Cuadernos de Historia

Nos robaron la juventud: así enviaron a morir al Ebro a los 27.000 de la Quinta del Biberón
El periodista Víctor Amela recuerda a los niños y jóvenes caídos en uno de los episodios más tristes de la guerra civil española



Foto: La quinta del biberón


La quinta del biberón



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JUAN SOTO IVARS
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MEMORIA HISTÓRICA
TARRAGONA

17/02/2020



El suelo que pisamos está empapado de sangre vertida sin sentido. Bajo los ministerios y el parlamento hay esqueletos, bajo la democracia y las leyes, bajo los derechos y los deberes: la paz es una carretera asfaltada con sangre, sudor y huesos pulverizados. En algunos lugares señalados de los mapas de nuestra geografía, los huesos incluso asoman como dientes de leche de la memoria. Es lo que ocurre de vez en cuando en los campos de almendros de las tierras altas del Ebro, provincia de Tarragona.

En estas tierras pasa a veces que, cuando los labradores remueven, desentierran un cráneo humano o un fémur o una falange de los antiguos combatientes de la Guerra Civil. Aquí dejaron la vida muchos jóvenes a los que nadie pudo enterrar, ni siquiera en fosas comunes, debido al fragor de la batalla. Cuando los payeses encuentran huesos saben qué hacer: los depositan con unas flores silvestres en el memorial de la batalla del Ebro de Las Camposillas, en La Fatarella, o en el de la quinta del biberón en lo alto de la cota 705 de la sierra de Pàndols.

Testimonios de los supervivientes
Acompaño al escritor Víctor Amela por estos parajes de la historia de España. Desde el monumento cúbico de la quinta del Biberón se aprecia hoy un paisaje boscoso de valles y riscos. Es una belleza que sobrecoge cuando el autor señala los puntos desde los que disparó hace ochenta años la artillería. En 'Nos robaron la juventud: memoria viva de la Quinta del Biberón', publicado en español y catalán por Plaza y Janés y Rosa dels Vents, ha recopilado sus entrevistas con los supervivientes de la batalla junto con las cartas y diarios confiados por los descendientes de los muertos.



Víctor Amela


Víctor Amela



Su libro hace pensar que la memoria histórica debería enfocarse de esta forma: no como un relato institucionalizado, sino como una medicina reparadora compuesta con voces humanas: un medicamento intelectual contra la amnesia, el odio y la manipulación. No un relato grabado en mármol con caracteres de mausoleo, sino la calidez viva de la voz. El libro de Amela recuerda a los de Svetlana Alexievich porque contiene los retazos de esa intrahistoria que definió Miguel de Unamuno. La que se opone a los titulares de la prensa y los manuales. La que cuenta las cargas de infantería no como un movimiento en un mapa, sino con el olor de los pantalones cagados por el pavor.

No me resisto a transcribir un fragmento recogido por Amela de las memorias, inéditas y garrapateadas en un cuaderno, por otro excombatiente, Enric Sanahuja. Se las confió al escritor su nieta Mónica, quien le dijo que el abuelo había apuntado todo eso para que su familia no olvidase: “Hacíamos apuestas con nuestros amigos los piojos. Hacíamos en el suelo un círculo de cuatro centímetros de diámetro y en el medio otro más pequeño, en donde se ponían los piojos, y ellos arrancaban para escapar, y el primero que salía del círculo ganaba el dinero del depósito. En un piojo podían apostar varios. ¿Cómo se conocían? Muy fácil, teníamos piojos de varios colores: blancos, negros, rojos. Así eran los piojos. Yo tuve uno muy bueno negro con pico rojo”.



Recuerdos de los caídos


Recuerdos de los caídos



Desde el punto de vista de los libros de historia, que no suelen interesarse por estos detalles, sabemos que hacia el final de la batalla del Ebro la República estaba contra las cuerdas. Las posiciones conquistadas caían metro a metro, colina a colina. En este frente, los políticos republicanos decidieron echar el resto enviando a veintisiete mil muchachos nacidos en 1920, entre los que muchos eran niños. Pero desde el punto de vista de la intrahistoria brota la verdad de aquellos movimientos. Por ejemplo, surge la voz de René Gasia, combatiente, que cuenta que cuando unos milicianos intentaron quemar el templo de su pueblo se las vieron con el alcalde, que había sido boxeador.

Niños matando hombres
Los chicos que llegaron aterrorizados para poner el broche a la batalla del Ebro se encontraron en las trincheras con un tipo de su edad que estaba, sin embargo, curtido. Fue Miquel Morera i Darbra, hoy casi un centenario, con quien desayuno en Barcelona. Él estuvo desde el principio: acompañó a su padre, maestro armero de la columna de Esquerra Republicana con 16 años, y cuando los muchachos del biberón aparecieron ya tenía callos en las manos. Cuenta que mató a más de cien hombres que avanzaban con granadas hacia su posición, “cosiendo” con una ametralladora, pero también que intercambió papel de fumar por tabaco con unos nacionales con los que se encontró “lo bastante cerca para ver personas y no objetivos”.
La experiencia íntima de la guerra es el mejor antídoto contra la estúpida polarización de nuestros días, que por desgracia ha hipnotizado a muchos españoles. Sus efectos destructivos se aprecian a simple vista en el término municipal de Vilalba dels Arcs, en la Terra Alta, donde hay dos pequeñas colinas separadas por doscientos metros de depresión. En cada cima hay una cruz de piedra y entre ellas serpentea un breve vía crucis plagado de mojones de piedra.

Los chavales de Arrán, no contentos con hacer pintadas, o con honrar a los muertos del otro bando, han roto las cruces a mazazos

Hasta hace poco tiempo, apenas unos años, en cada mojón estaban grabados los nombres de los 59 requetés muertos en una estúpida intentona de conquistar la colina contraria el 19 de agosto de 1938. Sin embargo, los chavales de Arrán se han dedicado a destrozar estos solitarios recordatorios desde 2015. No contentos con hacer pintadas, o con honrar a los muertos del otro bando, han roto las cruces a mazazos, han borrado con cincel los nombres de los caídos y se han vanagloriado de ello en las redes sociales.

Las piedras, ahora esparcidas por ese campo solitario, adquieren paradójicamente un simbolismo mucho más vívido. Nos dicen que la brutalidad nunca muere, que los odios ideológicos dejan larvas de piojo en las cremalleras de la memoria, y que lo que hoy parece tan lejano, tan remoto, siempre podría llegar repetirse. Para evitarlo, no hay que romper cruces. Para evitarlo hay que leer y recordar.




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LA LEYENDA DE LOS PIRATAS (Año 1700) Pasajes de la historia (La rosa de los vientos)

Capitulo completo de la serie "Pasajes de la historia", sección del programa "La rosa de los vientos" dedicado a las historia de piratas (Año 1700), todo el merito es de su director y locutor J.A. Cebrian, d.e.p.



 
230 MUERTES QUE PUDIERON CAMBIAR LA HISTORIA
La matanza de Manila: la mayor masacre a españoles anterior al 11M cumple 75 años
Tras este suceso, Franco intentó declarar la guerra a Japón, cuyo Ejército ocupaba Filipinas. Los Aliados no lo aceptaron y se quedó en ruptura de relaciones diplomáticas



Foto: Catedral de la Inmaculada Concepción en Manila (Filipinas), en la vista del Papa Francisco en 2015 (EFE).


