Cuadernos de Historia

El genocidio del sádico Leopoldo II de Bélgica en el Congo: el peor crimen europeo en África
El Monarca belga se hizo por un benefactor antiesclavista para que la comunidad internacional le cediera el Congo, donde causó la muerte y la mutilación de brazos y piernas a millones de habitantes con el fin de enriquecerse

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Actualizado:22/11/2017 15:34h
Bélgica, un país poco ejemplar para dar lecciones de democracia

Mientras la Europa del siglo XIXseguía tachando a los españoles de asesinos de indios, por algo que había ocurrido dos siglos antes y fue causado, sobre todo, por las enfermedades; en la África Negra la explotación de caucho estaba provocando en esas mismas fechas la muerte de diez millones de personas. Como recuerda Josep Pérez en su conocido libro « La Leyenda Negra», «la colonización europea de los siglos XIX y XX fue culpable de crímenes semejantes a los cometidos por los españoles en América. La única diferencia es que no encontró a un Las Casas [el fraile que protestó con cifras dudosas por el trato a los indios] para denunciar». El Congo belga fue el caso más salvaje.

Un maestro del disimulo
Léopold de Saxe-Cobourg et Gothase, Leopoldo II, Rey de los belgas a finales del siglos XIX, auspició durante su reinado que el Congo pasara de una población de 20 millones de habitantes a 10 millones. Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con este territorio. Leopoldo no heredó o conquistó el Congo (de hecho solo a su muerte se integró en Bélgica), le bastó con convencer a la comunidad internacional de que si le daban su soberanía protegería a sus habitantes de las redes de traficantes de esclavos árabes. Nada más lejos de la realidad, el verdadero objetivo del belga, que solía definir a su pequeño reino europeo como «Petit pays, petit gens» («Pequeño país, gente pequeña»), era hacerse con una colonia y exprimir hasta la última gota de sus recursos económicos.

El verdadero objetivo del belga era hacerse con una colonia y exprimir hasta su última gota
Leopoldo, no obstante, supo disimular su afán económico generando una imagen de monarca humanitario y altruista, que financiaba asociaciones benéficas para combatir la esclavitud en el África Occidental y costeaba el viaje de misioneros a esas regiones. En 1876 convenció con su elegancia y buenos modales a un selecto grupo de geógrafos, exploradores y activistas humanitarios en una Conferencia Geográfica, celebrada en Bruselas, de que su interés era «absolutamente humanitario». Fue, además, elegido aquí presidente de la recién creada Asociación Africana Internacional, transformada con el tiempo en la Asociación Internacional del Congo.

Como consecuencia de estos movimientos sibilinos, en febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron aLeopoldo II todo el Congo a través de la asociación que él presidía. Un territorio 20 veces el tamaño de Bélgica, donde se comprometió a «abolir la esclavitud y cristianizara a los salvajes» a cambio de su cesión. Las grandes potencias concedieron al rey de los belgas el Congo, sin saber qué clase de persona era y, sobre todo, porque desconocían el gran tesoro que se escondía entre sus árboles.

Mutilizaciones, en nombre del caucho
Además del marfil de sus elefantes, Leopoldo se sintió atraído por el Congo debido a sus grandes reservas de caucho. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho que se contaba muy numerosos en el Congo. El problema de la recolección de esta materia resultaba la ingente cantidad de mano de obra que se necesitaba y las duras condiciones para estos empleados. Para solventar el asunto, el rey de los belgas diseñó un sistema de concesiones que, en esencia, condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños.

El explorador Henry Morton Stanley (el primer europeo en recorrer los varios miles de kilómetros del río Congo) y otros enviados del Rey se encargaron, entre 1884 y 1885, de que los jefes indígenas de la geografía congoleña firmaran, sin saberlo, contratos por los que cedían la propiedad de sus tierras a la Asociación Internacional del Congo. En estos «tratados», los caudillos se comprometieron a trabajar en las obras públicas de aquella institución que, creyeron, iban a servir para expulsar a los esclavistas y modernizar el país.

Leopoldo II de Bélgica estaba perfectamente al corriente de los crímenes e incluso llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo
De esta forma tan descarada, Leopoldo II se valió del trabajo local para la recolección del caucho y para que sirvieran a los funcionarios, soldados y policías belgas que vinieron a instalarse en el país. Una esclavitud que ocupaba las 24 horas del día de los congoleños; y que deparaba sádicos castigos para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido. El catálogo de violaciones de los derechos humanos podría ocupar libros enteros: desde latigazos, agresiones sexuales al robo de sus poblados. Las mutilaciones de manos y pies dejaron a tribus enteras mancas y cojas, cuando no eran directamente exterminadas aldeas enteras.

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El castigo por desobediencia era la amputación de una mano
El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país. Como explica Adam Hochschild en su libro «El fantasma del rey Leopoldo» (Mariner Books), Leopoldo II de Bélgica estaba perfectamente al corriente de los crímenes e incluso llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo, de tal modo quemiles de menores fueron arrancados de sus familias.

El sádico Leopoldo no tuvo que realizar ningún disparo para conquistar el Congo, pero ni siquiera debió enfrentarse apenas a resistencia cuando estableció su sistema esclavista, puesto que el Congo se extendía por un terreno gigantesco en el que cada tribu vivía de forma aislada. El historiador Adam Hochschild calculó que murieron diez millones de personas basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina.

Tampoco se enfrentó a las críticas de la comunidad internacional ni a las de Bélgica, que todavía hoy recuerdan a Leopoldo II como un entrañable estadista. Cuando pastores bautistas norteamericanos lanzaron la primera voz de alarma, la misma propaganda belga que había elevado a Leopoldo II a benefactor de la humanidad salió al paso para llevar las acusaciones ante los tribunales por calumnias. Todavía, en 1889, Leopoldo se atrevería, en un gran ejercicio de hipocresía, a hacer de anfitrión de la Conferencia Antiesclavista.

La tardía respuesta internacional
Debieron pasar años para que Europa y Bélgica empezaran a hacer autocrítica y a asumir los crímenes en el Congo. Los británicos palidecieron al conocer sus salvajes crímenes por un informe de Roger Casement al Foreign Office, pero solo el empeño particular de políticos extranjeros como el vicecónsul británico en el Congo, Roger Casement, o el periodista Edmund Dene Morel, ex-empleado de una compañía naviera de Liverpool, sacaron a la luz el genocidio belga en los últimos años de vida del Monarca. Morel visitó personalmente al presidente norteamericano Theodore Roosevelt para exigirle que su Gobierno hiciera algo al respecto, además de lograr que personalidades como el arzobispo de Canterbury se manifestaran en contra de aquellos horrores.

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Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero
Los crímenes serían dados a conocer al gran público por el famoso escritor anglopolaco Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness» (El corazón de las tinieblas). Por su parte, Conan Doyle, el creador del personaje de Sherlock Holmes, escribiría un opúsculo «Crimen en el Congo» (1909) demostrando su vena más comprometida.

Poco antes de su muerte, Leopoldo legó a Bélgica la propiedad del Congo ante la presión internacional y se estableció una colonia que recibió los problemas estructurales causados por tanto maltrato y tantísimas muertes. La millonaria indemnización posterior de Bélgica al Congo hizo que la empresa esclavista solo le fuera rentable a Leopoldo.

https://www.abc.es/historia/abci-ge...imen-europeo-africa-201711192145_noticia.html
 
HISTORIA
Seis meses de vértigo, errores y delirio: cien años del tratado de Versalles
Este mes se cumplen cien años de la firma del tratado más discutido de toda la contemporaneidad



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Oficiales y políticos se suben a los muebles para observar la firma del Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial el 28 de junio de 1919.




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JORDI COROMINAS I JULIÁN
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HISTORIA
15/06/2019



No estaba previsto de antemano. En verano de 1918 nadie creía próxima la conclusión de la Primera Guerra Mundial. El 8 de agosto el ejército alemán cedió por primera vez kilómetros hasta retroceder de modo inédito para lo acontecido desde 1914. El frente occidental se desmoronó y con él todo el imperio germánico, dispuesto a aceptar con prontitud los famosos 14 puntos de Woodrow Wilson para negociar la paz. En noviembre, en otra pirueta de la Historia, la revolución llegó a tierras germánicas para precipitar la abdicación del Káiser, la proclamación de la República y la apresurada firma del armisticio en un vagón del bosque de Compiègne.

Así terminó el íncubo inaugurado tras el magnicidio de Francisco José en Sarajevo. Los otros miembros de las Potencias Centrales sucumbieron más o menos por las mismas fechas. Italia se adjudicó la victoria tras el descalabro austrohúngaro en Vittorio Veneto y el Imperio Otomano cedió sus últimas resistencias el 30 de octubre en el armisticio de Mudros, viéndose obligado a ceder todo su territorio, salvo Anatolia.




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Ante el cese de las hostilidades Georges Clemenceau, a la sazón primer ministro francés, se tapó la cara con las manos y lloró a moco tendido. Su vida fue digna de la mejor novela. Pasó unos años juveniles en Estados Unidos, volvió a su país, inventó el término intelectual con el caso Dreyfus, se vio salpicado por los múltiples escándalos financieros de la Tercera República y al fin, a la entonces proba edad de 76 años, accedió a la dirección del Hexágono para completar su sueño de derrotar al eterno enemigo, el mismo al que odiaba con todas sus fuerzas tras la humillante derrota en la guerra franco-prusiana de 1870, con la pérdida de Alsacia y Lorena y la instauración del Segundo Reich en el palacio de los espejos de Versalles.

La visión tópica lo contempla como la cuna de todos los males, causa ineludible de la Segunda Guerra Mundial, pero no es del todo cierto



Este mes se cumplen cien años de la firma del tratado más discutido de toda la contemporaneidad. La visión tópica lo contempla como la cuna de todos los males, causa ineludible de una continuación bélica aupada por Hitler y desencadenada el primero de septiembre de 1939. Hay algo de verdad en esa afirmación, pero también muchos convencionalismos refrendados por la voluntad habitual de caer en cuatro conceptos manidos sin contrastarlos, pues así la cronología adquiere una lógica sólo válida en los manuales y en las discusiones de taberna. La realidad fue otra bien distinta, y para entenderla basta con apreciar el contexto geopolítico durante la Conferencia, quebradizo y sin un patrón a nivel mundial con suficiente fuerza como para imponer sus premisas.

Tres hombres en el marasmo
Estados Unidos no era la superpotencia de 1945 y adolecía de una gravísima inexperiencia en el campo internacional, sobre todo en lo relativo a Europa, quien pese a suicidarse sin contemplaciones gozaba de un bagaje diplomático mucho más avezado para las lides a dirimir en París. Cuando Woodrow Wilson llegó a la ciudad de la luz fue recibido como un auténtico héroe. Todos coincidían en lo fundamental de la aportación de las barras y estrellas para ganar la batalla, pero desde luego eso no significaba ni mucho menos un cheque en blanco para una nación lejana y con una mentalidad ingenua para aprehender la complejidad del mapa del Viejo Mundo.




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El presidente norteamericano era visto como un mandamás simpático con demasiada exuberancia en sus planteamientos. Había tenido problemas en el Congreso, donde para muchos representantes resultaba incomprensible su ausencia durante meses para discutir problemas extranjeros, y por si fuera poco sus aliados devinieron sus más enconados rivales. Los tres grandes de la Conferencia de París coincidían en una visión social aperturista favorable a metamorfosis sociales de hondo calado, lo que no les eximía de ser representantes de universos distantes. El premier británico David Lloyd George era el más joven de la trilogía y debía defender los intereses de su Imperio mientras ansiaba debilitar a Alemania mediante la destrucción de su flota, el adiós a las colonias e indemnizaciones económicas gravosas hasta ciertos límites, pues desahuciarla, como ocurrió a posteriori, sólo era el pasaporte para resucitar su fervor nacionalista.

Por su parte Clemenceau, gato viejo, abogaba por una humillación de su vecino diezmándolo territorialmente, debilitándolo en su amada vocación militar y vetándole cualquier posibilidad de prosperar en el futuro. Aunque parezca una tontería partía con cierta ventaja en la pugna al jugar en casa, hecho criticado por sus homólogos, quienes consideraban más justo desarrollar las negociaciones en campo neutral.

Los tres grandes de París coincidían en una visión social aperturista, lo que no les eximía de ser representantes de universos distantes

Wilson, Lloyd George y Clemenceau no estuvieron solos en la mesa. Afluyeron delegaciones de todo tipo, pelaje y condición para reivindicar justicia por haber colaborado en el triunfo de las armas. Sólo Italia y Japón se sentaron junto a los elegidos. La primera llevaba en su cartera el recuerdo del Tratado secreto de Londres de 1915, clave para su ingreso en el bando aliado durante la guerra y promesa de una ampliación salvaje de sus fronteras con la anexión de un tramo del Tirol, Trieste, el Dodecaneso, Istria sin Fiume, los condados de Gorizia y Gradisca y el control de la política exterior de Albania. Su representante era Vittorio Emanuele Orlando, en inferioridad durante las charlas por no hablar ni una palabra de inglés y ser considerado por los demás como una especie de molesto apéndice. Por lo que concierne a los japoneses padecieron en sus propias carnes discriminación por su color de piel y una burla constante por su fealdad. Al no ser aprobada la cuestión de la igualdad racial les sirvieron en bandeja su revanchismo posterior, cuando durante el período de entreguerras aspiraron a dominar el continente asiático sin miramientos y acciones sanguinarias nunca suficientemente remarcadas.

Los trabajos de la Conferencia

Como comprenderán es utópico glosar todo lo acaecido durante esas reuniones en un artículo. Quien quiera asumir ese monumento de virtudes y despropósitos diplomáticos debe acudir a 'París, 1919' (Tusquets), obra maestra de Margaret MacMillan, donde se expone con claridad meridiana tanto el ambiente como las dificultades suscitadas por el alud de asuntos a finiquitar, entre ellos el ruso, con sus gobernantes comunistas ausentes del diálogo y amenazados por tropas occidentales en sus vastos e inestables dominios, sumidos en el caos por culpa de una guerra civil, continuación con tintes ideológicos de la lucha enterrada poco antes en otras latitudes.



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'París, 1919'. (Tusquets)



Los tres grandes debatieron sobre la necesidad de parlamentar con Lenin, y hasta se envió una comisión a Moscú, jaleada con caviar y de retorno con una mano delante y otra detrás pese a sus intentos de conciliar quimeras. Gran Bretaña no reconocería hasta 1924 al régimen soviético de la hoz y el martillo por la imperiosa urgencia de no desperdiciar un mercado demasiado suculento.

Los ingleses fueron los únicos conuna cierta perspectiva de la magnitud del evento. Antes del mismo encargaron a un historiador un ensayo sobre el Congreso de Viena de 1815 para poder comparar el precedente más similar. Según las malas lenguas, siempre buenas, nadie hizo mucho caso a ese texto y las celebraciones parisinas en nada copiaron a las austríacas del siglo anterior, entre otras cosas por el tiempo transcurrido y el vuelco salvaje del planisferio.

Los ingleses encargaron a un historiador un ensayo sobre el Congreso de Viena de 1815 para poder comparar el precedente más similar

Mientras negociaban este había hecho de las suyas sin avisar. El Imperio Austrohúngaro se había disuelto, Yugoslavia balbuceaba y países como Polonia renacían con el miedo en el cuerpo ante la incertidumbre del presente. Ante esas disyuntivas las comisiones de la Conferencia quisieron abordar muchos temas sin ser resolutorias en casi ninguno, con la excepción de Alemania, precaria y con escasos mimbres para la réplica por la bisoñez de la República de Weimar y las penurias producto de la debacle.

