Cuadernos de Historia

La polémica machista tras descubrirse que un gran guerrero vikingo del siglo X era realmente una mujer
Desde que fuera descubierto en un yacimiento de Birka (Suecia) en 1878, los arqueólogos habían dado por hecho que los restos pertenecían a un hombre con un alto rango militar
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19 La inesperada muerte de un personaje clave en «Vikingos»

La tumba que ha desatado la polémica sexista fue descubierta en 1878 durante una excavación en Birka, uno de los asentamientos vikingos mejor conservados de Suecia. Se trata de una ciudad fundada en el siglo VII, entre cuyos restos destaca un cementerio con cerca de 3.000 tumbas, trozos de las antiguas murallas y restos de los embarcaderos usados por las comunidades allí asentadas. El hallazgo fue, sin duda, importante desde el punto de vista arqueológico: un enterramiento datado en el siglo X, conocido como Bj 581, que contenía un gran ajuar consistente en dos escudos, una espada, un hacha, restos de una armadura, dos caballos y un tablero utilizado para preparar estrategias bélicas, además del esqueleto correspondiente.

Semejante tesoro llevó a los investigadores de la época a dar por hecho que se trataba de un importante guerrero y líder militar. Hombre, por supuesto. Sin embargo, el 8 de septiembre de 2017, la revista «American Journal of Physical Anthropology» publicó un sorprendente estudio de ADN que demostraba que el importante guerrero de Birka era, en realidad, una mujer. No había lugar a dudas, puesto que se había identificado el cromosoma X, pero no el Y.

Para no correr riesgos, también realizaron un análisis isotópico del que pudieron concluir que la guerrera había tenido una existencia itinerante, rasgo típico de la vida desarrollada por los combatientes vikingos. Este importante descubrimiento reforzaba la teoría de que las mujeres vikingas no solo participaban en las batallas como cualquier soldado masculino, sino que también desempeñaban cargos de responsabilidad dentro de la jerarquía militar. Un hecho, sin duda, insólito.

History». ¿Una guerrera en vez de un guerrero? No podía ser, a pesar de que numerosas leyendas y sagas vikingas antiguas hablaban de mujeres al frente de las batallas.

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Charlotte Hedenstierna-Jonson- Universidad de Uppsala
Los arqueólogos emprendieron también la tarea de demostrar que el esqueleto que habían analizado era el esqueleto correcto y no otro por confusión, tal y como defendían los detractores. Comprobaron que cada hueso estaba etiquetado como «Bj 581», siguiendo la misma práctica arqueológica que se había usado en el resto de excavaciones del cementerio de Birka. Vieron, además, que estas mismas marcas estaban presentes en los artefactos y en los huesos de los caballos, lo que vincula todos los restos a la misma tumba. Y, por último, confirmaron que los huesos humanos coincidían todos con el registro de la excavación, descartando cualquier coincidencia con otro entierro de la zona.

Todo esto demuestra que en el mismo entierro no había registro alguno de huesos humanos que no pertenecieran al esqueleto analizado, pero los críticos se agarraron entonces a la hipótesis de que las armas podrían pertenecer al esposo de la mujer. Un dato que descartaría el hecho de que la mujer fuera realmente una guerrera. Y después alegaron que las armas y demás tesoros podrían ser las reliquias familiares o regalos de terceras personas que no pertenecían en su origen a la mujer de Birka y que no eran, por lo tanto, herramientas «de trabajo» de nuestra protagonista. No hay que olvidar que, entre las 1.100 tumbas excavadas a finales del siglo XIX en el yacimiento, solo había otra con un ajuar funerario parecido, que era típico de los entierros de las élites militares. Hedenstierna-Jonson y su equipo se preguntan ahora si entre todos esos enterramientos podría identificarse a alguna mujer más que, a lo largo de este tiempo, habría sido tomada por un hombre y no lo fuera.

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Representación de la tumba de Birka - JOHN WILEY & SONS
Desde que fueron descubierto los restos de Birka, sin embargo, todos las arqueólogos e investigadores que se acercaron a este hallazgo coincidieron en que se trataba de la tumba de un guerrero de alto rango. Ni se les pasó por la cabeza que pudiera ser una mujer, al estar enterrado con nada menos que dos caballos y una cantidad importante de armas y vestimentas. El artículo de «American Journal of Physical Anthropology», sin embargo, defendía que la genómica y los análisis isotópicos podían ser empleados como herramientas válidas para reconstruir nuestras creencias sobre los modelos de organización, movilidad y roles de género que se habían establecido para las civilizaciones pasadas.

«Es una mujer que vivió como guerrera profesional y fue enterrada en un ambiente marcial como una persona de alto rango», confirmó después Hedenstierna-Jonson en otro artículo publicado en la revista « Antiquity» La investigadora explicaba que el hallazgo planteó una serie de dudas sobre el papel de las mujeres en la cultura vikinga. Sobre cómo este pueblo pudo entender la identidad de género, ya que, a diferencia de otras vikingas enterradas con armas, la guerrera de Birka no llevaba ropa o joyas típicas de mujeres. Como declaró después a la revista «History» la directora de la investigación, también profesora de arqueología de la Universidad de Uppsala en Suecia: «Su traje no es el típico masculino, porque es un estatus muy alto, pero no hay tampoco nada que indique que es una mujer. No hay hallazgos típicos que podamos relacionarlos con las mujeres».

La idea de que las mujeres vikingas eran también guerreras no es nueva. En imágenes fantásticas del siglo XIX es fácil verlas representadas como valquirias o mujeres fuertes. Existe un texto irlandés de la época que describe a una flota femenina en Münster. También una crónica bizantina que relata que había mujeres armadas entre los muertos después de una derrota vikinga. Y hay un registro sobre el sitio de París en el siglo IX en el que un monje francés asegura haber visto a mujeres danesas en el campo de batalla. Después de la Segunda Guerra Mundial esa visión cambió un poco, con libros que tendían a retratarlas como amas de casa que trabajaban en la granja familiar.
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La maldición de la tumba de Hernán Cortés: el padre despreciado por México
Poco después de la independencia, empezaron a correr pasquines que incitaban al pueblo a destruir el sepulcro. Previniendo la inminente profanación, las autoridades eclesiásticas decidieron desmontar el mausoleo y ocultar los huesos


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Copia de un retrato de Hernán Cortés realizada en el siglo XIX por el pintor mexicano José Salomé Pina.



César Cervera@C_Cervera_M

Actualizado:26/02/2019



No se trata de ninguna clase de maldición azteca. No hubo como en el sarcófago egipcio de Tutankamon una inexplicable cadena de muertes. La maldición de Hernán Cortés es la un país que no sabe cómo tratar a un personaje histórico que participó decisivamente en la fundación de lo que hoy es México, pero que es recordado como uno de los mayores villanos de su historia. Y mientras el país sigue debatiendo qué hacer con su legado, la tumba del conquistador español permanece semioculta tras ser víctima de una intensa persecución en el pasado.

Tras sus éxitos militares en el nuevo continente, Hernán Cortés se cuidó de regresar a Castilla a dar cuenta de sus éxitos a Carlos I de España. La relación fue durante un tiempo cordial con el Rey, pero con el tiempo Cortés pasó a engrosar contra su voluntad la lista de nobles que merodeaban la Corte mendigando por cargos y prebendas. El extremeño, no obstante, se consideraba merecedor de reconocimientos sin necesidad de estar reclamando favores. «¿Es que su Majestad no tiene noticia de ello o es que no tiene memoria?», escribió Hernán Cortés, sin pelos en la lengua, ante las promesas incumplidas del Monarca. Para los europeos, los méritos en América sonaban a poca cosa y no requerían tanta atención. Con todo, el Rey le concedió un botín considerable –extensas tierras, el cargo de capitán y el hábito de la Orden de Santiago–, acaso insuficiente a ojos de Cortés.

La muerte le alcanza cuando su fortuna decaía
El empeoramiento de su relación con Carlos I no evitó que en 1541 el conquistador español fuera uno de los primeros en acudir a la llamada del Rey para realizar una incursión contra Argel, importante nido de la piratería berberisca. Sin embargo, Cortés fue ninguneado por el Rey y el resto de mandos durante una campaña que resultó un completo desastre. El repliegue no fue menos desastroso. Hubo que echar al agua a los caballos para hacer sitio a toda la gente naufragada en el proceso, entre ellos a Cortés y a sus hijos.

Agotado y enfermo por el viaje, Hernán Cortés nunca recuperó completamente las fuerzas perdidas en la que fue su última expedición guerrera. Además, el extremeño extravió la enorme fortuna que portaba en su barco naufragado, 100.000 ducados en oro y esmeraldas. En los siguientes años se estableció en Valladolid, donde retomó su actividad empresarial y se arropó de un ambiente humanista. Allí observó impotente cómo sus protestas al Emperador eran sepultadas una y otra vez por las intrigas de la Corte. A finales de 1545, el conquistador se trasladó a Sevilla con la intención de viajar una vez más a México, quizás con el sueño de acabar sus días allí.



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Casa-palacio donde falleció Hernán Cortés, que fue construida como si fuera una fortaleza. Se encuentra en el municipio de Castilleja de la Cuesta, Sevilla.



Hasta el final, Cortés reclamó en vano al Emperador nuevas ventajas por sus méritos militares, pero a esas alturas los tesoros de Pizarro eclipsaban a los traídos por el conquistador de México en el pasado. La fama de Cortés estaba en caída libre cuando, tras dos años en Sevilla planeando su regreso a la Nueva España, murió víctima de la disentería. El extremeño falleció en Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547 de un ataque de pleuresía a la edad de 62 años. Su testamento estipulaba que fuera enterrado en México, aunque de forma provisional quedó en el panteón familiar de los duques de Medina-Sidonia, que habían velado por su bienestar en su etapa final.

En 1562, dos de los hijos de Cortés, Martín –nuevo marqués del Valle– y Martín –el que tuvo con la intérprete nativa doña Marina– llevaron los restos de su padre a México y le dieron sepultura en San Francisco de Texcoco. Comenzó entonces el largo peregrinaje de sus restos por la geografía mexicana. En 1629, quedó en una iglesia de Ciudad de México, y luego, en 1794, en una fundación religiosa de la misma ciudad. Este nuevo traslado obedecía al interés del virrey, Conde de Revillagigedo, por dar un mausoleo más pudiente al héroe hispánico a costa del dinero de personajes influyentes de la ciudad.

El extremeño tornó a ser el representante de la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca, bajo cuyo divino manto se cubrieron los libertadores

Pero, la independencia de México cambió radicalmente la imagen que tenía el país sobre Cortés. El extremeño tornó a ser el representante de la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca, bajo cuyo divino manto se cubrieron los libertadores, e incluso fue tildado como genocida. A diferencia de otros países como Colombia que sí conservó el culto a Benalcázar o Ecuador con Orellana –en un intento de dar sentido histórico a sus países–, la oposición a Cortés se mantuvo firmemente enraizada hasta el punto de que en la actualidad no hay ninguna estatua de cuerpo entero del conquistador en todo el país. No en vano, los murales del artista mexicano Diego Rivera, pintados entre 1923 y 1928, recogen el sentimiento dominante sobre la figura del conquistador. Cortés es una criatura encorvada y llena de deformidades que tiene el oro como única motivación.


La ubicación fue desconocida durante 110 años
Poco después de la independencia, empezaron a correr pasquines que incitaban al pueblo a destruir el sepulcro. Previniendo la inminente profanación, las autoridades eclesiásticas decidieron desmontar el mausoleo y ocultar los huesos. En la noche del 15 de septiembre de 1823, los huesos fueron trasladados de forma clandestina a la tarima del altar del Hospital de Jesús y el busto y escudo que decoraban el mausoleo fueron enviados a la ciudad siciliana de Palermo. Trece años después, los restos cambiaron su ubicación a un nicho todavía más oculto, donde permanecieron en el olvido durante 110 años. Su ubicación exacta fue remitida a la Embajada de España a través de un documento que fue perdido y luego recuperado en 1946 por investigadores del Colegio de México, quienes asumieron la aventura de buscar los restos ocultos. El domingo 24 de noviembre de 1946 hallaron los huesos y los confiaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

El 9 de julio de 1947, tras un estudio de los huesos, Cortés fue enterrado de nuevo en la iglesia Hospital de Jesús con una placa de bronce y el escudo de armas de su linaje. La única estatua de Cortés erigida en territorio mexicano permanece junto a esta humilde tumba, cuya existencia se guarda de forma discreta en un país que, en su mayor parte, sigue sin asumir el papel que jugó el conquistador en su fundación. Tampoco su otro país, el que le vio nacer, hace mucho por defender su figura.

