En corto. Relatos.

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Hablar de Rusia es hablar del país con mayor extensión geográfica del mundo, el cual ha sido escenario de una gran cantidad de importantes acontecimientos a lo largo de los tiempos. Se trata pues de un país con una larga historia, el cual cuenta con sus propios mitos, leyendas y costumbres. Es por ello que a lo largo de este artículo vamos a hablar de una pequeña selección de los mitos, cuentos y leyendas rusas más conocidas.

10 interesantes leyendas rusas
A continuación os mostramos una serie de diez leyendas, mitos y cuentos procedentes de Rusia, algunos de los cuales también son compartidos por otros pueblos eslavos.

1. La leyenda de la Matrioshka
Dice la leyenda que había una vez un humilde carpintero llamado Serguei el cual necesitaba madera para trabajar. Un día en que estaba teniendo dificultades para hallar una madera válida, halló un tronco perfecto el cual se llevó a casa.

Serguei no sabía qué hacer con él, hasta que un día le vino a la mente la idea de hacer una muñeca. La hizo con tanto amor y tan bella que tras acabarla no quiso venderla, y le dió el nombre de Matrioshka. El joven saludaba a su creación todos los días, pero un día y de manera sorprendente esta le devolvió el saludo.

Poco a poco fueron estableciendo una comunicación y buena relación, pero un día la muñeca le indicó su tristeza porque todas las criaturas tenían hijos, menos ella. El carpintero le dijo que si la quería debería sacar la madera de su interior, algo que ella aceptó.

Serguei hizo una copia de menor tamaño, a la que llamó Trioska. Pero con el tiempo Trioska tuvo también ganas de tener hijos, con lo que con parte de su madera hizo otra versión más pequeña: Oska. La situación se repitió con ella, con lo que Serguei elaboraría una muñeca más, esta vez con bigote y con aspecto masculino para que no tuviera instinto maternal. A este último le pondría de nombre Ka. Entonces, metió a cada uno de los muñecos dentro de su progenitora. Días después, sin embargo y para desesperación de Serguei, Matrioshka y toda su prole se marcharon y desaparecieron sin más.

2. Baba Yaga
Una de las criaturas más conocidas de las leyendas rusas y eslavas es la bruja Baba Yaga, una anciana mujer (si bien otras versiones la consideran una diosa) que habita los bosques. La leyenda dice que este ser, del que se dice que se alimenta de niños, dispone de dientes de hierro con los que fácilmente puede desgarrar la carne.

Sin embargo algunas de sus representaciones no son siempre negativas. Se dice que guarda las aguas de la vida y de la muerte, y habita en una casa la cual se desplaza con enormes piernas de pato y en cuya empalizada pueden verse numerosos cráneos humanos. También que rejuvenece cada vez que toma un té hecho con rosas azules, recompensando a quien se las trae. Se la considera la representante del límite entre la vida y la muerte.

3. El fantasma de Zhuzha
Una relativamente reciente leyenda rusa, centrada en Moscú, nos habla del amor y la muerte.

La leyenda nos habla de Zhuzha, una mujer que durante años había estado enamorada de un millonario. Un día, cuando paseaba por Kuznetski Most, oyó a un niño que repartía periódicos gritar que su amado se había quitado la vida. Justo cuando bajó de su carruaje y fue a buscar más información, fue arrollada y murió.

Sin embargo, pasaron los días y el chico que vendía los periódicos apareció muerto y estrangulado con una media de mujer, la que llevaba Zhuzha el día de su muerte. Al poco también murieron quienes habían publicado la supuesta muerte del millonario. Desde entonces han habido varios testimonios de en fantasma que recorre Kuznetski Most, en Moscú. Se dice sobre quien la ve que posiblemente tendrá la pérdida de una persona masculina cercana.

4. La leyenda de la dama de las nieves
Al igual que otros muchos pueblos que hacen frente a temperaturas gélidas, los rusos también tienen una leyenda que hace referencia al frío. En su caso además hace referencia a la infidelidad y a la traición. Se trata de la leyenda de Sgroya.

Esta en apariencia joven y atractiva mujer es un espíritu furioso que odia al género masculino debido al engaño que sufrió por parte su pareja, aunque en otras versiones es una deidad que castiga los actos de infidelidad.

Sgroya se aparece en los caminos ofreciendo sus atenciones a los varones que se cruzan con ella, seduciéndolos. De aceptar sus invitaciones y besarla, ella se volverá un témpano de hielo y llevará a su víctima a la muerte por congelación, o bien la hará enloquecer.

5. La leyenda de la ciudad de Kítezh
Algunas leyendas rusas nos hablan de la invasión que sufrieron en la antigüedad por parte de los mongoles. Concretamente, una de ellas hace referencia a la desaparición de la ciudad de Kítezh.

Según la leyenda, el príncipe Vladimir fundó dos ciudades, una llamada Maly Kitezh y otra que recibiría el nombre de Bolshói Kitezh. Sin embargo los mongoles invadieron la primera de ellas, haciendo durante el proceso prisioneros los cuales acabaron confesando cómo llegar a la segunda.

Una vez llegaron a sus cercanías contemplaron que esta ciudad no tenía ninguna muralla ni estructura defensiva, ante lo que atacaron de inmediato. Los desesperados ciudadanos rezaban por su salvación. Sin embargo, antes de que los asaltantes arribaran a la ciudad, está fue engullida ir las aguas, sumergiéndose en el lago Svetloyar y salvándola del ataque, además de hacerla invisible. Desde entonces se dice que solo los más puros pueden encontrar esta ciudad.

6. El príncipe Iván y Koschei el Inmortal
Cuenta la leyenda que el príncipe Ivan Tsarevitch prometió a sus padres, antes de morir, que buscaría esposo para sus tres hermanas. Estas son pretendidas por el Águila, el Halcón y el Cuervo, con los cuales se acaban casando y yendo a vivir.

Con el paso del tiempo el príncipe, solo, decide emprender un viaje con el fin de visitar a sus hermanas y cuñados. En su camino se encuentra con los restos de un ejército aniquilado, el cual había caído ante el poder de la guerrera Marya Morevna. El príncipe se encontró con dicha mujer, enamorándose y con el tiempo casándose y yendo a vivir al hogar de esta.

Sin embargo con el tiempo estalló una guerra en la que Marya Morevna decide participar, dejando al príncipe en su casa con la advertencia de que no abra su armario al existir en él un secreto que debe permanecer allí. Sin embargo el príncipe, curioso, decidió abrir dicho armario. En él encontró a un hombre encadenado llamado Koschei, el cual le pidió agua. Tras dársela, de pronto rompió sus cadenas y se desvaneció mágicamente, tras lo cual secuestró a la esposa del príncipe.

El príncipe decide ir en su busca, pasando en su camino por las casas de sus hermanas y cuñados y dejando tras de sí diversos objetos. Encontró el castillo de Koschei y se llevó a su amada, pero fue atrapado por el hechicero y su veloz caballo. Este vuelve a llevarse a Marya Morevna, perdonando al príncipe dado que le había saciado la sed cuando estaba encadenado. El príncipe volvió a repetir el rescate dos veces más, siendo siempre atrapado por el brujo, y en la receta ocasión este terminó descuartizándole y lanzándole al mar.

Sin embargo, los cuñados de Iván observaron que los objetos que este les dejó, de plata, se oscurecieron, a lo que acudieron y posteriormente lograron devolverle a la vida gracias a las aguas de la vida y la muerte. El príncipe acudió entonces a Baba Yaga para que le otorgara un caballo más rápido que el de Koschei, a lo que la bruja decide que si consigue vigilar a sus yeguas tres días se lo daría, aunque en caso contrario lo mataría. Este logró, con la ayuda de varios animales (los cuales le habían prometido ayudarle si no se los comía), su cometido a pesar de que la bruja lo había amañado. Sin embargo ella quería matarlo igualmente, algo que hizo que Iván robara el caballo y huyera.

Conseguido el corcel, Iván rescata a su esposa y durante la huida mata a Koschei con una coz de su caballo. Tras ello descuartiza el cuerpo y prende fuego a los pedazos. Ya libres, la pareja pudo volver a su hogar y vivir felices.

7. Los siete gigantes de los Urales
Una de las consideradas como maravillas naturales de Rusia es Man-Pupu-Nyor, la cual también tiene su propia leyenda.

Cuenta la leyenda que el pueblo mansi vivía en esas montañas. El líder del pueblo tenía dos hijos, una de las cuales era una muchacha de la cual se enamoró uno de los gigantes de la zona, de nombre Torev. Este le pidió al padre de ella joven su mano, pero el padre se negó.

Furioso, el gigante llamó a cinco hermanos y junto con ellos intentó raptar a la joven y empezó a atacar el poblado. Los habitantes huyeron, pidiendo ayuda a los espíritus. Al día siguiente el otro de los hijos del líder comandó un grupo de guerreros para hacerles frente, llevando el joven una espada mágico otorgada por los espíritus y un escudo.

El joven levantó la espada, y de ella surgió una luz que convirtió a los seis gigantes en piedra, pero por contra su uso implicaba que su portador también lo haría. Esto explica por qué son siete los montículos observables en los Urales.

8. La leyenda de la novia fantasma
Es probable que muchos de los lectores de este artículo hayan visto la película “La novia cadáver”, de Tim Burton. Lo que seguramente muchos no sabrán es que su historia está basada en gran medida en una leyenda o cuento ruso. Y este a su vez está basado en los asesinatos de mujeres judías cuando iban camino a su boda ya vestidas con el traje nupcial, así como el hecho de que existía la tradición de enterrar a los muertos con las ropas con las que habían muerto (con lo que estas mujeres asesinadas eran enterradas en sus vestidos de novia).

Dice la leyenda que un día un joven que iba a casarse viajaba junto a un amigo al pueblo donde se encontraba su futura esposa, encontrándose con una rama que se asemeja a un dedo. El joven y su amigo, jugando, colocaron el anillo de compromiso en la rama y posteriormente hicieron los votos y ensayaron los bailes nupciales. De pronto, la tierra se movió dejando ver que la rama en el fondo era un dedo, que formaba parte de un cadáver vestido de novia.

Este cadáver los miró expectantes y, observando que habían celebrado la boda, dijo que quería reclamar sus derechos como esposa. Ambos huyeron al pueblo de la futura esposa, acudiendo a los rabinos para preguntarles si el matrimonio era válido. Mientras los rabinos debatían, la muerta llegó junto a ellos y volvió a reclamar a su marido.

En ello llego también la novia viva del hombre, la cual se enteró entonces de la situación y lloró ante la posible pérdida de su pareja y sus hijos. Poco después los rabinos salieron, determinando que la boda era válida, pero también que los muertos no podían reclamar a los vivos. Fue ahora la novia cadáver la que lloró y sollozó su imposibilidad de formar una familia.

Pero la novia viva, compadeciéndose, se acercó y la abrazó, prometiéndole que viviría su sueño y tendría muchos hijos que serían de ellas dos además de del marido. Ello tranquilizó al espíritu, el cual terminó por descansar en paz y feliz a la par que la pareja pudo volver a casarse y con el tiempo tener descendencia, a quien contarían la historia del espíritu.

9. La isla de Buyan
La idea de un paraíso terrenal no es exclusiva de una o dos religiones sino que son compartidas por gran número de ellas, incluyendo rusos y otros eslavos

En este sentido, una de las leyendas más conocidas es la de la isla de Buyan. Esta isla sirve de refugio al Sol y a los vientos, así como a los viajeros. Además podemos encontrar también en esta isla las aguas curativas generadas gracias a la piedra Alaturi y a la doncella Zarya, la cual cose las heridas.

En la isla también guarda su alma Koschei el Inmortal, quién separó su alma de su cuerpo y la colocó en una aguja dentro de un huevo el cual está dentro de un plato que está dentro de un conejo, que a su vez está en un baúl que está enterrado en las reaoces de un árbol. Si alguien se hace con dicho huevo o aguja, tiene poder casi absoluto sobre el hechicero, dado que si fuera dañado Koschei moriría.

10. La leyenda de Sadko
Una de las leyendas rusas que hacen referencia a un período histórico aún anterior a la creación de Kiev es la bylina de Sadko, una antigua epopeya rusa y generalmente transmitida en verso.

La historia nos narra cómo un joven guslar (músico que toca el gusli, un antiguo instrumento tradicional ruso) procedente de Novgorod se ganaba la vida tocando, algo que hacía con gran habilidad. Sin embargo, llegó un momento en que otros músicos llegaron a la zona y poco a poco Sadko empezó a perder clientela, hasta el punto de dejar de ser contratado. Un día, entristecido por su pobreza y ante el hecho de que nadie le contrataba, empezó a tocar a orillas del lago Ilmen.

Tras acudir varias veces a tocar al Ilmen, un día se le apareció el dios de las aguas del lago. Este le dijo que le había escuchado tocar y quería ayudarle en su difícil situación. Le propuso que la próxima vez que fuera a la ciudad y le llamarán para trabajar, debía asegurar que en el lago existían peces con aletas de oro, y apostar con los mercaderes sobre que estos existían. El joven así lo hizo, y para sorpresa de todos cuando el joven y los que habían apostado en su contra zarparon en una barca para pescar encontraron que, efectivamente, al recoger las redes consiguieron coger una gran cantidad de peces de oro.

Con los peces y las ganancias obtenidas por la apuesta, el joven no tardó en hacerse un mercader de gran riqueza. Sin embargo una noche que volvía en barco, el joven volvió a tocar su música. Las aguas se agitaron, furiosas y apunto de hundir el barco. Sadko pensó que el dios de las aguas quería que compartiera sus ganancias (gracias a él ganadas), por lo que arrojó diversos barriles con riqueza sin que ello tuviera ningún efecto. Los marineros repusieron qué tal vez el dios quería un sacrificio humano, y tras sortearlo en varias ocasiones siempre le tocó a Sadko.

