Cuadernos de Historia

LA PRIMERA CRUZADA, 1096-1099 – Rubén Sáez Abad
Publicado por David L | Visto 4044 veces



Rubén Sáez Abad es un gran conocido para los aficionados a la historia militar. Su línea de publicaciones en este ámbito es amplia y variada, avalada por su doctorado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, y ganador del Premio Nacional Defensa 2004 otorgado por el Ministerio de Defensa en su modalidad de Historia y Geografía Militar por su trabajo sobre técnicas y máquinas de asedio en la Antigüedad.

El tema central de esta obra es la Primera Cruzada transcurrida entre los años 1096-1099, en apenas 140 páginas vamos a conocer con más detalle cómo se gestó aquella primera incursión cristiana en busca de la liberación de los Santos Lugares desde la llamada del Papa Urbano II hasta la llegada a Jerusalén de los cruzados cristianos. En el año 1095 el emperador bizantino Alejo I envió una delegación de emisarios al Concilio que se estaba celebrando en Piacenza. Su objetivo radicaba en conseguir tropas voluntarias que ayudasen a los bizantinos en su lucha contra los turcos. El Papa Urbano II encontró en ese desesperado auxilio una buena oportunidad para liderar un movimiento que supusiese la reunificación de la Iglesia escindida entre Oriente y Occidente. El Concilio de Clermont-Ferrand, celebrado entre el 18 y el 28 de noviembre del año 1095, sería el escenario elegido por Urbano II para hacer pública su llamada a una Cruzada cristiana. La famosa arenga papal Deus lo volt, Dios lo quiere, sería el lema elegido para arengar a la recluta. Se iniciaba así de esta manera el camino hacia Jerusalén.

Por lo que se refiere la estructura formal de esta obra, destacar su bien ordenada configuración de los tiempos, dándoles a cada uno su valor real. A una breve introducción de las vísperas de la Primera Cruzada le seguirán, ya propiamente dichos, los capítulos en los que el discurrir militar alcanzará su máximo protagonismo. Los mapas son desde luego algo a resaltar y para bien, su calidad es excelente, de lo mejor que se publica en el mercado editorial y toda una garantía para poder seguir el transcurrir de las batallas con gran facilidad.

En su prólogo el autor se cuestiona si ¿realmente el amor a Dios y la defensa de su Iglesia fue la que movió a tantos y tantos Europeos cristianos a morir por la cruz? O ¿podemos esbozar otros motivos, principalmente el económico? Cuando uno comienza el libro con este par de interrogantes en el aire puede quedar ciertamente perplejo si nos atenemos al mito de las Cruzadas. La posterior lectura del mismo responderá, si no totalmente, sí con cierto peso argumental para apostar por los motivos que empujaron a esos cristianos a decidir luchar en Tierra Santa.

La difícil coyuntura del momento, períodos de epidemias y hambrunas, brindó la oportunidad a muchos campesinos de integrarse en las tropas que partirían hacia Oriente en busca de un futuro mejor. Fueron hombres que no tenían nada que perder a los que se les unieron barones de segunda fila, el propio Urbano II no era muy partidario de implicar a los grandes monarcas en esta campaña, su objetivo no era otro que monopolizar dicha cruzada sin la intervención de otros poderes que pudiesen comprometer su liderazgo. Pedro el Ermitaño fue uno predicadores más importantes que contribuyeron a promover la Cruzada; su liderazgo consiguió reunir en la ciudad de Colonia a entre 15.000 y 20.000 seguidores. ¿Cómo sería el paso de estas tropas por los diferentes territorios hasta su llegada a la capital imperial? Tal y como afirma el autor su comportamiento no fue diríamos muy piadoso. Los saqueos y destrucciones estuvieron a la orden del día hasta el punto de que llegaron a ser combatidos o escoltados por los monarcas afectados. Una vez en tierras imperiales su desorden continuado, sus incursiones sin ninguna lógica, la falta de una logística adecuada y una dirección militar pésima de aquella Primera Cruzada Popular acabaría en desastre, siendo trágico el final de la mayoría de sus integrantes. A pesar de ser un capítulo breve, es desde luego un buen entrante para lo que nos espera de esta brillante narración. La Cruzada oficial, con sus excelente tropas bien preparadas, harán cambiar el signo de la batalla. A partir de ahora vamos a encontrarnos con los principales protagonistas de las Cruzadas, los caballeros que comandaron las diferentes tropas puestas al servicio del emperador bizantino. Hugo de Vermandois, hermano del monarca francés, Goodofredo de Bouillon, Raimundo de Saint-Guilles, Roberto de Normandía, Esteban de Fois, Roberto II de Flandes y Bohemundo de Tarento entre otros, serán los personajes más importantes en la Primera Cruzada. Tanto sus maneras de dirigir la batalla como sus ansias de poder serán expuestas magistralmente en la obra. En este eje central que serán los asedios, mayoritarios frente a las batallas en campo abierto, descubriremos el primer envite con el turco en el asedio de Nicea, una ciudad que estratégicamente no podía dejarse atrás sin atacarla si lo que se deseaba era avanzar hacia Jerusalén con las retaguardia asegurada. Fue en Nicea donde se demostró la importancia del cuerpo de zapadores y de servicios de máquinas de asedio a la hora de afrontar fortalezas. La batalla de Dorilea, que siguió al asedio de Nicea, demostró tal y como afirma Rubén Sáez Abad la fragmentación entre las diferentes unidades cristianas, hecho que sin duda debilitaba su fuerza. La toma de Edesa fue cuanto menos significativa, la codicia por hacerse dueño de la ciudad llevaría ya a un claro enfrentamiento entre los cruzados. Los asedios de Antioquía junto al de Jerusalén son desde luego ampliamente estudiados y conforman las dos acciones más importantes de los cruzados, el autor así lo entiende y dedica la mayor parte de este trabajo a ambos.

Apasionante es el juego de estrategias desarrollado tanto por parte de los sitiados como por parte de los sitiadores, no cabe duda de que resultaría de suma importancia llevar a cabo un asalto rápido de las fortalezas antes de la posible llegada de refuerzos que hiciese balancear las fuerzas apostadas en dichos asedios. Para el autor, un factor muy importante para el triunfo final fue la poca cohesión del contingente turco. Este hecho evitó a los cruzados tener que enfrentarse a unas tropas más eficaces y con mayor capacidad de movilización. Los diferentes planes ocultos, además de las divergencias entre los mandos cruzados y la puesta en marcha de operaciones en el que la artillería pesada saldría vencedora frente a la excelencia en el arma de arqueros turcos, son desde luego otro plato fuerte de este trabajo.

Narración trepidante, sobresaliente análisis de todos los detalles tácticos y estratégicos y con un broche de oro: un final donde se expondrá de una manera muy resumida las diferentes opciones de hacer la guerra de asedio en la Edad Media. Este anexo final puede leerse antes de comenzar la lectura de la campaña propiamente dicha; su utilidad a la hora de poder comprender y analizar con más rigor las tácticas y estrategias utilizadas en los diferentes asedios, seguro que será de gran provecho para el lector.
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La fascinante historia de Chang y Eng Bunker, los hermanos siameses "originales" que se convirtieron en propietarios de esclavos y tuvieron 21 hijos
Julia Tena de la NuezBBC News Mundo
  • 3 marzo 2019
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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionChang y Eng Bunker, los primeros hermanos llamados siameses
Hoy en día utilizamos la palabra 'siameses' para referirnos a aquellos gemelos cuyos cuerpos siguen unidos después del nacimiento.

Pero pocas personas saben que el término proviene de una pareja de hermanos excepcionales que vivieron en el siglo XIX en Estados Unidos.

Los hermanos nacieron en 1811 en Siam, lo que ahora se conoce como Tailandia, hijos de padres chinos.

Se trata de Chang y Eng Bunker, quienes vinieron al mundo unidos por el esternón.

"Chang y Eng no son los primeros hermanos unidos que conocemos. Anteriormente hubo casos bastante conocidos en la historia", le dice a BBC Mundo Yunte Huang, autor del libro "Inseparables: los gemelos siameses originales y su encuentro con la historia estadounidense".

"Por ejemplo en Hungría vivieron dos hermanas en el siglo XVIII que causaron fascinación en la época. Pero Chang y Eng Bunker fueron los primeros hermanos siameses que llegaron a vivir vidas extraordinarias", afirma.

Vendidos como esclavos
De niños Chang y Eng eran conocidos como los "gemelos chinos" por sus vecinos en Siam.

Cuando eran apenas adolescentes un capitán de barco estadounidense les descubrió nadando en el río y decidió llevarles a Estados Unidos.

"Fueron prácticamente vendidos por su madre", explica Huang. "Y cuando llegaron a Estados Unidos les pusieron encima del escenario y los exhibieron como si fueran monstruos".

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Image captionLos siameses eran presentados en espectáculos de variedades.
Como explica Huang, "la América del siglo XIX era un lugar muy puritano y aburrido. Y los espectáculos de variedades eran una de las principales formas de entretenimiento en aquella época".

Los propietarios decidieron comercializarlos como 'gemelos siameses' por ser de Siam y así fue como este término se acabó convirtiendo en su marca.

"Les trataban como esclavos, aunque técnicamente no eran esclavos, ya que habían firmado un contrato de 5 años", explica el autor.

"La audiencia les pedía que se quitasen la ropa para verificar que no había truco, los doctores les examinaban sobre el escenario... nadie les trataba como si fueran seres humanos", dice.

Libertad y dinero
A los 21 años Chang y Eng alcanzaron la edad adulta en Estados Unidos. En vez de bajarse de los escenarios decidieron seguir exhibiéndose ante el público.

"Chang y Eng eran personas muy inteligentes. De ahí viene mi fascinación por ellos," explica Huang. "Siguieron exponiéndose ante un público estadounidense que les veía como infrahumanos, pero esta vez ellos se quedaron con todo el dinero".

"Fueron de escenario a escenario durante siete años e hicieron mucho dinero. Y luego se retiraron".

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Image captionChang y Eng con dos de sus 21 hijos
Chang y Eng eligieron Carolina del norte como lugar de residencia. Compraron tierra y una casa, y en un giro inesperado para dos personas que habían luchado tanto para ser considerados como humanos, se convirtieron en propietarios de esclavos.

Yunte Huang intenta explicar esta aparente contradicción: "Chang y Eng querían alejarse de la multitud, y cuando se retiraron a Carolina del norte se convirtieron en sureños en todos los aspectos".

"En 1832 no había mucha inmigración asiática, así que en cierta medida se mezclaron con la población blanca. Los sureños les veían como 'blancos honorarios', ya que eran famosos y tenían dinero".

"Así que se convirtieron en propietarios de esclavos, se casaron con dos mujeres blancas y cuando llegó la Guerra Civil mandaron a sus hijos a luchar contra los yankees del norte".

Veintiún hijos
Chang y Eng desafiaron los estándares de la época de dos maneras.

Primero, consiguieron adquirir la ciudadanía estadounidense, normalmente reservada para los hombres blancos libres.

Y segundo, se casaron con dos hermanas blancas, en contravención con las leyes antimestizaje del sur.

Fue ungran escándalo y los periódicos de la época dedicaron muchos titulares a la unión.

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Image captionLos periódicos de la época estaban fascinados con la historia de los hermanos.
La dinámica de un matrimonio con hermanos siameses tampoco debía resultar sencilla.

Los gemelos se adhirieron a una rutina muy estricta: compraron dos casas a una milla de distancia la una de la otra, una para la mujer de Chang y otra para la de Eng, y acordaron que pasarían tres días en cada una.

