Mujer (mi abuela materna)
La veo sentada en un pequeño taburete, cuyo asiento está suavizado por los años de uso. Inclinada sobre una pequeña tina en la que desgrana guisantes, habichuelas o maíz. O pelando patatas, desollando un conejo, desplumando un pollo o una gallina... sus manos, pequeñas, de dedos deformados, siempre están ocupadas.
Parece muy frágil, sentada junto a la estufa. Un cuerpo menudo, cubierto por ropa de un luto que parece no acabar nunca. Sé que debajo del pañuelo que lleva anudado en su cabeza, hay dos trenzas sorprendentemente largas de fino cabello gris. Sé que la piel de sus manos, de su cara, está curtida por el sol, la lluvia y el viento, pero en el resto de su cuerpo la piel es blanca, casi de un tono enfermizo.
Sus ojillos castaños, vivaces, rodeados de un sinfín de arrugas profundas, parecen los de un pájaro curioso que no perdiera un detalle de lo que le rodea. Es en su cara donde se puede leer la historia de su vida, en la que ha habido mucho sufrimiento, mucha lucha y muy pocas risas.
Su rostro es como un mapa de la vida, lleno de surcos, de líneas, de marcas. Cada una de ellos cuenta una historia, guarda un recuerdo u oculta un secreto. Es una luchadora, una de tantas, de los miles de mujeres que mantuvieron su casa, sus hijos y su honradez a base de trabajo duro, ingrato y a veces sin obtener gran cosa a cambio.
Todo lo que ha castigado su cuerpo, ha endurecido su alma, una frágil mujer de hierro, sentada junto al fuego, desgranando guisantes, mientras el olor del café recién hecho inunda la casa y la convierte en un hogar.
La veo sentada en un pequeño taburete, cuyo asiento está suavizado por los años de uso. Inclinada sobre una pequeña tina en la que desgrana guisantes, habichuelas o maíz. O pelando patatas, desollando un conejo, desplumando un pollo o una gallina... sus manos, pequeñas, de dedos deformados, siempre están ocupadas.
Parece muy frágil, sentada junto a la estufa. Un cuerpo menudo, cubierto por ropa de un luto que parece no acabar nunca. Sé que debajo del pañuelo que lleva anudado en su cabeza, hay dos trenzas sorprendentemente largas de fino cabello gris. Sé que la piel de sus manos, de su cara, está curtida por el sol, la lluvia y el viento, pero en el resto de su cuerpo la piel es blanca, casi de un tono enfermizo.
Sus ojillos castaños, vivaces, rodeados de un sinfín de arrugas profundas, parecen los de un pájaro curioso que no perdiera un detalle de lo que le rodea. Es en su cara donde se puede leer la historia de su vida, en la que ha habido mucho sufrimiento, mucha lucha y muy pocas risas.
Su rostro es como un mapa de la vida, lleno de surcos, de líneas, de marcas. Cada una de ellos cuenta una historia, guarda un recuerdo u oculta un secreto. Es una luchadora, una de tantas, de los miles de mujeres que mantuvieron su casa, sus hijos y su honradez a base de trabajo duro, ingrato y a veces sin obtener gran cosa a cambio.
Todo lo que ha castigado su cuerpo, ha endurecido su alma, una frágil mujer de hierro, sentada junto al fuego, desgranando guisantes, mientras el olor del café recién hecho inunda la casa y la convierte en un hogar.