Catedral de la Inmaculada Concepción en Manila (Filipinas), en la vista del Papa Francisco en 2015 (EFE).



AUTOR
AGUSTÍN RIVERA
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SIGLO XX
FILIPINAS
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

21/02/2020




La mayor masacre de españoles antes del 11M no ocurrió en España.
Quedaban unos meses para el fin de la Segunda Guerra Mundial y Filipinas sufría la barbarie japonesa en el Pacífico. Los estadounidenses estaban a punto de entrar en Manila y los nipones ordenaron el exterminio de la población civil.

Franco mantenía una neutralidad activa en el conflicto hasta que el 23, 24 y 25 de febrero de 1945 se produjo la masacre de Manila: 238 víctimas (había 3.000 censados). Lo más cruento ocurrió el 12 de febrero en el Consulado de España, convertido en una ratonera y luego en una fosa común: 67 muertos.



Manila en 1945 (mapa que figura en el libro 'Muerte en Manila' de La Esfera de los Libros).


Manila en 1945 (mapa que figura en el libro 'Muerte en Manila' de La Esfera de los Libros).



Más muertos que en Hiroshima y Nagasaki
Solo en un mes murieron en Manila 100.000 personas de distintas nacionalidades; más población civil que en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, el mismo volumen de destrucción, desolación y miseria que el de los bombardeos sobre Tokio. El dictador quiso declarar la guerra a Japón y los Aliados se negaron. Todo quedó en una ruptura de relaciones diplomáticas.

Estas que siguen son historias de la Historia. 75 años después, todavía faltan claves por descifrar. Fue un oscuro episodio del pasado.
Florentino Rodao es catedrático de la Universidad Complutense. Experto en Japón y Filipinas. En 2002 publicó ‘Franco y el Imperio japonés (Plaza y Janés). En esa obra desveló que España pasó de lanzar salvas de bienvenidas al Imperio japonés que atacaba la base de Pearl Harbor en diciembre de 1941 a convertirse, cuatro años después, en acérrimo enemigo de las tropas de Hirohito.

Manila fue la segunda ciudad más bombardeada, solo superada por Varsovia. “Se temían actos de barbarie, pero no matanzas al por mayor”
Manila fue la segunda ciudad del planeta más bombardeada en aquellos años, solo superada por Varsovia. La liberación fue amarga. “Se temían actos de barbarie, pero no matanzas al por mayor”, significa el padre Juan Labrador, director del colegio de San Juan Letrán.
La mayor parte de la colonia española residía en Malate, una de las zonas más perjudicada por los pillajes y las muertes. Y muy pocos abandonaron la ciudad. Españoles y alemanes pensaban que los japoneses no les atacarían por las relaciones de sus países con el Imperio de Hirohito.


La prevención en contarlo
“El grupo de soldados que cometieron la masacre hubo de verse atraído más por tal concentración de gente que por el trapo del que colgaba del mástil. El primer asesinado fue el vigilante falangista Ricardo García Buch, precisamente cuando salía hacia la verja portando una bandera bicolor”, subraya Rodao.
El miedo a contar que uno es un superviviente se palpa en muchas de las narraciones. “Cuando hablamos de memoria histórica hay mucha prevención en contarlo para no dañar a los demás, para no molestar. No quedaba bien que uno haya sobrevivido y otros miembros de la familia, no”, explica a El Confidencial este prestigioso historiador autor de 'La soledad del país vulnerable' (Crítica, 2019).
Marta Galatas es novelista. Aclara que lo suyo es la ficción, pero hay fragmentos de ‘Dejé mi corazón en Manila’ (La Esfera de los Libros, 2017) que están extraídos de su experiencia personal. Pura realidad.

“Un testimonio real es el de mi tío. Me costó mucho sacarle la información. Es un tema del que no quería hablar nadie de la familia. Supuso un trauma muy fuerte para mi abuela durante toda su vida. Mi tío tenía siete años y presenció toda esa parte de la Guerra”, cuenta la escritora a este diario.
La madre de Galatas tenía pocos meses de edad en febrero de 1945. Está viva gracias a una de las sirvientes filipinas que se la llevaron huyendo de los temibles aviones B-29 norteamericanos. Cuando empezaron los bombardeos, que destruyeron aparte de la ocupación japonés todo el vestigio español, sus abuelos dividieron a la familia.

"Hasta la fecha, este ha sido el mayor atentado a la inviolabilidad de una representación diplomática española en la historia moderna”
Enviaron al hospital a su madre y a la chica que les cuidada. No creía que ni la catedral de Manila ni el hospital llegaran a ser bombardeados. Sí lo fueron. “Mi abuela pensaba que la había perdido a su única hija para siempre. Se quedó traumatizada. Pasaron días hasta que supo que estaba viva”.
Álvaro del Castaño ofrece en ‘Muerte en Manila’ (La Esfera de los Libros, 2019), detalles de la masacre en la capital filipina. “Hasta la fecha, este ha sido el mayor atentado a la inviolabilidad de una representación diplomática española en la historia moderna”. Se trata de una novela basada en los archivos e informes personales de José del Castaño Cardona, cónsul general de España en las islas Filipinas (1941-1945), que había sido líder la Falange Exterior, y la memorias de su hijo José del Castaño Layrana, ambos supervivientes de la batalla de Manila.







La niña Anna María Aguilella tenía seis años y estaba en el consulado. Se hizo pasar por muerta entre los cadáveres de su familia. “Se había quedado sin mover un solo músculo, presa del terror y del instinto, y así había salvado la vida hasta ahora. Pero, para su desgracia, se había puesto en pie demasiado pronto y torpemente emergía por la puerta del garaje hacia el exterior. Con sus manitas manchadas de sangre se cubría los ojos, cegada por el sol”.


Los verdaderos 'Últimos de Filipinas'
Anna María vive y el periodista Ramón Vilaró dirigió un documental sobre ella titulado ‘De aliados a masacrados’. "Cuando entraron los soldados los japoneses [al Consulado de España], hicieron que nos pusiéramos todos en fila india, y uno a uno nos fueron clavando las bayonetas a todos", aseguraba Aguilella, como publicó Efe. "Sobreviví porque me hice la muerta; yo en realidad he vivido dos vidas, porque ese día volví a nacer. Aquello fue terrible".
Tras la Guerra, Franco los repatrió. Llegaron al puerto de Barcelona y a Anna María se la trató como una heroína. Vilaró considera que ellos fueron en realidad ’Los últimos de Filipinas’.

 
IVÁN EL TERRIBLE (Año 1530) Pasajes de la historia (La rosa de los vientos)

Capitulo completo de la serie "Pasajes de la historia", sección del programa "La rosa de los vientos" dedicado a Iván IV de Rusia, Iván el Terrible (Año 1530), todo el merito es de su director y locutor J.A. Cebrian, d.e.p.


 
Henry Kamen: “No hubo Reconquista. Ninguna campaña militar dura ocho siglos”
El hispanista británico combate los mitos que construyeron la identidad española. “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué es una nación", asegura




Henry Kamen La Invencion de España


'La rendición de Granada', de Francisco Pradilla.


