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Hiperpapolatría y mutación litúrgica: argumentos contra el Novus Ordo
Por
Peter Kwasniewski
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22/09/2019


Texto íntegro de la Conferencia Lepanto, por el Dr. Kwasniewski

Rorate tiene el honor de publicar el texto íntegro de la ponencia pronunciada el pasado 16 de febrero por el Dr. Kwasniewski en la Conferencia Lepanto . Hemos hecho algunas adaptaciones al texto para su publicación.

Hiperpapolatría y mutación litúrgica: argumentos contra el Novus Ordo

Peter A. Kwasniewski

Hace poco más de cincuenta años tuvo lugar uno de sucesos más trascendentales y funestos en la historia de la Iglesia Católica: la promulgación del nuevo orden de la Misa, el Novus Ordo Missae, por Paulo VI en su constitución apostólica MIssale Romanum el 3 de abril de 1969. Medio siglo más tarde, es bastante frecuente encontrar sacerdotes conservadores que hacen afirmaciones del siguiente tenor: «No fue la reforma litúrgica lo que desencadenó la crisis postconciliar en la Iglesia; lo que trajo el caos litúrgico fue el relativismo doctrinal y moral. La liturgia está hecha un desastre porque la doctrina y la moral ya lo estaban . Dicho de un modo más jocoso: la culpa no es del automóvil sino del conductor, que estaba borracho. La Misa Novus Ordo, los ritos reformados de todos los sacramentos, las bendiciones, los exorcismos, la Liturgia de las Horas… todo eso en sí está muy bien, y si lo encaramos con la actitud debida y lo hacemos de la mejor manera posible, tendremos una vida litúrgica auténticamente católica sin las barbaridades doctrinales y morales que todos aborrecemos. Es decir, que podemos estar en misa y repicando, nunca mejor dicho, celebrando con el Novus Ordo a la manera del Vetus.»

A mí me parece de una ingenuidad extrema. Es conocida la observación de Joseph Ratzinger de que la crisis que vivimos hoy en día en la Iglesia se debe en buena parte a la desintegración de la liturgia. [1] Y esta última crisis tiene sus raíces directas en varias características problemáticas de la reforma litúrgica en sí y de sus consecuencias.

El precio de los cambios grandes y repentinos

Lo cierto es que, simplemente, al cabo de más de un milenio de estabilidad litúrgica, de repente se efectuaron transformaciones drásticas en todo aspecto de la liturgia que transmitía un mensaje. «Aun lo más importante del catolicismo –lo permanente e inmutable– puede cambiar de un momento a otro en tanto que sea voluntad del Papa».

En efecto, la liturgia siempre se ha desarrollado de modo gradual y en los detalles, pero jamás en la historia de la Cristiandad, sea oriental u occidental, se ha visto nada que se parezca remotamente a la cantidad y la calidad de las alteraciones observadas en el decenio que va de 1963 a 1973. Con independencia total de que ciertas novedades fueran buenas o malas, tuvo de por sí un efecto catastróficamente desestabilizador en la mentalidad de los católicos. Hubo quienes abandonaron definitivamente la Iglesia escandalizados, desilusionados o desmoralizados. Otros pusieron al mal tiempo buena cara y aguantaron numerosas tonterías. Hubo también quienes, por así decirlo, superaron el hábito y abrazaron alegremente y sin reservas los experimentos litúrgicos, el pluralismo y el relativismo. Todos los católicos sin excepción quedaron profundamente afectados con un daño acumulativo y duradero. Es como heridas profundas que afectan a una familia durante generaciones, como defectos genéticos que se trasmiten a la prole. Dado el gran alcance y magnitud de los cambios, la reforma litúrgica desencadenó el caos, la confusión y la anarquía. El Cuerpo Místico sufrió una fractura o una herida que no solamente no ha cicatrizado, sino que ha ido empeorando con el paso de las décadas.

Mirando a través de los lentes de la filosofía, la psicología y la sociología, la facultad de la razón nos dice que una transformación de tan formidables proporciones en el culto católico no podía significar sino una sola cosa: que lo que hacíamos hasta ahora era defectuoso, incorrecto, insaluble, e incluso que desagradaba a Dios. Tal es, sin ninguna duda, la postura de quienes se oponen a la liturgia latina tradicional: la consideran un rito inherentemente malo y no tienen reparos en decirlo. Yo diría que los que amamos el rito clásico romano les debemos la cortesía de reconocer con diáfana transparencia e igual franqueza que nosotros consideramos el Novus Ordo un culto inherentemente trastornado.

He oído decir a más de uno: «Ya no estamos en la edad del pavo, y al cabo de varias décadas, hemos dado con el equilibro perfecto. La mayoría de los católicos han aceptado el Novus Ordo, éste no es una moda pasajera, y los males que trajo el caótico postconcilio han sido superados por sacerdotes jóvenes mejor preparados y formados teológicamente.»

Es una tremenda ingenuidad. Absolutamente nada puede funcionar bien en el Cuerpo de Cristo en tanto que la liturgia de la Iglesia occidental se mantenga en una situación de ruptura con la tradición latina tal como ésta se desarrolló a lo largo de los dos primeros milenios de la Cristiandad; una ruptura arqueologística, ideológica y trufada de novedades. No se trata de encontrar el equilibrio perfecto, como diría Newton, sino de la diferencia entre un organismo y un mecanismo. No es sólo que se ha producido una ruptura; vivimos en estado de ruptura. Es algo así como la diferencia entre la Revolución Francesa de hace tantos años y el liberalismo laicista, que desde entonces nos acosa y perjudica.

Podría objetarse que si en 2019 volviéramos al rito romano católico tradicional seríamos tal vez culpables de lo mismo, ya que impondríamos repentinamente una considerable alteración al pueblo de Dios. ¿Acaso no tendría el mismo efecto de casos, confusión y anarquía? Respondo que ambos casos son muy diferentes. No niego que la grandeza del legado católico que hemos heredado en la Iglesia Católica estaba en muchos casos oscurecida o marginada antes del Concilio, ni que el Movimiento Litúrgico original hizo algunas propuestas legítimas para restablecer dicha grandeza, como por ejemplo priorizar la Misa cantada sobre la rezada y fomentar que los fieles cantaran en las antífonas de la Misa. Con todo, la violencia que infligieron a la liturgia las reformas de Pío XII y sobre Paulo VI supusieron el paso de la salud a la enfermedad, de la abundancia a la miseria. A medida que redescubrimos y reinstauramos la auténtica liturgia romana pasamos de la enfermedad a la salud y de la penuria a la riqueza. Ambas transiciones no pueden menos que calificarse de tremendas alteraciones. Pero una de ellas fue causa de fracturas y heridas, mientras que la otra trae la cura y sana. A imitación de Cristo, el movimiento tradicional desea «buscar y salvar lo que estaba perdido». Por molesto y dificultoso que les resulte a algunos, recuperar la Tradición católica es saludable, inevitable y necesario para la tranquilidad de la Iglesia, y yo añadiría que incluso para su supervivencia.

Se preguntarán en qué me fundo para hacer tales afirmaciones. Como el tiempo del que dispongo es limitado y estos temas son de mucha envergadura, hoy centraré la crítica en tres aspectos problemáticos: los males de la arbitrariedad, el contenido aguado y de bajo nivel, y de los peligros de una atroz papolatría, y seguidamente hablaré de cómo podemos curar las heridas del cuerpo.

Los males de la arbitrariedad

Todas las tradiciones litúrgicas sin excepción, conforme iban desarrollándose mediante la influencia del Espíritu Santo, fueron fijando el lenguaje y el rito. Por evidentes razones teológicas y pastorales, toda improvisación que pudiese haber caracterizado la primitiva liturgia cristiana, fue sustituida por formas concretas expresadas en un lenguaje elevado, y transmitidas y veneradas por encarnar la sabiduría apostólica y patrística. Observando la historia de todos los ritos litúrgicos descubriremos que no hay excepción a esta regla.

Por tanto, la decisión de reintroducir una amplia gama de opciones en la liturgia neorromana constituyó un golpe directo al concepto y la práctica tradicionales de la liturgia; un golpe a la oración formal, pública, objetiva y eclesial de la Iglesia , así como una confirmación del voluntarismo y liberalismo modernistas. [3] Dicho de otro modo: no se enfrentó a la soberbia del hombre moderno, sino que cedió a sus inclinaciones. Es algo más que una liturgia pensada para el hombre moderno, entendido como una especie de objeto exótico de evangelización y que poco tiene en común con sus predecesores; es también una liturgia hecha a partir de la modernidad y empapada de los principios modernistas que fueron condenados por San Pío X en Pascendi Dominici gregis. Entre dichos principios están que la religión es ante todo cuestión de sentimientos individuales, una intuición del corazón, una irrupción inmanente de la necesidad de lo divino; que cada época tiene que descubrir el sentido de la religión que le corresponde y que reflejará la evolución de la conciencia humana; que la idea de doctrinas, reglas de comportamiento y liturgias fijas y determinadas es incompatible con el avance de las ciencias y la filosofía; que hay que desprenderse de lo milagroso y lo sobrenatural, o al menos no poner tanto el acento en ello; que el objeto de las Escrituras es suscitar en nosotros nuevas experiencias en nuestra relación con Dios, y que la finalidad de los sacramentos es que tengamos siempre presente un sentido ético de la vida y hacernos conscientes de nuestro valor como personas. Estos principios no sólo difieren de los del catolicismo, sino que se oponen a ellos.