Huang explica que los hermanos también tenían un acuerdo muy riguroso a la hora de tener relaciones íntimas.

"Utilizaron la misma técnica que las hermanas siamesas inglesas Daisy y Violet Hilton, que vivieron en el siglo XX. Una de estas hermanas terminó casándose y, según cuenta en sus memorias, cuando la hermana casada estaba con su marido la otra hermana se apartaba mentalmente de la situación: leía una libro o se echaba la siesta."

"Esto fue lo que hicieron Chang y Eng".

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Image captionDaisy y Violet Hilton utilizaron la misma técnica matrimonial que los hermanos que Chang y Eng.
Parece ser que este arreglo funcionó, ya que los dos matrimonios produjeron un total de 21 hijos en las tres décadas que estuvieron juntos.

"Chang tuvo diez hijos y Eng once. Aunque parezcan muchos realmente no era tan inusual para los estándares de la época, sobre todo en Carolina del norte, donde era normal que una pareja tuviera hasta diez hijos", afirma Huan.

La descendencia de Chang y Eng todavía se reúne una vez al año y el autor del libro ha asistido a una de estas reuniones.

Unidos hasta el final
Cabe preguntar si los hermanos quisieron separarse el uno del otro alguna vez.

Huang explica que cuando llegaron por primera vez a Estados Unidos fueron examinados por un doctor muy famoso, quien les dijo que la operación para separarles podía ser muy peligrosa.

Aún así los hermanos consideraron llevarla a cabo antes de casarse, pero sus futuras mujeres les convencieron de que era demasiado arriesgado.

"Ellas les dijeron que les aceptaban tal y como eran", dice Huang.

Pero puede queel desenlace de su historia hubiese sido muy distinto si se hubiese llevado a cabo la operación.

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Image captionLa descendencia de Chang y Eng todavía se reúne una vez al año.
"Chang bebía a menudo, y su salud se deterioró con los años", explica Huang.

"Terminó sufriendo un infarto y tuvo que quedarse en la cama. Esto significa que Eng no podía salir de la cama tampoco, aunque él estaba completamente sano".

Una noche Chang se puso muy enfermo. Cuando Eng se despertó, su hermano había muerto.

Por primera vez en su vida, Eng estaba solo.

"Los hermanos habían acordado que cuando Chang muriese el médico los operaría para que Eng pudiese vivir, pero aquella noche no llegó a tiempo. Y horas más tarde, Eng había muerto".

No se sabe a ciencia cierta por qué Eng murió apenas unas horas después que su hermano.

"Pudo ser que muriese de horror al verse atado a un cuerpo. Pero los médicos especulan que Eng probablemente murió por pérdida de sangre cuando su sistema circulatorio bombeó sangre a través de los vasos sanguíneos que le conectaban con su hermano muerto y no recibió sangre a cambio", dice Huang.

Tras su muerte los médicos realizaron una autopsia para comprender más sobre la anatomía de los siameses.

La autopsia reveló que el hígado de Chang y Eng estaba conectado.

Huan afirma que la historia de los dos hermanos muestra que no hay una sola manera de ser humano: "Chang y Eng vivieron una vida extraordinaria. Y estuvieron juntos hasta el final".
https://www.bbc.com/mundo/noticias-47293447
 
BERLÍN, 1936 – Oliver Hilmes
Publicado por Rodrigo | Visto 1421 veces

La realización de los Juegos Olímpicos de Berlín, entre el 1 y el 16 de agosto de 1936, deparó al Tercer Reich la oportunidad perfecta para exhibir al mundo un rostro afable, pero también para hacer progresos en el frente doméstico, afianzando en la opinión pública alemana la imagen de un régimen dinámico y eficiente, encaminado a posicionar al país en lo más selecto del escenario internacional (restaurando con ello el orgullo patrio). El montaje de eventos multitudinarios provistos de un ceremonial cuasi litúrgico y de una estética apabullante era una especialidad probada del régimen, que se servía regularmente de ellos para fines propagandísticos; unos fines en que la nacionalización de las masas -expuestas de manera sistemática a un sugestivo arsenal retórico y simbólico- constituía el motivo cardinal: conquistadas en cuerpo y alma, convertidas en material dúctil y disciplinado, el régimen podría arrojarlas en todas direcciones en la forma de maquinaria de guerra imparable, una colosal apisonadora de países. La índole a medias recreativa y a medias competitiva de la magna ocasión redundaba en favor del Reich: ¿qué mejor modo de impresionar al orbe benévolamente, suspendiendo por un instante el afilamiento de la espada, que seducirlo con el espectáculo de un pueblo sano y vigoroso, capaz de hazañas deportivas que demostraban una puesta a punto completa, tanto en lo corporal como en lo espiritual?; ¿qué prueba más fehaciente del resurgimiento de la nación germana, hace tan poco menesterosa y postrada, que la organización impecable de un certamen de rango planetario? Claro que no todo en aquellos dieciséis días fueron fastos y pompas, obviamente, ni podían los planes estratégicos o los clamorosos actos asfixiar el rumor de la humilde cotidianeidad; siempre fluye, en paralelo al gran drama de la historia, la caudalosa corriente de vicisitudes menores que acompasan el ritmo del diario vivir. Transitando entre los dos planos -que no pocas veces llegan a intersectarse-, el historiador alemán Oliver Hilmes (n. 1971) configura en Berlín, 1936 un peculiar cuadro de las jornadas enmarcadas por lo que cabe llamar “los Juegos Olímpicos de Hitler”. Ciñéndose al doble esquema de la secuencia cronológica lineal y la estructura de un mosaico narrativo -compuesto de teselas extraídas de fuentes diversas-, el libro nos sitúa en la trama de una coyuntura en la que se gestaban los más terribles acontecimientos.

Personalidades de alcurnia se dan cita en esta panorámica, figuras de la política y la diplomacia lo mismo que representantes del campo de la cultura, pero también concurren gentes de a pie, en las antípodas de la celebridad o las instancias del poder. El tenue hilo de sus existencias pasa inadvertido en la urdimbre de la historia, mas el ojo avizor de Hilmes detecta en la suerte de estas personas -marginal, deslucida o derechamente aciaga- algún indicio de lo que se cuece en el momento. Lo cierto es que el autor pone énfasis en lo menudo de la mentada trama, en las pequeñas historias o anécdotas que, no obstante su modesto jaez, permiten tomarle el pulso a una sociedad y a un compás histórico que en apenas unos años harán explosión. El instante no era el de las tremebundas decisiones geopolíticas o militares, ni el de las rupturas sin vuelta atrás. Representaba en verdad una pausa en la carrera hacia la locura destructiva, incluso desde el punto de vista de la gestión gubernamental. El mismísimo Goebbels, ministro de propaganda, instruía a la prensa nacional para que se adaptase a la especial circunstancia, que atraía sobre el país las miradas del exterior. Ni el tono ni los contenidos de los medios debían reflejar los aspectos conflictivos de la realidad interna; a los extranjeros había que convencerlos de que en Alemania imperaba un clima de armonía y prosperidad, y que el gobierno sólo estaba armado de buena voluntad para con el mundo entero. Son precisamente las intantáneas fugaces que Hilmes inserta en la vista general lo que desmonta la farsa orquestada desde arriba, en aquella urbe que el régimen maquilla para la percepción del exterior. Similar propósito cumplen los breves pero decidores extractos de las instrucciones gubernamentales a la prensa (de periodicidad diaria) y de los informes de la policía de Berlín, reproducidos cada tanto por el autor. En esta línea están también los lúcidos testimonios registrados por observadores de la época, entre los que destacan Victor Klemperer y Peter Fröhlich (mejor conocido por su futuro nombre adoptivo, Peter Gay).

Uno de los casos más decisivos en el plan general del libro es el de Thomas Wolfe, el escritor estadounidense de trayectoria meteórica y temprano fallecimiento (ocurrido en 1938). El viaje que realiza a Berlín en los días de los JJ.OO. es el segundo, aunque desde 1926 es un visitante asiduo de Alemania, país que ha hecho una acogida entusiasta de su obra literaria. En este viaje combina el placer con los negocios, alternando la promoción de su más reciente novela con el turismo y unas juergas de campeonato. Wolfe está encantado con lo que ve -y degusta- en la capital, vitorea los triunfos de su compatriota Jesse Owens en el Estadio Olímpico (aunque no le agracia del todo que el protagonismo indiscutido recaiga en un atleta de raza negra), no desperdicia ocasión alguna de flirtear con beldades germanas; empapado del ambiente festivo y poco dado a fijarse en cuestiones políticas, parece que se dejará embaucar por la meticulosa escenificación oficial. Sin embargo, Wolfe abre súbitamente los ojos, y es gracias a Mildred Harnack que lo hace. En conversación de sobremesa, la intelectual germano-estadounidense -que durante la guerra integrará la denominada “Orquesta Roja”, la red comunista de espionaje- le habla de los campos de concentración nazis, lo que pone en alerta al atolondrado escritor. El que traspone las fronteras días después es ya otro hombre, no en punto a temperamento sino a convicciones, y con innato ímpetu -acorde con su imponente envergadura física- abordará la tarea de formular una advertencia sobre lo que ha terminado por vislumbrar, superado al fin el deslumbramiento: lo que en Alemania rige es una tiranía, y el mundo no debe dejarse ofuscar por los oropeles que el régimen de la esvástica disemina por doquier.

El día de la inauguración de los Juegos, Richard Strauss, que no tiene interés alguno por el deporte, soporta con escasa paciencia la espera antes de acometer la ejecución de su himno oficial, dirigiendo la orquesta en el propio Estadio Olímpico. En el mismo recinto, la cineasta Leni Riefenstahl se prodiga por todos lados en procura incluso de los detalles más específicos, esmerándose por documentar el acontecimiento como no se ha hecho hasta entonces; sostiene incluso agrias discusiones con Goebbels, que ve en la profusión de aparejo fílmico un estorbo (como fuere, ella se impone). Tras ciertas quejas vertidas por deportistas judíos sobre la discriminación que sufren en Alemania, diplomáticos estadounidenses enviados ex profeso certifican que la denuncia no merece mayor consideración (al fin y al cabo, el veto a los judíos es lo corriente en su entorno social, allá en casa). Como era de prever, Goering se siente a sus anchas en el papel de magnífico anfitrión, encabezando la suntuosa velada que reúne al cuerpo diplomático, miembros de gobiernos extranjeros, dirigentes del Comité Olímpico Internacional y artistas de relumbrón en los jardines del Ministerio del Aire (por supuesto, su proverbial vanidad no ha resistido la oportunidad de lucir uno de sus ostentosos trajes)… Multitud de escenas de este calibre tienen su contraparte en las que capturan el lado B de la realidad, como aquellas que retratan el mundillo del trasnoche y la vida bohemia.

De esta faceta del libro, relevante en toda su extensión, emergen personajes a su manera significativos como Hubert von Meyerinck y Leon Henri Dajou, dos noctámbulos empedernidos. El primero es un popularísimo actor de cine y teatro, muy requerido además como artista de cabaret; una personalidad exuberante que hace tiempo está en la mira de los celadores del régimen por su homosexualidad. El otro es un empresario de oscuro origen, dueño del Quartier Latin, que pasa por el club más exclusivo de la capital; en sus elegantes estancias los concurrentes pueden codearse con acaudalados banqueros e industriales, poderosas autoridades de gobierno o estrellas del espectáculo como Meyerinck, Pola Neri y Rosita Serrano, la cantante y actriz sudamericana que multiplica adeptos en el público berlinés (la prensa la apodará “die chilenische Nachtigall“, el ‘ruiseñor chileno’). Lo interesante del caso es que Dajou, como su amigo Meyerinck, también es objeto de seguimiento: se sospecha que es judío, proveniente al parecer de Rumania. Sobre él y sobre la generalidad de sus correligionarios se estrecha un cerco de hierro que ya ha trastocado cantidad de vidas. La mayoría de ellos, desde luego, no se oculta bajo una falsa identidad como Dajou, ni tiene la posibilidad de hacerse con una pequeña fortuna como la que supondría la venta del Quartier Latin (no tan difícil de concertar, en vista de su éxito). Muy pocos están fogueados en el fingimiento y en una existencia legalmente precaria, presta siempre a la huida o la clandestinidad, como Dajou. Sobre estos judíos se cierne, pues, un lóbrego destino.

