típico niño que se detiene sin avisar, es largo el historial de sustos.

Reprimenda y ya no lo suelto hasta casa. Lo raro es que no pase más veces, joder. El tipo aquel que se dejó al niño en el coche y se pasó el día convencido de que lo había dejado en la guardería, hasta que encontraron el cadáver, qué escalofrío nos recorrió a tantos padres que de vez en cuando nos pasamos la parada del metro, soltamos la mano, dejamos de mirar por el retrovisor, atendemos una llamada o repasamos mentalmente la tarea pendiente que ya nunca terminarás si al final del día encuentran el cadáver de tu hijo.

-¿Sí o no, papá?

-¿Qué? Perdona, Nico, no me he enterado…

Elena sigue corrigiendo exámenes, Nico ve un rato los dibus, y yo aprovecho mientras preparo la cena para ojear el manual de esa otra aplicación que recomendaban en el foro, a ver si me sirve. Pregunto a Eduardo, por si la conoce, me pide que le explique bien cuál es mi problema, le mando un par de pantallazos y entre los dos acabamos encontrando la manera de ajustar el formato sin que dé error. Buen compañero, Eduardo.

Y aun así, durante la cena vuelvo a dudar. La solución de Eduardo me resuelve solo una parte, la más sencilla, y qué pasa cuando tengamos que meter otra variable. ¿Se volverá a joder el formato? Quizás no sea mala idea probar otra aplicación, no sea que haga el trabajo entero y en el último momento me vuelva a pasar lo mismo.

-Perdonadme un segundo –me levanto de la mesa, Elena está riñendo a Nico por no sé qué hizo en el baño, voy al ordenador, abro un archivo cualquiera y me voy directo al final, lo mejor es probarlo y salir de dudas. Relleno un par de campos, selecciono todo, cambio formato y ahí está, lo que pensaba. No funciona. No son horas para llamar a Eduardo, pero le mando un mensaje que me responde en seguida. Le digo que haga él la misma operación en su ordenador, y que vea lo que pasa. Me da la razón.

Elena se duerme nada más meterse en la cama, no es disciplina sino agotamiento. Yo echo un último vistazo al foro de usuarios, sin encontrar nada que me sirva. Mala idea usar el móvil en la cama, el desvelo está garantizado, recomiendan alejarse de todo chisme al menos dos horas antes de acostarse, no sé qué historia sobre la melatonina y la luz de las pantallas. Insomnio tecnológico, lo llaman. "Vamping", leí en algún lado.

Mejor levantarse que seguir dando vueltas en la cama, huir del bucle insomne. No necesito abrir el ordenador, me vale con un papel y un bolígrafo para dibujar lo que buscamos. Diagramas, flechas. Hay que tener en cuenta todos los departamentos de la empresa, pero podríamos agruparlos en un mismo registro. Claro. En realidad me he estado complicando demasiado, hay que simplificar. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Manu no me ha pedido ninguna catedral, le vale con cuatro paredes y un techo. Funcional, rápido, sencillo, barato: un sistema que no haya que estar revisando cada vez que algo cambie. Una herramienta que pueda manejar cualquiera. Hasta un crío. Hasta Manu. Ahí está, joder, lo tenía delante de mis narices, idiota, idiota, idiota. Abro el ordenador, solo será un momento, no daré tiempo a la melatonina esa. Hago un archivo de prueba, con solo cuatro, cinco campos, y entonces sí. Bingo. Lo tenemos.

Al amanecer recorto la carrera diaria a solo treinta minutos de trote tranquilo, mi cuerpo echa en falta las horas restadas al sueño, pero esos cinco kilómetros son perfectos para espabilarme, y hasta para componer mentalmente lo que dentro de un rato continuaré en el ordenador. Tan productiva se muestra de repente mi inteligencia que hasta lamento correr sin teléfono, no poder apuntar nada o grabar una nota de voz. Al entrar en casa busco deprisa el móvil y lo anoto todo, lo pensado mientras corría y nuevas ideas que son arrastradas por aquellas, como cerezas engarzadas.

Cuando un obstáculo desaparece, todo fluye fácil, despejado. La energía que ya no tengo que emplear en resolver la dificultad de ayer, hoy me permite ver con claridad los siguientes pasos. En el metro abro el portátil sobre las piernas, y así cuando llego a la oficina tengo la mitad del trabajo hecho. La perspectiva de una mañana rápida, incluso poder salir más temprano para compensar la hora y media extra de ayer, me pone de buen humor.

Antes de la pausa de comer, toco a la puerta de Manu, que desde su mesa me hace otro de sus guiños habituales:

-¿Contraseña, soldado?