RICARDO DE QUEROL
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Madrid
25 FEB 2020



A este historiador le irrita el debate entre políticos sobre si España es una nación o si hay varias naciones en ella, hay quien dice que son ocho. También le irrita la tendencia del poder político a manipular el pasado, desde la Reconquista a la derrota catalana de 1714, para dar un barniz histórico a su (pobre) discurso. “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué puede ser una nación, o qué sería una nación de naciones. No han investigado qué se quiere decir al hablar de nación. Es solo un juego de palabras”, afirma vehemente Henry Kamen (Rangún, Birmania, 1936), hispanista británico residente en Barcelona, doctorado en Oxford, miembro de la Royal Historical Society de Londres, autor de una treintena de libros sobre España y amigo de la polémica. La mayoría de expertos, advierte, han abandonado el debate de qué es una nación porque no hay forma de llegar a una conclusión indiscutida. Los políticos harían bien en hacer lo mismo.

Kamen publica ahora La invención de España (Espasa), un ensayo demoledor para todos los mitos sobre los que se ha querido construir la identidad nacional. Dicho sea lo de invención sin ánimo de ofender: todos los Estados modernos han tenido que crear su identidad en los últimos dos siglos con lecturas fantasiosas de su pasado. Solo que algunos (Francia) han tenido más éxito que otros (España). “También Francia acusaba, en el siglo XIX, problemas de cohesión, sentimiento nacional y unidad lingüística. Aún en 1870, no lograban reclutar campesinos para el Ejército porque no entendían su habla. No había motivos para que España no pudiera seguir el mismo camino”.

El problema de fondo, defiende en su libro, es que “para unir España ha habido que inventar la nación, procurando, al mismo tiempo, aceptar en ella mil años de diversidad y contradicción”. El autor británico rebate sin tapujos todos y cada uno de los mitos nacionales: desde Sagunto y Numancia a Covadonga y Lepanto, figuras tan ambiguas como El Cid, conceptos tan difusos como la raza hispánica o el discurso de la decadencia inexorable.

El mayor mito de todos quizás sea la Reconquista. Henry Kamen explica por qué no puede considerarse un mismo fenómeno todo lo ocurrido en la Península ibérica a lo largo de ocho siglos. “Ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto”. El mismo término Reconquista no aparece hasta 1796. Y se utiliza desde entonces por los conservadores “para subrayar la supuesta gloria de España, usando un concepto equivocado para servir a una ideología”, opina.

Las circunstancias de la toma de Granada en 1492 no tienen nada que ver con las que decidieron la batalla de Navas de Tolosa, casi tres siglos antes y en el contexto de una cruzada internacional. “Fernando e Isabel no reanudaron un proceso que se había interrumpido, sino que dieron comienzo a una etapa diferente”, dice. Por no remontarse más allá, a la rebelión de Pelayo en Covadonga, nunca documentada y probablemente ficticia. Kamen tampoco compra el relato de un Al-Andalus idealizado, obra de los románticos extranjeros del siglo XIX fascinados por la herencia islámica en España. El esplendor de Al-Andalus, dice, se limita a un periodo muy breve en Córdoba, en el siglo X, y otro posterior en Granada.



El historiador británico Henry A. Kamen.


El historiador británico Henry A. Kamen. VÍCTOR SAINZ



Los Reyes Católicos han sido un símbolo nacional para unos y para otros: para los liberales del XIX eran monarcas ejemplares en contraste con los que les sucedieron, que eran extranjeros, incompetentes y absolutistas; luego es Franco el que pone en su altar particular a Isabel la Católica. “Cuando era estudiante no me gustaba estudiar a Isabel, creía que era una reina fascista”, bromea. “En los ganadores de la Guerra Civil no había cultura, salvo algunos falangistas inteligentes como José Antonio. Tampoco esperaban llegar al poder, así que tuvieron que buscar en el pasado las esencias de una ideología que no existía. Franco no tenía ideología porque no sabía nada de nada”.

El autor se niega a aceptar la unión dinástica de Castilla y Aragón como el momento fundacional de la nación española. “En realidad, no creó ni siquiera un Estado. En los más de dos siglos que siguieron a la unión de las coronas de Isabel y Fernando, no se tomó ninguna medida para lograr la unión política de la Península”. Es a partir de 1700 cuando los Borbones emprenderán la unificación política, en un principio solo administrativa. Fue un proceso lento.

“Hasta las Cortes de Cádiz de 1810 no estalló en España la chispa del patriotismo, pero incluso entonces la fusión de las provincias en una sola nación fue un proceso que dependió mucho del mito y la leyenda”. España no tuvo bandera hasta bien entrado el siglo XIX, y la Marcha Real no se adoptó como himno hasta el XX, lo que para el hispanista es un indicador de un débil sentimiento nacional.

La unificación borbónica no acabó de aplastar, en su opinión, los localismos tan arraigados en la Península. Kamen comparte la crítica de que la identidad española se construyera alrededor de la de Castilla, pero discute que la centralización borbónica fuera tan represiva. El catalán, por ejemplo, seguía siendo la lengua común en la calle y las iglesias tras imponerse el castellano a nivel administrativo.

El británico se niega a participar en la polémica entre Imperiofobia e Imperiofilia, los libros de Elvira Roca Barea y José Luis Villacañas, respectivamente, con visiones opuestas de la leyenda negra. Y la corta de raíz: “No veo ningún motivo para usar ese concepto de la leyenda negra. No tiene sentido. Si pasaron cosas desagradables en un país, habrá que analizarlas. Y muchas de las críticas más fuertes y contundentes fueron hechas por españoles”.

Sin embargo, Kamen niega que la Inquisición desempeñara un papel tan relevante como suele considerarse. Calcula que el Santo Oficio no llevó a cabo más de 3.000 ejecuciones en España en toda su historia, que nunca se desplegó en todo el territorio y que su papel era sobre todo de control social. No cabe ver ahí la razón del atraso cultural y científico de España: miren mejor en la educación. Incluso relativiza la influencia de la religión católica en la edad moderna. En el siglo XVI, recuerda, los obispos lamentaban en sus escritos la ignorancia del pueblo de su propia religión. “La Iglesia tenía poder y riqueza, pero el pueblo tenía poco de devoto”, más allá de las manifestaciones folclóricas, dice. El relato de una España profundamente católica se debe a pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo, quien a finales del XIX “exageró la realidad sobre la religiosidad de los españoles para enfrentarse a los liberales anticlericales”.

Tiene una visión crítica del Imperio español, pero rechaza que pueda hablarse de la “conquista de América”. “Existe la idea equivocada de que todos los imperios se basan en la conquista, cuando después del romano ninguno fue así”. La colonización no era una conquista, sino una empresa con participación internacional. Del lado de Hernán Cortés luchaba población local contra sus enemigos en América; del mismo modo que en Flandes combatían tropas de muchas nacionalidades; o la presencia española en Filipinas nunca pasó de una porción pequeña del territorio. "Tampoco Inglaterra conquistó la India, pues no habría podido. Hoy EE UU domina el mundo sin haberlo conquistado”, zanja la discusión.

El libro resulta irreverente con la idea de una nación española, pero no lo es menos con el independentismo catalán. Le irrita particularmente el mito del 11 de septiembre de 1714, la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión presentada como una heroica resistencia de los catalanes frente al absolutismo castellano. “Han preparado una versión mítica de la sublevación masiva del pueblo; eso nunca ocurrió, es una falsificación total”. Lo que sí hubo fue “un complot, concebido por un puñado de dirigentes catalanes, para invitar a los británicos a ocupar Cataluña y ayudar a separarse de España”. Y añade: “¿Encontraron los británicos a un pueblo ansioso por liberarse de sus opresores Borbones? De ninguna manera”. Aquel conflicto, dice, fue más bien un enfrentamiento civil entre catalanes dentro de una guerra internacional.

