LAS CUATRO ESQUINAS
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
GRIÑÓN, DOÑA, EL CALABOZO Y EL RUNRÚN. La exclusiva de Marina Pina en LOC sobre la noche en el calabozo de Carlos Falcó, marqués de Griñón, ex de Isabel Preysler y Fátima de la Cierva, por supuestos malos tratos a su cuarta esposa, Esther Doña, ha conmocionado a la alta y baja sociedad, conectada siempre por el chisme o runrún popular, que en España alcanza niveles verdaderamente artísticos. A diferencia de la prensa amarilla anglosajona, nuestra prensa rosa, más civilizada, cuenta lo que pasa en el ámbito de lo privado de los personajes públicos cuando pasa algo. Y aunque va calando la costumbre pantojil de cobrar de antemano por el escándalo fingido, la norma es publicar chismes verdaderos. A Falcó lo mandaron al trullo por la denuncia de un tercero del mismo hotel, no de la señora agredida –y dicen que agresora– por el señor agresor –y dicen que agredido–. Se aplicó el protocolo policial que para imponer la Ley de Violencia de Género creó el PSOE y mantuvo el PP. El dizque verdugo y la dizque víctima tuvieron que hacer un comunicado para defenderse de sus defensores. Y fue peor el remedio que la enfermedad.
EL DIVORCIO ESPERADO Y FRUSTRADO.El problema de fondo en la pareja, que se lleva más de 40 años, es que los hijos de Griñón nunca han querido a la tercera madrastra. De hecho, ninguno, ni siquiera Tamara, fue a la boda. Y la propia Esther ha contado que “el 90% de las discusiones es por sus hijos”. Al destaparse el caso en LOC, los hijos estaban seguros de que el comunicado sería el del divorcio y resultó justo lo contrario: reafirmación del amor y distracción informativa revelando una antigua operación de Esther por cáncer óseo. Al fondo, está el control de los viñedos y olivares del marqués, que los hijos quieren controlar y temen que la madrastra quiera controlar y acaso vender. O sea, que esto continuará.
Pues Jiménez Losantos lo deja caer con todas las letras:
A Falcó lo mandaron al trullo por la denuncia de un tercero del mismo hotel, no de la señora agredida –y dicen que agresora– por el señor agresor –y dicen que agredido–.