-Perdón –digo, y tamborileo en la puerta la serie de toques largos y cortos que él acepta como contraseña.

-Has hecho un gran trabajo –me reconoce media hora después, cuando termino de mostrárselo.

-Gracias, jefe.

-¿Cómo me has llamado, miserable? –y ahora soy yo el que desenfundo antes y disparo. Cuando concluye su teatralización de la muerte por balazo, sigue hablando:

-De verdad, has hecho muy buen trabajo. Una pena hacerte perder el tiempo así, malgastar tu tiempo y tu talento, porque esto es trabajar para nada. Ya me dirás tú qué falta nos hace a nosotros un sistema así. Como si necesitásemos registrar las horas trabajadas. Como si aquí no cumpliésemos siempre el horario. Como si no os fueseis todos a casa a vuestra hora. Pero la ley obliga. Y ojo, que soy el primero que celebro que el gobierno haya metido mano por fin en ese tema. Millones de horas extra que no se pagan. Tantas empresas que abusan, que exprimen a sus trabajadores con horarios infernales. Y la gente tiene que vivir, joder, no todo va a ser trabajar. ¿Verdad?

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/va-trabajar_6_900519949.html
 
Típica historia Guinardó
Ese barrio en el que siempre todo podría estar mejor
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Jaume Collboni fijó la entrevista en el bar Barlito, en el barrio del Guinardó, donde compraba las chuches camino de la escuela (Pedro Madueño)
CARLOS ZANÓN, BARCELONA
23/05/2019 08:19
Actualizado a 23/05/2019 08:26

El Guinardó es ese barrio en el que siempre todo podría estar mejor. Los bocatas en el bar Barlito podrían estar mejor. El café, la iluminación, nosotros podíamos ser mejores, pero en el Guinardó uno se acostumbra a aceptar eso: que podríamos ser mejores, pero sin dramas. En el televisor del Barlito, Frank ha encontrado un murciélago en Borneo y Nino Bravo canta América en el estéreo. Guinardó cuántico. Nadie nos ubica muy bien a los aborígenes de este barrio pero mire usted, dos posibles nuevos alcaldes, Colau y Collboni –sí, también ellos podían ser mejores–, son de los nuestros. En el Guinardó no solemos presumir de cosas así, pero tampoco tememos desmejoras.

Somos este barrio que no, no es el de Marsé (que alguna esquina rozó en su ronda, pero ya), sino esas calles con hospital modernista entre Gràcia y Horta, dos barrios –ellos sí– con rasgos raciales, gafas de pasta y tiendas de zapatos. Nosotros podríamos pasar por cualquier tipo corriente, por uno del Congrés, quizás uno de la calle Vilamarí. Los del Guinardó no somos ni guapos ni feos, somos prácticos. Nos significamos como el operario que te arregla el interfono, los que vemos el fútbol fumando fuera del bar, los del pub sin clientes, los que llevamos el coche a un mecánico que habla un catalán precristiano y los del Martinenc. Eso y cuestas y más cuestas y la plaza Castellana y la plaza Catalana y uniéndolas la Virgen de Montserrat y Padre Alegre, y es que los del Guinardó tenemos nuestro sentido del chiste, pero también podría ser mejor.

Ha elegido Jaume Collboniel Barlito porque también está en medio, en esta ocasión entre su colegio de adolescencia y la emblemática tienda de chuches

Ha elegido Jaume Collboni el Barlito porque también está en medio, en esta ocasión entre su colegio de adolescencia y la emblemática tienda de chuches. Es el tercer candidato que se postula y se siente alcalde en este último tramo de campaña. Llega puntual a este local homologable a cien otros en el barrio: mesas color crema que siempre andan pidiendo un Cacaolat derramándose y bayeta al rescate. Este tipo de locales –no me pregunten por qué– es el preferido por los jóvenes del Guinardó para que nos rompan el corazón. Y es que no tenemos muchos escenarios para la épica wertheriana y nos percatamos de la fiesta del barrio con los petardos del último día. Podíamos no existir, pero existimos rodeados y sin turistas.

Como buen vecino del Guinardó, Collboni sabe, por tanto, de asedios, ninguneos y de estar en medio sin ser vistos. No te encorajará antes de la batalla de Agincourt, pero tampoco te va a vender una multipropiedad en Sildavia. Su café con leche en vaso de cristal se enfría durante la charla, pero acabará tomándoselo. Es costumbre de estos lares utilizar las cosas para lo que sirven, y una ciudad es una ciudad, y un altavoz, un altavoz. Adaptación al medio, resistencia y llamadas de teléfono: quédate, soy poca cosa, pero estaremos bien. Típica historia Guinardó.

https://www.lavanguardia.com/local/...collboni-elecciones-municipale-barcelona.html
 
Despedida con una bandeja para cubitos de hielo y dos velas a medio quemar

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JOHN WILLIAM WILKINSON
26/05/2019 00:10 Actualizado a 26/05/2019 03:52

Este artículo pertenece a la serie de ficción Especies Urbanas, cuyo autor es John William Wilkinson y que se publica los domingos en la página web de La Vanguardia.

