Elecciones catalanas

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Lo de pensar antes de hablar no le va, ¿no? Porque no creo que piense de verdad eso que ha dicho...
Es el sindrome de Estocolmo pero a lo colectivo. Como mucha gente se ha tragado lo de "las calles seran siempre nuestras" y de que "son el pueblo", cuando ven la turba de manifestantes, automaticamente creen que son de los suyos. Lo contrario es ser facha, o sea que mejor no plantearse si estas a favor o en contra y simplemente siguen la corriente. "La policia es mala".

Este "rapto moral" se debe a la conciencia general de que todo aquel que proteste contra algo debe tener razón. Hasel tiene todo tipo de denuncias y condenas, agresion, amenazas, y tambien injurias a la corona, pero la gente normal que quiere parecer activista se apunta a lo que sea, asi que se agarran al clavo de la condena por insultos al rey, luego viendo la vida o blanco o negro - sin termino medio- acaban justificando la violencia o lo que hagan aquellos quienes consideran que tienen la razon.

Esto es un problema gordo por que todo el mundo piensa -por poner un ejemplo- que el nacionalsocialismo apareció de forma viloenta y por la fuerza- pero la verdad es que apareció tras una epoca muy dura con una crisis atroz, y la gente empezó a apoyar a aquellos que prometian cambios, ante los primeros golpes de fuerza, se amedrentaron y apoyaron, y finalmente cuando el lazo se apretó, fue tarde para volver atras.

Cito y copio un articulo muy ilustrativo que encontré hace años, Habla del año 1936 en Alemania, en el 38 se produjo la "Noche de los Cristales Rotos". Leed y comparad.


Una de las primeras películas en color realizadas por la empresa Afga fue lo que hoy llamaríamos un spot turístico de Berlín con motivo de las Olimpiadas de 1936. La contemplación del paisaje urbano, en colores pastel, apenas es perturbada por la abundancia de banderas en los primeros minutos. Después la tónica dominante es una normalidad que, si no fuera por lo que sabemos, resultaría atractiva. Los soldados hacen relevos de guardia contemplados por los turistas, como se hace hoy en muchas capitales europeas. Las familias pasean por el zoo. Unos jóvenes toman el sol en la playa. La gente baila y toma cerveza. Quizás la imagen más conmovedora es la de un hombre que toma en brazos a una nena para bajar unas escaleras en Alexanderplatz. Uno se pregunta qué sería de ellos pocos años después, mientras los ve perderse en la lejanía.

Retrospectivamente sabemos que en 1936 la violencia ya se había apoderado de Alemania. La gente ya no hablaba con libertad, los niños eran adoctrinados sobre quienes eran “auténticos” alemanes, la historia se estaba reescribiendo. Debajo de los colores pastel del documental hay una espiral de violencia que está empezando a ganar velocidad llevándose por delante la sociedad civil y la democracia alemana.

¿Por qué la gente seguía bebiendo cerveza, tomando el sol y paseando a sus hijos los domingos?

La respuesta, que debemos a uno de los grandes expertos en el estudio psicológico del mal (Ervin Staub), es que la violencia más destructiva para una sociedad no es un acontecimiento aislado, por terrible que sea. Es un proceso, un continuo de destrucción, que comienza con un sistema de creencias que se traduce en una fina lluvia de odio: hechos “banales”; pequeñas agresiones psicológicas (por ejemplo, boicots, amenazas) o simbólicas (por ejemplo, ridiculizaciones). Luego vandalismo o calumnias difundidas en los medios sociales. A continuación agresiones físicas puntuales, aparentes “peleas de muchachos”.

Finalmente la fina lluvia da lugar a una tormenta devastadora que arrastra a verdugos y víctimas: formas de coacción e intimidación física que van adquiriendo una sistematicidad y peligrosidad potencialmente letal.


El proceso necesita un catalizador: la mirada complaciente, o el mirar hacia otro lado de los que no protagonizan esos actos y la indiferencia, la pasividad o la incompetencia de las autoridades encargadas de proteger a las víctimas.

Daño

¿Cómo es el daño que sufren las víctimas de este continuo de destrucción? La pregunta es importante porque para que un observador externo identifique tales hechos como violencia éste tiene que inferir daño en la víctima e intención en el agresor.

