Cuadernos de Historia

Nueva explicación para la muerte de Alejandro Magno.
Fecha: 22 de enero de 2019
Fuente: Universidad de otago
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Alejandro Magno. Credito: Dea/G. Nimtallah/

Puede haber ocurrido hace más de 2,300 años, pero el misterio de la muerte de Alejandro Magno finalmente se pudo resolver, gracias a una académica de la Universidad de Otago, Nueva Zelanda.

La Dra. Katherine Hall, profesora principal de la Escuela de Medicina de Dunedin y clínica practicante, cree que el antiguo gobernante no murió por infección, alcoholismo o asesinato, como se ha afirmado. Ella en cambio argumenta que Alejandro encontró encontró la muerte por culpa del trastorno neurológico del Síndrome de Guillain-Barré (GBS).

En un artículo publicado en The Ancient History Bulletin, ella dice que las teorías anteriores sobre su muerte en 323 aC no fueron satisfactorias, ya que no explicaban todo el evento.

"En particular, ninguno ha proporcionado una respuesta global que ofrezca una explicación plausible y factible para un hecho registrado por una fuente: el cuerpo de Alexander no mostró signos de descomposición durante los seis días posteriores a su muerte.

"Los antiguos griegos pensaron que esto demostraba que Alejandro era un dios; este artículo es el primero en proporcionar una respuesta realista", dice la Dr. Hall.

Junto con la demora reportada en su descomposición, se dijo que el joven de 32 años había desarrollado fiebre; dolor abdominal; Una parálisis progresiva, simétrica, ascendente; y permaneció con la mente lúcida hasta poco antes de su muerte.

La Dr. Hall cree que un diagnóstico de GBS, contraído por una infección por Campylobacter pylori (común en ese momento y una causa frecuente de GBS), resiste la prueba del rigor académico, tanto desde el punto de vista clínico como histórico.

La mayoría de los argumentos en torno a la causa de la muerte de Alejandro se centran en su fiebre y dolor abdominal. Sin embargo, la Dr. Hall dice que el hecho de que mantuviera sus facultades mentales apenas recibe atención.

Ella cree que él contrajo una variante de neuropatía axonal motora aguda de GBS que produjo parálisis pero sin confusión ni inconsciencia.

Su fallecimiento se complicó aún más por las dificultades para diagnosticar la muerte en tiempos antiguos, que dependía de la presencia de la respiración en lugar del pulso, comenta ella.

Estas dificultades, junto con el tipo de parálisis de su cuerpo (comúnmente causada por el GBS) y la disminución de la demanda de oxígeno, reducirían la visibilidad de su respiración. Un posible fallo de la autorregulación de la temperatura de su cuerpo, y sus pupilas fijas y dilatadas, también apuntan a que la preservación de su cuerpo no se produjo debido a un milagro, sino porque aún no estaba muerto.

"Quería estimular un nuevo debate y discusión y posiblemente reescribir los libros de historia argumentando que la muerte real de Alejandro fue seis días más tarde de lo que se aceptó anteriormente. Su muerte puede ser el caso más famoso de pseudotanatos, o un falso diagnóstico de muerte, jamás registrado". dice.

La Dr. Hall cree que las personas todavía están interesadas en Alejandro porque era una persona psicológicamente compleja y complicada a la que se consideraba un héroe guerrero.

"Si bien los análisis más modernos han intentado ser más amplios y más matizados, cualquiera que sea la forma en que la gente quiera concebir a Alejandro, hay un deseo de intentar entender su vida de la manera más completa posible."

El misterio permanente de su causa de muerte continúa atrayendo tanto el interés público como el académico.

"La elegancia del diagnóstico del GBS para la causa de su muerte es que explica muchos elementos, por lo demás diversos, y los convierte en un todo coherente".

Texto original: https://www.sciencedaily.com/releases/2019/01/190122115006.htm
 
EN UNA ZONA QUE HIZO FAMOSO AL REY ARTURO
Encuentran un manuscrito medieval que cuenta la historia del Mago Merlín
Son siete fragmentos, todos impresos entre 1494 y 1502, que podrían modificar la leyenda sobre el Rey Arturo que ha llegado hasta nuestros días


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El nombre de Merlín aparece en los siete manuscritos encontrados (Foto: Universidad de Bristol)


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31/01/2019


Merlín es, probablemente, el más famoso mago de la historia. Ha estado ligado siempre a la leyenda existente sobre el Rey Arturo y la vida de ambos cabalga a caballo entre la ficción y la realidad. Se cree que Merlín fue un mago galés que vivió en el siglo VI y la leyenda lo sitúa al lado de Arturo, el personaje que pudo estar inspirado en un defensor de Gran Bretaña contra las invasiones extranjeras.

Esa leyenda decía que Merlín era no sólo el mago, sino también el principal consejero de Arturo en sus decisiones. Hasta ahora, los manuscritos que avalaban su existencia estaban fechados en el siglo XII y posteriores, pero expertos de la Universidad de Bristol, en el sudoeste de Inglaterra, han descubierto ahora siete nuevos fragmentos en los que se habla del Mago Merlín. Esa zona del país es una de las ubicaciones que se hicieron famosas por la leyenda de Arturo.

Se trata de documentos fechados entre 1494 y 1502 y que están impresos en su totalidad en Estrasburgo. Fueron descubiertos por el bibliotecario de la universidad, Michael Richardson, que contactó con el doctor Leah Tether, experto en historia sobre Arturo, al descubrir varios nombres ligados a este personaje.

Cambios con la historia original
El doctor Lether reconoce a la BBC que los textos encontrados contienen "sutiles pero significativas" diferencias con la historia tradicional: "Estamos muy emocionados por descubrir más". Los pergaminos abundarían en descripciones más largas y detalladas sobre algunos de los personajes históricos, sobre todo en lo referente a lo que sucedió durante las batallas.

Para el experto en la historia sobre Arturo, "estos fragmentos de la historia de Merlín son un hallazgo maravillosamente emocionante, que puede tener implicaciones para el estudio, no sólo de este texto, sino también de otros manuscritos relacionados y de textos posteriores que han dado forma a nuestra comprensión moderna de la leyenda de Arturo".

Los expertos de la universidad tratarán de descubrir ahora cómo llegaron esos manuscritos hasta el Reino Unido y su historia. De momento, la emoción embarga al doctor Tether: "El tiempo y la investigación revelarán qué otros secretos sobre las leyendas de Arturo, Merlín y el Santo Grial podrían contener estos fragmentos".

https://www.elconfidencial.com/cult...-hallan-manuscrito-medieval-historia_1795654/
 
Orina como dentífrico y letrinas infectas: la verdad tras la higiene en la Edad Media
El canal «Simple History» se ha hecho un hueco en YouTube acercando la historia al público mediante la animación. En uno de sus últimos vídeos trata de separar el mito de la realidad en el aseo durante el medievo


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La Edad Media evoca desde caballeros con armadura completa, hasta el oscurantismo a nivel científico. Ambas son verdades a medias ya que, durante los casi diez siglos que se extendió este período (desde el V hasta el XV), el equipamiento de los jinetes pasó por diferentes etapas y el conocimiento terminó abriéndose paso a través de las universidades.

Con todo, quizá el tópico más generalizado es el que afirma que, durante estos siglos, la característica más común en la sociedad era la falta de higiene. La realidad es que este es otro mito que navega entre la realidad y la ficción ya que, a pesar de que las letrinas solían dirigir los excrementos hasta insalubres pozos negros, también se daba importancia a la higiene dental.

Con el objetivo de luchar contra estos tópicos y mitos nació, allá por 2013, « Simple History», un canal de YouTube que atesora a día de hoy la friolera de más de un millón de seguidores. Según su descripción, sus responsables se dedican a divulgar la verdad de nuestro pasado a través de pequeños clips en los que cobra protagonismo la animación. «Sea testigo de cómo la gente vivió a lo largo de la historia: su cultura, los avances en la tecnología o las batallas épicas», desvelan en su página personal de esta plataforma de vídeos

En su canal de YouTube es posible informarse de todo tipo de curiosidades que abarcan desde los siglos de Grecia y Roma, hasta la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Vietnam. Todo ello, pasando por eventos destacados de la historia de España como la expedición de Magallanes y Elcano.

Con todo, el vídeo que hoy recomendamos desde ABC Historia es « How clean were medieval people?», un repaso por los mitos que rodean a la higiene en la Edad Media. El clip de YouTube es uno de los más vistos de su canal al contar con más de un millón de visitas en apenas cuatro meses.





Letrinas
Como suele pasar al navegar en las fuentes que hablan de esta época, la evacuación de excrementos durante la Edad Media alberga, a día de hoy, más luces que sombras para los expertos. Si nos remontamos a los primeros siglos de esta época, nos encontramos con que, tanto en los castillos como en las murallas de las ciudades, era habitual que abundaran las llamadas «letrinas voladas». Una pequeña estancia sobre los matacanes que contaba con una losa perforada ideada para que la materia fecal cayese -sin ningún tipo de tubería- a los campos o los huertos. Todo ello, pasando a través de las murallas.

«En ellas aliviaban sus necesidades el cuerpo de guardia y buena parte del servicio», explica Luis Carlos Molina Acevedo en « Mierda. Símbolos y significados»

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Letrina volada


En palabras del mismo autor, en estos primeros siglos también existían las «letrinas encastradas». Estas enviaban los excrementos directamente a los sótanos o al foso del castillo. «El olor producido por este pozo negro era insoportable, sobre todo en verano, y subía cañerías arriba hasta la misma boca de la letrina», completa.

Con todo, este lago de heces era uno de los lugares preferidos para asaltar las fortalezas debido a su conexión directa con el interior. Gracias a ellos, de hecho, cayeron castillos tan inexpugnables como Chateau Gaillard en pleno siglo XIII.

Algo similar sucedía entre los muros de las estancias de la alta nobleza. A nivel práctico, durante el siglo XIII en los palacios abundaban, según explican los autores de « Arquitectura civil española de los siglos I al XVIII», pequeños huecos «abiertos en los muros, al lado de los salones mismos, ocultos por tapices y paramentos» cuyo contenido caía sobre la calle.

Aunque esta práctica evolucionó hasta las letrinas voladas o las encastradas en poco tiempo. En « El inodoro y sus conexiones» Ángel Oscar Prignano utiliza como ejemplos de estos últimos aquellos retretes que se edificaron en la fortaleza francesa de Coucy (donde había un espacio específico y apartado para hacer de vientre), o los que se levantaron en los pisos inferiores de una de las torres del palacio pontificio de Aviñón. Ambos iban a parar a un pozo subterráneo.

Pueblo llano
Pero con el pueblo llano era diferente. Ieva Reklaityte afirma en su dossier « Las condiciones higiénico-sanitarias en las ciudades europeas: introducción al análisis», que lo habitual en su caso era disponer de un orinal o un pozo negro al que iban todos los desechos. «La letrina medieval solía presentar un palco que se asomaba a la calle a través del cual todos los desperdicios, además de los vertidos directos de las inmundicias a las calles por las ventanas», señala.

A su vez, es partidaria de que «la ubicación de los pozos negros en los patios de las viviendas, no demasiado lejanos de los pozos de agua potable» y la «contaminación del río que transcurría por la ciudad causada por las aguas de los desagües» provocaban no pocas enfermedades.

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Representación de las letrinas en un cuadro de la época


Por su parte, el autor hispano afirma que, en los siglos posteriores, la gente común solía acudir a unas letrinas públicas instaladas a lo largo de la ciudad: «En Inglaterra, las había en las murallas de Londres, en el muelle de Temple (techado sobre el río Támesis), […] sobre una cloaca abierta y en el puente de Londres». Otro tanto pasaba en Francia, donde eran todavía más insalubres si cabe y llenaban las calles de inmundicias. El también historiador Julio Valdeón Baruque es partidario de esta teoría en su obra « Vida cotidiana en la Edad Media».

De hecho, este tipo de letrinas se siguieron utilizando hasta bien entrada la época moderna. Así lo explica el también historiador Roger-Henri Guerrand quien, en sus obras, desvela que cuando un grupo de magistrados galos quiso eliminar uno de estos retretes en el siglo XVII por problemas de salubridad, una rebelión dirigida por un cabecilla local lo evitó. El líder, un maestro tejedor, explicó de esta guisa su posición: «Señores, nuestros padres cagaron allí, allí cago yo, y allí cagarán nuestros hijos».

Repugnante dentífrico
Un capítulo al que el canal de divulgación histórica de Youtube «Simple History» deja espacio en su vídeo How clean were Medieval people? es el de la higiene bucal. Resulta poco conveniente fijarnos en el aderezo que presentan los personajes de Hollywood si lo que queremos es alcanzar un conocimiento cercano a la realidad sobre el nivel de aseo de las gentes de la Edad Media. Con la limpieza de los dientes ocurre lo mismo.

Por aquel entonces no resultaba nada extraño que las personas padeciesen algún mal relacionado con la dentadura: desde caries hasta encías vacías pasando por dientes fracturados. Según diversas narraciones, los individuos europeos del medievo, para calmar su malestar, solían acudir a los conocidos como «sacamuelas». Estos odontólogos de hace diez siglos no eran sino barberos que deambulaban de localidad en localidad para extraer las defectuosas piezas bucales. Por supuesto, tal cirugía estomatológica se practicaba en condiciones insalubres y sin uso de anestesia alguna.