El joven se arrojó al agua y se encontró con el dios, que quería que tocara para él en su palacio. Allí, la música de Sadko hacía bailar al gigante con gran frenesí. Mas un día llegó un anciano al palacio mientras el joven tocaba, y le indicó que el poder del baile del dios estaba provocando grandes marejadas. Sadko decidió dejar de tocar para evitarlo, rompiendo las cuerdas como forma de justificarse.

Tras ello pidió al dios volver a su tierra, a lo que el dios terminó por ceder. En algunas versiones el dios del lago intenta ofrecerle una esposa para que se quede, a lo que tal y como el anciano le advirtió puedo zafarse escogiendo a la última y más joven de sus hijas, con la cual no consumó y tras lo que la deidad lo liberó de su servicio.

Referencias bibliográficas:
Warner, E. (2005). Mitos rusos. Editorial Akal.

TÓPICOS


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Oscar Castillero Mimenza
Psicólogo en Barcelona | Redactor especializado en Psicología Clínica

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Máster en Psicopedagogía con especialización en Orientación en Educación Secundaria. Cursando el Máster en Psicología General Sanitaria por la UB.

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Ataúlfo, el fantasma del Museo Reina Sofía
Agárrense las bragas y los calzones para leer este folletín ilustrado de ultratumba

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POR
MAR ABAD
28 DICIEMBRE 2018
ILUSTRACION
BUBA VIEDMA
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Un museo sin espectros es un museo sin flow. Pero, por fortuna, el Reina Sofía de Madrid vio rondar por sus pasillos espíritus vestidos de monja y un fantasmón asesino que se presentó una noche, chulesco, para infarto de los vigilantes.

El edificio, abandonado desde los años 60, vivía okupado por los gatos. Tan solo acumulaba polvo y pises de minino hasta que dos décadas después convirtieron esa pocilga en el actual centro de arte. Los vigilantes del museo oían ruidos escabrosos y veían sombras escalofriantes errando por las galerías. Los ascensores subían y bajaban a su aire; las cámaras de seguridad grababan imágenes inexplicables.

El repelús invadió el edificio y decidieron escarbar en su pasado. Ahí, bajo esa tierra, yacía una sórdida vida ultratumba: cientos de mendigos y enfermos de la peste habían sido hacinados y enterrados en el siglo XVI.

Intrigados por la historia, una plácida noche, cuatro vigilantes del Reina Sofía usaron una ouija de teléfono para llamar al más allá.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó uno.

El silencio ocupó el sótano. No se movía ni un pelo.

—Si estás aquí, manifiéstate —insistieron.

El vaso echó a andar: «Sí».

—¿Quién eres? —se interesó otro.

===> … A… ===> … T… ===> … A…

—Me… lla… mo… A… t… a. Soy… un… loco… pe.. li… gro… so… y… un… ase… si… no.

Pof, pof. Dos golpes secos sonaron en la pared. ¡Horror! Casi se les corta la sangre.

—Ata… Es Ataúlfo —bromeó un vigilante, a ver si así dejaban de temblarle las canillas.



Pero el pavor volvió al tablero cuando aquella alma perdida les soltó: «En unos días tendrás una desgracia. Prepárate».

¿A quién se lo decía? Ni la más remota idea. Todos salieron del edificio con el culo apretao.

Pocos días después se resolvió el enigma: un familiar de uno de ellos murió aplastado en un accidente de tráfico.

A los empleados se les pusieron los pelos como escarpias. La vigilante que cuidaba el Guernica solicitó el traslado: estaba espeluznada por las rarezas que ocurrían en esa sala. Otro consiguió la baja porque los espíritus lo traían de cabeza. Hasta pidieron ayuda al Gobierno. Pero la Consejería de Medio Ambiente respondió que no tenía «competencias sobre fenómenos paranormales».

Hubo que llamar entonces al Padre Pilón. El experto en parapsicología y su equipo midieron los campos electromagnéticos, realizaron análisis radiestésicos y otra vez los ascensores empezaron a subir y bajar a lo loco. Cuentan que en los barridos fotográficos aparecieron burbujas lumínicas de color verdoso, pero poco más se conoce de aquel informe porque la dirección del museo ordenó chitón.

Desde entonces poco se sabe de Ataúlfo. Por dónde andará esta alma en pena. Qué pasillos rondarán su espíritu. En qué extraño pliegue espaciotemporal pasearán hoy sus cadenas.

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POR MAR ABAD
1737 ARTÍCULOS
Socia fundadora de Yorokobu y Brands&Roses. Premio Internacional de Periodismo Colombine 2018 y Premio de Periodismo Accenture 2017, en la categoría Innovación. Autora del libro De estraperlo a #postureo (Larousse) y, junto a Mario Tascón, escribió Twittergrafía. El arte de la nueva escritura (Catarata). También es coautora de la guía para los nuevos medios y las redes sociales Escribir en Internet, de Fundéu, y del libro Comunicación Slow. Todo lo que ahí cuenta está basado en hechos reales. Pero, a veces, es mejor la imaginación. Entonces cae algún #instarrelato.

https://www.yorokobu.es/ataulfo/
 
Uberos en lucha


Trabajadores en huelga, vehículos sin conductor destrozados y taxis de paseo. Un cuento para leer antes de que el futuro nos alcance

Tercera entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
26/01/2019 - 21:01h
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RIKI BLANCO

Como los uberos estaban en huelga, y tampoco me atrevía a coger un coche autónomo por si lo quemaban conmigo dentro, acabé por pedir un taxi.

No me fiaba del metro, que estos días se multiplican las averías por falta de mantenimiento. Y no me arriesgaba a llegar tarde al hospital, que la última vez que me dieron un servicio urgente y llegué tarde al quirófano, perdí puntos y me dejaron dos semanas sin operar y comiéndome guardias nocturnas.

Así que llamé un taxi, aun sabiendo que me iba a costar la mitad de lo que me pagan por una cirugía. Digo "llamé un taxi", y qué antiguo suena: tener que hablar por teléfono pudiendo resolver cualquier cosa con un par de clics, pero así son los taxis, forma parte de su encanto para los que gustan de ese rollo vintage: no tienen app, hay que llamar a una central de radiotaxi, como dice mi madre que se hacía en su juventud.

Por suerte había un taxi libre y me recogió en pocos minutos en el portal. Reconozco que me hizo sonreír cuando lo vi aparecer por mi calle, tan bonito y nostálgico, blanco con su línea roja en la puerta, la lucecita verde en lo alto. Se montó algo de revuelo, gente que salía de los bares, vecinos asomados a la ventana y que hacían fotos al inesperado taxi, un coche tan viejo siempre llama la atención.

-¿Quién se va a casar? –preguntó el portero al verlo en nuestro portal.

-Nadie, es una urgencia –contesté.

-Pues hombre, pide mejor un coche de esos sin conductor, que corren más y nunca fallan.

-Ya –suspiré–, pero no es buen día para eso, que los uberos andan calientes.

-Sí, he visto las noticias –dijo el portero-. La están liando en Ifema justo el día que empieza Fitur, y tienen media ciudad bloqueada. Que pataleen todo lo que quieran, no tienen nada que hacer. Hay que adaptarse a los cambios, y ellos ya son el pasado. El futuro son los coches autónomos.

Sin terminar de oírle, me metí en el coche. Al ver al taxista con su jersey de lana, la gorra y los detalles decorativos –el taxímetro de museo, el banderín futbolero en el retrovisor, el "Papá no corras" en el salpicadero con una foto que seguro que no era de sus hijos-, sentí un pellizco. La última vez que había cogido un taxi había sido en la boda de mi hermana; yo era el padrino y quise llegar al juzgado con toda la pompa que merece un día especial.

-¿Adónde te llevo, joven?

-Voy al Hospital Novartis.

-O sea, a La Paz –hasta en eso son pintorescos los taxistas, esa insistencia en usar nombres antiguos, como si subir a su coche fuese un viaje en el tiempo. Eso es lo que aprecian los turistas y los novios que todavía los usan: solera, autenticidad, casticismo.

-Tengo un poco de prisa, no voy de paseo –le rogué para que acelerara. El taxista me miró por el retrovisor con extrañeza. Uno no coge un taxi porque tenga prisa, sino para dar un lento paseo por las zonas monumentales, a la manera de aquellos coches de caballos que cuando yo era niño paseaban a turistas y recién casados en algunas ciudades andaluzas, antes de que fuesen desplazados por los taxis.

-¿Qué prefieres oír, fútbol, tertulianos, flamenco? –me preguntó el conductor, señalando el reproductor, que por supuesto imitaba un viejo radiocasete de coche, con su rueda para el dial y la ranura para las cintas.

-Nada, gracias.

-Te va a costar lo mismo con radio o sin radio –insistió, así que acepté:

-Fútbol está bien.

Hizo el paripé de girar el dial, y enseguida empezó a sonar la retransmisión. Un locutor cantaba el anuncio de una marca que no reconocí. Le interrumpió otro, que gritó GOOOOOOOOOOOOOOOOOOL hasta quedarse sin aire. Escuché el nombre del futbolista y probé suerte:

-¿La final de la Champions del 2016?

-Por poco –sonrió el taxista-. Es la del 2015.

El locutor empezó a gritar otra vez, y yo no tenía cabeza para eso:

-Póngame mejor una tertulia, por favor.

-El cliente manda –concedió, y volvió a juguetear con el dial para reproducir otro viejo audio. Un periodista con frenillo decía algo sobre ETA, Venezuela y Cataluña. Venezuela, pensé, donde fue mi hermano de luna de miel, el paraíso del turismo barato. El locutor soltó con furia nombres que no me sonaban, si acaso de oídas, de la época de mis padres. Dijo algo de Pablo Iglesias, a ese sí lo conozco, el tertuliano que sale tanto en la tele.

En ese momento me vibró una notificación: se cancelaba mi cirugía en el Novartis, y me pedían que estuviese en quince minutos en la clínica GlaxoSmithKline, que está en la otra punta de la ciudad. Para una apendicitis. Joder, pensé, yo nunca he tratado una apendicitis. Pero tampoco era buena idea desconectarme o poner cualquier excusa, que luego te penalizan y te bajan la tarifa, y como sigan bajándomela no voy a poder pagar el crédito de la universidad. Podía aprovechar el viaje para ver un tutorial.

-Lléveme mejor a la clínica GlaxoSm… Al Doce de Octubre, por favor.

-Y eso que no querías dar un paseo –bromeó el taxista, y rodeó una glorieta para poner rumbo al sur, para luego añadir:

-Está apretada la liga este año, ¿eh?

-Sí, sí –respondí sin levantar los ojos de la pantalla.

-¿Eres del Madrid o del Atlético? –insistió, así que le paré los pies:

-Perdone, no… No se moleste. Entiendo que usted quiere dar el servicio completo, conversación incluida. Fútbol, política, el tiempo. En otras circunstancias disfrutaría mucho, pero voy con prisa. Y si no le importa, vaya más rápido.

-Si tenías prisa, ¿por qué no has cogido uno de esos? –señaló por el parabrisas un coche autónomo delante de nosotros, sin pasajero a bordo.

No hizo falta que le contestase. Nos adelantó a toda velocidad un ubero, con el coche lleno de pegatinas llamando a la huelga. Con un volantazo se cruzó delante del autónomo, obligando a la máquina a frenar de golpe. Del coche negro bajaron cuatro uberos encapuchados, cada uno con una barra de hierro en la mano. Rodearon el vehículo sin conductor y en pocos segundos lo dejaron sin cristales, le arrancaron los retrovisores y le reventaron las ruedas. Uno se empeñó en desencajar una puerta, pero del fondo de la avenida llegó el aullido de una sirena policial, y los cuatro uberos subieron deprisa a su coche y se perdieron por una calle lateral.

Continuamos un par de kilómetros en silencio, hasta que vimos en medio de la calzada otro autónomo, esta vez ardiendo.

-Vaya cómo se las gastan los uberos –murmuró mi taxista.

-Normal –dije yo-. Se van a quedar sin trabajo, y la mayoría todavía tiene que pagar el coche.

-No me digas… -sonrió el taxista. Yo no pillé la ironía y me puse a explicarle, inocente:

-Tenían que haberse plantado mucho antes. Cuando la empresa abrió la app a cualquiera con coche, que eso ya quitó muchos servicios y tiró los precios. Pero entonces no protestaron, confiaron en que el mercado acabase repartiendo el pastel, y ahí está el resultado: han llegado los coches sin conductor y se lo van a comer todo. Y el gobierno no hace nada, mira para otro lado.

-Pero los coches sin conductor son el futuro, ¿no? –me interrogó el tipo desde el retrovisor- Adaptarse o morir, eso dicen. No podemos poner puertas al campo.

Yo seguía inocente, sin darme cuenta de que el taxista me estaba tomando el pelo, así que continué mi cháchara:

-Se supone que la ley limitaba los coches autónomos a uno por cada treinta uberos, pero no se cumple. Y eso es lo que piden: que se cumpla la ley, y que las máquinas no jueguen con ventaja, que tengan que desconectarse unas horas al día para competir en igualdad con los humanos.

-Tú eres muy joven –me dijo el taxista, y se giró aprovechando un semáforo-, pero habrás oído hablar de la guerra del taxi, ¿no?

-Sí, algo sé. Pero no era lo mismo. Los taxistas eran un gremio, un monopolio, funcionaban como una mafia. No quiero decir que usted...

-Lo mismo que ahora se dice de los uberos, ¿verdad? Gremio, monopolio, mafia. Mira, chaval. No te diré que me alegro de lo que está pasando. No soy vengativo, y si los uberos necesitan apoyo, ahí estaré, que todos somos trabajadores.

-Pero usted no es tan mayor –dije, calculando: cuarenta, cuarenta y cinco años como mucho-. No vivió los tiempos del taxi.