Artículo 231
Para hacernos una mínima idea del rompecabezas baste mencionar su duración. La Conferencia dio el pistoletazo de salida el 18 de enero, aniversario de la coronación imperial de Guillermo I en Versalles, y concluyó el 28 de junio de 1919, justo un lustro después del asesinato de Sarajevo. En mayo la delegación italiana abandonó al no cumplirse lo acordado en Londres años atrás. La llegada de Orlando a Roma fue un preludio del desbarajuste del mal llamado bienio rojo, cuando los enfrentamientos entre obreros y fascistas exhibieron a las claras la debilidad del Estado, claudicante ante Mussolini en octubre de 1922.




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Lo único prístino entre tanto papel era la suerte de Alemania. Francia se salió con la suya para amargura de Wilson, quien con las mejores intenciones tenía como principal objetivo la instauración de la Sociedad de Naciones en su meta de conseguir una paz duradera. Como es sabido por todos vio aprobados sus designios hasta completar un cuerpo frágil y ninguneado instalado en Lausana, interesante para los historiadores e inoperante en su actividad, no por desidia, sino por el desprecio para con sus resoluciones hasta 1939, cuando la Segunda Guerra Mundial enterró para siempre su legitimidad.

Una de las efemérides más sabrosas de esos meses sucedió con uno de los miembros de la delegación alemana, quien retornó a las sesiones borracho como una cuba, desesperado por lo impuesto. El artículo 231, aceptado bajo amenaza de males más gravosos, rezaba lo siguiente: “Los gobiernos aliados declaran, y Alemania reconoce, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y pérdidas a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de Alemania y sus aliados.” Además, Alemania perdió el 13 por ciento de su territorio y una décima parte de su población. Francia recuperó Alsacia y Lorena, Eupen y Malmedy pasó a Bélgica, Schleswig-Holstein fue concedida tras un plebiscito a Dinamarca, El valle del río Niemen engrosó los dominios lituanos, Memel y Danzig se configuraron en ciudades libres bajo la autoridad polaca y de la Sociedad de Naciones, se creó el peliagudo corredor polaco y sus colonias se repartieron entre algunos de los vencedores.

Alemania perdió el 13 por ciento de su territorio y una décima parte de su población; Francia recuperó Alsacia y Lorena

La escabechina no terminaba aquí. Se prohibió la unión de Austria y Alemania, el ejército de esta última se vio reducido a cien mil unidades, sin opciones de fabricar material de guerra y la obligación de entregar el existente. La puntilla fue la ocupación de la orilla izquierda del Rin y la desmilitarización de Renania, internacionalizándose el canal de Kiel y posponiéndose el futuro del Sarre a un referéndum a celebrar durante los años treinta.

La gran polémica, injusta a todas luces y exagerada hasta extremos inimaginables, llegó con el montante del pago de reparaciones, fijado a la postre en 1921 durante una nueva Conferencia de Londres. Alemania debía pagar 132 mil millones de marcos oro, el equivalente actual de más de trescientos mil millones de euros, una ruina sólo subsanada el 3 de octubre de 2010, cuando se cumplieron veinte años de la reunificación tras la caída del muro de Berlín y los estertores de la Guerra Fría.

Después de la paz
John Maynard Keynes advirtió en su 'Las consecuencias económicas de la paz' de cómo esta sólo era la antesala de otra hecatombe. Wilson embarcó hacia América en Le Havre, vio como el Senado tumbaba la entrada de Estados Unidos en la Sociedad de Naciones y poco después se vio golpeado por un derrame cerebral, enmudeciendo para siempre. Su país apostó por el aislamiento, o eso dicen las crónicas, pues poco apartado estás si recibes pagos de deudas y prestas dinero para activar la maquinaria europea hasta el colapso de octubre de 1929. Francia se sintió aliviada, Inglaterra creyó ser aún la reina indiscutida y Alemania accedió muy a su pesar a un calvario sólo mitigado por obra y gracia de su verdugo.

La nobleza auspiciada durante la Conferencia quedó en agua de borrajas y de una venganza se caminó hasta la siguiente

Versalles es una piedra miliar fallida. Sus pretensiones fueron demasiado elevadas y la inquina francesa salpicó toda la tinta hasta engendrar monstruos. Otros tratados se rubricaron meses más tarde para saldar cuentas con el resto de adversarios entre trincheras, llanuras, desiertos y calaveras. Para la República de Weimar sólo fue una pesadilla y la oportunidad de reverdecer el fantasma nacionalista. La nobleza auspiciada quedó en agua de borrajas y de una venganza se caminó hasta la siguiente. No aprender la lección conllevó incubar una tragedia aún más rotunda.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-06-15/tratado-versalles-cien-anos_2064090/



 
HISTORIA
La impactante teoría sobre el origen de los nombres de Europa
Presentada hace 20 años, un manto de silencio cayó sobre la hipótesis revolucionaria del investigador Alberto Porlán: ahora recibe un nuevo empuje




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Fragmente de una inscripción ibérica de origen desconocido. (Museu Arqueològig de Sagunt)





AUTOR
DANIEL ARJONA
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HISTORIA
PREHISTORIA
UNIÓN EUROPEA

18/06/2019





A mediados de los ochenta, el escritor, filólogo e investigador Alberto Porlándescubrió por casualidad algo tremendamente turbador. Inició entonces una investigación de 15 años que acabaría por resultar potencialmente explosiva para el 'statu quo' de la historiografía antigua del viejo continente. Tan explosiva que, después de publicar sus conclusiones en un libro impactante de más de 700 páginas y 1.700 esquemas geográficos titulado 'Los nombres de Europa' (Alianza, 1999), un espeso manto de silencio cayó sobre su hipótesis. Nadie quería echar a perder las vetustas interpretaciones asentadas durante décadas, las ideas fijadas y esclerotizadas. Porlán siguió su camino, sus libros, sus versos, documentales premiados como 'Las cajas españolas' (2005) —sobre el traslado de las obras de arte durante la Guerra Civil española— y nuevas investigaciones como la que le llevó en 2015 a situar la mítica Tartessos en la bahía de Cádiz contra la opinión generalmente extendida que la sitúa en Sevilla. Y mientras tanto, su antigua y rompedora conjetura sobre los nombres de Europa no dejaba de rondar su cabeza hasta que, ahora, una nueva iniciativa promete darle un nuevo empuje. ¿En qué consiste?




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'Los nombres de Europa'. (Alianza)



Ocurrió al encontrarse por azar con un curioso topónimo sobre Tartessos. Porlán comenzó a rastrear la concordancia toponímica de Europa, desde las Islas Británicas hasta Sicilia, del cabo de San Vicente al extremo oriental de Polonia, desde Suiza a la desembocadura del Ebro, desde el sur de Inglaterra al Ródano. Y así, sumergido en diccionarios y mapas, se dio cuenta de que los nombres de las ciudades, los pueblos, los ríos y los montes del continente no eran producto del caos ni se distribuían al azar como pensábamos. No, obedecían a un patrón. Existió así hace miles de años un patrón territorial muy arcaico, un sistema primigenio de ordenación que ya había sido olvidado a la llegada de Roma y la escritura, un modelo repetido por toda Europa que nos habla de la presencia de una cultura común a todos los pueblos de Europa. Y así, los europeos que en el pasado nos obsesionamos con desentrañar el remoto jeroglífico o el intratable minoico, hemos permanecido ajenos a una verdad tan espectacular y que además nos esperaba a la vuelta de la esquina.


Han pasado 20 años desde la publicación de 'Los nombres de Europa'. Ahora, Alberto Porlán vuelve a la carga con su teoría presentándola ante la Comisión Europea este mismo miércoles 19 de junio a las 19:00 en la Sala Europa del paseo de la Castellana de Madrid.




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PREGUNTA. En 1999, su libro 'Los nombres de Europa' causó una conmoción entre filólogos e historiadores al defender que la toponimia europea, lejos de ser producto del capricho o del azar, era el resultado de un sistema primigenio de ordenación perdido en el tiempo que nos hablaba de una antiquísima unidad de los pueblos europeos. ¿Cómo llegó a aquellas conclusiones?

RESPUESTA. Quince años antes, había topado con un fenómeno que contradice la convención general sobre la toponimia europea. O sea, que los nombres de lugar son descriptivos y están repartidos aleatoriamente. Sucede que junto a nombres similares como Barcelona-Barcelonne, Zaragoza-Saragosse o Logroño-Lacoruña-Locarno-Luzerna, separados por grandes distancias, aparecen otros nombres similares a su vez entre sí. Las probabilidades de que esto se deba a la casualidad son exiguas. Y se reducen exponencialmente con cada nuevo caso. En cuanto a esa conmoción a que se refiere tras la aparición de mi libro en España, yo la llamaría más bien perplejidad.

P. Citaba muchos ejemplos en aquel libro.

R. Sí, citaba varios miles de casos y todos son efecto de la misma causa. Si quiere algún caso llamativo en España, puede comparar los de Marchena con Markina, Gijón con Xixona, Mutriku con Motril o con Madrid, Valencia con Palencia o con Pollensa, Sagunto con Sigüenza, Vic con Vigo, Vera de Almería con Bera de Bidasoa, Salamanca con Salamonde, Arganda con Artxanda, Aranda con Erandio o con Arunda, que fue la antigua Ronda. Ninguno de esos topónimos tiene un origen certificado. Pero es que también ignoramos por qué París, London o Madrid se llaman así. Ni siquiera sabemos la razón de que Atenas o Roma tengan esos nombres; tuvimos que apelar a una diosa y a dos hermanillos para justificarlos.

Existió un modelo generalizado de poblamiento que parece revelar la compartición de un ámbito cultural común

P. Cuándo habla de "unidad europea" en tiempos tan remotos, ¿a qué se refiere exactamente?

R. No me atrevería a tanto. De lo que hablo es de la existencia de un modelo generalizado de poblamiento que parece revelar la compartición de un ámbito cultural común. De una cultura antigua que no conocía ni convivía con otras culturas, posiblemente porque aún era la única. Aquellas gentes estaban desarrollando el idioma que hemos llamado indoeuropeo o indogermano, y si la existencia del sistema de poblamiento común es ratificada por otros investigadores, tendremos un indicio de que, además del idioma, compartimos ese hecho cultural. Sería una noción para sentarse a meditar sobre la unicidad de un pueblo que hoy se encuentra aparentemente fragmentado y cuyos miembros no se reconocen entre sí como lo que son: hermanos que visten camisas diferentes.

P. Y ahora vuelve a la carga con su hipótesis. ¿Por qué?

R. Verá: lo que ocurre es que se han cumplido 20 años de la aparición de 'Los nombres de Europa' sin que una sola institución cultural española se haya interesado en la hipótesis. Ni una. Solamente he podido exponerla en la Universidad Federal de Siberia, y no es una broma. Detesto el autobombo, pero semejante falta de curiosidad intelectual por parte de mis paisanos me produce vergüenza ajena, así que he decidido explicar el sistema de una forma más obvia y llamativa y presentarlo al juicio estimativo de la Comisión Europea.

Después de 20 años, solamente he podido exponer mi teoría en la Universidad Federal de Siberia, y no es una broma

P. Quisiera también preguntarle su opinión sobre dos informaciones arqueológicas recientes que han tenido mucho impacto en los medios. La primera sería el supuesto exterminio de todos los varones de la península Ibérica por pueblos del Caúcaso hace 4.500 años.

R. La propuesta suena absurdamente aventurada. Un exterminio total de los varones peninsulares resulta imposible e impensable. Por otra parte, habría implicado una discontinuidad cultural profundísima y simultánea que se reconocería fácilmente en los restos arqueológicos. Y me temo que seguíamos haciendo dólmenes después de esa fecha.

P. La segunda sería la reciente noticia de que la población del sur de España no está relacionada genéticamente con la norteafricana.

R. Esto sí resulta verosímil. A España vinieron musulmanes varones, guerreros que se unieron a mujeres autóctonas y engendraron hijos mestizos, los cuales volvieron a unirse con mujeres autóctonas y así sucesivamente. En los ocho siglos que permanecieron aquí (más de 30 generaciones), la genética invasora se había difundido en la autóctona como una gota de sangre en un barril de agua.

P. Tengo entendido que en una ocasión le tacharon de "europeísta furioso". La Unión Europea vive quizás el momento más duro desde su fundación. Si la UE nos ha ofrecido paz, prosperidad y libertad como no había conocido el continente nunca... ¿por qué cuenta con tantos enemigos hoy?


R. No estoy seguro de que los enemigos sean tantos. Pero los que hay hacen mucho ruido y resultan un lastre prejuiciado por las viejas cuestiones del nacionalismo y de las patrias, que son nuestras rocas de Sísifo. La bandera que agitan los mal llamados euroescépticos está confeccionada con miedo. Miedo a perder la patria, a perder las raíces, a perder el campanario. Miedo al invasor, al inmigrante, a la imposición exterior, a la disolución de las esencias nacionales. Son temores tan antiguos como las catapultas. Pero en realidad solo son espantajos. Hace falta una mirada nueva, más larga y atrevida, para superarlos. Hace falta valor, alegría y empuje si queremos reconstruir Europa después del Brexit, que lamento, pero que tal vez sea útil en otros ámbitos del proceso unificador.

No creo que los enemigos de Europa sean tantos. Pero hacen ruido con su nacionalismo y sus patrias, nuestras rocas de Sísifo

P. Hay quien señala la crisis como culpable del auge de las identidades y populismos que amenazan la UE, pero hay también una hipótesis de fondo interesante: a medida que las burocracias crecen para unir rangos más amplios de personas, las distancias entre los ciudadanos y los dirigentes aumentan. Hasta el punto de que el ciudadano no sabe nada de sus dirigentes y estos pueden actuar de forma más arbitraria. ¿Sería así el regreso del pernicioso Estado-nación una suerte de venganza de la historia?

R. El problema que padecemos es que la democracia representativa fue pensada en épocas en las que no existía aún la propaganda de masas. El propósito final era depositar el poder en las manos del mejor y más apto, y si contemplamos el panorama de los gobernantes actuales nadie diría que sean los mejores posibles. Cualquier norteamericano nativo puede ser presidente, pero el coste de las campañas reduce cómicamente el número de los elegibles. Por otra parte, los parlamentos son del tiempo de las diligencias e ignoran culposamente las posibilidades democráticas que ofrecen los medios de comunicación modernos. Necesitamos pasar a un grado más elevado y más fino de democracia, a una democracia más personalizada y gratificante para todos.

P. Y por otra parte, el encomiable proyecto ilustrado de unir a la humanidad olvidó, según la psicología evolutiva y las neurociencias actuales, algo esencial: la naturaleza humana se configuró tribalmente, cuando los seres humanos se juntan sin más como individuos, sin memoria, sin tradiciones, sin cosas que los unan y los enfrenten a otros, llegan la desazón y el resentimiento. ¿Cómo lograr así un gobierno global contra nosotros mismos?


R. La única salida exige un salto en las conciencias. Y eso requiere cambios en los individuos, cambios que debieran ser alentados y favorecidos por los medios de comunicación, lo contrario de lo que ocurre hoy en día. La solidaridad, la lucha contra el despilfarro, la contención consciente de nuestros deseos. Y, por encima de todo, la reversión del cambio climático, que es la causa global más urgente y que atañe a todos. Ojalá nos pusiéramos de acuerdo al menos en eso.

P. Además de investigador, es usted escritor y poeta. ¿Qué clásicos recomendaría a las nuevas generaciones europeas para luchar en el futuro por lo que nos une en lugar de por lo que nos separa?


R. Creo que padecemos un empacho de recomendaciones. Afortunadamente, los clásicos son unánimes en eso: tanto filósofos como músicos, poetas, pintores, novelistas o escultores cantan a lo que une y deploran lo que separa. La herencia de Albinoni, Goya, Stendhal, Sócrates, Tolstoi, Spinoza o Brancusi demuestra que, finalmente, la vida no es otra cosa que voluntad de unión.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-06-18/alberto-porlan-los-nombres-de-europa_2074684/
 
DEDICÓ SU VIDA A UNIFICAR EL PAÍS
Tras las huellas de Abderramán III: por qué el hijo rubio de una vasca hace rabiar a Vox
El califa que consiguió la independencia de Al-Ándalus era musulmán, pero siempre rehuyó identificarse como árabe con el fin de granjearse el apoyo de todos los estratos sociales



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El busto de Abderramán III, en su emplazamiento original en la localidad zaragozana de Cadrete. (EFE)




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JOSÉ RODRÍGUEZ SOJO
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HISTORIA
HISTORIA DE ESPAÑA

20/06/2019



"He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce". Así rezaba el curioso balance que Abderramán III compartió en la recta final de su vida, agotada a los 70 años por lo que en la actualidad se diagnosticaría como melancolía involutiva, según recoge el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera en su libro 'Locos egregios'.