Dicho esto, sorprende menos que en la Edad Media existiese cierta preocupación por el cuidado oral. Más vale prevenir que curar, que dice el popular refrán. De hecho, Guy de Chauliac (¿1298?-1368), en su obra «Inventorium… Chirurgicalis Medicinae», analiza la anatomía de los dientes y su erupción y recopiló enfermedades vinculadas a éstos como la corrosión o la congelación. Algunas reglas de higiene bucal aconsejadas por el que es considerado uno de los más importantes cirujanos del medievo son las siguientes: evitar alimentos de rápida putrefacción, tratar de ingerir comida y bebida no especialmente fría ni caliente o desechar de la dieta cosas demasiado duras.


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Barberos conocidos como "sacamuelas" - Youtube


El propio Chauliac recomendaba el lavado de los dientes careados con vino y menta, pimienta u otros agentes, y el empaste posterior de las cavidades con polvo de agalla, alfóncigo, mirra o alcanfor. Para no tener que llegar a tal extremo, diversas teorías señalan que los sujetos de la época solían limpiar su dentadura con trozos de tela y cenizas de romero. Además, se empleaban dentífricos elaborados con algunos de estos elementos naturales: huesos de sepia, coral o conchas, almástiga, incienso, canela molida, etc.

No obstante, aparece aceptado por la mayoría de expertos otro dentífrico menos agradable y sí muy repulsivo: la orina. Por extraño que parezca, tan hediondo fluído era empleado para el enjuague dental. Los coetáneos de la Edad Media recogían en vasijas callejeras el pis y lo utilizaban en lavanderías para blanquear la ropa gracias a su contenido en amoníaco, pero también lo almacenaban y hacían gárgaras con él antes de irse a dormir. La razón de ello radica en sus valiosas propiedades para la cura de heridas, destapándose como un estimable «aliado» en el tratamiento de las caries.

Aunque los romanos ya hacían uso de esta práctica, parece que aplicaban piedra pómez a la orina para hacer más llevadera la situación. Manuel Antonio Marcos Casquero, por su parte, considera que este hábito tiene un origen anterior. En su obra de investigación «Virtudes mágicas y medicinales de la orina según los escritores latinos» apunta que los autores greco-romanos atribuían este curioso empleo del orín a los celtíberos. En este sentido, recoge un comentario del geógrafo griego Estrabón que dice lo siguiente: «Si no se quiere interpretar como un régimen confortante de vida el que se laven con los orines guardados durante algún tiempo en cisternas, y que tanto los hombres como las mujeres de estos pueblos [ibéricos] se froten los dientes con ellos, como hacen, según dicen, los cántabros y sus vecinos. Esto, y el dormir en el suelo, es propio de los íberos y de los celtas».


VIDEO:
https://www.abc.es/historia/abci-or...-higiene-edad-media-201808231453_noticia.html




 
Compendio de héroes de guerra extraordinarios (II)
Publicado por Diego Cuevas
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703er Escuadrón de bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus miembros además de medallas también tiene un par de Óscar de Hollywood. Imagen: Dominio público.
(Viene de la primera parte)

El pirata canadiense

Léo Major (1921-2008) nació en Massachusetts pero antes de empezar a dar sus primeros pasos ya se había mudado con sus padres francocanadienses a las calles de Montreal. A los catorce años optó por largarse del hogar e instalarse en casa de su tía tras varias desavenencias con su progenitor. A los diecinueve se alistó en el ejército canadiense para demostrar a su padre que era una persona de la que se podía estar orgulloso. En los años posteriores aprovecharía para demostrarle también al resto del mundo que el espíritu de John McClane ya existía antes de que llegase Bruce Willis.

A Major le tocó comer arena durante el famoso martes 6 de junio de 1944 en el que se llevó a cabo el desembarco de Normandía. El chico contaba tan solo con veintitrés años cuando saltó sobre la playa de Juno, pero no tardó demasiado en demostrar que sabía dar guerra: durante una de sus primeras misiones de reconocimiento capturó un vehículo blindado alemán, el Sd.Kfz.251 Sonderkraftfahrzeug 251, tras despachar a sus ocupantes. Días después se tropezó con una patrulla de las SS y fue capaz de llevarse a cuatro de sus miembros por delante antes de ser alcanzado por una granada que le privó de su ojo izquierdo. Pero cuando los médicos le firmaron el billete de vuelta a casa, por todo aquello de haber perdido la visión en tres dimensiones con el bombazo, el muchacho dijo que mejor se quedaba a pegar tiros porque total «solo hace falta un ojo para apuntar por la mirilla». También añadió que gracias a aquella herida y sus remiendos ahora «parecía un pirata».

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Para Léo Major esto es un caramelo y lo que lleva encima son niños.
A partir de aquí la leyenda del corsario canadiense solo podía ir a mejor. Durante las operaciones militares de la batalla del estuario del Escalda, a Major y a su compañero de batallas, Willy Arsenault, se les asignó la tarea de acercarse a un pueblo cercano para averiguar qué había ocurrido con un grupo de «zombis» (soldados sin experiencia recién llegados de Inglaterra) que tras salir a patrullar la zona no había regresado a la base. Como Arsenault se encontraba convaleciente en el hospital, y Major tenía prisa por salir al campo a jugar a Commando un rato, el cíclope canadiense optó por ir por su propia cuenta, con pies ligeros y a través de las ruinas de un puente derribado. Al llegar a la ubicación, Major localizó el equipo de comunicaciones de los aliados ingleses y parte de su armamento abandonados en mitad del campo y no tardó demasiado en darse cuenta de que todo el destacamento ausente había sido capturado y los alemanes se habían hecho con la zona. Y entonces, en lugar dar marcha atrás e informar a sus superiores sobre la situación, decidió que lo más adecuado y razonable era reconquistar la villa por su cuenta.

Major pronto se topó con dos soldados enemigos: «Vi a dos alemanes en guardia, patrullando por un dique, así que pensé “Estoy congelado y empapado por vuestra culpa” y me dije a mí mismo que no caminarían mucho más». El canadiense redujo a uno de sus adversarios, se cargó al otro y aprovechó para localizar al oficial al mando y obligarle a rendirse. El resto de la guarnición alemana, un centenar de hombres, comenzó a considerar asimismo la rendición como una buena alternativa cuando vieron cómo Major se dedicaba a reventar cabezas a tiros para convencerles. También ayudó el hecho de que, desde unas edificaciones cercanas, las tropas de las SS habían empezado a abrir fuego sobre sus propios soldados tras ver como el oficial de la milicia se dejaba apresar por el enemigo. «Podían venir conmigo como prisioneros o quedarse allí para que les disparasen». Dirigiendo a los alemanes sumisos hacia las instalaciones canadienses el hombre recibió la asistencia de un tanque aliado que le quitó las ganas a las SS de seguir tiroteando. Cuando Major se presentó de nuevo en su campamento lo hizo acompañado de los noventa y tres soldados enemigos que había capturado con la única ayuda de sus hermosos coj*nes. Lo tremendo de la gesta hizo que las altas autoridades decidieran honrarle con la Medalla de Conducta Distinguida, pero Major declinó la oferta porque el encargado de entregársela hubiera sido el general Bernard Law Montgomery, alguien a quien aquel pirata consideraba un completo incompetente.

En 1945, mientras ayudaba a trasladar varios cadáveres en un vehículo blindado, el transporte en el que viajaba Major junto a otras dos personas pisó una mina y salió volando por los aires. El soldado sobrevivió pero se fracturó la espada por tres sitios distintos, varias costillas y ambos tobillos. Rebañándolo en morfina, los médicos le dijeron que ya era hora de irse para casa y que tenía todos los gastos pagados del viaje hasta Canadá. Pero Major optó por fugarse, esconderse durante un mes y regresar a su unidad silbando cuando ya no le picaban tanto las pupas. Se desconoce por qué no fue amonestado, aunque el miedo a enfrentarse a lo que parecía ser un terminator canadiense bien podría ser un factor importante.

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Léo Major (el del parche) siempre saludaba. Especialmente al enemigo, lo hacía con one-liners. Imagen: Les films sighter.
Pero Léo Major no tardaría mucho en liarla de nuevo a lo grande. Cuando las milicias aliadas continuaron avanzando hasta la ciudad de Zwolle, a orillas del río Ijssel, se toparon con un montón de nazis apoltronados en la urbe. El oficial al mando necesitaba a un par de soldados para contactar con la resistencia holandesa y reconocer la zona antes de descargar la artillería, con lo que Major y Arsenault se ofrecieron como voluntarios porque les iba bastante el mambo. Y, sobre todo, porque el verdadero plan de aquellos chalados no era tanto reconocer el terreno como continuar con la tradición iniciada por Major y reconquistar ellos solos el lugar aunque nadie se lo hubiese pedido. Poco después de ponerse en marcha, a medianoche, Arsenault cayó abatido por el fuego de una ametralladora regentada por un grupo de alemanes y su (bastante enfurecido) compañero decidió que finiquitaría el trabajo él solo: se cargó a dos de los asaltantes e hizo huir al resto. Avanzó entre las calles y apresó a otro enemigo después de darle un susto de muerte («Porque yo tenía pinta de pirata»). Localizó en una taberna a un oficial enemigo y le convenció de que la zona iba a ser bombardeada por lo que sería mejor que los alemanes se retirasen si no querían acabar hechos picadillo. Y a continuación le dejó libre, tras devolverle el arma que había requisado, confiando en que el hombre propagaría la noticia y sus tropas comenzarían a abandonar el emplazamiento.

Entretanto, y para hacer tiempo, se dedicó a corretear por la ciudad atacando a algunos soldados enemigos («Me cargué a unos cuantos, pero lo que intentaba era asustarlos, que entrasen en pánico»), apresando a medio centenar de ellos (en grupos que escoltaba hasta el exterior de la ciudad) y salpicando las esquinas con explosivos para acojonar al resto de alemanes que se le habían escapado. También aprovechó para prenderle fuego al edificio de la Gestapo y asaltar el cuartel general de las SS aniquilando a cuatro de sus ocho ocupantes («Debería haberlos matado a todos, pero no me dio tiempo»). Antes de las cinco de la mañana los alemanes decidieron retirarse y el héroe solitario transportó el cadáver de su compañero de vuelta al campamento base. Las tropas canadienses entraron en Zwolle sin ningún tipo de oposición. Léo Major había hecho aquello que mejor justificaría el ganarse una calle propia: liberar la ciudad por su cuenta.

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One-eye army. Imagen: dominio público.
Las hazañas bélicas de Major no terminaron ahí, porque casi una década después participaría en la guerra de Corea capturando y defendiendo una colina de los pelotones chinos durante tres días y desobedeciendo (para variar) las instrucciones de unos superiores que le ordenaron retirarse. Condecoradísimo, Major volvió a casa y presuntamente se pasó el resto de su vida bastante aburrido podando su jardín en Quebec.

Las gloriosas bastardas

María Bochkariova (1889-1920) llegó a este mundo como suelen hacerlo los héroes de guerra más letales: en el seno de una modesta familia de granjeros. Natural de Nóvgorod, Rusia, la mujer se desposó a temprana edad, con dieciséis años, y se trasladó a Siberia para trabajar como obrera junto a su marido. Cuando el hombre comenzó a abusar de ella, Bochkariova lo abandonó y se mudó a Srétensk junto a su nueva pareja, un judío llamado Yákov Buk. Ambos montaron una carnicería y se imaginaron una vida plácida fileteando terneros rusos, hasta que Buk fue arrestado por robo y enviado a otra ciudad (Yakutsk). Bochkariova lo siguió hasta allí para acabar montando otro negocio carnicero y volver a ver como su pareja era detenida de nuevo por hurto y trasladada a Amga, un pueblecillo rural. La mujer acompañó a Buk en su exilio y el hombre le agradeció tanta lealtad bebiendo como un cerdo y maltratándola físicamente.

A esas alturas, Bochkariova decidió que ya estaba hasta el coxx de todo y era hora de comenzar a matar gente: en 1914, al iniciarse la Primera Guerra Mundial, se mudó a Tomsk para presentarse como voluntaria y servir en el 25º Batallón de Reserva del Ejército Imperial Ruso de Tomsk. Pero los oficiales al mando le sugirieron que se metiera a enfermera si quería ayudar de verdad en el conflicto. La mujer optó por no rendirse y envió un telegrama al zar Nicolás II dejando bien claro que ella había nacido para repartir estopa. Obtuvo su beneplácito y los comandantes del 25º Batallón de Reserva del Ejército Imperial Ruso de Tomsk se vieron obligados a darle la bienvenida a regañadientes al equipo. Tras un trimestre de entrenamiento fue trasladada a Polotsk para batallar en el 5º Cuerpo del 28º Regimiento del Segundo Ejército.

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María Bochkariova calculando mentalmente las 762.549.218 maneras diferentes de las que podría matar a la persona que tiene enfrente. Imagen: Dominio público.
Bochkariova no tardó mucho en descubrir que le iba el rollo que se traían los soldados. Respetaba el uniforme y el peinado militar, disfrutaba de la sensación de poder, y el estilo de vida de las tropas le parecía tan interesante como para sumergirse de lleno en él: visitó burdeles y comenzó a tontear con mujeres. Sus compañeros de filas la adoraban porque sobre el terreno de combate era una guerrera excepcional, alguien que fue capaz de salvar la vida de más de cincuenta compañeros en apuros. Fue condecorada por ello, pero numerosas heridas durante el combate (incluyendo una lesión que la mantuvo paralizada durante cuatro meses) le obligaron a alejarse de las ofensivas y contentarse con colaborar en las unidades médicas o repartiendo suministros.