Pero lo mismo cabe decir de la Guerra de Independencia. “Esos dos conflictos tienen en común que el elemento decisivo fue la intervención extranjera”. Solo que a partir de 1808 los intereses ingleses se impusieron a los franceses, al revés que en 1714. Destruyamos otro mito: las Cortes de Cádiz. Kamen se remite a José María Blanco White para calificar la Constitución de 1812 como “una fantasía en un trozo de papel”.

Residente en Barcelona desde los años noventa, Kamen se sorprende por la evolución reciente del catalanismo desde el nacionalismo al separatismo, lo que, opina, nunca fue lo mismo. Una aspiración clásica del nacionalismo era “ejercer un papel fuerte en el destino de España, ser importantes en Madrid”. No esto. Lamenta que el sistema electoral en Cataluña beneficie al campo sobre la ciudad, y asegure así el dominio nacionalista del Parlament. Como lamenta la debilidad del Gobierno central por la fragmentación política, que en su opinión dificulta hallar soluciones que estabilicen el país.

Y, tras estudiar a todos los reyes que han pasado por España, ¿cree que tiene futuro la monarquía hoy? “Opino que la actual funciona muy bien. Hace lo que tiene que hacer”. Tiene una historia complicada detrás, sí, porque los españoles “van siempre expulsando a reyes, invitando o rechazando a familias reales, y declarando repúblicas”. De modo que la monarquía española “no tiene tanto apoyo como la del Reino Unido, es una pena, pero es una institución importantísima que hay que mantener”.

 
¿Planearon los andalusíes una Reconquista de los territorios cristianos?
Los historiadores medievalistas estudian si hubo un equivalente a los proyectos cristianos de recuperación de territorio entre los habitantes musulmanes de la Península


JOSÉ M. ABAD LIÑÁN
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Madrid
26 FEB 2020


La Península Ibérica en la Tabula Rogeliana, del siglo XII.


La Península Ibérica en la Tabula Rogeliana, del siglo XII.


Más que en cuestión está la idea de una reconquista como proyecto unitario a lo largo de ocho siglos para restituir la Península Ibérica a su estado anterior a la llegada de árabes y bereberes en el año 711. “Ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto”, afirmaba el hispanista británico Henry Kamen en una entrevista publicada por EL PAÍS este martes. Con todo, ¿planearon aquellos andalusíes reconquistar las tierras que les arrebataban los señores cristianos? ¿Hubo alguna vez un equivalente andalusí a la (re)conquista cristiana?

“Es un tema que exige muchos matices. Se ha estudiado mucho más la reconquista cristiana —mal llamada así, a mi juicio— que las perspectivas de los musulmanes respecto al territorio”, comenta Alejandro García Sanjuán, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva, que llama a analizar la cuestión con cautela. “En el estado actual de la investigación no podemos decir que entre los andalusíes se desarrollase un proyecto de reconquista similar al que hubo entre los cristianos peninsulares”.


Ese hecho no niega que hubiera deseos y proyectos de recuperar la tierra perdida, aunque las referencias a ellos en los textos andalusíes y magrebíes aparecen "más diluidas" que en los textos cristianos, asegura otro especialista, Javier Albarrán, medievalista especializado en el Occidente islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

“Es un tema que exige muchos matices. Se ha estudiado mucho más la reconquista cristiana —mal llamada así, a mi juicio— que las perspectivas de los musulmanes respecto al territorio”, comenta Alejandro García Sanjuán, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva, que llama a analizar la cuestión con cautela. “En el estado actual de la investigación no podemos decir que entre los andalusíes se desarrollase un proyecto de reconquista similar al que hubo entre los cristianos peninsulares”.

Ese hecho no niega que hubiera deseos y proyectos de recuperar la tierra perdida, aunque las referencias a ellos en los textos andalusíes y magrebíes aparecen "más diluidas" que en los textos cristianos, asegura otro especialista, Javier Albarrán, medievalista especializado en el Occidente islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

“Es llamativo que los Omeyas, sobre todo en el siglo X, cuando el poder musulmán llega a su apogeo en la Península, no llegaran a plantearse la necesidad de apoderarse de todo el conjunto territorio”, ilustra García Sanjuán. Eso sí, los andalusíes sentían un apego y un sentimiento de pertenencia al territorio en el que habitaban. “En muchas ocasiones se ha dicho que los sentimientos de pertenencia de los andalusíes se articulaban fundamentalmente en torno a la religión o a los lazos tribales, pero hoy sabemos que en realidad entre ellos se desarrolló también un fuerte sentimiento de pertenencia a su territorio, y lo llamaban ‘nuestro país, Al-Andalus’ o ‘este nuestro Al-Andalus”.
Hay un momento crucial en la percepción de los andalusíes sobre la pérdida de su territorio. Y llega en el siglo XI, cuando cambian las relaciones de poder entre musulmanes y cristianos, y los segundos se cobran las primeras plazas andalusíes. La desintegración del Califato de Córdoba está detrás de este cambio. “Con la desaparición de la autoridad central y el surgimiento en su lugar de poderes periféricos, la hegemonía andalusí en la península Ibérica cesó y con ella la iniciativa bélica de los musulmanes que, por primera vez, pasa a los reinos cristianos, sobre todo a partir de la década de 1040”, apunta Javier Albarrán. Y es que, hasta entonces, los andalusíes habían resultado prácticamente invencibles, pero en 1064 Barbastro (actual provincia de Huesca), una plaza importante al norte de Al-Andalus, cae en manos cristianas.

]Entre los andalusíes se desarrolló también un fuerte sentimiento de pertenencia a su territorio, y lo llamaban ‘nuestro país, Al-Andalus’ o ‘este nuestro Al-Andalus”
ALEJANDRO GARCÍA SANJUÁN, MEDIEVALISTA


“La pérdida de Barbastro produce una enorme conmoción entre los andalusíes”, apunta Javier Albarrán. Un cronista cordobés de la época, Yusuf Ibn 'Abd al-Barr, ve en esa pérdida algo más que la simple caída de un lugar importante: “Si [los cristianos] nos arrebatan las regiones extremas, no es imposible que ocurra los mismo con el centro”. Su relato de la conquista busca conmover a sus correligionarios: “Prevaleció la tiranía, aparecieron las cruces, hablaron las campanas, los demonios cayeron sobre su presa, los jefes de los cerdos prendieron fuego a todo y las casas se convirtieron en hornos”. La ciudad fue tomada de nuevo por las tropas del rey de Zaragoza, al-Muqtadir, un año después, y finalmente cayó en manos cristianas de nuevo en 1101. Toledo, el corazón de la Península, caerá en 1085, cuando entre en la ciudad Alfonso VI de León.

Pero a la presencia andalusí en la península aún le quedaban cuatro siglos por delante. Un documento resulta muy útil para entender si a aquellos habitantes de la península tenían en mente una idea de recuperación de las tierras perdidas. Su fecha es discutida, pero puede datar de finales de aquel siglo XI o de principios del siguiente. Se trata de una crónica anónima, Fath al-Andalus, que glosa la presencia musulmana en la Península desde el 711 hasta la batalla de Sagrajas (o Zalaca) en 1086 en la que las tropas cristianas de Alfonso VI cayeron derrotadas ante los almorávides. La crónica celebra que en la batalla fueron aniquilados todos los infieles y que Dios hará que los territorios andalusíes perdidos a manos de las tropas cristianas vuelvan a ser territorio fiel.