En conjunto, Oliver Hilmes compone una vívida y multifacética vista del tras bastidores de un capítulo histórico relevante. Sobre él apunta el autor: «Con los Juegos Olímpicos de Berlín finaliza la fase de consolidación de la toma de poder de los nacionalsocialistas. Las Olimpiadas de 1936 en Berlín no son sólo un gigantesco éxito propagandístico, resume André François-Poncet (a la sazón el embajador de Francia): “En la historia del régimen nazi los festejos de los Juegos Olímpicos constituyen el punto culminante, el cenit, por no decir la apoteosis para Hitler y el Tercer Reich”».

– Oliver Hilmes, Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto. Tusquets, Barcelona, 2017. 320 pp.
http://www.hislibris.com/berlin-1936-oliver-hilmes/#more-24342
 
Una monja, una aristócrata gallega y una republicana repudiada: así es la otra historia del feminismo español

Como ocurre con todos los avances en los derechos humanos, también desde el mundo católico hubo personas que clamaron por un cambio

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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:04/03/2019 17:39h
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La Declaración de Independencia de los EE.UU, y pocos años después la Revolución francesa, dio el pistoletazo de salida a la lucha feminista por enmendar la frase «todos los hombres son creados iguales». ¿Qué pasaba con las mujeres?

Lo que se suele obviar es que, mucho antes de que Thomas Jefferson redactara desde su plantación de esclavos aquella frase contradictoria, un religioso católico, el jesuita Francisco Suárez, había escrito algo muy parecido en el siglo XVI: «Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro».

El feminismo nunca ha sido monopolio de la izquierda, ni del mundo protestante. Como ocurre con todos los avances en los derechos humanos, también desde el mundo católico hubo personas que clamaron por un cambio. La escritora y religiosa Sor Juana Inés de la Cruz abogó en sus textos por la igualdad de los sexos y por el derecho de la mujer a adquirir conocimientos: «Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis», protestaba desde su celda la novohispana. Por no hablar del valor de mujeres pioneras en sus respectivos campos, como lo fue la Reina Isabel «La Católica»; las renacentistas Beatriz Galindo y Luisa de Medrano, ilustres figuras de la Universidad de Salamanca cuando las mujeres tenían prohibido el acceso; o Isabel Barreto, primera Almirante de la Armada que lideró una expedición por el Pacífico.

La guerra de Campoamor

No fue tampoco una feminista al uso Concepción Arenal. Esta católica de ideas liberales no discutía el papel del hombre en la sociedad que le tocó vivir, pero eso no le frenó a la hora de reivindicar un papel más igualitario y respetuoso con las mujeres. Desafiando las restricciones, esta gallega acudió como oyente, disfrazada de hombre, a clases de Derecho penal y jurídico en la Universidad de Madrid entre 1841 y 1846. «En cuanto a los privilegios del s*x*, renuncio solamente a ellos por haber notado que cuestan más que valen», decidió.

Campoamor y Victoria Kent cuando se abrieron las puertas para que, en octubre de ese año, se aprobara este derecho con el apoyo de casi todo el Partido Socialista (Indalecio Prieto y muchos votaron en contra), buena parte de la derecha y pequeños grupos republicanos. Ni su partido ni la izquierda, que perdió las siguientes elecciones, perdonó jamás a Campoamor su desafío.
https://www.abc.es/historia/abci-mo...a-feminismo-espanol-201903032326_noticia.html
 
Católica devota y feminista radical: la biografía que explica las paradojas de Emilia Pardo Bazán

Igualdad

La historiadora Isabel Burdiel publica un libro sobre la escritora gallega, una mujer contradictoria y una brillante intelectual que logró triunfar en vida

"Los sectores conservadores se apropiaron de Pardo Bazán para después apagar su obra porque les pareció demasiado irreverente", afirma Burdiel

"Mi biografía pretende animar a leer a Pardo Bazán, una de las mejores escritoras europeas de la segunda mitad del XIX", señala su biógrafa

Miguel Ángel Villena
04/03/2019 - 21:38h
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Emilia Pardo Bazán, católica y feminista radical

Emilia Pardo Bazán se venga de la RAE con humor e impertinencia
Católica practicante y a la vez feminista radical; aristócrata elitista y, sin embargo, mujer libre; muy conservadora en lo político, pero liberal en sus costumbres, la figura de Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851–Madrid, 1921) define con sus paradojas la segunda mitad del siglo XIX.

Escritora extraordinaria de múltiples registros y que cultivó diversos géneros literarios, Pardo Bazán se escapa sin duda alguna a los encasillamientos fáciles. La catedrática de Historia de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, ha necesitado cinco años de investigación y redacción hasta publicar Emilia Pardo Bazán (Taurus) y confiesa que nunca imaginó que la autora gallega albergara tantas paradojas y contradicciones ni una ambivalencia tan enorme.

"Ella tenía una cierta coherencia –aclara la biógrafa– pero esa actitud no encajaba en los cánones de la época. En cualquier caso, podemos decir que la vida y la obra de Pardo Bazán representan un observatorio estupendo para entender la pluralidad del siglo XIX, en especial durante la Restauración, cuando comienzan a romperse las dicotomías de viejo-nuevo o conservador-progresista".

Premio Nacional de Historia en 2011 por su biografía sobre Isabel II y experta en un siglo tan convulso y enrevesado como el XIX, Isabel Burdiel (Badajoz, 1958) confiesa que hubo dos momentos en la vida de su ilustre biografiada Pardo Bazán que le apasionaron de modo especial.



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"La vida de la escritora –explica– resulta muy interesante en la etapa en la que pasa de la oscuridad a la luz, del anonimato en una pequeña ciudad como A Coruña a la fama nacional e internacional, un periodo en el que Pardo Bazán encuentra su propia voz y su forma de estar en el mundo. La otra época importante se centra en su declive porque a la intelectual gallega no le gustó nada envejecer, a pesar de que se reinventó como escritora y fue aceptada por escritores jóvenes como Unamuno o Martínez Sierra".

Mujer valiente y ambiciosa, con una formación cosmopolita a sus espaldas, dominadora de varios idiomas, la autora de obras tan célebres como Los pazos de Ulloa, La cuestión palpitante o Insolación, pudo triunfar contra viento y marea en un mundo literario y periodístico monopolizado por los hombres. Es cierto que su acomodada situación económica le permitió ciertas licencias, pero no obstante ella se empeñó en vivir en buena medida de la literatura y así transitó de los cuentos a la novela, del teatro a los libros de viajes, del ensayo y la crítica literaria a la poesía.

Toda esa proyección literaria, en muchas ocasiones plasmada en los periódicos que solían publicar relatos por entregas, convirtió a Emilia Pardo Bazán en una celebridad polémica que contaba con furibundos detractores y también con fervorosos admiradores. En una palabra, era un personaje que a nadie dejaba indiferente. Isabel Burdiel responde, en una charla con eldiario.es, a la pregunta sobre las claves del éxito en vida de la escritora gallega.

"En primer lugar –señala la historiadora–, ella tenía un talento enorme como escritora y, de hecho, se encuentra entre las mejores literatas europeas de su época. Además, su literatura era muy versátil dentro del campo del naturalismo y conectaba muy bien con un público amplio, en especial en sus cuentos y relatos breves, donde fue una auténtica maestra. Tampoco cabe olvidar que recibió muchos apoyos de personalidades culturales de la época como Francisco Giner de los Ríos, Leopoldo Alas, Clarín, y Benito Pérez Galdós".

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Caricatura anónima de Emilio Pardo Bazán

A continuación surge una nueva paradoja porque la popularidad en vida de Emilia Pardo Bazán se fue apagando después de su muerte hasta el punto de que hoy es una autora poco leída, a pesar de que aparezca en todos los manuales de literatura del Bachillerato. De nuevo la biógrafa ofrece un lúcido punto de vista.

"En parte –apunta Isabel Burdiel–, dejó de leerse durante décadas por el hecho de ser mujer. Ahora bien, influyó de forma decisiva que los sectores conservadores, desde la Restauración hasta el franquismo, se apropiaron de la figura de Emilia Pardo Bazán y, al mismo tiempo, apagaron su obra. Es decir, novelas como Insolación o Memorias de un solterón no se corresponden con el cliché de una católica devota y, por tanto, no eran asumibles para la carcundia".

Burdiel reivindica con esta amplia biografía, un libro útil y ameno para cualquier aficionado a la Historia, la necesidad de engarzar a Pardo Bazán dentro de la historia del feminismo en España, a pesar del carácter conservador y católico de la escritora, tal como se ha hecho con algunas feministas anglosajonas.

"Una cierta cultura de izquierdas en nuestro país –declara la catedrática– no ha sabido encontrar la faceta rompedora de Pardo Bazán ni destacar la relevancia de su lucha feminista y de defensa de los derechos de las mujeres. Algunos le reprocharon y le reprochan sus privilegios de una clase social alta. Pero cabe recordar que, décadas más tarde, Simone de Beauvoir dijo aquello de que con los privilegios podían hacerse dos cosas: o bien sentarse encima de ellos o bien aprovecharlos para cambiar el mundo. Doña Emilia eligió la segunda opción".

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Caricatura de Emilia Pardo Bazán por Llus Bagaria/Taurus

Descendiente de una familia hidalga gallega, más tarde ennoblecida, con unos padres liberales, Emilia Pardo Bazán se casó muy joven con José Quiroga, un abogado carlista con el que tuvo tres hijos: un varón y dos hembras. Separada de modo amistoso unos años más tarde, la escritora pudo reorientar su vida sin las ataduras de un matrimonio convencional, una actitud que le granjeó críticas y ataques machistas.

Sin embargo, su biógrafa rechaza, por falsa, esa imagen de la intelectual gallega como "una casquivana devoradora de hombres". "Es cierto que Pardo Bazán –señala Isabel Burdiel– mantuvo una intensa relación amorosa con Pérez Galdós entre 1888 y 1891 que más tarde derivó en una respetuosa amistad hasta el fallecimiento del autor de Los episodios nacionales. Aparte de esta pareja, la escritora solamente vivió un breve idilio con el mecenas cultural y empresario Lázaro Galdiano. De todos modos, en una época en que el divorcio resultaba impensable, ella no quiso ligarse ni comprometerse con ningún hombre. De hecho, trató siempre a los varones de tú a tú".

Tras varios años dedicados a estudiar la figura de Pardo Bazán, su biógrafa reconoce que su mayor descubrimiento ha sido la enorme talla literaria de la autora gallega. Si tuviera que recomendar algunas obras para comenzar a leer a doña Emilia, Isabel Burdiel no duda: los cuentos, Los pazos de Ulloa e Insolación. Y espera que esta biografía sirva para iluminar de nuevo a la contradictoria y ambivalente, pero siempre brillante Emilia Pardo Bazán.

https://www.eldiario.es/cultura/libros/Catolica-feminista-Emilia-Pardo-Bazan_0_874212832.html
 
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Doña Marina o la Malinche, según un grabado mexicano de 1885. Biblioteca de Barcelona



HISTORIA CONQUISTA DE AMÉRICA
Malinche, de esclava a amante de Hernán Cortés: la indígena que traicionó a su pueblo
La mujer fue entregada al conquistador español tras la la batalla de Centla, en 1519, y tendría un papel mucho más importante que el de intérprete.