Tras la Revolución de Febrero de 1917 y la abdicación de Nicolás II, las reglas del segundo gobierno provisional dictaminaron que hombres y mujeres debían de ser tratados por igual, y en el Ministerio de Guerra comenzaron a recibir numerosas peticiones para crear escuadrones militares de mozas guerreras. De todas las solicitudes, la primera en ser oficialmente aprobada fue la de una María Bochkariova que a aquellas alturas tenía muy claro que, para no aguantar tonterías de los hombres (una constante durante su etapa en el ejército), bien se podía montar su propia brigada de gloriosas bastardas.

La mujer presentó su propuesta ante el ministro de guerra contando con el apoyo del presidente de la Duma, Mijaíl Rodzianko, y el general Alekséi Brusílov. Ambos creían que un batallón femenino podía ser un buen artefacto de propaganda, pero cuando dieron manga ancha a Bochkariova para seleccionar y comandar a las mujeres soldado descubrieron que en realidad aquello tendría poco de marketing publicitario y mucho de bestia parda con su propio ejército: las oposiciones para entrar a formar parte del escuadrón fueron tan duras y severas, simulando la disciplina del ejército previo a la Revolución de Febrero, que de dos mil voluntarias presentadas tan solo trescientas fueron capaces de pasar el corte.

La composición del batallón era de lo más variada, en aquellas tropas desfilaban desde campesinas hasta aristócratas, y Borachkariova apostó por erradicar toda señal de comportamiento femenino entre sus reclutas, las animaba incluso a fumar y maldecir como señoros para hacerlo todo más «real». Uno de sus discursos de reclutamiento era tal que así: «Ven con nosotras en nombre de tus héroes caídos. Ven con nosotras a secar las lágrimas y curar las heridas de Rusia. Protégela con tu vida. Las mujeres nos estamos convirtiendo en tigres para proteger a nuestros niños de un yugo vergonzoso, para proteger la libertad de nuestro país».

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María Bochkariova al frente de un ejército de ovarios del tamaño de los melones maduros.
El bautismo de fuego del 1er Batallón de la muerte de mujeres rusas tuvo lugar el 9 de julio durante la ofensiva de Kérenski en Smorgon. Al llegar se encontraron con que los ejércitos masculinos no las tenían todas consigo ante las órdenes de avanzar hacia terreno enemigo y decidieron que mejor iban por su cuenta dejando a los chavales atrás. Traspasaron tres trincheras alemanas y, a pesar de que se acabó perdiendo el terreno ganado por la ausencia de refuerzos, el comandante del regimiento elogió el coraje e iniciativa de aquel grupo de aguerridas. Por sus gestas bélicas diez mujeres de la formación fueron galardonadas con la Cruz de San Jorge y otras veinte con diferentes medallas. A pesar de todo eso, muchas autoridades militares rusas, soldados, políticos y cuñados siguieron tomándose a mofa la idea de un ejército de féminas. El equipo de Bochkariova acabó disolviéndose ante tantas presiones de varones enfurruñados.

María Bochkariova se hizo bastante famosa alrededor del globo y acabó realizando una gira mundial que la llevó a entrevistarse con el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, y el rey de Inglaterra, Jorge V. Entre las idas y las venidas fue detenida en al menos tres ocasiones por los bolcheviques (de una de ellas la rescató un antiguo compañero de filas). En el último de aquellos arrestos la cosa se fue de madre: tras cuatro meses de interrogatorios fue condenada y ejecutada por ser una «enemiga de la clase obrera». Un año antes le había dado tiempo a escribir su autobiografía entre viaje y viaje, un texto en el que la mujer dejaba claro que había nacido para vestir uniforme: «Mi corazón anhelaba estar aquí, dentro del caldero hirviente de la guerra para ser bautizado en su fuego y chamuscado en su lava».

La estrella

A James Stewart (1908-1997) la gente lo conoce por, en general, ser James Stewart. Aquel caballero que se convirtió en una pieza fundamental para Alfred Hitchcock participando en clásicos tan rotundos como La soga, La ventana indiscreta, El hombre que sabía demasiado o Vértigo. Pero también aquel que trabajó junto a Anthony Mann (Horizontes lejanos, El hombre de Laramie, Tierras lejanas), Otto Preminger (Anatomía de un asesinato), George Cukor (en Historias de Filadelfia compartiendo cartel con Cary Grant y Katharine Hepburn, ahí es nada), John Ford (El hombre que mató a Liberty Wallace) y protagonizó la incombustible ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, o la película más reposicionada de la historia que mejor tolera la gente por detrás de Pretty Woman. Pero más allá del firmamento hollywoodiense, Stewart también surcó otros cielos, sentado en un bombardero.

La familia de Stewart llevaba el espíritu guerrero en la sangre. Su abuelo había participado en la guerra de secesión, batallando contra el Sur, y su padre se las había visto contra España y Alemania. A finales de los años treinta su carrera cinematográfica estaba despegando con fuerza, pero el actor decidió que era más conveniente pilotar otras naves: compró su propio avión y obtuvo la licencia como piloto comercial antes de presentarse ante el Ejército de los Estados Unidos, donde fue rechazado por pesar demasiado poco. Obcecado con enlistarse, contrató los servicios del entrenador personal de la Metro-Goldwyn-Mayer y comenzó a ponerse fino de bistecs, pasta y batidos hasta que convenció al Cuerpo Aéreo Estadounidense de que daba la talla y, sobre todo, el peso adecuado.

Entró a formar parte del ejército el día veintidós de marzo de 1941 como soldado raso número 0433210 y tuvo que sufrir a los paparazzi, fotografiando incluso el momento en el que se le hacía entrega de la ropa interior, y a las hordas de chavalas que tenían ganas de verle rellenando el traje. Su comandante en jefe, un poco hasta las narices de todo, acabó clavando un cartel donde rogaba que dejasen a la estrella en paz al menos hasta que terminase su entrenamiento. En 1942 el actor se presentó vestido de uniforme en la ceremonia de los Óscar para entregarle el premio a Gary Cooper por su papel en El sargento York. Las normas de la casa obligaban cortésmente al anterior galardonado en la categoría a entregar el Óscar del año siguiente, y doce meses antes Stewart se había llevado uno por Historias de Filadelfia.

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Gary Cooper y James Stewart, 1941. Imagen: dominio público.
El problema para Stewart llegó cuando superado el entrenamiento y el circo mediático inicial comenzó a recibir tareas. Porque en el ejército nadie quería cargar con la culpa de cargarse a una estrella de cine enviándola al frente de la Segunda Guerra Mundial y, en lugar de destinarle a unidades de combate, lo acomodaron en un AT-11 Kansan para entrenamientos y posteriormente le asignaron la tarea de instruir a los novatos en el pilotaje de los Boeing B-17 Flying Fortress. Stewart acabó sentándose muy serio ante el teniente coronel Walter E. Arnold Jr y solicitó que le diesen algo de acción. Resultó tan convincente como para que lo destinasen al 703er Escuadrón, 445º Grupo de bombarderos, logró el ascenso en tres semanas y se dedicó a liderar numerosos ataques aéreos sobre fábricas, submarinos y complejos militares nazis.

Cuando en 1945 y tras una veintena de misiones cumplidas fue transferido a Old Buckenham, se le ocurrió presentarse en el lugar zumbado con su B-24 tan cerca de la torre de control como para espantar a los controladores. También logró aterrizar un avión con un motor en llamas y un piloto inconsciente, se llevó por delante los astilleros navales de Kiel a los mandos de un B-24 apodado Nine Yanks and a Jerk (Nueve yanquis y un idiota), sobrevivió a más de un par de situaciones límite, y comandó una flota de bombarderos durante la batalla de Berlín, en lo que posteriormente sería conocido como «Jueves negro» debido al elevado número de bajas americanas durante la contienda.

En Wikipedia hay una página entera dedicada a los galardones que ha recibido el hombre, donde se enumeran tanto medallas militares como premios cinematográficos. La pericia militar de Stewart fue tan extraordinaria como para convertirse en uno de los escasos americanos que escaló de soldado raso a coronel en tan solo cuatro años durante la Segunda Guerra Mundial. El actor se retiró del servicio activo en 1946, cuando ya tenía el rango de general de brigada, pero permaneció en la reserva durante otros veintidós años, trabajó en una base militar durante la guerra de Corea e incluso colaboró en Vietnam echando una mano con una misión alejada del frente.

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Stewart haciendo un high-five muy optimista. Imagen: Dominio público.
Aunque quizá la hazaña militar más notable de la estrella ocurrió en el interior de la base militar: al descubrir que uno de los equipos que estaban a su mando había escondido un barril de cerveza robada en el cuartel, decidió que en lugar de amonestarlos era mucho más elegante presentarse ante sus hombres con el barril, servirse un vaso de cerveza y sentenciar: «Se rumorea que hay un barril furtivo escondido por aquí, en algún sitio. Eso es un asunto muy serio del que deberíamos de hacernos cargo inmediatamente… si alguna vez encontramos dicho barril, por supuesto». Tras el anuncio, se terminó su birra y salió por la puerta.

https://www.jotdown.es/2019/02/compendio-de-heroes-de-guerra-extraordinarios-ii/
 
A CONSECUENCIA DEL SÍNDROME DE GUILLAIN-BARRÉ
¿De qué murió Alejandro Magno? Una nueva teoría explica sus últimos días de vida
El fallecimiento del héroe macedonio siempre ha sido objeto de discusión entre los expertos pero, ahora, ha nacido una última teoría que explicaría las dudas que quedaban abiertas



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Estatua de Alejandro Magno a lomos de Bucéfalo en Skopje. (EFE)



RUBÉN RODRÍGUEZ

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04/02/2019


Alejandro Magno es uno de los personajes históricos más fascinante de todos los tiempos. La insultante juventud con la que se convirtió enrey de Macedonia -solo tenía 20 años-, su capacidad estratega y su liderazgo en el campo de batalla pronto le convirtieron una leyenda, especialmente después de conseguir forjar uno de los imperios más grandes de la historia de la humanidad. Pero las extrañas circunstancias en las que murió con solo 32 años siguen siendo objeto de discusión.

Se sabe que Alejandro Magno murió entre el 10 y el 13 de junio cuando se encontraba en el palacio de Nabucodonosor II en Babilonia. Enfermó de manera repentina y, poco después de una semana, el gran héroe macedonio perdía la vida en extrañas circunstancias. Desde entonces hasta ahora, mucho se ha hablado sobre cómo y por qué falleció, aunque ahora una doctora neozelandesa, llamada Katherine Hall, cree haber encontrado la verdadera respuesta al misterio.


En las últimas décadas, dos teorías eran las que se esgrimían de manera más habitual para explicar la causa de su muerte: un envenenamiento o una infección por malaria. Ambas hipótesis eran las que, hasta la fecha, los experto consideraban más plausibles para poder explicar el repentino fallecimiento de Alejandro Magno en plena juventud, precisamente cuando en mejor estado de salud se encontraba. Ahora, una variable hasta la fecha no contemplada puede echar luz sobre lo ocurrido.

Se sabe que Alejandro Magno acudió el 3 de junio a un banquete y poco después de una semana perdía la vida. Por ello, se dio por hecho que había sido envenenado, en concreto con una planta llamada ballestera. Aunque el dolor muscular y la parálisis, síntomas que el héroe sufrió, encajan con los efectos de esta hierba, otras situaciones no tenían sentido: eso es lo que llevó a pensar que había podido contraer malaria, especialmente porque días antes había navegado por aguas pantanosas.

En ambas explicaciones, muchos de los síntomas que sufrió hasta su muerte encajan, pero otros no. Y ahí es donde Katherine Hall cree haber descubierto de qué falleció: una enfermedad neurológica llamada síndrome de Guillain-Barré. La doctora considera que esta enfermedad nació tras sufrir una infección bacteriana del tipo Campylobacter, posiblemente a consecuencia de haber ingerido algún alimento en mal estado o que hubiera sido mal cocinado.

"Alejandro sufrió una parálisis ascendente, de los dedos de los pies hacia arriba, pero mantuvo una mente clara dando órdenes a sus generales hasta el final. Se trata de una combinación inusual de síntomas y, de acuerdo a mi experiencia con casos similares, la mejor explicación es el síndrome de Guillain-Barré", asegura Hall a 'BBC'. No en vano, se trata de una enfermedad en la que el cuerpo ataca a su propio sistema nervioso y, en aquella época, conducía irremediablemente a la muerte.







Una muerte 'diferida'

Esta explicación también encajaría con lo que ocurrió una vez fallecido, pues la leyenda dice que Alejando Magno estuvo seis días incorrupto después de muerto y, solo entonces, comenzó a descomponerse, lo que los antiguos griegos consideraron como un claro ejemplo de que era un semidiós. Según Hall, nada más lejos de la realidad: el síndrome de Guillain-Barré pudo provocar una parálisis con un latido y una respiración tan tenues que diera la impresión de haber muerto antes de tiempo.