-Claro que sí. Yo acababa de heredar la licencia de mi padre cuando todo empezó. Este era su coche, y por suerte le dio un infarto y se ahorró ver cómo acababa todo. Supongo que lo sabes, o deberías saberlo, aunque los jóvenes no sabéis ni lo que pasó antes de ayer. Nos ganaron el pulso porque consiguieron dividirnos, romper la lucha. Hubo taxistas que se pasaron al enemigo: se asociaron con Uber, sobre todo los jetas que trapicheaban con licencias y explotaban conductores ya desde antes, los que más manchaban el sector con su comportamiento. Luego estaba la mayoría, que se acogió a las míseras ayudas del gobierno y acabó apuntándose también a la app. Y nos quedamos los últimos mohicanos, los que mantuvimos la licencia, no por heroicidad sino porque no podíamos permitirnos una retirada. Pura supervivencia. Algunos se fueron a pueblos y capitales pequeñas, donde todavía hay trabajo porque la España vacía no es negocio para Uber. Y unos pocos nos quedamos en las grandes ciudades y malvivimos un tiempo hasta convertirnos en lo que hoy somos: una reliquia rodante, una atracción para turistas, una moda para pijos que adoran todo lo antiguo. Una mierda.

Quedamos en silencio unos minutos. Él, masticando su rencor. Yo, pendiente de la pantalla por si en cualquier momento me volvían a cambiar el servicio.

Pasamos junto a varios coches autónomos destrozados, y una barricada de uberos nos obligó a dar un rodeo.

-Una mierda, sí –repitió el taxista-. Pero te diré algo, chaval: el futuro no está escrito. Ningún cambio es irresistible. No te creas esos cuentos con los que intentan desmovilizarnos. No hay que dar nada por perdido. Y si te derrotan una vez, piensa que es solo una batalla, la guerra sigue. Mírame, conduciendo esta cafetera y aguantando guiris borrachos y despedidas de soltero, teniendo que darles conversación de fútbol o del tiempo. Qué mierda. Si en su día hubiésemos peleado de verdad, unidos y sin derrotismo, y sumado fuerzas con otros sectores, hoy la realidad sería otra, para mí y para ti, para vosotros los jóvenes. El cuento sería bien diferente. Pero nos rendimos, joder, y aquí estamos. No te rindas tú.

Llegamos por fin a la clínica, y suspiré porque se acabase aquella cháchara amargada. En la puerta, un grupo de médicos en bata sujetaban una pancarta y pitaban silbatos. Eran pocos, todos con la cara tapada. Vale, me dije, por eso tanta prisa en que viniera, para cubrir el turno de alguno de esos. Eso es bueno, estas sustituciones valen doble puntuación.

-¿Qué le debo? –pregunté, porque el taxista ni siquiera hizo el paripé de detener el taxímetro y decirme el precio de la carrera. Parecía abatido, tardó en contestar:

-Nada.

-¿Nada?

-A mí no me debes nada.

Ahí lo dejé, con su pena que también era una pena muy vintage, y corrí al quirófano antes de que me descontasen los minutos de retraso.

26/01/2019 - 21:01h
https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/Uberos-lucha_6_860973922.html
 
Narraciones cortas


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por

Nadia Contreras



Honda felicidad


En punto de las nueve de la noche, el hombre se levantó de su asiento, tomó las llaves y arrastró los pies hasta la puerta. ¿Cómo es que había terminado ahí? Después de haber arrojado al suelo al pequeño hijo del patrón. ¡Qué no se puede estar quieto, dijo, cuando los gritos y las carreras de éste lo hicieron perder la cabeza! Cuidar del invernadero fue lo único que le ofrecieron y aceptó no porque le agradara sino porque a sus cincuenta y cuatro años se sentía demasiado viejo y cansado como para buscar otras opciones. La primera semana paso rápido y sin ningún sobresalto. Plantas iban y venían. Fue en la cuarta semana que una vez más sintió que las fuerzas lo abandonaban. Ni siquiera el verde de las hojas, el color exuberante de las flores, el olor a tierra mojada, le devolvían el ánimo. Pero volvamos al principio, cuando en punto de las nueve, nuestro hombre se levanta de su asiento, toma las llaves y arrastra los pies hasta la puerta. Volvió la mirada y vio que todo estaba en orden, ese orden que no era otra cosa más que su gran «negligencia». El invernadero, todos los notaban menos él, moría lentamente. Al fondo, las luces de los arbotantes iluminaban de manera tenue, distinguió la silueta de una muchacha. ¿Cómo entró? ¿Quién era? ¿Por qué estaba ahí? El hombre se volvió por completo y avanzó hacia aquella imagen que se confundía con las hojas de los arbustos, pero no por eso dejaba de ser hermosa, perfecta. ¿Acaso era la mujer de don Carlos, la mujer que mató hace más de cuarenta años, cuando la encontró con Matías su sirviente? ¿El invernadero era su casa entonces? Sobra decir que nuestro hombre, mientras se acercaba se volvía fuerte, ágil, jovial. De pronto sintió dentro de su cuerpo la temperatura ardiente del deseo y ya nada lo detuvo: se arrojó a los brazos abiertos de la muchacha desnuda y los dos se ahogaron en un profundo aliento oscuro. Al día siguiente lo encontraron abrazado a su propio cuerpo extinto. Su cara, dijeron, reflejaba la honda felicidad que brinda el placer.


El inventor____________________________________


Trabajó años enteros en el proyecto: un teléfono que ayudaría a perfeccionar la especie humana. Llevarlo prendido al cinturón o en el bolso, equivalía a dejar de sentir dolor, inquietudes, sentimientos innecesarios. Sin repiquetear siquiera (el celular conectado por medio de señales a una matriz altamente sofisticada, y esta a su vez, con la corriente extrasensitiva y extranivelada del espacio), las aflicciones, los recuerdos, la maldad, los prejuicios, desaparecerían. El inventor pensó en hombres que, abandonando su estado de víctimas, fueran grandes comerciantes, gerentes, empresarios, escritores, doctores, gobernantes.

Con animales, el experimento fue un éxito. Los conejos olvidaron el estrés y se volvieron más amigables, incluso con los gatos y los perros. Por supuesto, para sorpresa del inventor, la fama le dio un giro total a su vida: entrevistas, conferencias, presentaciones y la postulación al Premio Nobel de las Ciencias. Sin embargo, de pronto, como predestinado a esa misma fuerza que haría a los hombres exitosos y felices, su nombre fue detractado por la comunidad científica. La televisión, los diarios y revistas, pronto mostraron interés en otros temas, según la declaración de los mismos, de mayor importancia. Dicen que la aflicción lo llevó a abandonar su proyecto y huir definitivamente de la ciudad. Vive en una cabaña muy pequeña, allá, en medio del bosque solitario.


La despedida________________________________


Me pongo a pensar de otra manera sobre la despedida. Lo que me parece extraño es que sus brazos rodearon mi cuello y los míos su cintura. Un par de segundos más tarde, todo lo vivido caía de bruces al suelo. El otro día leí que lo más importante a la hora de la ruptura es que el otro no vea tus lágrimas. Así, pues, di la vuelta y caminé sin detenerme. Nunca jamás sospeché que la relación terminaría así. Los últimos días había llorado bajo la regadera. Pese al llanto, a su cuerpo abatido por la tristeza, se veía hermosa a través de la cortina transparente. ¿Qué sucedió? Todo parecía normal. Eran pasadas las siete de la noche que yo llegaba a la casa. Entonces iba de un lado a otro: me recibía, me ayudaba a quitarme la corbata, el saco, guardaba el portafolio y me servía la cena. Los dos reunidos siempre a la misma hora. Hubo tardes-noches que transcurrieron en absoluto silencio, sólo un gesto, una pequeñísima intervención que le permitía alcanzar mis manos. Otras, en cambio, eran alegres, vibrantes, diálogos que fluían hasta horas muy avanzadas. El lector comprenderá que si ella, en esta evocación, está sentada a la mesa, hubo circunstancias que la trajeron aquí. No quiero alterar el orden de la historia, pero en este retroceso, ella está en mi cama, confiándome su cuerpo como nunca lo ha hecho antes. Yo me movía nervioso y cuando terminamos, la cubrí celosamente con la cobija. Nadie más, prométeme que nadie más, y ella asintió con una sonrisa que le devolvió la infancia. Un paso hacia atrás y estoy parado justo en el cartel que anuncia el espectáculo. No estoy convencido pero entro dejándome llevar por los aplausos. Había demasiada gente. Las mujeres bailaban en el centro de la pista. Cuando terminaron, una de ellas me tomó por la espalda, me dio un beso en la oreja. No cobro caro, me dijo, incluso no cobro las chupaditas. En el hotel, le separé suavemente las piernas y la penetré como quien descubre un continente. Un tumulto de sensaciones se me vinieron encima. Puedo decir que me enamoré, sí, me enamoré. Jenny se entregó completa y no dudé en invitarla a mi casa. Primero un día, luego semanas, un año y el otro. Como ese primer día, no había mañana, tarde o noche que termináramos jadeantes. Sin embargo, esa mañana, antes de salir al trabajo, la escuché llorar bajo la regadera. La ensoñación había terminado. Me citó frente a la plaza, junto a la luminaria que, en la promesa de vivir juntos el resto de la vida, nos guiaría como un faro a los barcos. Nos abrazamos, nos despedimos. Sin comprender lo sucedido, sé que terminaré por acostumbrarme nuevamente a mis cenas solitarias.


Historia de los números.
A manera de ensayo____________________________




Pienso en un mundo habitado por el agua, mucho antes de la creación, cuando el ser que lo verá todo, lo sabrá todo, lo dirá todo, aún no existía. Podemos decir, entonces, que de esta misma agua, pero muchos siglos después, nacieron infinidad de seres. Dios, por supuesto, también nació del agua. El hombre, que luego crearía su primera fogata, su primera ciudad, su primera guerra, como lo escribe Fermín Petri Pardo, también surgió de ésta. El hombre dijo llamarse Uno y a sus hijos los bautizó con el nombre de Dos, Tres, Cuatro y Cinco. Con su segunda esposa, nacieron Seis, Siete y Ocho. No cabe en este brevísimo ensayo, explicar cómo estos primeros personajes-números, se multiplicaron hasta lo infinito. Lo que sí es válido, es referirme al hombre que en pleno siglo XXI y con el mayor avance tecnológico, deja de lado la hoja garabateada y mira su reloj pulsera. A la pregunta expresa por parte de uno de sus alumnos ¿pudiéramos existir sin números?, responde con un no categórico y, sentado a la mesa, las noticias en el televisor, defiende de manera escrita su postura. Lo que ahora se llama lento, rápido, largo, corto, divisible o extenso, el sueño, el amor, el placer, el s*x*, la fascinación y las medidas perfectas 90, 60, 90 de la mujer; los 21 centímetros de largo y 17 de circunferencia del miembro masculino, serían como en el principio: agua, nada. La luz, la fortuna y la eternidad (Dios y el diablo ¿cómo contarán los pecados, las vergüenzas, las infidelidades?) tampoco estarían a nuestro alcance. No dudo, apreciable lector, que después de leer el pensamiento disparatado del hombre, te sientas de pronto agobiado por el miedo. El mismo miedo que nos provocan los genocidios, las enfermedades, los crímenes, la explotación de recursos naturales… ¿Qué existiría, pues? O mejor dicho, los números arrebatados ¿qué quedará de nosotros? El hombre mira la hora en el reloj pulsera y pone punto final. Lo demás (eso que ya suprime, rompe, quema) es definitivamente innecesario. Se levanta, se ajusta el abrigo, toma las llaves y cierra la puerta. Aparecen la noche y sus estrellas palpitantes.



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Nadia Contreras (Quesería, Colima, 1976). Poeta. Presencias (Mantis Editores, 2008) es su último libro publicado. Radica en Torreón. Coahuila, México.


Página Web: La eterna enamorada del viento
(http://nadiacontreras.blogspot.com.es/)
 
El sueño del que nació el monstruo de Frankenstein
Tiemblen con este 'Folletín Ilustrado' que les descubrirá el origen de uno de los grandes personajes de la literatura

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POR
MAR ABAD
08 MARZO 2019
ILUSTRACION
BUBA VIEDMA
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Era el oscuro verano de 1816. En Villa Diodati, junto al lago de Ginebra, se reunieron Lord Byron y su médico, el Dr. Polidori, con el poeta Percy Shelley, Mary Godwin (la futura esposa de Percy) y Claire (la hermanastra de Mary).

Hacía un frío que pelaba. Bramaban rayos y truenos, y de algún modo, su electricidad se apoderó de las conversaciones nocturnas alrededor de la chimenea.



Hablaban de esas teorías científicas que pretendían devolver la vida a los muertos con una descarga eléctrica, divagaban sobre los autónomas (los antecesores de los robots) y se obsesionaron con las historias alemanas de fantasmas.

Una noche, frente a los chasquidos del fuego, Lord Byron retó a sus amigos:

—Cada uno escribirá un cuento de fantasmas.

Días después, al meterse en la cama, Mary no podía dormir. Cerró los ojos y de pronto: «Vi el horrendo fantasma de un hombre extendido y entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello mostró signos de vida, y se agitó con un torpe, casi vital, movimiento».

Dos años después, con solo 20 años, Mary Shelley publicó de forma anónima el relato de terror que apareció aquella noche sobre su almohada: Frankenstein o el moderno Prometeo.

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POR MAR ABAD
1602 ARTÍCULOS
Socia fundadora de Yorokobu y Brands&Roses. Premio Internacional de Periodismo Colombine 2018 y Premio de Periodismo Accenture 2017, en la categoría Innovación. Autora del libro De estraperlo a #postureo (Larousse) y, junto a Mario Tascón, escribió Twittergrafía. El arte de la nueva escritura (Catarata). También es coautora de la guía para los nuevos medios y las redes sociales Escribir en Internet, de Fundéu, y del libro Comunicación Slow. Todo lo que ahí cuenta está basado en hechos reales. Pero, a veces, es mejor la imaginación. Entonces cae algún #instarrelato.
https://www.yorokobu.es/mary-shelley/
 
Cata a ciegas


Violaciones grupales, por**, excitación o repugnancia, fantasías inofensivas o una peligrosa educación sexual. Una ficción a partir del caso de "la manada" y de la obra teatral Jauría

Novena entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
09/03/2019 - 21:07h
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RIKI BLANCO

- No fastidies, ahora la culpa de las violaciones va a ser del por**. Como lo de los videojuegos y los asesinatos, ¿no?