D. Barreira


A Hernán Cortés le habían arrebatado el mando de la expedición a Yucatán. Él, envalentonado y espoleado por su espíritu indomable, decidió embarcar hacia el objetivo antes de recibir la notificación oficial de su cese. La conquista del Imperio azteca le correspondía a un capitán herido en su orgullo y a su minúsculo ejército: 508 infantes, un centenar de hombres de mar, 16 jinetes, 32 ballesteros, 13 arcabuceros y algunas piezas de artillería ligera.

Arrancaría entonces la conquista de México —que significó el exterminio de los aztecas según unas corrientes y liberó a un pueblo oprimido si se hace caso a otras—, sustentada en una serie de batallas que contribuyeron a forjar la leyenda del conquistador extremeño, tan presente en la actualidad al celebrarse el 500 aniversario de su desembarco en las tierras de México.

Las misiones de Cortés, según cuenta el historiador Bartolomé Bennassaren el perfil del Diccionario Biográfico de la RAH sobre el militar, probablemente no habrían sido tan exitosas sin la presencia de dos intérpretes: el español Jerónimo de Aguilar, que había vivido varios años con los mayas, y una mujer india, Malintzin, también conocida como Marina o Malinche, que antes había sido vendida como esclava por sus padres. "Su papel en la conquista (y en la misma vida de Cortés) fue esencial".

¿Pero cómo llegaron a cruzarse las vidas de Cortés y Malinche? Tras la batalla de Centla (marzo de 1519), los mayas, derrotados por los "barbudos" españoles y sus caballos, obsequiaron a sus enemigos para ratificar el cese de las hostilidades con presentes de oro y otros objetos de menor valor. Pero hubo más, como recogería el cronista Bernal Díaz del Castillo en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: "Y no fue nada todo este presente en comparación con veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina".

Ahí aparece la primera mención a Malinche, que según el contemporáneo de Cortés pertenecía a una familia de caciques del pueblo de Copainalá. Fue llamada 'Malinalli' en honor a la diosa de la Hierba, y más tarde 'Tenepal', que en lengua náhuatl significa “el que habla con vivacidad”. Pero esta mujer sería mucho más que una simple intérprete: pronto se dio cuenta Cortés de su gran inteligencia y de la suerte que le brindaron los caciques de Tabasco al entregársela.



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Prisión de Guatimocín, último emperador de los mejicanos, por las tropas de Hernán Cortés. Foto: Museo Nacional del Prado



Y no sólo eso: entre el extremeño y la india se desarrollaría una pasión amorosa que los convertiría en amantes. Malintzin, de esta forma, se empeñaría en favorecer los proyectos del conquistador. "Fue ella la que le explicó lo que en realidad era el imperio de los mexica, sus creencias, organización y red de información, así como su manera de hacer la guerra, la hostilidad de varios pueblos, especialmente de los Tlaxcaltecas. Y Hernán Cortés supo aprovechar de una manera genial este regalo del destino", explica Bennassar.

Malinche fue ganando peso en el círculo de Cortés hasta convertirse en consejera, secretaria e intérprete. Según Bernal Díaz, la ayuda de esta mujer fue "el gran principio para nuestra conquista". El conquistador reconocería más tarde que hubiera sido incapaz de negociar con los aztecas si no hubiese sido por el papel de la futura madre de su hijo, Martín Cortés, nacido en 1522 y desterrado a España.

Pero lo cierto es que desde que México se independizó, la figura de Malinche ha sido relacionada por muchos con el papel de traidora de su pueblopor haber saboteado varios intentos de rebelión contra la dominación española. Además, según algunos relatos históricos, habría tenido un papel importante en la ejecución del emperador Moctezuma. De hecho, los mexicanos utilizan una palabra peyorativa para referirse a un complejo social que rechaza lo propio y favorece lo extranjero: malininchismo.


https://www.elespanol.com/cultura/h...es-indigena-traiciono-pueblo/379213252_0.html
 
El Ministerio de Propaganda del cardenal Richelieu
Publicado por Alejandro García
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Richelieu, el padre Joseph y unos mininos en Richelieu et ses chats (detalle), obra de Charles Édouard Delort, ca. 1885.
Sorprende la extrañeza con la que Occidente ha reaccionado al descubrimiento del aparato de desinformación desplegado por la Rusia de Vladímir Putin para intervenir en política exterior. Y sorprende que le hayamos puesto un nombre nuevo, fake news, como si las noticias falsas fueran algo tan novedoso que necesitara bautizarse, cuando su uso es bastante conocido. De hecho, se han puesto antes en circulación, con mucha más parquedad de medios y la misma o mayor efectividad y discreción. Tanta que incluso hoy en día siguen siendo una realidad desconocida para muchos. Un ejemplo de manual ocurrió precisamente en un país que hoy figura entre los afectados por las acciones rusas: Francia.

Hacia el año 1618, a pesar de una aparente tranquilidad, Europa se acercaba al desastre. El mastodóntico imperio de los Habsburgo controlaba desde Madrid y Viena un conjunto heterogéneo de territorios bajo un eje ideológico común: la supremacía de la fe católica como elemento pacificador de Europa. A grandes rasgos, la ideología de la monarquía hispánica era una derivación del concepto imperial de Universitas Christiana de Carlos V, conseguir una Europa católica, unida y en paz, con el añadido de que esta misión correspondía a la rama española de la familia, dada la cortedad de recursos del emperador austriaco. Aun sacudida por el impacto de la Reforma protestante —sus irreductibles enemigos—, la constelación de países europeos que formaba el Imperio Habsburgo seguía siendo lo suficientemente poderosa como para haber conseguido imponer una pax austriaca en cuanto Madrid pudo apagar los fuegos que había prendido Felipe II con su política de intervención contra Holanda, Inglaterra y Francia.

Si había una nación europea a la que esta hegemonía podía preocupar, era sin duda Francia. Se trataba del país más poblado y rico del continente, por lo que el riesgo de quedar relegada a potencia de segundo orden y caer bajo la influencia Habsburgo era especialmente inquietante para los monarcas de la casa de Borbón, que, procedente de la Baja Navarra, había sustituido a los Valois en el trono y por tanto en la pugna con los Austrias. Esta amenaza no era simplemente una paranoia francesa: acudiendo a un mapa de la época se puede comprobar gráficamente cómo la posición geográfica de Francia se ubicaba justo en el centro del cinturón Habsburgo, completamente rodeada: España, el Mediterráneo Occidental, Génova, el Milanesado, más los territorios que formaban parte del Camino Español, zona de paso de las temibles tropas imperiales para llegar desde Milán a la espada que se cernía sobre su cabeza, Flandes.

Tenían allí los Austrias españoles un enorme ejército que sumaba hasta setenta mil soldados destinado a sofocar la rebelión calvinista holandesa, pero nadie aseguraba que no pudieran ser utilizados para otros menesteres, como comprobaron los propios franceses en 1592, año en que Alejandro Farnesiolevantó el asedio protestante de París con sus temibles tercios. Si los Habsburgo lograban por algún medio hacerse con el control del Atlántico norte o derrotar totalmente a holandeses o protestantes alemanes, la pinza sobre Francia se habría cerrado definitivamente.

Tanto Francia como la alianza hispano-austriaca tenían perfectamente claro que la paz de principios del siglo XVII era engañosa, un mero respiro para que las arcas de unos y otros se llenaran de nuevo hasta el siguiente encontronazo que decidiera quién sería la primera potencia europea. En el momento en que se produjo la crisis bohemia con la defenestración de Praga y estalló lo que después se llamó guerra de los Treinta Años, los analistas políticos franceses y españoles llevaban ya tiempo preparándose para el choque.

De la necesidad, virtud

La posición francesa en el momento del estallido del conflicto es bastante delicada en general, con grandes inconvenientes y algunas fortalezas interesantes. Además de estar rodeada por zonas controladas por los Habsburgo o aliadas con ellos, la situación interior no era precisamente muy boyante. Hacía justo veinte años del final de las guerras de religión que desgarraron el país y las heridas de la intervención española aún escocían. Enrique IV, el primer rey protestante que había tenido Francia, había sido asesinado en un atentado por un monje católico fundamentalista y le había sucedido Luis XIII. La facción política mayoritaria era el «partido devoto» católico —aunque fracturado en varias corrientes internas, según su posición más o menos hispanofílica—, pero existían poderosos nobles protestantes por todo el país. La política exterior francesa era por tanto como la cópula del erizo, había de hacerse con mucho cuidado: cualquier movimiento en falso podía provocar una nueva guerra civil.

Sin embargo, la diversidad confesional y los lazos que los protestantes franceses tenían con sus homólogos suizos, holandeses o alemanes, más la necesidad de abrir ese bloqueo hispánico le facilitaban a la monarquía borbónica el establecimiento de alianzas con virtualmente cualquier potencia que fuera enemiga de los Habsburgo, una política que se remontaba a los escandalosos pactos de los Valois con los otomanos. Únicamente se precisaba una justificación ideológica para ello y, cómo no, un hombre de Estado lo suficientemente resuelto como para dirigir con mano firme a Francia en el exterior sin desestabilizar la nación.

En los primeros compases de la que sería a la postre la primera guerra a escala mundial de la historia, Francia se veía a sí misma como una nación acorralada, acosada por un rival que trataba de empujarla a un papel subordinado mientras imponía su visión monolítica de Europa y que no tenía tapujos en intervenir en sus asuntos internos si era necesario. Si estos paralelismos con la actual Rusia no fueran suficientes, en 1624 ascenderá al cargo de primer ministro de Francia Armand-Jean du Plessis, cardenal-duque de Richelieu, villano de cabecera de cientos de novelas románticas y figura controvertida a la que le aguardaba la ingrata tarea de estabilizar el país mientras libraba un conflicto internacional a gran escala sin declarar abiertamente la guerra. El cardenal, al igual que su alter egohispano, el conde-duque de Olivares, se guiará por unos objetivos muy bien definidos para cuya consecución no vacilará en imponer recaudaciones extraordinarias, aplastar rebeliones internas, buscar aliados improbables y, en definitiva, utilizar todos los recursos a mano. Incluso los más impopulares, originales o de dudosa moralidad: Richelieu tenía una importante misión que cumplir y no había venido a hacer amigos precisamente.

El arte del libelo

Uno de los pilares de la acción política francesa consistía en construir una ideología alternativa a la Habsburgo, que pasaba por desligarse de la dimensión religiosa y poner toda la carne en el asador de lo que se veía como imperialismo y agresividad española. Dado que la ortodoxia religiosa implicaba que las potencias católicas debían entenderse para atajar la amenaza reformista —lo contrario de lo que Francia estaba haciendo—, era imprescindible justificar las alianzas con herejes y otras jugarretas de la realpolitik en función de la razón de Estado. La idea de que España y Francia eran dos potencias irreconciliables, cuyos intereses eran totalmente opuestos y además se debían tener antipatía mutua, pasando la religión a un segundo plano en la diplomacia internacional, se convirtió en el eje de la doctrina nacional.