Más allá de la dimensión subjetiva de las intenciones del violento o del sufrimiento de la víctima, John Stuart Mill, uno de los grandes arquitectos de la concepción contemporánea de la democracia, proporcionó una aproximación al daño más objetiva que además explica por qué el continuo de destrucción es invisible en sus primeras fases, y por qué puede destruir una sociedad.

En Utilitarismo Mill señala dos causas de daño. Una de las causas de daño es particularmente insidiosa y muy relevante para explicar las primeras fases del continuo de destrucción: son aquellos actos en los que se priva a una persona de aquello que le es debido por ley, privándola de un bien físico o social que tenía esperanzas bien fundadas de disfrutar.

Como se ve, esa violencia por omisión es particularmente fácil de ejercer y especialmente difícil de denunciar porque no se describe a partir de hechos sino de expectativas, y porque las víctimas suelen tener la tendencia, muy frecuente en los seres humanos, a normalizar este tipo de situaciones para seguir viviendo.

Unos pocos cristales rotos, una pintada que alienta a no comprar en una tienda, un niño llorando porque lo han señalado como “impuro”. El tendero carece de la protección que parecen tener otros comerciantes y espera seguir vendiendo “cuando pase todo”. El niño ha sido privado de algunos de sus derechos fundamentales como niño y ser humano pero quiere seguir jugando.

Las víctimas caen en una trampa: si denuncian se señalan todavía más, creen que esos actos empiezan y acaban en sí mismos, esperan que la gente se olvide de ellos, ¿cómo protagonizar individualmente una denuncia grandilocuente de vulneración de derechos constitucionales cuando eres un individuo del que nadie parece preocuparse?

Héroes contra la Constitución

Tal situación de pasividad se agrava cuando los ciudadanos no son conscientes de cuál es, en las democracias occidentales, la fuente fundamental de lo que les “es debido” por parte de los demás ciudadanos y las instituciones: su Constitución y las leyes que se derivan de ésa.

La ignorancia de esos derechos o la falta de confianza en las autoridades encargadas de custodiarlos agravan su situación
. La insignificancia aparente de las privaciones de los bienes físicos o sociales que esperaban recibir mantiene a las víctimas aisladas entre sí, enfrentadas a unos verdugos que extraen su fuerza precisamente de lo contrario, del sentimiento de que participar en las agresiones les convierte en miembros de una hermandad maravillosa, energética, heroica, que va a hacer su sociedad más pura a través de un plan que lleva siglos gestándose, escrito en los arcanos de la historia.

Si el proceso descrito por el continuo de destrucción sigue sus pasos naturales, algún día, sin previo aviso, empezarán las palizas o los tiros en las piernas para culminar con las bombas lapa en el coche (o en el pecho) y los tiros en la nuca. Y las víctimas sufrirán la segunda definición de daño de Mill, más congruente con lo que cotidianamente entendemos por violencia: el infligir sufrimiento directo mediante actos ilegales

Podría argumentarse que los protagonistas de esos actos también se sienten agredidos y por eso llevan a cabo tales acciones pero la definición de Mill desnuda la falacia que encierra tal justificación. Típicamente esos ciudadanos se deberían regir por la misma Constitución que protege a sus víctimas pero justifican “lo que les es debido” en supuestos principios que no son constitucionales sino étnicos o identitarios. Lo que les es debido no está escrito ni consensuado, ni siquiera entre ellos mismos. Solo dicta claramente que deben ignorar su propia Constitución y privar a las víctimas de lo que les es constitucionalmente debido. Y así emprenden un camino destructivo, incluso para ellos mismos, en el que conceptos vacíos como “raza” o “destino histórico” sustituyen a las normas escritas, mientras son custodiados por unos guardianes de la ortodoxia que, si lo creen necesario, no dudarán en sacrificarlos para seguir avanzando hacia ninguna parte.

Un aviso

Este artículo es un aviso desde la Psicología.

Es difícil imaginar que, debajo de los colores pastel del documental del Berlín de 1936 los verdugos voluntarios ya están ahí, entre los que bailan o toman el sol.

Porque no vemos al joven o al niño que, en algún lugar, se está empapando lentamente de esa fina lluvia de odio que convierte la sociedad que le rodea en una historia de buenos, dispuestos a sacrificarse en nombre de los arcanos que la historia reserva para sus elegidos, y de malos; ladrones, animales o meros obstáculos, a los que primero se priva de su dignidad para luego ni siquiera respetar su integridad física.
 
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