¿Cómo se desenvuelve en la práctica el voluntarismo litúrgico? El lunes podríamos rezar la oración eucarística II, porque es un día de mucho ajetreo; el martes, podríamos pasar a la III, para mencionar de forma audible a un par de santos cuya conmemoración es optativa; el miércoles, ¿nos la jugamos con la oración eucarística IV?; y, si se nos antoja, el jueves se podría volver al Canon Romano tradicional, con su peculiar encanto. De esa manera, la liturgia reformada eleva la arbitrariedad y los sentimientos personales del celebrante a la categoría de principio en el culto público. Digo arbitrariedad en un sentido estricto: independientemente de lo buenos o malos que sean los motivos por los que elige tal o cual opción, es algo que depende de él, y en dicha medida contribuye a socavar la liturgia como obra de Dios y de la Iglesia, cuyo humilde ministro tiene el sacerdote la misión de ser. Se da así la paradoja de una lex orandi que obliga al celebrante a no estar sujeto a una ley que le dicte cuanto ha de hacer y decir; que exige que no esté obligado a comportarse o hablar de una manera determinada; que impone una libertad impropia en un terreno en el que obviamente alma y cuerpo deben sujetarse a su Maestro celestial. [4]

En la cristiandad oriental, los días en que se recitan las distintas anáforas son intocables; no hay forma de elegir. Y lo mismo se hacía en Occidente: con independencia de las variantes regionales que empleara la liturgia latina, siempre había una forma común de culto que todos los creyentes, tanto el clero como los laicos, reverenciaban como tradición recibida. Así se reflejaba la doctrina de la Fe, recibida de Cristo, los Apóstoles y la Iglesia, no inventada ni modificada para adaptarse a las conveniencias, caprichos o teorías de ninguna persona, lugar o época.

De eso modo, al igual que aceptamos de Nuestro Señor la enseñanza de que tomar otra pareja mientras vive tu cónyuge es adulterio, y de San Pablo que los adúlteros no pueden recibir el Santísimo Sacramento sin pecar y que tampoco heredarán el Reino de los Cielos, aceptamos también que el Sacrificio de la Cruz se nos transmitió en el misterio de la Sagrada Eucaristía, así como que los Apóstoles fueron los primeros sacerdotes, ordenados para perpetuar dicho misterio. No tenemos más motivo para reverenciar el sacramento o el regalo de la vida humana que para reverenciar la Eucaristía o la Misa, de la cual constituye el elemento central. Cuando se expresa de modo inverso, quien piense que liturgia es una creación humana que se puede experimentar en el laboratorio terminará tarde o temprano por entender la moral como un constructo social manipulable a voluntad. La encíclica Amoris laetitia del papa Francisco es plenamente coherente con el Misal Romano de Paulo VI, y la abolición de la pena de muerte concuerda con la de los exorcismos en el rito del Bautismo.

Para quien tenga ojos para ver y oídos para oír, en el último medio siglo la Divina Providencia nos ha dado la prueba más contundente de la verdad del axioma lex orandi, lex credendi, lex vivendi que se haya dado jamás en la historia de la Iglesia. La deriva de nuestras oraciones afecta irremediablemente nuestra doctrina, y el rumbo que siga nuestra doctrina se manifestará por fuerza en nuestra conducta. Por algo los profetas de Israel comparaban la idolatría y los sacrilegios del culto en el templo con la fornicación y el adulterio. Una alteración masiva de la lex orandi anunció al mundo la posibilidad, y ciertamente la probabilidad, de una alteración masiva de la lex credendi, la cual sería seguida por una alteración masiva de la lex vivendi.

Un contenido aguado y de bajo nivel

Aparte de lo anterior, es sabido que buena parte del contenido del nuevo misal no se puede calificar sino de doctrina, música y ceremonias aguadas, y que, en comparación con el de antes, es poco nutritivo, como el limitado menú de un restaurante vegetariano.

Lauren Pristas ha demostrado con bochornoso lujo de detalles que las colectas del misal fueron sistemáticamente redactadas para restar importancia o incluso eliminar elementos dogmáticos, morales y ascéticos considerados de mal gusto para el hombre moderno e inculcar principios nuevos, más acordes con nuestros tiempos. Por consiguiente, las menciones del ayuno, disciplina corporal y menosprecio del mundo, tan importantes durante la Cuaresma, fueron expurgadas y sustituidas por generalizaciones inofensivas. Da la impresión de que los reformadores, tal vez cansados del cada vez mayor distanciamiento entre la Tradición y la modernidad, hubiesen querido sustituir el ayuno y abstinencia literales por un ayuno metafórico del banquete del ceremonial católico y la abstinencia de la sustanciosa carne de las oraciones tradicionales.

Fijémonos por un momento en esta asombrosa estadística: de las 1182 oraciones que contiene el Misal Romano tradicional, apenas el 36% se han mantenido en el nuevo, la mitad de ellas con alteraciones. A consecuencia de ello, sólo el 17% de las oraciones del Misal de 1962 se han mantenido intactas en el de 1969. [5] No me cabe en la cabeza que la conciencia de cualquier católico lo considere aceptable.

Lo que mostró el profesor Pristas en relación con las colectas de los propios dominicales se puede demostrar y se ha demostrado en todos los demás aspectos de la liturgia. Podría echarse un vistazo a todos los evangelios del usus antiquor, sobre los que tenemos homilías de San Gregorio Magno y otros del primer milenio, testigos de su gran antigüedad y universalidad. Los reformistas retiraron el ciclo para sustituirlo por otro de su propia cosecha. El Prefacio de los Apóstoles pasó de ser un texto imprecatorio a uno declarativo: mientras que antes la Iglesia imploraba al Señor por la intercesión de los Apóstoles que no abandonase a su Iglesia, ahora se da arrogantemente por sentado que no lo hará, por muy mal que se comporten sus pastores. El rito del Bautismo, y de hecho los de todos los sacramentos, se modificaron hasta volverlos irreconocibles. Y podríamos poner muchos ejemplos más. Se mire por donde se mire, se ve que se ha eliminado la Tradición, se ha rechazado su desarrollo y se ha buscado frívolamente lo novedoso. ¿Es posible que ante este Himalaya de pruebas haya quienes afirmen que no ha habido ruptura?

Vivimos en un mundo obsesionado con comida light y baja en calorías. Al parecer, Paulo VI se adelantó al espíritu de esta época y nos proporcionó una dieta litúrgica baja en grasas y calorías. Casi todas las modificaciones importantes en la liturgia tendieron a simplificar, eliminar, abreviar y mutilar. Pero Dios Todopoderoso tiene un concepto muy diferente del culto que le debemos a Él y de la clase de alimento que nos quiere dar. En el libro de Ezequiel nos dice: «Los sacerdotes levitas (…) se acercarán a Mí para servirme, y estarán en mi presencia para presentarme la grosura y la sangre» (Ez. 44,15). En el Levítico es más sucinto: Omnis adeps, Domini erit (Lv.3,16) «toda la grasa pertenece a Yahvé». Deo optimo máximo: «para Dios, el mejor y más grande». A Dios no se le debe ofrecer sino lo mejor de lo mejor. Dice el salmista: «Acuérdese de todas tus ofrendas, y encuentre suculento tu holocausto holocaustum tuum pingüe fiat (Sal.19,4). Y también en el libro de Daniel: «Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos, así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto» (Dan.3,40). Cuando ofrecemos al Señor lo mejor del sacrificio, Él nos alimenta a su vez con lo mejor de Sí mismo: «Yo le daría a comer la flor del trigo y lo saciaría con miel de la peña» (Sal.80,17). Este versículo nos da el Introito de la Misa de Corpus Christi: Cibavit eos ex ádipe frumenti. Uno de los grandes salmos que se cantan en Laudes lo expresa de modo inmejorable: Sicut adipe et pinguedine repleatur anima mea, et labiis exsultationis laudabit os meum: «Mi alma quedará saciada como de médula y gordura, y mi boca te celebrará con labios de exultación» (Sal.62,6).

