Jarrones venecianos, el crimen baja a las calles

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Un centenario desapercibido: Bill S. Ballinger

El pasado 13 de marzo se cumplió el centenario del nacimiento del escritor norteamericano Bill S. Ballinger, fallecido en 1980 en la localidad de Tarzana, California.

Resulta sorprendente que entre los muchos aficionados a la novela policíaca el nombre de Ballinger continúe siendo desconocido, más cuando se trata de uno de los primeros escritores del género que se atrevió a experimentar con sus fórmulas en una serie de novelas a las que el paso del tiempo apenas envejece.

No obstante, y mucho me temo, el trabajo de Ballinger continúa sin reivindicarse con la justicia que se merece porque sus historias todavía resultan incómodas, y más que un policíaco al uso, al escritor le interesaban otros asuntos colaterales al género como son las relaciones que se tejen entre sus protagonistas que la trama estrictamente criminal en la que desembocan todas las historias que dedicó al género.

Ballinger, como James M. Cain, apuesta más por el retrato de mujeres duras y encallecidas, femme fatales en la mayoría de los casos, de las que resulta imposible no enamorarse.

No pertenece Ballinger, sin embargo, al santísimo grupo de grandes escritores de novela policiaca de los 30, 40 y 50 por lo que ya va siendo hora de ubicarlo en tan distinguida como infame sociedad porque, sencillamente, se lo merece.

Como casi todos ellos, Ballinger se formó en las redacciones de periódicos y emisoras de radio, así como en medianas editoriales donde publicó libros que le dieron de comer a lo largo de toda una carrera en la que destacan piezas maestras y trabajos de una mediocridad desarmante.

Pero el caso es que, pese a su formidable producción alimenticia, se encuentran títulos de una brillantez y un lirismo que, como ávido lector de la edad de oro de la literatura negra escrita en Estados Unidos, solo he encontrado, desde otra perspectiva y con otras intenciones, en otro gigante olvidado del género como es David Goodis.

Se ha publicado y bien dos de las obras maestras de Ballinger en España: Retrato de humo y La mujer del pelirrojo.

También se pueden encontrar otras novelas del escritor que sin la dimensión de las dos anteriormente citadas, son títulos que, pese a resultar irregulares, respiran el fascinante aliento onírico Ballinger, como son Rafferty, teniente de homicidios, Cazadores de herederas, El segundo más largo, El diente y la uña y El Corso, entre otras.

Aunque todas ellas se devoran con el mismo placer porque forman parte de la carrera de un gran escritor.

Un escritor de oficio con una notable capacidad para crear ambientes y hacer creíbles los personajes que se desenvuelven en sus historias.



Retrato de humo (Portrait in Smoke, 1950) relata la búsqueda obsesiva que emprende Dan April de una mujer a la que amó hace diez años. Para él, Krassy representa lo más bello, lo más digno del amor aunque, desgraciadamente, la realidad no encaje con los sueños de su protagonista.

Estructurada en dos narraciones paralelas, en la que April cuenta en primera persona la obsesiva investigación que emprende para encontrar a Krassy mientras en tercera persona se nos descubre quién es realmente esta hermosa pero ambiciosa mujer, la maestría de Ballinger está en que al final del relato hace coincidir ambas historias con una inteligencia que ubica este título no solo entre lo mejor de la corriente lírica de la novela negra estadounidense de los años cincuenta, sino también en un libro que trasciende las fronteras del género sin renunciar a las características que lo hicieron grande, como son la denuncia social y el realismo urbano, al mismo tiempo que reivindica el sobresaliente papel de una mujer que utilizando sus armas intenta hacerse camino en un entorno férreamente masculino.