No es de extrañar que contara los días felices, pues el heredero de la dinastía Omeya dedicó gran parte de su existencia a un ideal mayor que él mismo: la construcción de un Al-Ándalus unido e independiente. Descrito por los cronistas de la época como un hombre de baja estatura, pelo rubio, ojos claros y piel rosada que se teñía de negro la barba para imponer respeto a la aristocracia musulmana, heredó estos rasgos de su madre, una concubina cristiana probablemente de origen vascón que pasó a ser 'umm walad' o 'madre de infante' en la corte de Mohamed I; y de su abuela Onneca, hija del caudillo pamplonés Fortún Garcés.

Pero ni siquiera la sangre hispana le ha bastado para sobrevivir al rodillo de Vox, que ha emprendido su particular 'reconquista' junto a PP y Cs en la localidad aragonesa de Cadrete, donde el califa cordobés acampó con sus tropas para preparar el asedio a Zaragoza y doblegar a los rebeldes tuyibíes. Un millar de años después, el Ayuntamiento ha retirado un busto que homenajeaba su figura porque "su colocación en la plaza más representativa del municipio ha sido motivo de división y enfrentamiento entre los vecinos".

El César que unificó Hispania
Abderramán III era musulmán, como el legendario príncipe emigrado de Damasco del que recibe su nombre, pero de árabe solo tenía la minúscula carga genética que quedaba de su ancestro y siempre rehuyó identificarse como tal. Por tanto, era el líder perfecto para una nación cuya base social tenía más que ver con la progresiva islamización de las poblaciones indígenas de la Península que con una colonización árabe construida historiográficamente siglos más tarde.


Mérito suyo es que la mitad de la población andalusí profesara el islam, tal y como expone el historiador Richard Fletcher en 'La España mora', sin perder el apoyo de otros grupos culturales como los bereberes, los judíos o los muladíes —antiguos nobles visigodos—. Especial relevancia en su reinado tuvo la población cristiana, que aunque recibió un trato más severo que estos últimos, llegó a ocupar comarcas enteras y destacó en actividades como el comercio o la medicina en las grandes ciudades.

Prueba de su tolerancia es que dos de los personajes más ilustres de su corte pertenecían a otras confesiones: mientras que el obispo cristiano Recemundoera uno de los más fieles consejeros del gobernante, hasta el punto de ejercer como embajador ante el Imperio bizantino, el sabio judío Hasday ibn Shaprutfue su médico personal. En el harén real, compuesto por más de 6.300 mujeres de acuerdo al historiador Ibn Idhari, sobresalía Marchán, "la gran señora" cristiana que daría luz a Al-Hákam II.

El epicentro de este crisol cultural se situaba en el fastuoso palacio de Medina Azahara, al que acudían emisarios de todo el mundo. Frente al estanque de mercurio que cegaba a los visitantes en el salón de recepciones se postraron, por ejemplo, los nobles de León y de Barcelona, que rendían pleitesía al califa como 'señor de Hispania'. Pero de la ciudad que encandiló a Occidente hoy solo quedan ruinas y de los 27.000 días que Abderramán III sacrificó por la identidad nacional, una estela nostálgica.

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ABDERRAHMAN III (Año 891) Pasajes de la historia (La rosa de los vientos)


 
Estuve en el Pentágono y me acordé de ti.
Publicado por Marta Fernández.

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El Pentágono se hizo para caminar. Como si la paz o la guerra se decidieran dando un paso menos o un paso más. El Pentágono es un edificio peripatético. Casi infinito. El Aleph de la seguridad. Más de veintiocho kilómetros de laberinto trazado por la mente de un estratega de la construcción. El milagro de su arquitectura parece inspirado por el de la ubicuidad. Dicen que basta con diez minutos para llegar desde cualquier punto a otro a pesar de sus seiscientos mil metros cuadrados. Y los pentagonitas lo recorren como hormigas bien entrenadas. Andan sin pausa por sus cinco pasillos concéntricos. Por los corredores que comunican un anillo con el siguiente. Por un espacio minuciosamente definido con un sistema de letras y números que forman un código con el que se puede localizar cualquiera de los cientos de cubículos.

El Pentágono es el sueño de un diseñador de puzles para niños superdotados. Poliédrico. Perfecto. Estratificado en su propia concepción. Cinco plantas en superficie y dos en el subsuelo. Un doble sótano sin mapas en el que se presuponen enterrados los pensamientos impuros de los tenientes generales. Y, en el corazón del edificio, un inocente patio central con árboles y caminitos simétricos. Solo allí la gente se para. Buscan la cobertura negada por el armazón de cemento del resto de la estructura y se detienen con sus teléfonos para hablar.

Los cinco anillos concéntricos que definen la colmena son un microcosmos de lo que puede ofrecer la vida civil. Cafeterías. Floristerías. El inevitable Starbucks. Un tinte. Una tienda de ropa con los maniquíes corriendo como si fueran versiones congeladas de Jason Bourne. Huyen con impersonales camisas azules de agente encubierto. Tienen las telas cierta reminiscencia de la guerra fría, de poliéster resignado y pobretón. Faldas de hechuras acorazadas por debajo de la rodilla. Camisetas con la silueta del edificio y el lema «estuve en el Pentágono y me acordé de ti». A la vuelta, una tienda de caramelos. Allá, una de revistas. Y cada pocos metros, un baño. Más de los necesarios porque cuando se levantó el edificio regían las leyes de segregación. Llegaría Roosevelt para poner fin a las divisiones. Cuando visitó por primera vez el Pentágono le llamó la atención tanto lavabo. Ordenó acabar con el «Whites only» y la fortaleza se convirtió en el único lugar de Virginia donde los blancos y los negros podían bajarse juntos la bragueta y compartir humanidad.

Con lo que no acabó fue con el estricto sistema de castas que divide la arquitectura de uno de los mayores edificios de oficinas de Norteamérica. Al fin y al cabo, fue imaginado por mentes militares. En su patrón subayce el sistema jerárquico del ejército. En el anillo exterior, la zona noble. El camino hacia el corazón del edificio es un paseo desde la cúspide del mando hasta la mismísima base de la mediocridad. Desaparecen los galones de los trabajadores y los engalanamientos en los pasillos. Y casi es mejor. Porque el hábitat de los gerifaltes es una oda a la perversión ornamental. Los decoradores del Pentágono dejan a los de los cruceros reducidos a apóstoles del minimalismo. Como si la historia y los hippies se vengaran, parecen poseídos por subidones estéticos de LSD. Conviven las maderas rancias de hotelazo en decadencia con los dorados plastificados. Las fotos de los generales de carne de cera, con los collages conmemorativos de los tiempos de gloria. Sin aparente orden ni sentido, sorprende una vitrina que podría haber estado en el último rincón de la Smithsonian: muñecos de ojos inquietantes y pelucas heredadas de la madre de Norman Bates, con sus trajes de soldaditos de época. Absurdos hologramas donde los visitantes se paran balanceándose como veleros al viento para apreciar el cambio del Pentágono en blanco y negro al tecnicolor estridente. Y en el tramo menos transitado, como un trofeo disecado de cacerías lejanas, el AK-47 de oro de Sadam Husein. Brilla ya sin amenaza en su urna de cristal. Juguete delirante del enemigo público número uno. Medalla en forma de arma en la fantasía de algún coronel.

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Guardas en la puerta principal del Pentágono, 1950. Fotografía: Getty.
Más allá del primer pasillo se apagan los oropeles. Las maderas se convierten en pintura que un día fue blanca. Los fluorescentes brillan con la luz hiriente de los supermercados baratos. Las puertas se multiplican como el reflejo del espejo en un espejo. Los que entran y salen parecen entrenados para abrirlas y cerrarlas con una habilidad única para no dejar ver lo que hay más allá. Pero el secreto es mayor en la cabeza de quien mira que en la realidad. Esconden oficinas interminables. Cubículos grises con banderines de los Redskins. Mesitas impersonales solo iluminadas por los colorines de los dibujos de los hijos. Carpetas reventando de papeles que no parecen contener nada confidencial. O quizá esa es precisamente la mejor manera de esconder la estrategia de seguridad. Los trabajadores frente a sus pantallas tienen los ojos tan apagados como los maniquíes de la tienda. Algunos llevan el canónico uniforme de camuflaje que les hace destacar en el ambiente plomizo. El resto prefiere camuflarse con el uniforme cotidiano del civil. Salen y entran de la colmena y se lanzan a los pasillos. Se suman al enjambre que nunca deja de zumbar.

Para facilitar el camino hay escaleras mecánicas que llevan de una planta a otra. Aunque son más prometedoras las entradas ocultas como escotillas de submarino donde parece acechar el fantasma de MacArthur pronunciando «volveré». Al otro lado de puertas impersonales, cambia el decorado. Escaleras forradas de linóleo preparadas para rodar una persecución. Las paredes se deshacen en desconchones milenarios, surcadas por tuberías en perfecta formación, llaves de paso en rojo apagado, cables que han perdido el amarillo que un día fue. En el primer nivel la escalera desemboca en pasadizos con camiones misteriosos. Señores de mono trasplantados desde cualquier taller. Los pentagonitas pasan ante ellos como si fueran invisibles. O como si el protocolo del edificio ordenara no mirar. No hay que pararse. Aquí se viene a caminar. A atravesar puertas que llevan a la primera casilla del recorrido de nunca acabar.

Da igual la hora o el día. Siempre hay trabajadores alimentando el hormiguero. Caballeros de uniforme con la brújula estropeada. Dispuestos deportistas prototipo de marine. Se multiplican sudorosos a la salida del gimnasio. Van más deprisa que los otros. Aceleran con la experiencia de quien corre para subirse en su Black Hawk. Adelantan a los que caminan abandonando el edificio al final de su jornada. Fuera espera el autobús que los llevará a casa. O la parada de metro que los engulle con ritmo narcótico. Salen con sus maletines, con las camisas recién sacadas del tinte, con gorritos anacrónicos o capuchas de rapero, con el último café, listos para zarpar.

Al otro lado del Potomac, espera Washington D. C. El edificio queda agazapado entre la ciudad y el cementerio de Arlington. No tenía que haber sido levantado donde está, sino en un complejo federal cercano: las Granjas de Arlington, un terreno de forma pentagonal utilizado por el Gobierno durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el presidente Roosevelt, preocupado por que la construcción eclipsara las vistas del cementerio, pidió que se trasladara a otro lugar. Decidió mantener el plano original con su planta de polígono, aunque lo retocaron para que fuera regular. Y comenzaron a surgir sus corredores y sus pasillos, sus praderas de mesas de funcionarios laboriosos, sus puertas inacabables, sus ventanas ciegas, su Dunkin’ Donuts y su Taco Bell, su gran vestíbulo de entrada en el que años después colgaría una bandera con las caras de las víctimas del 11S. No muy lejos, en la fachada oeste, todavía queda la cicatriz de aquella herida en forma de memorial.

Pero el Pentágono se ancla a la tierra como si estuviera atornillado. Quizá para evitar un exorcismo como el de los manifestantes que en los sesenta soñaban con hacerlo levitar y que volaran por los aires los memorándums de la guerra del Vietnam. Se agarra al suelo gracias al peso de las pisadas de los veintitrés mil pentagonitas que caminan incansables bajo el peso monótono del tiempo paralizado. Un paso tras otro paso. Entre la guerra y la paz.

https://www.jotdown.es/2019/06/estuve-en-el-pentagono-y-me-acorde-de-ti/
 
Los mayores traidores de la historia de España
Adelantamos uno de los capítulos de 'La traición en la historia de España' (Akal), el estupendo ensayo del historiador gallego Bruno Padín Portela que llega esta semana a las librerías


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La familia de Carlos IV, de Francisco de Goya.



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BRUNO PADÍN PORTELA
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HISTORIAS EJEMPLARES

02/07/2019



A comienzos del año 1807, Carlos IV nombraba gran almirante de España e Indias a Manuel Godoy. Este hecho molestó a una gran parte de la población española y también a Fernando, hijo del monarca, que por aquel entonces era príncipe de Asturias. Por otro lado, dicho nombramiento significaba una muestra más de que al rey le interesaba dedicar más tiempo a sus aficiones, como la caza, que a las tareas de gobierno, que prefería delegar.

Ante esta situación, temiendo que el ascenso político de Godoy pusiese en entredicho su condición de heredero al trono, Fernando decidió hablar con Juan Escoiquiz, su mentor, para que urdiese un plan con el objetivo de salvar a España de las tramas de Godoy. Desde luego, lo que no iban a proponer para destronar a Carlos IV era un pacto amistoso paternofilial por el bien de España, sino que el proceso para intitularse rey bajo el nombre de Fernando VII se llevaría a cabo, más bien, por la senda de las intrigas, las mentiras y, en definitiva, la traición. Comienza de este modo la conocida 'conspiración de El Escorial'.


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'La traición en la historia de España'.


Carlos IV comenzó a tener sospechas de su hijo por las insinuaciones que de un lado y otro le llegaban. La marquesa de Perijáa, por ejemplo, le dio noticia, según algunas versiones, de que el príncipe pasaba las noches en vela escribiendo hasta la madrugada, pero el rey otorgó poco crédito a esa insinuación. Lo que sí comenzó a preocupar a Carlos fue el pliego que encontró en su pupitre, donde denunciaban que en el cuarto del príncipe heredero se tramaba una conjuración y se preparaba un movimiento que hacía peligrar tanto la corona como la vida de la reina, que corría peligro de ser sacrificada.



Tenían los soberanos españoles cierta costumbre de entrar en las habitaciones de sus hijos. Lo había hecho Felipe II casi dos siglos y medio antes, cuando temía que su hijo don Carlos, de apenas 20 años, se confabulase con unos rebeldes flamencos. Y es lo que hizo Carlos IV a comienzos del siglo XIX ante la sorpresa de su vástago, cuyos ojos, según nos dicen algunos testigos, fueron la mejor guía para que el monarca procediera a un registro más pormenorizado que puso en sus manos varios papeles acusadores. En efecto, encontró varios documentos, pero el último fue especialmente significativo. Se trataba de una carta en forma de nota, con letra de Fernando, fechada aquel día, ya cerrada, pero sin sobrescrito, firma ni nombre, en la que decía que, guiado por la vida de san Hermenegildo, estaba dispuesto a pelear por la justicia, y que si llegaba a estallar el movimiento, cayese la tempestad solamente sobre Sisberto y Goswinda (Godoy y la reina María Luisa) y que a Leovigildo (Carlos IV) procuraran atraerle con vivas y aplausos.

Aquel documento constituía sin lugar a dudas un llamamiento directo a la rebelión por la fuerza, una amenaza abierta de traición

Este documento, que recoge Godoy en sus Memorias, constituía sin lugar a dudas un llamamiento directo a la rebelión por la fuerza, una amenaza abierta de traición a Carlos IV. San Hermenegildo era un caso de rebelión de un hijo contra su padre, el rey, tal y como estaba sucediendo entre nuestros protagonistas. Leovigildo había asociado al trono a sus dos hijos, Recaredo y Hermenegildo. Envió al segundo a la Bética para que incorporara este territorio a la monarquía goda, que por entonces pertenecía al Imperio bizantino. Una vez que Hermenegildo se puso al frente de los béticos, se declaró rey y pidió el apoyo de los bizantinos porque no reconocían a Leovigildo como monarca. Cuando el soberano logró hacerse con el control de la situación, mandó hacer prisionero a su hijo y ordenó a Sisberto que lo ejecutase.