Sabía perfectamente Laura Avellà i Tost que es desaconsejable hacer mudanzas en tiempos de tribulación, pero de todos modos fueron decisivas a la hora de que aceptara una oferta de trabajo de investigadora en Austin, Texas, las autoinfligidas tribulaciones que hace más de un lustro desgastan, dividen y empobrecen su país sin que haya habido solución alguna a la vista. Claro que también ayudó su falta de compromisos sentimentales o el hecho de que sus padres le animaran a aprovechar esta oportunidad de oro.

Vivía Laura desde hacía seis años en Rubí, tiempo más que suficiente para que fuera llenado con todo tipo de trastos hasta el último rincón su adosado alquilado de tres plantas. Se trataba mayormente de cachivaches carentes de valor, pero que iba acumulando de forma casi compulsiva. Lo malo era que sólo disponía de un mes para vaciar la casa antes de su marcha a Austin con lo puesto y cuanto le cupiera en dos maletas.

Sabía perfectamente Laura Avellà i Tost que es desaconsejable hacer mudanzas en tiempos de tribulación

Colgó en Wallapop fotos de cuanto quería vender -o sea, todo-, ya que precisamente fue esta app la que le permitió llenar la casa de la quincalla de la que ahora quería desembarazarse a toda prisa. Vendió sin problema y a buen precio un precioso secrétaire de diseño danés y la mesa y las sillas del comedor. Mas resultó harto complicado y agotador deshacerse de los cuadros, algunos de ellos de pintores conocidos; tampoco hubo suerte con los otros muebles, las vajillas (tres) o la ropa de cama y mantelería, de la que tenía un montón. Se vio obligada a vender a precio de saldo una cinta de correr, una bicicleta de montaña, un juego de pesas y un saco de boxeo.

Un día, un sábado por la tarde, justo cuando pensaba que a nadie le iba a interesar el resto, se presentó un matrimonio chino de mediana edad. Éstos recorrieron varias veces la casa de arriba abajo en silencio, y cada vez que pasaba por el comedor depositaban donde antes había la mesa y las sillas los objetos que se querían llevar, que al final eran unas cuantos.

Finalmente les dijo que sí, que le pagaran y se llevasen ya de una puñetera vez todo ese ridículo montículo de deshechos

A la hora de la verdad se negaron a discutir el precio de cada cosa, limitándose a ofrecerle a la cada vez más desesperada Laura una cantidad irrisoria por el lote. Finalmente les dijo que sí, que le pagaran y se llevasen ya de una puñetera vez todo ese ridículo montículo de deshechos. Además, esperaba en cualquier momento otra visita: ésta de un hombre -resultó ser un corpulento motero lleno de tatuajes- que venía a posta de Manresa, sólo para comprarle por el módico precio de dos euros nada menos que una bandeja de hielo usada que no tenía absolutamente nada de particular.

El último día, se paseó Laura por la casa vacía. Pero antes de salir por la puerta rumbo a una vida nueva bien lejos de tantas tribulaciones, se detuvo pensativa ante lo único que nadie le quiso comprar: un par de velas a medio quemar -una, púrpura; la otra, color hueso- que alguien le había regalado durante la fiesta la noche que se mudó a esta casa y que nunca más volvió a encender.
https://www.lavanguardia.com/cultur...itos-de-hielo-y-dos-velas-a-medio-quemar.html
 
El cemento y la mirada

Quien no entiende una mirada no entiende una larga explicación
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Drogadicto en las ruinas de la Casa de la Ciencia y la Cultura que los soviéticos construyeron en Kabul en 1982 (Guillermo Cervera)

PLÀCID GARCIA-PLANAS, BARCELONA
22/06/2019 06:00
Actualizado a 22/06/2019 06:33


“Voy a fotografiar yonquis. ¿Te vienes?”, dijo Guillermo.

Me daba pereza. Estaba cansado de toda una noche de avión. Pero me dejé arrastrar y me llevó a una especie de Palacio del Pueblo. Más bien el Palacio de las Corrientes de Aire: el viento entraba y salía por los grandes boquetes que las guerras habían abierto en las paredes de cemento.