Lo más sustancioso del sacrificio no sólo es Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, el mejor y más grande regalo de Dios; también lo son nuestros esfuerzos inspirados por Dios y unidos a Cristo, la plenitud de nuestras oraciones y alabanzas, las bellas artes y las artes imitativas, nuestros actos físicos y elevaciones espirituales. El desarrollo de los ritos litúrgicos tradicionales de Oriente y Occidente es el más valioso legado que la Divina Providencia ha dejado a la Iglesia, porque el Señor merece y exige las mayores riquezas que podamos ofrecerle los hombres, y se deleita en ellas, y por lo tanto nos proporciona el sacrificio: no sólo en las especies esenciales del pan y el vino, sino en el simbólicamente denso acto de culto, con sus fastuosas vestiduras y ornamentos propios de la realeza que ha hecho aparecer en su templo por medio de una larga historia de concentración y refinamiento cultural. Esta es ni más ni menos que la víctima del sacrificio en su totalidad. Nuestros ritos litúrgicos son indudablemente como «millares de gordos corderos». [6]

Si observamos con atención y piedad, descubriremos que por muchos expertosque metamos en comité y mucha influencia papal que pongamos, lo que nos ha dado la Tradición es mucho mejor que todo lo que se nos pudiera haber ocurrido por nuestra cuenta. El Oficio Divino –por ejemplo, Laudes o Vísperas– nos brinda un ejemplo irrefutable de la magnificencia sobrehumana de una manera de entonar elevadas alabanzas a Dios que ha madurado lentamente a lo largo del tiempo. Los versículos de los Salmos, con su alternancia de tonos altos y bajos y cantados en los ocho tonos del gregoriano con sus sutiles terminaciones variadas, las hermosas antífonas que los enmarcan, la gradual introducción a un capítulo, un himno o un versículo, las antífonas del Benedictus o el Magnificat, el Evangelio cantado, las oraciones finales… Nada que pudiéramos inventar en una comisión se podría comparar con la cautivadora musicalidad, la coherencia estructural, lo apropiado del contenido, la saturación escriturística e integración con la Misa. Obsérvese además que ni hemos llegado a hablar de la indescriptible riqueza que constituyen los innumerables arreglos polifónicos del Oficio, la Misa y la gran variedad textos de los oficios. Ni de la sublime arquitectura de los templos edificados para albergar los ritos mencionados y reverberar con la música; ni de los frescos, las tallas y las vitrales que llenan los templos como silenciosos textos y relatos sin palabras; de las innumerables vestiduras, vasos sagrados y ornamentos creados para el sacrificio del altar, donde el Rey y Foco de atención de todos los corazones impera victorioso desde la Cruz.

La liturgia latina absorbió y asimiló las riquezas artísticas que encontró en su avance triunfal por el mundo, dominando todas las culturas con su gravitasparticular. En cambio, la reforma litúrgica, en aras de la accesibilidad y la adaptación a las diversas culturas, ya fueran indonesias, polinesias, de California o de Nebraska, despojó a la liturgia de la indumentaria, ornamentos y símbolos de autoridad que la distinguían, con lo que la convirtieron en la esclava desnuda de cualquier proyecto al que se le antojase servirse de ella. Con toda exactitud podemos llamarlo un ejercicio de exculturación, ya que la consecuencia no ha sido un enriquecimiento ni una renovación, sino un empobrecimiento y un vaciamiento. El profeta Jeremías lo expresó así: «¿Se olvida acaso una doncella de sus atavíos o una novia de su ceñidor? pero mi pueblo se ha olvidado de Mí desde días sin cuento» (Jer.2,32). Independientemente de los problemas que hubiese antes del Concilio, cuando el lugar de culto público se barrió y ordenó quedó infestado con siete demonios peores que el primero (cf.Mt.12,43-45).

Lo que esas maniobras suponen es nada menos que un ataque directo a la verdad de la Tradición cristiana, digna de confianza para los hombres de toda época y condición. Otra cosa habría sido que el Misal se hubiera simplemente aumentado con propios para nuevos santos o con lecturas de ferias para Adviento. Pero los reformadores desmontaron y reconfiguraron en su totalidad el Misal, el Breviario, los ritos y el pontifical, y retuvieron, reescribieron o desecharon textos a su antojo con arreglo a sus opiniones teológicas particulares. Embrollar al máximo los textos o reconfigurarlos para crear nuevas oraciones se convirtió en un deporte extremo al que se entregaron en cuerpo y alma los reformadores.

Hay tanta disparidad entre el rito clásico y el moderno que es posible celebrar la nueva Misa con sus nuevas lecturas y antífonas, emplear una oración eucarística que no esté en el Canon Romano y cosas así, de manera que no quede más de un 10% que coincida con el rito de antes. ¿Se imaginan a un cristiano de rito bizantino pensando que ha dado el culto debido a Dios si ha utilizado una liturgia que apenas contiene el 10% de las fórmulas heredadas de la Divina Liturgia? ¡Imposible!

Vamos a hacer un experimento. Digamos que tomamos como punto de partida la Divina Liturgia de San Juan Cristóstomo. Eliminemos la mayor parte de las letanías, pongamos en su lugar una anáfora recién compuesta en la que sólo se mantengan las palabras de la consagración, cambiemos los kontakos, los prokeimena, los troparios y las lecturas. Reduzcamos drásticamente la cantidad de oraciones que reza el sacerdote, el uso del incienso y los gestos reverentes. Y ya puestos, les damos a los laicos una copita y una cuchara para que se atiborren como personas crecidas que son.

¿Alguien que esté en su sano juicio puede afirmar que eso sigue siendo la Divina Liturgia del rito bizantino hablando con toda propiedad? Desde luego podría ser válida, pero sería un rito muy diferente; sería otra liturgia. Y por si fuera poco, suprimamos también el iconostasio, pongamos al sacerdote de cara a los fieles, quitémosle algunas de las vestiduras sustituyéndolas por prendas feas y reemplacemos los tonos de los cantos ordinarios con melodías nuevas que recuerden a la música de los espectáculos de Broadway y las canciones folk que se oponían a la guerra del Vietnam. No sólo tendríamos un rito diferente, sino una experiencia en todo diferente. No sería el mismo fenómeno; ni tampoco la misma idea (en el sentido que dio Newman a la palabra idea); no sería expresión de una misma cosmovisión, y por supuesto, no sería la misma religión, ya que la religión es la virtud por la cual honramos a Dios mediante palabras, gestos y signos externos.

Peligros de la hiperpapolatría

Tan extraña situación, que hasta donde yo sé nunca ha tenido lugar en Oriente [7], es por desgracia lo que ni más ni menos estamos enfrentando en Occidente. Es totalmente insostenible que el Misal de Paulo VI sea una forma del Rito Romano. Se trata de un rito novedoso y muy diferente que tiene algunos puntos de contacto con el Rito Romano. Por eso Klaus Gamber lo calificó de rito pontificio moderno.

¿Debería esto ser motivo de preocupación? ¡Por supuesto! Naturalmente, si la liturgia consiste simplemente en un culto que varios hombres se han sacado de la manga y posteriormente validado por la firma de un papa, no debería preocuparnos, porque desde esa perspectiva la liturgia es algo artificial, una mera creación artística que depende por entero de nuestras teorías y caprichos, en tanto que se mantengan íntegras las palabras intocables de la consagración. [8] Según las evocadoras palabras de Charles de Kornick sobre la manía constructivista de la filosofía contemporánea, «todos los originales pasibles de imitación habrían de alzarse ante el genio del hombre y quedar reducidos a la condición de materia transformable».

Ese nunca ha sido ni puede ser el parecer de los cristianos ortodoxos. Es la expresión de un positivismo hiperpapólatra, neoultramontano y legalista que convierte al Sumo Pontífice en creador de una tradición ex nihilo en vez de ser el custodio de la continuidad cristiana de la paradosis o transmisión de lo heredado, tal como lo hemos recibido realmente, no como habría o podría haber existido en un pasado remoto o como debería de ser o podría ser en un lejano futuro. La postura hiperpapólatra, que goza de popularidad desde el Concilio Vaticano I, metamorfosea al Papa transformándolo en «una combinación del oráculo de Delfos, una gran figura mediática que recorre el mundo, un motor de desarrollo de la doctrina y el patrón de medida de la ortodoxia»[10] cuyos pensamientos y voluntad por su propia esencia siempre están acertados y son santos, ciertos y encomiables. Este concepto del Papado no sólo contradice al propio Concilio Vaticano I, sino que los propios pecados, faltas y negligencias de los pontífices postconciliares lo niegan, y más a las claras todavía. Bastará con citar uno pocos nombres propios para corroborarlo: Ostpolitik, Bugnini, Asís, el Corán, Kasper, Maciel o McCarrick.[11]

El concepto de liturgia que resulta de la hiperpapolatría –que la forma y el contenido de la liturgia dependen enteramente de la voluntad del Papa– es igual de erróneo. Del mismo modo que la doctrina católica la recibimos de nuestros antepasados, también recibimos de ellos el culto; y mientras que podemos realzar o acrecentar ese culto de la misma manera que explicamos la doctrina católica en sermones, catecismos y tratados diversos, no podemos alterarla tanto que la volvamos irreconocible. Como diría San Vicente Lerins, podemos tener profectus (crecimiento) pero no permutatio (mutación). La tradición eclesiástica es acumulativa: a medida que se va desarrollando el culto, su sentido queda más claramente expresado y manifestado. El verdadero desarrollo litúrgico en la era del Espíritu Santo –es decir, entre Pentecostés y la Parusía– es teleológico: supone una expresión más plena, llamativa y completa de los misterios.

