Jarrones venecianos, el crimen baja a las calles

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Hard-boiled novel about "an intelligent, educated rent-collector who more by chance than by design drifts into the underworld. But once there, he climbs high: plans robberies that others commit, gathers a gang around him, gains in power, and slowly succumbs to the psychology of the criminal."

Published 1950 by Lion Books (first published 1934)

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"Zona caliente", de Charles Williams. El calor, el deseo, el robo, la muerte

“Zona caliente” (“Hell, Hath no Fury” o “The Hot Spot”), de Charles Williams.
La Bestia Equiilátera, Buenos Aires, 2016, 272 páginas.
Traducción de Carlos Gardini.
En Argentina: 260 pesos.

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Luego de mucho tiempo en que sus obras cesaron de circular en nuestro idioma, regresa el excepcional autor norteamericano de policiales Charles Williams con una de sus mejores novelas, ahora traducida como “Zona caliente” y que es quizás la más paradigmática de entre sus textos, plena de hallazgos narrativos y expresivos, muestra acabada de su consumada habilidad para contarnos historias de gran suspenso, con reiteradas e inesperadas vueltas de tuerca que sorprenden al lector, de manera legítima y convincente.

Harry Madox llega a Lander, un pueblo perdido de Texas, donde al poco tiempo consigue un empleo como vendedor de autos usados. Es pleno verano, el calor es intenso, Harry es consciente que va para ningún lado y que a los treinta años no tiene la menor perspectiva de futuro: “Así se ven las cosas a los treinta, pensé. ¿Alguien quiere quedarse para los cuarenta?”.

Se ha encontrado sin embargo con dos cosas tentadoras: Dolores Harshaw, esposa del dueño del lugar en el que trabaja, y, más aún, un banco solitario, atendido por un viejo y otros empleados soñolientos, en el que vio billetes de dólar que bien podrían ser suyos. Habilidad y fuerzas no le faltan. Errores de perspectiva, también.

Por otra parte, ha conocido a Gloria Harper, una jovencita del lugar que trabaja para un segundo emprendimiento del mismo patrón: una especie de financiera, que presta dinero. La historia arranca cuando, enviados por su jefe, Harry y Gloria van a buscar a un tipo violento, Sutton, que debe cuotas de un auto y al que la muchacha, por alguna razón, teme.

No es descubrir ningún secreto decir que Madox, luego de provocar un incendio, concreta el robo, porque ambos casos no hacen al meollo del relato, sino que resultan el disparador de lo que vendrá después. Y lo que viene después será una sucesión de hechos en los que Harry se verá complicado y de los que saldrá con extremas dificultades para meterse en nuevos problemas, aún peores, que hasta llegarán a derivar en crímenes.

Y, encima, el calor. Tórrido, húmedo, constante: "Desperté al mediodía con mal sabor en la boca y el cuerpo empapado de sudor. Afuera el sol era un resplandor de bronce y no soplaba una brisa". Como constantes son los insectos y los malos pensamientos. En el caso de Harry, no sólo por su robo al banco y las complicaciones que comienzan a acosarlo, sino también por Dolores, una mujer explosiva, sensual y peligrosa, recargada de ardides, alguien que sabe jugar con cartas marcadas o dados recargados. O de las dos maneras, midiendo sus tiempos, sin vacilación, con inteligencia.

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Prohibido contar.

Maestro para los climas, para las situaciones de opresión, para esas “encerronas” de las que hablé, la suma de habilidades que caracterizaron a sus mejores trabajos parecen encontrarse condensadas en “Zona caliente” que, para beneficio del lector en nuestro idioma, su traducción ha sido encargada a Carlos Gardini, quien sabe cómo mantenerla fluida. Y confiable.

Harry vive distintas peripecias y, podría decirse así, a cada rato el lector lo encuentra casi con la soga al cuello, entrampado, a punto de quedarse sin salida. La habilidad narrativa del autor lo lleva a plantear nuevos giros en el relato, aunque las apuestas por su triunfo definitivo se irán diluyendo, como suele ocurrir con las apuestas arriesgadas.

Williams fue no sólo un hábil escritor de policiales, sino que supo bucear en la conciencia humana, en sus luces y en sus sombras. Harry es un ejemplo de ello: tiene actitudes mezquinas y al mismo tiempo realiza, sin que los otros lo sepan o sospechen, acciones nobles o que él entiende como tales. Y así, mientras intenta salvar a Gloria de diversas acechanzas, no puede dejar de sucumbir a la sexualidad explícita y hasta brutal de Dolores, a sus complicados planes que lo enredan y, llegado el caso, paralizan. En tanto eso le ocurre, la policía está tras sus pasos porque, forastero como es, no cree que sea ajeno al asalto al banco.

Y, aparte, Williams fue un excepcional narrador. Como ejemplo, basta referir a las peripecias por las que pasa Harry en medio de una brutal tormenta, mientras por determinadas razones se ve obligado a cambiar dos baterías de otros tantos autos, “adivinando” lo que debe hacer porque la oscuridad es absoluta, son propias de la alta literatura y de manera reiterada dejan casi sin aire al lector.

Como suele decirse, “Zona caliente” es permanentemente una de cal y otra de arena, en medio del infierno del calor y de las pasiones desatadas. El calor aquí, constante, repetitivo como si fuera un elemento de tortura, resulta símbolo de los condicionantes existenciales.
De esta novela es muy poco lo que se puede contar, salvo decir que agobia y que al mismo tiempo no puede dejar de leerse, del principio al fin, cuando Williams se reserva la última vuelta de tuerca para entregarnos un cierre de la historia digno de todo encomio, mientras el calor persiste y se apagan todas las luces.

Una media decena de trabajos de Charles Williams fue traducida en la década de 1970 tanto en Argentina como en España, pero luego de eso se registró un verdadero “silencio” respecto de su obra que comprende una veintena de novelas. Es de desear que nuevas ediciones y reediciones vuelvan a poner en circulación a este excepcional escritor.