Era una mole angular del mejor diseño soviético, reventada por los proyectiles y habitada por seres que fumaban y se inyectabanpapaver somniferum.

Eran los restos de un profundo intento: sustituir a Dios por la Materia en versión Lenin. Los restos de la Casa de la Ciencia y la Cultura que los soviéticos construyeron en Kabul en 1982, en plena ocupación. Afganas con frutas y afganos en guardia, todos felices y dibujados en mármoles de diferentes tonalidades incrustados en las paredes. Con piscina, dos auditorios, bar subterráneo. Diseño y devastación. Los restos de una moderna, hermosa e impuesta estructura de cemento.

Era el sueño afgano del Politburó invadido por la adicción y finalmente esnifado: quien no entiende una mirada no entiende una larga explicación.

Las excavadoras derribaron hace seis años las ruinas del palacio y, en el mismo lugar, Moscú acaba de inaugurar un discreto centro cultural sin épica ni estética: exponen una pintura kitsch de Putin y Trump dándose la mano, profilácticamente, y eso evidencia los deliciosos microbios que hemos perdido desde el morreo que se pegaron Honecker y Brezhnev. Cultura sin vodka en un bar subterráneo.

El cemento arquitectónico socialista más incorporado a mi vida ha sido el yugoslavo. Tan incorporado que en una de esas estructuras es donde más cerca he estado de la muerte. Habría sido una muerte brutalista, como se conoce este tipo de arquitectura, brutalmente hermosa en Yugoslavia: sin el rigor de los planes quinquenales ni los antojos del libre mercado, los arquitectos yugoslavos gozaban de la fuerza del Estado y una enorme libertad para experimentar.

Así lo ha reconocido una reciente y aplaudida exposición del MoMA de Nueva York, Toward a Concret Utopia. Architecture in Yugoslavia, 1948-1980, con un impecable catálogo. Y también el libro Spomenik Monument Database de Donald Niebyl, un viaje a los flipantes memoriales que el titismo construyó para recordar la lucha y el dolor en la Segunda Guerra Mundial. Unas naves de cemento y metal que durante años se me fueron apareciendo perfectamente acopladas al paisaje yugoslavo: en escasos lugares de Europa la memoria ha cristalizado en formas tan hermosas. Y, como los ovnis, más que tú a ellos son ellos los que te miran a ti. El cemento observándote. Cemento y belleza para convencer de que el amor entre los pueblos yugoslavos era brutalmente sólido.

Con la desintegración de los humanos y su carne, esos artefactos seguían ahí, aferrados a un país que desaparecía. Como la escultura que Petar Krstic levantó en 1978 y que parece arrancada de la tripa de un viejo computador de IBM. Unos chips soldados a unos tubos de 17 metros para recordar la fraternidad partisana durante la Segunda Guerra Mundial en Bratunac, la ciudad donde se planificó la matanza de Srebrenica, la más espantosa que Europa ha sufrido desde... la Segunda Guerra Mundial.

El ovni titista que más me conmovió lo encontré en una elevación al oeste de Kosovo. Era un monumento a la gesta heroica de dos amigos, uno serbio y otro albanés, contra el invasor nazi. No era el más cósmico ni el más hermoso que se me aparecía, ni siquiera tengo la certeza de que ese beau geste no estuviera algo exagerado. Daba igual. Lo que me estremecía era mirar aquel cemento de amor entre serbios y albaneses mientras serbios y albaneses se mataban con pasión. Mirar esa sólida oda a la amistad después de contemplar cadáveres sobre la tierra, un monasterio medieval dinamitado y las murallas del patriarcado de Pec literalmente asediadas.

¿Qué nos dice ese fraternal cemento resistiendo ahí, en la soledad?

Años después, en Kabul, aquella mañana en el Palacio de las Corrientes de Aire, un par de policías iban inspeccionando a las decenas de yonquis que yacían por la estructura de cemento soviético y golpeado. Pasaban indiferentes frente a las jeringuillas que colgaban de algún brazo hasta que se fijaron en uno de los yonquis y se lo llevaron.

–¿Porqué detienen a ese y pasan de los demás? –pregunté al amigo afgano que nos acompañaba.

–Porque ese tiene alcohol.

Siempre nos quedará el cemento. Como un espejo de lo que no somos.