En resumidas cuentas, la liturgia se perfecciona con el tiempo, y a menos que queramos decir que Nuestro Señor mintió cuando prometió que siempre estaría con su Iglesia hasta el fin del mundo, o a menos queramos decir que el Espíritu Santo no ha llevado a la Iglesia a la plenitud de la verdad, sino que ha permitido que durante siglos se pierda y embrolle gravemente, no osaremos suprimir ni alterar de forma radical la liturgia. Una abolición o alteración tan tajante contradiría el sentido que la Iglesia ha llegado a entender y expresa en dichos ritos, con todas sus particularidades.[12] Dicho de otra manera: la expresión litúrgica de la fe no es una especie de juego de construcción que permite infinidad de combinaciones según las ideas y preferencias de quien juegue. Al igual que el Credo que recitamos, es fijo e inmutable, y aunque el Credo se puede ampliar (como el de Nicea expandió el Constatinopolitano), no podemos abreviarlo ni suprimirlo.

Diez años después del motu proprio Ecclesia Dei, el cardenal Ratzinger hizo la siguiente observación en unas palabras que dirigió a los obispos de Chile:

Conviene recordar ahora lo que señaló el cardenal Newman: que a lo largo de la historia, la Iglesia jamás ha derogado ni prohibido las formas litúrgicas ortodoxas, cosa que sería bastante ajena al espíritu de la Iglesia. Una liturgia ortodoxa, es decir, que exprese la verdadera fe, no consiste jamás en una compilación realizada conforme a los criterios pragmáticos de ceremonias diversas, celebrada de manera positivista y arbitraria, hoy así y mañana asá. Las formas ortodoxas de un rito son realidades vivas nacidas del amoroso diálogo entre la Iglesia y el Señor. Son expresiones de la vida de la Iglesia en las que se sintetizan la fe, la oración y la vida misma de generaciones enteras, y que encarnan de maneras concretas la acción de Dios y la respuesta del hombre.

¿Nos permitirán las leyes de la lógica o la metafísica invertir estos dictámenes de Newman y de Ratzinger? ¿Podemos afirmar que, si una forma ortodoxa es abrogada o prohibida, quien lo ha hecho no ha sido la Iglesia sino eclesiásticos que han abusado de su autoridad? ¿Podemos afirmar que una liturgia que es «una compilación realizada conforme a criterios pragmáticos (…) celebrada de manera positivista y arbitraria» es, por ese mismo motivo, una liturgia que carece de ortodoxia? ¿Podemos decir que toda liturgia que no haya nacido del amoroso diálogo entre la Iglesia y el Señor, sino que ha sido compuesta por intelectuales y por obispos de vanguardia en varias comisiones de estudio dirigidas por un secretario, todos ellos con una postura resueltamente antitradicional no es una realidad viva ni una expresión de la vida de la Iglesia que sintetice la fe, la oración y la vida misma de generaciones enteras?[14] ¿Podemos decir, finalmente, que tal forma de culto o lo que sea, dista mucho de ser encarnación de la acción de Dios y la respuesta del hombre?

En efecto, podemos decir todo eso. Pero ello sólo demuestra la magnitud del problema. No se puede crear un todo vivo a partir de innumerables fragmentos eruditos artificialmente encolados. Es imposible improvisar de buenas a primeras una historia compleja y ricamente matizada durante siglos de formación sólo porque a uno se le antoja, como tampoco es posible crear mágicamente un país llamado Esperanza donde viva una raza de esperantistas que tengan desde hace siglos el esperanto por lengua materna. El Novus Ordo es como el esperanto: una serie organizada de funciones lingüísticas perfectamente racionales que nadie tiene como lengua materna y carece de historia y trasfondo cultural aparte el conjunto internacional de especialistas en dicha lengua. Mientras tanto, la verdaderamente hermosa, irregular y rica lengua latina fue dejada de lado junto con su incomparable canto gregoriano. Nunca ha quedado mejor demostrado que los especialistas son como pozos: profundos, pero estrechos y oscuros, mientras que la Tradición, patria del hombre de la calle, es como el mar: de una profundidad inigualable, temibles, sublimes, rebosantes de fertilidad y alimento y convocan a viajes interminables.

En su alocución al parlamento alemán en Berlín el 22 de septiembre de 2011, S.S. Benedicto XVI estableció una distinción entre el mero éxito, que se puede lograr mediante una preparación técnica, y la sabiduría, que únicamente se adquiere asimilando la Tradición. El pontífice cita a San Agustín cuando califica al gobierno injusto de banda muy bien organizada de ladrones que se rige por la ley del más fuerte prescindiendo de la justicia. Igual juicio se puede hacer de Bugnini y el Consilium: reunieron una gran cantidad de conocimientos técnicos, y el resultado final fue impuesto a la fuerza por el papa entonces reinante, pero les faltó –en realidad la repudiaron– la sabiduría de la Tradición, y dejaron por tanto de estar legalmente capacitados para hacerse cargo de la sagrada liturgia. Al final, el Consilium resultó ser una banda de ladrones muy bien organizada.

La curación del cuerpo herido

Como ha expresado con gran elocuencia monseñor Schneider, el Cuerpo Místico de Cristo en la Tierra padece heridas autoinfligidas. ¿Cómo podemos restañar esas heridas? ¿Es posible sanarlas? La única manera de hacerlo es encarar la enfermedad subyacente. Se pueden vendar las heridas, pero no sanarán hasta que el cuerpo vuelva a estar saludable. Teniendo en cuenta que la vida misma del Cuerpo Místico se expresa y edifica en la liturgia, será imposible recuperar la salud hasta que la propia liturgia esté sana, y según la medida en que lo esté: cuando el Santo Sacrificio de la Misa, las preces del Oficio Divino y el resto de los sacramentales y ritos sean como Dios manda. ¿Cómo manda Dios que sean? Como se practicaban antes de que a los eclesiásticos del siglo XX les entrara la manía de trastocarlo todo.

En su libro de 1958 El espíritu de la liturgia, Romano Guardini habla de la importancia de recibir de la Iglesia una liturgia objetiva, impersonal y estable. Cuando lo escribió, podría dar por descontado que todos sus lectores entenderían a qué se refería: cuando se asiste a la Misa o a cualquier otro acto litúrgico, invariablemente se ve a los clérigos ejecutando los ritos que la Iglesia les ha confiado y prescrito. En cambio, si nos fijamos en el Novus Ordo, observaremos que lo que nos dio Paulo VI ya no es objetivo, impersonal y estable, sino una mezcolanza artificial de elementos objetivos y subjetivos, una especie de forcejeo entre lo impersonal y lo personalizado, una liturgia que no puede ser estable por ser esclava de una preceptiva opcionitis y una inculturación invasiva.[15]

No se puede ni debe identificar a ningún papa con la Iglesia. Paulo VI no es la Iglesia, y ciertamente ni S. Pío V ni S. Pío X son la Iglesia. El argumento de Guardini, que equipara las realidades de la teología católica y la historia, sólo tiene sentido si por la Iglesia se entiende el Cuerpo de Cristo al que se le ha concedido el Depósito de la Fe y la plenitud del Espíritu Santo, y que mantiene con amor la Tradición y la transmite con autoridad. Es evidente que el Papa tiene sus competencias, pero no puede extenderlas a los miembros y órganos del cuerpo litúrgico plenamente desarrollados. Si llegamos a tocar esas partes del organismo, si amputamos, realizamos cirugía plástica o implantamos miembros biónicos en sustitución de los originales, el resultadoofenderá a Dios y a los hombres y estará condenada al fracaso.[16]

Una vez más, todo lo que se diga es poco para recalcar que el método reformista adoptado después del Concilio, con sus suposiciones y sus resultados, tiene su origen en la praxis teológica modernista descrita por S. Pío X en la encíclica Pascendi. Ese modernismo moderado empapa la liturgia reformada e inculca además un menosprecio inconsciente de la Tradición por parte de los fieles que rezan conforme a ella. Del mismo modo que quien bebe agua contaminada o ingiere partículas de amianto o pintura a base de plomo paga las consecuencias, sea o no consciente de ello, el católico que recibe una lex orandi mutilada adolece de desnutrición y del efecto que le producen sustancias químicas extrañas.