El rey Carlos IV tomó la iniciativa de dar aviso al pueblo de lo que estaba sucediendo por medio de un manifiesto que se publicó en la Gaceta de Madrid, órgano oficial del gobierno. Escribió, también, una carta a Napoleón que algunos juzgaron “imprudentísima”, relatándole el intento de traición de su hijo. En ella se podían leer fragmentos como los siguientes: “Mi hijo, primogénito, el heredero de mi trono, había formado el horrible designio de destronarme”. Sin embargo, Napoleón no se puso precisamente de parte de Carlos, sino que tomó bajo su protección a Fernando, amenazando que, si se le tocaba en la menor cosa, declararía al instante la guerra a España.



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El rey decidió interrogar a su hijo, pero las respuestas que le daba no satisfacían su curiosidad. Fernando quiso apelar al sentimiento materno para ver si podía salir del paso, pero hasta María Luisa se negó a oírle por considerarlo un traidor. Los reyes envían, entonces, al ministro de Gracia y Justicia para ver qué decía su hijo, quien optó por echar balones fuera y hacer lo más fácil, culpar a otros, a unos “pérfidos consejeros”, de la conjura. Al contrario, él había luchado con todas sus fuerzas y había intentado mostrarse íntegro siempre, aunque claro, al final, había cedido en un momento de debilidad que puede tener cualquiera. Carlos verificaba, así, que su hijo era un traidor. Sin embargo, tenía muy claras sus prioridades y el gobierno, como dijimos anteriormente, no era precisamente una de ellas, por lo que le dijo a Godoy que se encargase de la resolución del asunto. El gran almirante redactó un decreto de perdón y Fernando se disculpa ante sus padres, presentándose como la víctima de un complot que no supo parar.

El príncipe Fernando no se quedó ahí. Carlos IV había decidido abdicar su corona en el decreto de 19 de marzo de 1808, ya que padecía una incapacidad física derivada de su frágil estado de salud. Indicaba el monarca, además, que no había recibido coacción alguna a la hora de tomar su decisión, porque el Real Decreto que estaba firmando era de libre y espontánea abdicación. En virtud de esta renuncia pasaba a ser rey de España Fernando VII. Sin embargo, la opinión de los reyes sobre su hijo no podía ser peor. Decía la reina: “Mi hijo ha hecho una conspiración para destronar al rey, su padre”. Y añadía: “Mi hijo es de muy mal corazón, su carácter es sanguinario, jamás ha tenido cariño a su padre y a mí, sus consejeros son sanguinarios…”.

El 23 de marzo, Carlos dirige una carta a Napoleón donde expone que la abdicación no es válida al haber renunciado por la fuerza

La situación cambia en menos de una semana. El día 23 de marzo Carlos dirige una carta a Napoleón donde expone que la abdicación no podía ser considerada válida porque, según él mismo dice, había renunciado por la fuerza de las circunstancias, es decir, porque temía el estruendo de armas y los clamores de una guardia sublevada. En otras palabras, le obligaban a escoger entre la vida o la muerte.

Mientras, Fernando seguía a lo suyo, decidiendo salir al encuentro de Napoleón para que lo reconociese como rey de España, lo cual allanaría mucho el camino para que hiciesen lo propio el resto de cortes europeas. Napoleón solo ponía una condición para ese reconocimiento: debía ser cierto que la abdicación no había sido forzada, y en caso de que se pudiese demostrar, no tendría dificultad en admitirla y reconocerlo como rey español.

El 20 de abril llega Fernando VII a Bayona, donde conoce los planes que el emperador Napoleón tiene para España: destronar a la dinastía borbónica. Diez días más tarde hacen acto de presencia Carlos IV y la reina María Luisa. La diferencia entre el trato recibido por estos y el que había recibido con anterioridad Fernando resultó humillante para él. Al segundo se niega en todo momento a darle tratamiento de alteza o de majestad. En cambio, a los primeros se les reconocía cierta dignidad, ya que el duque de Plasencia salió a cumplimentarlos en Irún, el príncipe Neufchatel los esperó en la orilla francesa del Bidasoa con el mismo objeto y desde que pisaron tierra francesa, los acompañó una numerosa escolta de tropas imperiales, que reemplazó luego una guardia de honor de caballería del departamento.



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La diferencia entre padre e hijo era tal que, ante la queja formulada por Fernando de que Francia no le hubiera reconocido todavía como monarca, Napoleón, con su condescendencia habitual, solo contestaba llamándole alteza y diciendo rey a Carlos IV, su padre. En la primera conferencia celebrada en Bayona la tensión se hizo patente en varias ocasiones, dando lugar a escenas verdaderamente vergonzosas. Napoleón obliga a Fernando a reconocer a su padre como rey legítimo de España y a hacérselo saber a Madrid. De lo contrario, sería tratado como un rebelde y fusilado.

Pero es que el 5 de mayo Carlos IV pone dos condiciones para ceder sus derechos al trono español a Napoleón: que se respete la integridad del reino y que la religión católica, apostólica y romana será la única de España. A cambio, el emperador debía comprometerse a dar asilo en Francia a Carlos IV, a la reina y restante familia, así como a Godoy, poniendo a su disposición el palacio de Compiègne, concediéndole en propiedad el castillo-palacio de Chambord con todas sus tierras de labor, y, por supuesto, fijando una lista civil de treinta millones de reales, pagaderos directamente en plazos mensuales.

Napoleón se hace cargo de la corona el 25 de mayo, un hecho que es valorado como una verdadera traición a España

Ese mismo día 5 de mayo Fernando VII entregaba, con fecha del día siguiente una carta a Carlos IV donde no dejaba de ser un poco sarcástico, ya que le decía a su padre que esperaba que pudiese gozar la corona “por muchos años”. En compensación, Fernando tampoco se iba de vacío. Obtenía la propiedad de los palacios, parques y tierras de la hacienda llamada Navarra, y se le asignaba una pensión alimenticia de 500.000 francos, más una renta de 600.000. Por otro lado, para que no fuesen menos, los infantes Antonio, Carlos y Francisco de Paula recibirían el título de alteza real, gozarían de las rentas de las encomiendas que poseyeran en España y percibirían una pensión alimenticia de 400.000 francos.

Napoleón se hace cargo de la corona el 25 de mayo, un hecho que es valorado como una verdadera traición a España. No en vano, los sucesos de Bayona son narrados como uno de los agravios más importantes hechos a la nación. La entrega de España a Napoleón, además de ser una traición en toda regla tanto del padre como del hijo, simbolizaba un bochorno absoluto. Miguel Morayta y Sagrario, un catedrático de historia y masón, autor de una de las Historias generales de España más relevantes del siglo XIX, se desahogaba de la siguiente manera: “¡Qué castigos tan marcados otorga a veces la Historia! El príncipe de la Paz y el arcediano Escoiquiz, ambos los consejeros que disfrutaron de la omnímoda confianza de sus respectivos amos, mancharon sus propios nombres, escribiéndolos al final de estos desdichadísimos tratados”. El interregno dura hasta el 6 de junio, cuando Napoleón nombra rey a José, su hermano. Pero eso ya es otra historia.

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*Bruno Padín Portela es doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y ha publicado diversos trabajos en las revistas especializadas en los temas de historiografía española. Su último libro, del que extractamos aquí uno de sus capítulos, es 'La traición en la historia de España' (Akal). Sus páginas se ocupan de un tema omnipresente: la traición y los traidores. Ya en la Antigüedad clásica tenemos los casos de Viriato o Numancia; en la historia medieval nos encontramos con el tema de la pérdida de España y la traición del conde don Julián y con los grandes poemas épicos de la traición, como el Cantar del Mío Cid, y en los periodos moderno y contemporáneo tenemos numerosos ejemplos de traidores, individuales o colectivos, que rompen su pacto o juramento de fidelidad al rey y en muchos casos quieren apartarlo del trono, sean estos el príncipe Carlos, Antonio Pérez o movimientos sociales como los comuneros y las sucesivas revueltas que tuvieron lugar en Cataluña.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-07-02/bruno-padin-traicion-historia-espana-akal_2100234/
 
Los racistas «zoológicos humanos» de negros que Bélgica permitió hasta mediados del siglo XX
El fenómeno circense y cruel de exhibir a seres humanos como si fueran animales tuvo su eco más persistente en la Exposición General de Bruselas de 1958, donde una de las atracciones incluía a familias enteras africanas en pequeñas jaulas de bambú
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Actualizado:08/11/2017 16:12h
La tribu educa a los niños: del salvaje adiestramiento espartano a las comunas del siglo XX

El racismo científico nacido en el corazón de Europa utilizó pseudo-disciplinas, tales como la frenología o la fisiognomía, para clasificar como superiores algunas razas sobre otras, lo que sirvió durante el Nuevo Imperialismo 1880–1914 para justificar que los europeos sometieran a los «atrasados» pueblos de África y Asia. Así las cosas, al abrigo de esta teoría supuestamente científica –hoy obsoleta por completo– surgió un cruel tipo de museo donde las piezas exhibidas no eran jarrones o fósiles, sino seres humanos procedentes de estos pueblos estimados como inferiores.

Entre 1870 y 1930 se popularizaron «los zoológicos humanos» por la geografía occidental, especialmente en Francia, Bélgica y Alemania. La idea era exhibir de forma pública, y casi siempre itinerante, a mujeres, niños y hombres de carne y hueso, procedentes de África y otras regiones subdesarrolladas. Los indígenas salvajes eran presentados en el siguiente escalón después de los monos y otros animales, con los que incluso compartían barrotes. Un guiño darwiniano para desplegar un espectáculo racista e inhumano que contaba con gran popularidad tanto en Europa como en EE.UU.



Se considera que el primer promotor de este tipo de espectáculos fue Carl Hagenbeck, uno de los padres de los zoológicos modernos, que introdujo a partir de 1874 en sus exhibiciones circenses a samoanos y lapones, como « poblaciones puramente naturales», junto con sus tiendas, arpones y trineos. Este domador de circo alemán hacía pocas distinciones entre traer al continente animales salvajes como tigres o secuestrar seres humanos exóticos como esquimales.

las costumbres y rituales de estos indígenas eran en muchas ocasiones tergiversados para favorecer el entretenimiento por encima de la ciencia. El exotismo era la clave.

Teóricamente, estos indígenas accedían a participar en los espectáculos como voluntarios a cambio de un acuerdo económico, pero lo más habitual es que fueran secuestras tribus enteras o engañadas con falsas promesas. Las malas condiciones en las que vivían los indios, las giras maratonianas y las vejaciones ponían en riesgo, en muchas ocasiones, su vida. Sin ir más lejos, 11 fueguinos fueron capturados en el Estrecho de Magallanes por un ballenero belga y mostrados en jaulas en Londres, París y Bruselas, en 1889. Se sabe que los supervivientes devueltos tiempo después a Tierra del Fuegono fueron más de seis.

Bélgica, un país reincidente
La Segunda Guerra Mundial, en el que el régimen nazi llevó al extremo sus ideas del racismo científico, y la «Declaración Universal de los Derechos Humanos» de 1948 marcaron el principio del fin de estos zoológicos humanos. A ello también ayudó la llegada del cine, que deslució las muestras y acercó el exotismo de las tribus del mundo a un público más masivo. No obstante, en 1958 fueron exhibidas en la Exposición General de primera categoría de Bruselas, o Expo 58, familias enteras africanas en pequeñas jaulas de bambú. Un total de 41 millones visitantes pudieron acercarse a observar, alimentar y acariciar a los prisioneros.

Las ferias internacionales fueron durante mucho tiempo un lugar de coincidencia entre obras de arte, ciencia y estas odas al racismo. En la célebre Exposición Universal de París, donde se inauguró la torre Eiffel (1889), el principal y más visitado espectáculo fue «Un pueblo Negro» (village nègre), una atracción donde fueron mostradas 400 personas indígenas. Más concretamente, las llamadas exposiciones coloniales, organizadas durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX en los países europeos, tuvieron por objeto específico mostrar a los habitantes de la Metrópolis las distintas facetas de las colonias para lo que, a menudo, era necesario trasladar a la fuerza desde sus lugares de origen a autóctonos para que representaran una suerte de función pública. Aquí se vieron algunos de los «zoológicos humanos» más aparatosos.

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Indígenas americanos en el Jardin d'aclimatation de 1892
El país de Leopoldo II –el Rey belga que cometió algunas de las peores atrocidades de la historia de la humanidad en el Congo– volvió a reincidir en su error hasta fechas recientes. Como explica Christian Baez y Peter Mason en su monográfico «Zoológicos humanos. Fotografías de fueguinos y mapuche en el Jardin d’acclimatation de París, Siglo XIX», todavía en julio y agosto de 2002 se presentaron diez pigmeos de Camerún en una aldea reconstruida en Yvoir, Bélgica, por iniciativa de un organismo sin fines de lucro llamado Oasis Nature. La ONG pretendía pasar página ante el terrible pasado colonial de Bélgica y, de paso, sensibilizar al pueblo de los actuales problemas de los pigmeos. Logró justamente lo contrario. Varias organizaciones humanitarias denunciaron la exposición de estos aborígenes, que cantaban y bailaban para el público, por ser una flagrante violación de los derechos humanos y prolongar el recuerdo de aquellos zoológicos de la época colonial.

Original con vídeo de inicio:
https://www.abc.es/historia/abci-ra...asta-mediados-siglo-201711080233_noticia.html
 
España, un largo historial de presidentes asesinados
Desde Prim en 1870, hasta Carrero Blanco en 1973, un total de cinco jefes de Gobierno han sido matados en atentados realizados por anarquistas, republicanos o etarras
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Asesinato de Cánovas del Castillo (1897)
«Una motocicleta avanzó hasta ponerse al costado del auto (del presidente), y desde el sidecar hicieron varios disparos contra él, de costado y por detrás, huyendo la moto a toda marcha por la calle de Serrano». Esta era la versión oficial publicada el 9 de marzo de 1921 por ABC, sobre el asesinato de Eduardo Dato. Tres anarquistas catalanes, en respuesta a la brutal represión ejercida por el gobernador militar de Barcelona contra los huelguistas, descerrajaron 18 balazos contra el presidente del Consejo de Ministros de España, que «caía desplomado sobre el asiento del carruaje».

El objetivo fue encontrar el camino más rápido para cambiar la dirección del país
Eran años críticos de la posguerra mundial y el ambiente político de España era insoportable a causa del enfrentamiento entre la patronal y las centrales sindicales. La apuesta de Dato por la mano dura contra las revueltas sociales lo convirtieron en el objetivo principal del extremismo anarquista, que se tomó la justicia por su mano en la Puerta de Álcala y a la vista de todos.

Éste no es más que uno de los casos. Fue la misma tensión social e incertidumbre política la que propició el asesinato de otros cuatro presidentes en la historia de España: Juan Prim, Cánovas del Castillo, José Canalejas y Carrero Blanco. Y, además, lo intentaran con otros, como Antonio Maura, o candidatos como Aznar.

Anarquistas, republicanos o etarras, durante periodos convulsos como la Revolución de 1868, en los últimos años de la Restauración o en las postrimerías del Franquismo. El objetivo de los crímenes fue encontrar el camino más rápido para cambiar la dirección del país o para vengar alguna acción represiva.

Prim y los tres «proyectiles» en el hombro
A Prim, por ejemplo, le sorprendió su muerte junto al Paseo del Prado un 27 de diciembre de 1870, solo un año después de acceder al cargo, y tres días más tarde de que Amadeo de Saboya, a propuesta de éste, fuera elegido Rey de España en medio de una gran polémica. «Al retirarse del Congreso – contaba el diario liberal «La Iberia»– fue asaltado en la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas) el carruaje que los conducía (a Prim y sus ayudantes) por una cuadrilla de asesinos que estaban ocultos en dos coches de alquiler». «Al detenerse éste –continuaba– se bajaron de dos coches de plaza los bandidos, armados de trabucos y carabinas, y rompiendo con el cañón de estos los cristales de las portezuelas del coche, hicieron sobre este varios disparos a quemarropa».