(Click en la imagen para ampliar). Diseño de relajaelcoco.
Esta cosmovisión novedosa encajaba perfectamente con la línea adoptada por Francia en política exterior. Durante los primeros años de guerra y ante la fulminante intervención española, los franceses se mantuvieron en un segundo plano, sabiendo que era demasiado arriesgado plantear una intervención armada, contentándose con incordiar a los Austrias en frentes secundarios como La Valtelina. A los españoles, en guerra con casi todo el mundo hereje, les iba bien así. La llegada de Richelieu al Consejo Real supondrá un viraje espectacular hacia un carácter mucho más firme y la determinación de frenar al Imperio sin forzar la guerra: en 1624 firma un tratado para financiar a los rebeldes holandeses, mientras que desde la sombra intentará forjar una alianza anti-Habsburgo entre los protestantes alemanes, Inglaterra, Dinamarca, Suecia o las Provincias Unidas sin implicarse directamente. Se desató de esta manera una curiosa «guerra fría» entre ambas superpotencias.

En el ámbito interno, la rebelión hugonote de los hermanos Rohan (los duques de Rohan y Soubise), que acabó con la famosa caída de la fortaleza de La Rochelle, y el Putsch que intentaron la reina madre María de Médicis y el hermano del rey, Gastón de Orleans, para deponer a Richelieu y formar una alianza católica con España pusieron a las claras la necesidad de formar un frente homogéneo de oposición frontal a los Austrias. Y aquí es donde el cardenal pondrá en marcha una herramienta fundamental en su lucha, además del oro y los soldados: un fabuloso aparato de propaganda.

En honor a la verdad, los franceses no son los primeros en plantear la batalla de la polémica escrita para sostener sus objetivos políticos y encontrar apoyos para su causa. Richelieu tuvo muy en cuenta la experiencia de unos auténticos maestros de la agit-prop, la exageración, el bulo o el libelo: los calvinistas holandeses. Los luteranos habían hecho desde el principio un uso intensivo de esa tecnología punta que era la imprenta para producir masivamente ejemplares de la Biblia, pero pronto le encontraron otras utilidades. Lutero había señalado el camino, y para cuando los súbditos holandeses de Felipe II se rebelaron contra su señor, los fanáticos reformistas desataron una campaña de difamación sin precedentes contra España; sus soldados eran bestias crueles, sus sacerdotes, agentes de represión del catolicismo, y el pobrecito Guillermo de Orange, un santo varón. Recogiendo numerosos tópicos anticatólicos y abiertamente racistas —para Lutero los hispanos eran welsch, término despectivo para referirse a los mediterráneos—, los holandeses desarrollaron toda una florida publicística que contribuyó a forjar la leyenda negra española.

El cardenal era lo bastante inteligente como para apreciar el enorme potencial propagandístico que desplegaban los calvinistas, así que se propuso utilizarlo en su favor para difundir su ideología. Decidió formar un grupo de escritores a su servicio, que crearon todo tipo de panfletos justificatorios de la política de Richelieu o injuriosos para España. El encargado de coordinar estos esfuerzos fue un monje capuchino de total confianza de Richelieu, François Leclerc du Tremblay, más conocido como el padre Joseph. O también, debido al color de su hábito y al título de cardenal, como «la eminencia gris», apodo con que pasó a la historia. Los capuchinos, convenientemente cercanos al papa y puestos al servicio del valido francés, se convirtieron en eficientes informantes —por no llamarlos espías— y agentes de propaganda. A pesar de que no existían medios como internet, donde abundan las más variadas formas de camuflar identidades, los monjes se las arreglaron para pasar eficazmente desapercibidos; de hecho, la mayoría de los autores de los pasquines franceses son poco conocidos a día de hoy.

En 1625 Jérémie Ferrier publicó el Catholique d’Estat, en el que defiende la razón de Estado como principio rector en política, y Christophe Balthazard, el Traité des usurpations des rois d‘Espagne, que, como su propio título indica, habla de la rapacidad de la Corona española, rebate su derecho al dominio de varios territorios patrimoniales y pone a los Habsburgo a caer de un burro. En el terreno de la antipatía mutua, los monjes de Richelieu araban sobre terreno abonado: ya durante las guerras de religión comenzaron a aparecer en Francia algunos memes insultantes sobre los españoles. De nuevo, sus soldados eran salvajes sin civilizar —a pesar de que los españoles constituían el 10 % de los ejércitos imperiales, se mencionaba a estos como si fueran totalmente hispanos— y sus gentes, primitivas, orgullosas, fanfarronas y ladronas. Se incidía además en su dudoso origen racial, mezclado de sangre judía o sarracena. Desplazando deliberadamente el foco de los rasgos e intereses comunes, ya que implicaban la religión católica, a las diferencias reales o inventadas entre los súbditos de ambas monarquías, la publicística francesa sentó las bases de una nueva filosofía basada en el sentimiento nacional y no el religioso. Siendo la última nación en producir propaganda antiespañola, al eliminar el elemento anticatólico resultó tremendamente novedosa y tuvo una decisiva influencia en la difusión de una rivalidad y una imagen xenófoba que ha sobrevivido hasta nuestros días.

Esta campaña «periodística» tuvo su contraprogramación por parte de Olivares, que a su vez se encargó de reclutar a diversos escritores para replicar a los franceses, si bien estos tenían mayor categoría literaria: Adam de la Parra, Saavedra Fajardo, Pellicer, Céspedes, Meneses o incluso Quevedo pusieron sus plumas al servicio de la monarquía. Sin embargo, la máquina francesa parecía imparable; mientras los españoles se centraban en refutar los argumentos esgrimidos por Francia y ponerlos en el marco del catolicismo común, los franceses tuvieron un éxito arrollador empleando lo que hoy se conoce como «discurso del odio».

La batalla panfletaria alcanzó un punto crítico cuando Suecia, que había entrado como un huracán en la guerra del lado luterano, fue destrozada en las batallas de Nördlingen y Lützen, quedando literalmente fuera de combate. Richelieu vio claro que había llegado el momento de entrar en la pelea y el padre Joseph en persona publicó en 1635 la Déclaration du Roi sur l‘ouverture de la guerre contre le Roi d‘Espagne, exposición de motivos esgrimida en nombre de Luis XIII para declarar la guerra, aprovechando un confuso incidente menor, en la que se mencionaban todas las ideas comentadas. A la publicación le sucedió el acto formal: el 19 de mayo de 1635, Jean Gratiolet, ataviado con el antiguo atuendo de heraut d‘armes de los reyes de Francia, llegaba a Bruselas con la misión de presentar el manifiesto al gobernador de los Países Bajos, el cardenal-infante don Fernando, como representante del rey de España. Sin embargo, este se negó a recibir al enviado francés, alegando que no portaba ningún tipo de acreditación como tal. Gratiolet volvió a Francia no sin antes leer la declaración en público y clavar una copia en un árbol antes de abandonar Flandes. La guerra había comenzado.

Aunque la respuesta hispana, entre la incredulidad y el estupor, no se hizo esperar, ya era demasiado tarde; los franceses iban un paso por delante en la iniciativa propagandística. La evolución de las campañas militares y la derrota final de la monarquía hispánica consagraron el triunfo de un nuevo modelo de diplomacia política, el estatus de Francia como primera potencia continental, una cosmovisión donde la religión perdía su papel central en la acción exterior y, no menos importante, una antipatía secular francoespañola. La innovación de Richelieu tuvo tanto éxito que Luis XIV la repitió décadas después para justificar sus ambiciones territoriales durante la guerra de Devolución.

Teniendo en cuenta que el resultado de esta política de intoxicación mutua derivó en siglos de tópicos corrosivos y recíproca animadversión nacional entre ambos países, desprecio que tan solo hace unas décadas ha empezado a remitir un tanto, y que esta situación se consiguió con medios tan precarios como las imprentas del siglo XVII, asusta pensar hasta qué nivel de profundidad se puede sembrar el odio y la incomprensión mutua con las sofisticadas herramientas digitales de las que disponemos hoy en día para transmitir desinformación masiva instantáneamente.
https://www.jotdown.es/2019/03/el-ministerio-de-propaganda-del-cardenal-richelieu/
 
El heroico rescate español a Malta que puso final a uno de los asedios más salvajes de la historia
Don Álvaro de Bazán ideó un plan genial para romper el bloqueo turco, a través del cual las 60 galeras más rápidas embarcarían cada una a 150 soldados y trasladarían a los hombres a tierra antes de que pudieran reaccionar los atacantes
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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:05/03/2019 08:42h
0 Así convertían los musulmanes a niños cristianos en máquinas de matar para la Guerra Santa

El Gran Maestre de la Orden de Malta, Jean Parisot de la Valette, ordenó a la pequeña guarnición de San Elmo resistir hasta la muerte. Nada que no le pidiera al resto de las fortalezas del archipelago. No podía imaginar aún que allí iba a jugarse en parte la supervivencia de una orden de cruzados con siglos de existencia. Construida en piedra maciza, esta fortaleza situada frente a la capital se encontraba defendida por solo 100 caballeros y 500 soldados, la mayoría españoles e italianos, que recibieron el fuego de piezas de artillería de unas dimensiones nunca vistas hasta entonces. La impresión de que los defensores eran seres sobrenaturales caló entre las filas turcas, que se pasaron un mes bombardeando unas ruinas que tosían pólvora de vez en cuando, a modo de recordatorio de que había vida en su interior. Un esfuerzo titánico que, entre los muchos que acometieron los malteses frente al ataque otomano de 1565, permitió al Imperio español romper meses después el bloqueo y protagonizar el conocido como «El Gran Rescate de Malta».

Una orden surgida en las Cruzadas
Como narra el historiador Rubén Sáez Abad en «El Gran Asedio Malta, 1565» (HRM ediciones, 2015), los orígenes de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén se remontan a 1084, cuando mercaderes de la República de Amalfi fundaron en Jerusalén un hospital para peregrinos. Tras participar en las grandes cruzadas en Oriente Medio, la explosión otomana forzó a los hospitalarios a retroceder hacia Occidente. En 1310, la Orden se encontraba asentada en la isla de Rodas, que suponía un punto clave a nivel geoestratégico, desde donde lanzaban ataques piratas contra los intereses turcos y contra barcos cristianos dedicados a la trata de esclavos.

Su nueva faceta como corsarios provocó un arranque de cólera de Solimán «El Magnífico», que, al frente de un ejército de 200.000 hombres, sitió Rodas en 1522. Con la retaguardia a poca distancia, Solimán no tuvo excesiva dificultad en obligar a la Orden a capitular y abandonar la isla. Pero, toda esperanza musulmana de ver desaparecida la Orden se esfumó siete años después cuando Carlos I de España cedió la isla de Malta a los hospitalarios.

Galatian de Sesse–, rindió la ciudadela. El corsario turco tomó como rehenes a casi la totalidad de la población (unos 5.000 habitantes) para después dirigirse a Trípoli, junto con Sinán Bajá, donde expulsó fácilmente a la guarnición de caballeros malteses.

El Gran Maestre de la Orden entonces, Juan de Homedes, vio la amenaza musulmana cada vez más inminente y ordenó reforzar el Fuerte de San Ángel en Birgu. Además contruyó dos fuertes nuevos: el de San Miguel, en el promontorio de Senglea, y el de San Elmo, que sería crucial en el famoso sitio de 1565. Los nuevos fuertes fuerondiseñados según la traza italiana, que reservaba a la artillería un lugar predilecto.

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El sitio de Malta. Llegada de la flota turca, por Mateo Pérez de Alesio
La hegemonía Otomana vivió su cenit en los siguientes años. En España, Felipe II se arrojó en vano a la conquista de la isla de Djerba (Túnez), en 1560, con una flota de 54 naves y 14.000 hombres, entre ellos una amplia representación de la Orden de Malta. La indecisión de Juan Andrea Doria y el duque de Medinacelli –cabezas marítimas de la operación– permitió que el almirante Pialí Bajasorprendiera a la flota imperial. Los otomanos capturaron o hundieron la mitad de las galeras españolas y, lo que resultó más grave, masacraron a 10.000 soldados que se encontraban atrincherados en tierra. Los 4.000 cristianos supervivientes – entre ellos el capitán Lope de Figueroa y el maestre de campo Andrade– fueron llevados a Estambul.