La mujer del pelirrojo (The Wife of the Red-Haired Man, 1957) es para el investigador Javier Coma la mejor novela de Ballinger, juicio al que nos sumamos siempre y cuando la equipare a la brillante e inteligente Retrato de humo, obra con la que mantiene contactos estrictamente de estilo ya que la historia se desarrolla en dos niveles paralelos: los capítulos impares están escritos en tercera persona –y en los cuales se narra el relato de la pareja formada por Mercy y Hugh y la huída que inician juntos desde la ciudad de Nueva York hasta Nueva Orleáns– y los pares a través de la mirada del detective que tiene la misión de darles caza.

Personaje que a medida que avanza en su investigación comienza a entender las acciones de los fugitivos, lo que hace difuminar su visión del bien y del mal.

Este encruzamiento de perspectivas, de dobles miradas a través de la cual Bill S. Ballinger estructuró muchas de sus novelas es una de las características que diferencian a este escritor del resto de otros compañeros de generación como Kenneth Fearing y Fredric Brown, y técnica que le sirvió para ofrecer un descarnado análisis moral de la sociedad de su tiempo cuyo latido aún resuena en un género, como es el policíaco, que con escritores como Bill S. Ballinger se transforma en literatura con todas sus letras sin renunciar por ello al entretenimiento del lector.

Saludos, más Bill S. Ballinger, desde este lado del ordenador.

Esta anotación fue publicada el Lunes, 19 de Marzo de 2012 a las 22:02 y está archivada en la categoría de Libros, Literatura. Puedes seguir cualquier respuesta a esta anotación a través de RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o hacer un trackback desde tu página web.

 
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IAIN BANKS Cómplice

por Juan Pedro Aparicio



Me sorprendería que no se hubiera hecho ya una película de esta novela que tiene los ingredientes que tanto gustan a la industria cinematográfica de Hollywood: intriga, sangre, algo de sadismo y mucho s*x*. Pero no se me interprete mal, vaya por delante que estamos ante literatura de la buena. Ocurre, sin embargo, que a estas alturas el cine ha impregnado de tal modo el quehacer narrativo que es rara la novela ajena a su influencia. Claro que las irradiaciones de Hollywood caen con más naturalidad o, dicho de otra manera, con más gracia, sobre ámbitos de cultura anglosajona que, pongo por caso, sobre los nuestros. En principio no hay que forzar los nombres de persona ni los de lugar, ni por supuesto lo demás. Quien se llama Cameron Colley, como el protagonista de esta novela, parece llamado a moverse como pez en el agua por esa atmósfera de brumas míticas, cuando se trata de crimen y misterio, con la que el cine ha sabido fascinar al imaginario colectivo.

La novela se ordena como una narración de suspense. Empieza con un crimen horrendo narrado en segunda persona del singular, el asesino se va hablando a sí mismo a medida que comete su acción. Luego hay una primera persona que narra su historia en tiempo presente. La primera voz es brumosa por lo que se refiere a su identidad, pero precisa por lo que atañe a sus actos. La segunda pertenece al protagonista, un periodista tremendamente deteriorado y desengañado, entre la droga y la pérdida de ideales. La primera se muestra esporádicamente, sólo cuando comete un crimen; la segunda es la que cuenta la novela, la que sirve de guía al lector con quien comparte la intriga o la perplejidad, la sospecha, la desazón y, por último, la resolución del misterio...

Pero todo esto, con parecer importante, no es sino el aparato externo de la novela, como el esqueleto del armadillo. Dentro está lo verdaderamente medular. La intriga es policíaca pero la atmósfera es de crisis y decadencia por la pérdida de los valores más genuinamente democráticos o simplemente de izquierdas, esa revolución pendiente que acaso nunca pudo llegar pero que ya no llegará. La prosa es sensorial, llena de olores, de temperatura y de objetos, que la dotan de un pálpito real muy fuerte, con un paisaje espacial y casi anímico, la ciudad de Edimburgo, que se constituye en gran escenario.