"Hay entre los musulmanes un discurso de recuperación de territorio y había consciencia de que lo habían ocupado, legítimamente, porque el fath es una exigencia doctrinal, pero no hay un discurso tan coherente o bien articulado como en el ámbito cristiano", apunta Carlos de Ayala, catedrático de Historia Medieval de la UAM


EL PECADO IGUALA A CRISTIANOS Y MUSULMANES
En algo coincidían musulmanes y cristianos, ilustra Javier Albarrán. "La pérdida de la tierra, al igual que entre los cristianos, en los musulmanes está vinculada a una visión providencialista: Hispania se había perdido por los pecados de los godos, dicen los cristianos; Al-Andalus, dicen los andalusíes, por los de los musulmanes".



Tropas andalusíes, en una ilustración de 'Las Cantigas de Santa María' de Alfonso X el Sabio.


Tropas andalusíes, en una ilustración de 'Las Cantigas de Santa María' de Alfonso X el Sabio. EL PAÍS


Y precisamente esa palabra, fath, es importante para entender la visión que tenían los andalusíes de la recuperación del territorio, comenta Albarrán. “Fathliteralmente significa "abrir", "apertura". Dios abre a los musulmanes el territorio al islam”, apunta Albarrán. Y de esa apertura (que en según qué contexto también puede traducirse por "conquista") los almohades que llegan a la Península quieren dejar recuerdo en Gibraltar, que pasó de llamarse Yabal Tariq ("el monte de Tariq"), a Yabal Fath ("el monte de la conquista"). Una legación diplomática granadina alabó al primer califa almohade, ‘Abd al-Mu’min, cuando desembarca en el Peñón, comparándolo con el general Tariq y el caudillo Musa, los protagonistas de la campaña militar musulmana en 711. Los andalusíes, siglos después, seguían teniendo presente su pasado.

Conforme ganan territorio los cristianos, y sobre todo a partir de la gran derrota musulmana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), la presencia andalusí se restringe al Reino de Granada. Pero aquel pequeño sultanato feudatario de Castilla aún habría de llevarse algunas alegrías, y así arrebatan a los cristianos Algeciras, en 1369, y también Huéscar (tomada por los castellanos en 1434 y recuperada 14 años más tarde por Granada). “En la fachada del palacio de Comares están los versos dedicados a la conquista de Algeciras, el único topónimo que aparece en las paredes de la Alhambra”, explica Antonio Malpica, catedrático de Arqueología Medieval de la Universidad de Granada.

La pérdida de territorios se vivía con sentimientos de tristeza y malogro. Y ese dolor impregnaba, además de las crónicas, los poemas. El poeta rondeño Abu-l-Baqá al-Rundi, del siglo XIII, se duele así: “¿Qué es de Valencia y sus huertos? / ¿y Murcia y Játiva hermosas? / ¿Y Jaén? / ¿qué es de Córdoba en el día, / donde las ciencias hallaban / noble asiento, (...) / ¿Y Sevilla? ¿Y la ribera / que el Betis fecundo baña / tan florida?”.

"A veces esa frustración popular llegó a tener una cierta influencia política", comenta García Sanjuán, y los textos procuraban incitar al yihad, un esfuerzo militar solidario de otros musulmanes. "El término yihad remite a la idea de esforzarse pudiendo implicar combate y expansión del mensaje del Islam", especifica Gracia López Anguita, arabista de la Universidad de Sevilla.



Fachada del Palacio de Comares en la Alhambra, donde se conmemora la recuperación de Algeciras por los reyes nazaríes.


ampliar fotoFachada del Palacio de Comares en la Alhambra, donde se conmemora la recuperación de Algeciras por los reyes nazaríes. GETTY




El testamento de un califa almohade, Al-Mansur, en el siglo XII, recoge también ese deseo de recuperación: “Cuando se acercó su muerte, reunió a sus hijos y a los almohades y les hizo recomendaciones como estas: ‘os recomiendo el temor de Dios y os recomiendo a los huérfanos y a la huérfana’. (...) Dijo: ‘los huérfanos son los habitantes de Al-Andalus y ella es la huérfana. Ay de que descuidéis lo que conviene de fortificar sus muros, defender sus fronteras, ordenar sus soldados y cuidar de sus súbditos. Sabed que no hay en nuestra alma nada más grande que su preocupación. Si Dios nos prolongase la vida en el califato no nos detendríamos en hacer la guerra santa a sus infieles, hasta volver a hacer de ella la morada del islam”. Javier Albarrán apunta que el texto del testamento se hizo tan popular que el autor tunecino Ibn Jaldún dirá que la gente se lo sabía de memoria y lo transmitía. "Es decir, parece que el pueblo participaba de alguna forma en esa ideología", refiere este experto.

El mito de Al-Andalus como paraíso perdido y las ideas de recuperarlo se perpetuaron tras la salida de los últimos jerarcas musulmanes, los nazaríes, de la Península. Así lo recoge el testamento de Ahmad I al-Mansur, un sultán saadí que vivió a finales del siglo XVI y principios del XVII en el actual Marruecos. Javier Albarrán destaca que Al-Mansur tenía en su corte muchos emigrantes andalusíes. “Parece que influido por este lobby andalusí, o para darles algunas prebendas aunque no fuera real, pone en marcha un proyecto de recuperación de Al-Andalus que solo quedó en los discursos”, aclara.

Los moriscos que quedaron a su suerte en la España cristiana (esos que dicen “nadi[e] lloró con tanta desventura como los hijos de Granada”, que pone en boca de Yuçe Banegas el Mancebo de Arévalo), también albergaban esperanzas de que algún día su país volviera a ser musulmán. Cundieron las profecías en las que un caudillo o el mismo profeta Mahoma islamizaba de nuevo la Península. Mencionan la figura de un rey mítico, Al-Ahmar (que es el mismo sobrenombre de Muhammad I, el rey rojo, primer monarca de la dinastía nazarí). “Enviará Dios un sultán que dominará la tierra y el mar. Será su nombre Al-Ahmar [Ahmad en la versión aragonesa] y obedecerán todas las gentes su mandato en el tiempo del rey liberal”, reza una profecía morisca. Y como "rey de los moriscos" y "rey de los andaluces" se inviste el granadino Abén Humeya, o Ibn Umayya, que remontaba su linaje al de los Omeya, y que protagonizó la rebelión de las Alpujarras en el siglo XVI.

Alejandro García Sanjuán cree que en el futuro habrá cambios en el estudio de esa supuesta "reconquista" por parte de los andalusíes. Los cambios se producirán “a medida que se profundice de manera apropiada en el estudio de los textos árabes, hasta ahora insuficientemente analizados a este respecto”. Antonio Malpica insiste en lo arraigado del mito del paraíso perdido de Al-Andalus entre los musulmanes. Las proclamas de venganza por las Navas de Tolosa y la conquista de Granada, y referencias a los primeros conquistadores de la Península han aparecido entre las referencias de Al-Qaeda, apunta al respecto Javier Albarrán.