- Se llama "cultura de la violación", a ver si te enteras. No solo la por**grafía, también la prostit*ción, enseñan a los hombres que las mujeres están disponibles sexualmente para los hombres, que una mujer solo es una colección de agujeros para penetrar.

Acabábamos de salir del teatro, y las tres parejas nos tomábamos una cerveza y comentábamos la obra. Jauría, así se titulaba, teatro documental sobre el caso de "La manada", a partir de las transcripciones del juicio, las declaraciones e interrogatorios de los condenados y de la víctima. La discusión en el bar se fue calentando:

- A muchos hombres les pone la fantasía de someter a una mujer. Cada vez hay más por** que simula violaciones, erotizando el s*x* forzado.

- ¿Es solo una fantasía de hombres, o también hay mujeres que se excitan pensando en un desconocido que las somete?

Mi pareja, M., participaba en la conversación, yo me limitaba a escuchar, o más bien a simular que escuchaba. No podía quitarme de la cabeza lo visto y sobre todo lo oído en el teatro: aquella muchacha a cuatro patas, los ojos cerrados, una mano la sujetaba por el pelo para dirigir el movimiento de su cabeza en la felación, otro la penetraba desde detrás, un tercero le lamía la vulva.

- Los de la manada creían que no habían hecho malo –levantó la voz J., con ganas de polemizar-. Meter a una desconocida en un portal, follársela entre cinco por todos los agujeros posibles, dejarla allí tirada y largarse. ¡Hasta lo grabaron en vídeo, de lo convencidos que estaban de que era lo mismo que veían en las películas!

- No estoy de acuerdo –respondió F.-. Alguien puede tener fantasías sexuales de violar o hasta de ser violado, sin por ello querer que ocurra de verdad. Es solo fantasía. El por** es ficción, joder, parece mentira que haya que recordarlo.

- ¿Estás bien? –me preguntó M., acariciándome la nuca. Yo asentí, sonreí, bebí un sorbo, fingí atender la conversación, pero en realidad me estaba preguntando cómo la habían podido penetrar dos hombres a la vez por ano y vagina. Tal vez uno tumbado en el suelo, la muchacha encima, otro cerrando el bocadillo sobre ella.

- ¡Seguro que entre el público había tíos excitados! –gritó J., se oyó en todo el bar.

- ¡Venga ya! ¿Vas a criminalizar a todos los hombres? ¿Todos violadores?

- Son solo fantasías, ¿no decías eso? Apuesto a que algunos espectadores se empalmaron al oír en boca de la actriz los detalles de la violación.

- De acuerdo, pero solo si admites que podría haber también alguna mujer excitada.

- ¡Vete a la mierda!

- Vámonos ya, por favor –le susurré a M., y levanté la voz para mentir al resto de la mesa: "Perdonad, tengo un horrible dolor de cabeza, llevo una semana con mucho trabajo…"

Caminamos hasta el metro, el aire fresco me alivió.

- Qué buena la obra, ¿verdad? –me preguntó M.

- Sí, muy impresionante. No me la quito de la cabeza.

En el vagón nos sentamos frente a dos adolescentes. Una apoyaba la cabeza en los muslos de la otra, que le acariciaba el pelo. Parecían muy borrachas, lo confirmé cuando se levantaron y salieron al andén enlazadas por la cintura, tambaleantes, un tirante de la camiseta descolgado, desnudos el hombro y el omóplato. En el andén había un grupo de jóvenes sentados en el suelo, siete u ocho. Dos de ellos se incorporaron al verlas, se acercaron hacia ellas, sonrientes, el tren reanudó la marcha y solo vi cómo uno daba dos besos a una de las chicas.

- Los chavales ven por** cada vez más jóvenes, ya desde niños –había insistido J. en el bar tras el teatro-. Comparten vídeos, esa es su educación sexual. Crecen convencidos de que las mujeres desean que las follen con agresividad, y que si se resisten es parte del juego erótico. Estamos criando futuras manadas.

- Eso suena muy moralista: el por** es malo, el por** es de enfermos –había respondido F.-. ¡El por** no está hecho para educar, por favor!

Al entrar en nuestro portal, mientras esperábamos el ascensor, me quedé mirando el hueco bajo la escalera, en penumbra.

- ¿Piensas lo mismo que yo? –me preguntó M.

- Claro –contesté, los ojos clavados en el estrecho hueco donde de pronto se materializaron cinco hombres y una mujer. Uno la sujetaba por el brazo, otro la agarró del pelo para agacharla, un tercero le soltó el sujetador y otro le tironeó los leggins mientras el quinto se abría la bragueta ya junto a su boca, todo muy despacio, ralentizados sus movimientos. Reconocí a la víctima: era una de las muchachas del metro, la más ebria de las dos.

- ¿Qué tal tu cabeza? –me preguntó M. al entrar en casa.

Me retrasé en el baño, dejé correr el grifo para que se oyese desde el dormitorio. Me desnudé y el espejo me devolvió una mirada extraña, que sostuve durante un par de minutos, temblando.

En el dormitorio vi que M. ya dormía, la boca entreabierta, el brazo colgando hacia el suelo. Apagué la lámpara, me puse la bata y fui al salón, todavía con el eco de la conversación en el bar, tras el teatro:

- Si has visto tanto por** como dices, coincidirás conmigo en que hay un argumento que se repite una y otra vez: un hombre, solo o acompañado de otros, se acerca a una mujer sola. Ella acepta el coqueteo, pero marca distancia, esquiva el primer beso, se resiste cuando él intenta tomarla de la cintura, forcejea brevemente ya con el hombre encima, y finalmente es penetrada, siempre por los tres orificios, uno tras otro, ya sin resistencia y con evidentes muestras de placer. ¿Qué mensaje lanzan esos vídeos? Que cuando una mujer dice no, en realidad es un sí juguetón.

- Hay muchos tipos de por**, incluso por** feminista…

- Ya, pero el problema es cuál ven los niños. Sí, niños, ya en el patio del colegio con sus móviles. Entra en cualquier web y mira los términos más buscados: adolescentes, s*x* extremo, grupos, anal, abusos, incluso violación directamente. Los vídeos más vistos suelen contener humillación, sometimiento, cuando no violencia explícita…

Me senté en el sofá, puse el ordenador sobre mis muslos. Abrí un portal de por** para confirmar lo oído en la cena. Entre las tendencias, además de las comentadas, encontré "hermanas", "madres", "gangbang", "lésbico", "maduras". Paseé el cursor por algunos vídeos, pero acabé por cerrar la página y borrar el historial.

En el buscador escribí "juicio a la manada". Navegué unos segundos hasta encontrar la transcripción de los interrogatorios, todo lo ya escuchado en el teatro. Pasaba deprisa las páginas, me detenía en algunos fragmentos, los recordaba con exactitud de solo unas horas antes. Las palabras de ellos: "Primero yo le hice s*x* oral, luego me lo hizo ella a mí, y luego la penetré". "Ella le hizo el beso negro a Alfonso, luego a mí y yo le masajeé el clítoris". "No recuerdo si todos penetramos pero sí nos hizo felaciones a todos". "Según fuimos eyaculando nos íbamos marchando". Y las palabras de ella: "Me agarraron de la mandíbula para hacer felaciones, me tiraban de la coleta para que moviera la cabeza adelante y atrás". "Yo estaba en estado de shock, me sometí, cualquier cosa que me dijeran yo la iba a hacer".

Escuché un roce de zapatillas en el pasillo, cerré de golpe el portátil, agarré una revista.

- ¿Qué haces que no te acuestas? –me preguntó M., los ojos achicados por la luz.

- Ahora voy, no tenía sueño.

Siguió hasta la cocina, pasó de vuelta con un vaso de agua y un "buenas noches".

Esperé un par de minutos para recuperar el ordenador. Busqué alguna foto de la víctima, necesitaba ver su verdadero rostro, no podía acostarme sin verla. Pero solo encontré imágenes de diferentes mujeres que sujetaban un cartel rotulado con "Yo soy la víctima de la manada". También había fotos de la actriz que la interpretaba en el teatro. No me costó imaginar las mismas escenas poniéndola a ella de víctima. Los ojos cerrados, una mano férrea en la mandíbula, otra tirándole de la coleta.

Tumbada, un hombre debajo, otro encima, un tercero sobre su boca.

- El problema lo tienes tú –había dicho alguien en el bar, ya no recordaba quién-. El problema lo tienes tú, que no ves más que violadores en potencia donde solo hay gente corriente que para excitarse fantasea con cosas que nunca hará. Sí, hasta con violaciones grupales, y qué. Vuelvo a los videojuegos, es como el que juega a ser francotirador y revienta cientos de cabezas. El por** es eso, un juego, excitarte con algo que sabes que es ficción. Y cuanto más alejado de tu realidad, más excitante.

- Eso mismo pensaron los de la manada, que era un juego, y que ella también estaba jugando.

- ¿Sabéis cuál era el término más buscado en internet en los días posteriores a la violación? "Vídeo de la manada". Muchos querían verlo, y no por interés informativo. Mucho morbo, sí, pero también habría quien lo buscaba como un contenido más, por** con el que excitarse, por** real.

A solas en el salón tecleé en el buscador, localicé fotogramas del vídeo. No me costó encontrar la grabación completa. Dejé el portátil en la mesa, salí al pasillo, me asomé al dormitorio para escuchar la respiración de M. De vuelta al sofá bajé el volumen del reproductor, dudé unos segundos antes de pulsar play. Apenas un minuto y medio, imagen de mala calidad. Al terminar, volví a reproducirlo. Una vez, dos, tres veces, no sé cuántas veces lo vi.

Borré el historial, cerré el ordenador y quedé unos minutos en el sofá, la respiración alterada, la misma agitación que había sentido en el teatro. Si cerraba los ojos volvía a ver la escena, repetida plano a plano, pero ahora también aparecía, entre el desorden de cuerpos, el rostro de M.

En el espejo del baño, mi reflejo me observó durante un par de minutos. La mirada fija, la expresión desencajada, hasta que cerré los ojos y fui tranquilizándome.
Me deslicé entre las sábanas, me apreté contra M., su cuerpo caliente contra el que encajé mis huesos. Acaricié su pecho mientras recordaba el final de la conversación en el bar, justo antes de marcharnos, F. y J. que insistían:

- El problema lo tienes tú, es tu mirada la que solo ve lo que tus prejuicios le indican que vea.

- Ah, claro, soy yo. Veo violencia donde solo hay juego inocente.

- ¿Y si fuese al revés, mujeres forzando a un hombre? También hay por** así.

- Seguro. Pero es también para excitar a los hombres, no a las mujeres.

- Hombres, mujeres… Mira, te voy a pasar un texto que leí un día, es como un juego.

- Déjame ya de juegos.

- Que sí, un experimento. Es como una cata a ciegas.

- ¿Una cata a ciegas?

- Es una historia en la que no se dice si quien la protagoniza es un hombre o una mujer. No hay nada que lo indique, se usan iniciales en vez de nombres, ningún adjetivo ni artículo aparecen en masculino o femenino. Cada cual, al leerlo, da por hecho que se trata de un hombre, o que es una mujer, a partir de sus prejuicios. Y no valoras igual la historia si piensas que es él o que es ella. Quizás crees que el relato va de un hombre excitado, cuando en realidad se trata de una mujer horrorizada. O tal vez el protagonista es un hombre que sufre una profunda repugnancia, o por qué no, la protagonista es una mujer que siente una repentina excitación. Cuando lo terminas, vuelves a leerlo, pensando ahora que en vez de un hombre es una mujer, o al revés, y de pronto la historia suena diferente. ¿Es el relato o eres tú? Haz la prueba.

09/03/2019 - 21:07h
https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/Cata-ciegas_6_876022404.html
 
Greta, fuerza 5


Gobiernos, expertos, negacionistas, ecologistas, ciudadanos movilizados y la enésima cumbre contra el cambio climático

Décima entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
16/03/2019 - 21:41h
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Greta, fuerza 5 RIKI BLANCO

- ¿Qué prefieres: morir de sed o de cólera?

Es una pregunta dramática, claramente exagerada, humor negro, porque no hace ni veinticuatro horas que se acabó el agua mineral, y estoy seguro de que en cualquier momento aparecerá por el cielo el primer avión de rescate, ahora que el viento parece aflojar. No pienso beber agua de los charcos, ya he visto a varios colegas con diarrea nada más probarla. Así que la verdadera pregunta para mí es otra: ¿por qué tuvimos que venir aquí?

- ¿Qué prefieres: morir de sed o de cólera?

Me lo acaba de preguntar un miembro de la delegación brasileña, y me ha brindado una botella de Perrier rellena con un líquido nada incoloro, e imagino que tampoco inodoro ni insípido. Supongo que me la ofrece como pipa de la paz, después de que ayer nos separasen cuando disputábamos a guantazos el último botellín del último minibar de la última habitación que conseguimos abrir. Ante mi desconfianza, le ha dado un pequeño sorbo, disimulando la repugnancia. Yo la he rechazado, pese a que no me queda saliva en la boca y me duele la cabeza. Ya ni siquiera sudo, pese al calor tropical que ahí afuera descompone cadáveres flotantes de animales –y de hombres, me dijo una traductora que se asomó hace un rato, y que no estaba segura de si entre los cuerpos hinchados y desnudos había alguno de los nuestros o eran nativos.

