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Por cierto, que nuestro amigo Stéphane Dion (ése de quien hablamos en la cita de abajo) ha estado en Barcelona recientemente y ha dicho cosas como éstas sobre las dinámicas rupturistas de los secesionistas:
“El ideal democrático alienta a todos los ciudadanos de un país a ser leales entre sí, más allá de las consideraciones de lengua, raza, religión o pertenencia regional. En cambio, la secesión pide a los ciudadanos que rompan este lazo de solidaridad que los une y que procedan así, casi siempre, sobre la base de pertenencias específicas a una lengua o a una etnia. La secesión es un ejercicio, raro e inusitado en la democracia, por el que se elige a los conciudadanos que se desea conservar y los que se desea convertir en extranjeros. Una filosofía de la democracia basada en la lógica de la secesión no podría funcionar, ya que incitaría a los grupos a separarse en vez de entenderse y acercarse. La secesión automática impediría a la democracia absorber las tensiones propias de las diferencias. El reconocimiento del derecho a la secesión cuando se solicite invitaría a la ruptura desde el momento en el que se planteen las primeras dificultades, según divergencias que podrían crearse en función de atributos colectivos, como la religión, la lengua o la etnia.”
http://plazamoyua.com/2013/04/12/no-va-a-ser-culpa-nuestra-si-son-nacionalistas-y-gentuza/
A ver si encuentro el megahilo de los nacionalismos y cuelgo todo el artículo de Plaza Moyúa allí.
“El ideal democrático alienta a todos los ciudadanos de un país a ser leales entre sí, más allá de las consideraciones de lengua, raza, religión o pertenencia regional. En cambio, la secesión pide a los ciudadanos que rompan este lazo de solidaridad que los une y que procedan así, casi siempre, sobre la base de pertenencias específicas a una lengua o a una etnia. La secesión es un ejercicio, raro e inusitado en la democracia, por el que se elige a los conciudadanos que se desea conservar y los que se desea convertir en extranjeros. Una filosofía de la democracia basada en la lógica de la secesión no podría funcionar, ya que incitaría a los grupos a separarse en vez de entenderse y acercarse. La secesión automática impediría a la democracia absorber las tensiones propias de las diferencias. El reconocimiento del derecho a la secesión cuando se solicite invitaría a la ruptura desde el momento en el que se planteen las primeras dificultades, según divergencias que podrían crearse en función de atributos colectivos, como la religión, la lengua o la etnia.”
http://plazamoyua.com/2013/04/12/no-va-a-ser-culpa-nuestra-si-son-nacionalistas-y-gentuza/
A ver si encuentro el megahilo de los nacionalismos y cuelgo todo el artículo de Plaza Moyúa allí.
Candela, no sé cómo lo ves tú, pero Las Navas y yo, en nuestras conversaciones, siempre volvemos a la Clarity Act canadiense y nos preguntamos cómo es posible que no haya nadie aquí capaz de un ejercicio similar de sensatez.
Para poner en antecedentes a nuestros compañeros de foro... Después de la pregunta que se marcaron los independentistas de Quebec en el referéndum que convocaron en 1995 (y en el que perdieron 49,42% frente a 50,58%), el Primer Ministro de Canadá nombró Ministro de "Intergovernmental Affairs" al politólogo Stéphane Dion y le encomendó la tarea de enfrentarse al problema planteado por los secesionistas y de trazar una estrategia del Estado de Canadá ante ella.
Dion publicó tres cartas abiertas dirigidas al mandatario de la provincia de Quebec, el independentista Lucien Bouchard. En ellas rebatió los argumentos de Bouchard de que una declaración unilateral de independiencia fuera legítima desde el punto de vista del derecho internacional, de que sirviera una mayoría del 50% + 1 de los votos emitidos para respaldar la secesión y de que la ley internacional protegiera la integridad territorial de un Quebec independiente. Dion venía a decir que si la integridad territorial de Canadá podía romperse, entonces los independentistas quebequeses tenían que aceptar que lo mismo pudiera ocurrir con la integridad de la provincia si se independizaba. Si la ley internacional no protegía a Canadá, tampoco los protegía a ellos. También denunciaba como inaceptable el cachondeo de la pregunta equívoca y planteaba que en caso de vencer claramente las posiciones independentistas en un nuevo referéndum, la secesión sólo sería aceptada por Canadá si no era unilateral, sino resultado de un proceso de negociación posterior a la consulta. Pero como ese tema era lo bastante grave para el futuro de todos, los términos de la negociación NO podían ser sólo decididos por el gobierno central del momento, sino que debían tener voz más agentes.
Tras esto, en 1996, Dion remitió tres consultas al Tribunal Supremo de Canadá para clarificar el asunto:
1) De acuerdo con la Constitución de Canadá, ¿podía Quebec consumar la secesión de forma unilateral?