Así acabó el mandato de Prim, por unas heridas en principio de poca gravedad, pero que se infectaron hasta provocarle la muerte tres días después. «Hoy desembarcará el rey y yo me muero», dijo instantes antes de morir, según «La Correspondencia de España».

Cánovas, víctima del anarquismo
Como a Dato, a Cánovas del Castillo también lo mató un anarquista, pero esta vez italiano, que recorrió media Europa para llegar a España y ejecutar su plan. Su nombre, Michele Angiolillo, que en un principio quería asesinar a un miembro joven de la familia real, pero que, en el último instante, optó por el presidente.

«La bala atravesó la cabeza del señor Cánovas, entrando por la sien derecha y saliendo por la izquierda»
El 8 de agosto de 1897, en el balneario de Santa Águeda de Mondragón, actuó con determinación: «El asesino, que sin duda le estaba espiando, se acercó y, apoyándose en la puerta para apuntar mejor, le disparó casi a quemarropa un tiro. La bala atravesó la cabeza del señor Cánovas, entrando por la sien derecha y saliendo por la izquierda. Al primer disparo siguieron otros dos. Por efecto del primero, el señor Cánovas se incorporó, yendo a caer a unos tres metros de distancia. Al incorporarse, le disparó el segundo tiro el asesino. La bala entró por el pecho y salió por la espalda, cerca de la columna vertebral. El tercer disparo fue hecho estando ya el señor Cánovas en el suelo», describió el diario «La Época», con sorprendente minuciosidad.

La figura más influyente de la política española del último cuarto del siglo XIX, el artífice de la Restauración, moría para vengar, según declaró Angiolillo, a los anarquistas detenidos, torturados y ajusticiados en Barcelona un año antes, a raíz del atentado contra la procesión del Corpus en 1896.

El su***dio, su única salida
La misma ira anarquista acabó, 15 años después, con el presidente Canalejas, generando tal polémica que pocos meses después aparecía un cortometraje semidocumental sobre el crimen («Asesinato y entierro de don José Canalejas», en el que aparecía por primera vez, a los 26 años, el actor Pepe Isbert) y un libro de Franco bajo el seudónimo de «Jakim Boor», en el que acusaba del magnicidio a los masones.

Manuel Pardiñas disparó por la espalda a Canalejas en la Puerta del Sol
Manuel Pardiñas disparó por la espalda a Canalejas en el momento en que este se detuvo en la librería San Martín de la Puerta del Sol. Se dirigía a su domicilio, en una época en la que los mandatarios volvían andando a su casa sin levantar el más mínimo revuelo. Pardiñas,contaba ABC el 13 de noviembre de 1912, «se acercó al presidente y, casi apoyándose en su hombro, le hizo un disparo con una pistola Browning. El criminal hizo un segundo disparo y, al ver que el Sr. Canalejas había caído al suelo, y que la gente se arremolinaba a su alrededor, trato de huir». Uno de los agentes de Policía que seguía al presidente a cierta distancia golpeó con un bastón al asesino, el cual no encontró otra salida que pegarse dos tiros en la cabeza.

A Pardiñas se le encontró encima el retrato de una mujer con la inscripción «a mi inolvidable Manuel», un billete de 25 pesetas, un trozo del libro «Astronomía Popular» de Camile Flammarion y un ejemplar de ABC del día anterior.

Carrero Blanco, el sucesor de Franco
La lista de los más importantes magnicidios de la historia de España acaba con ETA. Carrero Blanco, el sucesor de Franco, el representante más puro del franquismo, se convirtió en objetivo claro de ETA desde que fuera elegido presidente del Gobierno. Hizo caso omiso de las advertencias y se negó a aumentar sus medidas de seguridad y a variar sus itinerarios.

«Consternación en España y en todo el mundo por la muerte del almirante Carrero Blanco», tituló ABC el 21 de diciembre de 1973. En la conocida como «Operación ogro», los etarras excavaron un túnel en la madrileña calle Claudio Coello, hasta el centro de la calzada, donde colocaron 100 kilos de goma-2. El vehículo de Carrero Blanco «se elevó por los aires, alcanzando una gran altura que sobrepasó la de los cinco pisos y la planta baja de un edifico cercano». ETA obtuvo con el atentado más importante de su historia una proyección sin precedentes hasta ese momento. La misma que, en su momento, obtuvieron Pardiñas o Angiolillo.
https://www.abc.es/historia/abci-asesinatos-presidentes-prim-canovas-201103100000_noticia.html
 
En el nombre de mi padre, el 'Ángel de Budapest'
  • SAL EMERGUI
    Jerusalén
Actualizado Martes, 9 julio 2019 - 06:38
Juan Carlos, hijo de Ángel Sanz Briz, inaugura la exposición 'Más allá del deber', que llevá a Israel la historia del diplomático español que salvó la vida a 5.000 judíos durante el Holocausto.

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Juan Carlos Sanz Briz en Jerusalén. EL MUNDO
Si el orgullo por un hijo se midiese en euros, Juan Carlos Sanz Briz sería un multimillonario en su primera visita a Jerusalén. Pero el orgullo no tiene precio. Como tampoco lo tiene la frase de este hijo del diplomático español conocido también como el Ángel de Budapest: "Hoy se calcula que unas 50.000 personas vivieron o han vivido gracias a Ángel Sanz Briz".

"Mi padre se jugó la vida en Budapest salvando a más de 5.000 judíos. No puedo estar más orgulloso", comenta en una entrevista a EL MUNDO antes de la inauguración de la exposición Más allá del deber en la Universidad Hebrea de Jerusalén, que homenajea a 18 diplomáticos y miembros del servicio Exterior español por salvar la vida de miles de judíos en el Holocausto.

"Estar aquí es un sensación impresionante, ya que es una ciudad simbólica y aún más para temas relacionados con el Holocausto", apunta recordando que en 1966 el Museo Yad Vashem nombró a su padre "Justo entre Naciones".

A los 32 años, su padre fue destinado a Budapest como primer secretario de la embajada. Ante la invasión nazi en 1944, el régimen de Franco retiró al embajador dejando al joven aragonés al frente de la legación en un momento de ingente turbulencia. "Mi padre presenció las atrocidades e injusticias a las cuales sometía Hitler a la comunidad judía en Budapest e inmediatamente informó a Madrid pidiendo instrucciones de cómo proceder", recuerda. La respuesta -indica- fue no responder. Que también es un tipo de respuesta.

"Entonces decidió con mucha valentía hacer los máximos esfuerzos para salvar el máximo posible de judíos", añade, aludiendo a la petición de expedir 200 pasaportes a sefardíes húngaros en base a una ley española que ya estaba derogada. Finalmente, la inmensa mayoría que salvó eran ashkenazíes. "Sin permiso de España pero en su nombre, alquiló 11 edificios para darles refugio. Al ser anexo a la embajada, los nazis no podían entrar".

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Documento oficial de Ángel Sanz Briz fechado en 1944.SAL EMERGUI
El hijo revela que Budapest no fue un tema recurrente en su infancia. "Solo lo comentaba cuando alguien le preguntaba. No hablaba mucho porque no quería presumir de haber salvado a tantas vidas inocentes y porque debió pasarlo muy mal tanto por las muchas atrocidades que vio como por los riesgos que tomó", señala.

La cifra de supervivientes adquiere otra dimensión si va acompañada por nombres y apellidos. Como Jaime Vándor, que fue salvado junto su madre y hermano gracias a Sanz Briz y su sucesor, Giorgio Perlasca. Con gran parte de su familia asesinada por los nazis, Vándor sufrió persecuciones hasta lograr llegar a Barcelona, donde hace cinco años falleció sin sed de venganza y con hambre de vida, recordando eternamente a quienes se la dieron en Budapest.

¿Su padre actuó por iniciativa propia o siguió alguna orden de Madrid?, preguntamos sobre una cuestión que aún provoca polémica. "No soy un historiador, pero los que lo son llegaron a la conclusión que los diplomáticos españoles que salvaron a judíos lo hicieron por cuenta propia y sin seguir órdenes del Estado", contesta.

El comisario, José Antonio Lisbona, enfatiza que "cada uno de los 18 diplomáticos enviados por España a Francia, Italia, Hungría, Alemania, Bulgaria, Grecia y Rumania tiene sus motivos sin olvidar el factor sefardí pero todos ellos se guían sobre todo por los grandes valores".

"La exposición ha estado en varios países europeos y ahora por primera vez llega a Israel", indica el embajador español, Manuel Gómez-Acebo. Preguntado sobre cómo habría actuado en esa época, responde:"Está claro que mirando hacia atrás, hay que hacer eso. Pero hay la duda personal de cómo comportarse en el dilema entre cumplir una obligación meramente administrativa y una moral. Que esto no sirva sólo como referencia histórica, sino como pauta a seguir para funcionarios y para quienes les dan órdenes".

La exposición -inaugurada bajo el paraguas del XX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas que se celebra por primera vez en Jerusalén- cuenta con el apoyo del Centro Sefarad Israel. Su director general, Miguel de Lucas, destaca que "en la Alianza internacional para la memoria del Holocausto, España está valorada muy favorablemente". "Somos el país que mejor ha evolucionado en los últimos diez años. Por ejemplo, hemos colaborado con Yad Vashem de Jerusalén para que más de 500 profesores de la educación pública hayan pasado ya por aquí en los cursos que se realizan sobre la Shoa. Ahora mismo hay 24 profesores españoles".

https://www.elmundo.es/cultura/2019/07/09/5d238bca21efa03c408b4591.html
 
La triste (y olvidada) muerte de Elcano tras completar la gesta más grande de España
Pedro Insua publica «El orbe a sus pies», un análisis concienzudo de las repercusiones que tuvo la primera vuelta al mundo de 1522
SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:15/07/2019 14:11h
Hawkins, el «depredador» pirata inglés al que aplastó un desconocido marino español
Mucho se ha contado sobre la Primera Vuelta al Mundo realizada por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Estar zambullidos de lleno en el 500 aniversario de esta gesta naval, acaecida entre 1519 y 1522, es lo que tiene. La fecha ha hecho que los pormenores del viaje que permitió a nuestro país arribar a las Molucas y descubrir el Estrecho ubicado al sur de Chile sean conocidos ampliamente. Desde el momento en que salieron de Sevilla, hasta que regresaron de nuevo a la península tres años después. Sin embargo, hasta ahora muy pocas obras habían tratado las repercusiones de esta epopeya. Por ello, la nueva obra del filósofo y divulgador histórico Pedro Insua ( «El orbe a sus pies», Ariel, 2019) es clave; porque narra eventos olvidados como la desconocida muerte del mismo Elcano.

Con todo, Insua no se centra solo en Elcano. Su obra, magna donde las haya, recoge desde los tratados mediante los que España y Portugal se volvieron a dividir el mundo tras la llegada a las Molucas, hasta la posterior venta de dichas islas por Carlos I. Y todo ello, sin olvidar que arribar hasta el Pacífico permitió a nuestros antepasados poner sus ojos en la conquista de China. El también autor de «1492. España contra sus fantasmas» recoge también los posteriores intentos de hacerse con este país por parte de Felipe II, además del abandono final de los planes debido a los enfrentamientos internos entre militares y religiosos. A su vez, ofrece datos casi olvidados como que la monarquía hispánica se hizo de nuevo con las islas en 1606.

Elcano: vida y muerte desafortunadas
Según Insua, después del viaje de vuelta, tormentoso donde los hubiere, Elcano disfrutó de la tranquilidad que ofrece el trabajo bien hecho durante tres años; tiempo que pasó en la Corte de Valladolid. Tras asistir a las juntas de Elvas y Badajoz (en las que España y Portugal se repartieron otra vez el mundo conocido) se unió a una nueva expedición dirigida por frey García Jofre de Loaysa. Su objetivo: atravesar el Estrecho de Magallanes, arribar a las Molucas y hacerse con el control de la especiería. Casi nada... Lo curioso es que nuestro castizo héroe fue nombrado piloto mayor de la nao Sancti Spiritus, pero no capitán general.

La expedición salió del puerto de La Coruña, sede de una suerte de casa de contracción de Sevilla, el 24 de julio de 1525. En sus filas había seis naos y varios cientos de hombres dispuestos a cruzar de nuevo el Atlántico. Pero aquel día comenzó un infierno, si cabe, todavía mayor que el de 1522. La mayoría de autores coinciden en que las desdichas se generalizaron durante el trayecto. Ni siquiera acabaron cuando llegaron al Estrecho. La lógica dictaba que, con Elcano de guía (que ya conocía la región), nada podía salir mal. No fue así. La capitana confundió la entrada del paso y cuatro naves se perdieron o desertaron. Poco después, y a pesar de que el desastre rondaba el ambiente, cruzaron y se toparon con el Pacífico.

Cuando parecía que el destino solo podía ser propicio con la expedición, la mala fortuna volvió a atacar a Loysa y a sus hombres. Para empezar, una tormenta dispersó a las dos naos restantes y tan solo quedó una para terminar el viaje: la Victoria. Por si fuera poco (nunca lo es) el escorbuto se extendió entre los tripulantes. De la noche a la mañana, los escasos hombres que todavía luchaban por vivir empezaron a sangrar y la fatiga les venció. Por culpa de esta enfermedad se fueron al otro mundo la friolera de 34 tripulantes. Y entre ellos se encontraba el piloto, Antonio Bermejo.

Para entonces la comida y la bebida escaseaban, como bien recordó Andrés de Urdaneta, presente en la expedición, en sus crónicas: «Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mí, como si hubiera comido y bebido». No pintaban bien las cosas. Al final, el escorbuto se llevó también la vida de Loaysa el 30 de julio de ese mismo año. Fue entonces cuando nuestro castizo Elcano asumió el mando. Su momento había llegado. Al fin, después de casi tres años esperando, se convirtió en capitán general de una armada.

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Juan Sebastián Elcano
Por desgracia, el cargo le duró menos de una semana. Exactamente seis días, como desvela el mismo Insua en declaraciones a ABC. En palabras de este experto, en la actualidad se desconoce de qué murió, aunque se sospecha que lo que acabó con él fue el escorbuto. Así anotó este suceso el mismo Urdaneta en su diario: «Lunes, a seis de agosto, falleció el magnífico señor Juan Sebastián Elcano».

Apenas una jornada después se celebró el entierro en honor del marino. Tal y como explica Manuel Lucena en su artículo sobre este insigne español para la Real Academia de la Historia, el 7 de agosto su cadáver «fue envuelto en un sudario y sujeto a una tabla con cuerdas». A continuación, los restos fueron llevados hasta la cubierta del barco, donde la marinería le rezó un Padre Nuestro y varios Ave Marías. Cuando terminaron las exequias, se colgó del cadáver un peso y se lanzó al vasco al mar. «No hubo músicas, ni banderas, ni galas, ni nada. Así había despedido Elcano al capitán general frey García Jofre de Loaysa, y así le despidieron a él», añade el español en su artículo. De esta forma terminó la vida de uno de los hombres más insignes de nuestro país.

1-¿Quién llevó el peso de la expedición de Magallanes y Elcano?

No creo que sea excesivamente importante quién llevó la iniciativa de la operación. La carga de la expedición la llevó Magallanes, eso es innegable. Elcano fue un secundario que tenía un puesto modesto y solo fue elegido capitán al final.

2-¿Eso significa que la operación fue portuguesa?

No. Magallanes era español porque se naturalizó así. Pensar que Portugal tuvo algún papel en la expedición cuando era la potencia rival es absurdo. El viaje se montó contra ellos y, por eso, el rey luso Manuel I intentó dinamitar la operación en varias ocasiones. Además, la misión fue claramente española por su objetivo, su razón de ser, su financiación y sus componentes.