En opinión de Hall, esta teoría será la que mejor encaja en la muerte del héroe: explicaría por qué tardó una semana en fallecer, por qué su cuerpo se fue paralizando día a día y, por qué, se le creía muerto cuando en realidad estaba en los últimos momentos de vida. "Cada teoría tiene sus defensores y detractores, pero el diagnóstico de Guillain-Barré como causa de muerte explica muchos elementos dispares en una forma coherente", explica Hall sobre el fallecimiento de Alejandro Magno.

https://www.elconUna muerte 'diferida'Esta explicación también encajaría con lo que ocurrió una vez fallecido, pues la leyenda dice que Alejando Magno estuvo seis días incorrupto después de muerto y, solo entonces, comenzó a descomponerse, lo que los antiguos griegos consideraron como un claro ejemplo de que era un semidiós. Según Hall, nada más lejos de la realidad: el síndrome de Guillain-Barré pudo provocar una parálisis con un latido y una respiración tan tenues que diera la impresión de haber muerto antes de tiempo.En opinión de Hall, esta teoría será la que mejor encaja en la muerte del héroe: explicaría por qué tardó una semana en fallecer, por qué su cuerpo se fue paralizando día a día y, por qué, se le creía muerto cuando en realidad estaba en los últimos momentos de vida. "Cada teoría tiene sus defensores y detractores, pero el diagnóstico de Guillain-Barré como causa de muerte explica muchos elementos dispares en una forma coherente", explica Hall sobre el fallecimiento de Alejandro Magno.fidencial.com/cultura/2019-02-04/alejandro-magno-muerte-teoria-paralisis-guillain-barre_1802550/
 
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Boudica, la reina británica dibujada por Thomas Stothard. National Portrait Gallery, London



HISTORIA REBELIÓN CONTRA ROMA

Boudica, la reina británica que vertió sangre romana por la violación de sus hijas
Tras la muerte de su marido, el rey Prasutagus, las legiones saquearon su pueblo de forma salvaje. Ella lideró la venganza.


1 febrero, 2019

D. B.


La tribu de los icenos era un pueblo británico asentado en la parte más oriental de Inglaterra. Hasta la muerte de su rey Prasutagus en el año 60, gozaron de una suerte de estatus de vasallos del Imperio romano, es decir, una relativa independencia a cambio pagar impuestos destinados a llenar las arcas de Roma. Pero todo se derrumbó cuando la tribu se quedó sin su líder varón —y eso que Prasutagus había legado buena parte de su fortuna al emperador Nerón para evitar que su familia sufriese un probable expolio—.

El rey de los icenos se había casado con Boudica, una mujer procedente de la realeza britana con la que tuvo dos hijas. No había hombre en la cadena sucesoria para recoger el trono y ni el dinero recibido sació la avaricia. Según el historiador Tácito, los administradores del Imperio en Gran Bretaña aprovecharon la coyuntura para ordenar a los legionarios que confiscasen todo el territorio hasta entonces en poder de Prasutagus.


Boudica, de complexión fuerte y cabello rojizo, de carácter indomable, se rebeló ante los saqueos que estaban arrasando su pueblo. Pero su resistencia fue respondida con brutalidad: los soldados romanos apresaron a la reina de los icenos, la desnudaron y la azotaron dándole bastonazos. Su sufrimiento, sin embargo, no finalizó ahí: Boudica tuvo que ver con sus propios ojos cómo sus dos hijas eran violadas por turnos.

Semejante humillación hizo aflorar un enorme odio hacia los romanos, ganas de venganza. Boudica hizo un llamamiento a todas las tribus britanas para rebelarse contra la dominación y las atrocidades de los romanos. Según el historiador Dion Casio, la reina guerrera, la adalid del levantamiento, alentó a un ejército de unas 120.000 personas cuya primera acción fue atacar Camulodunum, la actual Colchester, el principal símbolo de la ocupación romana de Britania: allí había aceptado el emperador Claudio la rendición de los reyes britanos en el año 43.

La ciudad quedó arrasada en su totalidad y los romanos y sus aliados fueron torturados, crucificados, ahorcados... El enorme ejército de Boudica se dirigió después a Londinium, Londres, empujando a los enemigos a la retirada por una defensa que se antojaba imposible. Según Tácito, en Colchester, Londres y Verulamium, la tercera ciudad saqueada, fueron asesinadas unas setenta mil personas. Los rebeldes "se apresuraban no a tomar cautivos y a venderlos, ni a ningún otro comercio de guerra, sino a la matanza, a levantar patíbulos, hogueras y cruces". Fue la venganza más sangrienta posible.

Pero las legiones de Suetonio Paulino, mucho menores en número pero mejor adiestradas y con una mayor organización, pusieron fin a la rebelión en una batalla acaecida en algún lugar de las Midlands, una extensa llanura entre los montes Peninos y la cuenca del Támesis. La disciplina de los romanos derrotó al numeroso ejército británico. Boudica, al ver a su pueblo nuevamente sucumbir ante el poder el Imperio romano, se suicidó ingiriendo veneno, según Táctio.


La ciudad quedó arrasada en su totalidad y los romanos y sus aliados fueron torturados, crucificados, ahorcados... El enorme ejército de Boudica se dirigió después a Londinium, Londres, empujando a los enemigos a la retirada por una defensa que se antojaba imposible. Según Tácito, en Colchester, Londres y Verulamium, la tercera ciudad saqueada, fueron asesinadas unas setenta mil personas. Los rebeldes "se apresuraban no a tomar cautivos y a venderlos, ni a ningún otro comercio de guerra, sino a la matanza, a levantar patíbulos, hogueras y cruces". Fue la venganza más sangrienta posible.

Pero las legiones de Suetonio Paulino, mucho menores en número pero mejor adiestradas y con una mayor organización, pusieron fin a la rebelión en una batalla acaecida en algún lugar de las Midlands, una extensa llanura entre los montes Peninos y la cuenca del Támesis. La disciplina de los romanos derrotó al numeroso ejército británico. Boudica, al ver a su pueblo nuevamente sucumbir ante el poder el Imperio romano, se suicidó ingiriendo veneno, según Táctio.


https://www.elespanol.com/cultura/h...angre-romana-violacion-hijas/372963015_0.html


Boudica la reina guerrera - Canal Historia - Documental de la Britania Romana (Español)

 
Última edición por un moderador:
El Imperio romano cayó por el cambio climático

    • ISMAEL MARINERO
    • Madrid
    • 7 FEB. 2019

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Fotograma de la película 'La caída del Imperio romano'. MUNDO




Una pequeña edad del hielo fue el detonante de la debacle de Roma, afirma el historiador Kyle Harper, que también apunta a la peste como elemento clave: "Los gérmenes fueron más mortíferos que los germanos"

Para explicar las causas de la caída del Imperio romano se han elaborado todo tipo de teorías, hipótesis y conjeturas, incluido el papel de una aldea poblada por irreductibles galos y la poción mágica que los hacía invencibles. Las culpas suelen repartirse entre las luchas internas por el poder, el empuje de los bárbaros, el tamaño de la población o una economía insostenible. En los últimos años, algunos estudiosos están encontrando otros culpables gracias a la confluencia de disciplinas como la estadística, la paleoclimatología y la paleogenética.

Kyle Harper, profesor, vicepresidente y rector del departamento Classics and Letters de la Universidad de Oklahoma, ha aportado su propia teoría en El fatal destino de Roma (Crítica), «una crónica de cómo una de las civilizaciones más célebres de la Historia descubrió que su dominio sobre la naturaleza era más incierto de lo que había imaginado».

Como apunta Harper en las primeras páginas del libro, un clasicista alemán llegó a catalogar 210 hipótesis sobre la caída del Imperio romano, a la que ahora habría que añadir la que supone la 211. Si Edward Gibbon, el gran historiador inglés, apuntaba que «la caída de Roma fue el efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurada», Harper asegura que «la abrumadora fuerza de la naturaleza exige que la incluyamos en la Historia». Ambas variables, la superpoblación (hasta 75 millones de personas en el siglo II estaban bajo el paraguas del Imperio) y la alianza entre la climatología, los fenómenos naturales y la peste bubónica serían los verdaderos desencadenantes del derrumbe definitivo del dominio romano.

A través de la investigación de archivos naturales como núcleos de hielo, piedras rupestres, anillos de árboles, depósitos de lagos y sedimentos marinos, en los últimos años se ha establecido la existencia de lo que se conoce como pequeña edad de hielo de la antigüedad tardía, un enfriamiento de larga duración que fue seguido por tres grandes erupciones volcánicas entre los años 536 y 547 d.C. El óptimo climático romano, «una fase de clima cálido, húmedo y estable en buena parte del corazón mediterráneo del Imperio» contribuyó a la abundancia de las cosechas y a la prosperidad de la economía, pero acabó abruptamente por culpa de las partículas de ceniza, la reducción de la energía solar que llegaba a la Tierra y la brusca y prolongada caída de las temperaturas.

El clima por sí solo habría sido decisivo, pero aliado con otro agente letal como la peste de Justiniano causó el pánico ante lo que los propios romanos llegaron a considerar como el fin del mundo. Un apocalipsis a pequeña escala que acabó con la vida de millones de personas.

Para conocer cómo se propagó la enfermedad, Harper llega a establecer un atlas de las ratas, causantes de la rápida transmisión de la pandemia, y se apoya en la genética para descubrir por qué «los gérmenes fueron más mortíferos que los germanos». Gracias a los avances científicos «ahora tenemos el genoma completo» del evento más mortal de la Historia de la Humanidad hasta esa fecha. «Los arqueólogos y genetistas no sólo han utilizado el ADN para identificar el patógeno, sino también para ayudarnos a comprender su historia evolutiva», concluye.

Como señala en el libro, «los romanos construyeron un imperio interconectado y urbanizado en los límites de los trópicos y con tentáculos que se extendían por todo el mundo conocido». Así, las calzadas romanas y las rutas marítimas por el Mediterráneo no solo sirvieron para fomentar el comercio y la distribución de materias primas, sino para «crear una ecología de enfermedades que desencadenó el poder latente de la evolución de los patógenos».

A través de una detallada sucesión de acontecimientos, Harper va desmadejando los hilos que tejieron la caída. Y lo hace a través de una integración de las ciencias naturales, sociales y humanísticas (denominada consiliencia), favorecida por el papel de la Iniciativa por la Ciencia del Pasado Humano, dependiente de Harvard y con la que Harper colabora junto a otros científicos, historiadores y arqueólogos. «El trabajo interdisciplinario es duro. Se necesita compromiso, paciencia y un espíritu colaborativo. Pero es mucho lo que se puede lograr cuando personas con diferente formación se reúnen para trabajar en problemas históricos complejos».

Este tipo de investigaciones están aportando nuevos enfoques y lo seguirán haciendo en los próximos años. «Seguiremos aprendiendo mucho sobre la historia biológica de Roma. ¿Cuánto gente emigró? ¿De qué murieron? ¿En qué se diferenciaba la salud en las diferentes provincias?».

Todas las civilizaciones posteriores a la romana la han utilizado «como espejo y medida», planteándose dos cuestiones fundamentales: ¿cómo consiguió el Imperio durar tanto tiempo y por qué acabó cayendo? «Inevitablemente», señala Harper, «vemos algo de nosotros mismos en los romanos». Y deberíamos tomar nota de sus errores, saber que la naturaleza puede echar todo al traste en un abrir y cerrar de ojos, con nuestra inestimable colaboración.

«El cambio climático es una crisis para la Humanidad y el problema de las enfermedades infecciosas podría empeorar fácilmente en lugar de mejorar. Aunque se está avanzando mucho, los patógenos siguen evolucionando y la resistencia a los medicamentos es un problema real al que tenemos que hacer frente», concluye Harper. Nuestra historia, conviene no olvidarlo, puede ayudar a alertarnos sobre la complejidad del mundo natural que habitamos.

https://www.elmundo.es/cultura/2019/02/07/5c5b310ffc6c839a128b4653.html

 
HISTORIA
La verdad sobre Blas de Lezo: victorias ruinosas, esclavos y agonía de un imperio
Probablemente el almirante español merezca una película, pero esa cinta incluiría sorpresas si quisiera ser justa con los hechos


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Retrato de Blas de Lezo


JULIO MARTÍN ALARCÓN
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10/02/2019

Después de la heroica defensa naval del puerto de Cartagena de Indias en 1740 llegó el momento de hacer las cuentas. En concreto, a España le tocó pagar 100.000 libras esterlinas, una fortuna de la época en concepto de compensación a los ingleses como consecuencia de la victoria. Es correcto: ganamos la Guerra del Asiento (1739-1748) con la gran defensa del almirante Blas de Lezo al frente, pero además del coste militar hubo que liquidar el asiento contable con una compañía privada inglesa, la 'South Sea Company'. Salía a pagar. La gesta de Blas de Lezo es fácil de encontrar en cientos de páginas. El ventajoso acuerdo final para Inglaterra, no tanto.

Fue el precio por recuperar el comercio de esclavos negros y el navío de permiso que se habían cedido a Inglaterra en el Tratado de Utrecht de 1713 y que motivó a la larga la guerra. El negocio para Inglaterra, que había concedido el monopolio a la Compañía de los Mares del Sur —South Sea Company— demostró ser poco rentable, menos aún después de la interrupción de la guerra, así que tras la derrota devolvieron la concesión y endosaron a España unas cuentas plagadas de trampasque incluyeron hasta el uso de un cambio monetario descaradamente ventajoso, según describe Reyes Fernández Durán en 'La corona Española y el tráfico de negros. Del monopolio al libre comercio’ (2011).