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“Me quedé un minuto echado sobre el volante, escuchando el ruido tristón de la lluvia y sintiendo el vertiginoso vacío del miedo en mi interior. Eso era lo que me había preocupado en el claro y mientras me devanaba los sesos tratando de subir la cuesta en la oscuridad. No había modo de arrancar el auto, y estaba a treinta kilómetros del pueblo. El alba me sorprendería mucho antes de que lograra llegar a pie. Y si dejaba el coche aquí, sería como dejarle mi tarjeta al sheriff. (…) ¿Cuánto tardaría en llegar a pie? Pero conocía la respuesta. Tardaría al menos cinco horas. Serían las ocho antes de que llegara al pueblo. Me verìan màs de veinte personas, y se acordarían de mí. Sabía qué facha tendría, calado hasta los huesos, cubierto de barro, y con la ropa rasgada por las caídas”.

Datos para una biografía

Charles Williams
nació en San Angelo, Texas, el 13 de agosto de 1909. Pasó parte de su infancia en Nuevo México. En 1929, se enlistó en la Marina Mercante donde se desempeñó como operador de radio.

Abandonó la fuerza para casarse con Lasca Foster. Recién a los cuarenta años publicó su primera novela, Hill Girl, que vendió nada menos que dos millones y medio de ejemplares solo en los Estados Unidos.

Su experiencia en la Marina le sirvió para hacer del mar un escenario principal en muchos de sus libros, entre ellos: El arrecife del escorpión, Por mortaja una vela, Mar calmo, And the Deep Blue Sea. Este año, mientras en Argentina se publica “Zona caliente” en España se ha reeditado “El arrecife del escorpión”.

Williams trabajó como guionista junto a René Clément y tuvo la bendición de que François Truffaut, Claude Sautet y Orson Welles llevaran tres de sus novelas al cine. Esas películas fueron, respectivamente, “Confidencialmente tuya” o “Vivamente el domingo” (Truffaut), “Armas para el caribe” (Sautet), y “The Deep” (Welles, película inconclusa).

En el año 1962, escribió la versión fílmica de Zona caliente y trató de convencer sin éxito a Robert Mitchum para que hiciera de Harry Madox.

Casi veinte años después, fue Don Johnson quien finalmente protagonizó la película con la dirección de Dennis Hopper.

La muerte de su esposa lo sumió en una gran depresión.

Su agente, Don Congdon, relató que una mañana recibió en su oficina una carta sin remitente. No tuvo dificultad en reconocer la letra. “Cuando leas estas líneas, ya estaré muerto”.

Charles Williams se había suicidado en su pequeño departamento de Van Nuys, Los Ángeles, la madrugada del 7 de abril de 1975.


Algunos enlaces:
Charles Williams en la Wikipedia en castellano, muy breve
Charles Williams en la Wikipedia, biografía más extensa en inglés
Amplia nota sobre el autor y su obra en Mysteryfile.com, en inglés


 
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“Mi padre se hubiera quedado estupefacto al ver todo el trabajo que el Sr. Migoya ha hecho investigando sus obras y su vida.”
Alison Williams (hija de Charles Williams)

Editorial: Ediciones Glénat
Páginas: 328 páginas
Isbn: 9788484490944
Año: 2001


Charles Williams, la tormenta y la calma

Publicado el 1 agosto, 2011

El autor que más ha influido literariamente en Hernán Migoya es Charles Williams, escritor texano olvidado que solamente recuerdan los fans cincuentones del género negro.

Migoya, obsesionado con dicho autor desde que leyera a los 12 años su novela «El arrecife del escorpión», decidió con 25 viajar a Estados Unidos para rastrear la tumba de Charles Williams y rendirle tributo: finalmente, logró localizar a su hija Alison y escribió la biografía/ensayo/guía más completa que existe en el mundo (la única, de hecho) sobre el creador de «Calma total» y «Labios ardientes», incluyendo correspondencia inédita a su agente Don Congdon.

Dichas cartas, desconocidas por el público anglosajón, abarcan desde que Williams fue publicado por vez primera y probó las mieles del éxito (en los años 50 llegó a vender varios millones de ejemplares) hasta que se arruinó y entró en una depresión definitiva a principios de los años 70.

Con un arrojo tan suicida como el del propio Williams, y con el auspicio de la Semana Negra de Gijón, Migoya logró hallar editor para este libro sobre un escritor que ya casi nadie conoce en España y cuyas obras hace años que no se reeditan.

 
A propósito de Ross MacDonald

05 May 2019/Claudio Cerdán / Ross MacDonald

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Hace poco saltó una noticia que tuvo a EEUU en vilo: un adolescente aseguraba ser un niño desaparecido ocho años atrás. Compartí esa información en mis redes sociales acompañada de una simple pregunta: “¿Alguien ha leído El caso Galton, de Ross MacDonald?”. Porque la trama de la novela era calcada a la situación que se estaba viviendo en esos momentos.

La sorpresa vino cuando nadie contestó afirmativamente. Nadie. Y los pocos que dejaron un comentario sólo confirmaron mis sospechas: no conocían el libro. Teniendo en cuenta que es la obra más famosa de su autor, eso me daba a entender que realmente no habían leído nada de Ross MacDonald.

"Estamos hablando de uno de los autores clásicos más importantes de la novela negra, creador de un icono como Lew Archer"

A veces suceden estas cosas. Te hablan de un libro que no conoces, y el interlocutor te suelta el clásico “¿pero cómo puede ser que no lo hayas leído?”.

La respuesta es simple: cada cual tiene sus lecturas. Yo también me podría echar las manos a la cabeza ante gente que no se ha acercado a obras que para mí son imprescindibles. Esto es algo aplicable a cada lector.