 
El olvidado arquitecto valenciano que huyó de España y construyó media ciudad de Nueva York

El constructor español es responsable de mil edificios históricos de Estados Unidos, algunos tan importantes como la Grand Central Terminal, de los cuales hoy todavía siguen en pie unos 600. En Estados Unidos alcanzó la fama a finales del siglo XIX y fue admirado después por personalidades de la talla de Jacqueline Kennedy, sin que en su país natal supiéramos de su existencia hasta 2016



Rafael Guastavino, en una imagen de 1869


Rafael Guastavino, en una imagen de 1869 - ABC




Israel Viana. MADRID Actualizado:28/02/2020

«El arquitecto de Nueva York». Así le apodó «The New York Times» cuando falleció el 2 de febrero de 1908, cuando contaba con tan solo 66 años. Quién sabe de qué hubiera sido capaz este incansable trabajador valenciano si hubiera vivido veinte años más, tras alcanzar la fama en Estados Unidos, sin que en España se le hiciera el más mínimo caso hasta más de un siglo después.

En concreto, hasta que en 2016 un documental dirigido por Eva Vizcarra, y que ganó el Delfín de Oro en Cannes, recuperara la figura de Rafael Guastavino. Prueba de ello es que, desde su nacimiento en Valencia el 1 de marzo de 1842 hasta su llegada a Nueva York en 1881, en la prensa española apenas encontramos seis pequeñas menciones del ilustre y desconocido protagonista de esta película.

Que si «Guastavino ha recibido el encargo de arreglar el local de la Exposición Marítima de Barcelona» (« Gaceta de los Caminos de Hierro»), que si «los elegantes proyectos arquitectónicos de Rafael Guastavino son justamente elogiados» (« Almanaque de El Museo de la industria»)... y poco más. Mientras que desde 2016, no parece haber término medio en lo que a su reconocimiento se refiere. O se le ignora por completo o se le atribuyen en exclusiva obras en los que participó más como constructor que como arquitecto.


360 edificios en Nueva York
Lo que parece ignorar casi todo el mundo actualmente, sin embargo, es que Guastavino es el responsable de 360 edificios en Nueva York, más de un centenar en Boston y otros tantos en Baltimore, Washington y Filadelfia, además de algunas ciudades de Canadá y Cuba. Todo ello desde que empezó a trabajar como arquitecto en su ciudad natal en 1866, tras aprender el oficio en la escuela de Maestros de Obras de Barcelona.

Llegó a la Gran Manzana a comienzos de 1881 junto a su hijo de nueve años, con 40.000 dólares en la maleta y sin saber una palabra de inglés. Le acompañaban su ama de llaves y las dos niñas de ésta. Se cree que huyó de España y se refugió en Estados Unidos por una serie de problemas personales. En concreto, sus continuas infidelidades y el hecho de que, a raíz de estas, su mujer le abandonara y se marchara a Argentina con sus otros dos hijos. Aquello hizo crecer su descrédito social en Barcelona, donde ya era un arquitecto respetado y consolidado por las sensacionales obras de la fábrica textil Batlló y el Teatro La Massa, en Vilassar de Dalt.

El arquitecto valenciano pensó entonces que su carrera se vería afectada por aquellos escándalos y decidió marcharse a la Gran Manzana. Tal fue su convencimiento que jamás volvería a pisar suelo español, encarnando como pocos el sueño americano. Algo que él mismo buscó desde el inicio de su carrera había, participando en todo tipo de exposiciones nacionales e internacionales. De hecho, ya había estado en Estados Unidos en 1876 para participar con gran éxito en la Exposición del Centenario de Filadelfia.



Estación de City Hall


Estación de City Hall - ABC



Al otro lado del Atántico vendió las bondades de la bóveda tabicada española, un sistema de construcción muy popular en el que se utilizan capas de ladrillos finos para construir estructuras muy ligeras, pero de gran resistencia. Esa fue su tarjeta de entrada cuando llegó a Nueva York en un momento crítico en la historia de la arquitectura, después de los incendios gigantescos sufridos en Chicago y Boston en 1871 y 1872.

Aquella tragedia produjo 300 muertos, arrasó 76 edificios y 26 hectáreas del centro de ambas ciudades y dejó a más de 10.000 personas sin hogar. Tal fue la tragedia que pronto se puso en tela de juicio la seguridad de las estructuras de madera con las que se construían la mayoría de los edificios. Así que él trajo la solución: una versión mejorada de las bóvedas tabicadas que había presentado en Filadelfia, con piezas cerámicas planas que se empleaban desde tiempos antiguos en la arquitectura del Mediterráneo, pero más baratas, rápidas de construir, sólidas y, sobre todo, ignífugas. Con esta última característica se dice que salvó la vida a miles de estadounidenses.

La intención de Guastavino al llegar a Estados Unidos fue la de hacerse un hueco como arquitecto y lograr el mismo prestigio que tenía en la Comunidad Valenciana y Barcelona. Consiguió firmar algunos proyectos, pero la suerte no le sonrió mucho en este sentido. La verdadera oportunidad no le llegó hasta un tiempo después, cuando fue contratado por el estudio de arquitectura más importante de la época ( McKim, Mead & White), a los que se ofreció para construir gratis la bóveda de la Biblioteca Pública de Boston con su técnica, la primera pública y municipal de América del Norte.


La demostración pública
Fue una hábil estrategia del arquitecto valenciano, puesto que sabía que aquello le daría la fama que necesitaba para que le surgieran más trabajos como aquel. Como revela el documental dirigido por Eva Vizcarra, « El arquitecto de Nueva York» (2016) –en referencia al calificativo del «The New York Times»–, Guastavino construyó aquella bóveda en un lugar público, llamó a la prensa y le prendió fuego para demostrar que era resistente a la llamas. Así consiguió captar la atención de los medios y las constructoras.

Y lo consiguió, porque los contratos a partir de ese momento fueron cada vez más numerosos e importantes. Y las aportaciones tanto de Rafael Guastavino como de su hijo, que heredó la empresa que mondo (Guastavino Fireproof Construction Company) y siguió trabajando bajo el mismo nombre hasta 1962, impresionantes. Antes de que acabara el siglo XIX, montó también una fábrica a las afueras de Boston para elaborar los ladrillos y azulejos policromados y ya era la responsable de la espectacular Sala de Registro del edificio de inmigración de la isla de Ellis (1900), que se construyó para reemplazar el anterior de madera que habían sufrido un incendio en 1897. Resulta curioso pensar que aquel inmigrante español fuera el autor de la impresionante bóveda que se constituyó como puerta de entrada al país de millones de inmigrantes hasta hace no mucho.

A estas se sumaron otras mucha proezas, entre las que había bibliotecas, iglesias, edificios gubernamentales, museos, universidades, auditorios, estaciones de metro y ferrocarril, puentes, túneles, hoteles y edificios privados. Al final acabó superando los mil edificios en todo el continente americano, de los cuales hoy todavía siguen en pie unos 600. Para que se hagan una idea, en 1910 participaba simultáneamente en la construcción de 100 de estas construcciones en 12 ciudades diferentes de Estados Unidos.


Grand Central Terminal
Las aportaciones de este arquitecto valenciano son tan impresionantes que sorprende su falta de reconocimiento. Hasta 1972 no es citado en ningún libro de arquitectura y la primera tesis sobre su obra no se realizó hasta 2004. En 2008 se le dedicó una exposición en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En 2014, otra en el Museo de la Ciudad de Nueva York, bajo el nombre de «Palacios para el pueblo: Guastavino y el arte del alicatado». Ninguna en España, donde por lo menos se rodó el documental de Eva Vizcarra.