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Cuando partidos como VOX y otros no dejan de ensalzar al gran marino apodado 'Mediohombre', supuestamente no reconocido en nuestro país -como la semana pasada cuando reclamaron una película durante la gala de los Goya-, habría que recordar que su hazaña no ha dejado de homenajearse en la última década: en 2014, una gran exposición en el Museo Naval, además de cientos de artículos, algunos de los cuales se han pasado de frenada con afirmaciones grandilocuentes que no se corresponden con la verdad, tal y como han demostrado en un reciente libro las historiadoras Mariela Beltrán y Carolina Aguado, comisarias de aquella exposición precisamente ('La última batalla de Blas de Lezo', 2018).

Lo que no se cuenta
Lo que no se cuenta habitualmente es el escabroso asunto del comercio de esclavos de negros de África que fue lo que motivó la guerra, y menos aún la ruina y el progresivo e imparable declive por el que se deslizaba ya el Reino de España. El tratado que puso fin a la Guerra del Asiento supuso además el fracaso del experimento político primero de Felipe V que con el Real Decreto de Flotas y Galeones de 1720 había comenzado una tímida liberalización del comercio con la inclusión de San Sebastián como puerto de comercio con Venezuela(Virginia León Sanz y Nicollo Guati, 'The Politics of Commercial Treaties in the Eighteenth Century: Balance of Power, Balance of Trade', 2017).





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Batalla naval Blas de Lezo


En las postrimerías del conflicto significaría también el fracaso del secretario de Estado de Fernando VI, José Carvajal y Lancaster que consistió en un insólito intento español por armar una paz duradera con Inglaterra (José Miguel Delgado Barrado, 'El proyecto político de Carvajal. Pensamiento y reforma en tiempos de Fernando VI' CSIC, 2001). Antes, Patiño había trasladado la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz y había reformado el comercio naval con los navíos de permiso. Con la victoria y la factura, los impulsos de retomar el poderío en los mares se diluyeron y llegaron las grandes derrotas contra los ingleses.

Tras pagar por ganar la guerra, solo diez años después, en 1761, España perdió dos puertos más importantes aún que Cartagena de Indias a manos de los mismos ingleses. Ocurrió en la Guerra de los Siete Años, que para España duraron solo dos, de 1761 a 1763. Fueron suficientes para perder nada menos que La Habana en 1761, la auténtica joya de la corona del imperio de Ultramar y, al año siguiente, Manila en las Islas Filipinas, que se rindió el mismo primer día del ataque inglés. No tiene mucha película.

En solo dos años, de 1761 a 1763, España perdió nada menos que La Habana, la auténtica joya de la corona y al año siguiente, Manila

A diferencia de la hazaña de Blas de Lezo, son dos derrotas tan invisibles en la historia de España que parece que nunca ocurrieron. Aquí se practica el olvido igual que en Gran Bretaña. Es fácil porque Cuba y Filipinas se perdieron otra vez en 1898, —en el caso de Cuba, la derrota naval le tocó al puerto de Santiago— el epílogo del desplome final de España como potencia colonial. Curiosamente, el balance de la derrota de la Guerra de los Siete Años se medio salvó, al menos en cuanto a territorios, con la firma de los tratados de paz: España cedió Florida a los ingleses a cambio de La Habana y Manila, que se recuperaron, y Francia compensó a Carlos III por su alianza cediéndole a su vez la inmensa Luisiana en Norteamérica.

Más se perdió en Cuba
Es más grato relatar la defensa de Cartagena de Indias de 1740 que contar no una, sino dos veces como cayó Cuba. Se conoce algo la última, la del almirante Cervera, que hizo lo que pudo en Santiago con una situación de partida tan inferior o más que la que tenía Blas de Lezo en 1740. La armada española no estaba tan anticuada como se ha contado en ocasiones, pero seguía a años luz de los barcos de EEUU. Los hombres que defendieron Santiago de Cuba son tan héroes como Blas de Lezo, solo que ellos perdieron. Pascual Cervera y Topete no solo no se rindió, sino que adoptó una decisión arriesgada para la defensa cuando lanzó a toda prisa a sus barcos fuera de la bocana del puerto para evitar el bloqueo naval de EEUU. No lo consiguieron. Desde lo alto de los restos de la fortificación española de Santiago se percibe lo difícil de la empresa.



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Almirante Pascual Cervera




En cuanto a Cartagena de Indias, la gran victoria de Blas de Lezo ha acabado por ensombrecer a Sebastián de Eslava, máxima autoridad de Cartagena de Indias durante el asedio y artífice también de la defensa del puerto, una figura que han rescatado Mariela Beltrán y Carolina Aguado. El relato de la batalla siempre esconde la ruinosa factura de la victoria. No es atribuible por completo a la audaz política exterior y comercial de José de Carvajal y Lancaster en los últimos estertores de la guerra de baja intensidad. Carvajal trató de establecer un acuerdo con los ingleses sobre la base de que era mejor "un aliado caro que tres ladrones", como Francia, Holanda y la propia Inglaterra (Vera Holmes 'Trade and Peace with Old Spain, 1667-1750').

Existe un largo debate en la historiografía sobre las virtudes y defectos de la cesión del asiento de negros y el navío de permiso. Eliminado el orgullo nacional de ceder el pastel de un monopolio a otra potencia, el nexo común reside en que falló por el contrabando de ambas partes y la relativa dificultad para obtener beneficios dentro del esquema de las dos potencias.

Nadie en la administración española se molestó en hacer los balances anuales correctamente con la Compañía de los Mares del Sur

Desde la década de 1720, hasta el estallido de la guerra en 1739, nadie en la administración española se molestó en hacer los balances correctamente con la Compañía de los Mares del Sur, que estaba obligada a presentar las cuentas cada cuatro años (Adrian Finucane, 'The Temptations of Trade: Britain, Spain, and the Struggle for Empire'). Tampoco existía un control exhaustivo en Inglaterra. En el momento de la negociación final el ministro español Carvajal estaba a ciegas, sin cifras ni contabilidad precisa a mano. Aún así se fajó duramente dos años, de 1748 a 1750, para reducir la deuda inicial de 300.00 libras que reclamaban los ingleses hasta la cifra final de los 100.000.

La oreja del marino Robert
El almirante inglés Edward Vernon estrelló una gran flota y perdió miles de hombres contra Blas de Lezo, que conocía con antelación el ataque inglés y había preparado concienzudamente la defensa. No obstante, los ingleses compensaron la derrota de Vernon con la firma de la paz de la Guerra del Asiento, que les salió a cuenta. Primero, porque la realidad es que las operaciones de la South Sea Company con la concesión de España del asiento de negros no eran rentables. Este fue el verdadero motivo para que Inglaterra declarara la guerra y no la anécdota de la oreja del marino Robert Jenkins, que en Inglaterra acabó dando nombre al conflicto ('War of Jenkins Ear').



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El almirante Edward Vernon, pintado por Phillips


Lo importante para Inglaterra del Tratado de Aquisgrán (1748) no fue tanto la compensación económica que consiguió para la Compañía de los Mares del Sur -en la que participaban los políticos 'whigs' ingleses- sino que mantuvo una importante ventaja comercial. Son los puntos 4 y 7 de la paz. El último era un rejonazo para España: los súbditos británicos podían disponer de los derechos de comercio de la época del fin de los Austrias adquiridos en 1667 durante el reinado de Carlos II. La historiadora Reyes Moreno lo recoge en el fragmento anotado del acuerdo: "En el legajo donde se guarda esta convención entre España e Inglaterra (...) se encuentra una nota sin fecha ni firma: 'Tratado de España e Inglaterra, 1750, extinguiendo el asiento de negros, y dando el último golpe mortal al Comercio, industria y libertad mercantil de la nación, principalmente por medio del artículo VII".

El balance global de toda la Guerra del Asiento, a pesar de la gran victoria de Blas de Lezo, fue un desatino que conllevó unas cuentas abusivas o injustificadas, en el mejor de los casos. Solo supuso un pequeño paréntesis en el ocaso de España como imperio, las derrotas humillantes y olvidadas durante la Guerra de los Siete Años, en favor de otras gestas como la de Bernardo de Gálvez, esperaban a la vuelta de la esquina. A su término, Carlos III levantó finalmente el monopolio de Cádiz y de la Casa de la Contratación, la tímida iniciativa de Felipe V que no se continuó: todos los puertos y todas las compañías privadas podrían comerciar, pero el imperio británico era ya dueño de los mares.


https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-02-10/blas-de-lezo-ruina-imperio-espanol-vox_1815014/
 
Compendio de héroes de guerra extraordinarios (y III)
Publicado por Diego Cuevas
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Todos los que están alrededor de Carton de Wiart (el caballero sin zurda en la imagen) morirán antes que él. Imagen: Dominio público.
(Viene de la segunda parte)

No sin mi espada

Mayo de 1940, un sargento alemán patrulla junto a su pelotón por una ciudad desierta en busca de soldados aliados a los que dar caza. De repente, escucha un grito de ataque llamando a la carga, pero antes de que pueda reaccionar nota un impacto bajo el cuello y es consciente de que ha sido golpeado por un proyectil enemigo. Se lleva la mano a la herida y descubre con asombro que tiene una flecha clavada en su cuerpo, eleva la mirada hacia una torre cercana y entonces lo ve: un inglés chalado empuñando un arco y blandiendo una espada en medio de la Segunda Guerra Mundial. Aquel sargento acababa de conocer a Jack Churchill y no tendría mucho tiempo para conocer a nadie más.

John Malcolm Thorpe Fleming Churchill (1906-1996), Jack Churchill para los amigos y «Mad Jack» o «Fighting Jack Churchill» para los enemigos, fue un oficial del ejército británico que participó en numerosas refriegas destacando por su arrojo y coraje, pero también por el llamativo detalle de saltar al campo de batalla armado con un arco, una espada y una gaita. Churchill formaba parte de una longeva familia británica de Oxfordshire, llegó a este mundo en Colombo (una colonia británica) y vivió sus primeros años entre Sri Lanka, Inglaterra y Hong Kong. Estudió en King William’s college y se apuntó al Royal Military College de Berkshire para recibir entrenamiento militar. Salió de allí en 1926 con el uniforme planchado, convertido en parte del Regimiento de Manchester y siendo destinado a servir en Burma.

Los años posteriores se los tiró entre las filas de aquel escuadrón viviendo a su manera y recorriendo sobre dos ruedas el sudeste asiático. Porque en general al hombre le aburría bastante tener el culo quieto: cuando se encontraba en Rangún (Birmania) se le encomendó asistir a un curso militar en Pune (India) y decidió, tras razonar que pillar un vuelo era para vagos y acomodados, recorrer los cuatro mil cuatrocientos kilómetros que separaban ambas ciudades en moto. Para la vuelta se lo tomó con más calma y optó por sacarse un billete de barco. Lo hizo en el puerto de Calcuta, tras conducir en su moto los dos mil y pico kilómetros que existen entre Pune y dicha urbe. Trotar motorizado por aquellas tierras era algo que parecía divertirle bastante y sus travesías a lo largo de Burma tenían más de aventura salvaje que de viaje placentero: al no existir carreteras en las rutas, Churchill conducía siguiendo las vías del tren y superaba los ríos cruzando sobre los puentes del ferrocarril, empujando la moto mientras caminaba sobre las traviesas procurando no caerse.

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Jack Churchill. Parece que está realizando trabajos administrativos, pero realmente está calculando cuantas flechas puede clavarle al fotógrafo antes de que se desplome por completo. Imagen: Dominio público.
En 1936, algo aburrido por la falta de acción de aquella época, decidió dejar el ejército y lanzarse a probar suerte en otros terrenos. Trabajó en la redacción de un periódico de Nairobi (Kenia) y como modelo de anuncio. Se esmeró en practicar con la gaita (se había aficionado al instrumento en Maymyo tras toparse con los Queen’s Own Cameron Highlanders) y en mejorar su puntería con el arco hasta que logró hacer oficial que era la hostia en ambos lances: en 1938 quedó finalista en una de las competiciones de gaita más importantes de Inglaterra y un año después representó a su país en los campeonatos mundiales de tiro con arco que se celebraron en Oslo. Ser tan mañoso con los instrumentos de viento y las armas de cuerda también le permitió colarse fugazmente en el mundo del séptimo arte. En la gran pantalla, Mad Jack ejerció de extra en películas como Revuelta en la India(donde aparecía tocando la gaita), El ladrón de Bagdad (donde aparecía disparando el arco) o Un yanqui en Oxford (donde aparecía remando, porque el tío en su momento también se había cruzado el Isis a golpe de pala).

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Jack Churchill en el campeonato mundial de tiro con arco. Imagen: Dominio público.
En septiembre de 1939 las cosas comenzaron a ponerse delicadas en Europa, los alemanes entraron en Polonia y Churchill reingresó en el ejército británico, en el Regimiento de Manchester, para ser destinado a Francia. Parecía el único que realmente estaba contento con todo el marrón de la Segunda Guerra Mundial: «Volví a mi abrigo rojo, el país se había atascado durante mi ausencia». Se le encomendó patrullar tramos tranquilos de Francia pero al hombre aquello le daba sueño y solicitó algo más animado. En mayo de 1940 Mad Jack fue enviado a Richebourg como como segundo al mando de infantería y comenzó a trabajar duro para ganarse su apodo: pisó el campo de batalla portando un arco largo, una gaita y una espada escocesa con guarda de cesta. Y tendió una emboscada a un destacamento alemán agujereando a un comandante de un flechazo y dando la señal de ataque con la tizona. Cuando sus oficiales le preguntaron a qué se debía todo eso de ir a la guerra empuñando un filo, Churchill contestó muy serio: «En mi opinión, señor, cualquier oficial que entre en acción sin su espada está incorrectamente vestido».