Pero en el caso de Ross MacDonald es diferente: estamos hablando de uno de los autores clásicos más importantes de la novela negra, creador de un icono como Lew Archer (¿os empieza a sonar?) y ganador de los más prestigiosos premios literarios anglosajones.

Si no es de lectura obligatoria para los aficionados al género policial, poco le falta.

Ross MacDonald fue el seudónimo del escritor Kenneth Millar. Lo adoptó para no confundirse con su mujer, Margaret Millar, quien ya era una exitosa escritora de novela negra (a destacar La bestia se acerca, galardonada con el premio Edgar).

Curiosamente, ambos llegaron a presidir la asociación americana de escritores policíacos en distintos momentos.

MacDonald fue quien mejor supo entender la fórmula creada por Hammett y continuada por Chandler, pero con mayor peso psicológico y de estructuración de la historia. Porque Chandler es un maestro, pero sus novelas son refritos de relatos antiguos y a veces la trama global se resiente.

¿Alguien ha leído El largo adiós? Esa sí, ¿o tampoco?

"Obviamente, MacDonald tenía una estructura que le funcionaba y no se alejaba demasiado de ella, pero siempre añadía nuevos elementos a cada libro"

Se dice que Ross MacDonald siempre escribía la misma novela, pero cada vez lo hacía mejor. En cierta forma es verdad. La estructura general suele presentar un patrón común: Lew Archer llega conduciendo a una mansión donde le piden encontrar a una persona desaparecida o un objeto robado.

Siguiendo esa premisa, Archer descubre oscuros secretos familiares y crímenes del pasado que devienen en consecuencias en el presente.

El detective trastocaba la aparentemente idílica vida de la clase alta de California para mostrar aquello que no se aprecia a simple vista.

Obviamente, MacDonald tenía una estructura que le funcionaba y no se alejaba demasiado de ella, pero siempre añadía nuevos elementos a cada libro.

Se suele decir que su mejor obra es El martillo azul, quizá por ser la última y tener la fórmula más refinada, pero desde mi punto de vista tiene mucho de final del camino.

Por ejemplo, es la primera donde hay una trama romántica para el protagonista, y posee un tono crepuscular que sirve como colofón final para Archer.

Sin embargo, siento especial predilección por la ya nombrada El caso Galton que, como vemos, la realidad se encarga de copiar cada cierto tiempo.

Entrando en materia, la trama nos presenta a Archer, que esta vez debe hallar al heredero de una gran fortuna.

La primera parte de la novela se basa en la investigación del detective hasta localizar, al fin, al nieto pródigo.

La pregunta que surge entonces es evidente: ¿es un impostor que trata de hacerse con el dinero?

Mientras desentraña el pasado familiar se irán sucediendo las sorpresas y los sobresaltos en una espiral que hace dudar al lector cada pocas páginas.

"Las tramas de MacDonald son brillantes y sus desenlaces están a la altura de la apuesta"

Las tramas de MacDonald son brillantes y sus desenlaces están a la altura de la apuesta. El autor se nos presenta como un hábil dialoguista, capaz de hilvanar con aparente sencillez mucha información y condensarla en preguntas y respuestas fluidas.

Sus descripciones son funcionales con algunos destellos poéticos, pese al desencanto que transmite Archer a cada instante.

Aunque es un autor denominado clásico, sigue siendo un referente en muchos aspectos.

Hace no tanto os hablaba de Jim Thompson y cómo su recuperación para los lectores actuales ha desembocado en que muchos escritores aseguren sentirse discípulos suyos.

A otros les gusta más Agatha Christie, e incluso hay quien no ha salido nunca de Conan Doyle y escribe obras maravillosas.

Para mí, Ross MacDonald es otro de esos autores de cabecera. Lo tuve muy presente cuando creé Un mundo peor, que a la postre me permitió ganar un premio literario. A cada capítulo me preguntaba cómo lo habría enfocado Ross MacDonald y de alguna forma intentaba aplicar todo lo aprendido con sus lecturas.

En El club de los mejores, la novela que firmé como Arthur Gunn, una de las tramas se basa en descubrir si un personaje es quien dice o se trata de un impostor.

La deuda con MacDonald es clara y su huella en la narrativa actual también.

Retomando el inicio de este artículo, el chico del que hablaban los telediarios resultó ser un delincuente juvenil de poca monta con ganas de notoriedad.

Se le desenmascaró por la prueba del ADN, algo que en los años 60 era poco menos que ciencia ficción.

Por ello, el final de El caso Galton es mucho mejor que el del periódico. MacDonald mueve sus hilos de trilero para mostrarte la solución a cada momento y que tú como lector seas quien niegue la evidencia.

Una vez acabada la novela, ya sabes que quien quiera escribir una historia similar va a tener muy complicado superar lo hecho por Ross Macdonald.

Y ese es un motivo para leer a los clásicos: para darte cuenta de que determinados trucos ya están inventados y son difíciles de igualar.

 
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Marvin H. Albert

Born
in Philadelphia, The United States
January 01, 1924

Died
January 01, 1996

Genre
Mystery & Thrillers, Nonfiction, Entertainment

Influences
Bruce Western, Woodworking Editors Popular, Turner Classic Movies, ...more

edit data
Also wrote under the names Mike Barone, Albert Conroy, Ian MacAlister, Nick Quarry, Anthony Rome, Al Conroy, Marvin Albert

"Marvin H. Albert, the author of more than 100 westerns, mysteries, spy novels and works of history, died on March 24 in Menton, in the south of France. He was 73 and lived in Mont Segur-sur-Lauzon.

The cause was a heart attack, said his daughter, Jan.

Mr. Albert was born in Philadelphia and served as a radio officer in the Merchant Marine during World War II. After working as the director of a children's theater troupe in Philadelphia, he moved to New York in 1950 and began writing and editing for the magazines Quick and Look. He turned to writing full time after the success of his novel "The Law and Jake Wade" (1956).

