Que sus nombres no se borren de la historia

El feminicidio de las trece rosas​

En un ambiente de terror en Madrid y de escarmiento por parte de los vencedores sobre una población exhausta y hambrienta, la condena a muerte de las trece chicas causó especial conmoción.

Es un deber de memoria democrática y de justicia con las víctimas recordar cada 5 de agosto la ejecución en 1939 de las trece rosas en las tapias del cementerio del Este, uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil española, aunque cuando se produjo tan pavoroso crimen hacía cuatro meses que la contienda había terminado. Esa misma madrugada, en el mismo lugar, fueron fusilados también 43 hombres jóvenes.

En un ambiente de terror en Madrid y de escarmiento por parte de los vencedores sobre una población exhausta y hambrienta, la condena a muerte de las trece chicas causó especial conmoción porque eran mujeres y porque la mitad de ellas no había cumplido la mayoría de edad, que entonces era a los 21 años, por lo que también se las conocía como “las menores”.


No tenían edad, por tanto, para haber participado en actos de guerra, no consta que hubieran sido milicianas ni que hubieran robado ni matado ni causado mal alguno, como ellas mismas dejaron escrito en las conmovedoras cartas de despedida que escribieron a sus familias. Oficialmente incluso no pesaba contra ellas más delito que haber sido afiliadas o simpatizantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), organización que funcionaba bajo la legalidad democrática republicana y que defendía los ideales en los que ellas creían.


La rigurosa investigación que el periodista Carlos Fonseca llevó a cabo y publicó en 2004 con el título de 'Trece rosas rojas' recoge que la familia de Julia Conesa, una de las ‘rosas’, mantuvo que un grupo de militantes de la JSU, entre las que se encontraban Julia y Adelina García, fue acusado de repartir por Madrid unos pasquines que proclamaban “Menos Franco y más pan blanco”. Por una campaña tan inofensiva, de la que en todo caso no asumieron la autoría, Julia y Adelina fueron detenidas y llevadas a la cárcel de Ventas. Solo saldrían de allí para ser ejecutadas. El mismo destino fatal corrió el resto del grupo y otros afiliados a la JSU que en total superaban el medio centenar.


Las trece rosas y 43 personas más fueron acusadas de ser inductoras del atentado que tuvo lugar el 29 de julio de 1939 contra el comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón, en el que murieron también su hija y el chófer. La parodia judicial, ventilada en un solo día, el 3 de agosto, en consejo de guerra, fue tan burda que ni siquiera la familia del comandante aceptó la versión oficial y solicitó la revisión de la causa, que se abrió hasta en dos ocasiones y fue cerrada definitivamente en 1949 sin que se aportaran pruebas de quiénes habían sido los inductores.

Estos son datos históricos irrefutables, por más que la ultraderecha tenga la vileza de injuriar a las trece rosas en su empeño de falsear la historia para blanquear al franquismo y justificar su estrategia criminal de extirpar de raíz cualquier mínima disidencia. Un plan sangriento que explica el elevado número de fosas comunes que hay en España. Cuánto dolor causó y cuánto sigue causando. Tampoco vale de nada que el alcalde de Madrid haya hecho retirar de La Almudena el Memorial del Cementerio del Este con los nombres de todas las personas fusiladas por el franquismo en la capital entre 1939 y 1944. Las seguiremos recordando igual porque la memoria no se puede extirpar.

El fusilamiento de las treces rosas fue además un feminicidio en toda regla, un escarmiento y un aviso a todas las mujeres de que la sociedad franquista no tendría piedad con aquellas que se apartaran del papel de abnegada madre y fiel esposa al que las relegaba el modelo del nacionalcatolicismo.

Señalaba hace pocos días el historiador Julián Casanova que “lo que estaba en juego en julio de 1936 era el orden social amenazado por la democratización, las reformas y las conquistas políticas y revolucionarias de las clases trabajadoras”. En ese orden social amenazado, las mujeres tuvimos un papel central gracias a los avances en derechos durante la II República, impensables hasta entonces: el voto femenino, la ley del divorcio, la despenalización del aborto, el matrimonio civil, la igualdad ante la ley, mayor acceso a la formación y al mercado de trabajo.