El núcleo humano que protagoniza la acción es muy reducido, poco más de cuatro amigos, los dos principales con una relación que arranca de la más tierna infancia, grupo que, sin embargo, resulta suficiente para contarnos un mundo, no su mundo sino el mundo, el que les rodea, con especial atención, ya se ha dicho, a un cierto clima moral que apenas se repone de los estragos causados por el thatcherismo.

El asesino, un asesino en serie, es un justiciero, en esa tradición popularizada por el cómic y la literatura de kiosco. Se le llama –así lo bautiza en uno de sus artículos el periodista que nos cuenta la historia-Auténtico Vengador o Igualador Radical, alguien que se toma la justicia por su mano contra algunos personajes odiosos que siempre consiguen salirse con la suya, esos que hacen levantamiento de bienes para salvar su fortuna sin importarles el sufrimiento ajeno, los traficantes de armas (ministros del gobierno de su majestad, incluidos), magnates que anteponen sus beneficios a la seguridad de los demás, etc.

Así que se trata una vez más de utilizar la violencia al margen de las instituciones, constante paradoja del cine norteamericano, en el que, no obstante el sentido reverencial de la ley en la sociedad americana, el agraviado tiende a resolver los problemas por sí solo sin ayuda de la policía o de la justicia. En Cómplice nos hallamos ante un caso extremo por las peculiaridades ya comentadas y porque la desconfianza en las instituciones que tal comportamiento refleja parece tener como causa y fecha de nacimiento la dura política neoliberal de la señora Thatcher. Las dos guerras en las que participó tan activamente la Gran Bretaña durante sus mandatos están muy presentes en la novela como un pesado fondo moral de degradación y desencanto.

Algunos indicios dirigen las sospechas de la policía hacia nuestro periodista. Su afición al Despot, un juego de creación de mundos, en el que se recrea la vida humana en la pantalla del ordenador, permitiendo al usuario interferir en los conflictos y llegado el caso, ordenar el fusilamiento o la destitución de ciertos líderes sociales, no le ayuda. Por cierto que este Despot es un poco, o un mucho, como la novela con el asesino en el papel de usuario o jugador. Acaso el propio juego no pretenda ser otra cosa que una metáfora de la vida, desde luego sí de la vida que se recoge en esta novela, un espacio sometido al capricho de los más poderosos, de los que toman en la sombra las decisiones que conciernen a nuestras vidas.

El periodista es detenido y la novela cambia de ritmo. Ya no se alternan las voces, esa segunda persona que irrumpía de vez en cuando para cometer un crimen horrendo desaparece y lo que sigue son páginas de introspección, un continuo buceo por los rincones más alejados de la memoria del sospechoso, espoleado por los interrogatorios interminables de la policía. El inspector McDunn cree que si el periodista no es el asesino, al menos en su memoria estará la luz que iluminará el rostro del verdadero asesino. Y como ocurre con toda intriga bien planteada, el interés se acumula en progresión geométrica empujando a una lectura precipitada que puede distraer el gozo final de una prosa tan bien construida. Pero ojalá que siempre fueran así los problemas.

01/08/1998

 
Iain Banks, maestro de la ficción y el humor gótico

El autor escocés era considerado uno de los grandes novelistas contemporáneos en lengua inglesa

Jesús Albores
18 JUN 2013 - 01:39 CEST

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El escritor escocés Iain Banks (Dunfermline, 1954), incluido por The Times en 2008 entre los 50 mejores novelistas británicos de posguerra, falleció el 9 de junio, tras finalizar contrarreloj su última y póstuma novela, The quarry [La cantera].

A comienzos de abril, Banks había informado en su página web de la metástasis imparable del cáncer de vesícula que ha acabado con su vida.

Cuando supo de la gravedad de su enfermedad, el autor pidió a su compañera, la escritora Adele Hartley, que le hiciera el “honor de convertirse en su futura viuda”. Se casaron en una ceremonia humanista el pasado Viernes Santo.