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Monumento levantado en 1971 en Bosnia para recordar la batalla de Stujeska, que en 1943 marcó el inicio de la victoria partisana frente a las fuerzas del Eje (Barcroft Media / Getty)
https://www.lavanguardia.com/intern...afganistan-yugoslavia-monumentos-memoria.html
 
El efecto S
Una ficción ligeramente distópica sobre el controvertido "derecho al olvido"
Vigésimocuarta edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
22/06/2019 - 21:27h
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El efecto S RIKI BLANCO

"¿De verdad no sabes quién fue L.B.? Cuando yo tenía tu edad, L.B. era todo un personaje, representante de toda una época. Se habló mucho de él durante años, aunque es verdad que hoy ya nadie se acuerda de él. Ni de su época."

El eterno lamento del abuelo Lucas, su época y la actual, ayer y hoy, cuando él era joven versus los jóvenes de hoy, la poca memoria que tenemos. Ya sé lo que viene después, me adelanto y lo digo yo antes, imitando su voz grave:

-Un país que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Para compensar la burla, le pido que me explique quién era ese L.B., y entonces me cuenta una película sobre la financiación de no sé qué partido hace un millón de años, un caso de corrupción en el que L.B. jugó un papel importante, aunque su relato termina con el refunfuñar habitual del abuelo:

-Al final se escapó con poca condena, la justicia era un cachondeo, entonces y ahora, que en eso no ha cambiado, si acaso a peor. Este L.B. se pasó unos pocos años en la cárcel, y adiós muy buenas. L.B., menudo personaje…

Por curiosidad, y por darle el gusto a mi abuelo, hago una búsqueda sobre el tal L.B. Tecleo su nombre en el buscador, y aparecen unas pocas decenas de resultados, la mayoría noticias de periódicos de la época. Las ojeo por encima, pero ninguna tiene nada que ver con la película que me ha contado el abuelo. Llego hasta el final, hasta la advertencia rutinaria que siempre aparece tras el último resultado en toda búsqueda:

"Es posible que algunos resultados se hayan eliminado de acuerdo con la ley de protección de datos europea".

-Ahí tienes la explicación, chaval, siempre la ley de protección de datos –me explica el abuelo cuando le cuento el resultado de mi búsqueda y cuestiono su buena memoria. Él no se da por vencido: "Ahí tienes la explicación, chaval, la ley de protección de datos. El derecho al olvido. También L.B. ha disfrutado del jodido derecho al olvido. Su familia, sus hijos o ya sus nietos, habrán pedido al buscador que desindexe todas las informaciones que afecten a L.B., para limpiar el nombre de la familia. Y ya se sabe que en este país, teniendo dinero y un buen abogado, hay barra libre para el olvido digital. Y un país que no conoce su historia…

-Está condenado a repetirla –termino yo la frase, burlón.

Un par de días después, el abuelo Lucas vuelve a la carga:

-Ahí tienes a L.B. –me dice ufano, y me muestra en la pantalla un ejemplar de un periódico de su época, sacado de la hemeroteca digital. En la página destacada, una foto de L.B. y un gran titular: "Comienza el juicio por el caso B."

-Pues yo busqué y no encontré nada –digo.

-Desindexado, ya te dije. Derecho al olvido. Yo lo he encontrado sin poner su nombre, es la única manera. En su lugar, escribí en el buscador el nombre del juez que llevó el caso, y ahí lo tienes.

Leo la noticia fingiendo interés, hasta que el abuelo se aleja y entonces aprovecho para echar un vistazo a la sección de deportes del mismo periódico. Siempre me gusta leer sobre viejos partidos de fútbol, glorias de otro tiempo cuyos nombres todavía hoy resuenan míticos.

En la primera página de la sección de deportes encuentro una noticia sobre el gran M. He visto muchos vídeos de M., sus goles son inolvidables, todavía hoy los niños visten camisetas con su nombre y número a la espalda. Pero la noticia no habla de ningún gol mítico, ni de victorias o mundiales, sino de algo nada deportivo: una condena por fraude fiscal. ¿En serio condenaron a M. por evadir impuestos? Leo la noticia, con creciente asombro. Vaya con el mejor futbolista de todos los tiempos…

Me extraña tanto, que incluso pienso que el periódico es de mentira, que lo ha escrito y editado el abuelo para salirse con la suya en toda esa historia de L.B., y de paso quedarse conmigo, que él es muy de hacer bromas elaboradas. Antes de preguntarle nada, hago una búsqueda sobre M. y el fraude fiscal, pero no hay nada. Respiro aliviado, y estoy por ir a burlarme del abuelo, de su mala memoria y sus confusiones, pero antes hago una búsqueda más, usando ahora otros términos: no escribo el nombre de M., y sí el de su equipo, el año y las palabras "fraude fiscal". Y ahí está: el robot de búsqueda me ofrece cientos de noticias. Esto ya no puede ser un invento del abuelo.