Por eso, desde el inicio de la guerra civil, Franco se empleó a fondo para arruinar todos los logros y derechos conseguidos por las mujeres, para doblegarlas y que acataran de nuevo la sumisión. Las humilló con cortes de pelo al cero, paseándolas desnudas tras obligarlas a tomar aceite de ricino, las demonizó y convirtió en la quinta esencia del mal. El odio contra ellas se exacerbó. Carlos Fonseca menciona en su libro un artículo publicado el 16 de mayo de 1939 en el diario Arriba en el que se habla de “la miliciana sucia y desgarbada” y se las tilda de “feas, bajas y patizambas, sin el gran tesoro de una vida interior, sin el refugio de la religión...”. El retroceso y el coste que el franquismo ha supuesto para las mujeres está todavía por investigar en toda su dimensión.

Las trece rosas murieron convencidas de que la historia reconocería su inocencia y de que sus nombres brillarían. 83 años después, su deseo se verá cumplido. La Ley de Memoria Democrática, aprobada el 14 de julio en el Congreso y que entrará en vigor después del verano, declara ilegal el franquismo y todos sus tribunales de excepción, anula sus sentencias y declara el derecho de los familiares y de toda la sociedad a conocer la verdad.
Vuestros nombres brillan ya en la Historia: Carmen Barrero Aguado (20 años); Martina Barroso García (24 años); Blanca Brisac Vázquez (29 años); Pilar Bueno Ibáñez (27 años); Julia Conesa Conesa (19 años); Adelina García Casillas (19 años); Elena Gil Olaya (20 años); Virtudes González García (18 años); Ana López Gallego (21 años); Joaquina López Laffite (23 años), Dionisia Manzanero Salas (20 años); Victoria Muñoz García (18 años), y Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años).