In addition to popular westerns, mysteries and novelizations of Hollywood films, he wrote "The Long White Road," a biography of the Arctic explorer Ernest Shackleton, "Broadsides and Boarders," a history of great sea captains, and "The Divorce," about Henry VIII. He wrote novels under his own name and under the pseudonyms Albert Conroy, Al Conroy, Nick Quarry, Anthony Rome, Ian MacAlister and J. D. Christilian."

By WILLIAM GRIMES (less)

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¡Cien veces por su memoria, Eric Ambler!


El próximo 28 de junio seremos muchos los que nos tomaremos una copa a la memoria de Eric Ambler. ¿Por qué? porque ese día celebraremos el centenario del nacimiento de uno de los mayores escritores de novelas de espionaje de todos los tiempos, una excusa lo suficientemente buena para que releeamos algunos de sus mejores títulos, como la excelente La máscara de Dimitros o Viaje al miedo, Fronteras sombrías o Epitafio para un espía, entre otras muchas.

Me cuentan que mi admirado Graham Greene dijo en cierta ocasión que Ambler era el mejor escritor del género que conocía, y no le faltaba razón al maestro de novelas como El factor humano o El americano impasible. Las ficciones de Ambler son geniales, únicas, y si me apuran también periodísticas, porque describen con el talento y la precisión de un corresponsal una época en la que el negocio de la información y la contrainformación vivió una de sus primeras e inquietantes edad de oro.

Además de ser un excelente escritor y guionista, dejarse arrastrar por el universo de Ambler significa conocer los misterios de un negocio como es el del espionaje donde todo son apariencias. Sus novelas tienen aroma de otro tiempo, y resulta inimitable pese a que en nuestros tiempos le hayan surgido admiradores que, como Alan Furst, intentan reflejar con su misma maestría pero sin apenas rozarlo la convulsa Europa de entreguerras. En Ambler, como sucede también con Alfred Hitchock, otro maestro pero del cine de suspense, sus malos son malos de verdad. Y los buenos, en ocasiones no tan buenos. De hecho, la mayor parte de las veces uno siente –como el autor– una especial fascinación por sus villanos…

Y es que Eric Ambler es un escritor de esos que enganchan, y que retrata con afilada pluma una época turbulenta, confusa, y al borde de una guerra que parece inevitable. Que fue lo que aconteció.

Eric Ambler ha sido ampliamente traducido en España. Cuento con ediciones excelentes en varias editoriales, como Bruguera, Plaza y Janés y Planeta, entre otras. Confieso que durante una época fue uno de esos escritores a los que buscaba como un Grial intelectual en rastros y librería de viejo, por lo que devoré sus Memorias (editadas hace unos años) con un agrado bastante similar con el que consumí sus historias.

Descubrí al novelista, sin embargo, gracias a una película inspirada en una de sus novelas (La luz del día), retitulada Topkapi. Y fue tanta su influencia, que cuando di con mis huesos en Estambul y visité ese fabuloso palacio, no dejaba de pensar que era allí, en esas habitaciones de lujo insultante, donde aquella inolvidable pandilla de ladrones había pretendido perpetrar el robo del siglo. Más tarde, me hice con un ejemplar de La máscara de Dimitros y el flechazo fue inmediato. Aquel escritor tenía algo. Algo que se llama misterio, espionaje, acción, riesgo y romance. Elementos fundamentales que en manos de un artista de su talla es arcilla con la que concebir novelas tan redondas como las anteriormente reseñadas.

En fin, que sirvan estas modestas líneas como adelanto a lo que espero sea un reconocimiento a su formidable narrativa el próximo junio. También deseo que se reediten sus libros, y que se repesquen algunas de las películas donde ofició como guionista como La última noche del Titanic o El misterio del barco perdido, entre otras. Historias no de espías pero sí navales, territorio en el que supo manejarse con la misma soltura que en la novela de agentes secretos. Leales o traidores. Dobles o triples.

En fin, señor, Ambler, que no me tomaré una sino varias copas en recuerdo a su memoria. Esté donde esté…

Saludos a este lado del ordenador…

Esta anotación fue publicada el Miércoles, 7 de Enero de 2009 a las 18:18 y está archivada en la categoría de El Blog de El Escobillón. Puedes seguir cualquier respuesta a esta anotación a través de RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o hacer un trackback desde tu página web.

 
La máscara de Dimitrios. Eric Ambler: El azar y la providencia

José Luis Alvarado


Portada de La máscara de Dimitrios, de Eric Ambler


La casualidad es el nombre que le damos a la causalidad cuando ignoramos su origen. Es el principio de toda religión, pero también puede ser el inicio de una aventura como nos explica Eric Ambler (1909-1998) en su novela más ambiciosa La máscara de Dimitrios (1939).

De hecho, la novela se abre con una sentencia de Chamfort: «La palabra azar es un atributo de la Providencia». Por supuesto, esta frase es falaz como todas las frases bellas, pero también es cierto que a veces el azar actúa con una suerte de desmañada coherencia que bien puede confundirse con las acciones de una Providencia consciente de sí misma.

En este caso la Providencia se llama Eric Ambler, afamado escritor de novelas de espionaje, que juntó en esta obra dos seres irreconciliables por su trayectoria vital: el inescrupuloso Dimitrios Makropolulos y el tranquilo profesor inglés Latimer.

Cualquier parecido entre ambos parecería una simple broma, pero uno perseguirá al otro a lo largo de toda la novela, o mejor dicho, ambos se perseguirán por un objetivo que en ningún momento aparece claro.

Sólo en principio se saben los propósitos del profesor Latimer: él ha visto el cadáver de Dimitrios, sacado del puerto de Estambul, casi desfigurado, con su documento de identidad cosido en la chaqueta, un documento acreditado, verdadero, cuya foto coincide con la cara del asesinado.

El único problema es que nadie ha visto antes a Dimitrios Makropoulos, que Latimer es uno de los primeros que lo ven, aunque sea muerto, y que eso le inspira la idea de querer saber más sobre su oscura persona, puesto que Latimer, además de profesor, también es escritor de novelas policiacas, como Eric Ambler, su creador.

