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A mi normalmente la belleza me eleva el espíritu, me hace volver a confiar en el mundo y querer ser mejor persona.Es que la belleza alimenta el alma.
Ver cosas bellas y armoniosas da mucha paz.
Pero el caso en concreto fue una descarga de endorfinas en toda regla. Vamos, corrida de gusto (contemplativo).
Edito: creo que este tipo de experiencia le falta por narrar a nuestra querida amiga cítrica. Ya sabemos que con el Guggenheim de Bilbo, va a ser que no pero quizás en "la taza"...