Banks escribió su primera novela con 16 años pero no consiguió llegar a la imprenta hasta cumplir los 30, con La fábrica de avispas (múltiples ediciones en español, la última de ellas en La Factoría de Ideas, 2008). Macmillan se anotó un gran tanto al aceptarla: la obra, que ya había sido rechazada por seis casas editoriales, tuvo un éxito fulgurante.

Frank Cauldhame, el narrador adolescente de La fábrica de avispas, es a los diez años un asesino múltiple que vive con su padre en una casucha de la costa escocesa, inmerso en un mundo de insondables y crueles rituales que ambos reiteran obsesivamente.

El debut literario de Banks fue un escándalo. Aunque un sector de la crítica sucumbió a su lisérgica imaginación gótica y quedó deslumbrado por la brillantez con que se servía del lenguaje, otros vieron en él un sádico de la literatura y calificaron su obra primeriza de “repulsiva”, viendo en ella “una depravación sin precedentes”.

La editorial de Banks demostró que no solo era sagaz descubriendo nuevos talentos.

En las sucesivas ediciones del libro imprimió clarividentemente en su contraportada los comentarios más iracundos.

El resultado fue un bombazo de ventas del que también gozarían las posteriores criaturas de Banks, cuyas tiradas llevan muchos años por encima de los 200.000 ejemplares.

Pasos sobre cristal (Mondadori, 2000), su siguiente novela, manifiesta por primera vez dos rasgos característicos del escocés: su interés por el género de la ciencia ficción y el uso de líneas argumentales aparentemente inconexas que, tras un giro sorpresivo del relato, terminan entretejiéndose para componer una única historia.

Su siguiente trabajo, que el autor consideraba el mejor de los suyos, fue El puente (La Factoría de Ideas, 2007). Construido con su peculiar arquitectura narrativa, es una sorprendente combinación de realismo y alegoría fantástica.

En una línea similar, otra de sus obras más logradas, Cómplice, propone un truculento juego de espejos entre un narrador supuestamente inocente y un justiciero asesino en serie.

La tercera obra de Banks, Pensad en Flebas (La Factoría de Ideas, 2012), es la primera incursión a fondo del escocés en la ciencia fícción, que firmaba las obras del género como Iain M. Banks. Con ella inaugura la saga (a él le gustaba hablar de “óperas espaciales”) de la Cultura, una utópica sociedad ácrata que viaja a través del universo, controlada, a la vez que servida, por máquinas benevolentes. Banks, se entregaba a sus obras de fantasía científica como a una especie de “vacaciones”: tras acabar uno de sus libros “literarios”, tarea a la que dedicaba un año, empleaba otro en elaborar una novela de ficción científica, género en el que deja títulos tan notables como El jugador (2012), El uso de las armas (2011), Materia (2010) o A barlovento (2008), publicadas todas ellas en castellano por La Factoría de Ideas.

Hijo de un oficial naval y una patinadora profesional, Banks estudió Inglés, Filosofía y Psicología en la universidad escocesa de Stirling, que años más tarde le distinguiría con un doctorado honoris causa. Al concluir sus estudios viajó en autostop por toda Europa y se empleó en variopintos oficios (técnico en una plataforma de construcción, portero en un hospital, trabajador de un centro de IBM, oficial en un bufete de abogados) mientras escribía incansablemente en sus ratos libres.

Expansivo y franco hasta el exhibicionismo, el autor escocés desplegó sus opiniones en cualquier instrumento de comunicación que tuviera a mano, fuera este un concurso televisivo —memorable aquel en el que apabulló a la audiencia de la BBC con sus enciclopédicos conocimientos sobre su droga predilecta, el whisky de malta—, sus novelas o su página web. Se definía como un “ateo evangélico” que había escapado a la “infección del calvinismo” y su abundante provisión de vitriolo siempre estuvo a disposición de las causas de izquierda. Banks pidió que Blair fuera juzgado en La Haya como criminal de guerra por la invasión de Irak, fustigó incansable la política exterior de EE UU y prohibió la difusión de sus novelas en Israel tras el violento asalto a la Flotilla de la Libertad que transportaba ayuda internacional a la franja de Gaza.

