Cuadernos de Historia

ENTREVISTA A SOTO CHICA

«La España visigoda era el reino más potente de Europa, pero a la llegada árabe vivía una crisis»
La Edad oscura es el nombre que tradicionalmente se ha venido dando al periodo comprendido entre el siglo V y el VIII de nuestra era, entre las grandes invasiones germánicas y la eclosión del Imperio carolingio, un periodo sobre el que José Soto Chica trata de echar luz en «Imperios y bárbaros» (Desperta Ferro Ediciones)




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El Imperio bizantino, conocido en su época simplemente como el Imperio romano, frenó al Islam durante siglos y dio forma geográfica y cultural a lo que hoy es Europa. Sin embargo, de este gigante político el único recuerdo que pervive es el de la decadencia, la ruina oriental. ¿Pudo un imperio estar diez siglos en decadencia? La llamada Edad Oscura que siguió a la caída del Imperio Romano de Occidente es uno de los periodos históricos peor estudiados y donde más preguntas faltan por responder en la historiografía tradicional. Sus protagonistas y sus potencias, como los bizantinos, han terminado por ser unos desconocidos debido a la incapacidad y a la falta de ganas de los historiadores a la hora de alumbrar un pasado que, sorprendentemente, estuvo repleto de innovaciones tecnológicas y culturales.

José Soto Chica, profesor de la Universidad de Granada e investigador del Centro de Estudios Bizantinos de esta ciudad, es uno de los mayores expertos en España en este periodo tan poco alumbrado y que fue tan importante para el devenir de la Península ibérica. «No hay que olvidar que el reino visigodo de Toledo, la primera España, bebía culturalmente de bizancio», advierte Soto Chico, que acaba de publicar «Imperios y bárbaros», libro editado por Desperta Ferro Ediciones.

–¿Está usted de acuerdo con el término de Edad Oscura?

–Es una época oscura por defecto, para empezar, de los historiadores, que no hemos sabido divulgar ese periodo. Hemos fallado en nuestra labor social de trasladar al lector interesado lo que ocurrió en esos siglos. Sí es cierto que cada vez es menos oscura, pero sigue siéndolo porque se trataba como un periodo puente entre el Imperio romanoque cayó y la llegada de la Edad Media. Siendo una época de crisis, rica en conflictos fascinantes, donde se produjo la expansión islámica y la creación de dos realidades europeas, resultan siglos determinantes para comprender lo que va a ocurrir en la Edad Media.

–Borrando este periodo de la historiografía también se ha eliminado lo fundamental que fue el Imperio bizantino.

–El Imperio bizantino era el Imperio romano. Lo de bizantino es un nombres puesto de forma tardía, desde la visión de que aquello era un imperio decadente, oriental. Esa idea de un imperio de mil años de decadencia es una estupidez. Bizancio es la madre de la Europa oriental y durante mucho tiempo, ya en el siglo XIX, hubo interés en la Europa occidental en no destacar como brillante esa región. Tenemos, por eso, una visión muy negativa del Imperio bizantino.

–¿Por qué, concretamente en España, sabemos tan poco sobre el Imperio bizantino?

–En España no había tradición bizantina hasta hace poco. Recuerdo que cuando inicié mi tesis me advirtieron varios profesores que sobre ese periodo no iba a poder investigar, pero sí, sí pude. El problema en España es que durante demasiado tiempo nos hemos centrado en nosotros mismos. Uno puede pensar sin problemas en un hispanista francés o uno inglés, pero le cuesta mucho ver a un español investigando sobre lo de fuera. Es uno de los grandes fallos de la historiografía española, motivo que nos ha privado de saber la historia de nuestros vecinos y compararla con la nuestra. Bizancio es una parte fundamental de la historia de España. Poca gente sabe que buena parte de nuestro sudeste fue una provincia bizantina. Para mí, Bizancio es la continuación de Roma, sin más.

–¿Qué le debemos los españoles a los bizantinos?

–El reino visigodo de Toledo, la primera España, culturalmente bebía de Bizancio. Pretendía ser una capital reflejo de la suya. Leovigildo se vestía, se comportaba, fundaba ciudades, acuñaba monedas siempre pensando en actuar como un emperador de Bizancio... Cuando Isidoro de Sevilla escribió las «Etimologías» lo que estaba es básicamente recogiendo el saber que se conservaba en Constantinopla de primera mano. Tampoco hay que olvidar que Ceuta y las Baleares siguieron siendo provincias bizantinas mucho tiempo después que el resto de territorios.

–Constantinopla resistió, pero Roma pereció. ¿La caída de Roma fue una cuestión militar?

–Es un mito que Roma cayera porque las legiones no fueran ya operativas. De hecho, las legiones del siglo V ya no se parecían nada a las de Augusto o las de Trajano. El problema de Roma es que no tenía oro para su ejército y que fue perdiendo su capacidad militar. No había fondos porque se estaban perdiendo puestos fronterizos y, sobre todo, porque las élites empezaron a desligarse de ese esfuerzo militar. No veían necesario financiar algo tan caro como su ejército y eso les costó a la larga muy caro.

–Entre imperios en crisis e imperios agotados emergió por sorpresa el mundo árabe. ¿Cómo lograron una expansión tan rápida?

–Es un tema fascinante. ¿Cómo fueron capaces los árabes de conquistar el mundo? Para empezar se produjo un proceso de unificación que no respondió a cuestiones religiosas, sino étnicas. Por primera vez en su historia, los árabes estuvieron unidos bajo una misma bandera. Además, contaron con una infantería que se desplazaba a camello y llegaba más descansada al combate. Los árabes tecnológicamente copiaron por completo a los bizantinos y a los persas. No hay que imaginar a los guerreros árabes de la época con un turbante al viento y cimitarras. Ellos llevaba un equipo militar similar al de un bizantino.

Su infantería montada y la unidad del mundo árabe acanzaron la plenitud en el momento justo, cuando Bizancia y Persia estaban agotadas. Si su expansión hubiera aparecido poco antes o poco después nunca hubiéramos hablado de ellos. Justo llegaron cuando estos imperios estaban agotados.


Presentación del libro "Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura"


El pasado 3 de octubre se presento, en nuestra librería de Humanidades, el libro "Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura" de José Chica Soto y editado por Desperta Ferro ediciones. En el acto el autor conversó con el autor Alberto Pérez Rubio (Desperta Ferro Ediciones).




¿Fue importante las cuestiones religiosas para su empuje guerrero?

–El fanatismo religioso no fue un factor importante. Aunque aún no se pueda decir abiertamente en el mundo árabe, el islam no surgió directamente en su versión final, sino que, como el cristianismo, tuvo un proceso de construcción y desarrollo. El islam de los orígenes tenía muy poco que ver con el de un siglo después. El factor religioso en la expansión religiosa no fue importante, porque de hecho muchos de estos guerreros árabes no eran musulmanes, sino cristianos y judíos. Esta realidad no aparece en las fuentes islámicas porque estas fueron muy tardías y lo que hicieron es trasladar al pasado su visión del islam. Lo determinante en su expansión fueron cuestiones militares.

–¿Y qué papel jugó Mahoma en el proceso de islamización fuera de Arabia?

–Mahoma llevó a cabo una actividad bélica muy importante, pero siempre dentro de Arabia. Condujo veinte expediciones militares en este territorio y su papel de unificador, de creador de cohesión, fue fundamental. Mahoma no solo fue un profeta, también el creador de un imperio. No en vano, la gran expansión la hicieron los califas que vinieron detrás, grandes genios militares que crearon un estado muy avanzado y recogieron la tradición romana, bizantina y persa. Muchas de las cosas que atribuimos a los árabes vienen, en verdad, de estos imperios anteriores. Ellos lo que hicieron es difundirlos. Fueron propagadores de cultura.

–¿Por qué cayó la España visigoda tan fácil ante la expansión árabe?

–La Hispania visigoda del siglo VII era el reino más potente de Europa, tanto cultural, económica como militarmente, pero a finales de ese siglo tuvo lugar una crisis política brutal. Golpes internos, epidemias y hambrunas debilitaron el país. Aparte, y eso es algo que nunca solucionaron los visigodos, nunca estuvo claro el proceso de sucesión, de modo que siempre que moría un rey se abría un proceso de disensiones y guerras civiles tremendo. Los árabes justo llegaron en uno de estos procesos, cuando no se había resuelto una lucha de tres candidatos por el trono. Enfrentarse a los árabes en un momento así fue terrible, un desastre.

–¿Había mucha distancia entre la fuerza militar visigoda y la árabe?

–Los musulmanes contaban con una infantería con mucha movilidad, mucho más rápida que la de los visigodos. En la batalla de Poitiers, cuando se frenó en Occidente a los árabes fue posible gracias a que la infantería franca, armada de forma pesada, tenían homogeneidad y también acudían los infantes a combate a caballo, aunque luego desmontaban y combatían a pie. Formaron literalmente un muro de escudos contra el que se estrelló la que era entonces la mejor infantería de su tiempo, la musulmana. No fue tanto la superioridad técnica como el talento del mando cristiano, con Carlos Martel a la cabeza, lo que marcó la diferencia. Aunque nos parezca lo contrario en una sociedad tan masificada y deshumanizada como la nuestra, a veces un solo hombre puede cambiar las cosas, y entonces ocurrió así.

–En Occidente fue en Poitiers, y en Oriente fue en Constantinopla.

–En 717, el Imperio bizantino salvó in extremis a Occidente cuando los árabes hicieron un segundo intento de conquistar Constantinopla con un ejército con 1.700 barcos y 200.000 hombres. Bizancio sobrevivió a un ataque que hubiera cambiado el mundo. Si los árabes hubieran conquistado la ciudad hubieran tenido frente a sí una Europa oriental y central desorganizada, sin un estado potente capaz de frenar una oleada de ese calibre. Al contrario, la derrota fue tan grande que el califa llegó a plantearse evacuar España, pues no contaba con fuerzas suficientes. En 718 se produjo la orden, pero no se llegó a ejecutar.



Retrato idealizado de Atila, por Eugène Delacroix


Retrato idealizado de Atila, por Eugène Delacroix




¿Cómo fue la conquista árabe en la Península?

–Solo tenemos una fuente contemporánea de la conquista, «la Crónica mozárabe del 754». Por ella sabemos que fue una conquista rápida pero intensa. Violenta, como todas, donde los árabes ocuparon el país como hicieron en el norte de África, es decir, primero golpearon fuerte, luego sembraron el terror y al final ofrecieron buenas condiciones para asimilar a la población. No fue un proceso pacífico, pero como fue la conquista de una minoría necesitaron la colaboración de la gente y buscaron el acuerdo. Las elites se islamizaron, mientras otras resistieron y emigraron al norte.