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Ceaucescu hacia el patíbulo: los últimos cuatro días del dictador comunista «más feroz después de Stalin»
Solo pasaron cuatro días desde que el dictador rumano se dirigía a la multitud desde el balcón del Palacio Presidencial de Bucarest prometiendo un aumento del salario mínimo y su ejecución
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Resulta sorprendente que solo pasaran cuatro días entre las dos escenas. La primera, el 21 de diciembre de 1989. Nicolae Ceaucescu aparece asomado en el balcón del Palacio Presidencial de Bucarest. Viste un abrigo negro y le acompañan su esposa Elena, sus guardaespaldas y varios dirigentes del Partido Comunista Rumano. Abajo, en la plaza central, la multitud le arropa con pancartas, banderas rojas y grandes fotografías en su honor. Se acerca al micrófono y dice: «Esta mañana hemos decidido que, durante el próximo año, aumentaremos el salario mínimo». La segunda escena es del 25 de diciembre: los cadáveres del dictador y su mujer aparecen tirados en el suelo, en medio de un charco de sangre, junto a una pared, segundos después de haber sido acribillados. Tienen los ojos abiertos, sin vida.

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Cadáver de Ceaucescu- AFP
Cuatro días en los que Rumanía cerró de un portazo una larga etapa en la que su población había sido oprimida, explotada, masacrada y matada de hambre «por la dictadura más feroz que ha conocido Europa desde, probablemente, la deStalin», señalaba ABC. «Queridos camaradas y amigos, ciudadanos de Bucarest, capital de la Rumania socialista. Permítanme enviar mis sinceros saludos revolucionarios a todos los que participan en esta gran demostración», comienza diciendo el dirigente. El momento exacto en el que se representa el desmoronamiento del régimen tiene lugar en el minuto 2,41 del siguiente vídeo, cuando comienza a escucharse el murmullo de desaprobación ante las primeras promesas del presidente de la República. Con Ceaucescu, asombrado y contrariado, pidiendo una y otra vez a la gente permanezca en sus asientos y no se marche para poder continuar su discurso. Tras 22 años de duro régimen comunista, el pueblo acababa de perder el miedo.

El muro de Berlín había caído menos de dos meses antes y Ceaucescu aún no había tenido tiempo para asumir la realidad del desmoronamiento del bloque socialista en Europa. El dictador rumano caminaba hacia su muerte sin comprender que el mundo se transformaba. Aquel último discurso era la fiel representación de la pérdida del poder, con los silbidos extendiéndose entre la multitud congregada en la plaza central de Bucarest, mientras prometía una ridícula subida del salario mínimo, subsidios para más de cuatro millones de niños o el aumento de las pensiones. Ya era demasiado tarde.

URSS se atrevía a invadir el país. Muchos líderes mundiales ensalzaron su figura y le recibieron con honores de Estado, pero la realidad no era tan bonita. Poco después asumió su papel de dictador implacable e implantó un estado policial de corte estalinista. Alimentó la corrupción y el nepotismo, monopolizó los cargos más importantes en torno a su familia y vivió en la más absoluta opulencia mientras el pueblo se moría de hambre.

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Nicolae y Elena Ceaucescu- ABC
Como en otros países vecinos, una buena parte de la sociedad rumana estaba hastiada del gobierno del «conducator» a finales de 1989. Así se había hecho llamar en los años 80 para rendir culto a su persona. Su política económica, así como el plan de austeridad draconiano con el que se quiso liquidar la deuda nacional lo antes posible, habían incrementado la pobreza de Rumanía hasta límites insospechados, mientras la familia Ceaucescu acumulaba una de las fortunas más grandes de Europa.

El 16 de diciembre había estallado la primera protesta en Timisoara, que continuó al día siguiente con la ocupación por parte de los manifestantes de la sede del Comité del Distrito del Partido Comunista Rumano (PCR) y la destrucción de documentos oficiales, propaganda política, textos escritos por Ceaucescu y otros símbolos del régimen socialista. El mandatario ordenó disparar contra la población civil y provocó una masacre. Pero, lejos de aplacar la ira del pueblo, convirtió a la ciudad rumana en un polvorín: muertes, peleas, automóviles incendiados, tanques enfrentándose a civiles y voluntarios organizados en retenes para cazar a francotiradores.

«Detener la construcción del socialismo»
La revuelta se extendió rápidamente a otras zonas del país y llegó a la capital, causando miles de muertos en lo que fue uno de los sucesos más graves de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. El Frente de Salvación Nacional, como se llamó al Gobierno que sustituyó a Ceaucescu, informó después que los combates registrados desde el inicio de la revuelta popular se habían cobrado entre 60.000 y 80.000 víctimas.

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Ceaucescu, el 24 de noviembre de 1989, en el Congreso- AFP
El objetivo del discurso del 21 de diciembre de 1989 no era otro que celebrar una multitudinaria manifestación de adhesión al régimen, con la televisión retransmitiendo en directo, para condenar las protestas de Timisoara. «Parece cada vez más claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad de Rumania y detener la construcción del socialismo. Su objetivo es poner de nuevo a nuestro pueblo bajo la dominación extranjera. Tenemos que defender con todas nuestras fuerzas la integridad e independencia del país», declaró el dictador ante los tímidos aplausos de la primera línea de asistentes. Estos habían sido traídos desde las fábricas, a punta de pistola, para escuchar proclamas como «mejor morir en la batalla, lleno de gloria, que ser una vez más esclavos en nuestra propia tierra» o «debemos luchar para vivir libres».

Pero Ceaucescu había malinterpretado el espíritu de los restantes manifestantes, que se habían congregado en la plaza central de Bucarest para abuchearle. La imagen del dictador y su esposa Elena tratando de calmar a los asistentes, pidiéndoles que permanecieran en sus asientos para poder continuar con su discurso, resultaba ciertamente caricaturesca. Sobre todo, después del anuncio de los irrisorios incrementos del salario mínimo y las pensiones.

El último error de Ceaucescu
La reacción de su «amado» pueblo fue tal que su guardia personal le recomendó que se ocultara en el interior del edificio, al tiempo que la señal de televisión era sustituida por anuncios ensalzando las bondades del socialismo. Sin embargo, la mayor parte de la población ya se había percatado de que algo extraño ocurría en Bucarest y no dudó en lanzarse a las calles de las principales ciudades para gritar «¡muerte al dictador!» y «¡abajo el gobierno!».

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Ceaucescu, tras ser detenido en 1989- ABC
Ceaucescu aún tuvo tiempo de cometer un último error, quizá el más fatídico de todos: no huir de inmediato. Tenía la convicción de que la represión de las revueltas que había ordenado terminaría por apaciguar los ánimos. Cuando su esposa Elena fue informada al día siguiente de nuevas manifestaciones de grupos opositores, esta vez trabajadores de las zonas industriales de la ciudad que se dirigían al centro de Bucarest, ordenó: «Mátenlos a todos y échenlos a fosas comunes. Que no quede vivo ni uno, ¡ni siquiera uno!». Y cuando se convenció de que aquello no era posible, el presidente ordenó a su piloto personal que consiguiera dos helicópteros con personal de seguridad para escapar.

Demasiado tarde. Cuando éste dio las órdenes, Ceaucescu alcanzó a escuchar la respuesta del oficial en el auricular, que sonó casi como una sentencia de muerte: «Señor Presidente, hay una revolución aquí afuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!». Tuvo que echar entonces mano de un vehículo y huir hasta refugiarse con su esposa en un instituto a las afueras de la capital. En las calles, el Ejército había dejado de obedecerle.

«¿Cómo permites que te hablen de ese modo?»
Nicolae y Elena fueron detenidos pocas horas después, mientras los principales responsables del aparato de Gobierno y sus militares eran ejecutados. Ellos no iban a correr mejor suerte. El día de Navidad fueron juzgados y condenados a muerte, sin que el dictador pareciera darse cuenta de que su hora había llegado. «Sólo contestaré al Parlamento del pueblo y vosotros tendréis que responder», gritaba encolerizado, mientras daba órdenes al tribunal, insultaba al juez («usted no sabe leer ni escribir») y replicaba a su mujer: «¿Cómo permites que te hablen de ese modo?». «Usted siempre ha declamado actuar y hablar en nombre del pueblo, ser amado por el pueblo, pero solo ha hecho al pueblo esclavo de una tiranía durante todo este tiempo», le replicó el fiscal.

El matrimonio más poderoso de Rumania era atado de manos y conducido directamente al paredón. Cuentan que fueron muchos los voluntarios que se presentaron para apretar el gatillo y, cuando ya habían sido ejecutados, las manifestaciones continuaron en Bucarest pidiendo que fueran mostradas por televisión las cadáveres. Hasta que no lo vieran, no se lo creerían. Aquellas imágenes, que dieron rápidamente la vuelta al mundo, ocupan un lugar destacado en la historia del siglo XX

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Las mentiras tras Nerón: el depravado emperador romano que castró a su amante homosexual
Un nuevo documental, basado en varias investigaciones históricas, afirma que las maldades de este personaje podrían no ser más que meras exageraciones repetidas a lo largo de la historia. Una suerte de «fake-news» del siglo II d. C. Por ello, nos adentramos de lleno en la leyenda negra que se ha generado en torno a este curioso personaje



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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:26/02/2019



«No hablaré de su comercio obsceno con hombres libres, ni de sus adulterios con mujeres casadas. […] Hizo castrar a un joven llamado Sporo y hasta intentó cambiarlo en mujer; lo adornó un día con velo nupcial, le señaló una dote, y haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, le tomó como esposa; con esta ocasión se dijo él satíricamente que hubiese sido gran fortuna para el género humano que su padre Domicio se hubiese casado con una mujer como aquélla». Esta es solo una de las múltiples críticas que el historiador del siglo II Cayo Suetonio lanzó contra el emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico en su libro «Vida de los doce Césares». Pero no fue la más inocente, pues también le tildó de obseso sexual, asesino y parricida (entre otras tantas cosas).

Suetonio no fue el único. El historiador y político Cornelio Tácito(también del siglo II d. C.) dejó escrito que este emperador fue el culpable del gran incendio que asoló Roma en el verano del año 64; «el más grave y atroz de cuantos se produjeron por la violencia del fuego». Según la leyenda, porque buscaba reducir parte de la capital a cenizas con el objetivo de ganar algo de espacio para edificar un gran palacio. Hasta ahora, esa es la versión que más se había extendido sobre Nerón gracias, en parte, al cine. La de un desquiciado que persiguió a los cristianos y al que poco le faltaba para ser un diablo sobre la Tierra.

No obstante, un nuevo documental de la televisión pública PBS que se estrenó el pasado 20 de febrero (y que se encuentra disponible en la página web de la cadena) se ha zambullido de lleno en los textos y las fuentes clásicas para tratar de desvelar si la historia oficial de este emperador es real o se corresponde con una absurda leyenda negrasimilar a la que persigue a España desde hace casi seis siglos. La conclusión a la que han llegado sus creadores (apoyados siempre por investigadores y expertos en la historia clásica) es que las atrocidades de Nerón podrían ser exageraciones («fake-news» o «noticias falsas») orquestadas por autores que buscaban demonizar su figura. ¿Realidad o ficción? La incógnita queda abierta.

La versión clásica


Los autores clásicos afirman que Nerón vino al mundo en el año 37 d. C. «Nació Nerón en Anzio, nueve meses después de la muerte de Tiberio, el 18 de las calendas de enero al salir el sol», explica Suetonio en el mencionado texto. Ya desde el comienzo de su biografía, el autor deja claro su odio hacia el futuro emperador romano. En sus palabras, hubo múltiples «señales terroríficas que presidieron el instante de su nacimiento». Algunas tan curiosas como que su padre, en mitad de una borrachera, afirmó que «de Agripina y de mí sólo puede nacer un monstruo». El historiador llega incluso a señalar en sus escritos que «una serpiente salía del lecho» del pequeño y le protegía». Apenas dos ejemplos de los muchos mensajes en su contra que existen en la obra.