Así pues, aunque la mayoría de los católicos actuales se hallan en estado de ignorancia invencible por lo que se refiere a la reforma litúrgica, apoyan pasivamente los actos vandálicos cometidos contra la Tradición al rezar con ritos que no la han transmitido correctamente. Por eso, cuando Dios le concede a un católico la gracia de despertar y caer en la cuenta de los problemas que ha acarreado la reforma litúrgica y la gracia para padecer sus consecuencias, pide al mismo tiempo a ese católico que se reconcilie con la Tradición comprometiéndose y empeñándose en la recuperación y empleon de la liturgia tradicional. El católico que rechaza esa amable invitación deja de apoyar pasivamente la incoherencia y colapso de la Iglesia Católica y se convierte en contribuyente activo de los mismos. Ese compromiso con el usus antiquor no significa que jamás pueda rezar por los ritos reformados y tenga que hacerlo siempre según los de antes del Concilio. Lo que sí significa es que, si pudiendo hacerlo no se acomoda a la liturgia tradicional en la medida de lo posible y la promueve, pone en peligro su alma y perjudica a la Iglesia.

La reforma no necesita reforma; necesita arrepentirse y rechazarla. No basta con dejar de lado los abusos ni reintroducir de cualquier manera elementos tradicionales (un poco de incienso por aquí, una casulla de guitarra por allá, hoy leemos tal introito, y mañana decimos la Misa ad orientem). Eso equivaldría a amontonar tiras de esparadrapo sobre una herida gangrenada o a tratar un cáncer con un complejo vitamínico. Al contrario, hace falta algo más radical.

La historia del becerro de oro que nos cuenta el libro del Éxodo concluye con un versículo muy peculiar, frecuentemente parafraseado en su traducción, que dice literalmente: «Así hirió Yahvé al pueblo por haber hecho el becerro por manos de Aarón» (Éx.32,35). Este versículo hace patente algo muy cierto sobre la complicidad: aunque el responsable de forjar el becerro de oro fuera Aarón, el pueblo lo consintió y fue por tanto partícipe de su culpa. Del mismo modo, los laicos que se adhieren al Novus Ordo obra de Montini dan en mayor o menor medida su sello de aprobación a las deficiencias de dicho rito. Claro está que la inmensa mayoría no es consciente de que hay otra opción, pero tampoco lo son quienes nunca han oído hablar de Cristo, y no por ello dejan de pagar las consecuencias de perderse las gracias que obtendrían si fuesen miembros del Cuerpo Místico. De la misma manera, la mayoría de los católicos se pierden muchos beneficios y realidades importantes de los que los ha privado la reforma litúrgica. Cuando un seglar se da cuenta de todas esas cosas buenas tiene el deber de indagarlas, así como el incrédulo tiene la obligación de procurar integrarse a la Iglesia. Pues desde luego la propia Iglesia tiene su más sintetizada expresión en la liturgia.

Desde hace cincuenta años, y más, se alzan voces clamando en el desierto sobre las desviaciones y defectos de la reforma. Las personas instruidas no tienen muchos motivos para alegar ignorancia. Hoy en día, sin embargo, nos encontramos en una nueva fase de lo que Louis Bouyer denominó «la descomposición del catolicismo», es decir, el pontificado de Francisco, que ha tenido el mismo efecto que las sirenas que aullaban advirtiendo de los bombardeos alemanes sobre Londres en la II Guerra Mundial para que todos los ciudadanos corrieran a los refugios. Muchos de la propia jerarquía están bombardeando la Iglesia, y nosotros también nos vemos obligados a huir a un refugio seguro: la doctrina, moral y liturgia tradicionales de la Iglesia Católica, las cuales nadie, ni siquiera un papa, tiene derecho a arrebatarnos. Por esa razón, el presente pontificado es verdaderamente una oportunidad de gracia, una oportunidad de despertar, de reconocer lo que hemos hecho con el legado que recibimos, arrepentirnos de nuestra necedad y tomar las medidas pertinentes.

Conclusión

El error fundamental del hombre contemporáneo está en considerarse tan diferente de lo que el hombre ha sido en otras épocas de la historia que se cree incapaz de someterse humildemente a la Tradición. Al suscribir dicho error, el católico contemporáneo se otorga a sí mismo un salvoconducto para apartarse del legado común de la Iglesia y crear sus propias estructuras personales, las cuales siempre halagan a su amor propio y satisfacen sus pasiones. El carácter distintivo de que hace gala, que en el fondo no es otra cosa que falta de conocerse a sí mismo apuntalada por un andamiaje de eslóganes, se convierte a la larga en un estado de alienación y aislamiento por haberse entregarse asiduamente a una concupiscencia desordenada. Convencerse de nuestra inmutable naturaleza humana, caída pero redimida, exige un esfuerzo constante de autodominio, meditación en silencio y entrega a la oración ritual. Dicho de otro modo: ni más ni menos lo que brinda sobradamente la liturgia latina tradicional. Nos vemos así ante la inevitable paradoja de que el Novus Ordo, a pesar de haberse creado para el hombre de hoy, no lo exhorta contra su vanidad y su soberbia, mientras que la liturgia de siempre, sin duda tan remota en cuanto a origen y desarrollo, es un acicate que estimula al hombre moderno a ponerse constantemente ante Dios y ante sí mismo mediante un disciplinado régimen de oración, gestos, cantos y símbolos. Su misma densidad, opacidad y solemne imparcialidad suscitan una reacción en los que están hastiados de diversiones y estudios.[17]

La juventud actual estará confundida en cuanto a muchas cosas, pero hay algo que tienen claro quienes desean tomarse en serio su catolicismo: que no tiene porvenir una religión futurista que ya se muestra caduca y tediosa. Por eso a los jóvenes les atrae la liturgia antigua, hermosa y llena de sentido de la Iglesia. En un mundo de incertidumbres, esa liturgia es una peña firme, una verdadera montaña con un templo en la cima sobre la que edificar la propia vida espiritual, social y familiar. Una roca en medio del desierto de la que mana sin cesar agua fresca espiritual.

Desde una perspectiva histórica y teológica, el llamado rito ordinario de la Misa es una forma indultada , una excepción a la que se ha permitido ocupar un terreno que legalmente pertenece a otro. Y el llamado Rito extraordinarioes en realidad la costumbre ininterrumpida que ha sido ni podrá ser abrogada. El primero es un recién llegado sin mucho asidero en cuanto a su condición jurídica; el otro, un rito que procede de tiempos inmemoriales, con argumentos irrefutables a su favor. Qué bendición tan grande es ésta, que una Providencia inescrutable nos haya llevado a conocer y amar tan inestimable tesoro, sin que ningún mérito de nuestra parte nos haya hecho acreedores a ello, sino únicamente «para alabanza de su gloria» (Ef.1,12). «A Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones de la edad de las edades. Amén » (Ef.3,21).

Gracias por su atención

NOTAS:


[1]
«Ich bin überzeugt, daß die Kirchenkrise, die wir heute erleben, weitgehend auf dem Zerfall der Liturgie beruht». Milestones, Memoirs 1927–1977(San Francisco, Ignatius Press, 1998), 148.

[2] Mi crítica es de corte más fundamental que la cuestión de los abusos litúrgicos, pero la verdad es que tales abusos siguen dándose en gran medida y están muy extendidos por todo el orbe católico. En el artículo de John «The ‘Other’ Abuse Crisis in the Catholic Church that No One is Talking About», publicado en el portal Medium el 21 de febrero de 2019, se habla de numerosos abusos recientemente documentados.

[3] Por un lado, este carácter opcional se ajusta perfectamente al pluralismo religioso defendido en Abu Dabi, según el cual resulta que desde el principio quiso Dios que hubiese muchas religiones, y, por otro lado, al movimiento homosexual/transexual, que convierte la actividad sexual en una cuestión de preferencia personal e inclinación subjetiva. La reforma litúrgica abonó el terreno par que triunfaran, nada menos que entre los católicos, estas ideologías irracionales y antinaturales.