3-¿Por qué cree que su «razón de ser» era española?

Los portugueses ya habían llegado hasta las Molucas con Vasco de Gama. La diferencia es que lo habían hecho por su hemisferio después de que el Tratado de Tordesillas dividiese el mundo en dos partes (una para los lusos y otra para España). Por eso no tiene sentido plantearlo como una ruta portuguesa y darles mérito es absurdo. Además, hay que tener en cuenta que nuestro país absorbió la tecnología y los conocimientos de los cosmógrafos y los pilotos que rechazaban a Manuel I.

4-En su obra afirma, incluso, que esta «razón de ser» era la misma que había planteado Colón...

Sí. En este sentido el objetivo era también español. Colón había propuesto llegar a Oriente a través del Occidente usando como base la teoría de la esfericidad de la Tierra, pero fracasó porque se encontró con un obstáculo fenomenal: ¡un continente entero! Magallanes y Elcano fueron quienes culminaron ese proyecto colombino al hallar una vía (el futuro Estrecho de Magallanes) para arribar a Asia. Así, consumó lo que se había proyectado en 1492.

La expedición, no obstante, también pretendía restaurar las vías comerciales y apostólicas que habían quedado cortadas por el socavón que representaba, en el Mediterráneo Oriental, el Imperio turco. Portugal ya lo había hecho por su hemisferio, bordeando la costa africana y adentrándose en el Índico. Sin embargo, a España solo le quedaba la vía occidental y hacerlo en el Atlántico.

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Fernando Magallanes


5-Su primera obra analizó la leyenda negra que existe contra España, y no hay mayor mentira que la que afirma que nuestro país siempre estuvo a la cola en el ámbito científico.

Sí. La profundidad histórica de nuestro país desde el punto de vista universal viene dada por su acción científica en el mar. Atravesamos las Columnas de Hércules y nos adentramos en el Océano Atlántico. Fuimos más allá («Plus ultra») mientras Portugal hacía navegación de cabotaje y solo se internaba en el Índico con Vasco de Gama a partir de 1497. España inició la concepción del mundo y la ciencia modernas. Magallanes y Elcano dieron consistencia a la teoría de la esfera (medida en primer término por Eratóstenes) y derrumbaron las concepciones antiguas de la Tierra de Plinio o Ptolomeo. Lo mismo pasó con todas las fantasías ligadas a ellas, desde la que afirmaba que existía una esfera sumergida en el mar, hasta la que aseguraba que había una zona tórrida inhabitable en algún lugar. Los barcos de aquella expedición dejaron a popa el mundo antiguo.

6-¿Cuál es el avance español que más le ha llamado la atención de esta época?

El ejemplo más claro de la contribución española a la ciencia fueron los mapas de Diego Ribero. Con ellos se empezaron a conocer (y a distribuir) adecuadamente las líneas de los continentes. Gracias a su trabajo (y al de otros tantos), cuando Yuri Gagarin salió del planeta supo donde estaban exactamente las masas de agua y de tierra y no se sorprendió. España fue clave a la hora de cartografiar y medir desde dentro el planeta. Estableció las longitudes del mundo. Solo hay que comparar los mapas de Juan de la Cosa (aproximadamente del 1500) y del mismo Ribero para entenderlo. Entre ellos no hay más de dos décadas, pero el cambio es brutal. El segundo llevó a cabo una verdadera revolución cartográfica.

7-¿Intentó Portugal boicotear este viaje?

Es que, en buena medida, era un viaje contra Portugal. Se buscaba llegar a Asia por el hemisferio español sin depender de ellos. Por eso reaccionaron. El embajador de Manuel I, por ejemplo, tenía un plan para atentar contra Magallanes en Zaragoza. La diplomacia del monarca insistía también a Carlos V en que no debía acoger ni dar poder a un traidor al trono cuando sus hermanas se estaban casando con princesas lusas. Y eso, antes de que comenzara la expedición. Cuando se supo de la partida de los barcos enviaron varios destacamentos de navíos para neutralizarla. Uno de ellos se entretuvo contra los turcos, pero otro, el de Brito, sí logró neutralizar a la Trinidad, una de las dos naves que se disponía a regresar tras llegar a su destino.

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Manuel I, rey de Portugal
8-¿Qué sucedió con ella?

Para empezar, robaron todo lo que llevaba. A la tripulación la hicieron danzar durante cuatro años por toda la Insulindia. La obligaron a ir de un lado a otro mientras les prometían falsamente que les iban a devolver a la Península. De los 50 marineros sobrevivieron 4, y su regreso a España es muy llamativo. Por si fuera poco, la Trinidad era la que más carga de especias llevaba, mucho más que la Victoria. También se hicieron con todos los libros de Andrés de San Martín, el cosmógrafo que iba en la expedición, y adquirieron por tanto todas sus mediciones. Lo más curioso es que los lusos malperdieron toda la información científica de la que se apropiaron, desapareció porque no les interesaba que se diese a conocer.

9-Habla también del carácter «soberbio» de Magallanes. ¿Él mismo se buscó su propia muerte?

Magallanes era un soldado bastante hábil. Ejemplo de ello es que, cuando se produjo un motín durante el viaje, lo sofocó de una manera rápida y descuartizando a los capitanes que se habían alzado contra él. Sin embargo, llama la atención la precipitación y la torpeza con la que actuó en Filipinas. Su fanfarronería acabó con él. Dijo que su medio centenar de castellanos podrían acabar con los miles de indígenas que había en la isla de Mactán. Al final acabó perdiendo la vida.

Por otro lado, se precipitó mucho a la hora de convertir a los indígenas. En primer lugar, desoyó las instrucciones estrictas sobre el bautismo. Estas decían que no se podía forzar a nadie a ser cristiano porque, si lo hacías, no ganabas un alma para el cristianismo, sino que perdías la propia. La única explicación es que el Papa había concedido una bula según la cual daba a los portugueses todo el territorio que pudieran conquistar siempre que los nativos no fuesen cristianos. Por eso creo que Magallanes se apresuró tanto.

Era además un hombre que tenía bastante genio. Aunque también es cierto que, cuando comenzó su viaje, sabía que los españoles y los portugueses querían traicionarle. Los segundos, porque eran la potencia rival; los primeros, porque creían que estaba trabajando para Manuel I. Magallanes tuvo que arrostrar todo eso.

«Casi todos los mapas mundi de factura española fueron regalados por Carlos V a diferentes naciones para demostrar que las Molucas eran españolas»
10-En su libro contrapone la opacidad de los lusos con la luminosidad española. Al menos, en el ámbito científico...

En esta época los intereses estaban cruzados. Un país no podía atravesar el Atlántico si no tenía conocimientos cosmográficos y náuticos. Por ello, se desarrollaron desde nuevos instrumentos náuticos, hasta naves como la carabela y la nao (que dependían de los vientos y no de los remos). Todo este conocimiento era vital para la geoestrategia, y los portugueses preferían ocultarlo para tener ventaja.

Por otro lado, y si nos fijamos en la línea real que se había establecido en Tordesillas, las Filipinas no entraban en el territorio del Imperio español. Solo una pequeña parte. Pero calcularon mal unos y otros, y eso favoreció a nuestro país. A los españoles les interesaba que las cartas con estos cálculos beneficiosos se propagasen por toda Europa. Casi todos los mapas mundi de factura española, hechos en Sevilla, fueron regalados por Carlos V a diferentes naciones para demostrar que las Molucas eran españolas. Así ponían de manifiesto la extensión del Imperio. Era una manera de que circulase diplomáticamente esta idea.

11-¿Qué utilidad real tuvo, en principio. el Estrecho de Magallanes?

Es cierto que con el Estrecho se abrió un espacio gigantesco, el Pacífico (conocido en principio como Lago español), a la geoestrategia, y que desde él se intentó poner un pie en Asia; pero el problema es que, aunque se podía llegar hasta la zona, no era viable volver de forma segura sino se usaba el hemisferio portugués. El paso tampoco era útil como enclave comercial porque la población que se asentaba en él (los patagones, por ejemplo) era muy primitiva.

En 1565, cuando Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta(aprendiz de Elcano) consiguieron descubrir el camino de regreso a través del hemisferio español, este cobró consistencia. La ruta, de hecho, fue recorrida durante 300 años por el Galeón de Manila. Ellos sí consiguieron que la geoestrategia fuese relativamente exitosa.

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Pedro Insua
12-¿Qué podía hacer España tras arribar a las Molucas?

A España se le ofrecían dos alternativas. La primera era explotar las Molucas como recurso. La segunda era llegar a China. Y ambas eran muy difíciles de sostener. En principio apostaron por asentarse en las islas, pero en 1529 fueron vendidas a Portugal a cambio de 350.000 ducados con el Tratado de Zaragoza. A partir de ese momento el objetivo único fue China y se utilizarán Las Antillas como plataforma para llegar hasta ella.

13-¿No se intentó poblar el Estrecho?

Sí, los españoles lo intentaron. Pedro Sarmiento fundó dos poblaciones de medio millar de personas, una con un nombre civil y otra teológico. De esta forma, se buscaba evitar que los ingleses usaran esta ruta. El problema es que era muy caro fortificar la región y que los pueblos debían tener un comercio próspero para poder sobrevivir. El proyecto no cuajó.

14-¿España vendió las Molucas a Portugal a pesar de que eran, según los tratados internacionales, lusas? ¿Tildaría esta acción de robo?

Fue una operación muy audaz. España llegó tarde a las Molucas y no eran suyas desde el punto de vista de los tratados internacionales. Sin embargo, lograron venderlas. No lo tildaría de robo, pero fue algo curioso. La operación se produjo en 1529, cuando ya habían fallecido Magallanes y Elcano y después de que los lusos asentaran un destacamento militar en la zona. El tratado, eso sí, establecía que España podía recuperarlas de nuevo, si así lo quería, devolviendo los 350.000 ducados.

15-Habla de la muerte de Elcano. ¿Cómo falleció el marino español?

Tras el éxito de 1522, se produjeron dos años después las juntas de Elvas y Badajoz. En ellas se discutió dónde se iba a reubicar el antimeridiano y participaron desde Hernando Colón, hasta los grandes pilotos del momento. Una veintena de representantes por España y los mismos por Portugal. Después de estas discusiones partió de A Coruña una segunda expedición, que ya estaba planeada, dirigida por García Jofre de Loaysa y en la que Elcano colaboró como lugarteniente y piloto. Esta operación (que contó en principio con siete naves) terminó en desastre a pesar de que el marino español ya había atravesado el Estrecho antes y sabía que, tras él, se abría un extenso océano difícil de transitar.

El culmen del desastre se vivió cuando, al llegar al entorno de Filipinas, murió Jofre de Loaysa. Fue entonces cuando Elcano, que no había sido jefe hasta entonces, adquirió el grado de Gran Capitán de esa armada. Lo más llamativo es que apenas disfrutó del cargo seis días porque murió, presuntamente, de escorbuto. Logró su gran ambición, que era dirigir una expedición, pero de forma tristemente efímera.

En todo caso, la gran victoria de Elcano fue Urdaneta, entonces aprendiz de la expedición. Y es que, tras este viaje, regresó a México, se hizo cosmógrafo y promovió la expedición que terminó convirtiendo el Estrecho en algo inútil al hallar una nueva ruta. A su regreso este paso se abandonó. A partir de entonces la existencia del Estrecho se llegó a olvidar. En su obra “La Araucana” (publicada en 1569), el soldado Alonso de Ercilla llegó a obviar la existencia del paso. De hecho, el camino dejó de ser practicado hasta la expedición de Drake.

«España volvió a interesarse por las Molucas de nuevo y las conquistó en 1606. Es algo que ha pasado desapercibido en la Historia»
16-¿Fue tras la venta de las Molucas cuando España fijó su vista en China?

En general, la perspectiva cambió después de que España llegara a Manila y se asentara en la zona aprovechándose del comercio asiático (lo que, a la postre, resultaría en una ruta que el Galeón de Manilapracticó durante tres siglos). Fue entonces cuando a Miguel López de Legazpi se le planteó una disyuntiva: quedarse en Cebú (Filipinas) y recuperar las Molucas pagando los 350.000 ducados, o asentarse en Manila y dirigir sus esfuerzos hacia China. Se apostó por lo segundo y se planteó, incluso, conquistar el país.

17-¿Cómo se planteó esta conquista?

Hubo varios planes. El que planteó la cornista con mayor seriedad fue Alonso Sánchez, aunque el líder de los jesuitas, Claudio Acquaviva, se mostró reacio a tomar la zona por las armas porque sus frailes ya estaban penetrando en ella. Al final, Felipe II apostó por el proyecto que le presentó José de Acosta. China fue siempre el gran objetivo. Era una masa de población muy grande y hubiera permitido ganar muchas almas para el cristianismo. Pero no sirvió de nada y el resultado fue un fracaso total.

18-¿Cómo actuó entonces España?

España volvió a interesarse por las Molucas y las conquistó en 1606. Es algo que ha pasado desapercibido en la Historia. Fueron tomadas con tanto entusiasmo que el Presidente de la Junta de Indias, el Conde de Lemos, encargó a Leonardo de Argensola, amigo de Cervantes, que escribiese una crónica sobre cómo fueron tomadas. Este es un libro que no se suele citar en la actualidad y que he tenido la posibilidad de leer y referenciar. Al final, sin embargo, fueron tomadas por los holandeses, que las mantuvieron bajo su poder hasta el siglo XIX.

Original incluyendo vídeo:
https://www.abc.es/historia/abci-tr...a-mas-grande-espana-201907142308_noticia.html
 
La atroz marcha de la División Azul a través de un lago helado: cuando España asombró a los nazis
El 10 de enero de 1942, dos centenares de españoles al mando del capitán Ordás superaron el frío extremo para cumplir su misión. Hubo un 94% de bajas
SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:23/07/2019 09:48h

Escribir sobre historia en nuestro país es, a veces, una tarea de riesgo. Suelo afirmar que este campo causa más controversia que la política; y así lo creo en base a la experiencia. Por ello, les ruego me permitan calzarme los zapatos de buzo e ir con pies de plomo a la hora de hablar sobre la División Azul. Valga el presente como párrafo explicativo para todos aquellos deseosos de agitar el avispero político. El pasado, pasado es, y como tal puede ser narrado desde la objetividad; sin necesidad de obviar o engrandecer un hecho. Tras haber pagado (no sin frustración por tener que incidir una vez más en lo mismo) este peaje, déjenme hablarles del cruce del lago Ilmen por los soldados españoles enviados a la URSS. Una marcha en la que doscientos hombres hicieron frente a cincuenta y ocho grados bajo cero para socorrer, en pleno enero de 1942, a una unidad alemana que se había quedado aislada en territorio enemigo. Quedaron doce...

Héroes para unos, villanos para otros, esos dos centenares de soldados dirigidos por el capitán José Manuel Ordás se ganaron el respeto de los oficiales de la Wehrmacht (el ejército de tierra germano a las órdenes del Tercer Reich). Más allá de su orientación política, lo cierto es que -como bien explicó el diario ABC el 13 de febrero de 1942- la compañía de esquiadores seleccionada superó todo tipo de penurias para arribar hasta su destino: «Hundiéndose a veces hasta la cintura en el agua helada, los soldados atraviesan las anchas grietas abiertas en el hielo. […] Los uniformes mojados se tornan rígidos y como petrificados. Resulta dificilísimo orientarse, pues las brújulas han dejado de reaccionar a consecuencia del frío». El suceso, engrandecido a la postre por el franquismo, ha sido tildado de «gesta suicida» por historiadores de la talla de doctor en Historia Xavier Moreno Juliá en su obra «La División Azul» (Crítica, 2005). En todo caso, por lo llamativo, bien merece unas líneas.