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La infancia de Nerón no fue mejor. Su padre falleció cuando él no era más que un niño y su madre fue desterrada poco después. A los 13 años, ya con su progenitora de regreso, fue adoptado por el emperador Claudio. A partir de este momento comienza a exacerbarse la leyenda negra que existe sobre nuestro protagonista. El mito cuenta que, en el 54, Agripina pudo envenenar al mandamás y sobornar a la guardia Pretoriana para que su pequeño ascendiese hasta la poltrona. De ser así, fue un movimiento maestro. «Nerón salió en busca de los guardias apenas se difundió la noticia […] Fue saludado emperador en las gradas del palacio, y marchó en litera al campamento; congrego apresuradamente a los soldados, llevándole éstos al Senado, de donde no salió hasta la tarde; no rehusó ninguno de los excesivos honores que se le prodigaron», añade Suetonio.

Aquel fue el comienzo, según los textos clásicos, de una ingente cantidad de asesinatos y maldades perpetradas por Nerón. La primera fue el presunto asesinato de su hermano, Británico, en el año 55. «Celoso de Británico, que tenía mejor voz que él, y temiendo, por otra parte, que por el recuerdo de su padre se atrajese algún día el favor popular, resolvió deshacerse de él por medio del veneno», explica Suetonio. El autor añade también que, tras un intento fallido, logró acabar con él diluyendo un brebaje ponzoñoso en su agua. «El joven, apenas probó el veneno, cayó revolcándose, diciendo Nerón que se trataba de un ataque de epilepsia, enfermedad que padecía; a la mañana siguiente le hizo sepultar con prisas y sin ninguna ceremonia», completa.

Asesinatos y crueldad
Los textos clásicos le atribuyen también el asesinato de su madre. Un crimen que organizó poco después de que esta se enterara de que Británico había sido víctima del veneno. La parte en la que Suetonio explica la muerte de Agripina bien podría corresponderse con una novela por su extravagancia. En sus palabras, el emperador llegó a idear complejos mecanismos para acabar con ella sin que levantar sospechas. Entre ellos, un «cámara de agua» que pensaba ubicar sobre su cama para que se ahogara.

Al final, prefirió acusarla de intentar asesinarle y ordenó a la guardia acabar con ella. «El suplicio [...] no terminó ya para él jamás; a menudo confesó que le perseguía por todas partes la imagen de su madre y que las Furias agitaban delante de él látigos vengadores y antorchas encendidas», añade el autor.

Sin embargo, por lo que de verdad es recordado Nerón fue por el gran incendio de Roma del año 64. El calendario se había detenido en julio cuando la capital fue presas de unas llamas que, durante seis días, devastaron la urbe. El emperador cargó contra los cristianos, a los que acusó de prender fuego al lugar. Sin embargo, la versión que más se ha extendido es la que afirma que el soberano provocó aquel desastre para edificar sobre las ruinas su gran palacio, la Domus Aurea. «Nerón estuvo contemplando el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas, encantado, según dijo, de la hermosura de la llama, y vestido en traje de teatro cantó al mismo tiempo la toma de Troya», desvela el escritor.



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Muerte de la madre de Nerón


Explicación aparte merecen tropelías como el asesinato de su esposa, su presunta obsesión por arrojarse «sobre los órganos sexuales» de hombres y mujeres «desde cierta altura» (es imposible saber por qué) o, como no podía ser de otra forma, su famosa persecución contra los cristianos. Una «clase de hombres» que, siempre en palabras de Suetonio, fueron «entregados al suplicio» porque el emperador consideraba que estaban llenos de «supersticiones nuevas y peligrosas».

El historiador hispano Orosio (así como su maestro, Agustín) también le definieron como «el primer perseguidor del naciente cristianismo» y el responsable de la condena a muerte de los apóstoles Pedro y Pablo. En este sentido, el obispo de Constantinopla llegó a colgarle el adjetivo de «anticristo».

Esta locura llegó a ser corroborada por otro emperador romano como era Juliano. Este, en su tratado «El banquete de los Césares», definió a Nerón como un «decadente histrión». Algo que resalta José María Blázquez Martínez en su dossier « Nerón, el mecenas asesino»: «El último gran historiador de la decaencia de Roma, Ammiano Marcelino, amigo del citado Juliano, se refiere a Nerón también en términos peyorativos, en Eutropio hace hincapié en el trágico final de su vida».

Castrador
También merecen una mención extra las líneas que Suetonio dedica a un episodio igual de curioso que de turbulento. En la mencionada obra, el autor clásico afirma que, cuando ya era emperador, Nerón «hizo castrar a un joven llamado Sporo» (su amante) y hasta «intentó cambiarlo en mujer». Sea leyenda negra o sea realidad, lo cierto es que las líneas que hablan de este suceso se cuentan por decenas. El autor, por ejemplo, afirma que el mandamás «adornó un día con velo nupcial» al chico tras arrancarle el pexx y, «haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, le tomó como esposa».

«Lo adornó un día con velo nupcial, le señaló una dote, y; con esta ocasión se dijo él satíricamente que hubiese sido gran fortuna para el género humano que su padre Domicio se hubiese casado con una mujer como aquélla. Vistió a este Sporo con el traje de las emperatrices se hizo llevar con él en litera a las reuniones y mercados de Grecia y durante las fiestas sigilarias de Roma, besándole continuamente. […] Una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer, del mismo modo que Sporo le servía a su vez a él, imitando en estos casos la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia», añadía Suetonio.

El sufrimiento de Roma terminó cuando este presunto desquiciado falleció. «Murió a los treinta y dos años de edad, en el mismo día en que en otro tiempo había hecho perecer a Octavia. El regocijo público fue tal, que la mayoría de los hombres del pueblo corrían por toda Roma cubiertos con el gorro de los libertos», explicaba el mismo Suetonio.

Nuevas evidencias
Hasta ahora esta era la versión más extendida (aunque no la única). Sin embargo, un nuevo documental para la PBS llamado «Secretos de los muertos: los archivos de Nerón», no parece estar de acuerdo. En el largometraje, emitido el pasado 20 de febrero, varios expertos ahondan en la posibilidad de que, en realidad, la historia de Nerón se ha forjado en base a exageraciones repetidas una y otra vez durante siglos. Un ejemplo son las palabras de la historiadora Rebecca Benefiel, quien señala que, cuando fue nombrado emperador, estaba más interesado en el arte y en la música, que en gobernar. Algo que se suele olvidar.

En el documental también se analizan de forma pormenorizada los escritos antiguos con el objetivo de hallar en ellos posibles incongruencias. Y las hay... Tal y como se narra en el largometraje, Tácito afirma (por ejemplo) que Nerón usó un veneno incoloro e inodoro que disolvió en el agua de su hermano. En palabras del escritor, el joven falleció en segundos. No obstante, los expertos entrevistados por los directores desvelan que ninguna sustancia con las características que se describen en las crónicas puede acabar con la vida de una persona de forma casi instantánea. Aquellas que podrían haberlo hecho habrían tenido un olor y un color fáciles de detectar.

«El emperador se hallaba fuera de la ciudad en el momento de la destrucción. A pesar de ello, los autores de su época no dudaron en acusarle de ser el instigador del fuego»
También se pone en cuestión el pasaje más famoso de la vida de Nerón: aquel que le culpa de incendiar Roma para construir sobre las ruinas su gran palacio y que señala que se puso a cantar mientras las llamas se extendían por la capital. Esta historia fue extendida por Tácito. Sin embargo, Eric Varner, profesor de historia del arte en la Universidad de Emory (Atlanta) es partidario de que, en realidad, no fue culpa suya. Lo cierto es que esta teoría no es nueva, sino que ya lleva años rondando por la comunidad histórica. Blazquez Martínez la recoge, por ejemplo, en su documentado dossier: «El emperador se hallaba fuera de la ciudad en el momento de la destrucción. A pesar de ello, los autores de su época no dudaron en acusarle de ser el instigador del fuego».

El mismo autor confirma que, tras el incendio, Nerón se preocupó por la reconstrucción de Roma. El propio Tácito (uno de los autores que más cargaron las tintas contra él) admitió esto en sus textos: «Lo que quedaba de la ciudad fue reedificada […]. Se midió perfectamente el trazado de los barrios, donde se hicieron calles anchas, se limitó la altura de los edificios, se abrieron patios y parques, a los que se añadieron pórticos para proteger la parte anterior de las manzanas de las casas. Nerón prometió consignar a sus legítimos propietarios aquellos pórticos. […] Puso guardias para vigilar que el agua, desviada por abuso de los particulares, corriera más abundante y en más lugares en beneficio de todos e hizo que cada cual tuviese en lugares públicos medios para extinguir incendios».



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Nerón


Tampoco faltan en el trabajo expertos que se cuestionan si la locura de Nerón era real o no. Suetonio, por ejemplo, afirma que el emperador estaba tan obsesionado con la música que, en una ocasión, obligó a 5.000 jóvenes a escucharle cantar durante horas y les impidió salir del teatro hasta que terminara. «Y así se dice que algunas mujeres dieron a luz niños allí; mientras que muchas que estaban cansadas de escuchar y aplaudir saltaron la en secreto la pared, ya que las puertas de entrada estaban cerradas, o fingían la muerte para que se las llevaran para el entierro», dejó escrito el historiador de la época. Las voces consultadas tildan esto de una mera exageración que generalizó la leyenda negra de este personaje.


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La rencorosa despedida de un rey 'maltratado': «Los enemigos de España son los españoles»
El 11 de febrero de 1873, el monarca escribió una misiva a las Cortes en las que, antes de abandonar el país, explicaba el por qué de su marcha
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:28/02/2019 02:07h
2 La increíble aventura de los Reyes: la monarquía resistente a todo

«El señor Presidente declara elegido Rey de los españoles al Duque de Aosta». Con estas breves palabras, escritas en elDiario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de 1870, comenzaba el reinado de Amadeo I de Saboya, el monarca que arribó a nuestro país con visos de instaurar una nueva línea dinástica y que apenas lució la corona durante dos años. De nada le valieron sus intentos por acercarse a la población y su acatamiento de la Constitución. Al final, la lealtad a los borbones de la sociedad, las intrigas políticas y la falta de respeto que inspiraba en la sociedad contar con un líder extranjero le llevó a renunciar en 1873.

El 11 de febrero de 1873, Amadeo I de Saboya comunicó su partida a las Cortes mediante una carta igual de breve que su reinado. Una misiva en la que explicaba las causas de su marcha (al menos, las que más le escocían) y en la que no dudó en cargar contra el pueblo y sus gobernantes: «Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien».

Preparado, pero rechazado
A pesar de que en España ha fraguado la idea de que Amadeo era un líder pusilánime, lo cierto es que este olvidado personaje provenía de un linaje con mucha solera. Ejemplo de ello es que su padre era Victor Manuel II, más conocido por ser el unificador de Italia (además de por su destacado e imponente mostacho a lo «Van Dyke»). De él, el historiador Carlos Seco Serrano afirma en la Real Academia de la Historia que heredó tanto su valor militar como su prudencia política. Además, por cierto, de una figura estilizada que le hizo ganarse el apodo de «Re galantuomo».

«Amadeo I de Saboya, 1871-1873») elaborada para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. La autora también señala que, como monarca elegido por un parlamento, deseaba aproximar la Corona al pueblo, algo más que arduo.

Pero su llegada a España le deparaba una triste sorpresa: la muerte del general Prim, su principal valedor, durante el conocido atentado en la calle del Turco de Madrid. Aquel fue el comienzo de un reinado marcado por el desaire y el rechazo del pueblo. De nada valió que Amadeo acatara las responsabilidades constitucionales y que se dedicara a fundar escuelas, hospicios y asilos. El preso de sustituir a los borbones fue demasiado. A todo ello se sumaron, como bien señalan ambos autores en sus respectivos dossieres, las intrigas políticas en su contra de buena parte de los partidos políticos.

El mismo Seco Serrano afirma que se sentía tan «desairado», «humillado» y «desautorizado para ejercer sus facultades constitucionales» que decidió dar el paso definitivo y presentar su renuncia irrevocable a la Corona en 1873. «Pocos días antes, doña Victoria había dado a luz, en el Palacio Real de Madrid, al tercero de sus hijos, Luis, duque de los Abruzzos. Los dos anteriores, Manuel Filiberto, efímero príncipe de Asturias, y Víctor Manuel, habían nacido en Italia», añade el experto. La renuncia fue tanto para él como para sus hijos.