[4] Para que nadie me acuse de exagerar el problema, se puede leer un artículo del National Catholic Register tituladoSt. Paul VI’s ‘Missale Romanum’ Turns 50, que expresa a la perfección la mentalidad que es objeto de mi crítica: «Las partes ampliadas de la Misa que se mencionan en el Misal Romano permiten también más libertad pastoral en la celebración de la liturgia. El padre Samuel Martin (…) declaró al Register que las variantes de la anáfora le permiten adaptar la liturgia conforme a las necesidades de sus feligreses. «Por ejemplo –dijo–, entre semana leo la oración eucarística nº 2, la nº 3 en las bodas y funerales, y la nº1, el Canon Romano, los fines de semana» (…) A pesar de la variedad, afirma el padre Martin, es diáfana la continuidad entre la Misa y el rico patrimonio de fe y Tradición de la Iglesia, sobre todo cuando reza la primera oración eucarística, la del Canon. «A algunos les gusta mucho el Canon –dijo–. Les agrada oír los nombres de los santos y mártires de los primeros cristianos. Ése es uno de los momentos en que conservamos la continuidad; esas oraciones se rezan desde hace siglos, y en la parroquia de San Juan o en la de Cristo Rey hay siempre alguien que la reza en el presbiterio desde de algunos siglos». Fíjese en que he dicho: «Les gusta mucho (…), ése es uno de los momentos en que conservamos la continuidad», al contrario de las otras veces que no lo hacemos. Estas cosas no se inventan tan fácilmente. Diríase que hoy en día tenemos un catolicismo propio de tira cómica.

[5] Ver P. Zuhlsdorf, http://wdtprs.com/blog/2019/01/wdtprs-2nd-sunday-after-epiphany-liturgical-unicorn/: «Aunque los padres del Concilio Vaticano II declararon que en la reforma litúrgica que impusieron no se debía cambiar nada que no tuviera realmente por objeto el bien de los fieles, y que las novedades debían de proceder orgánicamente de lo anterior (SC 23), las alteraciones, reorganizaciones, transformaciones e inventiva generalizada de las nuevas oraciones fue de proporciones cataclísmicas. El Misal Romano Tradicional contiene 1182 oracones, el 36% de las cuales pasó al Nuevo Misal, la mitad de ellas alteradas. Solo el 17% de las oraciones se mantuvieron inalteradas. Es más, muchas se trasladaron a otros momentos del año.» ¿Quiere esto decir que el 83% de las oraciones estaban mal o era necesario actualizarlas? Una persona verdaderamente religiosa no piensa así; son los típicos procesos mentales de un descreído.


[6]
Un aspecto moral de esta cuestión es el uso que hacemos de nuestros recursos personales. Observando el principio nihil operi Dei praeponatur, debemos ofrecer lo mejor de nosotros mismos y de la jornada al Señor en la liturgia, como hacían antes los sacerdotes y los religiosos (y siguen haciendo quienes se adhieren a los ritos tradicionales). Por el contrario, el hombre postconciliar sigue reservándose para sí el tiempo, trabajo y energías en una frenético antropocentrismo o, francamente, una pereza e indolencia que priva a Dios del sacrificio que por derecho divino le debemos.


[7]
Con excepción de los maronitas, que absurdamente voltearon la posición de sus altares y sacerdotes.


[8]
En realidad, esas palabras ni siquiera las respetó Paulo VI, que eliminó la expresión mysterium fidei de oración del celebrante sobre el cáliz, transformándola en un fragmento aislado al que los fieles hacen una supuesta aclamación conmemorativa, en una invención de sabor protestante.


[9]
Charles de Koninck, On the Primacy of the Common Good; V. p. 79 de esta versión en línea del texto.

[10] When will Catholics wake up and see the ‘mess’ Pope Francis has made?

[11] Fr. Hunwicke ha comentado estas cuestiones con maestría.


[12]
La eliminación por parte de San Pío V de secuencias que hasta hace muy poco no han entrado en la liturgia romana está a un nivel muy distinto de las transformaciones radicales que se introdujeron en los años sesenta y setenta.

[13] Joseph Ratzinger, discurso con motivo de los diez años del motu proprio Ecclesia Dei, pronunciado el 24 de octubre de 1988 en el hotel Ergife Palace de Roma. A continuación, Ratzinger dijo: «Esos ritos podrían desaparecer con la eventual desaparición de quienes se han servido de ellos en una época concreta, o en el caso de que cambiase la situación de dichas personas. La Iglesia tiene autoridad para definir y limitar el empleo de dichos ritos en diferentes situaciones históricas, ¡pero nunca los prohíbe así como así! Por eso, el Concilio encargó una reforma de los textos litúrgicos, pero no prohibió los libros anteriores». A propósito, sigo preguntándome por qué este discurso tan importante de 1998, que contiene numerosas reflexiones sobre la liturgia, no se incluyó en el volumen XI de las obras completas de Ratzinger editadas por el cardenal Müller y publicadas en inglés por Ignatius Press. No deja de ser curiosa la omisión, como cualquiera puede comprobar estudiando el texto, al que se puede acceder en línea. Llama la atención, por otra parte, el hincapié que hace Ratzinger en el «diálogo amoroso entre la Iglesia y el Señor». Utiliza un lenguaje conyugal, no homosexual. El vicio sodomítico invierte y pervierte la eclesiología desde abajo. Por consiguiente, no puede evitar invertir y pervertir la liturgia, que es eclesiología en marcha, verbo encarnado.

[14] «En los confusos tiempos en que vivimos, me parece vital la competencia en ciencia teológica y el buen criterio de aquel a quien corresponda tomar la decisión definitiva. A mí me parece, por ejemplo, que la reforma litúrgica podría haber seguido otro derrotero si los expertos no hubieran tenido la última palabra, sino que, además de ellos, hubiera emitido su veredicto alguien competente para reconocer los límites de un simple erudito». Palabras de Benedicto XVI al cardenal Müller, https://rorate-caeli.blogspot.com/2018/01/for-record-benedict-xvis-letter-to.html#more.

[15] Tal vez el origen más innegable de la naturaleza más atomizadora y desestabilizadora de los nuevos ritos esté en la multiplicación de versiones en centenares de lenguas modernas. Eso de por sí asestó un golpe mortal al Rito Romano como tal, a pesar de la quimera de la hermenéutica de la continuidadde Liturgiam Authenticam. Independientemente de lo que haya pasado con los ritos orientales, la sagrada liturgia de Occidente es latina, y al cabo de 1600 años su latinidad no es un accidente, sino una propiedad que la caracteriza. No puede haber Rito Romano en lengua vernácula, como tampoco puede haber rito bizantino sin letanías, pan leudado y la proclamación de «¡las puertas, las puertas!»

[16] Podríamos adaptar la propaganda de Southwest Airlines: «La liturgia sin corazón es una máquina».

[17] Como expliqué en mi libro Noble Beauty, Transcendent Holiness, sobre todo en el capítulo 1.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


Peter Kwasniewski

El Dr. Peter Kwasniewski es teólogo tomista, especialista en liturgia y compositor de música coral, titulado por el Thomas Aquinas College de California y por la Catholic University of America de Washington, D.C. Ha impartrido clases en el International Theological Institute de Austria, los cursos de la Universidad Franciscana de Steubenville en Austria y el Wyoming Catholic College, en cuya fundación participó en 2006. Escribe habitualmente para New Liturgical Movement, OnePeterFive, Rorate Caeli y LifeSite News, y ha publicado seis libros, el último de ellos, Noble Beauty, Transcendent Holiness: Why the Modern Age Needs the Mass of Ages (Angelico, 2017).
 
Cardenal Sarah, prefecto de Culto Divino: «La prohibición de la Misa Tradicional está inspirada por el Demonio, que desea nuestra muerte espiritual»
Por
RORATE CÆLI
-
24/09/2019



El cardenal Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha concedido una extensa entrevista a Edward Pentin, del National Catholic Register.

Destacamos en particular duras palabras sobre el movimiento que promueve la prohibición de la Misa Tradicional y la hace objeto de suspicacia.

¿Por qué cree que son cada vez más los jóvenes que se sienten a la liturgia tradicional, al Rito Extraordinario?

No es que lo crea; es que lo veo. Soy testigo de ello. Y los jóvenes me han confiado su total preferencia por el Rito Extraordinario, que es más instructivo e insiste más en la primacía y la centralidad de Dios, el silencio y el sentido de lo sagrado y de la divina trascendencia. Pero, ante todo, ¿cómo podemos entender, cómo no nos vamos a sorprender y cómo no nos va a causar hondo estupor que lo que ayer era la norma hoy esté prohibido? ¿No es cierto que prohibir el Rito Extraordinario o hacerlo objeto de suspicacias es algo inspirado por el Demonio, que desea sofocarnos y matarnos espiritualmente?

Cuando se celebra el Rito Extraordinario con el espíritu del Concilio Vaticano II manifiesta plenamente sus frutos. ¿Nos vamos a extrañar de que una liturgia que ha producido tantos santos siga siendo atractiva para las almas jóvenes sedientas de Dios?