La delicada situación económica de la Orden no permitían realizar tales acciones a la ligera, y solo cuando la flota enemiga se asomó en el horizonte el 18 de mayo –varios meses antes de lo previsto– el Gran Maestre se decidió a autorizar las medidas más extremas.
Para única ventaja cristiana, desde 1557, Jean Parisot de la Valette –caballero de la lengua de Provenza– se alzó a la cabeza de la orden. Su coraje y fortaleza moral serían claves en el largo asedio. No en vano, el Gran Maestre había calificado en el pasado de indefendible la Isla de Malta y se había mostrado partidario de trasladarse a Túnez. A principios de 1565, recibió advertencias del ataque, pero Jean de la Valette cometió una grave falta de previsión al empezar con retraso las medidas defensivas más elementales: reclutar soldados en Italia, acumular víveres, acelerar los trabajos de reparación de los fuertes, evacuar a los civiles y llevar a cabo una estrategia de tierra quemada en Malta y Gozo. La delicada situación económica de la Orden no permitían realizar tales acciones a la ligera, y solo cuando la flota enemiga se asomó en el horizonte el 18 de mayo –varios meses antes de lo previsto– el Gran Maestre se decidió a autorizar las medidas más extremas.

San Elmo, la gesta que retrasó la conquista
Comprometidos en numerosos frentes, el virrey de Sicilia, García de Toledo –línea secundaria de la Casa de Alba– se limitó a enviar a un millar de arcabuceros cuando los malteses reclamaron su ayuda. En total, las fuerzas cristianas sumaban 4.920 soldados: 500 hospitalarios, 400 españoles pertenecientes a las compañías de Miranda y Juan de la Cerda, 600 italianos, 500 soldados de galeras, 500 esclavos de galeras, 2.000 milicianos malteses, 200 soldados griegos y sicilianos, 100 soldados de la comandancia.

Frente a estas exiguas fuerzas, las huestes otomanas habían reunido una de las mayores flotas de invasión de la historia moderna: 131 galeras y medio centenar de barcos de menor calado, cargados con un completo tren de asedio. En lo referido a las fuerzas terrestres el número oscila, según la fuente, de 25.000 a 40.000 soldados. La propaganda cristiana elevó la cifra con el fin de resaltar la hazaña, lo cual hace imposible estimar las cifras reales reunidas por Solimán. De lo poco nítido es que entre los turcos se incluían 4.000 fanáticos religiosos y 6.000 jenízaros (la infantería de élite otomana).

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Los otomanos contaban solo con una enorme desventaja: su mando estaba dividido entre el visir Mustafa Bajá y el almirante Pialí Bajá, que a su vez quedaban supeditados al corsario Dragut cuando llegara procedente de Túnez. En la disputa por seleccionar el primer objetivo se impuso el criterio de Bajá: atacar la fortaleza de San Elmo antes de centrarse en la ciudad principal.

La decisión de conquistar San Elmo bajo cualquier circunstancia fue a la postre una de las principales razones del fracaso turco. Un largo asedio lejos de las bases principales y con tantas bocas que mantener se vislumbró insostenible a cada semana que pasaba. «Los dos días estimados por Pialí para tomar San Elmo, cuando decidió acometerse el sitio, se estaban convirtiendo en una auténtica pesadilla para los mandos otomanos, que no encontraban la forma de reducir la resistencia de tan reducido enclave, por muchos medios humanos y materiales que concentraban en torno a él», explica Rubén Sáez en «El Gran Asedio Malta, 1565». Finalmente, el día 23 de junio, tras un mes de asedio y 6.000 muertos en las filas turcas se hicieron con su anhelado objetivo: ¡un amasijo de ruinas! Por el camino quedó el legendario Dragut, que, empeñado en impedir la llegada de refuerzos, fue alcanzado en su galera por un proyectil desde San Ángel.

La capital se salva de forma milagrosa
Incluso diezmadas, las fuerzas musulmanas seguían resultando aterradoras y durante todo el tiempo del bombardeo sobre San Elmo no habían aflojado el bloqueo marítimo. Por ello fue especialmente meritoria la venida amparada en la oscuridad del capitán español Juan de Cardona al frente de cuatro galeras y 600 soldados, la mayoría pertenecientes a la élite de los ejércitos españoles: los tercios españoles.

La llegada de Cardona fue la única noticia positiva en esos días. Con los suministros malteses en caída libre, Mustafá ordenó el primer ataque contra la ciudad principal el día 15 de julio. Para evitar los errores del asalto a San Elmo, el visir dividió sus fuerzas en tres grupos. En una operación combinada, 100 pequeñas embarcaciones de desembarco se lanzaron sobre el Gran Puerto, mientras las fuerzas terrestres atacaron las murallas exteriores de la ciudad. El ataque fracasó solo por la determinante actuación de una batería de cañones colocada en un punto clave.

La legendaria caballería maltesa, que poco podía aportar en la defensa de las murallas pero tanta gloria había procurado a la Orden en el pasado, salvó a la ciudad cuando todo parecía perdido.
En este primer asalto directo, los turcos hicieron gala de todo su músculo mientras entre los cristianos se empezaban a vivir situaciones de hambre extrema. En los siguientes asaltos, la figura de Jean Parisot de la Valette alcanzaría el máximo protagonismo a través de sus encendidas arengas y su enérgica presencia en primera línea de batalla.

El segundo asalto llevó al límite la resistencia de los malteses. Tras sufrir un bombardeo colosal, según una fuente turca se emplearon 130.000 balas de cañón, los muros de la ciudad a medio derruir recibieron dos ataques simultáneos el 7 de agosto. Con todo a favor de la causa turca y las huestes dentro de la ciudad, un golpe de suerte en el bando cristiano echó al traste la victoria musulmana. Así, la batida diaria del jefe de la caballería, Vincenzo Anastagi, se encontró por casualidad con el hospital principal de los otomanos, que, ante el ataque a su retaguardia, creyeron vislumbrar el desembarco de refuerzos españoles. No son gigantes sino molinos debió vociferar el visir al observar el repliegue turco. Paradójicamente, la legendaria caballería maltesa, que poco podía aportar en la defensa de las murallas pero tanta gloria había procurado a la Orden en el pasado, salvó a la ciudad cuando todo parecía perdido.

Sin interrumpir en ningún momento el bombardeo, los otomanos emprendieron sendos asaltos el día 19 y el día 31 de agosto, aprovechando que las lluvias de aquel día reducían efectividad a los arcabuceros cristianos. La situación dentro de la ciudad llegó a ser tan desesperada como para que el Consejo de Ancianos –órgano civil al mando de la ciudad– se retirara al Fuerte de San Ángel. Valette, no obstante, prefirió mantenerse en su posición, quizá sabedor de que los pulmones turcos no podían aguantar el aire eternamente.

El Gran Rescate español: Bazán a la cabeza
A principios de julio un joven miembro de la Corte del Rey Felipe IIse escabullía por la noche de su residencia en Galapagar para tomar rumbo a Barcelona, donde una flota española se concentraba para dirigirse a Malta. Aquel joven era Don Juan de Austria y, aunque entonces se le impidió embarcar, pocos años después se encargaría de encabezar a la madre de todas las flotas enviadas contra el Imperio otomano. Y es que en Malta comenzó a cambiar el balance de fuerzas en el Mediterráneo o al menos así lo vio la Europa cristiana, que respondió con furia al grito de auxilio. García de Toledo planificó con los pobres recursos que disponía una escuadra de socorro en un tiempo razonable. El esfuerzo era aunar una flota de galeras, con capacidad de romper el bloqueo, y un grupo terrestre que pudiera hacer frente a las tropas musulmanas desplegadas.

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Retrato del aristócrata y marino español Álvaro de Bazán
El rescate se hizo esperar, pero el día 7 de septiembre se dio el paso clave. Don Álvaro de Bazán, otro de los que resultaría clave en Lepanto, venció la línea de defensa turca con 60 galeras. Bazán ideó un plan genial, a través del cual las 60 galeras más rápidas embarcarían cada una a 150 soldados y trasladarían a los hombres a tierra antes de que pudieran reaccionar los turcos. Embarcada en la flota de rescate iban tropas del maestre de campo Gonzalo de Bracamonte, procedentes de Córcega, de Sancho de Londoño, venidas de Lombardía, y las de Álvaro de Sande, procedentes de Nápoles. El grueso de las fuerzas cristianas lo conformaba el Tercio de Sicilia, aportado por García de Toledo (por esas fechas gravemente enfermo de gota). El duque de Florencia y el de Génova también enviaron varias embarcaciones.

Tras varios intentos frustrados por el mal tiempo, el 7 de septiembre las galeras señaladas desembarcaron en la ensenada de Melecha, al noroeste de la isla, a 9.600 hombres. En tierra, las fuerzas españolas formaron rápidamente los temidos cuadros de los tercios y emprendieron una marcha de tres días. Los turcos –estimando que se trataba solo de la avanzadilla de un ejército aún mayor– tocaron retirada. Sin embargo, en el último momento un soldado morisco se pasó a los turcos y les informó de que seguían en superioridad numérica. Mustafá suspendió el embarco y se preparó para el combate. Viendo al enemigo cerca, Álvaro de Sande –en punta de la vanguardia española– cargó sobre los turcos que iban a tomar posesión de una colina, con una única compañía de arcabuceros y sin esperar a ponerse la coraza o a recibir órdenes. Los desmoralizados turcos se convencieron rápido de que no había otra posibilidad que huir. El día 12, las últimas galeras turcas abandonaban la isla.

Con la incapacidad de conquistar Malta, el Imperio Turco puso sobre la mesa sus puntos flacos y Solimán «El Magnífico» perdió la ocasión de poner el broche de oro a un reinado brillante
El desastre otomano fue pleno. La primera gran derrota turca en décadas se saldó con cerca de 20.000 bajas, entre ellas la del afamado Dragut, y una grave pérdida de prestigio. Los reinos cristianos habían recuperado la confianza militar y no tardaron en recuperar la iniciativa, como demostraron en la batalla de Lepanto siete años después. Con la incapacidad de conquistar Malta, el Imperio Turcopuso sobre la mesa sus puntos flacos y Solimán «El Magnífico» perdió la ocasión de poner el broche de oro a un reinado brillante. Un año después de los sucesos de Malta, el Sultán turco falleció de una apoplejía durante la batalla de Szigétvar en Transilvania.

El artífice de la pertinaz defensa, Jean Parisot de la Valette, fue recompensado por Felipe II con una espada y una daga de acero toledano de fornituras de oro y pedrería grabadas con la leyenda latina «PLVS QVAM VALOR VALETTA VALET» («Más que el mismo valor vale Valetta»). Desde entonces, la espada y la daga del Valor desfilan cada 8 de septiembre por las calles de La Valeta siguiendo al portaestandarte de Cruz de Malta.