–Otro de los pueblos que abordas en tu libro «Imperios y bárbaros» es el de los hunos, considerados un pueblo auténticamente brutal.

–Todavía hoy, huno es sinónimo de barbarie y salvajismo. Y no solo eran eso para los romanos, es que han quedado también así en el imaginario de los pueblos germanos y los eslavos. Para todos los grandes pueblos de Europa, los hunos impactaron negativamente. La razón es que, como afirmó un historiador contemporáneo, «es el pueblo que supera todos los grados de la crueldad». Un pueblo que impresionaba porque nadie en Europa había visto antes a un pueblo centroasiático turco mongol. Era gente que hacía vida a caballo, que comía, dormía y moría sobre sus monturas… y que desde pequeño se deformaban la cara con cortes rituales y vestían con pieles de animales curtidas. Aparte practicaban el terror de forma consciente. Sabían que su forma de hacer la guerra era sembrando el pánico primero.

–De ese pueblo surgió un genio de la guerra como Atila. ¿Está justificada su fama de sanguinario?

–Atila fue un genio, sin duda, y los métodos de hacer la guerra de los hunos fueron revolucionarios. Ellos trajeron un arco compuesto asimétrico, que se tardaba casi un año en fabricar, con una potencia tremenda. Arrojaba flechas a quinientos metros y se podía usar a caballo. Los hunos, además, usaban muchos caballos y podían moverse a una velocidad tremenda. Si un ejército romano en el mejor de los casos se movía a cuarenta kilómetros por día, los hunos podían recorrer 170 kilómetros en esas mismas horas. El uso de caballos de refresco, diez por jinete, les permitían llegar a la batalla descansados.

–La lección de los hunos y los mongoles es que la periferia, tarde o temprano, siempre se venga.

–Sí, estos pueblos eran casi marginales. Vivían lejos de las riquezas que atesoraban los grandes imperios. Eran desheredados. Durante mucho tiempo fueron pueblos que vivían del intercambio fronterizo, pero cuando decidieron pasar al otro lado se produjeron conflictos. El fin del Imperio romano se produjo por la sublevación de los marginados. Cuando esas tribus, esas confederaciones, en un momento determinado decidieron que se podía sacar mucho más de la guerra que del comercio. Eran pueblos que se fueron empujando entre sí hasta arrojarse contra la frontera romana.

–¿Cuando faltan los imperios se pierda prosperidad?

–El nivel de vida que tenían los ciudadanos romanos en el siglo IV no se volvió a producir en mil años. Y eso fue posible porque el Imperio romano ofrecía seguridad. Cuando esa seguridad se quebró, comenzó la pobreza. Se desencadenaron siglos muy duros, siglos de peligros. ¿Qué es acaso la feudalización? Es la pérdida de seguridad y la necesidad vital de que alguien te proteja. Desapareció el Estado y apareció la pobreza.


«El gran amigo de los ciegos es internet y un escáner»
La historia personal de José Soto Chica merece como mínimo un resumen. Aunque la historia siempre fue una pasión para él, su primera trayectoria profesional fue en el Ejército, donde estaba a punto de ser ascendido a cabo, cuando un accidente a los veinticuatro con una mina cambió su vida. «Al año de mi accidente, donde perdí la vista, tras superar un largo coma y empezar a andar me matriculé en la universidad para estudiar Historia. Entonces había muy pocos medios para los estudios habiendo perdido la vista. Cuando empecé la carrera solo tenía un casete, y cuando la terminé ya tenía un ordenador», explica.

«Hoy ya hemos dado un salto tremendo en la informática para ciegos. El gran amigo de los ciegos es internet y un escáner, que me permiten trabajar con todo tipo de información. No tengo una forma de trabajar diferente a la de otros investigadores. Con el apoyo del centro de estudios bizantinos empecé mi tesis doctoral y a partir de entonces mi carrera de investigador y profesor. Es una vocación y una forma de entender la vida».

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El misterio de la muerte de Don Rodrigo, el rey cuya triste derrota condenó a la Hispania visigoda

Las crónicas ofrecen diferentes versiones sobre su fallecimiento. Algunas afirman que perdió la vida en un enfrentamiento singular contra Tariq, otras, que se ahogó en un riachuelo


Don Rodrigo arenga a las tropas antes de la contienda de Guadalete


Don Rodrigo arenga a las tropas antes de la contienda de Guadalete



Manuel P. Villatoro


Don Rodrigo es, a la vez, el más famoso y el más mitificado de los reyes godos. ¿Quién no ha oído hablar de su derrota en la batalla del río Guadalete en julio del 711? Aquella jornada, la destrucción de su ejército ante las tropas del general Tariq ibn Ziyad abrió las puertas a la dominación musulmana de la Península y provocó -a la larga- la destrucción de un reino con tres siglos de antigüedad. Con todo, y a pesar de que su nombre se repite hasta la saciedad en los libros de texto, este personaje sigue rodeado de la espesa neblina del desconocimiento. Desde su nacimiento, hasta la forma en la que arribó al trono. No obstante, es la última parte de su vida la que alberga más enigmas. Y, de forma más concreta, cómo abandonó este mundo.

Su muerte se ha convertido, más de un milenio después, en un verdadero misterio histórico. Algunas crónicas son partidarias de que Don Rodrigo falleció mientras combatía con el mismo Tariq en una pela singular; otras sentencian que se ahogó en un riachuelo mientras huía con su caballo, y las más rocambolescas son partidarias de que logró escapar hasta el norte de la Península Ibérica y fue enterrado en Viseu (Portugal). La cuestión continúa sin respuesta, como bien señala el historiador José Ignacio de la Torre Rodríguez en su obra «La reconquista española. 50 lugares» (editado por Cydonia). «Se desconoce cuál fue su destino, […] aunque lo más probable es que muriese en el campo de batalla», desvela el experto en período tardomedieval.

Del trono a la batalla
Pero viajemos hasta el origen del conflicto que llevó a nuestro protagonista hasta la que fue su última batalla. Este hunde sus raíces en la muerte de su predecesor, el rey Witiza, en el año 710. Un monarca godo que, como bien explica el autor español en su obra, abandonó este mundo sin dejar a nadie asociado al trono. Su triste partida inició, por si fuera poco, un enfrentamiento entre su familia y el por entonces duque de la Bética, Don Rodrigo, por hacerse con la poltrona. Como bien habrá supuesto el lector ganó el segundo, y lo hizo gracias al apoyo de buena parte de la nobleza y el clero.



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Aunque su reinado no fue exactamente como nos han contado. Revueltas vasconas, enfrentamiento directos contra los judíos... Su paso por el sillón región despertó más tensiones que alabanzas, todo sea dicho.

Con este currículum no parece extraño que los partidarios y familiares de Witiza se buscaran sus propios aliados para derrocar a Don Rodrigo y ganarse de nuevo el trono. Aunque el por qué lo hicieron se debate todavía entre la realidad y la leyenda. El mito afirma que Don Julián, gobernador de Ceuta, solicitó ayuda a los árabes después de que su hija, Florinda la Cava, le confesara enviándole una cesta de huevos podridos que el monarca la había violado. La lógica histórica, por el contrario, parece indicar que los motivos fueron menos honrosos. Esto es: poder y riquezas.

Fuera como fuese, en las páginas de los libros ha quedado impreso que -tras algunas escaramuzas iniciales- un gran ejército al frente del gobernador de Tánger, Tariq ibn Ziyad (súbdito de Muza ibn Nusair), cruzó el estrecho con ayuda goda y arribó a Gibraltar con miles de hombres.

Pintaban bastos para Don Rodrigo, a quien el susto le atropelló mientras sofocaba -a golpe de espada- una sublevación de los revoltosos vascones. El tiempo que tardó en pertrechar a sus soldados, girar la grupa de su caballo y galopar hacia el sur con todo aquel hombre capaz de portar una espada fue una de sus perdiciones, pues dio tiempo a Tariq para arrasar y rapiñar las tierras andaluzas. «Don Rodrigo llegó al Estrecho a principios de julio de 711 con un ejército de entre 10.000 y 12.000 hombres, unas tres o cuatro veces mayor que el musulmán», apunta el historiador. La victoria parecía en bandeja, así que inició el baile de aceros ese mismo mes.


Rey Witiza


Rey Witiza



El punto exacto de la batalla se desconoce. Algunos autores hablan del oeste de Algeciras; otros de las afueras de Medina Sidonia. Vaya usted a saber. Lo que sí podemos aseverar es que «la batalla como tal no existió, sino que desde el 19 de julio ambos ejércitos comenzaron a acosarse mutuamente». Y lo cierto es que, durante estas escaramuzas iniciales, no le fue mal a nuestro buen Rodrigo. Pero lo que decantó la balanza a favor de Tariq fue la inocencia del rey, quien cometió el error de posicionar a las fuerzas de los hermanos de Witiza en los flancos de la formación.

A Sisberto y a Oppas se les olvidó a toda velocidad su juramente de fidelidad y, en mitad de las tortas, se pasaron al enemigo ávidos de volver a ganar el trono para su familia. Aquello sentenció al monarca y le condenó -atendiendo a la mayoría de fuentes- a la muerte.

Misterio sin resolver
Muerte en combate, huida del campo de batalla... El destino de Don Rodrigo, el último rey godo según la tradición, es todavía un misterio. Solo existe una verdad aceptada, y es la que expone De la Torre en su obra: la que explica que, una vez que los invasores y los traidores se proclamaron vencedores tras varias jornadas de lucha, hallaron el caballo del monarca cubierto de flechas, pero no su cadáver. A partir de este punto las versiones son tantas como autores han investigado el suceso a lo largo de la historia. Las crónicas islámicas, por ejemplo, coinciden en que los restos del monarca desaparecieron, aunque sostienen que no se dejó la vida en el combate, sino que lo hizo tras dar media vuelta a su jamelgo y hundirse en un riachuelo cercano que intentaba cruzar.

Así lo explica un texto de época (de autor desconocido) replicado en la obra «Colección de tradiciones: crónica anónima del siglo XI»(publicada en 1867): «Rodrigo desapareció, sin que se supiese lo que le había acontecido, pues los musulmanes encontraron solamente su caballo blanco, con su silla de oro, guarnecida de rubíes y esmeraldas, y un manto tejido de oro y bordado de perlas y rubíes. El caballo había caído en un lodazal, y el cristiano que había caído con él, al sacar el pie, se había dejado un botín en el lodo. Solo Dios sabe lo que pasó, pues no se tuvo noticias de él, ni se le encontró vivo ni muerto».