Sigo revisando el mismo periódico antiguo, saltando de sección en sección, atiendo otras noticias. Un ex policía, J.A.G.P., alias B.E.N., reclamado por la justicia argentina. Un actor, K.S., del que he visto alguna película vieja, detenido por una agresión sexual a un menor. Un empresario, G.D.F., encarcelado por delitos económicos. Y otras noticias breves que hablan de ciudadanos condenados por otras causas: un intento de asesinato machista, un plagio en una tesis doctoral, distribución de por**grafía infantil.

Apunto los nombres de todos y los voy introduciendo uno a uno en el buscador. De algunos salen resultados, pero se refieren a otro tipo de hechos. En cambio de otros, como el que intentó matar a su pareja, o el pederasta, no hay rastro en Internet, se confunden con otros ciudadanos que comparten nombre y apellido. Solo en el caso del policía J.A.G.P. y del empresario G.D.F. encuentro noticias de sus causas, aunque los primeros resultados no hablan directamente de sus problemas con la justicia, sino del intento fallido de sus herederos por beneficiarse del "derecho al olvido" años después. En el caso del ex policía, acusado de torturador, la movilización de sus víctimas y familiares logró que un juez impidiese la desindexación de noticias que le afectaban, aunque otro juez ordenó que su nombre fuese sustituido por iniciales. En cuanto al empresario G.D.F., fue el propio buscador quien rechazó la solicitud, en base a la relevancia informativa de su caso, aunque los familiares siguen batallando en los tribunales.

Paso la tarde consultado otros periódicos de la misma época. Leo noticias, apunto nombres, hago búsquedas con ellos, y solo en los casos más relevantes encuentro resultados. En otros, en la mayoría, no queda rastro, solo aparecen usando otros términos de búsqueda, algunos ni siquiera así. Desindexados. Olvidados.

-Hace años que dejó de ser un tema polémico –me explica el abuelo cuando le confieso mi estupor-. Antes la gente montaba escándalo si unos familiares querían limpiar el nombre de un antepasado canalla, pero la práctica se fue normalizando. Aparecieron todos esos bufetes que te garantizan el olvido total, y que trabajan con discreción, van eliminando sin hacer ruido, hasta conseguir desindexar todo rastro de los buscadores y hasta en los motores de búsqueda interna de medios digitales. Pero siempre te queda usar buscadores alternativos, que los hay, mantenidos por plataformas ciudadanas. Ya sé que esos buscadores no son tan potentes como el de toda la vida, pero al menos tienen algo más de memoria, no ponen tan fácil la aplicación de la ley de protección de datos, resisten sin desindexar mientras no lo ordene un juez.

-Un país que no conoce su historia está condenado a repetirla –digo, sin ningún acento de burla.

-Así es. En mis tiempos, cuando empezó toda esta historia del derecho al olvido, cada vez que algún pajarraco quería limpiar su mierda se montaba un buen pollo, y le acababa saliendo el tiro por la culata: en vez de lograr el olvido, se ganaba una repercusión universal, porque todo el mundo difundía aquello que pretendía ocultar. Lo llamábamos el "efecto S."

-¿Qué es el "efecto S."?

-Ni te molestes en buscarlo, porque ya te digo yo que no vas a encontrar nada. El "efecto S.", así lo conocíamos por el apellido de una famosa actriz de entonces, B.S. Una vez intentó que no publicasen unas fotos de su casa, y lo único que consiguió fue que todo el mundo difundiese fotos de su casa. Cuando intentas ocultar algo y te acaba estallando en las narices, eso es el "efecto S." O eso era.

-¿Y qué pasó? No me digas que también sus familiares…

-Así es. Después de años, los descendientes de B.S. consiguieron que el buscador desvinculase el apellido de la actriz de toda información relativa al "efecto S.", por considerarlo perjudicial para el buen nombre de B.S. y de su familia. Si hoy haces una búsqueda directa, no encontrarás nada sobre el "efecto S."


("Es posible que algunos nombres de este cuento hayan sido sustituidos por iniciales de acuerdo con la ley de protección de datos europea").

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/efecto_6_912768717.html
 
#SoyMinero
Una ficción sobre post-turistas, coleccionistas de experiencias y buscadores de autenticidad
Vigesimonovena edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
27/07/2019 - 21:05h
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#SoyMinero RIKI BLANCO

Los vemos al amanecer, saliendo del poblado en fila de a dos, con el mono limpio, el casco y la lámpara en la mano, charlando alegres, a veces canturreando el Santa Bárbara Bendita:

"En el pozo María Luisa,

tranlaralará tranlará…

murieron cuatro mineros.

Mira, mira Maruxina, mira,

mira como vengo yo.