Ilusión y Segunda Guerra Mundial
Pero empecemos por el principio. El origen de esta unidad hay que buscarlo en la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS por parte de Adolf Hitler en el verano de 1941. Según explica el propio Juliá, Francisco Franco ofreció entonces a Alemania la posibilidad de enviar «algunas unidades de voluntarios en reconocimiento a la ayuda recibida durante la Guerra Civil».

Los germanos aceptaron este «gesto de solidaridad», como lo denomina el doctor en Historia. Apenas dos jornadas después de que los Panzer y la Luftwaffe (la fuerza aérea teutona) asaltaran la frontera soviética, el ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer, dio un discurso en el centro de la capital en el que cargó contra el comunismo y enardeció los ánimos de los madrileñós. «Camaradas: No es hora de discursos, pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! ¡Culpable de nuestra Guerra Civil! […] ¡El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa!», afirmó.

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Salida de la División Azul desde Madrid, el 13 de julio de 1941 - ABC
Tres días después se dio a conocer la existencia de la División Azul y se abrió el reclutamiento. La llegada de miles de jóvenes fue masiva, según explica el historiador Carlos Caballero Jurado en «La División Azul. De 1941 a la actualidad» (La Esfera de los Libros, 2019). El mismo autor recoge en su obra un fragmento del diario de un alférez provisional catalán en el que queda patente la rapidez con la que algunos españoles se alistaron: «Me he incorporado a la División Azul. Que Dios me proteja en esta campaña como lo hizo en el pasado. […] Durante los últimos días del pasado mes salió en los periódicos la autorización permitiendo el enrolamiento en las Jefaturas de FET de voluntarios para ir a combatir contra el comunismo. Tan pronto como me enteré de ello, me presenté en la Jefatura, donde me dijeron que no estaban informados todavía de si podíamos inscribirnos o no los oficiales».

El 13 de julio de ese mismo año la División Azul comenzó su partida escalonada hacia Alemania en una veintena de trenes. Según Jurado, aquellos días se vivió en España cierto fervor por la marcha. «En las sucesivas despedidas que se realizaron en Madrid y las demás ciudades siempre hubo masas inmensas de gente, empezando, claro está, por los familiares», señala. En palabras del experto, los partidarios de Falange coparon los eventos «con sus rituales, sus canciones y sus himnos». El mismo Franco se mostró efusivo con el viaje de los voluntarios. Y así lo demostró en un discurso que pronunció cuatro jornadas después: «En estos momentos en que las armas alemanas se dirigen a la batalla que Europa y el Cristianismo desde hace tantos años anhela, y en la que la sangre de nuestra juventud va a unirse a la de nuestros camaradas del Eje, como expresión viva de solidaridad, renovemos nuestra fe en los destinos de nuestra Patria».

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Alistamiento de voluntarios para luchar contra Rusia en la División Azul - ABC
Poco después, los españoles (a las órdenes de Agustín Muñoz Grandes) llegaron hasta Alemania, donde, en menos de dos semanas, fueron entrenados para combatir en el frente ruso. Allí recibieron el clásico equipo del soldado de la Wehrmacht. Meterse en aquel uniforme les causó más de un problema, como bien recordaba Tomás Salvador, uno de los voluntarios: «Existían infinidad de objetos pequeños que nadie sabía por donde agarrar: cepillos para parar un tren, cajas redondas de plástico anaranjado, trinchas, tirillas... Los calzoncillos y las camisas estuvieron a punto de provocar la deserción de todo el pelotón».

Tras familiarizarse con las tácticas germanas y su equipo, la División Azul partió hacia Rusia. Aunque, para arribar a su destino, se vieron obligados a recorrer más de 900 kilómetros a pie. El primer frente en el luchar fue el del río Vóljov, ubicado al norte del país. En el mes siguiente, demostraron su arrojo en los combates que se desarrollaron en las poblaciones de Possad y de Otenski. Así, hasta diciembre, cuando ya contaban más de un millar de bajas.

Asalto soviético
En enero, cuando los muertos, heridos y desaparecidos de la División Azul ascendían ya a 1.400, la situación del ejército alemán ubicado entre el lago Ládoga y el río Vóljov (al este de San Petesburgo) no podía ser peor. Como bien explica a ABC José Luis Jiménez Rodríguez -profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Rey Juan Carlos y autor de «De héroes e indeseables: la División Azul» (Espasa, 2007)- ese invierno los germanos se vieron sorprendidos por una gigantesca ofensiva soviética que les puso contra las cuerdas. «El Ejército Rojo atacó con 75 divisiones a lo largo de un frente de 600 kilómetros para abrir un corredor que les permitiera socorrer la asediada Leningrado», desvela. Muñoz Grandes y sus hombres no estaban mejor. «Por entonces se habían visto obligados a retroceder desde el frente del Vóljov por culpa de la resistencia enemiga y del enorme frío», añade.

Tras presionar durante semanas esta parte del frente, los soviéticos lograron abrir una brecha en el extremo inferior del lago Ilmen(ubicado en Nóvgorod) el 7 de enero. La resistencia germana en la región quedó desbaratada. «El primer punto donde el frente del Grupo de Ejércitos Norte alemán se colapsó fue el sur del Ilmen, donde los soviéticos cruzaron el ángulo suroriental desbordando el flanco occidental de la 290.ª División alemana y avanzaron hacia Staraia Russa», añade Jurado. La situación no podía ser más desesperada, pues las líneas ferroviarias de esta última ciudad eran claves para que las tropas pudiesen desplazarse por la zona,. Con todo, y a pesar de la intensidad del ataque, en su avance el Ejército Rojo no pudo acabar con una pequeña guarnición nazi presente en Vzvad (en la desembocadura del río Lovat). Juliá cifra el número de estos soldados en 543, lo mismo que Jurado.

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Rusia. 1941. Los voluntarios españoles haciendo fuego con una ametralladora pesada contra las posiciones enemigas - ABC
Según Jurado, la División Azul era la unidad del ejército alemán más cercana a la posición y, por tanto, la única capaz de enviar ayuda a las tropas cercadas. Así pues, el 8 de enero el alto mando teutón contactó con los españoles. «Llamaron a Muñoz Grandes y le dieron la orden. La División Azul era, a efectos prácticos, alemana. Por tanto, recibía órdenes de los oficiales alemanes, añade Jiménez Rodríguez.

¿Por qué se eligió a los hispanos? Tras la Segunda Guerra Mundial, el franquismo extendió que las causas fueron la fiabilidad que nuestros compatriotas inspiraban en el alto mando y la buena opinión que Hitler tenía de ellos. Sin embargo, el profesor de Historia Contemporánea no está del todo de acuerdo con esta afirmación: «Dudo que, en esa fecha, Hitler pudiese tener una idea favorable de los españoles. Al fin y al cabo era una división dentro de un ejército enorme. Dicho esto, también es cierto que la División Azul cumplió siempre las órdenes que se le dieron y que, a la postre, tuvo un alto grado de bajas en todos los escalafones (entre ellos, oficiales y suboficiales). En ese sentido es inevitable que la opinión de los oficiales germanos fuese positiva».

Sobre un lago helado
Según afirmó el diario ABC en un artículo publicado el 13 de febrero de 1942, la distancia que tendrían que recorrer los españoles (afincado en la orilla opuesta del Ilmen) sería de unos treinta kilómetros a través de las aguas congeladas del lago:

«El general Muñoz Grandes, jefe de la División Española de Voluntarios que combate en el frente oriental, tiene extendido ante sí el mapa del lago Ilmen y calcula la distancia que medía entre sus riberas septentrional y meridional. Es menester efectuar un recorrido de 30 kilómetros para alcanzar la aldea rusa de X, partiendo de las posiciones guarnecidas por la División Azul. El termómetro ha descendido hasta señalar 40 grados bajo cero, y un viento gélido barre continuamente la superficie del gran lago. Parece casi imposible vencer las enormes dificultades que se presentan. Pero cuando el general español recibe la noticia de que un pequeño destacamento alemán se encuentra cercado por los bolchevistas del pueblo X y que están resistiendo heroicamente, toma una decisión rápida, que empieza a ser puesta inmediatamente en práctica. “Haremos cuanto esté en nuestra mano realizar, y hasta puede ser que algo más”. Esta es la respuesta que el general Muñoz Grandes le da por teléfono al general alemán que acaba de participarle las novedades».

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Un grupo de soldados de la División Azul española camina a través de la nieve - ABC
Los elegidos para acometer esta misión fueron los hombres de la Compañía de Esquiadores 250ª. «Había sido creada en la segunda semana de noviembre de 1941. Cuando fueron enviados hacia Vzvad habían pasado menos de dos meses desde su formación. Eran 207 hombres que, en su mayoría, no habían esquiado en su vida. Quizá solo como deporte o entrenamiento», desvela el profesor. Al mando quedó el capitán José Manuel Ordás; un asturiano que (como afirma Manuel Ordás de Aranda en su artículo para la Real Academia de la Historia) se incorporó a la División Azul en 1941 como «mando de la Tercera Compañía Antitanques». Él sería el encargado de guiar a sus hombres a través del lago Ilmen. «Desde el punto de vista militar, la operación tuvo poca lógica por la peligrosidad que acarreaba. Aunque es difícil saber qué tiene lógica y qué no en mitad de una guerra», completa Jiménez Rodríguez a este diario.

El día 9 se puso a la unidad bajo alerta y se ordenó a sus hombres empezar a prepararse para la larga marcha a través del Ilmen. Una jornada después comenzó el viaje a través del hielo. «El 10 de enero, antes del alba y cuando todavía la luz bañaba en pálidos tintes el paisaje petrificado de hielo, se pone en marcha el capitán Ordás con su compañía de esquiadores, compuesta de soldados, de algunas ametralladoras, una estación radiotelegráfica de campaña, un médico y provisiones para tres días», señalaba ABC. El profesor de la Universidad Rey Juan Carlos añade que contaban también con trineos: «La compañía iba con trineos tirados por caballos, y no por perros, como muestran a veces las películas. Las divisiones de infantería alemanas eran hipomóviles, es decir, que basaban su movilidad en estos animales».

Infierno gélido
El camino, ya de por sí tortuoso (marchar 30 kilómetros a toda prisa a través de aguas congeladas nunca es de buen gusto), se convirtió pronto en un verdadero infierno helado. «Las condiciones fueron atroces. Puede parecer exagerado, pero fue real. Sufrieron temperaturas de entre 30 y 58 grados bajo cero. El invierno de 1942 fue uno de los peores del siglo. La superficie del Ilmen no era lisa. Tenía grietas, murallas de hielo y zonas líquidas en las que había riesgo de ahogamiento. De hecho, varios caballos murieron en ellas. El hecho de que los mapas fueran malos, de que la ventisca fuera constante y de que tuvieran que sortear muchas murallas de hielo hizo que se perdieran. Debían recorrer 30 kilómetros, pero fueron más», afirma Jiménez Rodríguez. El diario ABC dejó constancia de ello en sus páginas al señar que «sobre el lago se han ido formando bastiones de hielo que hay que salvar mediante un largo rodeo» y que «el camino resulta más dificultoso todavía por las enormes grietas que surcan las aguas heladas».

Para aumentar todavía más las dificultades de esta misión, el intenso frío impedía que la emisora transmitiera de forma correcta mensajes al general. Aunque, según el diario, el receptor sí continuó «captando constantemente las órdenes de Muñoz Grandes, quien, día y noche, tiene el pensamiento puesto en su compañía de esquiadores». Resulta difícil decidir si escuchar las palabras de su superior les animó o les causó mayor preocupación. En todo caso, este periódico publicó todos los mensajes que se transmitieron desde la base.

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La División Azul presta juramento en un lugar de Alemania - ABC
El primero de ellos llegó a las 9:40 de la noche de la primera jornada de marcha:

«La guarnición continúa resistiendo heroicamente. Es preciso salvarla. Lo exige el honor de España y la hermandad de armas que liga a nuestros dos pueblos. Tenemos depositada la máxima confianza en los soldados de Ordás. Portaos como valientes».

A las dos de la madrugada, escucharon el siguiente:

«Está en camino una nueva emisora. Enterado de lo dificultoso de la marcha, pero sé que habéis de vencer todos los obstáculos. Sois el orgullo de nuestra raza y confío en vosotros, porque confío en España. Que Dios os ayude y portaos como españoles».

El día 11 de enero, a primera hora de la mañana, fue Ordás quien recibió un mensaje de Muñoz Grandes:

«La guarnición, perdida si todos nuestros soldados sucumben sobre el hielo. Sigue luchando con los pocos que te quedan. Y si es preciso, continúa combatiendo tú solo hasta la muerte. O se logra salvar a los alemanes o se sucumbe con ellos. En nombre de la Patria, os agradezco vuestro heroico sacrificio. Muñoz Grandes».

Los vaivenes provocados por las molestas grietas -que había que sortear- y las no menos problemáticas barreras de hielo hicieron que el camino se alargara. «Además, durante el camino pasaron por varias pociones alemanas porque se perdieron y porque, en muchos casos, querían asegurarse de que en ellas había todavía soldados germanos. Hicieron labores de observación. Eso también contribuyó en que hubiera muchas bajas. A algunos hubo que amputarles los dedos de los pies por el frío. Y otros tantos fallecieron de hambre. La naturaleza acabó con ellos», explica el profesor universitario a ABC.

Otras misiones
A la primera de estas posiciones arribaron unos días después de salir del campamento base. El 12 de enero las brújulas, estropeadas por culpa del frío, hicieron que los españoles dieran con sus huesos en Ustrika, una ciudad ubicada varios kilómetros al oeste de Vzvad. Como no hay mal que por bien no venga, su ayuda fue determinante para defender la zona y liderar un contraataque junto a la 81ª División germana.

Una vez que acabó la batalla en Ustrika los españoles solicitaron volver a su misión original, pero el alto mando alemán no estaba por la labor. Necesitados de ayuda como estaban, reforzaron a los españoles con una unidad letona y les ordenaron partir hacia Schismorovo (una región que era clave mantener para restablecer las comunicaciones por ferrocarril). Allí lucharon hasta el 14. Por entonces, y como señala Caballero, apenas quedaban en el contingente inicial 60 miembros de la División Azul.

A pesar de que solicitaron una y otra vez partir hacia Vzvad, los nazis se negaron y les ordenaron combatir en la toma de Staraia Russa. Aquel fue un nuevo calvario, pues el 17 se vieron obligados a resistir el asalto de unidades acorazadas rusas y, tan solo dos jornadas después, colaborar en los posteriores contraataques. Las jornada siguiente fue igual de movida. «El 20 de enero, a las catorce y treinta, el capitán Ordás puede anunciar en un mensaje que el enemigo ha sido rechazado definitivamente. El jefe de la División alemana tiene sentidísimas palabras de cordial reconocimiento para los valientes», explicó el diario ABC.

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Durante aquel día el mando alemán les permitió cumplir su misión original y dirigirse hacia Vzvad. Allí llegaron un día después; cuando los defensores habían iniciado ya su retirada. «En la tarde del 21 de enero logran, por fin, abrazarse los muchachos de la compañía, de esquiadores y los defensores de la aldea», explicaba este diario. Así terminó una marcha de 14 días que habían cumplido tan solo 12 hombres. Entre ellos, Ordás.

«Desde el punto de vista militar fue una operación desastrosa, pero en la que se cumplió el objetivo de socorrer a una unidad. La fuerza alemana con la que se encontraron se sorprendió cuando llegó el contingente. Los supervivientes fueron condecorados por el bando alemán. Primero porque la misión había sido heroica. Segundo, porque les interesaba hacer propaganda de este tipo de gestas para lograr que sus soldados -a los que se les había ordenado resistir a cualquier precio- estuvieran motivados y no pensaran en rendirse», añade Jiménez Rodríguez.

Dos jornadas después, Ordás y sus hombres todavía tuvieron energías para colaborar en un ataque contra las posiciones rusas; una última muestra de naso que cautivó a Muñoz Grandes:

«La singular proeza de esos muchachos de la División la División Azul corre de boca en boca en todo el sector. Tanto usted como las fuerzas a sus órdenes tienen sobrados motivos para estar orgullosísimos de ese comportamiento. Mucha suerte y que la victoria continúe coronando todas sus empresas».