Derrota de los visigodos en Guadalete


Derrota de los visigodos en Guadalete



En todo caso, a día de hoy existen otras tantas versiones diferentes sobre lo que aconteció al desgraciado Don Rodrigo tras la mítica contienda. La primera arriba de la mano de la «Crónica mozárabe de 754», calificada por los expertos como la principal fuente latina para el conocimiento del reino visigodo y la conquista musulmana de la Península. Este texto, después de explicar la derrota del ejército defensor en la batalla del río Guadalete, afirma que el monarca falleció en la contienda: «[El rey] murió en esta batalla, huyendo todo el ejército de los godos que, movidos por la ambición del reino, envidiosa y fraudulentamente habían venido con él. De este modo perdió desgraciadamente el trono y la patria».

De la Torre es de la misma opinión, y así lo deja patente en su obra: «Lo más probable es que Rodrigo muriese en el campo de batalla y que su cadáver quedase allí junto con los de los otros muertos de la contienda». En este sentido, el autor español sentencia que, a pesar de su importancia regia, «sus restos ya no servían a nadie», por lo que no le resulta extraño que «pudiera ser tratado como cualquier otro caído». El cómo dejó este mundo aquella jornada depende de la fuente a la que se acuda. Una de las versiones más épicas en este sentido es la que afirma que cayó bajo la lanza del mismísimo Tariq en un combate singular. Este, no contento con acabar con él, habría decapitado su cadáver y enviado su cabeza a Musa. Así lo recoge Domingo Domené Sánchez en «Año 711. La invasión musulmana de Hispania».

«No es conocida la causa de la muerte Ruderico; en nuestros tiempos, cuando repoblamos la ciudad de Viseo y sus cercanías, se encontró en cierta basílica un monumento en el que estaba escrito un epitafio que decía: “Aquí descansa Ruderico, rey de los godos”»
Otra versión, la que aparece recogida en la «Crónica de Alfonso III», se aleja de esta idea. Esta obra (fechada en siglo IX) afirma, para empezar, que «Ruderico salió a combatirlos [a los musulmanes] con todo el ejército de los godos», pero que no pudo hacer nada ante el empuje musulmán ni evitar que «pasaran a sus hombres a cuchillo». «No es conocida la causa de la muerte Ruderico; en nuestros tiempos, cuando repoblamos la ciudad de Viseo y sus cercanías, se encontró en cierta basílica un monumento en el que estaba escrito un epitafio que decía: “Aquí descansa Ruderico, rey de los godos”». Según estas palabras, el monarca habría logrado escapar hasta esta localidad portuguesa, dónde habría muerte poco después. En todo caso, De la Torre es partidario de que «nunca se ha podido encontrar una inscripción» descubierta, presuntamente, en el año 868.



Portada de la Crónica del rey Rodrigo


Portada de la Crónica del rey Rodrigo


Más remota es la teoría de que escapara a toda prisa hasta Salamanca, donde Muza le capturó y acabó con su vida. La última posibilidad quedó registrada en el siglo XVIII, y por escrito, en la localidad onubense de Sotiel Coronada (a orillas del río Odiel, en Huelva). Aquellos que son partidarios de esta versión sostienen que Rodrigo huyó de la batalla y llegó moribundo hasta la zona. A su vez, la tradición explica que se construyó una ermita (la de la Virgen de España) sobre el terreno en el que falleció. Más allá de la infinidad de ubicaciones plausibles, la realidad es que, aunque han pasado ya más de mil años, seguimos sin saber exactamente qué sucedió. Y ese enigma aumenta el encanto de la historia del monarca godo.

Rodrigo perdió la contienda y, ya fuera con su marcha a galope tendido o con su muerte, las escasas fuerzas que todavía quedaban bajo su mando se disgregaron. Tariq, ansioso por acabar con los restos del derrotado contingente, desoyó las órdenes de Muza y penetró con sus hombres en el territorio cimitarra en mano. Lejos de lo creía su superior, apenas hallaron una oposición seria. No solo eso, sino que a ellos se adhirieron algunos viejos pobladores de la Península. «Los judíos, tan perseguidos por los visigodos, apoyaron en masa a los musulmanes, a los que veían como unos libertadores», desvela Domené. En pocas décadas su dominio de todo el territorio era ya un hecho. Guadalete fue, por tanto, no solo la tumba del monarca, sino también la de su reino y, de facto, la primera pieza agitada de un dominó cuya caída no se detuvo hasta 780 años después, cuando terminó la Reconquista.

 
La otra historia gráfica de Auschwitz: sonrisas, opulencia y retratos clandestinos



La otra historia gráfica de Auschwitz: sonrisas, opulencia y retratos clandestinos




27/01/2020

La construcción en el imaginario popular a partir de las imágenes de Auschwitz y otros campos de exterminio nazi es muy sólida. Existen grandes archivos fotográficos, documentales y cinematrográficos. Aún así es muy probable que a pesar del ingente material que ha tratado de explicar lo que significó el mayor campo de exterminio de la Alemania nazi, no sólo los ensayos históricos, sino especialmente las populares interpretaciones de ficción más o menos rigurosas -como la reciente polémica suscitada en torno a la novela 'El niño del pijama de rayas'-, no sepamos todavía realmente como fue Auschwitz, ni siquiera si se ha visitado.

Sobre esta idea, la empresa española Musealia ha planteado la cuestión con una nueva exposición fotográfica, 'Seeing Auschwitz' en la sede de la ONU en Nueva York y de la UNESCO en París, expone una selección de fotografías tomadas, en su mayoría, por los perpetradores de la SS, pero también por las víctimas, como las del del prisionero griego de origen serfardí Alberto Errera, perteneciente al Sonderkommando, o las tomas aéreas del complejo nazi realizadas por las fuerzas aliadas. La exposición, que complementa la enorme y detallada muestra 'Auschwitz: No hace mucho No muy lejos' ahora en Nueva York, tras su exitoso paso en Madrid, ha sido comisariada por un equipo de especialistas liderado por el experto británico en educación sobre el Holocausto Paul Salmons, ayudará al visitante a comprender cómo estas icónicas imágenes han dado forma a la manera en que solemos ver y comprender la historia de Auschwitz.

Lo aclara a El Confidencial Luis Ferreiro, director de Musealia: "en el corazón mismo de este proyecto se haya no solo el ver más allá de lo obvio en fotografías icónicas que han construido la idea mental que compartimos de Auschwitz, sino también y sobre todo el cuestionarnos cuánto y cómo sabemos sobre esta historia y si realmente, a la luz de lo sucedido desde aquellas décadas hasta nuestros días, podemos decir, sin temor a auto-engañarnos, que realmente hemos visto Auschwitz".

El valor de 'Seeing Auschwitz' según explica Luis Ferreiro a El Confidencial, es la mirada crítica que propone: una reflexión para ir más allá también de lo truculento de algunas fotografías para comprender otros aspectos, el más importante de ellos: cuál es la intención del fotógrafo cuando las realiza". Es, en efecto, otra lectura, como por ejemplo el del contexto en el que se dispara la cámara: unas copas de árboles porque la realiza una víctima, a escondidas, sin tiempo a buscar otro encuadre.

GALERIA: https://www.elconfidencial.com/mult...-holocausto-fotografia-tercer-reich_2428604#0
 
MÁS DE MEDIO SIGLO COMPLETAMENTE OCULTA
Luise Danz, la tranquila panadera que se convirtió en la mayor asesina nazi
Considerada como una de las guardianas más violentas y agresivas de los campos de concentración, fue condenada a cadena perpetua, hasta que desapareció en 1956



Foto: Luise Danz, la tranquila panadera que se convirtió en la mayor asesina nazi. (United States Holocaust Memorial Museum)


Luise Danz, la tranquila panadera que se convirtió en la mayor asesina nazi. (United States Holocaust Memorial Museum)




AUTOR
RUBÉN RODRÍGUEZ
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TAGS
NAZISMO
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
AUSCHWITZ

23/01/2020



¿La maldad es algo con lo que se nace o se aprende? Nunca sabremos qué es lo que llevó a Luise Danz a dejar de ser una tranquila panadera de Brandenburgo para convertirse en una de las criminales nazis más violentas. Quizá el amor pudo tener algo que ver, pero lo cierto es que nada justifica las deleznables acciones que llevó a cabo en tres campos de concentración diferentes. Arrepentida, años se escondería en Alemania para morir en el más absoluto secreto.

Nacida el 11 de diciembre de 1917 en Turingia, fue una excelente estudiante que, recién cumplidos los 18 años, decidió marcharse del núcleo familiar para probar suerte con una nueva vida en Brandenburgo. No tardó mucho en encontrar un trabajo como panadera, viviendo tranquila y generando mucho afecto entre sus clientes. Pero el destino le guardaba un giro macabro: solo un par de años después, tuvo que volver a su casa para cuidar de sus padres, mayores y enfermos.

Aquella vida idílica y tranquila desapareció para volver a su localidad de origen, donde la monotonía regía su día a día. Pero todo cambió meses después: mientras estudiaba en Ulm para entrar en el servicio postal, conoció al doctor Freiherr Franz von Bodman, quien por entonces era el médico del campo de concentración de Majdanek. La joven se enamoró de él, aunque no fue correspondido... pero sí la convenció para que se apuntara a las SS y ayudara al régimen nazi.

Danz sería enviada a Ravensbrück como vigilante de prisioneros, un campo de concentración en el que fue 'formada' en las malas artes nazis. Solo unos meses después, sería trasladada al campo de Majdanek, donde se encontraba Von Bodman, y su transformación fue evidente. Aquella muchacha en la que no se atisbaba una pizca de maldad pasó a convertirse en la guardiana más severa, violenta y agresiva del campo de concentración: latigazos, patadas y puñetazos pasaron a ser la norma.




Luise Danz, durante el Primer Juicio de Auschwitz. (CC/Wikimedia Commons)




Pronto encontró en la violencia una forma de diversión, lo que la llevó a ser ascendida, en dirección a Auschwitz. Allí pasó a ser la responsable de contabilizar cuántas personas entraban en el campo y cuántos fallecían diariamente. Su labor le llevó a ser condecorada por la SS, siendo ascendidade nuevo dentro del campo, esta vez como jefa del transporte de prisioneros. Cada vez, era más agresiva y más violenta, tal y como relata 'La Vanguardia'.

Ya en 1945, a punto de llegar la Segunda Guerra Mundial a su fin, la temida guardiana fue enviada al campo de concentración de Malchow, donde comenzó a matar indiscriminadamente a un elevado número de mujeres judías que, a día de hoy, sigue siendo indeterminado. En el mes de mayo, cuando las tropas soviéticas se acercaban al campo, decidió huir junto a otras guardianas, pero solo unas horas después sería reconocida y detenida.