Al igual que Benedicto XVI, espero que ambas formas del Rito Romano se enriquezcan mutuamente. Eso significa apartarse de una hermenéutica rupturista. Ambos ritos comparten una misma fe y una misma teología. Enfrentarlos es un tremendo error teológico. Significa destruir la Iglesia despojándola de su Tradición y haciéndonos creer que lo que Iglesia consideraba antes santo ahora está mal y es inaceptable. ¡Qué engaño, y qué insulto a los santos que nos precedieron! Qué mal concepto de la Iglesia.

Debemos huir de las oposiciones dialécticas. El Concilio no se proponía eliminar los ritos heredados de la Tradición, sino al contrario, participar más plenamente en ellos.

La constitución del Concilio establece «que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes».

Por tanto, sería erróneo enfrentar el Concilio a la Tradición de la Iglesia. En ese sentido, es necesario que quienes celebren el Rito Extraordinario lo hagan sin espíritu de oposición y con el de Sacrosanctum Concilium.

Necesitamos el Rito Extraordinario para saber con qué actitud debemos celebrar el Ordinario. Y a la inversa, si se celebra el Rito Extraordinario sin tener en cuenta las indicaciones de Sacrosanctum Concilium se corre el riesgo de reducir este rito a un vestigio arqueológico sin vida y sin futuro.

Igualmente, sería aconsejable incluir un apéndice en una futura edición del Misal el Rito Penitencial del Ofertorio del Rito Extraordinario para resaltar que ambos ritos se iluminan mutuamente, en continuidad y sin oposición.

Si vivimos con esa actitud, la liturgia dejará de ser objeto de rivalidades y críticas y nos conducirá finalmente a la gran liturgia del Cielo.

El texto completo de la entrevista puede leerse aquí (en inglés)

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


RORATE CÆLI

http://rorate-caeli.blogspot.com/
Edición en español del prestigioso blog tradicionalista internacional RORATE CÆLI especializado en noticias y opinión católica. Por política editorial no se permiten comentarios en los artículos
 
Card Burke y Mons. Schneider: Aclaración sobre el sentido de la fidelidad al Romano Pontífice
Por
Adelante la Fe
-
25/09/2019


Ninguna persona objetiva puede negar a estas alturas la confusión doctrinal prácticamente generalizada en la Iglesia de nuestros días. Ante todo, esta ambigüedad se debe a ambigüedades en cuanto a la indisolubilidad del matrimonio, la cual se relativiza administrando la Sagrada Comunión a personas que cohabitan en uniones irregulares; se debe también a la creciente aprobación de los actos homosexuales, intrínsecamente contrarios a la naturaleza y a la voluntad revelada de Dios; a errores sobre la exclusividad de Nuestro Señor Jesucristo y su obra redentora, la cual se relativiza con afirmaciones erróneas sobre la diversidad de religiones, y en particular al reconocimiento de diversas formas de paganismo y sus ritos en el Instrumentum laboris de la futura asamblea especial del Sínodo de Obispos para la Amazonia.

Ante esta realidad, la conciencia no nos permite quedarnos callados. Como hermanos en el Colegio Episcopal, hablamos con respeto y amor para que el Espíritu Santo rechace de manera inequívoca los evidentes errores doctrinales del Instrumentum laboris para la Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para la Amazonia, y no consienta la práctica abolición del celibato sacerdotal en la Iglesia Latina mediante la aprobación de los llamados viri probati.

Como pastores del rebaño, expresamos con nuestra intervención nuestro gran amor por las almas, por la persona misma del papa Francisco y por el don de Dios del magisterio petrino. De no hacerlo, cometeríamos un grave pecado de omisión y egoísmo. Si guardáramos silencio, tendríamos una vida más tranquila, y quizás hasta seríamos objeto de honor y reconocimiento. Pero también sería un cargo de conciencia quedarnos callados. En este contexto, evocamos las palabras del futuro santo cardenal John Henry Newman (que será canonizado el próximo 13 de octubre): «Si le parece bien, brindaré por el Papa; con todo, brindaré primero por la conciencia y después por el Papa» (Carta al duque de Norfolk con motivo de la reciente protesta del Sr. Gladstone). Recordamos estas memorables palabras de Melchor Cano, que fue uno de los más eruditos prelados que participaron en el Concilio de Trento: «San Pedro no necesita que lo adulemos. Quienes defienden ciega e indiscriminadamente toda decisión del Supremo Pontífice son los que más socavan la autoridad de la Santa Sede; destruyen sus cimientos en vez de reforzarlos».

Últimamente se ha creado un ambiente de casi total infabilización de las declaraciones del Romano Pontífice. Es decir, de cada palabra que pronuncia el Papa, cada declaración, y hasta de simples documentos de la Santa Sede. En la práctica, ya no se observa la regla tradicional de distinguir los diversos niveles de las declaraciones del Papa y de sus congregaciones con notas teológicas y con su correspondiente grado de vinculación para los fieles.

A pesar de que en las décadas transcurridas desde el Concilio Vaticano II se ha promovido y fomentado en la Iglesia el diálogo y los debates teológicos, en la actualidad ya no parece posible un debate intelectual y teológico objetivo y que se expresen dudas sobre afirmaciones y prácticas que enturbian y perjudican la integridad del Depósito de la Fe y de la Tradición Apostólica. Tal situación conduce a un menosprecio de la razón, y por consiguiente de la verdad.

Quienes critican la preocupación que manifestamos utilizan exclusivamente argumentos basados en sentimientos o argumentos ad verecundiam. Al parecer no desean participar en un debate teológico serio sobre el tema. A este respecto, diríase que en muchas ocasiones se hace caso omiso de la razón y se sofoca el razonamiento.

Toda expresión sincera y respetuosa de inquietud por cuestiones de gran importancia teológica y pastoral en la vida de la Iglesia de hoy que se dirija al Supremo Pontífice es reprimida al momento y presentada negativamente con reproches difamantes, acusándosele de sembrar dudas, estar contra el Papa o incluso de ser cismática.

La Palabra de Dios nos enseña a través de los Apóstoles a tener certeza y ser firmes e intransigentes en lo relativo a las verdades universales e inmutables de la Fe y a mantener y defender la Fe de los errores, como escribió San Pedro, el primer pontífice: «Estad en guardia, no sea que aquellos impíos os arrastren consigo por sus errores y caigáis del sólido fundamento en que estáis» (2 Pe.3,17). Por su parte, San Pablo escribió: «Para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error» (Ef.4,14-15).

Debemos tener presente que el Apóstol de los Gentiles reprendió en público al primer papa en Antioquía por una cuestión de menor gravedad que los errores que se difunden en nuestros días en la vida de la Iglesia. San Pablo amonestó públicamente al primer pontífice por su conducta hipócrita ante el consiguiente peligro de que se pusiera en duda la verdad de que las prescripciones de la Ley Mosaica no son vinculantes para los cristianos. ¿Cómo reaccionaría hoy el apóstol San Pablo si leyera en el documento de Abu Dabi que Dios quiere por igual en su sabiduría la diversidad de sexos, naciones y religiones (entre las cuales hay algunas que practican la idolatría y blasfeman de Jesucristo)! ¡Ciertamente, tal afirmación relativiza la exclusividad de Jesucristo y su labor redentora! ¿Qué dirían San Pablo, San Atanasio y otras grandes figuras de la Cristiandad si leyeran semejante frase y los errores expresados en el Instrumentum laboris para la Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para la Amazonia? Es impensable que permaneciesen callados o se dejaran intimidar por reproches y acusaciones de hablar contra el Papa.

Cuando en el siglo VII el papa Honorio I manifestó una actitud ambigua y peligrosa ante la herejía monotelista, que negaba que Cristo tuviera voluntad humana, San Sofronio, patriarca de Jerusalén, envió un obispo de Palestina a Roma, rogándole que hablase, rezase y no se quedara callado hasta que el Papa condenase la herejía. De vivir Sofronio hoy en día, sin duda lo acusarían de hablar contra el Papa.

La afirmación sobre la diversidad de religiones que aparece en el Documento de Abu Dabi, y sobre todo los errores del Instrumentum laboris para el Sínodo de la Amazonia contribuyen a traicionar la exclusividad sin parangón de la Persona de Jesucristo y la integridad de la Fe católica. Y es algo que está ocurriendo a la vista de toda la Iglesia y del mundo. En el siglo IV se dio una situación parecida, cuando por el silencio de casi todo el episcopado fue traicionada la consustancialidad del Hijo de Dios favoreciendo afirmaciones doctrinales ambiguas de semiarrianismo, traición en la que llegó a participar por breve tiempo el propio papa Liborio. San Atanasio fue incansable en la denuncia pública de dicha ambigüidad. El papa Liberio lo excomulgó en el año 337 pro bono pacis, para mantener la paz, la paz con el emperador Constancio y los obispos semiarrianos de Oriente. San Hilario de Poitiers lo denunció y reprendió a Liberio por su ambigüedad. Es significativo que el papa Liberio, al contrario que sus predecesores, fuese el primero de los papas cuyo nombre no se incluyó en el martirologio romano.