Cuatro preguntas a José Luis Jiménez Rodríguez
1-¿Cuál fue la aportación de la compañía de esquiadores en la ofensiva de 1942?

Desde el punto de vista de la lógica militar, la suya fue una aportación simbólica. Pero con ella se demostró que los españoles estaban teniendo muchas bajas en operaciones de poca entidad. El mando quería que la unidad participase en un operativo importante, pero por entonces no lo habían logrado.

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Enero de 1942. Un soldado cubierto con el abrigo especial de color blanco que le hace casi invisible para el enemigo - ABC
2-¿Cómo recibió España a la División Azul tras la contienda?

La División Azul no fue recibida de ninguna forma especial. Cuando se sucedieron las primeras repatriaciones, en la primavera de 1942, se procuró evitar los recibimientos oficiales porque el número de bajas había sido muy grande, no había caído Leningrado y no se habían cumplido los objetivos que se esperaban. Cuando comenzó la operación Barbarroja una parte del gobierno confiaba en la victoria alemana y no suponían que las bajas iban a ser tan extensas. Al final, se procuró no hablar mucho del tema. Llegaron a San Sebastián, donde se atendió a los heridos, y se les devolvió a sus pueblos de procedencia.

3-¿Fue exagerada la gesta por el franquismo?

Los diarios de operaciones siempre se adornan. En ellos siempre se disimula o se exagera. Pero en este caso parecen fidedignos si analizamos los hechos. Partieron 207, llegaron 12; era el mes de enero de 1942; debían atravesar un lago helado y pasaron por una infinidad de penurias.

Original con vídeo:
https://www.abc.es/historia/abci-se...spana-asombro-nazis-201907230345_noticia.html
 
El exilio de la hija del verdugo de Auschtwitz: supermodelo en la España de Franco
Tras la muerte de Rudolf Höss, Brigitt viajó a la Península e inició una carrera en la conocida marca Balenciaga. Antes, había convivido día a día con la muerte en el campo de concentración
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SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:25/07/2019 02:00h

Para alegría o desconsuelo, nadie puede elegir a sus padres. La diosa Fortuna es la que se encarga de dilucidar si naceremos en el seno de una familia rica, pobre, bondadosa o cruel. A partir de ese momento no queda más que asumir quiénes son nuestros progenitores y vivir con ello. Aunque, en algunos casos, pueda ser una tarea casi imposible. Uno de los ejemplos más claros en este sentido es el de Brigitt Höss, supermodelo en la España de Francisco Franco, gran descubrimiento del diseñador Balenciaga y, para su desgracia, hija del comandante de Auschwitz Rudolf Höss (responsable de la muerte de un millón de personas en la Segunda Guerra Mundial). Su vida fue una suerte de montaña rusa, pues pasó de vivir entre lujos en el campo de concentración, a verse obligada a escapar de su país tras el fin de la contienda. Y todo ello, por culpa de su padre...

Höss, el mismo hombre que se enorgullecía de haber encontrado una forma rápida y eficaz de acabar en masa con los reos judíos, era también un hombre que le daba gran importancia a la vida familiar. Así lo demuestra el que tuviera cinco hijos con su esposa en poco más de una década. El primer niño en llegar fue Klaus, y lo hizo tan solo tres meses y después de que la pareja contrajera matrimonio en 1930. Luego vinieron al mundo, de forma respectiva, Heidetraut (1932), Inge Brigitt (1933), Hans-Jürgen (1937) y Annegret (1943). Los tres primeros arribaron a una Alemania que, como bien recuerda Tania Crasnianski en su obra «Hijos de nazis», estaba en plena ebullición política. «Durante ese cambio, la familia Höss vivía aislada, en una granja sobre el mar Báltico», explica la investigadora gala.

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Hoss, junto a su familia. A la izquierda, Brigitt
Todo cambió cuando Höss entró en las SS y fue destinado al campo de concentración de Dachau allá por 1934. Fue en ese instante cuando comenzó su viaje hacia las cloacas más pestilentes del régimen nacionalsocialista: la futura aniquilación de cientos de miles de judíos en las cámaras de gas. Poco después acudieron a reunirse con él su mujer y sus -por entonces- tres pequeños. Allí, en una casa ubicada en las cercanías de la prisión, vivieron sin privaciones y rodeados de los lujos típicos de un oficial de su cargo. Nuestra protagonista, la joven Brigitt, pasaba aquellas jornadas en el colegio para hijos de oficiales (donde no confraternizaba con los reos) y en el hogar, con su madre. Mientras, su padre se convertía, poco a poco, en uno de los hombres de confianza del líder de las SS Heinrich Himmler y del propio Adolf Hitler.

Lo cierto es que Höss se ganó su fama de cruel y efectivo gracias a una sencilla máxima: seguir al pie de la letra las órdenes de sus superiores. A esta unió una enfermiza obsesión por el trabajo que, a la postre, convirtió Dachau en el perfecto ejemplo de lo que debía ser una prisión del Tercer Reich. «La temible eficacia de Höss y su sentido estratégico y práctico contribuyeron a su ascenso», añade la autora en su obra. Todo ello hizo que, en 1938, el alto mando le enviara hasta el campo de concentración de Sachsenhausen como primer adjunto. De nuevo, y como si fuera una letanía, su familia se trasladó hasta una vivienda ubicada en las cercanías del recinto. Por entonces, la pequeña Brigitt disfrutaba de la vida en familia junto a su padre sin saber que, fuera de los muros de su nuevo hogar, este se dedicaba a orquestar la matanza sistemática de miles de prisioneros.

Lujo para la princesa nazi
La autora gala describe en su obra cómo era la vida cotidiana de Höss... y lo cierto es que la lectura es escalofriante. No ya por su triste labor como oficial al mando de la barbarie organizada en aquella cárcel (que también), sino porque, cuando regresaba a su hogar, representaba a la perfección el papel del buen padre de familia. Ya en la tranquilidad de la casa, el germano no tenía reparos en poner música a sus hijos en un gramófono o contarles cuentos antes de que se acostaran. «Le encantaba la historieta de Max y Moritz, sobre dos niños que desobedecían a los adultos y eran severamente castigados», explica Crasnianski. Aquella doble vida forjó en Brigitt la idea de que su padre era un hombre sencillo que pasaba demasiadas horas trabajando fuera de casa. La candidez de la infancia.

Lo cierto es que llevaba razón en parte, pues Höss era un enamorado de su trabajo y pasaba horas fuera de casa. En todo caso, la confianza que tenían en él los altos cargos del Tercer Reich quedó patente cuando Himmler le ofreció la dirección de un nuevo campo de concentración ubicado en las cercanías de Cracovia: Auschwitz. Por entonces el calendario marcaba el mes de mayo de 1940. «Una vez construido el campo, el resto de la familia fue a vivir con él en una casa vecina», añade la autora. La vivienda estaba separada de las cámaras de gas por un escuálido muro y por una reja que permitía a Brigitt y a sus hermanos convivir a diario con la muerte. Aunque lo hacían rodeados de lujos como chocolate, azúcar y leche. Alimentos escasos en aquellos años. Tampoco le faltaban a la pequeña una pléyade de sirvientes; desde un sastre, hasta un peluquero. Todos ellos, reos.

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Brigitt Hoss, durante su infancia
La pequeña, a su vez, solía codearse con los altos cargos del nazismo. Y es que, personajes como Heinrich Himmler, Adolf Eichmann(uno de los arquitectos del Holocausto) o Richard Glücks (jefe inspector de los campos de concentración) pasaban de forma recurrente por la casa de los Höss para conocer las novedades del lugar y saludar a los niños. «La familia se sentía muy honrada cuando los visitaba el “tío Heini” [Himmler]. A Rudolf le gustaba fotografiar a sus hijos ataviados con sus mejores ropas, sobre las rodillas del Reichsführer», añade Crasnianski. Estos mandamases parecían vivir ajenos al expolio de alimentos, ropa y riquezas que hacía el comandante de aquel centro de muerte. El botín era extraído directamente del «Canadá», el barracón al que se llevaban las pertenencias de los presos.

La vida de los Höss era similar a de una familia adinerada de Alemania. Ropa fina, ricas viandas, fiestas nocturas... Aunque, eso sí, con vistas a las chimeneas de los hornos crematorios. Así definió Brigritt aquellos días de bonanza:

«Algunos detenidos-jardineros arreglaron todo el jardín. Plantaron flores hermosísimas y arbustos. De todos los colores. Nos enviaban regularmente a casa miles de macetas de flores y semillas. A mamá le gustaba pasar el tiempo en el jardín y plantar nuevas flores. También teníamos una huerta, en la que cultivábamos diferentes legumbres. Papá hizo instalar una piscina en la que podíamos bañarnos, y un gran tobogán de madera, solo para nosotros. […] Papá hizo que nos llevaran toda clase de animales: conejos, tortugas, gatos, culebras, martas. […] Nada es demasiado bello para nosotros».

Después de la Segunda Guerra Mundial
Pero la vida de lujo de los Höss tenía fecha de caducidad. Su final empezó a fraguarse desde el mismo instante en que, tras casi dos años aguantando el envite del ejército alemán en Stalingrado, los soviéticos rompieron el cerco nazi e iniciaron su avance sobre Berlín. A partir de entonces los germanos comenzaron, desesperados, una carrera contra el tiempo cuyo objetivo era acabar con las pruebas de la temible Solución Final (el exterminio masivo de judíos en las cámaras de gas). A lo largo y ancho de las fronteras del Tercer Reich decenas de presos fueron obligados a caminar cientos de kilómetros hacia el interior de Alemania en las llamadas «marchas de la muerte». La finalidad era que, cuando el Ejército Rojo liberara aquellos centros de muerte, no hallara testigos que pudiesen contar las tropelías que habían perpetrado.

Höss, uno de los oficiales más apreciados en el Reich tras haber mantenido las cámaras de gas de Auschwitz a pleno rendimiento, sabía que sería ejecutado si caía en manos de los aliados. Por ello, en 1944 empezó a planear su huida. Y esta se materializó poco después de que Hitler se suicidara en el búnker de la Cancillería el 30 de abril de 1944. Después de aquel golpe moral, Rudolf partió hasta Flensbourg junto a su hijo. Su delirante objetivo era alistarse en el supuesto último ejército nazi que estaba organizando Himmler. Mientras, su mujer y las pequeñas se quedaron en el norte de Alemania. Por entonces, la familia todavía creía en la posibilidad de un contraataque. Pero aquello era una mera fantasía que quedó destrozada en mil pedazos cuando el líder de las SS recibió al comandante de Auschwitz con unas palabras tan sinceras como descorazonadoras: «Todo ha acabado».

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Hoss, poco antes de ser ahorcado
La máxima estaba clara: salvar la vida. Al menos, aquel que pudiera. Höss tuvo suerte en principio, pues logró hallar un escondrijo cerca de la casa en la que también se escondía su familia. Pero no le sirvió de mucho cuando los cazadores de nazis dieron con la pista de su mujer y sus hijas y las interrogaron. «Brigitt, de trece años en aquel momento, recuerda que los oficiales ingleses le gritaban: “¿Dónde está tu padre? ¿Dónde está tu padre”», explica la autora. Al final, la que desveló su paradero fue su esposa. El resto, como se suele decir, es ya historia. El cruel comandante del campo de concentración más efectivo de Reich fue capturado, juzgado en Núremberg y colgado por su participación directa en el Holocausto. Durante el juicio, el altivo oficial tuvo la sangre fría de corregir al tribunal cuando este afirmó que el nazismo había terminado con dos millones y medio de vidas: «Solo fueron dos millones y medio. Los demás murieron de hambre, agotamiento o enfermedad».

Exilio español
Rechazada por su íntima relación con el régimen nazi, la familia Höss vivió los años siguientes en la más extrema pobreza. Su respuesta a la persecución que los aliados hicieron de los criminales de guerra y de sus familias fue la negación; obviar que habían tenido relación alguna con Rudolf. Después del ajusticiamiento del comandante de Auschwitz se mudaron al pueblo de St. Michaelisdonn (al norte de Hamburgo). Allí vivieron nada menos que diez años soportando la desidia de muchos de los vecinos. Compartir edificio con la familia de uno de los verdugos de Hitler no suponía un orgullo para una población que, en muchos casos, se sentía culpable por el ascenso del Tercer Reich.

Así se mantuvieron hasta 1950, época en la que Brigitt decidió abandonar el hogar familiar para buscarse una nueva vida fuera de aquellas fronteras. La joven, apenas una veinteañera, viajó hasta España. Su objetivo no era otro que huir de los bárbaros actos de su padre; intentar que nadie la relacionara con él. Por entonces ya sabía que usar el apellido Höss era peligroso, así que lo evitaba. Una vez en nuestro país, la germana conoció a Cristóbal Balenciaga, a quien debió impresionarle su figura, pues la contrató como modelo. No parece raro ya que, según los testimonios recogidos por el diario «New York Times» en 2013, se había convertido en una mujer alta, rubia, extremadamente bella y con un porte de rudeza ideal para las pasarelas.

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Brigitt Hoss
Brigitt trabajó tres años como modelo para Balenciaga en la España dirigida por Francisco Franco. Su carrera fue fulgurante. Lució caros vestidos frente a grandes figuras de la política de entonces como la misma Carmen Polo. De hecho, la soltura y firmeza con las que desfilaba hacían que el diseñador la llamara, cariñosamente, «mi pequeño soldado alemán». La ropa que llevaba fue utilizada por grandes personalidades como Jackie Kennedy y otras tantas mujeres famosas en toda Europa. En aquellos años, como desveló en varias entrevistas posteriores, rechazaba el Holocausto y las ideas que había defendido su padre. Aunque no podía evitar recordar a Rudolf con cierto cariño. «Parecía el mejor hombre del mundo. Siempre dulce y amable con los que le rodeaban. Debía de haber dos caras en él. El que yo conocía y otro. Para mí era el hombre más bueno del mundo», afirmó.

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Rudolf Hoss, tras ser capturado
Con el paso de los meses, Brigitt conoció a un norteamericano de origen irlandés que trabajaba para una empresa establecida en Estados Unidos. El trabajo de ambos les llevó a recorrer medio mundo. Desde Liberia hasta Irán. Así, hasta que contrajeron matrimonio en 1961 y tuvieron dos hijos. «Poco después de conocerse, Brigitt le habló a su futuro marido de su filiación. Este dijo que la noticia le impactó, pero que, después de discutir el asunto, comprendió que ella también había sido una víctima. Brigitt no era más que una niña cuando tuvieron lugar esos hechos y, de la noche a la mañana, había pasado de una vida de lujos a la miseria», explica la autora francesa en «Hijos de nazis».

Con el paso de los años se trasladó a Estados Unidos, donde se estableció. Al otro lado del charco trabajó durante 35 años en una tienda de ropa (Saks Jandel) propiedad de dos judíos. Allí, llegó a vestir a personajes como Nancy Reagan, Hillary Clinton o Barbara Bush. Todo parecía irle sobre ruedas hasta que los directores de la cadena se enteraron del pasado de su padre. Sin embargo, y según determinó la propia Brigitt en una entrevista posterior, fueron bastante comprensivos en lo que a este tema respecta: «No hubo recriminaciones. Me dijeron: “No podía evitar lo que hizo, solo eras una niña. Tienes que aceptar lo que sucedió”». Ella es partidaria de esa teoría, aunque también sabe que lo que hizo su familia será imborrable: «Cuando lo supe me dije, “no puede ser”, pero hay que aceptarlo. Ocurrió en mi familia y me pongo muy triste cuando lo pienso […] A pesar de todo, mi padre era el hombre más agradable del mundo. Era muy bueno con nosotros Pero él hizo lo que hizo».
https://www.abc.es/historia/abci-se...odelo-espana-franco-201907250200_noticia.html
 
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