Durante el Primer Juicio de Auschwitz, Danz fue condenada a cadena perpetua. Sin embargo, en 1956 fue dejada en libertad por buena conducta, momento en el que decidió desaparecer del mapa. Durante muchas décadas, nadie volvió a hablar de ella ni a saber cuál era su verdadero paradero, hasta que en 1997 un juez trató de reabrir un caso en el que la guardiana nazi estaba involucrada, al asesinar a una niña presa a golpes en el campo de Malchow.

El juicio nunca se celebró -por la elevada edad de Danz- y no tuvo que aparecer en público, lo que le sirvió para seguir salvaguardando su identidad. Nunca más se volvió a saber de ella desde 1956, hasta 2009. Fue entonces cuando personas cercanas a ella confirmaron que había muerto en la ciudad alemana de Waldorf en el más absoluto secreto. Danz, la panadera sonriente que se terminó por convertir en una de las mayores criminales de la IIGM... y que solo pasó diez años en prisión.

 
CONSPIRACIONES POLÍTICAS, RITUALES MÁGICOS Y EL CADÁVER DE EVITA EN UN CHALET DE PUERTA DE HIERRO: LOS AÑOS DE PERÓN EN MADRID

Después de ser derrocado por un golpe militar, el expresidente argentino se exilió a regañadientes en la España de Franco hace 60 años.


POR EDU BRAVO
27 DE ENERO DE 2020




Juan Domingo Perón y María Estela Isabel Martínez en España en los sesenta.


Juan Domingo Perón y María Estela Isabel Martínez en España en los sesenta.© GETTY



El 27 de enero de 1960, Juan Domingo Perón aterrizó en el aeropuerto de Sevilla. España había sido el lugar elegido por el expresidente argentino como destino final de su exilio. Un grupo de militares protagonizaron varios intentos de golpes de Estado contra él, para los cuales no escatimaron medios. Llegaron a bombardear la Plaza de Mayo a plena luz del día, dejando más de trescientos muertos. A pesar de resistir la mayoría de esas asonadas, Perón renunció finalmente al cargo en septiembre de 1955 para evitar un baño de sangre aún mayor. Tras refugiarse en una cañonera de bandera paraguaya, puso rumbo a ese país, donde el caudillo de aquel país, Alfredo Stroessner, le comunicó que no podía garantizar su seguridad. Por esa razón, Perón tuvo que trasladarse a Venezuela, luego a la Nicaragua de Somoza, a Panamá y, por último, a la República Dominicana de Leónidas Trujillo, de donde había partido el avión en el que llegó a Sevilla.

Junto al General, viudo tras la muerte de su esposa Evita Perón en 1952, viajó a España María Estela Martínez, una bailarina clásica y exótica a la que el político había conocido en un club nocturno de Panamá. Aunque siempre bromeó con que podría ser una espía de la CIA, lo cierto es que Perón y María Estela, conocida artísticamente como Isabel, se enamoraron y acabaron casándose. Eso sí, en 1961, meses después de haber llegado a España y después de que se lo exigieran Francisco Franco, Carmen Polo y la jerarquía católica, que no veían con buenos ojos que el exdirigente viviera en concubinato con una artista.

Por esta y otras razones, las relaciones entre Franco y Perón nunca fueron buenas. De haber podido, posiblemente, ni Perón hubiera elegido España para vivir, ni Franco a un invitado como ese. No obstante, ante la falta de opciones mejores –la otra era Cuba, lo que hubiera mandado al traste la “tercera posición”–, el expresidente decidió hacer valer la amistad hispano argentina y las miles de toneladas de trigo que regaló al pueblo español durante la postguerra, para conseguir asilo en España.

En todo caso, ni Franco se lo puso fácil a Perón, ni este cumplió con demasiada diligencia lo acordado con el régimen franquista. La principal condición del dictador para acoger al expresidente era que no interfiriera en la política argentina, cosa que Perón desobedeció constantemente. De hecho, su primera residencia en el país fue Torremolinos, destino agradable pero alejado de la capital, para que no tuviera acceso directo a los medios de comunicación y dificultarle las ganas de telegrafiar o llamar a Argentina.

En la ciudad malagueña descansó unos días, antes de emprender viaje a Suiza y otros países europeos. Después regresó a Torremolinos y, unos meses más tarde, sin consultar a nadie, decidió afincarse en Madrid. En todo caso, Perón regresaría con frecuencia a la Costa del Sol, pues siguió siendo el lugar elegido por Franco para “desterrarlo” cada vez que el argentino ponía en aprietos al gobierno español con sus mensajes a los militantes peronistas y sus injerencias en la política de un país amigo.

Cuando se trasladaron a Madrid, Perón e Isabelita se alojaron en un primer momento en la zona de El Plantío y, posteriormente, en la calle Doctor Arce, en el exclusivo barrio de El Viso, donde tuvieron como vecina a Ava Gardner. Como documentaba la serie Arde Madrid, la relación no era precisamente cordial por, entre otras cosas, las continuas fiestas de la estrella de Hollywood. Debido a estos problemas y gracias a apoyo económico de los muchachos peronistas, del empresario Jorge Antonio y de unos pocos ahorros que tenía, Perón decidió comprar un terreno en la zona de Puerta de Hierro. En él mandó construir un chalé de dos plantas y estilo racionalista que bautizó como Quinta 17 de Octubre, en recuerdo de ese día de 1945 en que “los descamisados”, procedentes de diferentes puntos de Gran Buenos Aires, se dirigieron a la Plaza de Mayo para exigir al gobierno– del que Perón era miembro como Ministro de Previsión Social pero que lo había detenido–, que lo liberase.

Situada en la calle Navalmanzano, la residencia de Puerta de Hierro, se convertiría en el epicentro de la resistencia peronista. Desde allí, Perón daría órdenes a los líderes sindicales de la CGT, escribiría cartas arengando a esa “juventud maravillosa” que no dudaría en tomar las armas para forzar su regreso. También recibía a los militantes más destacados de uno y otro ala: desde los peronistas de izquierdas Envar El Kadri y Rodolfo Galimberti, a los de derechas como José Ignacio Rucci y Norma Kennedy o los moderados como Abal Medina. También frecuentaban la casa periodistas como Emilio Romero y destacadas personalidades del régimen, como Pilar Franco, hermana del dictador, que tenía muy buena relación con María Estela.

Además del matrimonio, durante una temporada también residió en la casa José Cresto, padre espiritual de María Estela. Un hombre místico, medio chamán y prácticamente analfabeto, que había acogido a María Estela cuando era una adolescente y que, ahora que su protegida gozaba de una mejor situación social y económica, había decidido devolverle el favor. Sin embargo, a pesar del apoyo emocional y esotérico que Cresto producía en la tercera mujer de Perón, los días del mago en la casa estaban contados, a consecuencia de un extraño personaje que no tardaría en hacer aparición en sus vidas y que las trastocaría por completo: José López Rega.




Juan Domingo Perón y María Estela Isabel Martínez en Puerta de Hierro con La Tuna, 1967.


Juan Domingo Perón y María Estela Isabel Martínez en Puerta de Hierro (Madrid) con La Tuna, 1967.




El regreso frustrado
A finales de 1964, Perón organizó un regreso sorpresa a la Argentina del cual no advirtió ni a las autoridades del país austral ni a las españolas. Para poderlo llevar a cabo, el estadista tuvo que esconderse en el maletero de un automóvil que lo trasladó de la Quinta 17 de Octubre a Barajas, donde subió en un avión de línea regular con destino a Buenos Aires. Cuando las autoridades tuvieron noticia de quién iba en el vuelo, el piloto fue obligado a aterrizar en Brasil. Perón fue detenido e invitado a tomar el siguiente avión para Madrid. Esta rocambolesca aventura, que hubiera supuesto un golpe de efecto del expresidente, se convirtió en una muestra de debilidad para aquellos que, como el dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor,consideraban que Perón ya estaba amortizado como figura política. Comenzaba a hablarse por entonces del “peronismo sin Perón” y Vandor era uno de los mejor posicionados para ocupar el lugar del líder, algo que el propio interesado no estaba dispuesto a tolerar.

Por esa razón, y después de pasar una temporada en Torremolinos como correctivo por el viaje frustrado, Perón envió en 1965 a Argentina a María Estela con órdenes precisas de reunirse con los líderes sindicales, tantear su lealtad hacia el líder y fortalecer su figura política después de una década de ausencia. Entre las muchas personas que la mujer de Perón encontró en su periplo argentino estaba un turbio sujeto, aficionado como ella a las ciencias ocultas, autoproclamado brujo y autor de diferentes libros de esoterismo en los que exponía su teoría de la Triple A. Se trataba de una superalianza de países formada por África, Asia y América que dominaría el mundo en el futuro. Su nombre era José López Rega, antiguo cabo de la policía bonaerense que decía haber formado parte de la escolta personal de Evita y que, después de coincidir con María Estela en Buenos Aires, decidió seguirla hasta Madrid.

En la capital, López Rega se alojó en una pensión del centro de la ciudad desde la que se desplazaba diariamente a Puerta de Hierro para realizar todo tipo de recados al matrimonio y a la que regresaba de madrugada cuando los señores no tenían más que ordenar. La situación resultaba tan extraña, que no fueron pocas las veces que López Rega, o “Lopecito”, como le llamaba Perón, fue objeto de las burlas de los habituales de la casa. Las bromas terminaron cuando López consiguió que se le permitiera residir en la Quinta 17 de Octubre, convertirse en el hombre de confianza de Perón, controlar su agenda, responder las llamadas de teléfono y filtrar la correspondencia del líder. Uno de los primeros que sufrieron la venganza de “Lopecito” fue José Cresto que, tras ver cómo su protegida había caído rendida a la charlatanería del recién llegado, se dio cuenta de que no había lugar para dos magos en esa casa y acabó marchándose. Los siguientes afectados fueron los simpatizantes y sindicalistas peronistas, que veían cómo sus cartas no eran entregadas, sus llamadas no comunicadas y sus visitas no anunciadas.

La relación de María Estela y López Rega alcanzaría su punto álgido en 1971. El 3 de septiembre de ese año, el cadáver embalsamado de Eva Perón, que había sido robado de la sede de la CGT de Buenos Aires por los militares y permanecido en paradero desconocido durante casi dos décadas, fue devuelto a su viudo. Pasadas las 20:25 horas, para que no coincidiese con la hora del deceso de Eva Perón, un camión hizo entrega de una caja de madera en la que había un ataúd de zinc en el que estaba el cuerpo, el cual fue colocado en una de las habitaciones de la casa, como si de un habitante más se tratase. A partir de entonces, María Estela y López Rega se dedicarían a adecentar el cuerpo embalsamado, cuidarlo y, previendo un pronto regreso a la Argentina, realizar rituales mágicos destinados a que el carisma de la muerta pasase a la nueva mujer del general.