Tristeza inicial
Tras dos años de reinado, Amadeo de Saboya se despidió de las Cortes con una misiva fechada el 11 de febrero de 1873. Exactamente la misma jornada en la que fue proclamada la Primera República. La carta en cuestión fue enviada desde el Palacio Real y dejaba claro, ya en sus primeras líneas, que el monarca se había sentido orgulloso de dirigir a los que -hasta entonces- habían sido sus súbditos: «Grande fue la honra que merecí a la nación española eligiéndome para ocupar su trono; honra tanto más por mi apreciada, cuanto que se me ofreció rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado».

A continuación, explicaba que «alentado [...] por la resolución de mi propia raza, que antes busca que esquiva el peligro», se había decidido a colocarse «por cima de todos los partidos» y a «cumplir religiosamente el juramento por mí prometido a las Cortes Constituyentes» por el «bien del país». A su vez, señalaba con amargura que había estado dispuesto a «hacer todo linaje de sacrificios por dar a este valeroso pueblo la paz que necesita» y por lograr la «libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho». Ese tono lastimero se desprende de toda la misiva.

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Amadeo de Saboya - ABC
En las siguientes líneas, Amadeo se excusaba por su escasa veteranía política, aunque también señalaba que había intentado paliarla con esfuerzo y trabajo por el pueblo español. «Creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar seria suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban a mi vista, en las simpatías de todos los españoles amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas», completaba en la misiva.

Y amargura posterior
Las loas a España y a sus ciudadanos se acabaron en ese punto. A partir de entonces la tristeza parece tornar en rencor. «Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos hace que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo», añadía.

A continuación cargaba de forma frontal contra los ciudadanos de este país, a los que consideraba los principales culpables de su partida: «Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien».

Como era de esperar, Amadeo de Saboya dejó claro que estaba hastiado de los enfrentamientos entre las diferentes facciones políticas y su deseo de lograr el poder. Un triste preludio de lo que sucede a día de hoy. «Entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla», añadía.

Olor a pólvora
Tampoco olvidó reseñar el monarca de origen italiano el atentado que había sufrido el 18 de julio de 1872 en la misiva. Y no le faltaba razón para albergar cierto resquemor. Aquella jornada, la reina María Victoria del Pozzo decidió pasear con su marido por los jardines del parque del Retiro a pesar de que ambos habían sido avisados de que los ánimos estaban soliviantados entre la población. Al regresar a palacio, el coche de caballos en el que viajaban se detuvo de forma brusca a la altura de la calle Arenal porque otro vehículo obstruía el paso. Triste recuerdo a lo que le había sucedido al general Prim.

Después de que el coche de caballos se detuviera, la suerte quiso que la reina sintiera frío y se subiera el chal. Mientras Amadeo trataba de ayudarla, distinguió a un hombres que les apuntaban. Aquella casualidad les salvó. De forma rauda, el monarca se levantó para cubrir a su esposa. Otra tanto hizo el general Burgos, que se lanzó sobre la pareja para evitar que fuera cosida a tiros. A partir de entonces se inició un tiroteo que terminó cuando el conductor fustigó a sus jamelgos y, a trompicones, logró salir de allí y arribar a palacio. Todo se quedó en un susto para los pasejeros, aunque hubo que lamentar la muerte de una de las monturas.

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Amadeo de Saboya
Sabiendo esto, no parece de extrañar que el monarca le dedicara unas palabras de agravio a aquellos que habían atentado contra su vida y la de su esposa en su carta de despedida: «Nadie achacará a flaqueza de ánimo mi resolución. No había peligro que me moviera a desceñirme la corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles, ni causó mella en mi ánimo el peligro que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su día se indulte a los autores de aquel atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serían estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos».

Amadeo de Saboya, más conocido como el «Rey electo», el mismo hombre que había viajado desde Italia para hallarse con su gran valedor fallecido, terminaba su carta de despedida con un párrafo en el que, a pesar de todo, dejaba claro su cariño por este país: «Estas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la nación; y en su nombre a vosotros, la corona que me ofrecía el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de que al despedirme de la corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo el bien qué mi leal corazón para ella apetecía».

El resto, como se suele decir, es historia. Al día siguiente de su abdicación, Amadeo de Saboya partió con su esposa y sus hijos hacia Portugal y, desde allí, a Italia. Una vez en su país natal volvió a recuperar su posición como príncipe de la Corona y duque de Aosta, además de un puesto en el ejército. Un curioso final para una vida igual de llamativa.
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El sudor inglés, la misteriosa enfermedad que asolaba a los ricos y desapareció sin más de la historia
Lejos de propagarse entre los más débiles y mal alimentados, la enfermedad se focalizó en las clases sociales altas y medias: los primeros en morir en Londres fueron el Lord Mayor (el alcalde) y sus concejales
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El triunfo de la muerte, Palazzo Abatellis de Palermo
César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:02/03/2019 03:05h
2Las esposas olvidadas que también pisoteó el caprichoso Enrique VIII

El sudor inglés mató al príncipe Arturo Tudor, en 1502, el hombre llamado a reinar en Inglaterra junto a la españolaCatalina de Aragón, que se casó años después con el hermano del fallecido, Enrique VIII. Además de al posterior matrimonio, dificultoso hasta el punto de causar la escisión de la Iglesia Católica, la española sobrevivió a la misteriosa enfermedad que fulminó a su marido adolescente y que los médicos nunca han sabido identificar. El sudor inglés, que saltó de país en país con un comportamiento extraño, no se había conocido antes de 1485 ni volvió a conocerse después de 1552. ¿Se la llevó el viento?

También llamado «sudor anglicus» o «pestis sudorosa», «la enfermedad Inglesa del Sudor» contaba con unas características poco corrientes. No atacaba a los bebés ni a los niños pequeños, y sus víctimas eran, mayoritariamente, varones jóvenes, sanos y fuertes de buena posición económica. Los síntomas podían confundirse con un proceso gripal (palidez, debilidad, estremecimiento, frío y accesos de fiebre), salvo porque pasados solamente uno o dos días: el sujeto o moría o mejoraba de forma casi inmediata. El sudor excesivo también era otro de sus rasgos de identidad, de ahí su nombre.

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Escudo de Plagas: la muerte coronada como vencedora
La enfermedad estuvo estrechamente vinculada a Inglaterra, lugar de su origen y donde se registraron cinco oleadas durante los siglos XV y XVI, antes de desaparecer sin dejar rastro. Sin que se conozcan datos sobre el punto donde se originó, las primeras referencias aparecen en una epidemia que en el año 1485 afectó a la flota que transportaba a las tropas del Duque de Richmond en el contexto de la guerra de las Dos Rosas. La epidemia se extendió por toda la flota y después a su llegada a los puertos ingleses contagió pueblos y ciudades.

una plaga bíblicateledirigida contra ellos.

¿Un hantavirus transmitido por roedores?
Pero además de selectiva, la epidemia destacó sobre todo por su alta letalidad: algunas ciudades inglesas perdieron más de un tercio de sus habitantes. Los síntomas, no en vano, eran muy distintos a la otra enfermedad conocida, la peste bubónica, capaz de provocar tantas muertes en tan poco tiempo. Con la misma celeridad con la que había llegado, «el sudor inglés» se marchó de forma inesperada y no volvió a aparecer hasta una década después. A las oleadas que asolaron de forma periódica Inglaterra, les siguió una en 1528 que dio finalmente el salto al continente europeo, pero sin dejar un rastro lógico.

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Retrato del príncipe Arturo
Afectó primero a los franceses, luego a los alemanes donde provocó más de un millar de muertes en una semana, y desde allí se extendió a Suecia, Suiza, Dinamarca y Noruega, Lituania, Polonia y Rusia, Bélgica y Países Bajos. En cada lugar la infección no duró más de un par de semanas, y antes de finalizar el año había desaparecido, excepto en el este de Suiza, donde permaneció hasta el año siguiente. La epidemia también golpeó a los turcos que en ese momento, en 1529, mantenían bajo asedio la ciudad de Viena, siendo uno de los principales motivos de que tuvieran que retirarse sin conseguir finalmente su objetivo.

Después de 1552, no se volvieron a registrar más brotes con ese nombre. Todavía hoy está plagado de interrogantes para los expertos en epidemias qué tipo de enfermedad fue, aunque se ha conjeturado con varia causas posibles como algún tipo de gripe o por un hantavirus que provocaba afecciones pulmonares graves. En caso de ser un hantavirus pudo ser transmitido o por roedores o simplemente por la transmisión directa de persona a persona. La idea de que solo afectara a ingleses está completamente descartada y pertenece al mundo de los mitos. También las causas que originaban la enfermedad son objeto de especulación, pudiendo ser culpa de las aguas residuales y de la falta de higiene, lo cual explicaría que se propagara sobre todo a los núcleos urbanos y, en consecuencia, a personas de altos recursos económicos.

La explicación estaría en que los adultos sanos que murieron durante la pandemia lo hicieron por daños en el pulmón, provocados por una exagerada reacción de su sistema inmune
Por su parte, el hecho de que se focalizara especialmente en sujetos sanos no resulta tan inusual. La gripe A, que sembró el pánico a nivel mundial en 2009, tuvo su mayor incidencia entre jóvenes y adultos sanos. Según un artículo publicado en 2012 por un grupo de investigadores estadounidenses y argentinos en la revista «Nature Medicine», la explicación estaría en que los adultos sanos que murieron durante la pandemia lo hicieron por daños en el pulmón, provocados por una exagerada reacción de su sistema inmune. Los afectados tenían anticuerpos preparados para defenderse de otros virus gripales aunque ineficaces contra el H1N1. La respuesta de estos anticuerpos no protectores frente al nuevo virus provocó una cascada de reacciones incontrolada que terminó en un ataque directo a los pulmones.

Así y todo, entre 1718 y 1861, la enfermedad conocida como «Picardy sweat», por tener su origen en esta región de Francia, se extendió por Italia y Alemania con unas características parecidas al «sudor inglés», aunque afectaba durante un período de una a dos semanas y era menos mortal, además de ir acompañada de una erupción cutánea.
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El odio visceral de Sinatra hacia la «maldita» España
En uno de sus escándalos más sonados, el actor y cantante llegó a comparar a la policía española con la Gestapo y a jurar que nunca volvería a este «maldito» país. Lo arrestaron y le obligaron a abandonar la España del aperturismo, que se le dio tan mal como Ava Gardner

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Frank Sinatra junto a Ava Gardner a la salida del Chicote madrileño - EFE
Lucía M. Cabanelas
Redactora
MadridSEGUIR
Actualizado 11/01/2019 a las 18:16

Para Ernst Hemingway, correr los sanfermines era «el cachondeo más loco y divertido que se haya visto jamás»; para Ava Gardner, un espectáculo que despertaba sus más primitivos instintos. Ninguno nació en España, pero ambos compartían la atracción por el clima ibérico, su gusto por el alcohol que se servía en los bares patrios y, por supuesto, la pasión taurina. Cada uno la disfrutó a su modo: el escritor, plasmando su aventura pamplonica en el libro «Fiesta»; la actriz, averiguando si los maestros del estoque y el capote lucían igual de bien sin el traje de luces. España y unas piedras del riñón los unían. Se cuenta en los mentideros que, después de la operación de la actriz por cólico nefrítico, Hemingway llevó durante muchos años tal preciada reliquia colgada al cuello.

Como ellos, muchas otras estrellas se trasladaron al país ibérico. El clima, el libertinaje y, sobre todo, los incentivos fiscales que abarataban los costes de producción abonaron el terreno para que productores como el judío Samuel Bronston construyesen en España imperios cinematográficos. Se sucedieron los rodajes, que desbordaban las fronteras de la capital y el país se convirtió en el Hollywood del Mediterráneo. A todo el mundo le gustaba esa España, menos a Frank Sinatra, siempre empeñado en hacer las cosas «a su manera».

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Sinatra, con Gardner y amigos en Tossa del Mar - EFE
Cuando el astro italoamericano arribó a España no lo hizo ni por el calor ni por trabajo, sino por un amor obsesivo. Condenado a no entenderse con el país, por no empezar ni siquiera empezó con buen pie. Mientras sus compatriotas bebían hasta dejar secos los bares, él llegó cargado con seis cajas de Coca-Cola. Debió olvidarse el actor y cantante de que al animal más bello del mundo lo que le gustaba era el champán, como descubrió Mickey Rooney al divorciarse de la intérprete. Sinatra aterrizó en El Prat en mayo de 1950 y se fue directo a Tossa del Mar, donde además de rodar la película Albert Lewin, Gardner ocupaba el tiempo con el torero Mario Cabré. Ya iba el músico predilecto de la Mafia con la mosca detrás de la oreja, de ahí también las esmeraldas que trajo a España para ganarse el favor de la actriz. Al final, terminó pidiéndole matrimonio, ahogando ambos en esa tormentosa pasión la certeza de una relación condenada al fracaso, ya que cuanto más crecía la carrera de Gardner, más se precipitaba la del astro.