De esta manera asistimos a la pesquisa que un ingenuo profesor hace sobre una monstruosa persona.

Las primeras pistas se las dará otro monstruo, esta vez legal, el jefe de la policía secreta de Estambul, o eso es lo que cuentan, un tal coronel Haki, hombre poco fiable, de los que hablan poco y callan demasiado, uno de esos tipos de los que se oye hablar a menudo pero a los que jamás les puedes echar una mirada. Él sabe algo de Dimitrios.

Por lo pronto, es el que le enseña el cadáver a Latimer: le hacen gracia los pobres escritores de novelas policiacas, todos los días rodeados de cadáveres de ficción sin haber visto nunca uno tumbado en la fría morgue. Dimitrios es un cadáver, sí, pero también es muchas cosas más: un hombre con una trayectoria criminal de 20 años; que es seguro que cometió un asesinato en Estambul, pero que sin duda ha habido muchos más que se desconocen.

Dimitrios es difícil de seguir: es el típico tipo sucio, vulgar, cobarde, pura escoria.

Asesinato, espionaje, drogas: esa es la historia, la larga historia de un hombre escurridizo y traicionero al que ningún gobierno le ha podido echar el guante y del que no se conserva ninguna fotografía.

Lo conocen bien en Estambul, pero también en Sofía, en Belgrado, en París y en Atenas. Un gran viajero que no carga con ninguna maleta sino con la sombra de la sospecha allá a donde va.

Latimer tendrá que usar de toda su astucia para reconstruir el largo camino que llevó a Dimitrios desde un juicio por asesinato del que escapó indemne, hasta el Bósforo, acuchillado por alguien que sí que lo conocía bien.

Como Dimitrios, tendrá que viajar por media Europa para ir juntando las piezas de ese rompecabezas que es la vida del asesino.

El gran logro de la novela será seguir esas pistas igual que las seguiría el propio lector, puesto que Latimer no es un sabueso, ni tiene una especial intuición para seguir huellas.

Unas circunstancias le llevaran a otras, en su camino empezarán a cruzarse personajes que de alguna manera saben historias sobre Dimitrios, historias parciales, por supuesto, esto o aquello que Latimer tendrá que ir formando en su cabeza, igual que lo hará el lector inteligente. Porque esta novela, esta gran novela de espionaje que revolucionó el género y puso las bases de lo que más tarde sería un género señero en el siglo XX, esta obra está escrita para lectores inteligentes, que participen en la trama y vayan formando poco a poco la personalidad del escurridizo Dimitrios conforme Latimer va escuchando su historia de boca de sus informadores.

No hay trucos, ni engaños: toda la historia está ahí, a disposición del lector.

Cuando Latimer se entera que en Sofía Dimitrios participó en una revuelta política de la que sacó pingües beneficios, el lector irá junto al profesor al centro de información, que aportará un nuevo dato, quizás inseguro o borroso, quizá cierto, que irá formando poco a poco el rostro verdadero de Dimitrios. Igual ocurrirá en Atenas, en Suiza o en París: unos y otros se esforzarán en contar su verdad sobre Dimitrios, pero lo que impresiona de la novela es que por muchos trozos que se vayan formando de su persona, nunca sale el rostro completo; ocurre como con su fotografía: que nadie la ha visto, o solamente parece haberse visto por primera y última vez en el forro de la chaqueta de un ahogado en el Bósforo.

Pero no toda la pesquisa se guía por la inteligencia, ni siquiera por la casualidad: hay algo de la Providencia, de esa frase de Chamfort que preside el relato: hay mucho de azar en los movimientos de Latimer, quizá demasiado azar, como si algo o alguien estuviera guiando sus pasos.

Esa sospecha se apoderará pronto en el lector, y será un nuevo ingrediente de intriga de la novela.

Al final nadie sabe quién mueve a quién, quién sabe de quién: se cumple la premisa fundamental de una gran novela de espionaje o, en general, de cualquier novela: no sabes lo que va a pasar en la siguiente página; estás deseando saber qué pasará en la siguiente página. En eso consiste quizás el arte de escribir novelas.

La máscara de Dimitrios. Eric Ambler. RBA.
 
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LADRONES COMO NOSOTROS

Edward Anderson


Un clásico de la novela negra. Esta novela fue la favorita de Raymond Chandler.

En algún lugar entre los duros diálogo de Dashiell Hammett y la poesía del yermo de John Steinbeck, surge el romanticismo predestinado de esta novela seminal de Edward Anderson, uno de los clásicos más buscados por los amantes del género de España.

Cuando Elmo Mobley, Metralleta Mansfield y Bowie Bowers se escapan de la prisión de Alcatona, lo hacen para volver a la única vida que conocen: los asaltos a bancos de poca monta en los pueblos perdidos del despierto de Tejas.

Pero cuando Bowie se enamora de Keechie, la sobrina de uno de los hampones más veteranos, la aventura se convierte en una narración elegíaca del amor que huye, sin ningún lugar donde esconderse ni esperanzas de un respiro.

Publicada por primera vez en 1937, Ladrones como nosotros fue magníficamente adaptada al cine por Nicholas Ray en 1948 (Los que viven de noche) y, en 1973, por Robert Altman bajo su título original.