Hasta la conquista de la isla por Napoleón, los caballeros continuaron con su labor de corso. Cada año con menos recursos, la Orden se fue deshilachando poco a poco y su rol quedó desdibujado con el tiempo. En la actualidad, sus actividades se limitan a labores benéficas y a la defensa del patrimonio cultural.
https://www.abc.es/historia/abci-he...s-salvajes-historia-201903050138_noticia.html
 
La conspiración del Duque de Medina-Sidonia: el intento de independizar Andalucía de España
Con el apoyo de los rebeldes portugueses y de las flotas de Francia y Holanda, el sobrino del todopoderoso valido del Rey organizó una conjura para crear un reino andaluz separado de Castilla en 1641
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César Cervera@C_Cervera_M

Actualizado:08/03/2019 01:26h
0 La familia del Prado, a través de las rarezas de sus Reyes

En el año 1640, prendió la mayor crisis del Imperio español en su historia cuando Cataluña, Portugal, Nápoles y Siciliainiciaron, con suerte desigual, sendas rebeliones contra Felipe IV. A raíz de esta oleada de sublevaciones, Portugal conseguiría la independencia plena varias décadas después y Cataluña pasó un lustro enfrascado en un complejo conflicto.

A la sombra de Portugal
Entre estas acometidas contra el gigante herido que era la Monarquía hispánica, pasó inadvertido una peligrosa conspiración a cargo de un grupo de nobles castellanos que pretendían separar la región de Andalucía del resto de España. El IX Duque de Medina Sidonia –emparentado precisamente con el encargado de apagar la rebelión, el Conde-Duque de Olivares– fue quien estuvo detrás de un episodio olvidado que pudo cambiar radicalmente la historia de España.

La conspiración secesionista de Andalucía fue un episodio a la sombra de la Sublevación de Portugal. Así, cuando dio comienzo la primera sublevación de Portugal en agosto de 1637, las operaciones para pacificar el Algarve le fueron encomendadas al IX duque de Medina Sidonia, en el ejercicio de sus funciones como Capitán General del Ejército de Andalucía. Y, aunque esta primera rebelión fracasó, la pasividad de Medina-Sidonia volvió a repetirse en 1640.

Duque de Braganza como Rey de Portugal, Felipe IV y el Conde-Duque empezaron a preparar la reconquista de Portugal a finales de 1640. Para ello, encomendaron al Duque de Medina-Sidonia la capitanía general de uno de los ejércitos que debía caer sobre los rebeldes. La lentitud y falta de iniciativa del noble andaluz dejaron ya entrever sus planes ocultos. La nueva Reina de Portugal, Luisa de Guzmán, era hermana del duque, por lo que se oponía a contribuir a que ella perdiera su corona. Así y todo, la primera idea del levantamiento andaluz partió del Marqués de Ayamonte, Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga —titular de una de las ramas menores de la casa de Medina-Sidonia—, quien convenció a su primo para iniciar una sublevación con la ayuda de Portugal y las flotas de Francia y Holanda, que tomarían el puerto de Cádiz.

Sin castigo para el fuerte
Un espía de La Haya fue el primero en alertar a Felipe IV de lo que se gestaba en el sur de España. Cuando los «guzmanes» (llamados así por el apellido) fueron llamados a la corte, el duque se excusó alegando razones de salud, puesto que esperaba ganar tiempo hasta que acudiera la flota franco-holandesa a las costas portuguesas. Para fortuna de «los muros de la patria mía», la flota enemiga nunca hizo acto de presencia, y todos los nobles castellanos sondeados se negaron a participar en una empresa que ni siquiera contaba con el apoyo de las clases populares.

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El IX duque de Medina Sidonia en la jornada del Algarve
Sin que hubiera prendido todavía el levantamiento, Luis de Haro y Guzmán —el gran protegido del Conde-Duque— se presentó en Andalucía a conocer el alcance de la conjura y a detener a Medina-Sidonia. El duque escapó a tiempo hacia Madrid para dar explicaciones en persona a su pariente. El valido arrojó, literalmente, a su primo a los pies del monarca, al que confesó todos los planes y rogó que le perdonara. En una muestra de magnanimidad, Felipe IV le libró de ser condenado a muerte, pero no así al otro cabecilla. Tras un prolongado juicio, el Marqués de Ayamonte fue condenado a la confiscación de sus bienes y a la pena de muerte. Fue ejecutado en el Alcázar de Segovia, siendo degollado como correspondía a los traidores a la corona.

El castigo a Medina-Sidonia se limitó a pagar una multa de 200.000 ducados como donativo a la Corona y a un destierro de sus dominios andaluces. Solo cuando violó estas prohibiciones, en 1642, coincidiendo con la presencia de una flota franco-holandesa en las proximidades de Cádiz, fue encarcelado en el castillo de Coca. En un desesperado intento por lavar su imagen, Medina-Sidonia tuvo la estrafalaria idea de retar a duelo al Rey de Portugal.

En 1645 se le privó del Señorío de Sanlúcar, que revirtió a la Corona, y de la Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, que pasó a su rival el Duque de Medinaceli.
https://www.abc.es/historia/abci-co...ar-andalucia-espana-201903080126_noticia.html
 
La conspiración del Duque de Medina-Sidonia: el intento de independizar Andalucía de España
Con el apoyo de los rebeldes portugueses y de las flotas de Francia y Holanda, el sobrino del todopoderoso valido del Rey organizó una conjura para crear un reino andaluz separado de Castilla en 1641
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César Cervera@C_Cervera_M

Actualizado:08/03/2019 01:26h
0 La familia del Prado, a través de las rarezas de sus Reyes

En el año 1640, prendió la mayor crisis del Imperio español en su historia cuando Cataluña, Portugal, Nápoles y Siciliainiciaron, con suerte desigual, sendas rebeliones contra Felipe IV. A raíz de esta oleada de sublevaciones, Portugal conseguiría la independencia plena varias décadas después y Cataluña pasó un lustro enfrascado en un complejo conflicto.

A la sombra de Portugal
Entre estas acometidas contra el gigante herido que era la Monarquía hispánica, pasó inadvertido una peligrosa conspiración a cargo de un grupo de nobles castellanos que pretendían separar la región de Andalucía del resto de España. El IX Duque de Medina Sidonia –emparentado precisamente con el encargado de apagar la rebelión, el Conde-Duque de Olivares– fue quien estuvo detrás de un episodio olvidado que pudo cambiar radicalmente la historia de España.

La conspiración secesionista de Andalucía fue un episodio a la sombra de la Sublevación de Portugal. Así, cuando dio comienzo la primera sublevación de Portugal en agosto de 1637, las operaciones para pacificar el Algarve le fueron encomendadas al IX duque de Medina Sidonia, en el ejercicio de sus funciones como Capitán General del Ejército de Andalucía. Y, aunque esta primera rebelión fracasó, la pasividad de Medina-Sidonia volvió a repetirse en 1640.

Duque de Braganza como Rey de Portugal, Felipe IV y el Conde-Duque empezaron a preparar la reconquista de Portugal a finales de 1640. Para ello, encomendaron al Duque de Medina-Sidonia la capitanía general de uno de los ejércitos que debía caer sobre los rebeldes. La lentitud y falta de iniciativa del noble andaluz dejaron ya entrever sus planes ocultos. La nueva Reina de Portugal, Luisa de Guzmán, era hermana del duque, por lo que se oponía a contribuir a que ella perdiera su corona. Así y todo, la primera idea del levantamiento andaluz partió del Marqués de Ayamonte, Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga —titular de una de las ramas menores de la casa de Medina-Sidonia—, quien convenció a su primo para iniciar una sublevación con la ayuda de Portugal y las flotas de Francia y Holanda, que tomarían el puerto de Cádiz.

Sin castigo para el fuerte
Un espía de La Haya fue el primero en alertar a Felipe IV de lo que se gestaba en el sur de España. Cuando los «guzmanes» (llamados así por el apellido) fueron llamados a la corte, el duque se excusó alegando razones de salud, puesto que esperaba ganar tiempo hasta que acudiera la flota franco-holandesa a las costas portuguesas. Para fortuna de «los muros de la patria mía», la flota enemiga nunca hizo acto de presencia, y todos los nobles castellanos sondeados se negaron a participar en una empresa que ni siquiera contaba con el apoyo de las clases populares.

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El IX duque de Medina Sidonia en la jornada del Algarve
Sin que hubiera prendido todavía el levantamiento, Luis de Haro y Guzmán —el gran protegido del Conde-Duque— se presentó en Andalucía a conocer el alcance de la conjura y a detener a Medina-Sidonia. El duque escapó a tiempo hacia Madrid para dar explicaciones en persona a su pariente. El valido arrojó, literalmente, a su primo a los pies del monarca, al que confesó todos los planes y rogó que le perdonara. En una muestra de magnanimidad, Felipe IV le libró de ser condenado a muerte, pero no así al otro cabecilla. Tras un prolongado juicio, el Marqués de Ayamonte fue condenado a la confiscación de sus bienes y a la pena de muerte. Fue ejecutado en el Alcázar de Segovia, siendo degollado como correspondía a los traidores a la corona.

El castigo a Medina-Sidonia se limitó a pagar una multa de 200.000 ducados como donativo a la Corona y a un destierro de sus dominios andaluces. Solo cuando violó estas prohibiciones, en 1642, coincidiendo con la presencia de una flota franco-holandesa en las proximidades de Cádiz, fue encarcelado en el castillo de Coca. En un desesperado intento por lavar su imagen, Medina-Sidonia tuvo la estrafalaria idea de retar a duelo al Rey de Portugal.

En 1645 se le privó del Señorío de Sanlúcar, que revirtió a la Corona, y de la Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, que pasó a su rival el Duque de Medinaceli.
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Sí,gran episodio bastante desconocido, 1640 fué el año clave que marcó el declive definitivo del Imperio español. No solo se perdieron Flandes y Portugal sino que Catalunya pasó unos pocos años bajo soberanía francesa por propia voluntad y encima el Medina-Sidonia soñó con ser rey de Andalucia con el apoyo del rey de Portugal.

De cualquier manera, evidencia que la justicia dependía de los "padrinos" que tuvieses. Medina-Sidonia no fué condenado porque hubiese sido una mancha para la familia del Conde-Duque de Olivares, pero la incapacidad de éste para gestionar victoriosamente las sublevaciones le acabaría costando su puesto de valido del rey.
 
Última edición:
HISTORIAS DE LA CORONA DE CASTILLA
Catalina de Lancaster, una reina castellana de armas tomar
Una mujer que no pisaba, sino que levitaba, una diosa terrenal que decidió padecer un tránsito existencial para darnos algo de aliento a los mortales


catalina-de-lancaster-una-reina-castellana-de-armas-tomar.jpg


Sepulcro de la reina Catalina de Lancaster en la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral de Toledo. (Wikipedia)



ÁLVARO VAN DEN BRULE
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09/03/2019


'Di, ¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida de donde nunca bebí?¡

–A la memoria de Antonio Machado.

Una de las ventajas de ser mujer es poder cruzar las piernas sin aplastarse el cerebro. Esta frase hay quien se la adjudica a Claudia Cardinale, la belleza más arrogante, impactante y mortífera (era una tía de infarto) que recuerdo, con un halo de divinidad y azote visual para los sentidos que a los chavales de la época nos dejaba en trance, levemente bizcos y algo turulatos. Yo, que con quince añitos andaba un poco “mareao” con los asuntos propios de la edad y con las colisiones teológicas que nos metían a capón en el endocráneo, por lo que dejé de ser ateo como por arte de magia y sin necesidad de que me arrearan collejas con la Biblia, el catecismo y otros pérfidos sucedáneos, comprendí ipso facto con cierta desviación herética queDios era mujer y los hombres, unos malandrines perenganas en busca de la identidad perdida tras el esperpéntico asunto de la expulsión del paraíso.