Mientras Sinatra ganaba el Oscar por «De aquí a la eternidad» y obtenía una segunda nominación dos años después por «El hombre del brazo de oro» (1955), dirigida por Otto Preminger, Gardner suplía su ausencia en otros brazos. Así, buscó consuelo en otro matador, Luis Miguel Dominguín, del que fue algo más que una compañera de juergas. Libre del yugo con el que La Voz la cercaba, siempre pendiente de sus movimientos incluso en rodajes como el de «Mogambo» en África, la actriz se despendolaba. Consciente del libertinaje de su mujer, La Voz volvió a España, y aunque probó los placeres que seducían a su esposa, desde los bailes con Lola Flores a las noches en Villa Rosa, no pudo competir con el embrujo del torero, porque brillaba pero no tenía traje de luces. Las malas lenguas dicen que alguna noche salieron los tres: el torero, Gardner y Sinatra, y que hasta hubo gritos y bofetadas.

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La pareja a la salida de Chicote - EFE
Acostumbrado a que todo saliese como quería, él, que comenzó su carrera cantando en una orquesta a cambio de cajetillas de cigarrillos y terminó llegando a lo más alto, no perdía el interés en un país donde las cosas no le habían ido bien. Y volvió a España. Pero incluso entonces su tormentoso matrimonio se apagaba, como una especie de analogía de su relación con España, siempre empañada por continuos desplantes, broncas y problemas en los rodajes y hasta con las autoridades.

Pasó tres meses entre Segovia, Ávila, Santiago de Compostela y Torrelaguna rodando «Orgullo y pasión» (1957), junto a Cary Grant y Sofia Loren, aunque fue por exigencias del guión en una parada en San Lorenzo de El Escorial donde volvió a la carga y usó su mejor arma, sabedor de que Gardner seguía en la capital. «El hotel Felipe II, donde se alojaba Sinatra, tenía un excelente piano. Una noche, Frank pidió un teléfono a Pedro Vidal, ayudante de (Stanley) Kramer, y una conferencia con Madrid, que sorprendentemente fue inmediata. Mantuvo descolgado el auricular y se puso al piano a cantar suavemente con su voz grave. Poco después se presentó en el salón Ava Gardner, envuelta en un abrigo de pieles, aunque por debajo iba completamente desnuda. Ambos se marcharon», cuenta Enrique Herreros en su libro «Hay bombones y caramelos… bar en el entresuelo». Un encuentro que desveló sus secretos al día siguiente en el set, cuando «Frankie apareció en el rodaje con rasguños en el rostro». Fue ella el motivo por el que Sinatra volvió a España, pese a su patente mala sintonía con Franco. Sin embargo, las exigencias del astro y sus aires de grandeza quebraron cualquier buen ambiente durante el rodaje, y La Voz terminó yéndose del país antes de tiempo.

«Nunca volverés a ese maldito país»
Su cuarto viaje a España fue también el primero como cantante, en una gira internacional en la que recaudaba fondos para niños con problemas. Pero no sería hasta su quinta visita, en 1964, para rodar «El coronel Von Ryan» en Málaga, cuando su odio hacia el país estalló y lo llevó al calabozo. En el Hotel Pez Espada de Torremolinos hizo gala de agudos episodios maniacodepresivos y, al ver una foto de Franco, insultó al régimen, dijo barbaridades sobre España y escupió. Incluso comparó a los policías con la Gestapo, según unos manuscritos del hotel con declaraciones de testigos. Tras el violento episodio, fue condenado por desacato, tuvo que pagar una multa de 25.000 pesetas y fue obligado a abandonar el país, para lo que tuvo que acelerar la grabación de sus escenas en la película de Mark Robson, que quería a William Holden, aunque desde la Fox le impusieron a la estrella italoamericana. En ese momento, según se le atribuye, juró no regresar: «Nunca volveré a ese maldito país», dijo. Pero lo hizo.

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Con el director del hotel, tras el escándalo - Alberto Korda Díaz
Tras la muerte de Franco, Sinatra regresó para actuar en el Santiago Bernabéu en 1986. «La organización del concierto resultó un desastre, el público pinchó y para notar calor, aunque fuera calor de talonario, regalaron entradas entre los policías y los militares de Torrejón de Ardoz», escribe Reyero.

Su último viaje a España certificó su gafe con el país. Actuó en el Palau Sant Jordi de Barcelona, pero le acusaron de arrastrarse por el escenario y usar playback. De hacerlo sin ganas. La Voz quedaba derrotada, así como sus ganas por volver. Entonces rozaba los 80; seis años después, en 1998, moriría. La España del aperturismo se le dio tan mal como Ava Gardner. Pero nunca dejó de insistir con ambas

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¿Cómo desaparecieron los 20 diamantes más bellos del mundo?
Una historia fabulosa basada en los viajes del aventurero comerciante Tavernier, desde el Imperio Mogol de la India hasta la Francia del Rey Sol



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El Diamante Azul, ahora llamado 'Diamante Hope', con su montaje actual, lo compró Harry Winston y lo donó al Instituto
Smithsonian de Washington.





ISABEL VAQUERO
01/03/2019



Aunque nadie puede decir qué ha sido de ellos, todo el mundo sabe lo magníficos que fueron. Abraham Bosse, que realizó un grabado de los diamantes en 1670, se refiere a ellos usando un superlativo simple pero explícito: “Los más hermosos”. Esta es la historia de los diamantes adquiridos por Luis XIV al comerciante Jean-Baptiste Tavernier (1605-1689) en 1668, tal como puede seguirse a través de la School of Jewelry Arts de París basándose en la información de la casa Van Cleef & Arpels.




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Las 20 réplicas de los diamantes de Tavernier, realizadas según los registros del siglo XVII.



Es la historia de un viaje realizado a lo largo de las rutas comerciales que conectan Este y Oeste. Entre los varios miles de diamantes traídos de India por Tavernier y ofrecidos al Rey Sol en 1668, veinte destacaban por su impresionante belleza. Todos desaparecieron en el siglo XIX, a excepción del Diamante Azul, pero vuelven a la vida a través de la exposición. La reproducción de estas veinte piedras excepcionales no hubiera sido posible sin un enfoque multidisciplinario que combina investigación de archivos, imágenes antiguas y el uso de las tecnologías más avanzadas. Establecida en 2012, la escuela inicia al público en el ‘savoir faire’ de las técnicas de fabricación de joyas, el mundo de las piedras preciosas y la historia de la joyería a través de clases, conferencias y exposiciones que se ofrecen, tanto en París como en todo el mundo.





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Tavernier hizo seis largos viajes a Oriente, que narró en un libro publicado en 1676.



La presentación de estas réplicas de diamantes supone un acontecimiento trascendente por varias razones. En primer lugar, la exposición revela cómo el corte de Mughal del siglo XVII (que intervenía sólo lo imprescindible en el tallado para primar la exhibición de la pureza de la piedra), terminó siendo eclipsado por el corte europeo, mucho más intervencionista y sofisticado, que facetaba mucho más las piedras para dotarlas de mayor brillo.

También nos permite comprender la fascinación de Luis XIV por el esplendor excepcional de estas piedras, de las cuales se convirtió en propietario a finales de 1668. Finalmente, la exposición ilustra la relación que se forjaba en ese momento entre Oriente y Occidente, en una Europa apasionada por las culturas extranjeras y exóticas.




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Las rutas que frecuentó Tavernier, padre del moderno comercio de diamantes.




'Diamonds are for ever'
Son las cuatro “C” –‘color’ (color), ‘clarity’ (pureza), ‘carat’ (quilates) y ‘cut (tallado)– las que establecen el valor de un diamante. Las tres primeras dependen de la naturaleza; el tallado corresponde al hombre. Pero, independientemente del eventual descenso del precio de los diamantes, hace siglos que estas piezas –que son en realidad carbono puro cristalizado, sometido desde hace mil millones de años a una inmensa presión a unos 150 kilómetros de profundidad, y más tarde transportado a la superficie por la roca incandescente–, se convirtieron en favoritas de reyes, nobles pudientes y comerciantes internacionales.

Los primeros diamantes que Occidente conoció provenían de India, aunque hoy ya solo aparecen en el sur de África. El diamante debe su actual prestigio al destino que Luis XIV creó para él. El Rey Sol estaba obsesionado con el brillo, y organizó un sistema de iluminación en las calles de París como no se conocía antes en toda Europa, por lo que desde entonces pasó a ser conocida como ‘la ciudad de la luz’. También le gustaban los espejos, y el champán, pero, sobre todo, los diamantes.




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Luis XIV, el Rey Sol, estaba obsesionado con los diamantes, el oro y el brillo.



Hasta entonces, la gema favorita en las cortes era la perla; de hecho, su madre, la española Ana de Austria, poseía el más célebre collar de perlas conocido en Europa. Sin embargo, su hijo las relegó para los momentos de duelo, y se cubría de diamantes de pies a cabeza para que toda su persona irradiara luz. Su favorito, y el más famoso, era el diamante Azul, tallado en forma de corazón, que llevaba colgado al cuello con una cinta.

Al rey le gustaban los montajes minimalistas, casi invisibles, y consiguió tallas cada vez más sofisticadas. Tras la introducción de la rueda giratoria de metal, Occidente comenzó a dar mayor valor al brillo de la piedra que a su tamaño. Pero con el empeño constante del monarca, que intervenía en cada decisión, sus lapidarios, verdaderos artistas reclutados por Europa, desarrollaron ingeniosos facetados para que el diamante atrapara la luz del sol o de las velas, y la multiplicara. Todo Versalles brillaba, los diamantes se pusieron de moda y él llegó a reunir una colección de 6.000 diamantes, ninguno de ellos pequeño.



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El Diamante Azul, tallado en forma de corazón, tal y como lo lucía el Rey Sol.




El destino del diamante Azul, que antes de ser tallado pesaba 111 quilates y que Jean Baptiste Tavernier –a quien se puede considerar el padre del comercio de diamantes moderno– llevó a Francia desde India, fue muy azaroso. La gema azul en forma de corazón fue robada durante la Revolución Francesa, reapareciendo en Londres en 1812, cuando un comerciante lo hizo tallar de nuevo para facilitar su venta. El corazón, de 69 quilates, se convirtió en una piedra oval de 45 quilates. Hacia 1839, lo compró Henry Philip Hope, y por eso se conoce hoy como el diamante Hope. Desde entonces, adquirió un nuevo tipo de celebridad debido a las desgracias que sufrieron sus sucesivos propietarios. En 1958, el joyero neoyorquino Harry Winston se hizo con la pieza y la donó al Instituto Smithsonian de Washington.

La sencilla montura original de este diamante fue sin duda el primer paso hacia la joyería moderna, con engastes casi imperceptibles. Y de la mano de casas de alta joyería como Van Cleef & Arpels, la evolución de la orfebrería siguió el camino de las bellas artes que había comenzado en la corte del rey absoluto.




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Esquema de Abraham Bosse, de 1670, con los diamantes que Tavernier trajo de India en 1668.




La casa Van Cleef & Arpels nació en 1886 de la asociación de Alfred Van Cleef y su primo Salomon Arpels. En 1906, se abrió la primera tienda en la Place Vendôme de París, que ha llegado a ser el gran lugar de concentración de las mejores joyerías del mundo. En 1930, la firma decide lanzarse a la conquista de América, inaugurando tiendas en Palm Beach y en la Quinta Avenida de Nueva York. Tras la II Guerra Mundial, la familia emigra a los Estados Unidos, deviniendo el estilo de la firma en una deslumbrante combinación de inspiraciones francesas y americanas cuyo prestigio se mantiene incólume. Una muestra es el sorprendente collar de inspiración surrealista que realizó en los años 40 para la duquesa de Windsor, en forma de cremallera, plagado de brillantes montados sobre platino, con dientes de diamantes y una gran borla. Una de la mayores locuras jamás concebidas en orfebrería.