Traigo la camisa roja

tranlaralará tranlará…"

Se aprietan en la jaula, que los baja a la galería entre abrazos de ánimo y santiguadas, y ya no sabemos nada de ellos hasta que los volvemos a ver a la tarde, de vuelta al poblado, arrastrando los pies y los huesos, con el mono renegrido, la cara tiznada, los ojos irritados, los pulmones rascando toses, algún compañero al que ayudan a caminar entre dos, y siguen cantando, ya sin fuerzas:

"Traigo la camisa roja

tranlaralará tranlará,

de sangre de un compañero.

Mira, mira Maruxina, mira…"

Y cada tarde, no falla, se detienen frente al bar y uno de ellos nos pide que les saquemos una foto con su móvil. Nos da instrucciones para disparar, hablando muy despacio y muy fuerte, como si fuésemos retrasados o no hablásemos su mismo idioma. Y nosotros nos hacemos los tontos, cogemos el móvil con manos temblonas, sacamos la foto desenfocada, o activamos sin querer la cámara frontal para que cuando vean la foto se encuentren nuestra cara de cachondeo.

Cuando el alcalde propuso hace un año reabrir la mina, nadie se lo tomó en serio. Cuando concretó su plan, menos aún. La mina llevaba casi treinta años sin explotación. De los mineros de entonces, de los pocos que se quedaron en el pueblo, no quedaba ninguno vivo, se los fue llevando la silicosis. El único pozo que se mantenía boquiabierto lo usábamos como escombrera. El poblado minero estaba ruinoso, aunque atraía a gilipollas de toda la provincia y más allá, que venían a hacerse fotos en las casas destartaladas, la capilla con el techo hundido, la escuela fantasma, el dispensario, sitios ideales para hacerse fotos artísticas.

El alcalde propuso reabrir la mina, y lo primero que nos preguntamos todos fue que quién la iba a trabajar, si aquí solo quedamos viejos. Es verdad que el precio del mineral se ha recuperado, pero no tanto como para que salgan las cuentas y atraiga a trabajadores de fuera.

-¿Quién va a trabajar la mina? –preguntamos.

-Eso es lo más fácil –dijo el alcalde-. Harán cola para bajar a picar piedra.

Y tenía razón. Hay lista de espera de varios meses para poder pasar una semana dándole al martillo neumático. Vienen de todo el país, y del extranjero. La de administración nos filtra sus nombres para que luego podamos ver sus redes sociales, y así nos echamos unas risas en el bar, leyendo sus comentarios:

"Nunca había vivido algo así. Adentrarte en las entrañas de la tierra, extraer el mineral primigenio con tus propias manos, sentir que cada célula de tu cuerpo está en contacto con el planeta y con tus ancestros. Una vivencia irrepetible y transformadora."

"Es algo espiritual, telúrico. Apagas un instante la lámpara y estás ahí, a solas, en la más absoluta oscuridad y silencio. Yo trabajaba descalzo, para sentir cómo la energía de la Tierra entraba en mi cuerpo. He encontrado mi verdadero ser."

"Os lo recomiendo mucho, es una pasada. Al principio se te hace duro y te agobias de estar ahí encerrado, y hace un calor horrible, te saltan trozos de piedra, tragas polvo. Pero es divertido, el ambiente con los compañeros es buenísimo, y encima adelgacé dos kilos en una semana!"

-Hay gente que paga por ir a recoger uvas o cerezas -nos explicó el alcalde-. ¡Pagan por hacer un trabajo que ya pocos quieren hacer cobrando! Doscientos euros por tirarte tres días cogiendo uvas en Jerez o en la Rioja, o cerezas en el Jerte. Y luego vienen contando que es una gran experiencia, que así lo llaman: "experiencias". Y lo mismo la gente que paga por tirarse un fin de semana ordeñando vacas o esquilando ovejas. Presumen de vivir por unos días como vive la gente del campo, como han vivido generaciones de aldeanos durante milenios, trabajando con las manos, en contacto con la tierra, al ritmo de las estaciones. Lo que nosotros vamos a ofrecer es mucho más que eso, una auténtica experiencia, única: trabajar durante una semana en una mina. Si quieren contacto con la tierra, van a tener tierra para hartarse.

-O sea, que vas a convertir la mina en un parque temático -protestó alguno de nosotros-, de esos donde la gente se disfraza de minero, baja un rato al pozo y juega con el martillo para la foto. Eso ya está inventado, hay unos cuantos así en antiguas minas ya cerradas.