La mayoría de los edificios que construyó están en Boston y, sobre todo, en Nueva York. Dicen que resulta imposible escapar de la sombra de sus edificios si uno pasea por la Gran Manzana. El archiconocido Oyster Bar & Restaurant y la contigua «Galería de los Susurros» de la Grand Central Terminal de Nueva York, que cada año recorren millones de turistas, son suyas. Esta última, además, era el rincón preferido del mito del jazz Charles Mingus. También se puede ver su mano en la Sinagoga Emanu-El y en la catedral de San Juan el Divino, que contiene muchas bóvedas y escaleras de Guastavino, además de la gran cúpula central de teja, con sus 33 metros de luz y 50 de altura aún imperturbable a pesar de las críticas en los periódicos de la época.

Se pueden destacar, asimismo, su intervención en la Iglesia Episcopal de San Bartolomé, ubicada en la Quinta Avenida; en el famoso Hospital Monte Sinaí, aquel que inmortalizó el escritor José Luis Sampedro en «Fronteras»; en la estación de metro City Hall, de 1904, hoy inactiva pero convertida hoy en un lugar de peregrinación para amantes de la arquitectura, y en las arcadas abovedadas bajo el famoso Puente de Queensboro, construido en 1909 y popularizado por Woody Allen años después en la película «Manhattan». Y no podemos olvidar la autoría de Guastavino de las bóvedas del mítico Carnegie Hall y las del Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York, o las del edificio de la Corte Suprema de Estados Unidos, en Washington.


Jacqueline Kennedy Onassis
El reciente descubrimiento de los restos en la estación Pensilvania ha hecho reflotar de nuevo su figura de cara al gran público, aunque sin alcanzar la notoriedad de otros arquitectos como Santiago Calatrava. Pero lo cierto es que todo el mundo coincide en que, sin Guastavino, muchos edificios históricos de Estados Unidos se habrían perdido .

El dramático derrumbe de esta joya de la arquitectura, construida en 1910, cuya desaparición los neoyorquinos aún lamentan, permitió salvar la estación Gran Central. Fue a raíz de una campaña liderada nada menos que por Jacqueline Kennedy Onassis, la cual acabó ante el Tribunal Supremo. En junio de 1978, la justicia prohibió su demolición y sentó las bases para las futuras leyes de protección del patrimonio.


 
HISTORIA
Pemán, el poeta y depurador franquista que resiste en las calles de España
Es quien mejor ha sobrevivido a la purga de las calles de España que ordenó la Ley de Memoria Histórica —89 calles llevan aún su nombre—, pero la gran pregunta es por qué lo honraron entonces



Foto: José María Pemán
J

osé María Pemán



AUTOR
JULIO MARTÍN ALARCÓN
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MEMORIA HISTÓRICA
MONARQUÍA
REYES CATÓLICOS

29/02/2020



"Con pensar que la perspectiva del resurgir de una España mejor de la que hemos venido contemplando estos años está en razón directa de la justicia y escrupulosidad que pongan en la depuración del Magisterio en todos sus grados, está dicho todo". La circular de 10 de diciembre de 1936, publicada por el Boletín Oficial de Burgos, el cuartel general de Franco durante la Guerra Civil, está firmada por José María Pemán, la única razón de peso para haberle incluido en otra depuración: la eliminación de los nombres de las personalidades del régimen —según los más variados criterios de la memoria histórica— del callejero español.

La purga de maestros que proponía el dramaturgo y político y denominado desde algunos sectores como el "poeta del franquismo" se llevaría a cabo con la victoria. Fue él quien decidió tres condiciones muy precisas para actuar contra los profesores de la escuela pública. Aun así, terminada la guerra, nunca llegó a aplicarlas. Protestó de hecho contra su propia inquina de la que se encargó Enrique Suñer.




Circular sobre la depuración de Magisterio. Pincha para ver el documento.

Circular sobre la depuración de Magisterio. Pincha para ver el documento.





¿Era entonces Pemán uno de ellos, un franquista? Elevado como uno de los intelectuales del régimen, ha sido quien mejor ha sobrevivido después de muerto a la purga de las calles de los pueblos y ciudades de España que ordenó la Ley de Memoria Histórica. No es casual. La gran pregunta no es tanto por qué su nombre, que aún designa 89 calles, ha permanecido en las esquinas —a pesar de haber sido borrado de otras tantas—, si no más bien por qué se las dieron entonces.

Mantiene una calle en Madrid otorgada en 1960 para sustituir a Julián Besteiro, que en 2017 recibió en cambio la que ostentaba el general Varela
No deja de ser irónico que una de las calles que conserva se encuentre en Madrid, campo de batalla política durante una década al hilo del cambio de placas callejeras, ya que la que aún lleva su nombre se la concedieron en 1960 sustituyendo, nada menos, que a Julián Besteiro, el líder histórico del PSOE denostado en gran medida por la izquierda. Besteiro, como Pemán, era de los suyos sin serlo: odiado por los republicanos ya que rindió Madrid a los nacionales, fue de los pocos dirigentes que se quedaron para entregar los restos de la España de la república en vez de huir.
Moriría en la cárcel tras ser condenado a cadena perpetua por los franquistas. Ya en 2017, se le otorgó una nueva calle, pero no recuperó su antiguo tramo de asfalto —que siguió denominándose Calle de José María de Pemán—. Sustituyó en cambio a la del general Enrique Varela, con quien Pemán, como con tantos otros generales, tuvo relación.


Caza de brujas
El escritor, adherido sin fisuras a la causa nacional en la guerra,especialmente en labores de propaganda, recibió el encargo de Burgos de coordinar la enseñanza. No había medrado para ello y acepó a regañadientes, pero fue más que eficaz con sus nuevos valedores: promovió una caza de brujas del profesorado español perfectamente orquestada y fiel a su odio cerval de entonces a la república, el liberalismo, la propia democracia y cualquier idea que no encajara con su concepción monárquica, casi feudal, unitaria e imperial de la España de los Reyes Católicos. No se encargó en cambio, ni mucho menos, de ejecutarla: en realidad, después pondría trabas y pediría una y otra vez que no tuvieran en cuenta a este o aquel intelectual como en el caso del poeta Gerardo Diego.



Pemán con Don Juan de Borbón


Pemán con Don Juan de Borbón




Acabó siendo un ideólogo accidental del franquismo en tanto que Franco supo explotarlo hábilmente, como hizo con el resto de los enemigos de la república en el batiburrillo de posiciones a la derecha: monárquicos, tradicionalistas, falangistas… incluyendo renombrados compañeros de armas que morderían el polvo después de la victoria como el general Aranda o Kindelán. Casi nadie se escapó y la mayoría aceptarían la docilidad, como explicaría más adelante Gil Robles, el que fuera líder de la CEDA, una vez que todas las conspiraciones monárquicas para restaurar la corona en la figura de Don Juan de Borbón, fracasaron.
Monárquico y católico, modificó su impresión sobre Francisco Franco, que le utilizó, y al que en sus comienzos no supo interpretar correctamente
Pemán no participó en la conjura 'donjuanista', como tampoco lo hizo en la del 18 de julio de 1936, a diferencia de afines políticos como José Calvo Sotelo, de Renovación Española, asesinado en Madrid unos días antes. Lo dejó claro: "Los adversarios fuera le hicieron también buena tarea barriendo el camino de adversarios posibles dentro; pues a los que como políticos habían colaborado en el Alzamiento (...) Señalo a José Calvo Sotelo o a José Antonio Primo de Rivera", —J. M. Pemán, 'Mis encuentros con franco' (Dopal)—.