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El episodio que originó una leyenda negra contra los catalanes en el Mediterráneo

La Gran Compañía de Almogávares fue una unidad de mercenarios liderada por el intrépido Roger de Flor que, a comienzos del siglo XIV, fue contratada por el Emperador bizantino Andrónico II Paleólogo, con el beneplácito de la Corona de Aragón, para combatir el creciente poder de los otomanos en Anatolia. La muerte del líder provocó una huida hacia adelante que marcó la fama de los catalanes allí
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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:01/03/2019 12:22h
41 Los secretos que convirtieron a los letales Tercios en las «legiones romanas» españolas
La contribución militar y comercial de los catalanes fue fundamental para la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, en la que estaban integrados los Condados catalanes y los reinos de Valencia y Aragón, entre otras partes de lo que fue un gran imperio que iba desde Tortosa a Atenas. No obstante, para muchas regiones de Europa Oriental el recuerdo que dejaron estos españoles no fue precisamente bueno. La forma de proceder de la Gran Compañía de Oriente de los Almogávares, formada por mercenarios aragoneses, valencianos y, en un gran número, catalanes, tras el asesinato de su líder Roger de Flor, en 1305, se merecieron el poco gentil nombre de la «Venganza catalana», debido a los saqueos causados por esta infantería mercenaria.

Como le ocurrió a los Tercios de Flandes en los Países Bajos o al Ejército sueco en la Guerra de los 30 años, las acciones de pillaje y de castigo de este ejército sin cabeza, aislado y sin suministros para alimentarse quedaron impresas en el imaginario popular y en el folclore local de muchos pueblos mediterráneos.

La figura del «Katalan» es todavía un guerrero-gigante sediento de sangre que se usa para asustar hoy a los niños en algunos países balcánicos, al estilo del coco en España o del Duque de Alba en Holanda. Asimismo, si un griego quiere maldecir a alguien, le increpa: «Así te alcance la venganza de los catalanes». En Bulgaria, por su parte, las expresiones «Catalán» e «Hijo catalán» significan «hombre malvado, sin alma, torturador».

Roger de Flor y exterminar a la Compañía en Adrianópolis, mientras asistían a un banquete ofrecido por el monarca, pereciendo así unos 100 caballeros y 1.000 infantes.

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Pintura medieval de tropas mercenarias en la conquista de Mallorca
A pesar de la muerte de su líder y de gran parte de sus efectivos, la Compañía logró sobrevivir y se hizo fuerte en Tracia y Macedonia, devastando durante dos años el territorio bizantino en lo que se llamó la «Venganza catalana», una aventura de crueldad y valor que evoca directamente a la aventura de los 10.000 de Jenofonte en el interior de Persia. José María Moreno Echevarría explica en su libro «Los almogávares» (1970) que «como los bizantinos ya no se atrevían a hacerles frente, se dedicaron a lo que, además de guerrear, sabían hacer tan concienzudamente: saquear. Galípoli era la base y la plaza fuerte de la hueste y desde allí se hacían correrías por todas partes, llevando el espanto a toda la provincia de Tracia. Como no disponían ni de medios adecuados ni de gente suficiente, no se dedicaban a asaltar murallas ni a sitiar ciudades populosas, pero las ciudades pequeñas y las aldeas las castigaron con todo rigor y los griegos comenzaron a darse cuenta del precio tan caro que iban a pagar por la muerte de Roger de Flor y demás aragoneses y catalanes». A decir verdad, los almogávares había mostrado su agresividad incluso antes del asesinato, aunque fue este suceso el que agravó la violencia de estos mercenarios sin lugar donde refugiarse.

Más allá de la fama y de la senda de violencia, el mayor legado de este fuga hacia delante fue la fundación de los ducados de Atenas y Neopatría, que supeditaron primero al Rey de Sicilia, perteneciente a la familia real aragonesa, y más tarde directamente a la Corona de Aragón. La aventura aragonesa de estos territorios terminó, a finales del siglo XIII, ante el empuje de otomanos, florentinos y venecianos.

El tópico del catalán avaro surgió en Italia
La mala fama de los catalanes en Grecia no fue la única consecuencia de la expansión de la Corona de Aragón. En los siglos XIV y XV, el comercio catalán adquirió extraordinaria importancia y acentuó la rivalidad entre Barcelona y las ciudades italianas que estaban bajo la esfera de la Corona de Aragón, quejándose estas urbes de los privilegios que el Rey otorgaba a los comerciantes catalanes en Sicilia y en Nápoles.

En 1297, el Papa Bonifacio VIII otorgó Cerdeña al Rey Jaime II de Aragón, que la conquistó por las armas en 1324. Asimismo, Alfonso «El Magnánimo» tomó en 1443 el Reino de Nápoles, aunque lo consideró una posesión personal y lo legó a su muerte a su hijo bastardo Ferrante. El litigio por decidir al fallecimiento de este último quién debía seguir al frente de Nápoles, que de facto pertenecía a Aragón, causó un conflicto entre los Reyes Católicos y Francia, donde el Gran Capitán resolvió en favor español con la ayuda de tropas castellanas.

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Retrato de Alejandro VI, por Cristofano dell'Altissimo
Los grupos hostiles y envidiosos a la presencia aragonesa en Italia enfocaron sus insultos a los comerciantes catalanes que, como todos los pueblos que se han dedicado a este negocio, se ganaron la fama de tacaños. En «El Decamerón»de Boccaccio, el personaje catalán llamado don Diego della Ratta cuenta con todos estos estereotipos. Por su parte, el florentino Dante Alighieri en su obra la «Divina Comedia» (Paraíso, canto VIII) escribe: «Si mi hermano pudiera prever esto/ evitaría la pobreza avara de los catalanes, para no recibir ningún daño». La mejor forma de insultar a un catalán en Italia era recordar la rigidez de sus bolsillos y referir los defectos vinculados al mal comerciante.

En medio de toda esta hostilidad contra los españoles, en general, y los catalanes, en particular, la designación del valenciano Calixto IIIcomo Papa en 1455 levantó una ola de indignación por toda la península itálica. «¡Un Papa bárbaro y catalán! Advertid a qué grado de abyección hemos llegado nosotros, los italianos. Reinan los catalanes y solo Dios sabe hasta qué punto están de insoportables en su dominio», recoge una carta dirigida a Pedro de Cosme de Médici, señor de Florencia.

Peor aún fue la respuesta contra el segundo Papa borgia. El Papa Julio II –el mismo que escandalizó a Lutero en 1511 por el libertinaje que vivía Roma– definió cuando todavía era cardenal a Alejandro VI como «un catalán, marrano y circunciso» (catalogarle de circunciso era como llamarle judío). Aunque la familia Borgia era valenciana, una región de España en auge en ese momento, y nunca lo escondió, era tal el odio extendido hacía los catalanes, que la denominación se empleaba a finales del siglo XV como un insulto vinculado a la maldad y la avaricia de todos los aragoneses.

No en vano, la hostilidad contra los aragoneses, enfocada con tanta saña en la familia que dio dos Papas al mundo, formaría parte fundamental de la Leyenda Negra (esta con mayúsculas), que poco después brotó en Italia y, poco después, se replicó en Alemania y en los Países Bajos con sus características propias.
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El infierno de los españoles que Napoleón usó como carne de cañón en Rusia: «Quería exterminarnos»
Después de que comenzara la Guerra de la Independencia, tres regimientos rojigualdos incrustados por las bravas en la «Grande Armée» fueron forzados a marchar sobre Rusia contra su voluntad. Sus integrantes ansiaban rendirse al enemigo y acabar con su tragedia
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:21/02/2019 08:11h
14 La cruel enfermedad que torturó a Napoleón en sus últimos días: ¿se estaba transformando en una mujer?

Más que conocidas son las desventuras de la División Azul en la URSS de Iósif Stalin. Sus combates en el lago Ílmen o en Krasny Bor han pasado a la historia. Lo que es menos popular en la sociedad actual es que, más de un siglo antes, otros soldados peninsulares marcharon sobre Rusia a las órdenes de un líder extranjero. Aunque en aquel caso, y con el calendario detenido a principios del siglo XIX, este mandamás no llevaba la esvástica en el chaquetón ni hablaba alemán, Por el contrario, portaba en su pendón el águila imperial y hablaba francés con un ligero acento corso. Su nombre era Napoleón Bonaparte.

Los hombres a los que hago referencia son los pobres desgraciados de tres regimientos del cuerpo expedicionario enviado en 1807 a servir en el ejército galo. Hombres desafortunados que, después de que comenzara la Guerra de la Independencia contra el «Pequeño corso», no lograron regresar a su amada patria y fueron obligados a participar, junto a la «Grande Armée», en la loca invasión de Rusia orquestada por el megalómano Bonaparte. Sus integrantes se dejaron la vida a miles por culpa del frío y de los mosquetes enemigos hasta que, por fin, sus esperanzas se materializaron y pudieron desertar como reos ante los hombres del Zar. «Mi emperador no hace prisioneros a los españoles, vuestro país y el mío tienen estrecha alianza; los ejércitos rusos protegen a todo español que la suerte ponga en nuestras manos», les respondió el oficial al que se entregaron.

Puñalada trapera
Hallar los mimbres de esta unidad requiere retroceder hasta 1796, época convulsa en la que «la France» y nuestra España andaban aliadas contra el poder británico. Pocos sabían entonces que nos íbamos a tragar una invasión gala a traición poco después... Pero en aquellos años, amigos como éramos de los gabachos, el gobierno firmó con el futuro «Empereur» el Tratado de San Ildefonso; texto abusivo donde los hubiere y en el que ambas potencias se comprometían a aunar fuerzas contra Gran Bretaña. Con aquel precedente, y después de la entrada victoriosa del « Pequeño Corso» en Berlín tras hacer añicos a las tropas prusianas, poco podía hacer nuestro país más allá de rendir pleitesía a los revolucionarios.

Guerra de la Independencia, 1808-1814»:

«Bernadotte cuidaba con el mayor esmero de que no les faltase nada de lo que la codicia francesa se hacía proporcionar para sus soldados, y no perdonaba medio para halagar a los nuestros en su orgullo nacional y en su espíritu de personalismo. Su guardia de honor era, cual la de los césares, de españoles, compuesta por una compañía formada de soldados y clases escogidos en el regimiento de Zamora y una sección de 30 caballos del Rey, y jamás se cansó en las revistas y en las marchas de manifestar la satisfacción que le causaban […] nuestros compatriotas».

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Manuel Godoy
Pero la situación se enrareció poco después. De forma más concreta, en 1808, después de que Bonaparte asediara Madrid (y España) a traición tras firmar un permiso de paso con Godoy en el popular Tratado de Fontaineableau. Aquella puñalada trapera pilló a buena parte de la División del Norte en Dinamarca, lo que permitió a la mayoría viajar a toda prisa hasta a Suecia y, a continuación, regresar a la Península para unirse a las tropas británicas y enfrentarse al galo invasor. Por desgracia, la suerte fue esquiva con tres de sus regimientos. Unos hombres a los que les fue imposible separarse de las tropas napoleónicas y que se vieron obligados a partir, dentro de la «Grande Armée», hacia Rusia bajo las órdenes de Napoleón.

Los oficiales del gabacho sabían que no podían esperar lealtad por su parte, pero conocían su destreza con las armas. Por ello, el destino último de nuestros compatriotas era habitualmente la primera línea de batalla. Al menos, así lo afirmó en su diario de viaje Rafael de Llanza, nombrado jefe de este curioso contingente: «No me queda ninguna duda que fuimos puestos en el más evidente riesgo para que fuésemos exterminados». Lo cierto es que los hombres de Bonaparte llevaban razón, pues los nuestros ansiaban el «feliz y suspirado momento de pasarnos a los rusos».

Camino a Borodinó
Las andanzas en Rusia de los tres regimientos españoles que no pudieron escapar de las garras de Napoleón comenzó, siempre según el diario de Rafael de Llanza, en marzo de 1812, cuando recibieron la orden de formar y partir hacia el este. Por entonces, nuestros compatriotas se hallaban en el pueblecito de Neuwarp recordando por activa y por pasiva a sus habitantes que ellos no eran galos. «Yo hice cuanto me fue posible por manifestar que era español, en medio de los ejércitos franceses, y que odiaba el robo y la villanía en medio de unas legiones de ladrones y perturbadores del sosiego humano», explicaba el español en su obra. Así comenzó la campaña más helada de Bonaparte.