¿Por qué tuvimos que venir aquí? Esa es la pregunta. Se la hago a todo el que me cruzo por los pasillos, aunque sean simples funcionarios como yo. Se la lanzo a los que dormitan en las butacas del auditorio, frente al gran cartel todavía colgado de la pared, como una burla: sobre fondo blanco, un planeta Tierra dibujado, al que le salen unas infantiles flores, y en grandes letras coloridas nuestro lema, que ahora parece un sarcasmo: Together for a better Future.

- Varios agentes de seguridad han conseguido llegar hasta la cocina –me dice un colega de la delegación rusa-, pero no hay nada comestible, el mar entró y se lo llevó todo.

- ¿Por qué tuvimos que venir aquí? –es toda mi respuesta.

- He oído que está cerca un barco de la Marina –me dice otro, creo que sudafricano.

- Por qué tuvimos que venir aquí –le suelto yo, afirmando más que preguntando pues no espero respuesta, o no la necesito: la conozco de sobra.

Vinimos a esta jodida isla porque tampoco teníamos muchos lugares disponibles para celebrar nuestra cumbre. Las grandes capitales ni las consideramos, ningún ayuntamiento querría ser anfitrión. Unos, porque han decidido tomar sus propias medidas contra la contaminación, y son muy críticos con los gobiernos. Otros, la mayoría, porque no quieren problemas: las últimas cumbres obligaron a enormes operativos policiales por las manifestaciones, a las que hace tiempo que no van solo estudiantes. Y tampoco nuestros presidentes y ministros quieren arriesgarse a salir otra vez en helicóptero, como en Londres, cuando la gente rodeó la sede y amenazó con no dejarnos marchar hasta que aprobásemos un documento de medidas, que nos dieron ya redactado. Muy demócratas ellos, sí.

El Gobierno italiano sí se mostró dispuesto a acoger la cumbre, pero ni lo pensamos: yo aún tengo marcas en la piel de mi última visita a Milán, por las picaduras de esos monstruosos mosquitos. El propio presidente italiano acabó retirando su invitación, no por los mosquitos o los casos de dengue, sino por el agravamiento de la crisis migratoria que afecta al sur del país, crisis de la que por supuesto también tiene la culpa el cambio climático, ¡como si no hubiese habido sequías y migraciones a lo largo de la historia! Como el chiste que contó el monologuista en la apertura: la mujer que pilla al marido con otra en la cama, y él se excusa: “cariño, no es mi culpa, es el cambio climático”.

Un mes antes de la cumbre, India y Pakistán rivalizaron por acogerla, pero las inundaciones monzónicas lo frustraron. Y cuando ya estaba todo preparado para celebrarla por fin en Los Ángeles, la ola de incendios de hace tres semanas se llevó por delante el auditorio, a cuya entrada habíamos colgado ya el cartel. Bien contentos estaban los ecologistas, que cogieron esa imagen, el pabellón arrasado y el cartel chamuscado donde todavía se ve nuestro logo, y la convirtieron en icono de su protesta contra el cambio climático, la inacción de los gobiernos, la codicia de las empresas y bla-bla-blá… La habitual demagogia ecoboba, como si no hubiese habido siempre incendios y lluvias monzónicas, y por supuesto extinciones de especies y calentamientos y enfriamientos planetarios desde hace millones de años. Pero nada, ya se sabe que la histeria climatóloga vende bien. Que se lo pregunten a todos esos científicos y ecobobos que viven de lujo gracias al cambio climático que dicen combatir.

En fin, hubo quien propuso Suiza como último recurso, pero estaba reciente la trágica avalancha de nieve del último Davos, y con el calor que han tenido al final del invierno nadie se fía.

Teníamos la opción de no celebrar la cumbre, pero eso daría más gasolina a los que protestan, que a esa gente no hay quien la entienda: si nos reunimos, dicen que las cumbres no sirven para nada, que son solo un lavado de cara, un despilfarro de dinero y un montón de palabras vacías. Pero si no nos reunimos nos acusan de irresponsables. Qué daño ha hecho todo ese ecologismo infantiloide, con sus estudiantitas suecas que van a los parlamentos a soltar discursitos encendidos. “Nuestra civilización está siendo sacrificada para que unos pocos tengan la oportunidad de seguir haciendo grandes cantidades de dinero…” “Ustedes dicen que aman a sus hijos por encima de todo, pero les están robando su futuro…” ¡Y luego nos acusan a nosotros de palabrería hueca!

Así fue como acabamos en esta isla, a miles de kilómetros del continente y con vuelos a precio de oro, donde no pueden llegar las niñatas suecas ni los ecobobos con sus simpáticas acciones sorpresa. ¡Tartazos al presidente, desnudos colectivos, disfraces de animales extinguidos, activistas colgados de monumentos! Así van a salvar ellos el planeta, sí.

Reconozco que me pareció buena idea venir a esta isla, aunque ahora me arrepienta. Un resort en la playa, con bungalows, cócteles, camareras nativas, spa y todo incluido. Me lo había ganado después de comerme tantas cumbres. Ahora miro por la ventana y no hay playa, el agua todavía no se ha retirado, y de los bungalows solo quedan tablones flotando. Y vuelvo a preguntarme por qué tuvimos que venir aquí. Aunque en realidad la pregunta es otra, más exacta: ¿por qué no nos fuimos cuando todavía estábamos a tiempo?

- A la delegación norteamericana aún le funciona el equipo de satélite –me dice en inglés un directivo de Gazprom-. Parece que la ayuda está cerca.

- ¿Por qué no nos fuimos cuando todavía estábamos a tiempo? –le pregunto sin molestarme en traducir, porque sé bien la respuesta.

La alerta saltó apenas llegamos, dos días antes de la inauguración de la cumbre. El Centro Nacional de Huracanes avisó de una depresión tropical que evolucionaba hacia tormenta con fuertes vientos, y con potencial para convertirse en ciclón. Aunque todavía estaba muy lejos, su desplazamiento era imprevisible.

- Ni caso, ya sabemos a qué juegan esos meteorólogos –fue la respuesta de mi ministro, recordando el manifiesto reciente de los responsables del seguimiento de huracanes de todo el planeta. En el texto, además de pedirnos las habituales “medidas urgentes”, insistían en relacionar la mayor frecuencia y agresividad de ciclones con los efectos del cambio climático, cosa que ya hemos discutido en anteriores cumbres sin que los expertos se pongan de acuerdo.

Cuando al día siguiente rebajaron el nivel de alerta porque perdía intensidad y giraba hacia el oeste, ya como inofensiva depresión tropical, todos coincidimos en acusar de alarmismo a unos meteorólogos con ganas de notoriedad. Pero solo veinticuatro horas después, el mismo día de la inauguración, el Centro emitió un nuevo aviso, esta vez de nivel rojo: la perturbación atmosférica había tomado nuevo rumbo en contacto con una zona de bajas presiones, evolucionaba rápidamente hacia tormenta y previsiblemente llegaría a ciclón. Además, venía directa hacia nosotros. Y tenía nombre: Greta.

- ¿En serio? ¿Esos imbéciles le han puesto Greta a su put* tormenta? –bramó el presidente estadounidense, sin importarle que el micrófono estuviese abierto-. ¿Así pretenden asustarnos, o simplemente se están riendo de nosotros?

En el sistema alfabético para nombrar huracanes tocaba en efecto la letra G, y tenía que ser femenino. Podían haber escogido cualquier nombre, entre muchos disponibles. Gina, Gloria, Grace. Pero tuvieron que escoger Greta, cosa que en la cumbre todos tomamos por una burla, confirmada por la previsible reacción de los ecobobos de todo el mundo: en seguida dispararon sus chistes, fotomontajes con un huracán de dibujos animados al que ponían el rostro de la niñata sueca esa, y todos los gobernantes huyendo despavoridos. Evidentemente era una burla, una provocación. O eso creímos.

En la segunda jornada, mientras seguíamos las reuniones, la alerta había subido al nivel máximo: pronosticaban un ciclón de fuerza cinco, que tocaría tierra en menos de cuarenta y ocho horas. Consiguieron que la discusión se colase en el plenario:

- En esta zona del océano no hay ciclones en estas fechas, lo más probable es que se disipe o cambie de dirección…

- Las imágenes de satélite parecen muy preocupantes…

- ¿Desconvocar la cumbre? ¡Ni de broma! Sería una humillación, ya estoy viendo los titulares: “Greta derrota a los líderes mundiales”.

- Los dos últimos años han sido los peores en lo que va de siglo. La aseguradora ha advertido de que no asume el riesgo si decidimos quedarnos…

- No sería la primera vez ni la última que las previsiones apocalípticas de todos esos catastrofistas se quedan en nada. Esta vez han ido demasiado lejos, nos toman el pelo…

Al tercer día, con Greta a menos de veinticuatro horas de tocar tierra, se aceleró la evacuación de habitantes de la isla. Varios barcos hicieron puente hacia el continente, y se produjeron las primeras deserciones en la cumbre: todo los expertos de organismos internacionales, y los pocos científicos que todavía participan en nuestras reuniones. Tampoco le dimos importancia, pues ya habían venido enfadados de casa: se quejaban de la presencia de “negacionistas”, como ellos los llaman, y criticaron que en el programa hubiese un panel sobre los efectos positivos del cambio climático en el turismo, la agricultura y la navegación ártica.

En la cuarta jornada todos los medios llevaban en portada a Greta, y empezamos a alarmarnos, sí. Pero aún confiábamos en que fuese solo histeria, el populismo huracanado con que siempre buscan audiencia: pocas cosas excitan más a los espectadores que un poco de viento y lluvia, como la que ya empezábamos a sentir en la isla.

Al final de la mañana nos dieron la última oportunidad de salir en el barco, al que subió la mayoría de periodistas acreditados, funcionarios de segundo nivel y trabajadores del resort que preferían ser despedidos antes que quedarse a esperar a Greta. Nosotros decidimos seguir con el programa previsto. Y pudimos completar casi toda la jornada, hasta que la última mesa quedó interrumpida por el apagón, mientras la lluvia horizontal fusilaba los ventanales y el viento doblaba las palmeras ahí afuera.

Por qué no nos fuimos cuando todavía estábamos a tiempo.

16/03/2019 - 21:41h

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/Greta-fuerza_6_878472151.html
 
De vacío


Una ficción sobre la España vaciada y esa otra España llena, rellena, un sumidero inclinadísimo hacia el que cae todo

Duodécima entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
30/03/2019 - 22:19h
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RIKI BLANCO

–¿Qué hacemos, nos vamos ya?

El conductor se impacienta, echa cuentas de los kilómetros y las horas que tenemos por delante, quiere llegar al pueblo antes de que se vaya el sol, evitar el último tramo de carretera de noche. Yo le digo que espere un rato más, que no nos vamos a ir sin ellos. Algo les habrá pasado, un despiste, Madrid es muy grande, y si no lo conoces es fácil perderte, coger el metro equivocado y acabar en la otra punta.

El nuestro es el último autobús que queda en la explanada, todos los demás ya partieron hace más de una hora. Esta mañana, al aparcar, caminamos entre ellos y leíamos los nombres de los pueblos en los parabrisas. Mi hermano Fernando calculaba la población de cada lugar según si habían llegado en tres autobuses (poco más de ciento cincuenta habitantes), en dos (cien almas), o en uno solo como nosotros, que encima ni siquiera lo llenamos. Cincuenta y cinco plazas, cuarenta y dos vecinos.

Cuarenta y dos vecinos más los nueve que se han quedado en el pueblo: cuatro demasiado ancianos o achacosos para viajes largos, dos que tienen ganado y los animales no dan descanso, y tres que decían temer robos aprovechando el pueblo vacío. Cuarenta y dos más nueve: cincuenta y un vecinos.

El conductor y yo estamos esperando a cuarenta y uno, yo soy el único que al terminar la manifestación me vine directo para acá, a echarme una siesta a bordo, ninguna gana de pasear por Madrid después del madrugón que me tuve que pegar para dejar la faena hecha antes de salir. Luego las cinco horas de viaje, los niños que se marearon con las curvas hasta coger por fin la autovía, en la que nos adelantaban y adelantábamos otros autocares como el nuestro, los ventanales con pancartas y el saludo orgulloso al vernos, hasta llegar por fin. "Esto ya es Madrid", preguntaba la niña de los Marín desde cincuenta kilómetros antes, al ver tanto polígono industrial.

Desde el autobús nos burlábamos de las urbanizaciones con todas las casas iguales y apretadas, y esas torres de pisos donde la gente no ve más que ladrillo al asomarse a la terraza y eso cuando tienen terraza, que ya hay que tener ganas de vivir tan agobiados. Los más graciosos eran los pequeños, la niña de los Marín y los dos hijos de Carmen y Antonio: todo lo que veían les parecía "como en la tele", y miraban muy concentrados a los coches atascados "por si vemos un famoso", que se piensan que en Madrid los famosos andan por la calle así, para que la gente se haga foto con ellos. Los dos únicos mozos, Samuel y Carlitos, que no habían levantado los ojos del jodido móvil desde que cogieron cobertura, al llegar a Madrid solo se interesaban por los centros comerciales, tan grandes y abiertos en domingo, con pandillas de chavales como ellos alrededor.

–Se nos va a hacer de noche y la carretera esa es muy traicionera– insiste el conductor, pero le ruego que espere, no podemos volvernos de vacío, llegarán todos en cualquier momento. En situaciones así me arrepiento un poco de no tener móvil para llamarlos o que me llamen si les ha pasado algo. ¿A todos les ha pasado algo? Sería un "algo" diferente a cada uno: al terminar la manifestación nos separamos, quedamos en reencontrarnos a las cuatro y media en el autobús, y cada uno se fue a sus cosas.

Los Marín, por ejemplo: en la manifestación quedaron con sus primos, que llevan viviendo aquí más de diez años. Les escuché contar que echan mucho de menos el pueblo, que están deseando que llegue la Semana Santa para ir, pero que ni locos volverían, en Madrid están mucho mejor, se matan a trabajar y todo es muy caro pero por lo menos los niños pueden relacionarse con otros niños, y cuando el marido se queda sin trabajo no tarda en encontrar otra cosa, se acabó lo de irse de temporero como hacía antes, como sigue haciendo Marín padre. Al terminar la manifestación los invitaron a comer en su piso, y creo que viven en las afueras, tienen que coger el metro y luego un tren. Eso es lo que les habrá pasado, seguro que se han despistado con el metro.