 
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1

El hombre alto encendió la luz.
—No tardaré ni un minuto —dijo.
El más bajo echó un vistazo a la habitación que era un laboratorio.
Caminó despacio para observar un aparato muy raro.
—Está aquí, en alguna parte —dijo Paul Townsend, levantando y quitando papeles de la mesa, y abriendo el cajón superior de la izquierda—. Es una carta que iba a echar. Se me ha olvidado, simplemente. Bueno, ¿dónde...? —era un hombre de aspecto formidable, un metro ochenta, y a sus treinta y siete años estaba en la flor de la vida. Mostraba un gesto inquieto en su atractivo rostro.
—No se preocupe —dijo el señor Gibson, que era más viejo, y que desde luego no tenía ninguna prisa y al que además le gustaba curiosear—. ¿Qué es todo esto?
—¡Ah!... —Paul Townsend encontró la carta—. Ya la he encontrado. ¿Eso? Eso es veneno.
—¿Qué hace usted? ¿Los colecciona? —el señor Gibson se puso a mirar una serie de botellines de base cuadrada que se alineaban pegados los unos a los otros en doble fila. Todos perfectamente etiquetados detrás de la puerta de cristal de una vitrina.
—Gran parte del material que empleamos es venenoso, al parecer —le dijo Paul Townsend—. Por eso lo mejor es tenerlo bajo llave —se acercó, agitando la carta entre los dedos. El también se puso a mirar—. Seguro, resulta toda una colección.
—Parece el especiero de un gourmet —dijo el señor Gibson, con admiración—. ¿Para qué valen?
—Para varias cosas.
—Nunca he oído hablar del noventa y nueve por ciento de ellos.
—Bueno... —dijo Paul Townsend, en tono comprensivo.
—Muerte y destrucción en pequeñas dosis —murmuró el señor Gibson. Puso el dedo índice sobre la puerta de cristal (recordó fugazmente haber sido alguna vez un niño señalando con el dedo, como ahora, el escaparate de una tienda de dulces)—. ¿Cuál me aconsejaría usted?
—¿Qué? —exclamó Townsend, moviendo sus largas pestañas.
El señor Gibson sonrió, formándosele delicadas, líneas en las comisuras de los ojos como diminutas colas de pavo real.
—Lo estoy considerando desde el punto de vista poético —dijo extravagantemente—, un par de docenas de botellas mortales. No puedo pensar de la misma forma que usted. Doy clase de literatura poética, ¿sabe? —se rió de sí mismo con buen humor y recitó—: «Para morir en la noche, sin dolor...»
—¡Oh! —dijo Townsend, un poco estúpidamente—. Bueno, si lo que quiere decir es que cuál de ellos le dejaría fuera de combate de forma fácil y rápida, coja éste.
—¿Este? —el señor Gibson no podía entender la palabra polisílaba que mostraba la etiqueta y a la que señalaba en ese momento su anfitrión. Le parecía que debía de ser imposible de pronunciar por una lengua humana. El número de la etiqueta era el 333, que era sencillo y fácil de recordar.
—¿Qué me haría?
—Simplemente, le mataría —dijo Paul Townsend—. No huele, ni sabe a nada.
—Ni tiene color —murmuró el otro.
—No duele.
—¿Cómo lo sabe? —el señor Gibson tenía unos bonitos ojos grises que brillaban con inteligente curiosidad.
Townsend parpadeó otra vez.
—¿Saber el qué?
—¿Que no duele? ¿O que no sabe a nada? El tipo queda fuera de combate, como usted dice. No se le puede preguntar, ¿verdad?
—Bueno, yo... creo que, simplemente, no le da tiempo a sentir dolor —dijo Townsend, un poco a disgusto.
—¡Menudo sitio! —exclamó Gibson, echando una última mirada a la habitación.
Townsend tenía la mano en el interruptor.
—Espere un momento —se estremeció. Era como un ama de casa que recibe un visitante inesperado y encuentra desordenadas todas las cosas—. Veo que hay algo que debería estar guardado. Puede que no le matara, pero... ¿Quién habrá dejado esto fuera? ¿Le importaría volverse un momento, por favor?
—¿Volverme? Oh, no, en absoluto —el señor Gibson se volvió de espaldas cortésmente y se quedó mirando a un armario lleno de tubos y probetas que había en la pared de enfrente. La puerta del armario era de cristal, y resultaba un buen espejo, si uno seleccionaba con la mente sólo lo que se reflejaba en él, aislándolo de todo lo demás que veía. Por lo tanto, el señor Gibson observó vagamente a Paul Townsend tomar una pequeña lata de algo de encima de una mesa, sacar una llave de un escondite, poner la lata dentro del armario de los venenos, volver a cerrar la puerta y esconder la llave otra vez.
—Ya está —dijo Townsend—; lo siento, pero me gusta ser muy cuidadoso.
—Claro —replicó el señor Gibson suavemente. No se le iba a ocurrir contarle a sus amistades que ahora sabía muy bien dónde estaba escondida la llave. Este Townsend era un muchacho muy simpático, con el que coincidió a la hora de comer en el mismo restaurante, fuera del recinto de la Universidad, y que se ofreció a llevar al señor Gibson a casa en su fría noche de enero. No es necesario explicar que el señor Gibson no quería molestarle. Y seguramente aquello no tendría importancia.
En lugar de esto empezó a meditar acerca de los venenos. ¿Por qué se habrán creado sustancias que el hombre no debe comer? El fuego, el agua, el aire... todas eran buenas para el hombre..., sin embargo, si se empleaban en gran cantidad, en exceso, o fuera de lugar, podían destruirle. ¿Era posible que también los venenos tuvieran cada uno su medida? ¿Eran también buenos, usados en la cantidad, sitio y tiempo adecuados? ¿Tal vez en cantidades mínimas? ¿Consistiría todo en descubrir el cómo, cuánto, dónde o cuándo?
—¿Para qué sirve el número trescientos treinta y tres? —preguntó cuando salían del edificio.
—No se sabe todavía —explicó Townsend amablemente.
—Pero no sería una mala forma de morir.
El señor Gibson no se quería morir. Se olvidó de ello y miró a la luna.
—Hace una noche divina, tranquila y libre... —murmuró.
—Una noche agradable

_________________________

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Charlotte Armstrong

Born
in Vulcan, MI, The United States
May 02, 1906

Died
July 18, 1969

Genre
Mystery & Thrillers

edit data
Full name Charlotte Armstrong Lewi.
Wrote 29 novels, plus short stories and plays under the name Charlotte Armstrong and Jo Valentine.
Additional writing jobs: New York Times (advertising department), Breath of the Avenue (fashion reporter).
 