Mad Jack continuó la guerra en Dunkerque, hasta donde se supone que llegó montando en bici y con su arco sobre el lomo. Poco después fue enviado de vuelta a Inglaterra y se alistó en los comandos sin saber de qué iba eso (la organización se acababa de crear y no existía demasiada información sobre la misma) y con la intuición de que debía de ser una experiencia emocionante. Churchill disfrutó bastante con la dureza del entrenamiento y, a finales de 1941, se posó en Vågsøy , Noruega, tocando «The March of the Cameron Men» con su gaita antes de comenzar a repartir plomo y espadazos entre las formaciones enemigas.

Un par de años después se presentó en tierras italianas liderando a los comandos con su arco, espada y gaita para guerrear en Catania (Sicilia) y posteriormente en Salerno (Campania), donde capturó a cuarenta y dos nazis ayudado por un cabo llamado Rufell. A Salerno regresaría poco después de la contienda para recuperar su espada, que por lo visto se le había caído mientras trinchaba alemanes. En 1944 encabezó otro rebaño de comandos en Yugoslavia para echar una mano a los partisanos, y los alemanes se llevaron por delante a toda la tropa excepto a Churchill, que se encontraba tocando el «Will Ye No Come Back Again» con su gaita cuando una granada lo dejó inconsciente. Fue capturado, interrogado y trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, de donde se fugó para ser capturado de nuevo en las costas alemanas y trasladado a la alpina Tirol. Allí, las tropas de las SS abandonaron a los prisioneros a su suerte y el bueno de Jack se pateó más de ciento cincuenta kilómetros a pie hasta Verona para reencontrarse con tropas americanas.

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Juego: localícese a Jack Churchill en esta imagen de un grupo de comandos. Pista: es el único que lleva una espada. Imagen: Dominio público.
Como en la zona oriental del globo las cosas seguían bastante animadas, a Churchill lo destinaron a la guerra del pacífico para que le tocara la gaita un rato a los japoneses, pero fallaron con el timming: cuando llegó a Burma, Nagasaki e Hirosima habían sido desintegradas a base de bombazos y la guerra estaba finiquitada. Aquello no le sentó nada bien a un Mad Jack que se había molestado en afilar la espada: «Si no hubiese sido por esos malditos yanquis habríamos podido mantener la guerra en marcha durante otros diez años más». Eran unas declaraciones insólitas pero coherentes con la mentalidad de alguien que instruía a sus hombres con sentencias como «No hay nada peor que estar sentado sobre tu culo sin hacer nada porque el enemigo ha decidido dejarte solo». Posteriormente se sacó el tituló de paracaidista y en el abril de 1948 se encaró contra los árabes durante la masacre al convoy médico Hadassah.

La posguerra de Churchill fue mucho menos emocionante, pero también tuvo momentos estelares. Volvió a colarse en el cine haciendo de extra en Ivanhoe (disparando un arco), navegó el Támesis en barcos de vapor y ejerció de instructor en una escuela de guerra australiana. Por aquellas tierras descubrió el surf, y no se le dio mal: en julio de 1955 se convirtió en el primer británico que surfeó, sobre una tabla de fabricación propia, una ola del río Severn durante dos kilómetros. Cuando los testigos de aquella gesta le gritaron que saliera del agua por la naturaleza suicida de la tontería, Churchill se rio, les saludó y contestó «¡Estaré bien!». Churchill ostenta también el honor de ser la última persona conocida del hemisferio occidental que ha matado a alguien con un flechazo durante una guerra oficial. Curiosamente, durante sus aventuras militares la espada no fue el único complemento inusual que Mad Jack se atrevió a combinar con el uniforme: en una ocasión se presentó en un desfile cargando con un paraguas. Cuando uno de sus oficiales le preguntó por qué se le había ocurrido traérselo el hombre respondió muy diligentemente: «Porque está lloviendo, señor».

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Jack Churchill animando a la cuadrilla con alegres tonadillas. Imagen: Dominio público.
El inmortal

Sir Adrian Paul Ghislain Carton de Wiart (1880-1963) nació en Bruselas en el seno de una familia de aristócratas, aunque los rumores de la época aseguraban que su sangre tenía una graduación de pedigrí más elevado y en realidad se trataba de un hijo ilegítimo de Leopoldo II, rey de Bélgica. Aquel pequeño Carton de Wiart se tiró sus primeros años saltando entre las tierras de su padre (belga) y su madre (irlandesa) hasta que, tras el fallecimiento de la mujer cuando el niño solo contaba con seis años, su progenitor decidió hacer las maletas e irse a vivir al Cairo. Cuando soplaba las velas de los diez años su madrastra lo envió de vuelta a Inglaterra para que se sacase una educación británica. Pero entre los pupitres de la Universidad de Oxford (concretamente en el Balliol College) comprendió que tendría más futuro caminado entre los fusiles que entre los libros, y desertó de la carrera universitaria para inscribirse en la militar. Se alistó en el ejército británico mintiendo sobre su edad (tenía veinte años pero se echó encima cinco más), con un seudónimo de secundario de serie B («Trooper Carton») y bastantes ganas de participar en la segunda guerra Boer.

Años más tarde, en sus memorias dejaría claro que a él lo que había hecho tilín en un principio era la batalla en general: «Supe que la guerra estaba en mi sangre. Estaba decidido a pelear y no me importaba ni el quién ni el por qué. No sabía por qué había empezado la guerra y tampoco me importaba de qué lado iba a luchar. Si los británicos no me querían me ofrecería a los bóeres. […] Ahora sé que el soldado ideal es el que pelea por su país porque quiere luchar, y por ninguna otra razón. Las causas, la política y las ideologías es mejor dejarlas para los historiadores». En su caso el conflicto bélico parecía un hobby, uno que le llevaría a coleccionar tanto plomo en el cuerpo como para no poder volver a pasar nunca a través de un detector de metales sin fundirlo por sobrecarga.

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Carton de Wiart en un robado. Imagen: Dominio público.
El joven Carton de Wiart se presentó en la segunda Boer con mucha energía y pasión. Y recibió un par de tiros bastante feos en la ingle y el estómago que lo devolvieron a casa. A pesar de la bronca de su padre, que acababa de descubrir que la criatura había dejado los estudios para coleccionar agujeros nuevos en el cuerpo, no abandonó el ejército británico y unos cuantos años después fue enviado a África como parte de la acción aliada en Somalia. Allí se vio envuelto en una lid particularmente sangrienta contra los fanboys de Mohammed bin Abdullah, un encuentro en el que fue disparado dos veces en el mismo ojo, troceada su oreja a causa de otro balazo y herido en el codo por una astilla traicionera. Carton de Wiart describió posteriormente aquel enfrentamiento (del que, recordemos, salió sin ojo y con parche de pirata) como algo muy «excitante y divertido».

En 1915 fue destinado a Francia para liderar diversos batallones en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial y aprovechó para coleccionar nuevas muescas: recibió un balazo en la cabeza y otro en el tobillo durante la batalla del Somme, otro en la cadera durante la tercera batalla de Ypres, otro en la oreja mientras trotaba por Arrás (paso de Calais), y otro más en la pierna en Cambrai. Los enfrentamientos también le dejaron hecha trizas la mano y mientras los doctores decidían si era conveniente o no amputarle los dedos, el hombre se los arrancó por su propia cuenta (la leyenda dice que a mordiscos, aunque no está del todo claro) para ahorrarle tiempo a los cirujanos. En el fondo tampoco parecía preocuparle demasiado quedarse sin zurda, porque comparó el perder aquel miembro con «quitarse un diente».

A pesar de tantas magulladuras, el aguerrido Wiart no se alejó de las aventuras locas: cumplió misiones en Polonia, sobrevivió a un accidente de avión, fue capturado en Lituania y se tiroteó con el Ejército Rojo desde un tren en plan película del Oeste. En 1923 se retiró del ejército siendo general, pero aquello fue más un paréntesis entre guerras que una jubilación real, porque en 1939 volvió a la acción encabezando las misiones británicas en Polonia. En la frontera rumana su destacamento fue atacado por los aviones de la Luftwaffe pero Wiart salió ileso, en Noruega la fuerza aérea alemana bombardearía la ciudad (Namsos) que estaba intentado tomar junto a sus hombres y en Trondheim sufrió diversos ataques de tropas alemanas, ametralladoras, bombarderos y la marina enemiga.

En 1941, el avión en el que viajaba Carton de Wiart rumbo a Belgrado para negociar una alianza con el gobierno yugoslavo se estrelló en el mar tras perder dos motores, pero el hombre sobrevivió al impacto y fue capaz de nadar hasta la costa, donde sería apresado por las autoridades de la Libia italiana. Convertido en prisionero de guerra, Carton de Wiart intentó fugarse en al menos cinco ocasiones tirando de métodos tan clásicos como construir un túnel durante meses (con el hándicap añadido de solo tener una mano disponible) y huir disfrazado del clásico campesino italiano que no sabía hablar italiano y tenía pinta de pirata manco. De manera inexplicable lo acabaron pillando, y no sería liberado hasta un par de años más tarde. Posteriormente colaboró con el gobierno italiano en misiones secretas y se convirtió en el representante personal de Winston Churchill en China. Se retiró definitivamente de las aventuras militares a los sesenta y seis años, con el rango de teniente general. Murió a los ochenta y tres, en su casa.

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Carton de Wiart en el Cairo en 1943, meditando para qué quiere la gente dos manos si con una ya se puede sujetar la pipa. Imagen: Dominio público.
Carton de Wiart no era la persona más abierta del mundo y lo cierto es que era bastante rancio en lo que respecta a la multiculturalidad: antes de pisar China pensaba que los chinos eran «Gente pequeña y caprichosa, con costumbres pintorescas que se dedicaban a tallar jade y venerar a sus abuelas» y al encararse en la frontera con un grupo de guardias rumanos les informó de que en Rumanía solo se había encontrado con tres tipos de personas «Chuloputas, homosexuales y violinistas». Pero su puntuación en el terreno bélico, y esa profunda manía por no querer morirse, resulta envidiable: participó en tres grandes guerras, sobrevivió a bombardeos, coleccionó agujeros en la cabeza, cadera, estómago, ingle, oreja, talón y piernas, perdió un ojo y una mano, fue prisionero de guerra, se estrelló dos veces y casi muere congelado en el mar. Cuando la gente le preguntaba por su pasado militar, aquel Mister Potato humano siempre contestaba: «Sinceramente, disfruté de la guerra».

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Milunka Savić (1892 aprox.-1973) nació en la localidad serbia de Koprivnica, en un pequeñísimo pueblo de una veintena de habitantes, y acabó tallando su nombre en la historia a lo bestia al convertirse en la mujer que (probablemente) atesoró más condecoraciones militares. Lo más llamativo de todo esto es que, cuando comenzaron sus tribulaciones soldadescas, ni sus compañeros ni sus superiores sabían que los enormes huevos que demostraba aquel temerario soldado eran en realidad un par de gónadas internas unidas a unas trompas de Falopio.

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Milunka Savić. Imagen: Dominio público.
En 1913 estalló la segunda guerra de los Balcanes por culpa de un montón de señores que no se ponían de acuerdo sobre dónde plantar el alambre que delimitase las fronteras. Y en el buzón del hogar de Savić no tardaría en aparecer una misiva citando a su hermano para formar parte del ejército y servir en el frente. Aquí es donde la cosa comienza a ponerse interesante: Milunka Savić decidió sustituir a su hermano en el combate, se cortó el pelo, se enfundó en ropa de hombre y se presentó ante las autoridades poniendo voz de machote y cara de no saber porque la genética le había parido tan imberbe. La treta le salió bien en un principio, no tardó en catar el combate en Bregalnica, recoger su primera medalla y ascender a cabo. Participó en nueve misiones más procurando (como casi todos los soldados) no acabar visitando la enfermería, pero en la última de ellas la metralla le perforó el pecho y los médicos al desnudarla para atenderla en el hospital descubrieron que eh, esto no debería de estar aquí.

Con su verdadero s*x* revelado, a Savić se le ordenó presentarse ante su comandante. Y la mujer se encontró con un hombre que tenía muy claro que la guerra no era cosa de señoritas, pero también con que ese mismo hombre era un oficial que no tenía ningún interés en perder a una soldado tan valiosa y aguerrida. Se le ofreció el traslado a la unidad de enfermeras y Savić lo rechazó alegando que el único modo en el que ella serviría a su país sería con un arma al hombro. El oficial prometió pensárselo con calma y otorgarle una respuesta al día siguiente, y una hora después la devolvió al frente para seguir masacrando enemigos. Aquello se le dio bastante bien; durante la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Kolubara, se coló de un brinco entre las trincheras austriacas y capturó ella sola a una veintena de soldados a punta de bayoneta, un acto por el que fue condecorada con la Estrella de Karadjordje con Espadas.

Su segundo galardón estrellado sería más espectacular y, lo que es más encantador, llegaría propiciado por la necesidad de hacer de vientre: en 1916 Savić estaba asentada junto a sus compañeros en los alrededores del río Crna cuando tuvo que ausentarse para hacer sus necesidades en lo profundo del bosque. Pero al volver a la base se desorientó por completo y acabó metiéndose por error en medio de un campamento enemigo búlgaro. La mujer aprovechó que se sentía ligera y el enemigo estaba bastante confuso para detener por su cuenta a los veintitrés soldados enemigos del asentamiento recién descubierto. Su currículo en todas aquellas lides la cubrió con un medallero envidiable: Francia le colgó la Croix de Guerre (fue la única mujer que la recibió durante la Primera Guerra Mundial) y la Legion d’Honneur, Gran Bretaña la Medalla de la Distinguidísima Orden de San Miguel, Serbia la Medalla a la Valentía y Rusia la Cruz de San Jorge.