Carmen y Antonio en cambio no se fueron muy lejos: al Retiro. "Para que los niños puedan jugar con otros niños", dijo ella, que se pasó la manifestación preguntando a los primos de los Marín por el colegio de sus hijos, que cuántos hay en cada clase, y que si van andando, porque dice que está ya harta de que los suyos tengan que coger cada día el autobús de ruta por esas carreteras, o que se pasen una semana sin colegio cada vez que nieve.

¿Quién más? El hijo y la nuera de mi compadre, esos querían ir de compras, y a su Carlitos lo dejaron dar una vuelta con su primo, que este año ha empezado la universidad aquí. Seguro que el Carlitos se ha ido de juerga con la pandilla del primo y andarán sus padres buscándolo, por eso se retrasan.

El Samuel en cambio no se quiso ir con Carlitos, ni acompañar a su madre a una exposición de no sé qué pintor. Dijo que había quedado con unos conocidos que hacen teatro, que es lo que a él le gustaría hacer, aunque para mí que se fue al barrio ese de los gays.

–Yo mucho más no espero, que no cobro por horas– amenaza el conductor.

El que más me preocupa es mi hermano Fernando. Durante la manifestación le dio un mareo de tantas horas de pie, que ya son ochenta y tres años, y unos chavales lo acompañaron a urgencias. Solo me dijeron que iban a un hospital, como si hubiera pocos. Este es capaz de convencer a los médicos para que le hagan la diálisis, y así se ahorra ir mañana a la capital.

Del que menos me fío de que vuelva es Paco. Había quedado con su hermana, que vive en Madrid desde que se casó, y me da que lo va a convencer para que vendan la casa familiar. Él lleva años que no, pero su hermana le habló de unos que quieren montar un hotel rural y le ponen el dinero en mano. Conociéndola, seguro que tiene ya los papeles redactados y hasta cita con el notario para mañana mismo.

Y otro tanto con Jaime, el último de los Cabeza que queda en el pueblo. Durante la manifestación se paró en un par de empresas de trabajo, a mirar los anuncios del escaparate. No me extrañaría que se hubiese ido a dejar currículum en las tiendas y bares, que está todo abierto aunque sea domingo. Como encuentre algo este se mete detrás del mostrador hoy mismo y ya no lo sacamos de ahí. Es hasta capaz de quedarse limpiando culos, como hace su hermana en Barcelona. Jaime vino a la manifestación a regañadientes, y se pasó todo el viaje quejándose: que si los políticos mucho blablablá sobre la España vacía y luego las ayudas dónde acaban; que ahora por las elecciones nos prometerán el oro y el moro y dentro de unos meses si te he visto no me acuerdo; que con la cochambre de carreteras no hay manera de montar un negocio en la comarca; que la cosecha este año viene jodida y para lo que pagan el kilo no le merece la pena recogerla; que está hasta los santos coj*nes de los urbanitas que vienen al pueblo vestidos de exploradores y hacen fotos a todo y nos hablan muy alto como si fuésemos extranjeros o retrasados para decirnos que nos envidian por la tranquilidad y el aire limpio; y con esa matraca se pasó las cinco horas de viaje.

Yo le discutí, no porque no tuviera razón sino para que no decayera el ánimo en el autobús. Si todos pensásemos como tú no quedaba ni dios en medio país, le reproché: que si hay una España vaciada es porque hay otra España llena, rellena. Le dije que Madrid es un agujero negro que se traga las provincias de alrededor y las de más allá, un sumidero inclinadísimo hacia el que cae todo: el dinero, las empresas, las infraestructuras, el trabajo y al final también la gente, pero que no se crea que aquí atan a los perros con longanizas, que no sería el primero que acaba volviendo al pueblo desengañado. Pero él erre que erre, que lo de la manifestación está muy bonito y tenemos toda la razón pero como esto no cambie cualquier día coge la maleta y se va a Alemania como su abuelo.

–Bueno, ¿qué? ¿Arrancamos de una vez? Ya les hemos dejado tiempo más que de sobra.
–No. Esperaremos un poco más. No vamos a volver de vacío.

30/03/2019 - 22:19h
https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/vacio_6_883021724.html
 
Rata come rata


Un thriller de cloacas, grabaciones delicadas y el temor a ser el próximo en caer

Decimotercera entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
06/04/2019 - 20:15h
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RIKI BLANCO

El mensaje, enviado desde la dirección ratacomerata@gmail.com, dice así:

"Ha llegado a nuestras manos un material delicado, muy delicado, sobre usted. Un pendrive dejado en el buzón. Contiene una grabación con cámara oculta, no muy nítida pero se le reconoce perfectamente. ¿Qué hacemos con este material? Somos un modesto medio digital. Quien nos lo entregó debió de pensar que lo publicaríamos, quizás somos su última opción después de que otros no se atrevieran. Hemos dicho "material delicado", pero digamos mejor "material extremadamente delicado". No hace falta que le digamos qué hay en esa grabación, usted ya lo imagina. Pero tranquilo, no lo vamos a publicar, lo tuvimos claro nada más ver el vídeo. Tampoco vamos a difundirlo por otras vías, ni dárselo a nadie. Ni siquiera se lo devolveremos a quien nos lo envió. No es por aprecio hacia su persona: decir que usted nos provoca repugnancia sería quedarse muy corto. Pero nosotros no somos como ustedes, no somos cloaca. No usamos material obtenido de forma ilegal y que afecta a la intimidad de alguien, por canalla que sea ese alguien. Sabemos que, de ser usted quien recibiese un material así sobre un rival político, no dudaría en utilizarlo. Pero no somos cloaca. No vamos a extorsionarle. De hecho, vamos a entregárselo a usted, antes de que caiga en manos menos escrupulosas. Pero, y aquí viene el pero: hay una condición para entregárselo. Un pequeño capricho que queremos darnos, llámelo si quiere justicia poética. No pensaría que iba a ser tan fácil, ¿no? La condición es que lo recoja usted mismo, al amanecer de pasado mañana, en el lugar que le indicamos al final de este mensaje. Y debe acudir solo. Si no cumple esta única condición, no habrá trato. Y no nos hacemos responsables si este material cae en otras manos…"

Una broma. O una trampa. Es lo primero que piensa al leer el mensaje. Una broma sin gracia. Una trampa burda, habría que ser muy cretino para caer. ¿De verdad esperan que muerda un anzuelo tan grotesco? ¡Por favor! Aficionados, eso es lo que son. Unos pobres aficionados. No hay más que ver el sitio propuesto para la entrega. ¿Por quién le han tomado? Justicia poética, dicen, qué ingenuos.

Por supuesto no va a acudir. Solo faltaría. Tampoco se toma la molestia de responder, mejor la indiferencia. Y no va a perder un minuto en averiguaciones, no pedirá favores a ningún colega para que rastree el origen del mensaje y desenmascare a esos justicieros de pacotilla. Fin de la broma, fin de la trampa. Con un clic arroja el mensaje a la papelera.

Pasa la mañana en el despacho de casa, leyendo prensa. "Somos un modesto medio digital", recuerda sonriente, mientras ojea en el ordenador diarios, portales, confidenciales, cada vez más pequeños, cada vez más "modestos". Seguramente no son periodistas sino activistas, gente que trasnocha tecleando para estirar la ilusión de que hacen periodismo "comprometido". Agotada la prensa, pone su nombre en el buscador. Mala idea: una larga lista de noticias, últimas horas, artículos de opinión y viñetas humorísticas sobre él y su relación con unos audios difundidos esta semana, una vieja historia de policías en misión especial. Nada nuevo, nada que no se haya contado antes, nada que le intranquilice, no más intranquilo de lo que ya está en los últimos meses.

A mediodía recupera de la papelera el correo.

"Hemos dicho "material delicado", pero digamos mejor "material extremadamente delicado". No hace falta que le digamos qué hay en esa grabación, usted ya lo imagina."

¡Nada, no tienen nada! "Usted ya lo imagina", la típica frase anzuelo para que la mala conciencia nuble el entendimiento del incauto y se precipite. ¿Quién no se sentiría apelado, quién no tiene un cadáver en el armario, un secreto inconfesable, su taloncito de Aquiles? Todo el mundo. Si solo fuese un cadáver, ríe, aunque el reflejo de la pantalla le devuelve una sonrisa rígida.

Por la tarde atiende llamadas de un par de periodistas de confianza. Le proponen que haga alguna declaración sobre las últimas informaciones. "No he hecho nunca nada ilícito, tengo la conciencia muy tranquila", repite monótono. Uno de los periodistas busca complicidad, seguir la conversación ya no como periodista sino como viejo compañero de fatigas, pero él rechaza la confianza, cualquiera se fía hoy de un periodista por muy amigo que sea.

Pero con el segundo periodista es él mismo quien busca esa cercanía:

-Oye, entre nosotros, ¿hay algo más?

-¿Algo más de qué? –pregunta el periodista.

-Sobre mí. ¿Van a salir más cosas?

-Hombre… Hay rumores de todos los colores.

-Solo quiero saber si hay algo en circulación, algo serio de verdad.

-La caja está destapada, eso está claro. Hay gente con ganas de ventilar mierda, y tú estabas siempre en medio. Pero si me entero de algo delicado te aviso.

Delicado. Otra vez la palabra. "Extremadamente delicado". Relee de nuevo el correo, que ya ha sacado de la papelera para conservarlo. Hace varias llamadas. Gente que le debe favores, de los que aún se fía, tantas guerras juntos. Pero no está seguro de que la línea telefónica esté limpia, así que no menciona el correo recibido y se limita a preguntar generalidades. Tampoco quiere transmitir una preocupación que aún cree no sufrir. Sus confidentes coinciden en tranquilizarlo: es todo ruido electoral, y tú estás bien cubierto, en cuanto pasen las elecciones todo el mundo se olvidará de ti.

En la cena pide a su mujer que apague las noticias. Pero el silencio del comedor es peor, acaba encendiendo el televisor, un concurso de adivinar palabras. "Con la R, mamífero roedor que vive en bodegas, establos y…"

No consigue dormir. No es el insomnio que le tortura hace meses, el de hoy resiste a la infusión y la pastilla. "Ruido electoral". Quedan muchos días para las elecciones, y vamos a ritmo de revelación diaria. Seguramente dosifican las filtraciones para estirar la atención, pero desde el partido ya le avisaron de que viene tormenta y no habrá paraguas para todos. El partido. Gente que se la tiene jurada de hace años, y otros que no moverán ya un dedo por él, incluso preferirán dejarlo caer, teatralizar la limpieza interna. Primero te dejan fuera de las candidaturas, luego no te cogen el teléfono y acabas siendo "esa persona de la que usted me habla". El vicesecretario le juró ayer mismo que ellos no están filtrando nada, cómo se le ocurría pensar algo así. Señor, líbrame de mis compañeros de partido, que de los enemigos ya me ocupo yo.

Grabaciones suyas tiene que haber, y muchas, piensa a las cuatro de la madrugada. Aquí todo el mundo graba a todo el mundo. El mejor seguro de vida. Rata no come rata. De algunas grabaciones ya le advirtió un comisario amigo, y cualquier día aparecerán. Pero ninguna le parece lo suficientemente delicada, y en ningún caso "extremadamente delicada". Cada vez que su gente le revisaba el despacho salía un micrófono nuevo. ¿Cámara oculta? Cualquiera podía llevar una. Tantos momentos en su vida que no querría ver en el telediario de mañana. Como cualquiera, vaya. El que esté libre de pecado, etcétera.

La mañana le saluda sin haber pegado ojo. Dolor de cabeza, cervicales tensas y un pinchazo en la garganta, como un pequeño alfiler.

Lo primero que hace al levantarse es mirar el correo. Nada. Pone la radio y la apaga en cuanto empiezan a hablar del tema, que parece va a ser otra vez el tema del día, de la semana, del año. Llama a un ex comisario de los buenos tiempos, decidido ahora sí a pedirle consejo o ayuda, pero no le coge el teléfono, y cuando veinte minutos después le devuelve la llamada ya se ha tranquilizado, se limita a saludar y preguntar si hay novedades, devuelve el correo a la papelera.

Al salir de misa le pide a su escolta que le deje pasear un rato solo, llamará si lo necesita. El guardaespaldas se lo desaconseja, pero él se pone unas gafas de sol y un gorro de lluvia, y con esa facha de agente secreto de baratillo echa a andar, confiando en que el paseo siempre serena el alma.

Deambula casi dos horas, hablando consigo mismo, pasando revista a su historial, los momentos delicados, tantos después de años en el fango. Camina sin rumbo, o eso parece hasta que, no sabemos si consciente o involuntariamente –cuesta creerlo- se detiene y mira el nombre de la calle: es aquella donde está el lugar señalado por el correo anónimo, a donde deberá ir mañana si quiere recuperar el material delicado, extremadamente delicado, la broma, la trampa.

Qué tontería, se dice, y llama al escolta para que venga a recogerlo. Mientra espera, observa a la gente que pasa y le mira, su incógnito de gafas y gorro lo hace más llamativo. Un grupo de oficinistas se cruza con él. Se giran al pasar, cuchichean, él se aleja deprisa cuando le apuntan con los móviles, y finalmente le gritan "¡rata, vuelve a la cloaca!"

A mediodía no sale del despacho, pide que le traigan la comida, pretexta un principio de resfriado, evita el salón, la compañía, el telediario. Apenas prueba bocado, dedicado a hacer búsquedas en redes sociales con su nombre y ciertas palabras relacionadas. Encuentra un usuario de Twitter llamado "rata come rata", y que ha escrito un enigmático, o más bien obvio, "A todo cerdo le llega su San Martín. Atentos a los próximos días". Es un usuario nuevo, apenas tiene seguidores, escribe para nadie, o peor aún: escribe para él.