 
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Amanecer con hormigas en la boca
  • Barroso, Miguel
  • Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE
Sinopsis

«Amanecer con hormigas en la boca contiene todos los ingredientes clásicos del género policíaco, siguiendo las huellas del rey del crimen, Raymond Chandler, y ambientado en los bajo fondos de la corrupta ciudad de La Habana de los años cincuenta; el escenario perfecto para narrar esta historia.»Der Tagesspiel

«Si me pierdo, que me busquen en La Habana.»

Tras haber cumplido sus años de condena en una cárcel franquista, Martín Losada, un ladrón circunstancial, viaja a Cuba en busca de Albert Dalmau -un antiguo cómplice con quien se había dedicado a robar bancos para vengar la derrota militar de la República- y recuperar un botín perdido.

Así arranca esta novela ocurrente y seductora, que combina lenguaje, escenarios y trama con un solo golpe maestro, vinculando indisolublemente cada uno de estos factores al único ambiente posible: la Cuba decadente de los últimos años de la dictadura de Batista. Una Cuba en manos de la mafia, repleta de casinos y juego ilegal, de chicas-del-gánster y Chevrolets del año, de gobiernos corruptos y trapicheos de baja estofa, de estraperlo y de daiquiris en bares de hampa y humo, pero también una Cuba que muy pronto se convertirá en el país de Fidel Castro y sus guerrilleros.

Éste es el escenario de una novela negra con todos los ingredientes del género -más un toque latino- en el que se basó la película de Mariano Barroso, Hormigas en la boca.

Esta novela pertenece al #FondoDeEditor de Literatura Random House

Con la estructura y las maneras del relato policial clásico, esta novela, la primera de Miguel Barroso, es sobre todo un canto de amor a un país, a una cultura y a una ciudad: La Habana.»Claudio López Lamadrid

La opinión de la crítica:«Una de las mejores novelas negras que he leído y que no he escrito yo.»Manuel Vázquez Montalbán

«Una novela negra fuera de las convenciones. Hay que darle la bienvenida a Miguel Barroso en la narrativa española, por la tensión de su prosa y por la fuerza de su imaginación.»El País

«Escrita y resuelta con brillantez. […] Amanecer con hormigas en la boca, rara avis de nuestro panorama literario.»El Cultural

«Miguel Barroso logra plasmar la atmosfera de las mejores novelas policiacas gracias a una recreación de ambiente y una acertada reconstrucción histórica.»La Vanguardia

«La vivacidad de los diálogos, las burlas y los comentarios inesperados que saltan como chispas en cada conversación hacen de Amanecer con hormigas en la boca una novela extraordinaria.»Le Monde

«Amanecer con hormigas en la boca produce el efecto de un Colt .45 mezclado con un daiquiri.»Le Figaro Magazine

 
Sostiene Pereira. Antonio Tabucchi: La intrahistoria de las dictaduras

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Antonio Tabucchi fue uno de esos escritores que estuvieron a punto de pasar como de puntillas por el gran mundo literario cuando, de la noche a la mañana, le sorprendió el éxito de su novela Sostiene Pereira. A los que leíamos sus excelentes cuentos no nos sorprendió tanto porque Tabucchi tenía una sensibilidad muy cercana a la de un lector exquisito que busca en un libro algo más que una simple diversión.

El secreto de un éxito
¿Cuál fue el secreto de Sostiene Pereira? En primer lugar, la creación de un personaje entrañable, un personaje que podría ser ese vecino nuestro que nos abre la puerta del ascensor o nos saluda con amabilidad todos los días. Aún más: es un personaje que podríamos ser cualquiera de nosotros.