En 1972 se produjo un primer regreso de Perón a la Argentina que resultó ser un viaje de pocos días. La vuelta definitiva no llegaría hasta junio de 1973, a tiempo de que el expresidente se presentase a las elecciones de septiembre de ese año, las cuales ganó en primera vuelta con amplia mayoría. A partir de ese momento y radicados en la residencia presidencial de Olivos, la casa de Puerta de Hierro quedó sin uso. También López Rega acompañó al matrimonio a la Argentina para seguir siendo la mano derecha de Perón, asumir el cargo de Ministro de Bienestar Social y participar en la fundación de la Triple A (esta vez la Alianza Anticomunista Argentina), grupo parapolicial responsable de miles de muertes durante los años previos a la dictadura cívico militar. Solo quedaron en el chalé algunos miembros del servicio y el cadáver de Evita.

En 1974 falleció Juan Domingo Perón. Como vicepresidenta, María Estela le sucedió en el cargo y permaneció como presidenta de la nación hasta que, en 1976, fue depuesta por un golpe de Estado encabezado por los generales Videla, Agosti y Massera. Detenida durante más de cinco años, María Estela fue liberada en 1981 pero obligada a abandonar el país. Decidió regresar a España y, aunque en un primer momento volvió a alojarse en la Quinta 17 de octubre, a principios de los noventa, Isabelita Perón vendió la casa de Puerta de Hierro y se fue a vivir de alquiler a diferentes zonas de la ciudad, hasta que adquirió un chalé adosado en Villafranca del Castillo donde sigue residiendo en la actualidad. En regimen de reclusión casi, apenas sale más que para ir a misa.

El terreno de Puerta de Hierro fue comprado por una inmobiliaria que quebró y dejó a medio construir siete chalés de lujo. Una oportunidad que fue aprovechada por el futbolista argentino Jorge Valdano que, junto con un amigo, adquirió la propiedad y finalizó las siete viviendas. Ellos se reservaron una de las casas cada uno y las otras cinco fueron vendidas con buenos réditos. Sin lugar a dudas, “un negocio peronista”.


 
NOSTRADAMUS (Año 1503) Pasajes de la historia (La rosa de los vientos)


Capitulo completo de la serie "Pasajes de la historia", sección del programa "La rosa de los vientos" dedicado a Nostradamus (Año 1503), todo el merito es de su director y locutor J.A. Cebrian, d.e.p.



 
Larra o Einstein: por qué los grandes genios siempre llevaron vidas miserables
Parece que las personas con capacidades extraordinarias están condenadas al fracaso vital. No es casualidad, hay estudios científicos que lo demuestran



Foto: Retrato de Mariano José de Larra, héroe trágico español y uno de los padres del periodismo. (Wikipedia)


Retrato de Mariano José de Larra, héroe trágico español y uno de los padres del periodismo. (Wikipedia)



autor Enrique-Zamorano


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04/02/2020


Febrero de 1837. Un estruendo fatal rasga la medianoche en el centro de Madrid. En la calle Santa Clara de la capital, a escasos 50 metros del Palacio Real y de la populosa Plaza de la Ópera, un hombre cae abatido sobre un suelo de cerámica cromada. Se trata de Mariano José de Larra, máximo pionero de este bello oficio llamado periodismo quien, en un ataque de lucidez o de desesperación, decide poner punto y final a su vida.

Mucho se ha especulado sobre los motivos que le llevaron al su***dio, sobre todo después de haber gozado de un alto prestigio entre sus coetáneos. El mismísimo José Zorrilla entonó una elegía ante su tumba pasados unos días. Algunas décadas más tarde, personajes tan ilustres para el pensamiento español como Azorín, Unamuno o Baroja recogían las ideas que el genio dejó plasmadas en sus textos para renovarlas y adaptarlas a los tiempos, en una suerte de herencia cultural que ha pasado de generación en generación hasta nuestros días.

El problema con el mundo es que los estúpidos son arrogantes y los inteligentes están llenos de dudas

La muerte de Larra sigue estudiándose a día de hoy en todos los colegios españoles como un hito oscuro de la historia de España. Al fin y al cabo, se trata de una metáfora que simboliza esa continua lucha entre razón y emoción en la que claramente venció la segunda. Considerado como uno de los padres del Romanticismo, también fue uno de los intelectuales más duchos y brillantes de la época de la Ilustración, ese período en el cual se disiparon las sombras de la superstición para dar a luz a la ciencia y la razón, que luego sentarían las bases de una sociedad más justa e igualitaria. La enorme pérdida de Larra no solo significó un antes y un después para la literatura, como comúnmente se le ha asociado, sino también para el periodismo y las ciencias sociales.

Y como si fuera una especie de maldición, la historia se repite con otros tantos genios. Como Albert Einstein, hacedor de frases cargadas de significado y dobles sentidos, quien expresó esta idea trágica que comparten tantas personas excelentes, superinteligentes como él o repletas de talento: “Es triste ser conocido de forma tan universal, y a la vez estar tan solo”. ¿Qué es lo que empuja a estas vidas -tan diligentes, creativas, lúcidas e instruidas-, a la desgracia?

En muchas ocasiones, una personalidad fuerte está asociada a un cierto desorden en la esfera privada. Como el caso de Larra, quien al parecer apretó el gatillo al ser abandonado por Dolores Armijo, una de sus amantes (estando él casado). O el propio Einstein y su fama de mal estudiante. ¿Tiene la ciencia una respuesta al respecto?

Genios infravalorados, zoquetes muy creídos
Existe un curioso sesgo cognitivo muy interesante por el cual las personas con nula habilidad o escasos conocimientos en una materia sufren un sentimiento de superioridad ilusorio frente al resto, y viceversa; aquellos con un coeficiente intelectual por encima de la media o muy cualificados en su disciplina tienden a subestimarse en exceso, sufriendo un síndrome de inseguridad que les hace creer que esos desempeños tan extraordinarios que ellos realizan sin pestañear son sencillos para los demás. Se trata del efecto Dunning-Kruger, descubierto en 1999 por los investigadores Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell, en Nueva York.

Los seres creativos emplean mucho tiempo en reflexionar sobre lo que quieren alcanzar o qué deben cambiar para tener éxito

Ambos publicaron un estudio en el 'Journal Personality and Social Psychology' en el que concluyeron: “La sobrevaloración del incompetente nace de la mala interpretación a la capacidad de uno mismo. La infravaloración del competente nace de la mala interpretación de la capacidad de los demás”. Bien podría resumirse con la idea de que el erudito de verdad es aquel que se da cuenta de que a pesar de haber adquirido muchos conocimientos, la sabiduría no es un estado estático, sino más bien una carrera de fondo. O con una frase del británico Bertrand Russell, padre de la filosofía analítica: “El problema con el mundo es que los estúpidos son arrogantes y los inteligentes están llenos de dudas”.

Pero, llegados a este punto, habría que hacer una precisión terminológica. ¿Qué es la sabiduría? Antes de irnos por las nubes, hay que atender a la diferenciación que hace Igor Grossman, profesor de la Universidad de Waterlooo (Canadá), entre este concepto y el de inteligencia. En este sentido, la inteligencia tiene que ver estrictamente con el coeficiente intelectual, mientras que la sabiduría toma un enfoque más holístico. En uno de sus estudios, el científico comprobó que aquellos con mejores resultados en pruebas de conocimientos generales también reportaban una mayor satisfacción con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de ansiedad.


"Comerse demasiado la cabeza"
Otra variable que seguro que se te ha podido pasar por la cabeza alguna vez es que, para llevar una vida tranquila y feliz no deberías pensar demasiado. Lo que viene a ser la típica expresión “comerte la cabeza”. El psicólogo Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2011, estudió las vidas de genios como Picasso, Freud o Stravinsky, y halló que tenían un patrón de trabajo muy similar en común basado en el ensayo y error. Su método era, pues, la retroalimentación constante, lo que sin duda les generaba mucha presión y ansiedad. “Los individuos creativos emplean una considerable cantidad de tiempo en reflexionar sobre lo que quieren alcanzar, si han tenido éxito o no, y si no lo han logrado, qué es lo que deben cambiar”, asegura Gardner en uno de sus estudios.

Otro estudio canadiense del académico Alexander Penney concluyó que todas aquellas personas brillantes se distinguen de las demás porque poseen una “mente rumiante” siempre abierta a las dudas o a las segundas consideraciones. De igual modo, la neuróloga Nancy Andreasen resolvió en su popular libro 'The creative brain' ('El cerebro creativo'), que los genios de nuestra sociedad estaban condicionados por trastornos bipolares, depresiones o crisis de ansiedad.


Subsistir en la máquina o el ostracismo
De algún modo, la forma de vida que llevamos, que ciertos autores ya nombraron como “la sociedad del cansancio”, en la que los individuos se perciben como empresarios de sí mismos, se autoexplotan y son obligados a adquirir un cierto prestigio a riesgo de desaparecer, condena a estas mentes creativas bien al ostracismo o bien a la sumisión al sistema. No es raro ver que muchas de estas personas inteligentes y con buenas ideas deben conformarse con trabajos nada creativos para subsistir dentro de la máquina.O en todo caso, se obsesionan tanto por hacer bien las cosas que son incapaces de amoldarse a los tiempos tan frenéticos y exigentes de la era del turbocapitalismo, en la cual, todo va demasiado deprisa y los resultados se miden al minuto.

Es lo que opina Josh Linkner, un experto de la revista 'Forbes' que alertaba de cómo en muchos casos se da un fracaso de gente con verdadero talento mientras que los más mediocres ascienden en la pirámide social como por arte de magia. Lo que a unos les cuesta años y esfuerzo, dedicación y compromiso, a otros tan solo tener un buen padrino o bien formar parte de una comunidad virtual que ejerza de seguro de vida ante un despido. En definitiva, como también refrendaba Kant: "La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar". Y es precisamente la duda lo que menos abunda en esta época que siempre precisa de certezas absolutas, en la que todo el mundo cree tener la razón.