A Savić la retiraron del ejército en 1919 y decidió buscarse el pan en Voždovac (Belgrado) pese a que los franceses le ofrecieron una pensión decente como compensación por sus servicios durante la guerra si se instalaba en sus tierras. Durante la Segunda Guerra Mundial, y ante la imposibilidad de combatir en ella, se dedicó a prestar ayuda médica a los partisanos yugoslavos. Pero acabó siendo apresada y enviada a un campo de concentración alemán durante diez meses tras negarse a trabajar (ejercía de limpiadora) en un banquete donde varios oficiales nazis estarían presentes. De vuelta en Voždovac sobrevivió de manera miserable y con escasos recursos hasta que, a principios de los setenta, varios artículos periodísticos denunciando sus condiciones de vida propiciaron que el gobierno le regalase un pequeño apartamento. Murió a los ochenta y un años en 1973, ostentando un par de records difíciles de superar: no solo es la mujer que ostenta el mayor número de reconocimientos por sus servicios en el ejército, sino que además es el único soldado de la historia que fue capaz de ganarse una condecoración cuando se fue a cagar al bosque.

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Milunka Savić la única persona del mundo que es igual de peligrosa sosteniendo ese fusil que agarrando un rollo de papel de váter. Imagen: Dominio público.
https://www.jotdown.es/2019/02/compendio-de-heroes-de-guerra-extraordinarios-y-iii/
 
Perdidos en el intervalo
Publicado por Karlos Zurutuza
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Las dos fotografías entre estos párrafos están sacadas en el mismo lugar y a las mismas personas, padre e hijo, pero con un margen de cuatro años. Si llegan al final de esta historia comprobarán que es entonces cuando empieza.

El primer retrato lo hice en octubre de 2014, y a las pocas horas de llegar a Serêkaniyê, una localidad kurdosiria justo en la frontera con Turquía. Cuando uno se planta con su cámara y su libreta en uno de estos lugares es difícil hacer planes: uno puede quedarse a las puertas, atascado en el checkpoint de entrada por la razón más peregrina, o sin poder salir una vez dentro. Más que buscar la historia se trata de esperar a que el puro azar te la sirva en bandeja. Lo más recurrente es empezar con una visita al hospital y otra a la escuela. El primero da una idea de los niveles de violencia, y el segundo de la gente que ha huido. La escuela no solo estaba cerrada, sino que se había convertido en la sala de operaciones de la milicia kurda. Entre combatientes de camuflaje que hablaban nerviosamente por teléfono y civiles que mataban el tiempo fumando, destacaba un hombretón calvo y fornido. Se llamaba Brian Wilson, y era un antiguo sheriff de Ohio de cuarenta y dos años que había llegado a Siria «tras un divorcio complicado». Si bien el que fuera uno de los primeros voluntarios internacionales en enrolarse en la milicia kurda me concedió una entrevista, prefería que el protagonista de mi historia de Serêkaniyê fuera un kurdo local. Como nos encontrábamos en el edificio de la antigua escuela, se me ocurrió preguntar dónde estaban los niños.

—Solo queda uno—, dijo alguien. —Lo encontrarás en la Asociación de Familiares de los Mártires—. Ya tenía mi historia.

La asociación en cuestión era uno de esos lugares en los que se limpiaba a los cadáveres y se los vestía de uniforme antes de meterlos en un ataúd. Sus fotos colgaban de las paredes, y eran sus padres, madres, esposas, hermanos, hijas, los que los que gestionaban el centro, todos voluntarios. Zahra me pidió que le hiciera una foto junto a la de su hijo, y Alí posó junto a la de su hermano. Decía que soñaba con ser periodista hasta que lo mató un francotirador yihadista en 2012. Fue al primero al que enterró, y habían sido unos cuantos desde entonces. Le ayudaba siempre su hijo Diar, de trece años.

—Estos tres llegaron completamente carbonizados; a esta le cortaron la cabeza, lo mismo que a esos dos…—. Uno a uno, Alí desgajaba la historia de media docena de entre el más de un centenar de rostros cuya mirada se perdía en el infinito de aquella habitación. Mientras el padre seguía poniendo caras al horror, el hijo no levantaba la vista del suelo. Solo la llegada de los dos féretros encargados por la asociación interrumpió aquel relato: tras descargarlos e introducirlos en la estancia, Alí y Diar los envolvieron mecánicamente en la tela roja habitual. Maniobraban con la precisión adquirida tras un rutina repetida a diario, rematando la faena tras colocar la enseña amarilla de la milicia kurda y una corona de flores de plástico sobre los ataúdes.

Aquello era fácil. Alí decía que limpiar y amortajar los cadáveres era mucho más laborioso, pero que su hijo siempre estaba con él para echar una mano. Subrayó lo de «siempre». El trabajo se les amontonaba. Aquel día fueron tres muertos pero Alí decía que, pocos días antes, habían llegado a tener hasta dieciocho. Le escuchaba mientras pensaba que me enfrentaba a la entrevista más difícil que haría nunca. ¿Qué se le pregunta a un niño que amortaja cadáveres? Hablar de la escuela, o de si quedaba con sus amigos los fines de semana, no era una opción. Bastaba una sola pregunta para establecer contacto; podía haber sido algo sobre fútbol, cuál era su equipo favorito, algo así, pero no se me ocurrió entonces.

—Dile cuánto querías a tu tío; dile que os pasabais el día juntos en el Internet café. Explica al periodista lo que decías los días en los que más bombas caían: «¡Que echen todas las que quieran, que no nos vamos a ir!»—, insistía Alí, sin éxito. El niño rehuía el contacto, ahora esmerándose en centrar la corona sobre el segundo ataúd. Cuando se incorporó le pregunté qué quería ser de mayor.

—Seré soldado—, soltó. Luego les hice el retrato.

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Si bien les mandé la historia que publiqué entonces a través del e-mail de otro voluntario de la asociación, nunca recibí respuesta. Muchas veces me pregunté qué habría sido de Diar; si lo habrían matado, o si seguiría allí, entre aquellos muertos que le habían robado la infancia. Hace dos semanas, cuatro años después de aquel encuentro, volví a Serêkaniyê para salir de dudas. La asociación seguía igual, excepto por una hermosa estufa de leña y el gran número de nuevas incorporaciones en las paredes. Había gente tomando té, tanto familiares de los muertos como otros que no tenían nada que ver con todo aquello. Sin electricidad, pero con calefacción y té gratis casi a todas horas, probablemente no haya mejor lugar en Serêkaniyê para matar el tedio, o al menos compartirlo.

En mitad de una conversación casual pero apagada, alguien comentó que el último cadáver había llegado quince días atrás. Nada que ver con los peores años de la guerra. Zahra, la voluntaria, se acordaba de mí y yo de ella. También le hizo ilusión que reconociera a su hijo entre los retratos. Recordé que era el único que posaba con visera. Le pregunté por Diar y Alí, y ambos aparecieron diez minutos después tras una llamada de teléfono. A punto de cumplir los dieciocho, el chaval era ya más alto que su padre y lucía uno de esos cortes de pelo de futbolista que tanto gustan en Oriente Medio. Él mismo me explicó, en inglés, que habían dejado la asociación en 2017 y que, para entonces, ya solo ayudaba con los muertos a la salida de la escuela. No quise incidir sobre aquello porque tampoco hacía falta. En vista de que ambos estaban bien, solo me interesaban sus planes para el futuro.

Alí había recuperado sus tierras tras la expulsión de los yihadistas del territorio y, a pesar de aquel invierno inusualmente frío, esperaba una buena cosecha de trigo. A Diar le quedaban unos meses para acabar la secundaria. Le recordé que, cuatro años atrás, me había dicho que quería ser soldado. —Todos queríamos ser soldados entonces—, me dijo. Ahora decía que prefería estudiar alguna ingeniería en la universidad. Luego les pedí que posaran en el mismo lugar en el que lo habían hecho cuatro años atrás.

Antes de despedirme, intercambiamos nuestros teléfonos en whatssapp y vi sonreír a Diar en su foto de perfil. Parecía un chaval más su edad. Sigo en contacto con él, y también con su padre. Este último me ha mandado alguna foto posando con su hijo cuando era un bebé. Quizá sea su forma de reivindicar cierta normalidad: antes de todo aquello, Alí también fue una vez un padre como otro cualquiera. A menudo es el propio Diar el que usa esas fotos para su perfil. Lo cambia a menudo, saltando de la niñez a la edad adulta, pero evitando siempre ese intervalo de cuatro años entre ambas.

https://www.jotdown.es/2019/02/perdidos-en-el-intervalo/
 
La leyenda de la conquistadora española que decapitó a siete caciques para evitar una matanza


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Inés Suárez ha pasado a la historia por ajusticiar a varios nativos, pero lo cierto es que su historia bien podría ser una exageración. El debate está abierto: ¿Cruel guerrera o valerosa exploradora? José Luis Hernández Garvi, autor cuyos libros recomendamos, alberga su opinión sobre el tema


Inés Suárez, española de nacimiento, ha pasado a la historia por acabar con la vida de siete caciques chilenos para evitar que medio centenar de conquistadores españoles fuesen masacrados en Santiago. Sin embargo, también fue una de las pocas mujeres que se atrevieron a partir hacia el Nuevo Mundo y la única que se embarcó en la exploración de la costa americana junto a su amante, Pedro de Valdivia, allá por el siglo XVI. En la actualidad, por tanto, parece difícil saber si fue una heroína, una villana o (simplemente) una persona de su tiempo que se vio obligada a tomar medidas drásticas ante una situación desesperada. Con todo, algunos estudiosos de su figura son partidarios de que esta ejecución podría haber sido exagerada en los libros. ¿Realidad o ficción?


Hacia América

Poco se sabe de la vida de Inés Suárez antes de viajar al Nuevo Mundo. Así lo afirma el divulgador histórico José Luis Hernández Garvi en su obra « Adonde quiera que te lleve la suerte» (Edaf, 2014). Según se cree, esta mujer nació en Plasencia, Extremadura, allá por 1507. «Contrajo matrimonio en Málaga para enviudar poco después, circunstancia que la llevó a tomar la decisión de embarcarse al Nuevo Mundo», desvela el autor. Lo mismo opina Sergio Martínez Baeza en su artículo sobre esta curiosa heroína publicado en la Real Academia de la Historia. Este experto señala, por su parte, que las crónicas la definen como «mujer de mucha cristiandad».

Al parecer, la decisión de viajar al Nuevo Mundo la tomó tras barruntar seriamente convertirse en monja tras la muerte de su marido. Sin embargo, al final prefirió cruzar el Atlántico en busca de una nueva vida en 1537, cuando sumaba ya una treintena de primaveras a sus espaldas. Ese año, junto a una sobrina, embarcó en el puerto de Cádiz a bordo del barco del maestre Manuel Marín. «Después de llegar a su destino, su rastro reaparece en Cuzco, donde encontró trabajo como gobernanta en la casa de Pedro de Valdivia», añade el escritor en su obra. Probablemente desconocía que su patrón sería el futuro conquistador de Chile y uno de los amigos más cercanos de Francisco Pizarro.

Como si de una película americana se tratase (no en vano se suele afirmar que la realidad supera la ficción), nuestra Inés cayó rendida a los encantos de Valdivia, veterano de batallas como la de Pavía. Y otro tanto le ocurrió al curtido militar. Aunque en su caso tenía más delito, pues había dejado a su mujer esperándole al otro lado del Atlántico entre sollozos. Debieron pensar que lo pasa en el Nuevo Mundo no tiene por qué saberlo el Viejo, porque ambos iniciaron un romance de esos que todo el mundo sabe, pero que nadie admite para evitar tensiones innecesarias. Dónde se conocieron es otro de los misterios sin resolver. ¿Venezuela? ¿Cuzco? Existen tantas versiones como estudiosos del tema.

En todo caso, lo que está claro es que, como señala Baeza, Inés «habría optado por trabajar cuidando a los soldados heridos, lavando y componiendo sus ropas». Todo ello, mientras su amante le contaba historias sobre sus andanzas pasadas. Anécdotas que hablaban, por ejemplo, de su nombramiento como maestre de campo tras haber demostrado de sobra su valentía o de la guerra civil que se había desarrollado cuando el también conquistador Diego de Almagro se había enfrentado contra el mismísimo Francisco Pizarro.

«Finalizada la guerra civil entre conquistadores, su lealtad había sido recompensada con extensas tierras […] y una mina de plata en Cerro de Poco, cerca del Potosí», añade Hernández Garvi.


Nuevas conquistas

Pero ni todo ese poder sació a Pedro de Valdivia quien, en 1539, solicitó permiso para iniciar la conquista de Chile. No lo haría solo, pues desde el principio doña Inés se mostró resuelta a acompañarle. A la postre, la extremeña se mostró como un gran activo después de que, aprobada la expedición, arribara a aquellas tierras Pero Sancho de Hoz enarbolando tres Reales Cédulas que le autorizaban a navegar exactamente por la misma región que ansiaba tomar el amante de nuestra protagonista. Aunque Pizarro quiso ser salomónico y ordenó que las fuerzas fuesen dirigidas por ambos, Suárez se preocupó de que aquel recién llegado no traicionase a su amado y, de hecho, evitó que fuera asesinado en varias ocasiones.