Hay otro secreto no menos importante: la localización temporal de la novela. Sostiene Pereira se desarrolla en el año 1938, en los albores de la dictadura de Salazar, ese dictador de mesa camilla, como lo fue Franco, que adormeció a los portugueses durante décadas y los sumió en un soporífero letargo que, en su caso -por desgracia, no como en España- desapareció con unos claveles depositados sobre el duro metal de los tanques abandonados en las hermosas avenidas de Lisboa.

Ese personaje tan cercano, Pereira, es un voluntarioso periodista que después de años escribiendo crónicas de sucesos viene a recalar en el suplemento cultural de un diario recién creado, el Lisboa, un imaginario periódico creado por el propio Tabucchi igual que se crearon en su día periódicos por parte del salazarismo para adormecer las mentes portuguesas.

Un personaje inolvidable
Pereira es un hombre gordo, de costumbres fijas, católico, apolítico, cardiópata, provinciano, viudo, un viudo que habla con la fotografía de su mujer de sus pequeñas cosas, un hombre cualquiera al que le ocurre de repente un hecho extraordinario.

Un día, leyendo un ensayo sobre la muerte, Pereira se interesa sobre el autor, que resulta ser un joven de origen italiano, Monteiro Rossi. Este joven, también ingenuo, también un ser humano que sobrevive a las inclemencias de la vida, le reconoce que no es el autor de tan interesante ensayo pero responde a la petición de Pereira: escribirle necrológicas de autores que, por su edad, pueden fallecer pronto. Sin embargo, la primera necrológica que le presenta es acerca de García Lorca, asesinado dos años antes en una guerra que aún se está desarrollando algo más allá de la frontera portuguesa y en la que colabora, de forma casi secreta, el gobierno de Salazar a favor del bando nacional.

El gran acierto de Antonio Tabucchi es descubrir al lector ese aire de sonambulismo en el que vive la población en las dictaduras; porque Pereira, que como casi todos los portugueses aquel año y en aquella época, vivían en la más absoluta ignorancia de lo que suponía vivir bajo el poder de una dictadura, sabe de forma inconsciente que en las páginas de su diario, católico pero teóricamente apolítico, no puede imprimir una necrológica sobre García Lorca.

La somnolencia de las dictaduras
Pereira, como tantos ciudadanos de una dictadura, vive en la inopia, en esa nube entre inocente y balsámica que produce la ausencia de noticias reales, la presencia constante de información banal y sin sustancia, en esa -sin embargo- formidable falta de información real que convierte al país en una especie de balsa de aceite. Él mismo está a cargo de la sección de un periódico que no dice absolutamente nada y si de algo se entera Pereira de lo que ocurre en el mundo -la Guerra Civil española, el ascenso del nazismo o la propia vida portuguesa- es por los chismorreos de los camareros o por un hecho casual. Ese hecho casual será la entrada en su vida del joven Monteiro Rossi.

Sostiene Pereira es una novela escrita en 1994, cuando el mundo aún vivía en la ilusión de una sociedad del bienestar, civilizada y de progreso. Leída ahora, uno siente escalofríos porque no sabe si Tabucchi quiso decirnos que esa época de esplendor podía saltar por los aires en cualquier momento, como ocurrió en los años treinta en Portugal, como ocurrió en España o en Europa.

Antonio Tabucchi murió en 2012, aún joven, y por tanto solo conoció los comienzos de esta sociedad actual adormecida por la vida simulada de las redes sociales, la mentira, la desinformación y el populismo. Pero Tabucchi fue un enamorado de Portugal, de Lisboa, de un país en decadencia que lleva soñando desde hace siglos con un esplendor que perdió definitivamente, y en particular Tabucchi fue ante todo un enamorado de Fernando Pessoa, ese hombre que él mismo llamó un baúl lleno de gente, un hombre cuya personalidad creadora se disolvió en otros escritores que no existían pero que decían y escribían verdades mucho más reales que las de los escritores reales. En el fondo, Tabucchi sabía toda época de esplendor termina, como terminan todas las cosas.