 
Así conquistó el Imperio español lo que hoy es Estados Unidos: la epopeya de Juan de Oñate
Juan de Oñate puso la primera piedra para el avance español sobre Texas, Nuevo México, Arizona, California y otras regiones estadounidenses



Detalle del cuadro conquista del Colorado, óleo de Augusto Ferrer-Dalmau


Detalle del cuadro conquista del Colorado, óleo de Augusto Ferrer-Dalmau



César Cervera
César Cervera


La conquista de México por Cortés precedió a una interminable lista de incursiones al interior de Norteamérica, entre ellas la que sirvió a Francisco Vázquez de Coronado para descubrir el Cañón del Colorado; sin embargo, pasaron muchas décadas hasta que se establecieran puestos de avanzada en un territorio denominado la «Gran Chichimeca» por los aztecas y otros pueblos sedentarios, que se veían a sí mismos como civilizados en comparación con la vida allí.

Bastante tenían los escasos castellanos con haber fundado asentamientos por toda Sudamérica, Centroamérica y México como para extenderse también al otro lado del Río Grande. Sin embargo, aquella frontera autoimpuesta se derrumbó en el siglo XVII. Juan de Oñate, un español nacido en México, asumió la tarea de establecer por primera vez asentamientos permanentes en lo que hoy es el sur de los Estados Unidos. Firme, temerario e incluso cruel, Oñate, el jinete, fundó en 1598 la ciudad de San Gabriel, hoy Nuevo México, en una tierra áspera que agradó a pocos de los colonos que le acompañaban.

La existencia de San Gabriel sería efímera, a causa de su pobreza y de la brutalidad de los indios pueblo. Aparte de los archiconocidos apaches y comanches, en el momento en el que Oñate se internó en el territorio que hoy ocupa Nuevo México la población nativa más importante era el grupo conocido como pueblo. La mayor parte de estas tribus se sintieron intimidadas por los caballeros de brillante armadura y accedieron a colaborar con los forasteros.


Un trampa mortal en Acoma
El afán de exploración internó a los españoles en las tierras de estas tribus. Confiado en lo fácil que estaba resultando someterlas, Oñate aceptó la invitación para subir a la que llamaban la aldea de las nubes a finales de octubre de 1598. Acoma o Hákuque (hoy al oeste de Alburquerque) estaba edificada por los indios queres en medio de una llanura rodeada de inmensos precipicios. Para alcanzar el asentamiento, que presumían inconquistable los indios, Oñate subió por una estrecha senda en las que un tropiezo suponía caer más de cien metros. La altura era un riesgo, pero más lo era que Oñate se acompañara de solo una decena de soldados, entre una hilera interminable de ojos indios inquietos, por mucho que Vázquez de Coronado hubiera sido recibido con gran hospitalidad medio siglo antes.


Tal vez porque olfateó el peligro, Oñate rehusó bajar a una cámara oscura en la sala del consejo de la aldea cuando así se lo pidió uno de los indios, Ninguno de los indios insistió en que bajara. Oñate se marchó de Acoma satisfecho de haber sometido a otra tribu a la autoridad real. Mientras se alejaba de la impresionante aldea en su caballo, valoraba la sencillez de su nueva conquista, sin ser consciente de que el mayor botín del día había sido conservar la vida. Los partidarios de un jefe indio llamado Zutucapán habían colocado una trampa para matar en esa sala a Oñate. Muerto su caudillo —creían con cierta candidez— que el resto de barbudos desandaría el camino por el que había venido. Coronado y Oñate se maravillaron con la aldea de las nubes.

Los siguientes españoles en poner pie allí arriba más bien sintieron terror. El 4 de diciembre de ese mismo año, Juan Zaldívar, sobrino de Oñate, se detuvo en Acoma para requisar harina cuando regresaba de explorar las llanuras del este. También él aceptó la invitación para subir a lo alto del valle. Mientras 14 de sus hombres se quedaban abajo vigilando los caballos, 16 españoles se dispersaron por las calles Acoma. De repente, el grito de guerra del jefe de la tribu activó contra los españoles una lluvia de flechas, cuchilladas, pedradas, golpes y todo lo que pudieron lanzarles los indios, niños, mujeres y ancianos incluidos.

Zaldívar y la mayor parte de sus hombres fueron masacrados en el ataque sorpresa. No así cinco soldados que se buscaron entre sí por las calles abriéndose paso a golpe de pólvora y de furia. Ya sin munición, los cinco usaron los mosquetes a modo de mazas para defenderse en un pequeño círculo formado al calor irregular de un sol de invierno.

Una resistencia que el transcurso de las horas haría insostenible. La superioridad numérica del enemigo, la gravedad de las heridas de algunos y la falta de un sendero por el que escapar a pie decantaron la opción más arriesgada. Con esa lógica tan aplastante y particular de los soldados de su época, los cinco determinaron que en la aldea de las nubes solo cabía volar, a lo que saltaron al vacío desde una altura de más de 40 metros.


Un salto de fe
Lo más insólito es que solo uno de los cinco perdió la vida en el salto, probablemente porque cayeron en una duna de arena. Los jinetes que permanecían abajo con los caballos acudieron espantados al observar la dantesca escena. Junto a sus compañeros, se hicieron fuertes en los riscos, donde permanecieron hasta que los heridos pudieran recuperarse. Su salida con vida de Acoma permitió avisar a Oñate y a las misiones de franciscanos aisladas de que estaba en curso un levantamiento de los indios pueblo.

Lo más insólito es que solo uno de los cinco perdió la vida en el salto, probablemente porque cayeron en una duna de arena.
Juan de Oñate respondió a la emboscada india con determinación, a pesar de que sus recursos humanos y militares eran casi irrisorios. El sargento mayor Vicente Zaldívar, hermano del fallecido, acudió con 60 hombres a asediar el inexpugnable asentamiento nativo, que estaba defendido por una fuerza de 500 indios entre queres y sus aliados navajos. En Europa una fortaleza de esa naturaleza, incluso cuando se trataba de defensas naturales, hubiera exigido un ejército al menos tan numeroso como el enemigo si no se quería entrar en un interminable cerco. No obstante, ni Acoma era un castillo europeo ni los indios pueblo iban a defenderse como normandos.




Monumento conmemorativo del paso de Juan de Oñate en el Río Norte


Monumento conmemorativo del paso de Juan de Oñate en el Río Norte




Los nativos hicieron acopio de alimentos y sus guerreros esperaron, como si se tratara de gárgolas en la montaña, a los europeos pintados de la cabeza a los pies de negro en lo alto de la aldea. Mientras los escasos hombres con armas de fuego realizaban un ataque de distracción en el norte, el 22 de enero de 1599 Zaldívar ordenó a doce españoles que escalaran la parte más afilada del talud en el norte para colocar en un saliente rocoso de la plataforma un pequeño cañón. El impacto de sus proyectiles destrozó las casas de adobe y madera como si fueran de cartón.

Desde esta posición los españoles pudieron improvisar un puente portátil con madera subida con cuerdas, a pesar de la constante lluvia de flechas y piedras. El grupo de asalto logró cruzar la pasarela hasta una zona que daba a las casas queres, y allí conquistaron calle a calle frente a un enemigo que les superaba diez a uno.

El incesante sonido de los tambores de guerra indios cesó de repente. Sin embargo, aún quedaba el grueso de Acoma por caer, lo que no sucedió hasta que el pequeño cañón fue tumbando, como bolos, las casas de los indios desde primera línea. Dos terceras partes de la aldea desaparecieron, hasta que cundió el pánico y fue el fin de su mundo.


Triste final de la Ciudad
El 24 de enero, muchos guerreros comenzaron a arrojarse al vacío al verse sin escapatoria. La medicina mágica de aquellos hombres blancos los hacía invencibles, estimaron, de modo que los ancianos de la tribu pidieron la rendición. Dado que la mayoría de los responsables del asesinato de su hermano habían perecido en el combate, Vicente Zaldívar no castigó con la muerte a ninguno de los queres rebeldes.

Las penas fueron igual de salvajes. Se condenó a todos los hombres y mujeres mayores de doce años a 20 años de servicio personal, una suerte de esclavitud, además de que a los guerreros se les cortó públicamente un pie. Los niños fueron entregados a los frailes para su educación, mientras que 60 niñas alimentaron los conventos de monjas de Ciudad de México, de manera que nunca más vieron a sus familias.

La rápida victoria, que costó dos muertos a los españoles, a pesar de la terrorífica desproporción de fuerzas, sirvió para pacificar al resto de tribus. En los siguientes años, ya sin Oñate, cesado con el cambio de reinado en España, se consolidó la presencia europea en Nuevo México y se trasladó la colonia a Santa Fe. San Gabriel murió para siempre, mientras Juan de Oñate se dedicó el resto de su vida a que la Corona le rehabilitara de las condenas por dureza excesiva con sus hombres y crueldad con los indios. Murió, ya anciano, en 1630, cuando ejercía el cargo de inspector de las Reales Minas.

 
LAS 'SCHINDLER GALLEGAS'
Las hermanas españolas que salvaron a cientos de judíos del infierno
Julia, Lola y Amparo Touza lograron dar cobijo y poner a salvo de los campos de concentración a los prisioneros que llegaban a la estación de Ribadavia



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ÁLVARO VAN DEN BRULE

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08/02/2020



"Del cerro vengo bajando/ camino y piedra
traigo encerrada en el alma /vida y una tristeza".
Atahualpa Yupanqui.


Las hermanas Touza eran tres mujeres sencillas, orondas y rollizas, con el colorete en sus mejillas natural de las campesinas curtidas; pero sobre todo, eran bondadosas y generosas. No podían ver la pobreza ni la desgracia ajena sin atenderla (la sentían como una ofensa a sí mismas) ni la injusticia infligidapor otros antropoides a seres humanos desvalidos. Desde su pequeño otero, a una veintena de kilómetros del río Miño y de Portugal, habían creado una especie de peculiares vasos comunicantes. Muchos judíos que venían huyendo del horror y las atrocidades del régimen nazi una vez cruzados los bajos pirineos por sus zonas oeste en el País Vasco, se encontraban con el amparo en estas tres criaturas celestes.
A veces la humanidad es bendecida por personas luminosas que dan sentido al vacío que tiene el adjetivo del mismo nombre y que actúan de manera ejemplar señalándonos el camino. Estas criaturas no eran de este mundo. Profundamente gallegas hasta el punto de que en ese dulce y casi sinfónico idioma-dialecto (cuando lo hablan las mujeres y los niños es muy tierno) un castellano hablante puede ser candidato a una ingesta de biodramina. A veces el gallego es como un verbo suave parecido a un reconfortante gel tópico y otras es para salir corriendo y llamar a un traductor.


Tres hermanas valientes
La historia de Julia, Lola y Amparo Touza Domínguez, habitantes de Ribadavia -pueblo encastrado entre árboles y huertas roturadas con tiro animal y en ocasiones, hasta humano- albergaron y transmitieron uno de esos escasos gestos que el altísimo tiene para con la condición humana. Tres hermanas habían tejido una red de fuga para todos aquellos judíos que escapaban de una de las mayores tragedias que los terrestres habían padecido en siglos.