-Nada de jugar. Trabajarán de verdad, extraerán mineral, que por supuesto pondremos en el mercado. Eso es lo que distinguirá nuestra experiencia de otras: que no es una simulación. Que van a sentirse realmente como mineros por unos días. Todos esos turistas tienen mitificada la figura del minero, representa el viejo mundo, la fuerza bruta, las raíces, la esforzada transformación de la naturaleza, el riesgo, el valor, la solidaridad obrera. Todo eso les venderemos.

Y tenía razón. No hay más que entrar en cualquier red social y buscar #SoyMinero. Aparecen cientos de testimonios de "mineros" que ya han pasado por aquí. Todos usan las mismas palabras, todos repiten "experiencia" y "autenticidad". Y lo mismo sus fotos, idénticas: el selfie del primer día en la jaula que todavía llaman ascensor, la foto tenebrosa en lo profundo del pozo, el brillo del mineral en los muros, con la mascarilla rodeados de polvo, empujando la vagoneta, empuñando el martillo, acariciando una pared, observando una piedra en la palma de la mano, siempre con mirada grave, cariacontecidos, místicos. Y nuestras favoritas, las "fotos de sufridores": desplomados en un banco, con la cabeza agachada, tapándose la cara negra con las manos negras, secándose el sudor negro de la frente negra, sentados en un bordillo negro al salir del pozo negro, levantando la boca negra al cielo para coger aire, todo muy negro, negrísimo, que como no les parece bastante el hollín, además les meten filtro a las fotos para ennegrecerlas más todavía y dramatizar sus posturitas de sufrimiento; que no decimos que no acaben reventados, que seguro que sí, pero cómo les gusta teatralizar el esfuerzo, el cansancio, el dolor. O la tristeza, cuando se hacen el inevitable selfie en el cementerio de mineros, agachados junto a una lápida, con el casco apoyado en el pecho, sintiéndose unidos en el destino a aquel minero que un día no salió vivo del pozo.

Como prometió el alcalde, trabajan de verdad, no es una simulación. El primer día se les instruye y se les acompaña, y el resto de la semana se entregan al trabajo con un afán que nunca conoció minero y sin necesidad de exigirles objetivos, ni cobrar a destajo o tener un capataz dando órdenes. Compiten entre ellos por ver quién saca más kilos de mineral, quién avanza más metros de túnel al final de la semana. Sin apenas descanso, no pierden más tiempo que el de sacarse fotos. Y aunque es verdad que su inexperiencia y torpeza reduce mucho el volumen de lo extraído en comparación con lo que sacarían mineros profesionales, a los ingresos que el pueblo obtiene por la venta del mineral se les suman las tarifas que pagan por alojarse una semana en el poblado y trabajar en el pozo. Porque es así, no se equivocaba el alcalde: pagan por trabajar.

Al final del día, tan agotados como orgullosos, se acercan al bar de la plaza, rebautizado como Hogar del Minero, para hacérselo más atractivo, decorado con viejas lámparas de carburo, cascos, picos y fotos antiguas. Todavía con algo de tizne en los rostros, ocupan los bancos, beben alcoholes sencillos, cantan una y otra vez el Soy minero, ríen y se dan ruidosos abrazos para enfatizar la vieja solidaridad minera.

Pensábamos que solo vendrían pirados, niños pijos de ciudad que se aburren con sus vidas resueltas y buscan vivencias únicas y transformadoras, pero qué va, llega todo tipo de gente. Trabajadores sedentarios que desean por una vez producir algo con su cuerpo. Directivos estresados que se quitan la tensión picando paredes con furia. Empresas que traen a sus trabajadores para convivir una semana y fomentar el espíritu de equipo, esos son los más eficientes, los que más toneladas extraen. Familias que intensifican sus vínculos trabajando juntos en el pozo, a oscuras, en silencio, respirando el mismo aire escaso. Frikis de todo pelaje, que hacen yoga en el pozo o se refriegan desnudos con las paredes. Deportistas que buscan trabajar la resistencia pulmonar. Famosos, muchos famosos. Extrañas despedidas de soltero. De todo hemos visto.

Y, por supuesto, turistas que no quieren saber nada de ciudades monumentales ni museos, coleccionistas de experiencias. Son los que más atraen visitantes con su hiperactividad en redes, aunque nos preocupa que se vulgarice tanto que deje de ser una experiencia auténtica y única, y la gente deje de venir en cuanto encuentren otra experiencia más auténtica y única y telúrica y ancestral y sensorial y mística y gilipollas que la nuestra. Cualquier día, otro avispado ofrece qué se yo, pesca en alta mar, o coger fresas en invernaderos, o descubrir la espiritualidad de una cadena de montaje, y se nos acabó el invento.

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/SoyMinero_6_925017499.html
 
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