La importancia del tono
El tercer secreto del éxito de Sostiene Pereira es el tono de la novela. Tabucchi era un escritor italiano que conocía muy bien la literatura de su país y que bebió de las fuentes de Pasolini, Cesare Pavese o Vasco Pratolini, es decir, de aquella generación de escritores neorrealistas que ponían en sus escritos el alma del pueblo. Tabucchi supo trasladar ese espíritu al alma portuguesa, de matizada sentimentalidad, y el resultado fue un texto que, sin caer en la fábula moral, indica al lector que la literatura no siempre mira hacia otro lado.

Pereira es, ciertamente, un hombre pusilánime, ¿pero quién no es un ser pusilánime en una dictadura cuando no tiene la oportunidad de conocer el mundo exterior? Sí que hay indicios, y esos indicios los va dosificando sabiamente Tabucchi a lo largo de la historia a la vista del pobre Pereira: una inocente fiesta salazarista, la censura previa -aún tibia- en los periódicos, la presencia policial en las calles con aire amenazante, las personas interpuestas, como la portera de la redacción del diario, por la que tienen que pasar todas las llamadas, los directores afectos que como buenos padres van indicando a sus empleados lo que deben o no deben escribir aunque algunos artículos hayan pasado la censura…

Después el encuentro casual con una viajera judía de origen portugués en busca de visado para huir de Europa; la conversación con el médico de un balneario al que acude Pereira para curarse de su dolencia y que le informa que en pocas semanas se marchará a París; la confesión que hace a un cura amigo y que termina derivando en el conocimiento de lo que realmente está pasando en la Guerra de España…

Y de repente, a través de ese joven medio muerto de hambre, Monteiro Rossi y de su novia Inés, que sospechosamente se hace pasar por otros nombres que en nada se parecen al suyo, se le presenta la repentina oportunidad de la épica desde las discretas páginas culturales de un periódico recién creado y de escasa tirada. ¿Cómo mirar hacia otro lado?

Y como contraste, la apacible vida en un viejo barrio de Lisboa, la nostalgia por su mujer muerta, el interés por la literatura decimonónica, esas pequeñas rutinas que hacen la vida tan agradable… ¿Cómo no mirar hacia nuestra propia tranquilidad?

Las incertidumbres de la realidad
Tabucchi nos hace pensar en nuestras incertidumbres ante la realidad
, me refiero a la incertidumbre del ciudadano medio, del posible lector de su novela. Pereira no es -no puede ser- un héroe convencional, no es un intelectual crítico, no es una persona especialmente formada. Solo su pequeña inquietud por la literatura y por el mundo que le rodea le hace vivir en ese filo en el que en un momento dado se avista el abismo, la delgada línea entre la libertad y la no libertad, ese mundo complejo que es más fácil ignorar para tranquilidad propia que comprometerse con él.

Cuando un año después de su publicación, el director italiano Roberto Faenza decidió llevar a la pantalla Sostiene Pereira, tuvo el inmenso acierto de escoger como protagonista a Marcello Mastroianni. El gran actor italiano no se parecía físicamente en nada al protagonista de la novela, ni siquiera daba, en principio, ese aspecto de pobre hombre que presenta Pereira, pero Mastroianni, con su talento inconmensurable, comprendió que él, como actor conocido ante el gran público, sí daba ese tono de ternura, de vulnerabilidad, de humanidad que tenía Pereira, y solo tuvo que completar el resto con su gran interpretación.

Creo acertar al decir que todos queríamos a Mastroianni; Tabucchi consiguió en su novela que todos quisiéramos a Pereira, no sabemos muy bien por qué, como no sabemos muy bien por qué queríamos a Mastroianni sin conocer nada de su vida más allá de lo que interpretaba en la pantalla. Da igual; en el arte, la verdad es lo más atractivo que existe, aunque todo sea pura ficción.

Sostiene Pereira. Antonio Tabucchi. Editorial Anagrama
 

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