De todo es sabido que en la Alemania posterior a las elecciones del año 1933 (no hay que olvidar que fueron ganadas democráticamente, ojo al dato, en alianza con el partido Zentrum del aristócrata Von Papen al que Hitler le dio al día siguiente de la victoria una patada y lo envió de embajador a Ankara) nadie que no estuviera afiliado al partido nazi podía trabajar en aquel fabril y febril engranaje militar endemoniadamente productivo enfocado a vengar el hoy reconocido como oneroso tratado de Versalles –Compiegne tras la Primera Gran Guerra. El dictador del mostacho simétrico lo vio claro e ideologizó con un fanatismo extremo lo que solo pretendía ser en principio una expropiación– o robo dicho en Román Paladino de los activos del pueblo judío en Alemania, que ciertamente eran unos cuantos y suponían casi un 30% de la economía alemana manejada por un colectivo porcentualmente poco significativo en el conjunto de la población. El del mostacho remilgado vio que era un buen negocio y rápidamente satanizó a todo el colectivo semita apropiándose de sus ahorros, patrimonio y todo lo que su largo brazo depredador alcanzaba. Aquello fue sencillamente un atraco con todas las de la ley disimulado por una coartada ideologizada. Las consecuencias son por todos conocidas.



Las hermanas Touza.





Al igual que las hermanas Touza, existieron nobles gentes como Ángel Sanz-Briz, el ángel de Budapest, un embajador español que se la jugó durante la Segunda Guerra Mundial y que probablemente haya sido el sujeto individual que más judíos haya salvado jamás en aquel terrible holocausto. No hay que olvidar la historia de Oskar Schindler, aquel empresario alemán también miembro del Partido Nazi que salvó a un millar de judíos empleándolos en sus fábricas.

El ángel de Budapest u Oskar Schindler también se la jugaron para ayudar a otras personas a escapar de la muerte


Mientras los dos hombres mencionados anteriormente tienen un espacio para sus almas y legado de nobleza en el trágico, silencioso e imponente cementerio de los Justos entre las Naciones en el bosque del Monte Herzl, aledaño a Jerusalén; el trío de hermanas gallegas nunca fue distinguido por Israel ni siquiera con unas escuetas gracias. En Yad Vashem, el Monte del recuerdo, el estado israelí tiene fuerza de ley para premiar a los no judíos con este el título de “Justo entre las Naciones”, pero parece ser que a estas hermanas gallegas no les alcanzó su obra los suficiente como para ser distinguidas con tan alto reconocimiento.

En el año del señor de 1941, una pequeña tienda regentada por las tres hermanas cerca estación de tren de Ribadavia, era el epicentro de una actividad manifiestamente clandestina en una España más silenciosa que un cementerio. Todo comenzó un buen día en que las hermanas se encontraron con un solitario y desconcertado hombre que aterido, intentaba dormir sentado en un banco de la estación de tren. Al parecer, una de las hermanas se acercó al forastero para inquirirle sobre lo que le acontecía y ofrecerle ayuda y este desde su extremo agotamiento vital le dijo que era judío y que huía de la guerra de exterminio declarada en toda la Europa ocupada por los nazis contra las gentes de su condición.


Una 'araña clandestina'
La cosa no quedó ahí. La cantina de las hermanas Touza era el destino final de una auténtica telaraña clandestina. Acababa una pesadilla en los Pirineos y arrancaba otra alternativa de esperanza para aquella miríada de fugitivos que venían huyendo de los zarpazos de un régimen diabólico que no reparaba en usar formas de aniquilación desconocidas por su crueldad hasta ese momento de la historia. Esa esperanza tenía una parada obligatoria en Ribadavia al lado de la frontera lusa, un lugar que centrifugaba a todos aquellos fugitivos que huían de aquella miserable turba de alucinados que habían asaltado Alemania a través de la doctrina del terror. Viana de Castelo y Oporto, pasando por las pequeñas poblaciones fronterizas de Vila y Cristoval en la linde noreste de nuestro país hermano, eran un trajín de refugiados.

La línea Irún-Vigo se encontraban 'petada' de judíos cruzando la frontera francesa hacia España, con la idea posterior de centrifugarse hacia Sudamérica de forma general y hacia México y Estados Unidos como alternativas secundarias, muchos de ellos pasaban a Tánger como jugada intermedia y se camuflaban entre los comerciantes locales pagándoles un arriendo por permitirles trabajar gratis entre los bulliciosos zocos donde era prácticamente imposible localizarles.

La Guardia Civil tenía conocimiento de aquellas actividades 'ilegales' pero hacía la vista gorda, pues Galicia era la gran olvidada dentro de España


La voz de que existía una mujer llamada 'La Madre', fue un faro en aquella oscura noche de la ominosa guerra. 'La Madre' no era otra que el nombre en clave de Lola Touza, una de las tres hermanas que obviamente no actuaba de manera independiente. La Guardia Civil tenía conocimiento de aquellas actividades 'ilegales' pero hacía la vista gorda pues Galicia tiene la peculiaridad de ser un exilio dentro de la península; Galicia era la gran olvidada dentro de España, y los gallegos, taciturnos y melancólicos se iban a otras latitudes pues sabían que no podían enfrentarse a los titanes caciquiles de aquellos pagos.

La cantina de las hermanas estaba disimulada bajo un falso suelo un zulo de unos 20 metros cuadrados excavado bajo tierra y acomodado debidamente para que las penalidades se mitigaran con los productos de contrabando o los condumios locales que alegraban el tracto entre el píloro y el esófago con un lacón con grelos un día y el otro con un pulpo a la gallega que hacia las delicias de aquellos famélicos desgraciados. Tras la ingesta, les arreaban 'agua de fuego' (léase orujo), y todos tan contentos.

Se prohibió contar la historia hasta que las hermanas hubieran muerto. Más de 500 judíos fueron liberados por estas valientes mujeres

Pero el tinglado de acogida no acababa ahí. Otros colaboradores ayudarían a llevar este proyecto humano a buen puerto. Varios taxistas, tales como José Rocha y Javier Mínguez, emigrante retornado de Argentina, y Ricardo Pérez que chapurreaba cuatro idiomas entre ellos el peculiar inglés irlandés, hacía la labor de intérprete, y luego estaba el barquero que a palo seco y puro remo, les ayudaba a cruzar el Miño, era un tal Ramón Estévez corpulento, de barriga prominente y de ruidoso andar.


La 'omertá'
En Galicia hay una 'omertá' muy peculiar. Todo el mundo sabe de qué van las cosas pero ante cualquier sospechoso interés foráneo les ataca una amnesia muy peculiar. Toda esa 'movida' permaneció oculta hasta 1964 cuando un viejo judío de Nueva York comenzó a indagar sobre aquellos que le habían conducido hacia la libertad. Aquella mujer que una noche vacía de luna les había ayudado a él y otros de su misma condición a cruzar la frontera era un enigma que deseaba resolver para agradecerlas aquel gesto tan íntimamente humano y liberador en tiempos de terror. La investigación no llegó muy lejos pues el miedo al régimen que tenía a España a su merced, no permitió al escritor Antón Patiño, sabedor de los entresijos de la historia y republicano mimetizado entre el silencio de aquella sórdida España, contar la historia hasta que las tres hermanas hubieran muerto.

Según estimaciones, más de 500 judíos fueron liberados de las garras del nazismo por esta terna de valientes mujeres. La Gestapo llegó a visitar hasta en cuatro ocasiones Ribadavia para hurgar en el silencio, pero cuando los gallegos callan, no es precisamente porque no sepan hablar, sino porque son sabios. Entre 1941 y 1945 estos hombres de negros se dieron de bruces con todo un pueblo que funcionaba como una piña, incluso hasta la Guardia Civil a la que no se le escapa nada, nada sabía de actividad ilícita alguna. El secreto se fue cuando el halo de estas tres mujeres dejó de hollar con su paso firme esas tierras húmedas y mágicas.

La frontera de Galicia con Portugal, siempre fue un secreto con el que la policía política alemana tropezó una y otra vez, y a los resultados me remito, jamás se pudo desentrañar aquel ovillo imposible.

Un septiembre del año 2008, 42 años después del fallecimiento de Lola por derrame cerebral, el Concello de Ribadavia instaló una placa en la casa natal en recuerdo de aquellas enormes mujeres que rezaba así: "A las tres hermanasLola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad".

El Centro Peres por la Paz ese mismo año plantó en el bosque Herzl de Jerusalén, en el sobrecogedor cementerio patrimonio de la humanidad, Yad Vashem, un árbol, con el nombre de Lola Touza (para ser francos, poca cosa para tanta grandeza) un pequeño detalle pues más del 98% de los allí homenajeados, no llegaron a salvar de la zarpa nazi ni la décima parte de fugitivos que estas hermanas pusieron a buen recaudo. Quizás ese árbol sea el resultado de una amnesia imperdonable y no el homenaje que estas tres mujeres se merecían, pero para el caso, algo es algo y menos da una piedra.

Hay una placa en la casa natal en recuerdo de aquellas enormes mujeres que reza así: "A las tres hermanas. Luchadoras por la Libertad"


Desde estas líneas, este escribano eleva una respetuosa queja al gobierno de Israel al que propongo reciba una colecta por suscripción pública (pues se les ve escasos de dinero para estas contingencias) para poner una placa en condiciones a tan ilustres mujeres y de paso, regar con un poco más deénfasis el árbol donde yace la memoria de Lola Touza, pues hasta donde sé, se está comenzando a pudrir. Para ello, sugiero a las autoridades locales, menos boatos y conmemoraciones y más realismo y agradecimiento para con aquellos/as que lo dieron todo a riesgo de sus vidas. Desde estas líneas, este juntaletras se ofrece para enviar un saco de cemento para adecentar la zona próxima al árbol donde reside la memoria de aquella enorme mujer que en el silencio atroz de aquellos terribles años puso la dignidad humana en valor.

En 1966, la última hermana viva, Lola Touza, con su enorme corazón castigado por no se sabe qué extraña fatalidad (los caminos del Señor son inescrutables) moría en su casa de Rivadavia a causa de un derrame cerebral.