eldiario.es
 

DESMONTANDO LAS MENTIRAS DE LOS ROJOS: LAS 13 ROSAS, OTRO MITO DE LA IZQUIERDA QUE GUSTA A LA CLASE POLÍTICA​

Posted on 2018-08-06 by Nuevo Accion

Por, JUAN E. PFLÜGER.-
Las 13 rosas
, nombre con el que se conoce a 13 jóvenes fusiladas el 5 de agosto de 1.939 tras ser condenadas por un Tribunal, son una clara muestra de la “corrección política” impuesta desde la izquierda. La misma placa que colocó el Ayuntamiento de Madrid en 1.988 en el lugar en el que fueron fusiladas ya deja clara la fábula montada desde la izquierda radical que ha calado en la sociedad. En dicha placa se puede leer que “dieron su vida por la libertad y la democracia”,una mentira que demostraremos en esta entrada de blog. Pertenecían, en su mayor parte, a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) la rama juvenil del comunismo en España que aspiraba a implantar en nuestro país un régimen tan libre y demócrata como lo era el de Stalin en la URSS, país desde el que se financiaban y al que había escapado, tras la Guerra Civil, su máximo dirigente: Santiago Carrillo.
Las JSU, a las que pertenecían la mayoría de las 13 rosas, habían tenido una destacada participación en la represión republicana en Madrid durante la Guerra Civil. No en vano, esta organización política controlaba y dirigía directamente cinco checas donde se torturó y asesinó a cientos de personas. Está perfectamente documentado en los papeles del PCE que bajo control de su organización juvenil se encontraban las checas de Mendizabal 24, la de la calle Rimundo Lulio, la de Santa Isabel 46, la del Convento de las Pastoras de Chamartín y la de la calle Granda 4. Además, participaron en la acción represiva de varias otras cárceles de partidos políticos y tuvieron un papel destacado en las sacas cometidas para asesinar a miles de presos sin mediar juicio alguno. Quienes las presentan como garantes de la democracia suelen olvidar, entre otros, este detalle: a ellas se les juzgó, pero ellas participaron en una organización que asesinó sin juicio a miles de personas y que, en el momento de ser detenidas, se había convertido en un grupo terrorista dirigido por José Pena, Severino Rodríguez y Federico Bascuñana.
Las 13 rosas
fueron condenadas a muerte, pero no estaba prevista su ejecución hasta que el 29 de julio de 1.939 un comando de las JSU asesinó al Comandante Isaac Gabaldón, a su hija Pilar de 16 años –hubiera cumplido 17 unos días después- y al chofer que conducía el vehículo, Luis Díaz Madrigal.La acción terrorista decidió a la autoridad judicial a la ejecución de las sentencias de muerte que se encontraban paralizadas. Entre las casi 70 sentencias se encontraban las de las 13 rosas.
Varias de ellas eran destacadas dirigentes y activistas del grupo terrorista en el que se habían convertido las JSU:
Ana López Gallego
era la responsable de la rama femenina de las JSU. Recibía órdenes directamente de Manuel González Gutiérrez y había tenido una destacada participación en la organización del atentado frustrado que pretendían realizar durante el Desfile de la Victoria y que tenía como objetivo el asesinato de “la mayor cantidad de público asistente”, como declaró ante el juzgado la propia terrorista. Su cometido era el trasporte del explosivo, para ello se valía de jóvenes militantes de entre 15 y 17 años que por su edad, no levantaban sospechas.
Joaquina López Laffite fue la secretaria general del Comité Provincial de las JSU. Su casa se usaba para celebrar las reuniones de dicho comité y en ella se planificaron varios de los atentados que prepararon desde la organización juvenil comunista. Había organizado una red, en la que participaban varias de las 13 rosas, que preparaba a jóvenes comunistas para que intimaran con falangistas a los que sacaban información para señalar las víctimas de sus atentados.
Carmen Barrero Aguado
era miembro del Comité Nacional de la organización y una de las personas de mayor responsabilidad en la toma de decisiones junto a Pena, Rodríguez y Bascuñana.
Pilar Bueno Ibañez
era la mano derecha de López Laffite en el Comité Provincial y el enlace de ésta con Barrero.
Dionisia Manzanero Salas era la responsable de mantener el contacto entre las diversas ramas del grupo terrorista y rendir cuentas ante Bascuñana, dirigente encargado de los comandos terroristas que perpetraban los atentados.

Arriba: Mentirosa propaganda sobre asesinas rojas
Ante estos datos sorprende que políticos, partidos y personalidades de diversos ámbitos sigan brindando homenajes a quienes se convirtieron en terroristas tras resultar derrotados en una guerra.
No solamente los actuales dirigentes de las Juventudes Comunistas, desde Podemos a representantes de Ciudadanos no tienen ningún empacho en mostrar su admiración por estas 13 mujeres condenadas a muerte, pero que callan sin ningún rubor ante los miles de asesinatos cometidos por ellas y sus asociados durante la Guerra Civil.
Esta forma de actuar no ha pasado desapercibida entre los usuarios de redes sociales, especialmente Twitter, que han afeado su conducta a quienes muestran esta “memoria histórica” selectiva vendida a la corrección política impuesta desde los sectores de la izquierda más radical española.
 

El salvaje y atroz asesinato de Florentino Asensio, obispo de Barbastro en 1936​

Obispo Barbastro
por redaccioninfovaticana | 08 agosto, 2023
Una visita al museo de los mártires de Barbastro sirve para hacerse una pequeña idea de lo que supuso la terrible persecución religiosa que padeció España durante la Guerra Civil española, aunque dicha persecución y odio contra todo lo católico ya había explotado en España meses antes.
La historia de los mártires de Barbastro es sobrecogedora a la vez que ejemplar. Tantos jóvenes seminaristas que derramaron su sangre por Dios.
Los comunistas, socialistas y anarquistas no tuvieron piedad ni siquiera del obispo de Barbastro, don Florentino Asensio a quien le cortaron los testículos y fue brutalmente torturado.
Les compartimos la historia del obispo de Barbastro publicada en

Hispaniamartyr,org:


EL MARTIRIO DEL OBISPO FLORENTINO ASENSIO
En la noche del 8 de agosto, el Obispo de Barbastro, D. Florentino Asensio, fue citado, una vez más, a comparecer ante el Comité; pero no a la salita de visitas del colegio de los Escolapios, donde vivía, sino al ayuntamiento, al rastrillo o sala de visitas de la cárcel popular. Al comunicarle la variación, el P. Rector presintió lo peor. El Obispo, aunque ya se había confesado otras veces, pidió de nuevo la absolución.
SALVAJEMENTE ASESINADO. Lo amarraron codo con codo a otro hombre mucho más alto y recio, y los condujeron a los dos, después de varias horas de calabozo, al rastrillo. Entre frases groseras e insultantes, un tal Héctor M., oculista, de mala entraña, Santiago F., el Codina, y Antonio R., el Marta, se acercaron al Obispo. El Obispo estaba mudo y rezando. Santiago F. le dijo a un tal Alfonso G., analfabeto: «¿No decías que tenías ganas de comer co de Obispo? Ahora tienes la ocasión». Alfonso G. no se lo pensó dos veces: sacó una navaja de carnicero; y allí, fríamente, le cortó en vivo los testículos. Saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y empaparon las baldosas del pavimento, hasta encharcarlas. El Obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.
En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera, donde Alfonso G. recogió los despojos; se los puso en el bolsillo y los fue mostrando, como un trofeo, por bares de Barbastro. Le cosieron la herida de cualquier manera, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Los testigos garantizan que aquel guiñapo de hombre, el Obispo de Barbastro, se habría derrumbado de dolor sobre el pavimento si no hubiera estado atado al codo de su compañero, que se mantuvo y lo mantuvo en pie, aterrado y mudo.
El Obispo, abrasado de dolor, fue empujado a la plazuela, sin consideración alguna, y conducido al camión de la muerte. «Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre». Ante los ojos de los hombres, era un pobre perro escarnecido. Ante los ojos de Dios y de los creyentes, era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación: completaba en su cuerpo lo que le faltaba a la pasión de Cristo.
El heroico prelado, que el día anterior, el 8 de agosto, había terminado una novena al Corazón de Jesús, iba diciendo en voz alta: -¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor! José Subías, de Salas Bajas, el único sobreviviente de aquellas primeras cárceles de Barbastro, oyó comentar a los mismos ejecutores: -Se ve que no sabe a dónde lo llevamos. -Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros…-Anda, tocino, date prisa -le decían. y él: -No, si por más que me hagáis, yo os he de perdonar. Uno de los anarquistas le golpeó la boca con un ladrillo, y le dijo: «Toma la comunión». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución, que fue el cementerio de Barbastro.
Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí». Pero el Obispo no murió aún. Lo arrojaron sobre un montón de cadáveres, y después de una hora o dos de agonía atroz, lo remataron de un tiro. «No le dieron el tiro de gracia al principio, -dice Mompel- sino que lo dejaron morir desangrándose, para que sufriera más». Sabemos, por otras fuentes, que «la agonía le arrancaba lamentos». Se le oía decir: «Dios mío, abridme pronto las puertas del cielo». Varios milicianos le oyeron musitar, también: «Señor, no retardéis el momento de mi muerte: dadme fuerzas para resistir hasta el último momento». Y repetía muchas veces «lo de su sangre y el perdón de los demás». Otro testigo le oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».
Después de muerto, Mariano C. A. y el Peir lo desnudaron; y El Enterrador le dio a Mariano C. A. los pantalones, que se puso dos días después, «porque estaban en buen uso»; y a José C. S. El Garrilla le dio los zapatos. «Los llevé hasta que se me rompieron», declaró él mismo después de la guerra, antes de ser ejecutado.
Durante varios años se pudieron ver las baldosas ensangrentadas del rastrillo, testigos mudos de aquella salvajada.
“MÁRTIRES CLARETIANOS DE BARBASTRO”, del P. Gabriel Campos Villegas, c.m.f
 

Trece rosas y 7.000 religiosos​

España se reconcilió consigo misma y necesita recordar y homenajear a todas las víctimas, que ya no tienen bando​