A partir de entonces el diario narra de forma pormenorizada, aunque rauda, las diferentes paradas que llevó a cabo el ejército español de Napoleón. Y en todas ellas, según Llanza, el contingente galo se destacó por su pillaje y su villanía. Al parecer, la «imponente multitud» se mostraba «furiosa de deseos de […] entregarse a los horrores del saqueo, incendios, robos y, en fin, al exterminio del género humano» desde el mismo momento en el que asediaron Polonia en su camino hacia Moscú. Aunque los franceses trataban de paliar esta actitud repartiendo panfletos con manifiestos en los que se afirmaba que estaban allí para liberar a los ciudadanos de la opresión de los zares.

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Napoleón en Rusia
Una de las primeras batallas en las que participaron los españoles fue la que, según Llanza, comenzó a pergeñarse el 5 de septiembre de 1812. Por la cercanía con las fechas parece que se refiere a una escaramuza previa a la contienda de Borodinó; la más sangrienta de la campaña rusa. En todo caso, aquella jornada los defensores se jugaban mucho, pues habían permitido a los galos adentrarse kilómetros y kilómetros en el país sabedores de que era imposible defender la ingente cantidad de territorio que atesoraban. Según la crónica, Bonaparte no dudó y ordenó a sus hombres cargar sin piedad. En la vanguardia iban nuestros compatriotas, como bien dejó explicado el autor del diario:

«Mientras duraba este sangriento choque, mi batallón formado en cuadro sostenía avanzado el combate, cuando a las nueve y media fue atacado por el grueso de la caballería, que por el orden regular debía ser roto y deshecho, y tuvo tanta fortuna que una descarga hizo retroceder toda esa caballería, que sin duda a beneficio de la noche nos creyó más fuertes de lo que éramos. ¡Qué bella situación esta para haberse pasado al ejército ruso hasta con las banderas! Los dos regimientos españoles fueron avanzados del Ejército francés, y no me queda ninguna duda de que fuimos puestos en el más evidente riesgo para que fuésemos exterminados. Si nosotros hubiésemos tenido la más remota idea de que podíamos ser acogidos de los rusos, nos podríamos haber pasado sin ningún riesgo».

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Napoleón en Rusia
Dos días después, ya en la contienda principal, el regimiento de Llanza se quedó en retaguardia. Aunque sí «sostuvo por cuatro horas seguidas la diabólica artillería de la Guardia Imperial» y tuvo que «sufrir muchas balas de artillería» enemigas durante horas. Tras la lucha, el hispano se quedó asombrado cuando Napoleón ordenó dejar a los heridos sobre el campo de batalla: «¡Qué triste espectáculo, y más al considerar que tantos miles de hombres debían el día siguiente ser abandonados sobre aquel campo de desolación y expirando en recompensa de su valor y de la victoria obtenida por unos y por la brillante y valerosa defensa de los otros!».

Pero aquellos hombres no iban a ser los únicos olvidados en mitad de la estepa rusa. Le pasó lo mismo a otros tantos que murieron debido al hambre y al frío invierno al que el ejército galo tuvo que enfrentarse en su avance hacia la capital. Y el resto sufrieron todo tipo de enfermedades y problemas físicos por culpa de las bajas temperaturas. El mismo Llanza dejó escrito que, un día, se «sintió en el tobillo del pie derecho un dolor sumamente fuerte».

La sorpresa fue mayúscula cuando se quitó la bota, pues vio que toda su pierna «parecía una piel de tigre de manchas negras y amarillas». «Lo manifiesto a los cirujanos, no les gustó; menos me gustaba a mí», afirmó. En sus palabras, los dolores (que se acrecentaban debido al frío) eran «terribles e insoportables», lo mismo que los remedios que le daban los médicos militares. Y, a pesar de todo, la « Grande Armée» logró tomar Moscú.

¡Retirada!
Con la conquista de la capital parecía que solo era cuestión de tiempo que el ejército galo obtuviese una victoria aplastante sobre los rusos. Pero la falta de comida, el frío, las enfermedades y los continuos ataques de la guerrilla obligaron a Napoleón a marcharse con el rabo entre las piernas y abandonar Moscú el 24 de octubre de 1812.

Desde entonces comenzó una carrera contra el tiempo en la que la «Grande Armée» trataba de evitar ser masacrada mientras regresaba, de forma paulatina, hacia su cuartel general ubicado en Smolensk (primero) y hasta Francia (después). Por descontado, en el camino su retaguardia fue acosada por las unidades más veloces del ejército del Zar. Pintaban bastos para el corso, pero también para nuestros compatriotas. De hecho, los españoles de Llanza sufrieron un ataque el 25 de octubre que a punto estuvo de costarles la vida.

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Cosacos rusos
«Mi división tuvo orden de escoltar [a una unidad] en castigo de haberse dejado tomar toda su artillería al amanecer del 25 por una emboscada de dos mil cosacos que, saliendo de un bosque, cortaron la columna, mataron a cuanto encontraron, desordenando espantosamente todo el convoy. Y en esta situación el Emperador se hallaba de paso entre él, y tuvo a buen partido el poner pies en polvorosa. Su guardia, tres edecanes y un general, fueron lanceados. […] No hubiéramos escapado tan felizmente si el rey de Nápoles, que estaba muy inmediato con toda su caballería, noticioso del riesgo que corría su amo, no hubiese avanzado con diez mil caballos».

En palabras de Llanza, lo que comenzó como una retirada ordenada por parte de la «Grande Armée» terminó en un desastre y en un caos generalizado cuando los jinetes rusos comenzaron a hostigar los flancos y la retaguardia francesa. «El 2 y el 3 de noviembre el cuerpo de ejército que sostenía la retirada fue atacado furiosamente y casi exterminado», añadía. Nuestros compatriotas se vieron obligados, durante todo ese trayecto, a comer la carne de los caballos muertos debido a la escasez de alimento y a abandonar todos sus pertrechos para ir más livianos. «¡Qué muebles tan preciosos se verían tirados y abandonados sobre aquellos campos! Los polacos me robaron mi equipaje», afirmó.

Final del infierno
Por si fuera poco, la situación se enrareció todavía más para los españoles cuando, en plena huida, recibieron la orden de atacar a un gigantesco contingente ruso ubicado en el barranco de Krassnow para cubrir la retirada del ejército galo. «[El mariscal] Ney, sin ver al enemigo a causa de la niebla, mandó a mi cuerpo a atacar a la bayoneta». Fue un desastre. Los rusos, que conocían el terreno, lanzaron un torrente de plomo contra los hispanos y provocaron una gran cantidad de bajas. El mismo Llanza fue herido y se vio obligado a arrastrarse hasta un pueblo cercano. «Después de haber andado como cosa de media hora, nos hallamos en un pueblecito donde se había reunido una multitud de hombres [...[ de los que yo era el único jefe», completó.

Para entonces la aventura rusa de Bonaparte ya estaba llegando a su fin y la única cosa en la que podía pensar el oficial español era en la rendición. Así pues, en cuanto Llanza se topó con una unidad rusa, decidió que había llegado el momento de capitular y acabar con aquel infierno de una vez por todas. Tuvo suerte, pues un coronel leal al Zar le solicitó mantener una conversación antes de que él se lo pidiera. Ya frente a frente, le dijo que «el príncipe Gallitzin, general del Ejército ruso, ofrecía a aquellas tropas un buen tratamiento si se rendían sin la mayor efusión de sangre». La conversación que se sucedió a continuación fue recogida por el hispano:

-«Señor: soy un desgraciado español...».

-«¡Español! Mi emperador no hace prisioneros a los españoles; vuestro país y el mío tienen estrecha alianza: los Ejércitos rusos protegen a todo español que la suerte ponga en nuestra manos».

-«Pues señor, tampoco nada tengo que tratar; yo, mis oficiales y soldados nos acogeremos a la protección de vuestro emperador, vuestro padre y general, y en cuanto a esta multitud podéis disponer de ella como os plaza».

Así terminó la injusticia perpetrada contra los españoles en el este. De hecho, los rusos respetaban tanto a nuestros soldados que una escolta de cosacos les acompañó durante el viaje que emprendieron por Rusia antes de regresar a la patria y, allí por donde pisaban, eran vitoreados por los que, hasta entonces, habían sido sus enemigos: «¡Hispanikis, hispanikis!».
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La verdadera historia de María Estuardo e Isabel Tudor: dos reinas unidas por un fatal desenlace
«La conjura de Babington fue la última de las que se realizó en nombre de la reina María Estuardo, pues la rúbrica de esta aprobando todo el proyecto -en el que entre otras cosas se contaba con asesinar a la reina Isabel-, supuso su sentencia de muerte»
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3«María, reina de Escocia»: Sororidad entre reinas en el siglo XVI

Dos reinas: Isabel I Tudor, Reina de Inglaterra e Irlanda y María Estuardo,Reina de Escocia. Sin que ni siquiera llegaran a conocerse, estas dos mujeres se pasaron sus vidas pendientes la una de la otra. Los recelos, el temor y hasta la rivalidad femenina las situó una frente a la otra. El ambiente político religioso del momento en Europa las enfrentó también en los dos polos opuestos de las luchas religiosas, sin que ni ellas mismas lo buscaran: María fue la esperanza del catolicismo inglés en la clandestinidad, mientras que Isabel lo fue para los calvinistas de los Países Bajos en su lucha contra el imperio español y para los hugonotes franceses.

Isabel Tudor, hija del gran Enrique VIII y de Ana Bolena, por cuya causa el rey abjuró del catolicismo de Roma llevando a su reino por la senda del protestantismo, se convirtió en Reina de Inglaterra a la edad de 25 años, después de tener que esperar a que reinaran sus dos hermanastros: Eduardo VI y María I. Pero hasta que le llegó su turno para reinar, sufrió todo tipo de avatares y temores fruto de los vaivenes políticos y religiosos por esos años en Inglaterra, temiendo incluso por su propia vida, sobre todo durante el reinado de su medio hermana María, quien reinstauró el catolicismo en su reino, persiguiendo a los protestantes, entre los cuales sospechaba que se encontraba Isabel, quien fue encerrada en la Torre de Londres y a punto estuvo de ser condenada a muerte. Por lo tanto, cuando María, quien se había casado con el príncipe Felipe de España, el futuroFelipe II, murió sin dar un heredero al trono y fue sucedida por Isabel, esta ya estaba curtida en las intrigas políticas y en las luchas religiosas, a las que había resistido con éxito durante todo este tiempo, llegando al trono con la sabiduría de una estadista consumada.

La excomunión de un monarca por el papa desligaba automáticamente a cualquier súbdito de seguir manteniendo la obligación de obediencia y sumisión hacia dicho monarca


María Estuardo, por el contrario, fue reina desde los seis días de vida, ya que su padre el rey Jacobo V de Escocia murió en una batalla contra los ingleses nada más nacer su única hija. A los tres años fue prometida al príncipe Francisco, heredero a la Corona de Francia y fue enviada a la corte de ese reino, donde se educó como la próxima reina de Francia. Cuando le llegó ese momento tan esperado, tras la muerte del rey Enrique II, apenas le dio tiempo para saborearlo: su enfermizo marido de 19 años, Francisco II, moriría al año de subir al trono. Así, después de esperar casi toda su vida para ser reina de Francia, al final se tuvo que contentar con ser solo Reina de Escocia, donde volvió tras la muerte de su marido para tomar posesión de su trono. Sin embargo, nunca renunció al trono de Inglaterra, al considerar ilegítima a Isabel, por haber sido el fruto de una mujer de la corte que había sido deslegitimada y repudiada por su propio marido Enrique VIII y condenada a muerte después del juicio que se le hizo por adúltera y por practicar la brujería.

María a hacerse cargo de su nuevo reino, Escocia se veía inmersa en una revolución religiosa que estaba llevando al país al protestantismo más radical. María era católica, y nunca renunció a su fe, por lo que el futuro que le esperaba en su propio reino era muy incierto e inestable. Tras un sinfín de peripecias que tuvo que pasar, muchas de ellas motivadas por su propio carácter impulsivo y poco responsable, a los siete años de reinado tuvo que huir de su país para refugiarse en Inglaterra, donde Isabel, ya asentada en su trono, tuvo que hacerse cargo de ella sin tener muy clara qué actitud debía de tomar hacia su rebelde sobrina, quien la había disputado su propio trono hacía no mucho tiempo.

Como medida preventiva, María fue encerrada en un castillo del norte de Inglaterra como «huésped» de honor, servida y vigilada por una familia aristocrática de alto rango. Pero la presencia de María Estuardo, la católica reina de Escocia, sobrina nieta de Enrique VIII, en suelo inglés, pronto sirvió de detonante para despertar las conciencias de los católicos del reino, los que se habían resistido a acomodarse a la nueva situación religiosa impuesta por el régimen de Isabel y su gobierno protestante. Más aún incluso desde que en 1570 la reina Isabel fue excomulgada por el Papa Pío V.

