Para la Preysler eso debe de ser el súmmum de tener clase, enseñar la porcelana.
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Para la Preysler eso debe de ser el súmmum de tener clase, enseñar la porcelana.
Si aún guarda las cortinas, parecen de teatroLa vajilla debe ser la azul que enseña siempre.
En fotos antiguas del piso que tenía con Griñón también tenía una especie de vitrinas que invadían el salón con esas porcelanas.
Ver el archivo adjunto 2156511
Ver el archivo adjunto 2156513
Si la mayoría si, el problema es cuando cambian la dieta, se ve mucho en China, pero un poco como ha pasado en muchos países al cambiar de la dieta local , mediterránea para nosotros a una dieta de procesados y platos preparados.Alguna habrá claro, pero lo normal es que son finitas y menuditas, como la gran mayoría de asiáticas.
Les pasa también a otras culturas, sudamericanos en España, o españoles en USASi la mayoría si, el problema es cuando cambian la dieta, se ve mucho en China, pero un poco como ha pasado en muchos países al cambiar de la dieta local , mediterránea para nosotros a una dieta de procesados y platos preparados.
Era otra época, pero esos cortinones así a los costados se llevan eh? Donde e casas bien jeje En casa de alérgicos a los ácaros no los recomiendo jajajaSi aún guarda las cortinas, parecen de teatro
Vaya pintas y vaya pose , parece el uniforme de zipi y zape
Leí tu anterior mensaje donde solicitabas el prólogo y comentabas si Isabel hablaría de Tamara o de sí misma y al leerlo dije bingo¡ diosa acertó habla más de ella que de otra cosa, intentando quedar como una dama de rancio abolengo.Que perezosa la Isabel, estoy segura que he leído todo lo que dice en este prólogo en sus chorrocientas exclusivas en el Hola. No cuenta nada nuevo, salvo capaz algunos nombres de los platos filipinos que le gustan. De resto, más de lo mismo: yo soy la perfecta anfitriona, mis hijos me aman y siempre vienen a pasar navidad (¿Cuándo? Hace años que no existe una foto de todos los hijos juntos ). Y ya nos dimos cuenta que AMA su vajilla china. El editor debió decirle que el prólogo es para hablar de la autora y lo que hace su trabajo especial. En cambio, ella va y justifica sus ayunos, para que no piensen que es una persona a la que no le gusta comer. Lo dicho, el libro debería ser sobre la abuela, para Isabel, se nota, la comida es un trámite social, algo para hacer feliz a los demás o quedar bien ante terceros, no se explaya en ningún sabor o recuerdo realmente inolvidable para ella. Habla de algunas cuestiones familiares, pero siempre correcta y distanciada, en resumen fría, que la caracteriza. Y de Tamara habla en el primer párrafo y hasta ahí. Podría haber contado detalles de la infancia que ella ahora entiende han marcado el gusto de Tamara por la cocina, podría haberse explayado sobre Masterchef (si la sorprendió en algo, cómo vivían las críticas...) o el tiempo que le ha dedicado a preparar el libro: ¿Cómo fue el proceso? ¿A qué horas lo escribía? En fin, algo que diga que conoce a la hija y la admira.
La introducción de la hija está un poco mejor, pero ha heredado de la madre esa forma de rellenar las páginas hablando de la nada, sin nunca comprometerse emocionalmente (te cuenta pero hasta ahí, sin nunca perder de vista la maravillosa vida que tiene) o revelar algo realmente íntimo de sí misma. Salvo cuando habla de la abuela. Una oportunidad perdida el libro, porque un libro de etiqueta y organización es lo que pega realmente con Isabel. Pero si hablamos del fogón, la que marcó la pauta en esa casa parece ser la abuela y ya no está. Además, se nota que antes de Villa Meona no tienen recuerdos qué destacar sobre las reuniones familiares. Cuentan cosas, pero la cocina a la que ellas se refieren siempre es la de Villa Meona, el Palacete que Isabel se merecía. Leyendo el prólogo me quedó la duda de qué hacía Isabel con la cocina cuando atendía tres niños, no era súper millonaria, la madre estaba lejos y el marido la dejaba sola todo el tiempo. Sí, tendría alguna ayuda, pero era una mujer de clase más modesta. Salvo por la anécdota del regalo de la vajilla, ese periodo no existe y ese periodo haría mucho más cálida a Isabel ante los lectores. Si el prólogo es para hablar de sí misma, pues que lo haga pero de una manera realmente sensible y no vendiendo esas idealidades que tanto le gustan.
A mi, si en el libro no habla de todas las pastillas que se chuta su señora madre con las comidas (unas 10 reconocidas por ella misma hace años) pues no me interesaMás carne para el psicoanalista, por mucha editorial que haya en el medio. Aprovecha toda oportunidad para hablar de la madre y encumbrarla. Sí, hay alguien que pregunta, edita y titula la nota, pero ¿Cómo le van preguntar otra cosa si el libro gira sobre la madre? Hasta el prologo lo hace la madre. El libro hubiera sido sobre la abuela, que por lo que dice la nota sí cocinaba y fue la que influenció la cocina de esa casa. Y ahora resulta que la madre es "super comilona". Obvio, no puede vender un libro hablando de los ayunos periódicos que hace la madre. Ella simplemente no puede desprenderse. Habría podido explayarse más sobre el resto de la familia y su relación con la comida, por ejemplo ahora tienen niños en casa y conviven con los Verdasco, una familia con restaurantes. O sea, tema tiene para hablar. Sin embargo ¿Qué termina enfatizando? Lo de siempre: mamá es increíble, mamá es afortunada, mamá es disciplinada, mamá tiene mejores genes que sus hijas...
Lo peor de la nota es cuando cuenta que la madre no le prestó los platos para las fotos, porque son su bien más preciado. Ajá, te hacen un libro, escribes el prólogo y no puedes prestar algunos platos para la foto, jajaja.
Yo creo que con Julio tampoco pisaba la cocina.Ya, en casa de mis abuelos maternos también había una señora que cocinaba (bueno, como de la familia), pero el mérito lo tiene quien cocina.
Además, cuando dejas de cocinar, vas perdiendo habilidad, eso es así.
Esta trepa no ha pisado una cocina desde que se divorció de Julio Iglesias.