Y luego, claro, así de soslayo, se presentó un tal Milan Kundera a rematar de cabeza y a pegarnos un viaje navajero con su voz atronadora a la vera del pabellón auditivo con aquella reflexión que decía en 'La insoportable levedad del ser' que “amarrar el amor al s*x* ha sido una de las ocurrencias más extravagantes del creador” o de sus exégetas vaticanos y especímenes similares; que para interpretar a estos intérpretes hay que tomar sobredosis de biodraminas, so pena de acabar con el cuello como un amortiguador de camión.


Su genealogía es pródiga en esa sangre que se ha dado en llamar "azul", a diferencia del resto de los mortales que la tienen mate

Dicho esto, pienso que los españoles estaríamos en la misma categoría que los lacónicos y los estoicos, especies ambas que merecen que se les vinculen filosóficamente, lo cual, desde mi punto de vista, es un deber histórico moral ineludible, porque anda que somos masoquistas pues nos va la fusta del no querer saber - la peor de las ignorancias- un rato.

Y ocurrió que la bella Catalina, una diosa “comme il faut”, se apuntó a lo del s*x* como mal menor en una salida política pactada para evitar una movida mayor y se lo montó con su imberbe primito. Y esto viene a colación porque el inmenso galimatías dinástico que se formó allá por los albores del siglo XV da para varios capítulos del género rosa, del negro y también del marrón; y digo del marrón, porque fue el que le cayó a la bellísima, inteligente y nacarada Catalina de Lancaster, una mujer que no pisaba, sino que levitaba, otra diosa terrenal que había decidido padecer este tránsito existencial para darnos algo de aliento a los mortales y recuperarnos del susto de vivir.



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Un retablo de Catalina de Lancaster. (lasoga.com)



Su genealogía es pródiga en esa sangre que se ha dado en llamar “azul”, una especie de salvoconducto protector para no hollar el mundo de los mortales y que suele conferir ciertas licencias que acaban convirtiéndose casi siempre en derechos, que al común de los terrícolas nos deja boquiabiertos por la discriminación que supone el tener la sangre rojo mate. Por el lado paterno a esta criatura celeste le tocó ser la nieta favorita del rey Eduardo III de Inglaterra y por la parte materna, fue asimismo nieta del malogrado rey Pedro I de Castilla, que palmó arteramente en Montiel.

Para más abundamiento en el algoritmo regio, sería hermana del rey Enrique IV de Inglaterra y de paso, abuela de una de las figuras clave de la historia de España, Isabel la Católica. Vamos, que la criatura rebosaba realeza a raudales, era bella hasta la saciedad, de inteligencia inmediata y arrolladora y más blanca que una colada hecha a 60º con Perlan.

Pero el caso es que las cosas estaban algo revueltas y no pintaban demasiado bien, pues Castilla se había convertido en un cenagal en lo tocante a legados hereditarios y hacía falta mucha imaginación para que las aguas volvieran a su cauce. El contencioso entre el mal llamado Pedro el Cruel y su hermanastro Enrique II de la dinastía Trastámara había llegado hasta el punto de que el segundo lo mataría a traición de mala manera, ensuciando posteriormente con una historia paralela realizada por cronistas muy poco imparciales a base de “fake news” el buen nombre de este, manipulando la verdad, pues se sabe a ciencia cierta que era un rey muy querido por el pueblo, defensor de los débiles y azote de los nobles; en definitiva, un buen hombre y un buen monarca.

Cuando la cosa no parecía tener solución, se urdió el Tratado de Bayona en el que Catalina se casaría con su primo Enrique de Trastámara

Catalina sería educada con esmero en su propia casa de Hartford -a tiro de piedra del estuario del Mersey y cerca de Northwich-, con unos conocimientos humanistas que para sí quisieran muchos de los embrutecidos caballeros de la corte. Como heredera que era de la Corona de Castilla por inextricables y complejos cruces sanguíneos (el recuerdo del asesinado Pedro I “el Cruel” gravitaba por ahí todavía) presentó credenciales en la política castellana cuando su padre Juan de Gante reclamó sus derechos al trono, para lo cual organizaría una expedición con la ayuda de Ricardo II de Inglaterra, a la sazón rey de su ínsula, el cual desembarcó en La Coruña hacia 1386 con cara de Drácula y con ganas de hacerse con el cetro por las buenas o por las malas.

Cuando la cosa parecía no tener solución, para que no llegara la sangre al río y acabar de paso con el conflicto por la vía rápida, se urdió el Tratado de Bayona, en el que Catalina de Lancaster contraería nupcias un día de otoño del año de 1388 con su primo Enrique de Trastámara(mientras la Iglesia de Roma se hacia la manicura por aquello de las inconveniencias de la consanguinidad) desapareciendo así las tensiones previas como por arte de magia sin obviar el trabajo de tramoya de la diplomacia de ambos bandos que tenían mucho que perder; uno recién salido de una guerra civil y exhausto, el otro con un pequeño ejército de mercenarios en un país desconocido.


Este enlace acabaría con el conflicto dinástico entre los descendientes de Pedro I y Enrique II de Castilla, consolidando a la Casa de Trastámara y la paz entre Inglaterra y la Corona de Castilla, pues mientras los castellanos (que no eran unos angelitos precisamente) se habían dedicado a incendiar las ciudades costeras del sur de Inglaterra y a arramplar con todo lo que pillaban mediante saqueo (incendio del puerto de Londres, Gravesend, Plymouth, Brie, Southampton, etc.) los ingleses, que no eran mancos, para hacerles la puñeta, se dedicaban a capturar las naves castellanas en direcciona a Flandes y la liga Hanseática Báltica cuando pasaban por el Canal de la Mancha.

Mientras vivió su marido Enrique III de Castilla, elemento regio que cortaba el bacalao –y algunas cabezas– con solvencia indiscutible, ella no tuvo que arremangarse para entrar en harina pues su cónyuge era un tío resuelto al que nadie osaba toserle, pero a la muerte de este, comienza a ejercer como reina regente con firmeza pasmosa. Para ello, tuvo que arrear algunos mandobles y repartir unas cuantas de esas obleas dominicales en las que los creyentes le sacan la lengua al cura–algo muy feo y de pocos modales–, contra la nobleza rebelde, pues los infantes de Aragón, progenie de Fernando I, estaban en plan montaraz.

Catalina ejerció la regencia de una forma muy hábil y sagaz tras la muerte del rey Enrique III de Castilla

De paso y para hacer horas extras, le tocó afrontar los problemas derivados de la persecución de los judíos que estaba ya en fase de anteproyecto, y tuvo que hacerse la mala ante algunos cortesanos que la miraban de reojo por sus orígenes transpirenaicos o porque estaba viuda y más rica que una ensaimada de Mallorca, y todo esto, para poder proteger a su hijo y rey Juan II, que por minoridad no tenía edad para gobernar pero que ya apuntaba maneras a la hora de levantarles las faldas a sus institutrices.

Al morir prematuramente Enrique III de Castilla en medio de un duro invierno en el año 1406 con tan solo 27 años de edad probablemente a causa de una sobredosis de s*x* con su monumental esposa y tras la consiguiente pulmonía, Catalina ejerció la regencia de una forma muy hábil y sagaz tomando las riendas como si lo llevara haciendo toda la vida. Buscando los puntos de conjunción y sinergias, evitando enfrentamientos, haciendo concesiones razonables y alimentando a la vez a la Corona en potencia y capacidad decisoria, de manera que durante su regencia fortaleció el reino de manera más que notable. Su cuñado, Fernando de Antequera –más tarde rey de Aragón–, le ayudaría en este menester con compromiso y entrega.

Su muerte llegaría a la temprana edad de los 45 años debido a la "perlesía", una debilidad muscular progresiva y paralizante

Uno de los puntos en los que la reina puso mayor énfasis fue en el de la política exterior enviando emisarios altamente cualificados y manteniendo líneas abiertas para el comercio en previsión de posibles contenciosos con Portugal e Inglaterra que facilitarían una regencia de tránsito pacífico hasta que su hijo fuera mayor de edad. Pero todo llega y el protagonismo es gloria efímera y transitoria.

Hacia 1412, Fernando de Trastámara se convierte en Fernando I de Aragón, acuerdo este concertado con antelación por los magnates locales en el famoso Compromiso de Caspe. Castilla, en agradecimiento por el apoyo recibido por Aragón durante los años de regencia de esta gran reina consorte (media 185 cm la rubicunda “criatura”) financiaría literalmente el ascenso hasta la corona de su benefactor en las horas críticas del reino mesetario.


Leonor López de Córdoba, una mujer de rancio abolengo, brillante en su forma de pensar y de modos más que elegantes, sería la consejera íntima de la reina Catalina de Lancaster en su paréntesis de regencia. Leonor, una noble cordobesa hija del ajusticiado Martín López de Córdoba, un referente de la Orden de Alcántara, se había opuesto al rey Enrique II de Castilla al haberle pedido este la entrega para su posterior ejecución de los hijos huérfanos de Pedro I de Castilla, algo a lo que no accedería y por lo que pagaría caro con su propia vida.

Finada en la ciudad de Valladolid a los dos días de junio del 1418, a la temprana edad de 45 años, esta generosa y virtuosa reina fallecería de "perlesía" (una debilidad muscular progresiva y paralizante) según los cronistas de la época. En un nicho de corte plateresco con una inclinación de 15º a petición propia y la cabeza alzada sobre los pies (la reina tenía un molesto reflujo gástrico y pensaba que en el más allá también le iba a incordiar) en la catedral de Toledo, yace una de las reinas más grandes –y no por su estatura–, de la protoespaña de entonces.

https://www.elconfidencial.com/alma...na-de-lancaster-alvaro-van-den-brule_1868578/
 
Lo dice la Real Academia de la Historia: la Primera Vuelta al Mundo fue exclusivamente española
La docta institución emite un dictamen a petición del director de ABC
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Jesús García Calero@caleroje
Actualizado:10/03/2019 06:55h
Estas son las ridículas mentiras de Portugal para apropiarse de la gesta de Magallanes y Elcano

Magallanes comandó en 1519 una expedición financiada por la Corona de España. Se hizo súbdito de Carlos I y castellanizó su nombres. Desde ese hecho hasta el regreso de Elcano, en la nao Victoria perseguida por los portugueses,todo en la 1ª Vuelta al Mundo fue español.

La Real Academia de la Historia (RAH) ha emitido un dictamen, a petición del director de ABC, Bieito Rubido, sobre la «plena y exclusiva españolidad» de la primera vuelta al mundo. Es la primera vez que la RAH dictamina sobre un hito tan importante de nuestra historia a petición de un periódico. ABC solicitó el dictamen a la institución, que tiene entre sus obligaciones responder consultas del Gobierno, acogiéndose al artículo 4 de sus Estatutos, que establece que «también emitirá informes a propuesta motivada de particulares, cuando lo estime oportuno».

El director de ABC reaccionaba con «estupor y vergüenza a las noticias sobre la ilegítima apropiación por parte de las autoridades portuguesas de la paternidad de la expedición». En efecto Portugal tomó iniciativas como la Red de Ciudades Magallánicas o la Ruta de Magallanes presentada en la Unesco en las que Elcano y el papel de España fueron borrados o aparecen de manera subalterna. El Gobierno español dejó hacer o trató de acordar una conmemoración conjunta con Portugal. ¿Lo haría con Italia por Colón? Como ha establecido la RAH documentalmente, no cabe duda de la «plena y exclusiva españolidad de la empresa». Ello enmienda el criterio del Gobierno y obliga a rectificar.

Enriqueta Vila Vilar, Editorial Universidad de Sevilla, 2019. (próximo a salir de imprenta)
https://www.abc.es/cultura/abci-dic...usivamente-espanola-201903100139_noticia.html
 
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