2) ¿Y de acuerdo con la ley internacional?
3) En caso de conflicto entre las leyes nacionales y las internacionales, ¿cuál debería seguir el Estado canadiense?
El Tribunal Supremo se tomó dos años para estudiar el tema y finalmente concluyó que no existía el derecho a la secesión unilateral ni de acuerdo con la Constitución ni de acuerdo con la ley internacional. Sin embargo, si un referéndum secesionista triunfara en Quebec de modo claro, sería obligatorio que el Estado canadiense admitiera una secesión negociada. La pregunta del referéndum tendría que ser aprobada por el Parlamento canadiense para velar por su claridad. La Constitución actual seguiría vigente hasta que los términos de la secesión fueran aceptados por todas las partes implicadas. Y una condición sine qua non para la secesión sería que los independentistas dieran garantías de que los principios democráticos, las libertades individuales y los derechos de las minorías serían escrupulosamente respetados.
Al año siguiente, 1999, Dion organizó una conferencia internacional sobre el federalismo (Canadá es un estado federal) a la que invitó al presidente de los EEUU Bill Clinton. Los separatistas quebequeses aprovecharon su presencia allí para echar pestes contra el Estado canadiense. Pero en su discurso, Clinton respaldó la solución ofrecida por Canadá al problema.
Con la base del dictamen del Tribunal Supremo canadiense, en ese mismo año 1999 se redactó y se aprobó la llamada Ley de Claridad (Clarity Act). El texto (es breve) puede encontrarse aquí:
http://laws.justice.gc.ca/eng/acts/C-31.8/FullText.html
Esquematizando, la dicha ley dispone que:
1) Quebec no tiene derecho a separarse de Canadá de modo unilateral, la Constitución no lo permite y no pueden invocar nada en la ley internacional que les dé ese derecho.
2) Si hubiera una mayoría clara en favor de la secesión, el Estado canadiense, no obstante, debería negociarla. En esa negociación, no sólo estaría el Gobierno central, sino los gobiernos regionales de todas las demás provincias, porque el asunto era lo bastante grave como para afectar también a sus intereses.
3) La claridad de la pregunta de un hipotético referéndum independentista tendría que ser votada en el Parlamento de Canadá.
4) Para aceptarse una victoria del secesionismo en el referéndum:
a) La mayoría debería ser clara (una mayoría por la mínima no da legitimidad a un proceso que provocaría graves consecuencias en las vidas de los habitantes de Quebec, consecuencias que podrían hacer arrepentirse a algunos votantes y dejar en minoría amplia al independentismo poco después);
b) La mayoría sería medida con respecto al censo y no sólo al número de votantes. Es decir, si se registrara una abstención considerable, eso también se tendría en cuenta.
5) Si contemplado todo lo anterior los secesionistas vencieran de modo claro, se abrirían negociaciones para determinar las cuestiones sucesorias en materia de activos y propiedades, deudas, fronteras y protección de los derechos de las minorías. En la mesa estarían el Gobierno central y el resto de los gobiernos regionales. Una vez logrado un acuerdo, se procedería a redactar la enmienda a la Constitución de Canadá.
A mí entender esta solución es una perfecta muestra de sensatez y de habilidad políticas para manejar el problema. Ha dejado a los separatistas torticeros sin argumentos victimistas. Canadá admite que pueden irse si logran ser bastantes. Pero como corresponde a un Estado democrático donde se busca el imperio de la ley y del bien común, eso debe hacerse ajustándose a unos procedimientos, dando por sentado que si el territorio de Canadá es divisible, el de un Quebec independiente también lo es, prometiendo garantías para los derechos de las minorías (unitaristas, anglofonos, aborígenes, etc) y asumiendo unos costos (p.e., llevándose la parte de la deuda del Estado canadiense que proporcionalmente les corresponda).
Desde que se aprobó la Clarity Act no ha habido ningún otro referéndum en Quebec. En Reino Unido han tomado la ley canadiense como modelo para lidiar con el problema escocés. ¿Y aquí por qué no, por una vez, alguien puede dar muestras de una sensatez y habilidad parecidas? Ni siquiera tienen que inventar nada, bastaría con imitar...
"En el caso del separatismo, unos aseguran que el problema solo se puede solucionar con una ley que no fue diseñada para solucionarlo. Y los otros están convencidos de que lo único razonable es cualquier cosa que se le ocurra pactar a una clase política notablemente caracterizada por su semejanza con un circo de payasos, y haciendo como si no existiera ninguna ley."
http://plazamoyua.com/2013/01/14/spain-is-different-aqui-preferimos-butifarrendums/
Lo nuestro es desesperante. Así no se va más que al desastre colectivo.