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Ya hace casi un mes que leí La trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Al autor ya lo conocía por El libro de las ilusiones, al que me adentré porque trata el tema del cine clásico. Pero quería conocer al auténtico Paul Auster, y normalmente este es uno de sus títulos más representativos. Lo cierto es que me ha contrariado bastante…

¿Quién eres tú? Y si crees que lo sabes, ¿por qué insistes en mentir al respecto? No tengo ninguna respuesta. Lo único que puedo decir es esto: Escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ése no es mi verdadero nombre.


ficha-tecnica

Trilogia de Nueva York

La trilogía de Nueva York
, de Paul Auster

The New York Trilogy (1987)
Traducción de Maribel de Juan
ISBN: 978-84-322-0039-7
Seix Barral, Booket, Biblioteca Paul Auster
380 páginas

Sinopsis: Empieza la primera de las historias de La trilogía de Nueva York, Ciudad de Cristal, con un escritor de novela policíaca que, por azar, se convierte en protagonista de una investigación real y se ve actuando como un detective por las calles de la ciudad de los rascacielos mientras se cuestiona quién es en realidad. En Fantasmas, se conforma un laberinto de búsquedas que Azul, el detective, deberá desentrañar. En La habitación cerrada, el protagonista recibe el encargo de buscar a un amigo de la infancia desaparecido que ha dejado una maleta llena de manuscritos inéditos que deseaba que fueran publicados, por razones un tanto confusas. Tres caras de una misma historia con la que Paul Auster reinventa el género policíaco.

comentario

PaulAuster
Promete mucho Paul Auster… Tiene fama de ser original, de jugar con el propio acto de narrar, de sorprender… Me suelen gustar esos juegos, pero para disfrutarlos del todo, han de tener coherencia y cuando acaban te tienen que dar la llave para comprenderlo todo. Si no es así, el juego queda a medias, me siento defraudada y todo el esfuerzo no ha valido la pena. El libro acaba resultando una pesadilla para estudiantes de literatura a los que les pregunten “¿quién es el narrador?”. Una clase de semiótica. Pues bien, a mí me aburre la semiótica.

Todo empieza mal, muy mal, cuando Quinn, el protagonista de la primera historia, resulta que tiene el mismo bagaje emocional que el David Zimmer que conocí en El libro de las ilusiones (el otro único libro que he leído de Auster). Sé que a Auster le gusta mucho autorreferenciarse, así que pese al protagonista duplicado, empecé muy animada por la historia y la aparición de Peter Stillman, un personaje que me encantó. Me enganchó tanto ese fragmento que lo recuerdo con nostalgia y todo…

Sin embargo, los protagonistas de Auster siempre acaban siendo el mismo tipo de personaje (al menos hasta donde he leído). Los hombres son taciturnos, con algún trauma del pasado, escritores o investigadores privados, en definitiva, intercambiables unos por otros. Y las mujeres lo mismo: mujeres fuertes, sexys y que son capaces de sacar lo mejor y lo peor de ti (que eres hombre). Me aburre.

Y es que en realidad, lo que se le atribuye como “originalidad” no deja de ser una reinvención de juegos literarios que él mismo reconoce durante la novela: sus referencias van desde Cervantes a Hawthorne. A mí este tipo de cosas me suelen hacer gracia, al principio, pero el juego literario tiene que aportar algo más que una forma original de explicar las cosas: contenido. Yo voy a los libros buscando historias, y las historias me tienen que gustar. Pueden ser bonitas, feas, tristes, divertidas… pero tienen que ser historias. En este libro me he encontrado disfrutando mucho con pequeñas “escenas” (las conversaciones de Quinn con los Stillman, con el propio Paul Auster que aparece como personaje, anécdotas…) pero la trama principal me parece ridícula una vez superada la mitad de cada novela corta y empieza la verdadera trama que le interesa al autor. Siempre la misma:

  1. En Ciudad de cristal, un escritor es confundido con un detective. Se plantea una historia muy original, un misterio que deseas descubrir, con un magnetismo especial… hasta que el protagonista pierde la cabeza. Fin.
  2. En Fantasmas, un detective tiene que seguir a un tipo y escribir sobre él. Lo hace. Se describe todo lo que hace mientras cumple con su misión… hasta que pierde la cabeza. Fin.
  3. En La habitación cerrada, el protagonista es un buen tipo, un escritor que tiene que sacar a la luz la obra de un amigo desaparecido al que intentará encontrar… Efectivamente, también es una mezcla de escritor y detective, y ¿cómo acabará? Perdiendo la cabeza, sí, pero antes ha de quedar como un cerdo asqueroso. Fin.
TheNewYorkTrilogycover
Me encanta esta portada porque resume estupendamente la obra.

Sí, se puede decir que la vida es así, que no te da todas las respuestas, que no todo el mundo te puede caer bien, que esas cosas que a mí me horrorizan tanto pasan continuamente… Pero también es cierto que cada uno tiene una sensibilidad especial hacia determinados temas y cuando alguien no les da la misma importancia, nos decepcionamos. Sobre todo si esa persona resulta ser el autor de una novela “de misterio” que se esfuerza tanto en que te interese el misterio de la novela, que no entiendo cómo se esfuerza tan poco en resolverlo… Te pone el caramelo en la boca y te lo quita. Por mucha metáfora que le ponga, por muchas otras cosas que transmita, tiene que acabar la historia. Tiene todas las páginas que quiera para continuar, así que no comprendo por qué no lo hace.