'In memoriam'


 
Las irresponsables críticas de los intelectuales contra Alfonso XIII al negarse a que España entrara en la IGM

Tanto el Rey español como el presidente Eduardo Dato estaban convencidos de que no estábamos en condiciones de participar en la Gran Guerra, pero Ortega y Gasset, Unamuno, Ramón Pérez de Ayala, Valle Inclán, Azorín y una parte importante del país no parecía estar de acuerdo ni quería ser neutral



Alfonso XIII (derecha), junto a un soldado de la Primera Guerra Mundial


Alfonso XIII (derecha), junto a un soldado de la Primera Guerra Mundial - ABC



Israel Viana 11/02/2020


Que España se mantuvo neutral en la Primera Guerra Mundial es un episodio de nuestra historia ampliamente conocido. Uno que, posiblemente, evitó unas cuantas crisis en el país, tal y como le ocurrió a muchos de los participantes, por no hablar de los millones de muertos que habría provocado en una nación ya de por sí azotada por las penurias económicas. Pero dijimos no a la armas, puesto que tanto el Rey Alfonso XIII como el presidente del Gobierno, Eduardo Dato –el líder conservador que sería asesinado siete años después en la Plaza de la Independencia de Madrid– estaban convencidos de no estábamos en condiciones de lanzarnos al abismo en búsqueda de una gloria posterior.

Por eso, cuando habían pasado solo 11 días del comienzo comienzo de la Gran Guerra, el Gobierno comunicó publicamente que sus ciudadanos no marcharían al frente en apoyo de ninguno de los dos bandos. Sus palabra fueron: «Declarada, por desgracia, la guerra entre Alemania, de un lado, y Rusia, Francia y el Reino Unido, de otro, y existiendo el estado de guerra en Austria-Hungría y Bélgica, el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles».

Este comunicado fue publicado en la «Gaceta de Madrid» el 7 de agosto de 1914. Un diario que hacía las veces de Boletín Oficial del Estado y en el que se advertía a todos aquellos que actuaran en contra de la posición de Ejecutivo y la Monarquía: «Los españoles residentes en España y el extranjero que ejerzan cualquier acto hostil contrario a la neutralidad perderán el derecho a la protección del Gobierno y sufrirán las consecuencias de las medidas que adopten los beligerantes, sin perjuicio de las penas en que incurran con arreglo a las leyes de España. Y serán igualmente castigados, conforme al artículo 150 del Código Penal, los agentes nacionales o extranjeros que promuevan en territorio español el reclutamiento de soldados para cualquiera de los ejércitos beligerantes».


Entre 10 y 31 millones de muertos
Por extraño que parezca, una parte importante de los españoles lamentaba que España no hubiera entrado en el conflicto que acabó con la vida de entre 10 y 31 millones de personas. Veían en el conflicto una posibilidad de que sus vidas cambiaran para bien al apostar por el caballo ganador, en el bando deRusia, Francia y Gran Bretaña. Entre estos se encontraban, sobre todo, los políticos y una parte importante de la élite cultural del país, con todos sus escritores, filósofos y pintores como punta de lanza de su reivindicación. Todos ellos querían ser protagonistas de aquel importante episodio de la historia mundial.

A este sector de la sociedad española no parecían importarle las consecuencias humanas y económicas de esta tragedia, puesto que estaban convencidos de que el Estado saldría fortalecido de entre los escombros de Europa. Y lucharon con fuerza para que el Gobierno y el Rey cambiaran de opinión, con los periódicos como testigos del tenso debate entre los partidarios de uno y otro bando en lo que incluso Pío Baroja calificó de «guerra civil».

«Desde que comenzó el conflicto europeo, el pueblo español, como la mayoría de los pueblos neutrales, está en plena guerra civil», escribió el autor de «Zalacaín el aventurero» en ABC en diciembre de 1916. Algo que ya se había constatado con el primer editorial de la «Iberia», que aseguraba en 1915 que «la “Gaceta de Madrid” podrá proclamar la neutralidad en esta lucha, pero no puede permanecer en silencio lo que está por encima de ella: la inteligencia. El Estado será neutral, pero nosotros no. En este momento único, supremo, de la vida se podrá permanecer en silencio en el Tíbet, pero no en Cataluña».


De Valle Inclán a Unamuno
Fue en esta última revista fundada en Barcelona durante la contienda donde el escritor Ramón Pérez de Ayala publicó su «Manifiesto de Adhesión a las Naciones Aliadas». Fue firmado un año después de comenzar la Primera Guerra Mundial por intelectuales como Unamuno, Manuel de Falla, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Azorín, Valle Inclán y Ortega y Gasset, entre otros más de sesenta escritores, pintores, catedráticos, compositores y escultores. «No está bien que, en esta coyuntura máxima de la historia del mundo, la historia de España se desarticule del curso de los tiempos, quedando de lado, a modo de roca estéril, e insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética», defendían en el documento.

Pero no había muchas dudas de que la razón por la que Alfonso XIII y Eduardo Dato tomaron la decisión fue la debilidad del país y su escasa capacidad bélica en aquel momento. No les faltaba razón, a pesar de la fuerte oposición de toda esta élite cultural que tenían una gran influencia en los medios de comunicación españoles, puesto que, en los primeros años del siglo XX, España se encontraba inmersa en una de las mayores crisis de su historia.

La fractura social y política era evidente, así como que las heridas del desastre del 98 en que España perdió sus últimas colonias de ultramar. Tampoco podía olvidar el Rey y el presidente del Gobierno los recientes acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona y guerra que librábamos en el norte de África.


«Falta de conciencia»
«Por desgracia, escribo desde un arrabal de Europa», comentaba precisamente Ortega y Gasset, el 5 de agosto de 1914, en un diario en el que contrastó la reacción de los pueblos europeos con el español en lo que respecta a la guerra. Mientras otros países se dejaban la vida en la defensa de unos ideales, el filósofo madrileño pensaba que España, con su neutralidad, no daba «señales de vida» y vivía sumida en una modorra «muy próxima a la idiotez». «Llega a preocuparme la falta de conciencia de los españoles», añadía, en un debate que no era sino una reflexión de fondo sobre el presente y futuro de un país que él pensaba que debía aspirar a ser algo más que ese triste «suburbio» del continente.

La esfera pública española se dividió entre «aliadófilos» y «germanófilos», en referencia a los partidarios de entrar en conflicto de uno u otro bando. Una batalla que aquí se libró en los periódicos y a la que se conoció como «La guerra civil de las palabras». En ella, la movilización de los intelectuales españoles no fue tan diferente de la de otros intelectuales europeos, pero no dejaba de ser un ejercicio teórico, lejos de las trágicas implicaciones que tenía la guerra real.

La oposición de Ortega y Gasset en contra de la neutralidad no era ni mucho menos única, pero él la defendió con mucho ahínco, llegando a fundar una nueva revista, «España», para defender su tesis y apoyar a los aliados, bajo la siguiente idea: «De la guerra saldrá otra Europa. Y es forzoso intentar que salga otra España». En algunos de los artículos que publicó entre enero y marzo de 1915, por ejemplo, el filósofo comparaba a España con Italia, convencido de que este, tras un largo periodo de atraso y ruina, era en ese momento «un pueblo fuerte y edificado que interviene en el gobierno del mundo», por la simple razón de que había participado en la «guerra definitiva», como él la llamaba.


«Neutralidades que matan»
Esta decisión era para Ortega y Gasset el punto culminante de las diferencias entre ambos países, puesto que veía el conflicto como una posibilidad para reaccionar y regenerarse. Un punto de vista que ya había sido ampliamente planteado en España por él mismo en el verano de 1914, en el momento en el que comenzaron a caer las bombas. «Nosotros no podemos mirar a los últimos sesenta años de nuestra vida sin sonrojo y sin ira. Los directores de nuestra patria han hecho de ella lo contrario de lo que hicieron con la suya los directores de la raza italiana: estos han hecho a Italia, los nuestros han deshecho a España», comentaba el filósofo, que en los siguientes meses cargó contra el presidente Dato, con cuyo Gobierno «el corazón del país llegó a dar el menos número de latidos por minuto». Un aletargamiento y una pasividad que para nuestro protagonista eran sinónimo de incapacidad.

La posición de Ortega y Gasset no era, como hemos dicho, marginal ni original. A parte de un amplio espectro de intelectuales, también un nutrido grupo de políticos eran partidarios de que España se implicara en la Gran Guerra de manera activa. Ahí estaban, por ejemplo, Melquíades Álvarez, que había sido presidente del Congreso de los Diputados durante la Restauración borbónica y defendía esta tesis. Y el líder del partido liberal, el conde de Romanones, que llegó a suceder a Dato como presidente del Consejo de Ministros a finales de 1915 y que publicó su célebre artículo «Neutralidades que matan» en el «Diario Universal», el cual firmó, eso sí, con una enigmática equis: «La neutralidad expresa no ser de uno ni de otro –explicaba–. Grave falacia. Si triunfa Alemania, ¿se mostrará agradecido a nuestra neutralidad? Seguramente, no. Y si por el contrario fuese vencida Alemania, los vencedores nada tendrán que agradecernos, ya que en la hora suprema no tuvimos para ellos ni una palabra de consuelo».

Todo el mundo coincide es que fue el mayor horror conocido en el mundo hasta ese momento. Un conflicto de cuatro años en el que gran parte de Europa quedó cubierta de sangre y sembrada de ruinas y cementerios. Y en el que, como reiteró Manuel Azaña en enero de 1917, España fue «neutral forzosamente, por nuestra indefensión, nuestra carencia absoluta de medios militares capaces de medirse con los ejércitos europeos».

Frente a la revista «Iberia» y las opiniones de Ortega y Gasset, sin embargo, surgieron otras publicaciones como «Germania», una revista que defendían la entrada en la guerra en apoyo de los alemanes. Mientras que los que defendían la neutralidad de España eran realmente una minoría y, además, siempre se los acusó de estar sirviendo a los intereses de estos de manera encubierta. Uno de estos escasos ejemplos es Eugenio d'Ors, para quien la Primera Guerra Mundial era simplemente una guerra civil entre europeos.

 
El peor negocio de la historia: por qué Rusia le vendió Alaska a EEUU


ERNESTO TORRICO
14/02/2020



Hubo una época en que Rusia y Estados Unidos compartieron continente. Hasta 1867, lo que hoy se conoce como Alaska, era la Rusia Americana.

Pero el 30 de marzo de ese año, el gobierno del zar Alejandro II, decidió vender la región a los americanos por 7,2 millones de dólares. Una ganga, si tomamos en cuenta que, en apenas cincuenta años, Estados Unidos ganaría cien veces esa cifra explotando el subsuelo, y, lo que quizás es más clave, se había convertido en una nación del Árticogracias al que es hoy su gran rival en la zona.

Una compra, la de Alaska, que podría considerarse la inversión inmobiliaria más rentable de la historia, (según desde que lado se mire) y que aún hoy no deja de sorprender. Pero, Rusia tenía sus razones. Así te lo explicamos en el vídeosobre estas líneas.







 
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