Mientras manosea indeciso el teléfono, imagina la conversación con el ex comisario. No le tomará en serio, se reirá de su inquietud. Una broma, le dirá. Una trampa para cretinos, le dirá. Pero también puede ser que el solo hecho de mencionar el correo ya levante la liebre. Fácil que el teléfono esté pinchado, el suyo o el del ex comisario, o que este mismo se vaya de la lengua y alguien acabe tirando del hilo y llegando hasta los autores del anónimo, sí, pero también hasta la grabación, caso de existir. No llama.

En la cena acepta el telediario con tal de no pronunciar palabra, pero imagina que un día, mañana mismo, la presentadora anuncia la última hora: la difusión de una grabación, un vídeo de cámara oculta, un material extremadamente delicado, y los ojos desorbitados de su mujer con el tenedor a medio camino de la boca, y la explicación que él tendría que balbucear, es una broma, una trampa, un montaje, van a por mí y son capaces de todo, confía en mí.

No hay quien aguante una segunda noche sin dormir, cuando además lleva semanas en que con suerte y mucha farmacia consigue dormir tres o cuatro horas. A las dos y media decide que sí, que mañana irá al punto de encuentro, todo con tal de despejar esta duda horrible. A las tres menos cuarto se convence de que es un disparate. A las tres considera preferible el ridículo al riesgo, por improbable que sea ese riesgo. A las tres y veinte piensa que podría ser una trampa pero de verdad, un atentado, en cuanto se levante llamará a la policía, presentarse como víctima de extorsión le beneficia. A las cuatro es evidente que no son ni siquiera aficionados, seguramente unos niñatos con ganas de reírse a su costa. A las cuatro y media decide que enviará al escolta. A las cinco menos veinte se cambia de pijama, empapado. A las cinco y cuarto se levanta, se viste a oscuras, los calcetines al revés.

Y aquí está ahora, con los zapatos encharcados y la sola luz del teléfono, preguntándose cómo ha llegado hasta aquí. ¿Cómo? Así: a paso rápido desde casa, casi tan rápido como el único deportista tempranero que se cruzó. Cuarenta minutos de caminata solitaria hasta alcanzar la calle mencionada en el correo, y el número de portal frente al que encontró la tapa sin encajar, a medio abrir. Miró hacia los dos extremos de la calle, nadie a la vista, edificios de oficinas a esta hora todavía apagadas. Con más asco que esfuerzo levantó del todo la tapa y la echó a un lado. Alumbró con el móvil el pozo ahí abajo, los peldaños metálicos. Se lo pensó mejor, evidentemente se lo pensó mejor, el insomnio y la inquietud no alcanzaban aún para delirio, se dijo que cómo era tan necio para morder un anzuelo tan obvio, si querían darle una lección ya era suficiente, adiós, y echó a andar de vuelta a casa, pero no había llegado a la esquina cuando se detuvo, subrayó la duda con brazos en jarra, para por fin volver sobre sus pasos, encender otra vez la luz del móvil, y sujetándolo entre los dientes descender los diez, doce peldaños verticales, hasta meter el zapato en el agua, si se puede llamar agua.

Sin dejar de repetirse lo imbécil que era, avanzó unos pasos, más asqueado que temeroso, en cada desecho flotante creía ver una rata de ojos ciegos. No sabía ni siquiera qué buscaba, una bolsa, una caja, pero estaba todo encharcado, nadie dejaría nada ahí abajo, se confirmaba la broma de mierda, la trampa de los niñatos, y él masticando el anzuelo aunque le aliviaba comprobar que no había pendrive ni por tanto vídeo. No se había dado aún la vuelta cuando oyó el arrastrar metálico de la tapa, el golpe al encajar en la abertura. Corrió, apremiado por el ancestral miedo a la oscuridad, a que se le cayese el teléfono al agua, desorientarse y no salir nunca más y ser devorado por alimañas, pero encontró en seguida la escalera, subió ansioso, empujó la tapa sin levantar un milímetro, la golpeó, confiado todavía en que un vecino madrugador la hubiese visto abierta y cerrado para evitar accidentes.

Y ahí sigue, en lo alto de la escalera, con las piernas agarrotadas por los minutos que lleva encaramado. Aliviado al comprobar la batería que le queda al teléfono y la cobertura suficiente para llamar ahora mismo a alguien y que venga a sacarlo, al escolta, al ex comisario, a su hermano, a quién le explicará cómo ha terminado metido aquí.

Va a salir, no tardará, solo tiene que llamar y pedir ayuda. Solo demora la llamada porque cree oír motores de coches arriba, voces, y no sabe si son los primeros repartidores del barrio o las unidades móviles avisadas por una llamada anónima, las cámaras preparadas, conectadas en directo, para recoger el momento en que la tapa se abra y asome con ojos ciegos.

06/04/2019 - 20:15h

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/Rata-come-rata_6_885471460.html
 
Duelo


Dos mítines en una misma ciudad, frente a frente, voces que se solapan, ecos, palabras disputadas. Una ficción sobre la campaña electoral

Decimocuarta entrega de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco

Isaac Rosa
13/04/2019 - 21:13h
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RIKI BLANCO

"¡A español no me gana nadie, y a nosotros no va a venir ningún partido a darnos lecciones de españolidad! ¡Viva España, viva y viva!".

El candidato y presidente del partido acompaña la frase con un puñetazo en el atril que tira la botella de agua. Frente a él, los asistentes al mitin sacuden con furia las banderitas de plástico y ondean las grandes de tela, entre gritos de "¡Viva España!" que por un momento tapan los roncos "¡Arriba España!" que llegan desde el exterior.

En su asiento en la primera fila, el alcalde sonríe y muestra el pulgar hacia arriba. "Imbécil", piensa el candidato.

Que el alcalde es imbécil lo lleva pensando el candidato desde que llegó a la ciudad dos horas antes. Al bajar del coche saludó a los dirigentes locales, el primero de todos el alcalde, que se le acercó con la misma sonrisa de imbécil:

"Presidente, ya sé que no te gusta la coincidencia, pero míralo por el lado positivo: si lo tomamos como un duelo, tenemos ventaja. Ya te digo yo que aquí la mayoría está con nosotros. Por algo llevamos treinta y dos años gobernando. Si querían echarnos un pulso, han elegido el peor sitio".

"Ya hablaremos", susurró el candidato y presidente del partido, sin disimular su mueca de disgusto hacia el imbécil que había permitido que los dos mítines coincidiesen allí el mismo día. Y no solo en la misma ciudad: además, a poca distancia. Ellos en el teatro, los otros en un polideportivo a menos de cien metros, al otro lado de la misma plaza.

"Desde el ayuntamiento no pudimos hacer nada", insiste el alcalde caminando a su lado hacia el teatro, "ellos pidieron el polideportivo cumpliendo todos los requisitos y en plazo. Y si anulábamos nuestro acto sería visto como cobardía".

La coincidencia había sido exprimida por los medios durante toda la semana, alimentando la expectación: "Cara a cara entre los dos partidos que disputan un mismo electorado". "El doble mitin divide a los votantes de derecha". "Las derechas miden fuerzas, ¿quién reunirá más gente?".

Desde la dirección regional le aseguraron que el lleno estaba garantizado, traerían autobuses de pueblos cercanos.

Pero al llegar al teatro, lo primero que el candidato ve es una muchedumbre abanderada al otro lado de la plaza, a la entrada del polideportivo. Y en la puerta del teatro, apenas un corrillo. La primera foto ya la hemos perdido, piensa.

Se le quita el susto cuando asoma al patio de butacas: no hay nadie afuera porque están ya todos dentro. Teatro lleno. Ninguna butaca libre, ni abajo ni en el gallinero y los palcos. Lleno total. Y ninguna mano sin empuñar bandera, las que ya han traído de casa y las de plástico repartidas por el partido.

"Quiero hablar yo el primero", pide a su jefe de campaña. Este le recuerda que lo previsto es que empiecen los candidatos provinciales, pero él insiste:

"Hablaré yo primero. Y vamos a empezar ya, aprovechemos esa mínima ventaja de adelantarnos a ellos".

El candidato sube al escenario, para sorpresa del público y de los periodistas de la caravana, que estaban todavía afuera, en la plaza, hablando con los colegas que cubren la campaña del otro partido. Todos corren para no perdérselo.

Comienza con las frases hechas que arrastra de mitin en mitin y cuyo éxito en la audiencia está asegurado: el gobierno traidor que va de la mano de proetarras, comunistas y golpistas, el riesgo de ruptura de España, la amenaza de "corralito"…

Pero apenas lleva tres minutos hablando cuando empieza a sonar el himno de España. Calla un instante, mira hacia el técnico de sonido, por si lo ha puesto sin querer. Pero no es aquí: es en el otro mitin, el himno suena de fondo, viene del polideportivo cercano. ¿Han subido la megafonía para colarse en el teatro? Juego sucio, piensa el candidato, pero no se achica:

"Somos el partido de todos los españoles", grita. El eco del himno le viene hasta bien, sirve para subrayar su discurso, le favorece. A su espalda, la pantalla digital proyecta una gran bandera rojigualda movida por el viento en un cielo azulérrimo.

"Somos el partido de todos los españoles, somos la garantía para defender España, una España fuerte, unida, libre. Vamos a poner fin a los ultrajes a la corona y al himno, se acabó sonarse los mocos con nuestra bandera. Cuando yo sea presidente, la selección española volverá a jugar en el País Vasco, Cataluña y…"

Desde el otro mitin, además del himno, llegan gritos de "Arriba España", por lo que el candidato levanta más la voz:

"¡A español no me gana nadie, y a nosotros no va a venir ningún partido a darnos lecciones de españolidad! ¡Viva España, viva y viva!".

Y un puñetazo en el atril que tira la botella de agua. Los gritos de "¡Viva España!" tapan por un momento el eco de los "¡Arriba España!".

El candidato continúa su discurso, rebajando algo el tono. En un mitin hay que alternar registros, así que ahora suaviza, cuenta algo que le preguntó un niño ayer mismo, una anécdota sentimental sugerida por uno de sus asesores y que consigue sonrisas del público. Pero cuando quiere levantar otra vez la voz, reconoce otra voz de fondo: la del candidato del otro partido, que acaba de empezar su intervención. También él ha adelantado su discurso, busca solaparse con el suyo, eclipsarlo. Su voz entra en el teatro, se escucha y entiende perfectamente.

El candidato mira las puertas abiertas, alguien debería cerrarlas para frenar en lo posible la megafonía intrusa. Podrían denunciar todo aquello a la junta electoral, pero eso es lo que quieren los otros, ruido. Mientras retoma el hilo, ve a una pareja que en un lateral de la platea se levanta, recoge sus banderas y se marcha del teatro. Ve también, en un palco, un anciano que se pone en pie y sale. De fondo, el candidato rival está diciendo algo sobre reconquistar Cataluña. Así que nuestro hombre reconduce su discurso:

"Vamos a rescatar Cataluña. Rescataremos a los demócratas catalanes, rescataremos TV3 y la educación, prohibiremos los indultos a golpistas, defenderemos la lengua española y reforzaremos la presencia de policía y guardia civil..."

Revoleo de banderas, rutinario. Entre el aplauso se oye algo sobre el 155 en el mitin vecino, así que el candidato no afloja:

"Otros hablan de 155, pero nosotros somos el partido del 155, y volveremos a aplicarlo en cuanto gobernemos. Un 155 permanente y más duro hasta acabar con el golpismo independentistas…"

¿El del polideportivo está pidiendo "ilegalizar los partidos independentistas"? El candidato está a punto de gritar que esa idea ya la dijo él hace meses, pero se frena a tiempo, no caerá en la provocación.

En las filas centrales cinco, seis jóvenes se levantan y se van. El candidato recupera la botella de agua, da un sorbo, unos segundos de precioso silencio que permiten escuchar perfectamente una propuesta sobre inmigración llegada desde el otro lado de la plaza. De acuerdo, piensa el candidato, y reanuda:

"Los españoles son lo primero. Se acabó el ‘papeles para todo’ de los progres. En España no hay sitio para todo el que quiera venir, endureceremos la ley contra la inmigración ilegal y contra las ONGs que los ayudan a llegar…"

¿Ha dicho el otro algo sobre la amenaza islámica? Ningún problema, nuestro candidato no se queda atrás, y habla mirando a los que en ese momento se levantan para marcharse:

"En España no hay sitio para todos, y sobre todo no hay sitio para los que atentan contra nuestro modo de vida. Aquí no hay ablación del clítoris, aquí no se matan los carneros en casa ni le ponemos burka a nuestras mujeres. O respetan nuestras costumbres, o se van".

¿Derechita cobarde? Se ha oído con claridad, la expresión se ha colado en una mínima pausa del candidato. ¡Derechita cobarde! Hay algunas risas en el patio de butacas. El candidato mira a su equipo, levanta las cejas hacia la puerta del fondo, querría que la cerrasen, para limitar el alcance de la megafonía y dificultar la salida de los que ya han vaciado varias filas del teatro. Mientras lo piensa, vuelve a resonar la afrenta: "Derechita cobarde". La respuesta es inmediata:

"A mí nadie me dice a la cara cobarde. Ni a mí, ni a nuestros muertos. Nos hemos enfrentado al terrorismo, y ahora nos enfrentamos a quienes pactan con los que tienen las manos manchadas de sangre".

Eso ha estado bien, reconoce. El público, aunque cada vez más menguado, se pone en pie, aplausos, vítores, banderazos, y solo un puñado de abandonos.

"Feminazis", ha gritado el del polideportivo, y nuestro hombre está dispuesto a ser el tenista al fondo de la pista:

"Somos el partido de la igualdad, y por eso protegeremos a todas las víctimas por igual: a las mujeres, y también a los hombres. Investigaremos las denuncias falsas, y revisaremos la ley. No permitiremos que la izquierda y el feminismo criminalicen a los hombres".