Y no se trata de que me gusten las historias completamente cerradas o que se dé respuesta a todas las malditas dudas que se plantean (soy de las pocas personas que conozco a las que les gustó el final de Perdidos sin reparos, porque considero que lo importante sí está cerrado). Simplemente me siento engañada. Y no sólo eso, porque Sospechosos habituales, por poner un ejemplo cinematográfico, es un engaño en toda regla… ¡pero me encanta! Se trata de una decepción extraña, como cuando estás soñando y ese sueño se convierte en pesadilla y te despiertas a la mitad pensando en cómo podría terminar… Una montaña rusa de emociones.

2estrellas

No me lo he pasado todo lo bien que pretendía, no me ha dejado un buen sabor de boca al final, así que aquí tiene su 2, señor Paul Auster. Me sabe mal, no se crea. Pero me gustan los juegos, no que jueguen conmigo.

Lo positivo que destacaría de La trilogía de Nueva York sería el uso de tres narraciones tan diferentes en cada historia y algunos fragmentos sueltos que sí me han parecido muy buenos, como el de la cita de más arriba. Probablemente si no hubiera escrito esto, o si hubiera dejado todas las historias por la mitad, recordaría sólo lo bueno y acabaría cayendo en otro título de Paul Auster para seguir valorándolo, pero ahora lo tengo demasiado reciente y así me ha salido este artículo, como una pataleta, aunque haya dejado pasar tanto tiempo desde que lo leí… De momento se lo recomendaría sólo a escritores y a aspirantes a ello.

En definitiva: buen trabajo literario, pero lectura irregular. Muy irregular para mí. Casi traidora. Sé que me gano enemigos con esta crítica, pero no la podía dejar más tiempo en el tintero… Me esperaba otra cosa, supongo. El libro de las ilusiones tenía sus juegos pero es una historia redonda y me gustó bastante… Quizá por eso, a su vez, es una novela que decepciona a sus lectores habituales… Quizá es que no me gusta el verdadero Paul Auster.

Sonia López

 
En el calor de la noche, de John Ball

Virgil Tibbs, este es el asesino

Francisco Vélez Nieto Francisco Vélez Nieto
Lunes, 25 de mayo de 2020, 08:38 h (CET)

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Esta noche pasada sentí curiosa necesidad, de leer algún autor de novela negra. Y acariciando mi colección Club del misterio de la inolvidable Editorial Bruguera, cogí al azar Con el calor de la noche.

Escribió Borges que “En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial”. Las dianas de las citas de tan prolífico autor suelen resultar incuestionables. Decidí sin duda alguna volver a esta joya literaria de John Ball (8 de julio 1911 - 15 octubre 1988), escritor estadounidense que alcanzó la fama con novelas de misterio entre ellas Con calor de la noche, que cosecho un manojo de Óscar en 1967, con el mismo título de la novela, protagonizada por Sidney Poitier y Rod Steiger . Actores impresionantes en un encaje perfecto entre literatura y cine bajo dirección de Norman Jewison.

El primer protagonista que aparece al principio de esta narración se llama Sam Wood. Un policía nocturno que "cabalga" en su coche desde hace años cumpliendo la rutinaria ronda. Husmeando acá y allá. Sam es lo que en mi pueblo se suele denominar un “Papafrita” al imaginarse ser un tipo importante. Mezcla de genio petulante de la sabiduría. Cada loco con su tema y el insoportable Sam tenía el suyo tallado en la mente.

En toda esta historia tan de ficción como de realidad, el tema de fondo es el racismo de los sesenta entre blancos y negros. Naturalmente la sartén por el mango era propiedad exclusiva de los primeros. Las calles de la pequeña ciudad de Wells duermen en paz soportando el calor del verano. Incluso bajo una luna blanca que lo ve todo. Sam, el policía engreído de la historia, continúa la vigilancia en su coche con la cansina costumbre que a él le hace sentirse el dueño y señor de la ciudad. Deseoso de terminar su trabajo y presentar el informe a su jefe con mando en plaza, Bill Gillespie, todo un personaje. Cuando en el cruce de una calle del barrio pobre de los negros, se encuentra tendido en el suelo el cadáver de un conocido empresario de la ciudad. El sabueso de Sam con vertiginosa rapidez descubre en un banco de la sala de espera de la estación de ferrocarril, a un negro joven y bien vestido que dormita mientras espera su tren.

Virgil Tibbs, este es el asesino. Lo detiene y esposado se lo lleva a la comisaría rebosante deorgullo por su gesta, pero resulta que el negro en cuestión es policía en California. Siendo uno de los mejores expertos en homicidio. Todo lo contrario del comisario Gillespie, que nunca ha sido policía de formación sino que fue contratado por ser de origen sureño. Y, por supuesto, nada que pudiera aproximarlo ni remotamente a la integración racial. Y aquí es cuando la historia alcanza un poder narrativo entre el verdadero policía acusado de homicidio y un comisario que no entiende ni papa de donde lo han metido. El pulso de los diálogos es verdaderamente exquisito para el lector. Ambos protagonistas, en la película, se salen de la pantalla. En la narración la novela resulta magistral. Fiel retrato de la sociedad americana de aquellos años donde el pulso por los derechos de los negros, cambió las relaciones sociales y políticas, hasta alcanzar en nuestros días sentar en la Casa Blanca un Presidente de los Estados Unidos de América negro. La relectura de esta exquisita y crítica novela publicada en Club del misterio de Editoril Bruguera, es todo un placer de la memoria para los buenos lectores. Literatura y cine tomados de la mano. ¡Calidad! Naturalmente el caso fue aclarado y resuelto por el policía negro experto en homicidios.

Premios

1967. 5 Oscars: Película, actor (Rod Steiger), guión adaptado, sonido, montaje. 7 nomin.

1967. 3 Globos de Oro, incluyendo Mejor película - Drama. 6 nominaciones

1967. Premios BAFTA: Mejor actor extranjero (Rod Steiger). 3 nominaciones

1967: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película y Mejor actor (Steiger). 3 nominaciones

1967.Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director

1967.Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a Mejor guión drama.


 
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