Dramaturgo de éxito
Su adscripción a los sublevados se nutría de la ignorancia. Baste la ingenuidad de la descripción que hizo el dramaturgo de su primer encuentro con el ya jefe del Estado del bando nacional, Francisco Franco: "no se da cuenta de su enorme fuerza actual y de la unanimidad con que le siguen". No hace falta ahondar demasiado en la puerilidad de su impresión: tal y como señalaron sus biógrafos, Javier Tusell y Gonzalo Álvarez Chillida, se equivocaba, y mucho —'Pemán. Un trayecto desde la extrema derecha hasta la democracia' (Planeta)—. Tendría tiempo de rectificar, aunque fuera a la muerte del dictador, con la publicación en 1976 de 'Mis encuentros con Franco' (Dopesa). Recoge unas cuantas perlas.



José María Pemán con el rey Juan Carlos ya jefe del Estado


José María Pemán con el rey Juan Carlos ya jefe del Estado




Antes siquiera de poder ser tildado como poeta del franquismo, a partir de su poema 'El ángel y la bestia', Pemán ya era un autor de mucho éxito. Como católico adepto a la orden de los jesuitas y a los retiros de San Ignacio de Loyola, en 1933, durante la II República, cosechó un reconocimiento sin parangón con 'El divino impaciente', obra teatral sobre la vida de San Francisco Javier que cautivó literalmente a media España y que durante más de medio siglo ha seguido siendo una pieza relevante en los colegios de los jesuitas.

Pemán: "Es excesivo hablar de un sistema o una doctrina 'joseantoniana'. El mismo dijo que la verdad política no tiene un programa rígido"
Respecto a Falange, advirtió prácticamente las mismas incongruencias en José Antonio que en su momento hiciera Miguel de Unamuno. Sabía de lo que hablaba porque estuvo presente el célebre día del Paraninfo en Salamanca, codo con codo con Millán Astray y en calidad ya de propagandista del bando nacional. Su percepción de José Antonio merece un capítulo aparte: "Es excesivo hablar de un sistema o una doctrina joseantoniana. El mismo dijo que la verdad política no tiene un programa rígido, como el amor no tiene un planteamiento reglamentado de los besos", —J. M. Pemán, 'Mis almuerzos con gente importante' (Dopesa)—.


El clan Primo de Rivera
Pemán no solo estaba emparentado con los Primo de Rivera, —el hermano de José Antonio, Miguel, era su cuñado—, sino que le unía una estrecha adscripción personal e ideológica. Es más, si algo defendió en política con pasión fue el 'primorriverismo' del dictador, con el sustento de la corona que portaba Alfonso XIII y desde las filas del partido del padre de José Antonio. Durante la II República se limitó a cosechar éxitos teatrales y por supuesto, a criticar el sistema de gobierno del que formaba parte al ser diputado en las cortes.
Sin embargo, no era un conspirador, ni participó en trama alguna, lo que no le impidió erigirse tras el alzamiento como uno de los pilares fundamentales de la propaganda nacional. Según Tusell, Franco le proporcionó permiso para circular libremente por todo el territorio controlado por su ejército, incluyendo los frentes. Más aún, le encargó en vísperas de la ofensiva sobre Madrid, tras la liberación del Alcázar, que entrara con las primeras tropas para anunciar al mundo la conquista de la capital.

La longevidad del dictador que había deshecho los partidos de derechas de la Segunda República hizo que virara a posiciones más moderadas
En esencia, su apasionamiento se produjo durante la guerra, confiando en la misión "salvadora" de los generales sublevados y especialmente en Francisco Franco, que le deslumbró. Cuando el nuevo estado dejó patente que no habría una restauración del orden anterior, se amoldó como muchos monárquicos y católicos. Incluso justificó intelectualmente el giro radical de la historia de España.


El intelectual reaccionario
Pemán nunca fue una pieza política del engranaje del régimen, pero sí un exponente que bebía del conservadurismo de la España anterior a la Segunda República. Con el tiempo y también con la longevidad del dictador, que había secuestrado a toda la derecha existente antes del alzamiento, viró hacia posiciones más moderadas. Es notoria la divergencia de sus impresiones sobre Franco cuando publica en 1970, 'Mis almuerzos con gente importante' frente a 'Mis encuentros con Franco', seis años después, una vez muerto el dictador.

Genio y figura del sector más reaccionario y católico de la tradición española, supo evolucionar, adaptarse y triunfar como poeta y dramaturgo. Fue sin duda uno de los exponentes, un ideólogo circunstancial, de los valores básicos del nacionalcatolicismo que impuso Franco sobre la amalgama de falangistas, monárquicos, tradicionalistas y católicos, y a su vez supo distanciarse lo necesario en la Transición, amparado en sus avales monárquicos. No es por tanto excepcional que sus muchas capas hayan servido para burlar las disposiciones de la Ley de Memoria Histórica: tuvo un papel relevante y al mismo tiempo secundario y sus éxitos literarios no fueron obra del franquismo.

 
Los Barbaros *Godos*

Los Godos invadieron el Imperio Romano, saqueando Roma en el año 410 d. C. de forma violenta movidos por el instinto de la supervivencia.En el año 375 d.C. en la zona balcánica existían aldeas godas que, básicamente, eran aldeas granjeras y pacíficas, que se vieron sorprendidas por los Hunos, un pueblo que procedía de China de donde habían sido desterrados, llegando a la frontera del Imperio Romano y encontrándose con los Godos.

El pueblo godo vivía de la agricultura, con una economía rural que dependía de las granjas y a veces, incluso, del comercio con el Imperio Romano. En cuanto a su sociedad, no tenían un líder consolidado ya que poseían un carácter tribal y el Consejo era el que tomaba las decisiones.



 
Historia de España 1/15: Las grandes potencias se disputan Iberia - Documental

Tras la desaparición de Tarteso, a finales del s. VI a.C. otros pueblos que habitan la Península Ibérica protagonizan su Historia. Los nativos ibéricos enraizados en sus costumbres se oponen durante cientos de años a las potencias invasoras: Cartago y Roma, que transformaron sus vidas. En la resistencia a las invasiones se forjan hechos resonantes como Sagunto y Numancia, y personajes inmortales como Viriato.



 
Historia de España 2/15: Hispania, un producto de Roma - Documental

Vencida Cartago, Roma descubre su auténtica faz e inicia la conquista de la península Ibérica. Los hispanos, muy inferiores en potencial de guerra al ejército romano, se resisten. Y sobre los pedestales de su tragedia se edifica el mito que durante siglos alimentará una parte de la historiografía española, la de los recuerdos de un carácter indómito, la de la melancolía de una identidad perdida, la del sacrificio y la espada antes que cualquier rendición: Viriato, Numancia...

Tras la victoria de Roma, el territorio peninsular ibérico se encuentra sometido a una misma autoridad política, a unas mismas normas jurídicas e, incluso, a un mismo sistema económico. El proceso de adaptación resultará duro para buena parte de los habitantes de Hispania que tienen que renunciar a muchas de sus costumbres, asumir la supremacía de los dioses de los vencedores, someterse a un nuevo orden jurídico y aceptar una nueva civilización basada en la concentración de la población en grandes urbes. Excelentes obras públicas, puentes, calzadas, acueductos, se multiplican por el suelo hispano.




 
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