La excomunión de un monarca por el papa desligaba automáticamente a cualquier súbdito de seguir manteniendo la obligación de obediencia y sumisión hacia dicho monarca, y en este caso, la medida papal que estaba pensada para hacer el máximo de daño al régimen de Isabel, pretendía empujar a todo buen católico de aquella isla a la desobediencia civil, incluso a elegir entre la obediencia a su reina o al Papa, jugándose la condena eterna de su alma si elegía a la primera. Así, desde este mismo momento, las conjuras católicas contra la figura e incluso vida de la reina Isabel se fueron sucediendo una tras otra; a veces financiadas por España o Francia, ayudadas por el embajador de España en dicha corte (el último embajador acreditado de Felipe II ante Isabel, don Bernardino de Mendoza, fue declarado persona non grata y expulsado por habérsele probado su participación en el complot de Throckmorton en 1584). Este embajador juró vengarse de esta reina y de todo su gobierno por la afrenta hecha hacia su noble persona y por ende hacia el Rey de España, y desde su nueva embajada en París, urdió una nueva conjura cuando vinieron a pedirle ayuda los conspiradores que estaban preparándola en Inglaterra, dirigidos por Sir Anthony Babington.

María fue en consecuencia condenada a muerte por el parlamento inglés, y sentenciada a morir en el patíbulo el 8 de febrero de 1587
Para asegurarse de todo Mendoza incluso pudo acceder por carta cifrada a la reina cautiva de Escocia, María, en nombre de quien se urdía toda conjura pro católica. Cuando Mendoza recibió una calurosa respuesta de la reina de Escocia, favoreciendo la empresa para liberarla, este escribió al Rey de España pidiéndole colaboración, tanto económica como militar para acabar con el tiránico gobierno de Isabel y poner en su lugar a María Estuardo, cumpliendo así con la santa misión de devolver a Inglaterra a la Iglesia católica. Felipe II dio también su bendición a todo el proyecto, sin saber que mientras rubricaba ese documento que le había enviado su embajador Mendoza desde París, los conspiradores, una vez más, habían sido ya apresados y estaban siendo salvajemente ajusticiados en el potro en Inglaterra. Detrás de toda esta conjura, como de las otras, estaba el perro guardián de la reina de Inglaterra, sin el cual, ella no hubiera sobrevivido, su Secretario de Estado Sir Francis Walsingham, un puritano de la vieja escuela que veía conjuras papistas por todas partes, pero gracias al cual, ninguna de ellas triunfó.

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Grabado calcográfico de Bernardino de Mendoza
La conjura de Babington fue la última de las que se realizó en nombre de la reina María Estuardo, pues la rúbrica de esta aprobando todo el proyecto -en el que entre otras cosas se contaba con asesinar a la reina Isabel-, supuso su sentencia de muerte. Todas las cartas que se enviaban entre los conspiradores y María encerrada en su castillo, pasaban antes por las manos de Walsingham a través de un elaborado procedimiento ingeniado por él mismo, con el cual contaba con espías infiltrados entre los conspiradores que le ponían al tanto del siguiente movimiento antes que a cualquiera. María fue en consecuencia condenada a muerte por el parlamento inglés, y sentenciada a morir en el patíbulo el 8 de febrero de 1587, 19 años después de haber dado el fatídico paso de cruzar la frontera entre Escocia e Inglaterra para ponerse bajo la protección de su tía la Reina de Inglaterra.

Miguel Cabañas es es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Autor de «Breve historia de Felipe II» (Nowtilus, 2017) y «Reyes sodomitas. Monarcas y favoritos en las cortes del Renacimiento y Barroco» (Egales, 2012), entre otros libros.
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El régimen de Franco abasteció a los submarinos nazis en Las Palmas, a pesar de su neutralidad
Entre 1940 y 1942, más de veinte submarinos alemanes cargaron suministros en puertos españoles (Cádiz, Vigo, El Ferrol y Las Palmas), a pesar de la teórica neutralidad del régimen franquista: 1.508 toneladas de gasóleo, 37 de aceite pesado y 10 torpedos
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74 El repudiado papel de los gitanos en la Guerra Civil: «Fueron actores olvidados»

Mucho se ha hablado sobre aquella España de 1939, recién salida de laGuerra Civil y declaradamente «no beligerante» que, sin embargo, se alineaba con las potencias del Eje. En especial, con Alemania, a pesar de lo heterogéneo de los componentes del bando «nacional»: falangistas, carlistas, monárquicos, moderados y radicales de derecha, etc. Esa aproximación ideológica con los nazis y también con la Italia fascista, que aún no está en guerra, era pleno a principios de la década de los 40.

[ UB-65: la verdadera historia del submarino «maldito» de la Primera Guerra Mundial]

El estado total de ruina en que se encuentra España y la necesidad de afianzamiento del régimen franquista, tanto frente a los coletazos de resistencia armada protagonizados por guerrilleros pertenecientes a las diversas facciones del bando republicano como frente a los propios opositores internos del nuevo régimen, hicieron que Franco se decidiera por no involucrarse en la guerra. La administración franquista prefirió centrarse más en los problemas internos que en las cuestiones de ámbito internacional, oscilando entre la neutralidad y la no beligerancia.



En esa posición, sabemos ahora que el régimen de Franco facilitó que los submarinos nazis se reabastecieran clandestinamente en el puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, durante la Segunda Guerra Mundial e, incluso, transportó torpedos a las islas para ellos en un buque de la Armada española, a pesar de su neutralidad.

U-Boote que el empresario alemán Gustav Winter habría construido en la península de Jandía (Fuerteventura). Sin embargo, un profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Juan José Díaz Benítez, acaba de publicar tres artículos en revistas internacionales relacionadas con la navegación, en los que defiende que esa leyenda en torno a Winter no es creíble y que las bases de abastecimiento estaban radicadas en los grandes puertos, principalmente en La Luz.

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Franco y Hitler, en Hendaya (1940)- ABC
Este historiador, experto en la colaboración hispanogermana durante la Segunda Guerra Mundial, despacha las conjeturas construidas durante décadas en torno al empresario alemán y la supuesta base de submarinos de Fuerteventura con un documento del propio Oberkommando der Wehrmacht (OKW, Alto Mando de las Fuerzas Armadas), en el que se queja a uno de los jerarcas del régimen nazi, Hermann Göring, sobre las actividades de Gustav Winter en Fuerteventura.

El OKW le dice a Göring que Winter está llamando la atención del espionaje británico y pone en peligro la «Etappenorganisation»: la verdadera red secreta de abastecimiento de la Marina alemana, organizada desde la Primera Guerra Mundial y que en los años 30 ya contaba con bases activas en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, con el gerente de la casa Woerman, Walter Vogel, al frente, y en Santa Cruz de Tenerife, dirigida por el cónsul Jacob Ahlers. «Si Gustav Winter hubiera sido un Vm (Vertrauenmann, hombre de confianza) de la Etappe Kanaren (la red de abastecimiento en Canarias), habría bastado con ordenarle directamente a través del agregado naval que suspendiera sus trabajos en Jandía», añade.

El puerto de La Luz
¿Dónde estaba la principal infraestructura de abastecimiento de los submarinos alemanes en Canarias, entonces? En el puerto de La Luz, en la capital grancanaria, que había recibido instrucciones para prepararse para proveer de suministros a los U-Boote el 15 de agosto de 1939. Es decir, 15 días antes de que los nazis invadieran Polonia y de que Reino Unido y Francia les declarasen la guerra.

En estos tres artículos en « Mariner's Mirror», « International Journal of Maritime History» y « Anuario de Estudios Atlánticos», Díaz Benítez aporta documentos tomados en su mayoría de archivos militares alemanes que demuestran que, entre el 30 de enero de 1940 y el 25 de septiembre de 1942, 23 submarinos alemanes cargaron suministros en puertos españoles (Cádiz, Vigo, El Ferrol y Las Palmas), a pesar de la teórica neutralidad del régimen franquista: 1.508 toneladas de gasóleo, 37 de aceite pesado y 10 torpedos.

Estos trabajos del profesor de la ULPGC se centran en los puertos canarios, los primeros en incorporarse a la red de abastecimiento de la Kriegsmarine. Díaz Benítez precisa que las actividades de los submarinos en Canarias no fueron determinantes para el devenir de la guerra, ya que el escenario principal de la batalla del Atlántico se hallaba mucho más al norte, entre Azores e Islandia, pero sí buscaron debilitar la posición británica en África Occidental. Y, sobre todo, delatan la tolerancia (cuando no complicidad) del régimen franquista con esas operaciones de las Fuerzas Armadas alemanas hasta que el curso de la guerra comenzó a decantar las tornas a favor de los Aliados, lo que tuvo consecuencias en forma de «más miseria y hambre» para la población, porque Londres redobló su presión económica sobre España e hizo mucho más difícil la entrada de alimentos y combustible en el país, remarca este experto.

Combustible y víveres
Cuando estalla la guerra, Alemania tenía ya posicionados en los puertos de Canarias cuatro petroleros con 21.810 toneladas de gasóleo y 16.100 de fuel, tres de ellos asignados a los submarinos.

Sus primeras actividades fueron, no obstante, proveer de combustible y víveres, en ocasiones importados desde Argentina, a los barcos de suministro de la Kriegsmarine y a los «burladores del bloqueo», barcos alemanes que intentaban regresar a puertos de su país o de la Francia ocupada, como el «Amasis» y el «Chemnitz», que inauguraron la ruta en 1939. Le siguieron otros siete.

Sin embargo, el suministro a los U-Boote no lo llevaron a cabo directamente los petroleros, sino un vapor habilitado discretamente para su nueva función, el «Corrientes», que se estrenó ayudando a reavituallarse en el puerto de La Luz al submarino italiano «Capellini», después de que la vigilancia británica le impidiera abastecer a los U-37 y U-43 en febrero de 1941.

Entre el 3 y el 5 de marzo de 1941, en tres noches consecutivas, el «Corrientes» trasvasó 166 toneladas de combustible a los submarinos U-124, U-105 y U-106; el 24 y 30 de junio proporcionó 111 toneladas a los U-123 y U-69; y el 5 de julio suministró 54 toneladas al U-103. Y todo ello, dentro del puerto de La Luz.

¿Se vulneró el estatus de neutralidad?
¿Se hicieron esas operaciones, que vulneraban el estatus de neutralidad de España, a espaldas del régimen de Franco? Díaz Benítez cree todo lo contrario: «Sin la colaboración española», argumenta, hubiera sido imposible actuar en el puerto de La Luz, pero es que además en los archivos constan radiotelegramas del Ministerio de la Marina al comandante naval de Canarias anunciándole la llegada de los submarinos y ordenándole la mayor reserva, así como respuestas de este último confirmando los avituallamientos.

La complicidad de la dictadura franquista con la actividad de los submarinos nazis en Canarias la extrae este historiador de otros dos hechos: en julio de 1941 un buque de la Armada española, el «Contramaestre Casado», transportó ocho torpedos para los buques alemanes en Las Palmas, y las autoridades locales ayudaron a sacar del país a la tripulación del submarino U-167, hundido por su comandante a solo cinco kilómetros de Maspalomas el 6 de abril de 1943, tras haber sufrido un ataque de aviones británicos.

La dotación del U-167 no fue retenida por las autoridades españolas, como le obligaban las normas internacionales, sino que escapó la noche del 12 al 13 del puerto de La Luz embarcada en un remolcador de la casa Woermann, que la transportó a otro submarino que esperaba a recogerla unos kilómetros mar adentro, el U-455. El hundimiento del U-167 había sido tan precipitado, a solo 22 metros de profundidad, que su tripulación no tuvo tiempo de destruir antes todos sus elementos secretos. Hasta el punto de que seis meses después, un pescador local regresó a la costa de Gran Canaria con una máquina de cifrado «capturada» en ese pecio.

Toda esa historia terminó cuando las quejas (y las amenazas) británicas se intensificaron y, sobre todo, cuando los Aliados tomaron el Marruecos francés, lo que facilitó a sus aviones tener bases para ejercer una estrecha vigilancia sobre Canarias.
https://www.abc.es/historia/abci-re...s-pesar-neutralidad-201903011341_noticia.html
 
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