09/08/2023Actualizada 01:38


Cada mes de agosto, la izquierda conmemora el asesinato de las llamadas «Trece rosas», las jóvenes fusiladas por orden de Franco al poco tiempo del final de la Guerra Civil. Todas ellas pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas y fueron víctimas de la durísima represión que, al acabar el conflicto bélico, se desató en toda España, con especial intensidad en Madrid, último reducto de la resistencia y, también, escenario de las peores atrocidades de ambos bandos.
Poco antes de su fusilamiento al alba, en la triste tapia de un cementerio, la organización a la que pertenecían fue responsable de otro horrible crimen, el de un comandante de la Guardia Civil, junto a su pequeña hija y su chófer. Nunca se demostró que ellas fueran culpables de los hechos, pero su adscripción a la organización fue suficiente para que, en aquellos tiempos de ajustes de cuentas, fueran ejecutadas sin piedad.
La barbarie es incuestionable y, por mucho que al respecto de sus trayectorias previas existan varias versiones casi antagónicas, es imposible no conmoverse por su final y por el tétrico contexto de la España de los años 30, escrita con sangre de hermanos en aquella locura que mezcló revoluciones, repúblicas, alzamientos, venganzas, guerra y finalmente una dictadura.
En la misma fecha exacta en la que las muchachas homenajeadas por el PSOE fueron ejecutadas, pero tres años antes, 53 religiosos de la Orden de San Agustín del Monasterio de El Escorial acabaron con sus huesos en la cárcel de San Antón: tres meses después se subieron a un autobús de dos plantas que les trasladó a Paracuellos, donde murieron asesinados en la peor matanza de civiles de la guerra, tal vez, con entre 2.500 y 5.000 víctimas, según la fuente, entre ellas al menos 200 menores.
A cada Guernica le acompaña una Cabra, y a cada acto criminal, represivo y brutal le sucedió o antecedió otro, sin que sea sencillo disculpar o entender a nadie a poco que se disponga de un poco de humanidad y de algo de respeto por la historia: hasta 1939, el terror fue generalizado, y a estas alturas de la vida no debería costarnos aceptarlo a todos, sin subterfugios cronológicos ni excusas políticas para escurrir el bulto.
El día que nos duelan igual los campos de concentración del Régimen que las checas de Madrid y Barcelona y nos espeluznemos sinceramente por una fosa común de Pico Reja y por el martirio de cerca de 7.000 religiosos estaremos más cerca de entender qué paso y de aplicarnos una vacuna preventiva para que no vuelva a pasar.
No hubo nadie bueno ni antes ni durante la Guerra Civil, que fue el fracaso de quienes anteponían unos ideales políticos a la defensa de la convivencia entre distintos: a la República la acosaron revolucionarios, separatistas y anarquistas, impulsados por los aires soviéticos de 1917 y dispuestos a implantar un régimen similar en sustitución del sistema vigente, impuesto tras unas elecciones municipales que acabaron con la Monarquía sin el refrendo del voto directo popular.
Y el llamado Alzamiento fue más para mantener el orden republicano que para sustituirlo por una Dictadura, aunque ésa fue la inaceptable consecuencia final durante 40 largos años iniciados, al final del conflicto, con una incuestionable represión y miles de disidentes muertos.
España hizo la paz consigo misma en la Transición, con una Ley de Amnistía que ahora se presenta como un pacto por la impunidad cuando en realidad fue, sobre todo, una imprescindible concesión a los perdedores, sin los cuales no se podía asentar una democracia.
Todo lo que quedara pendiente, debería resolverse sin abrir nuevas heridas, como un pacto fraternal desde el dolor compartido que no niegue las responsabilidades de los bandos, iguale los tiempos y las fórmulas para el recuerdo de las víctimas y no simplifique una historia compleja para arrimarla a un espacio político del presente que, con infinita arrogancia, se arroga el derecho a rectificar a nuestros padres y abuelos.
Las víctimas no tienen bandos. Todas son rosas y, si algo no necesitan, es una colección de capullos con memoria oscilante.
 
Si comparáis la teoría e idearios del marxismo-leninismo con la del fascismo italiano y el nacionalsocialismo obrero alemán os llevarías mas de una sorpresa en coincidencias (y no hablo de los millones de muertos que dichas doctrinas dejaron en su aplicación práctica).
 
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