Levanta la mirada hacia el gallinero. Aunque los focos le deslumbran puede ver más de la mitad de asientos vacíos. Pero no puede permitirse un momento de silencio, porque eso permite que se escuche con toda claridad las palabras de fondo, ahora sobre la izquierda totalitaria y la memoria histórica, que le dan pie para retomar el discurso:

"Vamos a acabar con esa ley de memoria revanchista. Queremos una ley de concordia. ¡Que dejen ya a los muertos, que dejen en paz a Franco en su tumba, que es parte de la historia de España! No vamos a pedir perdón, ni por el descubrimiento de América ni por la guerra civil…"

¿No es suficiente? ¿Qué más tiene que decir para que se queden, para que no se marchen? El pasillo lateral está casi atascado por todos los que quieren salir, y cada vez que alguien despeja una butaca lateral se vacía media fila. Tendrá que echar más leña:

"Hablan mucho de la guerra civil, pero son hoy los independentistas quienes están buscando otra guerra civil, los independentistas y la izquierda traidora que va de la mano con ellos, ¡quieren un derramamiento de sangre! ¡Como en el 36, van por el mismo camino que en el 36!"

De pronto en el polideportivo empiezan a cantar "El novio de la muerte". Suena como una flauta hamelinesca para quienes siguen abandonando el teatro. Entre los pocos que se mantienen sentados, algunos tararean en voz baja la canción, hay murmullos, risas. No queda más remedio que poner fin a su intervención, sin fuerzas ya:

"No tenemos complejos. Somos el partido de la constitución, de la España fuerte… Contra los nacionalistas, independentistas, comunistas y proetarras… A favor de la familia, de la vida y… a favor de los cuerpos de seguridad… El partido que no permitirá que los violadores y asesinos salgan nunca de la cárcel… Prisión permanente para todos, que se pudran en la cárcel, junto a los etarras y… los independentistas… Gracias a todos por venir y… Ah, somos también el partido de los toros y la caza… El partido de la libertad, eso sobre todo, el partido que defiende la libertad para elegir la educación de nuestros hijos… La libertad de mercado… La libertad… de llevar armas, sí, que nosotros estamos a favor de todas las libertades…"

En ese momento se fija en su jefe de campaña, que mueve las manos y gesticula pidiéndole no sabe qué. Tiene expresión enojada, como si llevase un rato pidiéndole lo mismo sin éxito.

El candidato baja del escenario. Se dirige a su butaca en primera fila, pero pasa de largo, ignora a su equipo, sigue el pasillo lateral hacia la puerta del fondo, por la que todavía se marchan algunos asistentes, apenas queda un tercio de ocupación en el teatro.

Rechaza con sonrisa rígida los saludos y selfis en el vestíbulo, y sale a la plaza. Mira al frente, al polideportivo del que viene la megafonía atronadora, la voz del otro candidato que en ese momento promete un muro en Ceuta y Melilla.

Pero un momento: para su sorpresa, quienes salen del teatro no cruzan la plaza, no caminan hacia el polideportivo. Al salir pasan de largo y se dirigen hacia las calles laterales. ¿Entonces?

El candidato se acerca a paso rápido hasta una esquina y lo comprueba: decenas de simpatizantes se alejan de todo aquello con las banderas al hombro, los pies arrastrados, cabeceando como si lamentasen algo.

https://www.eldiario.es/letrapequeña_isaacrosa/Duelo_6_887921233.html
 
La mirada más tierna y desconocida de Mercè Rodoreda
  • SERGIO FERNÁNDEZ
Sábado, 20 abril 2019 - 02:06
Se publican por primera vez en español una veintena de relatos de la autora de 'La plaza del Diamante', algunos de ellos publicados durante la II República.

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'Cuentos para niños', de Mercè Rodoreda, cumple uno de los mayores anhelos de la autora, por sorprendente que parezca. El 8 de enero de 1962, escribía en una carta a Joan Sales, su editor: "Estos días he estado pensando algo. Os lo cuento casi como si pensara en voz alta. Quiero decir que no querría poneros en un compromiso. Hace muchos años, más o menos los últimos de la República [...], publiqué en la página infantil de 'La Publi' -que salía cada domingo- una serie de cuentos para niños. Los recuerdo muy bonitos, a pesar de que seguramente los tendría que reescribir. No corre ninguna prisa, pero me gustaría tener estos cuentos y publicar un libro para niños. Cuando pueda ser..., claro. Pero me gustaría. Si entre tabarra y tabarra, las que os doy y las que os daré, lo pudieseis valorar... Ya digo que no corre ninguna prisa".

Rodoreda tenía en alta estima su producción infantil. Tanto como para querer rescatarla -conocido es su firme rechazo a sus cuatro novelas de juventud-. Por ello, la aparición de todos sus cuentos infantiles, por primera vez reunidos en un solo volumen y traducidos al castellano por Jenn Díaz, supone el descubrimiento de otra de las interminables facetas de la escritora catalana más leída.

Los inicios de Mercè Rodoreda en la literatura infantil se remontan a 1934, fecha en la que se presenta a los Jocs Florals de Lleida con el cuento 'La sirenita y el delfín', actualmente perdido. Con él consigue el Premio Extraordinario del Casino Independiente. Al año siguiente, la autora se incorpora a la redacción del diario 'La Publicitat', donde publica, durante dos años, 16 cuentos infantiles ilustrados por Tísner. Finaliza esta insólita incursión en la literatura para niños con dos cuentos que forman parte de una misma serie, 'Aventuras de Camús y Tararí', publicados en la revista 'Moments'. Asimismo, en la edición también se incluye un cuento inédito, titulado 'Ronald Searle'.

A través de estos textos, Rodoreda encuentra ciertos aspectos que resultarán esenciales en su futura trayectoria literaria: el uso del humor, la carga simbólica y, algo que podría resultar extraño, el pesimismo. Al ofrecer nuevas dimensiones para el imaginario infantil, también revela su lado más oscuro: la muerte de algunos protagonistas. Con ello no demuestra ser una autora cruel, sino que contribuye a la normalización de los finales infelices.

En efecto, la vida no siempre es agradable, como le sucedió a ella misma. Ya todos conocemos sus desdichados avatares vitales: el matrimonio con su tío, el abandono de su hijo, su exilio, su amores infelices, su última etapa recluida en su casa en Romanyà de la Selva. No resulta extraño, entonces, que Mercè Rodoreda llegase a afirmar tajante: "Si tengo buenos recuerdos son los de la vida en casa, hasta que tuve 12 años".

Por ello, sus cuentos resultan increíblemente innovadores en una época no muy favorecedora para la literatura infantil y juvenil catalana. Y digo innovadores porque, a pesar de que se integran en una clara tradición literaria, Rodoreda rompe el molde más clásico de las fábulas infantiles. En plenos años 30, la joven autora decide deshacerse de todos los estereotipos de cualquier categoría y, adelantándose a su tiempo, consigue que sus pequeños lectores participen activamente en las historias, involucrándose en su desarrollo y permitiendo que aporten sus opiniones personales.

'Cuentos para niños' incluye una biografía de Mercè Rodoreda a cargo de Marta Nadal, publicada en catalán en 2008 y traducida al castellano para esta edición. Si bien es una biografía dirigida a los más pequeños, también cualquier lector podrá disfrutar de la narración que la propia Rodoreda hace de su infancia en los cuatro textos autobiográficos, igualmente inéditos. En ellos, la escritora de Sant Gervasi rememora el periodo más querido su vida. "De pequeña vivía maravillada", afirmó, y ese interés que le producía la inocencia del mundo infantil se plasma en ellos de manera mágica. Recuerdos de la torre familiar, de su abuelo Pere Gurguí, de su extraña relación con su amigo Felipet o de lo que para ella simbolizaba "el lacito de las cuatro barras" pueblan esas páginas llenas de nostalgia.

Además de los niños, sé que los lectores adultos que han leído las novelas más conocidas de la autora no van a tener prejuicios hacia su obra infantil y van a disfrutar de estos cuentos tan originales pero olvidados hasta ahora. Están en lo cierto. Mercè Rodoreda siempre sorprende y en esta ocasión lo hace de manera prodigiosa: logra romper las barreras generacionales y cautiva, se lo aseguro, a cualquier lector.

https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/04/20/5cb07e5921efa057738b46a7.html
 
Vuelo intercontinental con ingleses (1979)

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JOHN WILLIAM WILKINSON
21/04/2019 00:05
Actualizado a 21/04/2019 12:01

Este artículo pertenece a la serie de ficción Especies Urbanas, cuyo autor es John William Wilkinson y que se publica los domingos en la página web de La Vanguardia.

El bombardeo diario sobre el Brexit a menudo le trae a la memoria a Llibert Cortès i Puigdengolas la primera impresión que le causaron unos ingleses vistos de cerca en un jumbo de la British Airways durante las más de 36 horas que en aquel entonces separaban Londres de Melbourne.

A principios de 1979, recibió Llibert una invitación de su tío Antoni que de ninguna de las maneras podía rechazar. Hacía diez años que este tío, el hermano mayor de su madre, había emigrado a Australia donde, en la ciudad de Melbourne, prosperó prácticamente desde el primer día gracias a su asombroso dominio -para los australianos- de la albañilería artística adquirido en la Escola Industrial de Barcelona.

Al cabo de un decenio en las antípodas, la soltería del tío Antoni seguía intacta, extremo que le provocaba frecuentes ataques de morriña, y así se lo hizo saber a su hermana, en una larga misiva en la que le suplicaba dejara que su hijo Llibert, con los 20 años de edad y la mili recién cumplidos, le fuera a visitar, ya que él juraba que nunca más volvería a subir a un avión. Le aseguró que no sólo no le faltaría de nada al chaval, sino que el viaje le abriría las puertas a un sinfín de oportunidades en ese inmenso país que padecía una endémica falta de mano de obra.

Hacía diez años que este tío, el hermano mayor de su madre, había emigrado a Australia

Aunque fue la primera vez que Llibert volaba, el vuelo de Barcelona a Londres no tuvo nada de particular, a diferencia de la escala de siete horas que pasó en el aeropuerto de Heathrow. Sin hablar palabra de inglés, se hizo un lío intentando, entre otros enredos, cambiar pesetas por libras. En su vida se había sentido tan solo e insignificante.

En el vuelo a Melbourne le tocó sentarse al lado de un matrimonio inglés. Lo primero que le impresionó a Llibert de sus nuevos compañeros de viaje fue que parecían el retrato mismo de lo que los españoles consideraban típicos ingleses; a saber: altos, pulcros, de tez nívea, peinados pelín rarillos y ambos ataviados al estilo clásico, es decir, con predominio de tweed, sobriedad y buen gusto. Por suerte, pudo Llibert comunicarse con ellos, puesto que los dos chapurreaban una suerte de italiano mezclado con francés.

El marido, Arthur, tendría unos 50 años, y su esposa, Jane, cuatro o cinco menos. A Llibert le costaba interpretar su lenguaje corporal. Sus escasos gestos le parecían no obstante exagerados, forzados, por no hablar de su extravagante manera de comer en tan reducido espacio. Pero lo que realmente le inquietaba fueron sus expresiones faciales. En vez de sonreír, sus rostros se contraían en una especie de siniestra mueca; reían como los equinos de los antiguos dibujos animados.

En el vuelo a Melbourne le tocó sentarse al lado de un matrimonio inglés

La primera de muchas escalas se realizó en Mascate, la capital de Omán, un país del que nunca había oído hablar Llibert y que, desde el aire, no era más que un desierto vacío. El joven viajero dedicó la hora larga que pasaron en la improbable terminal observando de soslayo el aplomo que mostraban Arthur y Jane al moverse entre los obsequiosos y rarísimos omaníes de tez color verde botella.

Pese a que apagaron las luces y casi todo el mundo dormía, a Llibert, que estaba demasiado nervioso para eso, se le hizo interminable el vuelo entre Omán y Bombay. Cuando volvieron a encender las luces, sus compañeros de asiento había sufrido una notable transformación. El severo peinado de Jane estaba descompuesto; manchas de pintalabios le cubrían la parte inferior de la cara. Arthur, por su parte, con la corbata aflojada y sin afeitar, ya no daba la imagen de un gentleman inglés que se come el mundo.

La larga escala en Singapur resultó harto tediosa, debido sin duda a la acumulación de cansancio y las secuelas de tantas horas hacinados en el avión. Antes de despegar rumbo a Sydney, el avión se detuvo junto a la pista de despegue durante casi media hora. El calor acumulado en el interior del avión no tardó en rociar el techo con miles de gotas de condensación, que poco a poco iban juntándose para luego deslizarse a lo largo de una ranura metálica, antes de formar una gotera justo encima del asiento de Arthur. Pero en vez de levantarse o avisar a la tripulación, se limitó a abrir la bolsa de papel de la que todo pasajero siempre dispone y se la colocó en la cabeza a fin de atrapar las gotas que le caían sobre la cabeza.

El calor acumulado en el interior del avión no tardó en rociar el techo con miles de gotas de condensación

La balsa iba deshaciéndose a medida que se llenaba de agua. Tiras de papel mojado se adherían al pelo y a la cara del pobre hombre, ya definitivamente convertido en imperturbable adefesio. Jane, que se había desprendido de sus perlas y la chaqueta de tweed, estaba sudada, descompuesta. Pasaron los dos la escala en Sydney arrastrando los pies por la terminal como un par de jubilados desorientados.

Cuando el avión aterrizó en Melbourne, Jane y Arthur realmente daban pena: no quedada ni rastro del matrimonio ideal que había embarcado en Londres. Y es esta imagen de ellos que recuerda Llibert cada vez que alguien menciona el Brexit. Piensa que si aún viven lo más seguro votaron “leave”.
https://www.lavanguardia.com/cultur...vuelo-intercontinental-con-ingleses-1979.html
 
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