Los meses siguientes se tradujeron en kilómetros recorridos por la expedición de Valdivia y doña Inés. Así, hasta la llegada al desierto de Atacama (al norte de Chile). Un territorio que se convertiría en una dura prueba para los conquistadores españoles. «Sometidos a los rigores extremos de las temperaturas del día y de la noche, sin agua y con escasos víveres, Valdivia dividió a sus huestes en cuatro grupos que marchaban separados entre sí por una jornada de distancia; de esta forma esperaba no dejar exhaustas las escasas fuentes y pozos que se encontraban en el camino», añade Hernández Garvi. Pero esa idea no sirvió para paliar la brutal sed y el calor abrasador que tenían que sufrir.
«Los informes de los yanaconas, aliados de los españoles, hablaban de miles de guerreros preparados para la batalla»
Durante el trayecto, la joven se dedicó a cuidar a los enfermos y a tratar de mitigar el impacto emocional que suponía hallar los cuerpos momificados de la expedición de Diego de Almagro, quien también había intentado hacerse con Chile. Fue en ese momento de máximo sufrimiento cuando, según las crónicas, doña Inés obró un milagro solo equiparable al que, años después, se viviría en Empel. Al parecer, la amante de Valdivia ordenó a varios hombres que hicieran un pozo en un lugar concreto del territorio.... Y la sorpresa fue mayúscula cuando brotó un manantial de agua de él. Así se recuerda este hecho en la «Crónica del reino de Chile» de Pedro Mariño de Lobera y Bartolomé de Escobar:

«Estando el ejército en cierto paraje a punto de perecer por falta de agua, congojándose una señora que iba con el general llamada doña Inés Suárez, natural de Plasencia y casada en Málaga, mujer de mucha cristiandad y edificación de nuestros soldados, mandó a un indio cavar la tierra en el asiento donde ella estaba, y habiendo ahondado al punto de una vara, salió al punto el agua tan en abundancia que todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia. Y no paró en esto su magnificencia, porque hasta hoy conserva el manantial para toda gente, lo cual testifica ser el agua de la mejor que han bebido la del jagüey de doña Inés, que así se la quedó por nombre. Con esta y otras dificultades y trabajos casi increíbles llegaron los españoles a Copiapó, que es la primera tierra poblada de las de Chile».

Aquel curioso milagro permitió, según las crónicas, que la expedición de Pedro de Valdivia arribase felizmente hasta el fértil valle del Copiapó y que la mayoría de sus hombres se salvasen. Corría por entonces octubre de 1540. Ni los nativos, organizados para acabar con ellos, pudieron detener a estos aguerridos españoles en su avance por la región. Una zona que fue tomada en nombre del rey de España y bautizada con el nombre de Nueva Extremadura. A partir de entonces continuaron hacia el sur hasta que llegaron al cerro de Huelén, donde fundaron en 1541 la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura. El amante de Inés adoptaría, no mucho después, el cargo de Gobernador y Capitán General Interino de la urbe en nombre del Rey después de escuchar rumores que hablaban del asesinato de Pizarro.


Defensa sangrienta

Los días fueron pasando entre más conquistas, batallas sangrientas (como la del valle del Aconcagua) y conspiraciones para tratar de arrebatar el poder a Valdivia. Así llegó septiembre de 1541, un mes aciago para Inés y su amante, pues fue en el que los nativos decidieron unirse en torno a la figura del cacique local Michimalonco para asaltar Santiago y pasar por la espada a todo aquel conquistador español que hubiese en su interior. Pintaban bastos.

«Los informes de los yanaconas, aliados de los españoles, hablaban de miles de guerreros preparados para la batalla», añade el autor español en su obra. El maestre de campo partió entonces a su encuentro y dejó en la urbe a una cuarentena de peninsulares y a dos centenares de aliados indígenas al mando de su lugarteniente. «Este organizó las defensas, reforzando la empalizada que protegía a la población y repartiendo armas a sus escasas fuerzas», completa Hernández Garvi. También escondieron en el lugar a siete caciques locales que habían atrapado y que, en caso de extrema necesidad, pensaban canjear por su vida.



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El 11 de septiembre, antes del amanecer, el infierno se desató ante los españoles de Santiago, donde también se encontraba Inés. De la nada, miles de guerreros rodearon la empalizada y se dispusieron a tomar la ciudad. No pudieron elegir mejor hora para atacar, pues la oscuridad impidió a los españoles disparar sus arcabuces contra los asaltantes (no demasiado efectivos, pero sí aterradores). El relevo lo tomó la caballería, que se vio obligada a lanzarse en varias ocasiones contra los enemigos para obligarles a retroceder. Por entonces, en el Nuevo Mundo no había nada más letal que un envite de los jinetes hispanos, pero el número de enemigos era tan alto que parecía imposible rechazarles.

Durante todo el asedio, doña Inés se dedicó, en principio, a cuidar de los heridos y ayudar a los soldados en mitad del combate. «Ante la escasez de españoles suficientes para rechazar los continuos ataques de los indios, la española animaba a los heridos a los que había prestado primeros auxilios para que, sin pérdida de tiempo, volvieran a ocupar su puesto en la empalizada», añade el autor español. Por si fuera poco, cuando la situación empezó a ser desesperada, se puso una coraza y se dedicó a alentar a los combatientes y a instarles a mantener su posición. La premisa era no rendirse. Al final, no obstante, los peninsulares terminaron retrocediendo ante el empuje de los enemigos.


La dura decisión

En ese momento fue en el que, según algunas crónicas, Inés decidió que la única forma de evitar la matanza de los hombres de Valdivia era acabar con la vida de los caciques presos para desmoralizar a los asaltantes. Según Hernández Garvi, la propuesta fue rechazada por el lugarteniente de su amante. No porque fuera una barbaridad, sino porque creía que eso enfurecería mucho más a sus enemigos. La historia oficial incide en que Inés logró convencer a los soldados y que, al ver que nadie se atrevía a acabar con los reos, ella misma desenvainó una espada y les dio muerte decapitándoles. Así lo afirma el primer cronista que dejó constancia de este hecho, Jerónimo de Vivar, en su «Crónica y relación copiosa y verdadera del reino de Chile» (escrita en 1558):

«Cuando allegó a la puerta de la casa, salió una dueña que en casa del general estaba, que con él había venido sirviéndole del Pirú, llamada Inés Juárez, natural de Málaga. Como sabía, reconociendo lo que cualquier buen capitán podía reconocer, echó mano a una espada y dio de estocadas a los dichos caciques, temiendo el daño que se recrecía si aquellos caciques se soltaban. A la hora que él entraba, salió esta dueña honrada con la espada ensangrentada, diciendo a los indios: «Afuera, auncaes» que quiere decir: «Traidores, que ya yo os he muerto a vuestros señores y caciques», diciéndoles que lo mismo haría a ellos y, mostrándoles la espada, los indios no le osaban tirar flecha ninguna […] Mandó luego el teniente llevar los malheridos a donde aquella dueña estaba y ella los curaba y animaba».


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Pedro de Valdivia


Su plan, según parece, funcionó. Así lo dejaron escrito también los cronistas Pedro Mariño de Lobera y Bartolomé de Escobar en la obra ya mencionada:

«Mas como empezase a salir la aurora y anduviese la batalla muy sangrienta, comenzaron también los siete caciques que estaban presos a dar voces a los suyos para que los socorriesen libertándoles de la prisión en que estaban. Oyó estas voces doña Inés Juárez, que estaba en la misma casa donde estaban presos, y tomando una espada en las manos se fue determinadamente para ellos y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre, que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciendo Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas:

-Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar?

Respondió ella:

-Desta manera.

Y desenvainando la espada los mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o Cid Ruy Díaz. Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que viéndolos así los demás indios cobrasen temor de los españoles».

Desde entonces han sido decenas las novelas históricas que han replicado esta historia. Sin embargo, autores como Garvi son partidarios de que podría haber sido exagerada. «El testimonio, además de poner de manifiesto una extremada crueldad, parece un tanto exagerado. Resulta difícil creer que una mujer que había dado tantas muestras de generosidad y compasión ayudando a los demás, se mostrase capaz de cometer siete crímenes a sangre fría, exhibiendo un comportamiento brutal propio de una persona sin piedad», desvela. Con todo, el autor también acomete con cautela estas afirmación, pues sabe que el mismo Valdivia afirmó en su exposición posterior de los hechos que «ella les ayudó a ello [matarlos]». Pero... ¿Qué implicaba «ayudar»? A día de hoy, lo desconocemos.

La historia de Inés no acaba en este punto. Poco después tuvo que abandonar a su amante cuando acusaron a este de estar «amancebado» con otra mujer que no era su esposa. Obligada, contrajo matrimonio con otro español para no ser expulsada de la comunidad. A partir de entonces su pista se pierde en los archivos. «Dice Medina que Inés Suárez rindió una información de méritos y servicios a la Corona, la cual parece perdida. Se dice que vivió hasta los setenta y dos años y que murió en el año 1579 o 1580», completa Baeza.

VIDEO:
https://www.abc.es/historia/abci-le...para-evitar-matanza-201902150124_noticia.html




 
Buscan los barcos que Hernán Cortés hundió antes de adentrarse en la conquista del Imperio Azteca
Expertos mexicanos y estadounidenses han localizado «entre 60 y 70 anomalías magnéticas» en la costa de Villa Rica, que ahora deberán revisar los buzos


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Hernán Cortés ordena dar al través sus navíos, por Rafael de Monleón y Torres (1887) - Wikipedia




México 21/02/2019



En abril de 1519, Hernán Cortés arribó a las costas de México. Llegó con una decena de barcos que hundió antes de adentrarse a la conquista del Imperio Azteca. «Para que le siguiesen todos, aunque no quisiesen, acordó quebrar los navíos, cosa recia y peligrosa y de gran pérdida», narró el cronista López de Gómara sobre esta decisión que tomó el conquistador español antes de internarse en la tierra que se consideraba dominada por el imperio más poderoso en América.

Quinientos años después, expertos de México y Estados Unidos han emprendido la búsqueda de los restos de estas naves donde, según diferentes investigaciones, se cree que desembarcó Cortés. En el mismo lugar donde fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, la primera ciudad de la América continental, el 22 de abril de 1519.

Roberto Junco Sánchez, subdirector de Arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia ( INAH) de México, y el arqueólogo norteamericano Christopher Horrell compartían su pasión por este periodo histórico y en 2018 decidieron impulsar el «Proyecto de arqueología en la Villa Rica. Tras los pasos de Del Paso y Troncoso y los barcos hundidos de Cortés».

la conmemoración porque es un trabajo de largo alcance», asegura Roberto Junco en el diario mexicano El Universal.

Francisco Del Paso y Troncoso ya buscó las naves de Cortes en una expedición a Cempoala, Veracruz, en 1891. Este historiador mexicano dejó un par de fotografías en las que se observa a un buzo con escafandra sumergiéndose en el mar. Aquella fue la primera expedición de arqueología subacuática en México y una de las primeras que se llevó a cabo en todo el mundo.

Rastros de metales bajo el mar
Gracias a una beca de National Geographic, Junco y Horrell formaron un grupo de 20 expertos en 2018, entre investigadores del INAH y del Instituto de Física de la UNAM y especialistas canadienses y españoles.

En una primera expedición, trazaron un área de 10 kilómetroscuadrados en Villa Rica, donde localizaron «entre 60 y 70 anomalías magnéticas» que ahora deberán revisar los buzos.

«Todavía falta excavar, es decir, hacer pozos, excavar en los lugares de las anomalías que nos permitirán detallar qué elementos hay, que pueden ser pernos, anclas, cañones, todo tipo de objetos metálicos que tenía un barco, incluso la madera con los clavos de su construcción», explica el investigador mexicano en El Universal,

Los trabajos serán complejos, puesto que suponen que los restos de los barcos se encuentran cubiertos por algunos metros de sedimento. Para vencer este obstáculo, emplearán máquinas que previsualizan lo que se encuentra bajo los fondos de la costa.

A pesar de que el proyecto se encuentra en la primera de varias etapas, Junco se muestra esperanzado. Cree que las probabilidades de encontrar restos de los diez navíos de Cortés son altas. «Encontrar un barco implica encontrarlos a todos», sostiene.

La tecnología del siglo XVI
De momento, no se ha recuperado ningún objeto del mar. Su filosofía es «dejar las cosas in situ» si no se pueden conservar en buenas condiciones. «Una vez que lo sacas del medio acuático se empieza a deteriorar con muchísima rapidez. No sacaremos nada a menos de que estemos seguros de que podemos conservarlo», subraya el subdirector de Arqueología Subacuática del INAH.

El hallazgo de estos restos permitiría a los expertos estudiar la tecnología que facilitó a los españoles llegar al continente americano en aquella época. «La vieja historia de que llegaron los españoles y nos conquistaron ya debemos dejarla atrás, provenimos de ambos mundos y si valoramos ambos mundos tendremos un devenir más rico, más decoroso e interesante. Con la historia que nos enseñaron nos dividieron mucho, en malos y buenos, y estas historias sabemos que no existen. Hernán Cortes tuvo luces y oscuridades», considera Junco.

https://www.abc.es/cultura/abci-bus...ista-imperio-azteca-201902211027_noticia.html

 
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