Nuestra declaración pública coincide con las siguientes palabras del Santo Padre Francisco: «Una condición general de base es esta: hablar claro. Que nadie diga: “Esto no se puede decir; pensará de mí así o así…”. Se necesita decir todo lo que se siente con parresía. Después del último Consistorio (febrero de 2014), en el que se habló de la familia, un cardenal me escribió diciendo: lástima que algunos cardenales no tuvieron la valentía de decir algunas cosas por respeto al Papa, considerando quizás que el Papa pensara algo diverso. Esto no está bien, esto no es sinodalidad, porque es necesario decir todo lo que en el Señor se siente el deber de decir: sin respeto humano, sin timidez» (Saludo a los padres sinodales durante la I congregación general de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 6 de octubre de 2014).

En presencia de Dios, que ha de juzgarnos, afirmamos: somos fieles amigos del papa Francisco. Tenemos en estima sobrenatural su persona y el supremo cargo pastoral del Sucesor de San Pedro. Rezamos mucho por el papa Francisco y animamos a los fieles a hacer lo mismo. Por la gracia de Dios, estamos dispuestos a dar la vida por la verdad que enseña la Fe católica sobre el primado de San Pedro y sus sucesores, en caso de que los perseguidores de la Iglesia nos pidieran que negásemos dicha verdad. Ponemos los ojos en los grandes modelos de fidelidad a la verdad católica del primado petrino, como San Juan Fisher, obispo y cardenal de la Iglesia, y Santo Tomás Moro, laico, así como en muchos otros santos y confesores , invocando su intercesión.

Cuantos más fieles laicos, sacerdotes y obispos sostengan y defiendan la integridad del Depósito de la Fe, más apoyan de hecho al Papa en el ministerio petrino. Porque el Sumo Pontífice es el primero a quien se aplica en la Iglesia la amonestación «Conserva las palabras saludables en la misma forma que de mí las oíste con fe y amor en Cristo Jesús. 14 Guarda el buen depósito por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros» (2Tim.1,13,14).

Cardenal Raymond Leo Burke

Obispo Athanasius Schneider

24 de septiembre de 2019

Festividad de Nuestra Señora de la Merced

(Traducido por Bruno de la inmaculada. Fuente)
 
El nuevo horizonte del canibalismo
Por
Roberto de Mattei
-
24/09/2019



La noticia, recogida por los medios de prensa de todo el mundo, es para poner los pelos de punta. Un catedrático de la Facultad de Economía de Estocolmo, Magnus Söderlund, ha afirmado en un programa de televisión que consumir carne humana en lugar de animal podría ser una propuesta sostenible para limitar el calentamiento global. Según el investigador sueco, alimentarse de cadáveres humanos en vez de carne y verdura podría ser la solución ideal al problema del medio ambiente, ya que dicho consumo sustituiría la industria de la carne y la agricultura, que, según muchos ambientalistas, es responsable en gran medida del calentamiento global.

Ingerir esa clase de alimento, según Soderlund, liberaría a la civilización de uno de los tabúes más antiguos de la humanidad: comer a sus semejantes. «Hoy en día, consumir el cuerpo de un cadáver supone ultrajar el difunto», explicó Söderlund. Pero mañana podría ser la solución a nuestros problemas. A la pregunta de si estaría dispuesto a comer él también carne humana, respondió que no le importaría.

El canibalismo o antropofagia es tal vez la primera característica que se atribuye a los pueblos primitivos. No todos los pueblos primitivos son caníbales; lo son únicamente los salvajes. ¿Nos vamos a sorprender de que el retorno al tribalismo, cada vez más extendido entre los ambientalistas, suponga también el canibalismo? La antropofagia es la consecuencia lógica de la opción indigenista que caracteriza la cultura postmoderna. El documento preparatorio del próximo Sínodo de la Amazonía, empapado de indigenismo, insiste en la necesidad de redescubrir la sabiduría ancestral de los salvajes, sus tradiciones y sus ritos. Entre dichos ritos se cuenta el canibalismo que todavía practican algunos de esos pueblos.

Los yanomamis de la Amazonía, por ejemplo, practican un canibalismo ritual: en un funeral colectivo de carácter sagrado, queman el cadáver de un pariente difunto y se comen las cenizas de los huesos porque creen que en ellos reside la energía vital del muerto, el cual de esa manera se reintegra al grupo familiar. Del mismo modo, el yanomami que mata a un adversario en territorio enemigo practica esa forma de canibalismo para purificarse.

Los misioneros necesitaron siglos para extirpar dichas aberraciones, de las cuales quedan pocos sobrevivientes. El nuevo concepto de misión no tiene por objeto civilizar a los salvajes, sino de volver bárbaros a los pueblos civilizados. Es de locos, pero la sabiduría de los salvajes será el tema del sínodo que se celebrará el próximo octubre en el Vaticano.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


Roberto de Mattei

http://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.
 
El lógico desconcierto de Aldo Maria Valli
Por
Roberto de Mattei
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01/10/2019



Esta vez, queridos amigos, quisiera leerles un texto publicado por el vaticanista Aldo Maria Valli en su blog Duc in altum, que me ha parecido muy pertinente y merece la pena divulgar. Valli comenta un artículo del padre Spadaro en La Civiltà cattolica, órgano de los jesuitas y muy afin al papa Francisco.

El padre Spadaro habla del encuentro que tuvo Francisco con los jesuitas de Mozambique y Madagascar con ocasión de su viaje apostólico a África. Las notas del encuentro se han publicado con el título de La soberanía del pueblo de Dios, y podemos leerles la respuesta del Sumo Pontífice a uno de sus compañeros de orden durante la reunión.

En un determinado momento, respondiendo la pregunta del padre Bendito Ngozo sobre el problema de las iglesias protestantes y el proselitismo, dice el Papa: «Hoy he sentido cierto sabor amargo al final del encuentro con los jóvenes. Se me acercó una señora acompañada de un joven y una muchacha. Alguien me dijo que formaban parte de un movimiento algo fundamentalista. La señora me dijo ella en perfecto castellano: “Santidad, vengo de Sudáfrica. Este muchacho era hindú y se ha convertido al catolicismo. Y esta muchacha era anglicana y se ha hecho católica.” Me lo dijo con aire triunfal, como quien presume de una pieza cobrada en una cacería. Esto me desagradó, y le dije: “Señora: evangelización sí, proselitismo no”».

Comenta Valli: Lo he leído y releído, y efectivamente, así dice. ¿Entienden? En vez de abrazar a ambos conversos, alegrarse con ellos y bendecirlos, ¡poco menos que les ha dado una reprimenda y ha reprochado a la señora que los haya ayudado a hacerse católicos! En su respuesta, el Papa establece la acostumbrada distinción entre evangelización y proselitismo, estribillo ya habitual en él. Ahora bien, más allá de toda distinción (que sería discutible), ¿cómo puede tener semejante actitud ante quien ha llegado a la fe católica y procede de otra experiencia religiosa? La señora mencionada se habrá expresado también con tono triunfal, pero es muy comprensible.

Si uno se encuentra con el Papa y tiene la oportunidad de presentarle a dos jóvenes convertidos al catolicismo, es más que comprensible que rebose de satisfacción. Y sin embargo, le sienta mal al Papa (repito: al Papa, cabeza visible de la Iglesia Católica). Por otra parte, en el encuentro con sus hermanos de la orden ignaciana hay un momento que deja perplejo. Despotricando contra el clericalismo (lo cual tampoco tiene nada de novedoso), dijo: «El clericalismo tiene como consecuencia directa la rigidez. ¿Han visto alguna vez a sacerdotes jóvenes muy rígidos con sotana negra y tocados con un sombrero con la forma del planeta Saturno? Pues bien, tras el clericalismo rígido se esconden problemas graves. Hace poco he tenido que intervenir en tres diócesis a causa de problemas que terminan por manifestarse en esas formas de rigidez que ocultan desequilibrios y problemas morales. Una de las dimensiones del clericalismo es la fijación moral exclusiva por el sexto mandamiento.

»En cierta ocasión un jesuita, un gran jesuita, me dijo que tuviera mucho cuidado a la hora de dar la absolución, porque los pecados más graves son los más propios de ángeles: la soberbia, la arrogancia, la prepotencia… Y los menos graves son los menos propios de ángeles, como la gula y la lujuria. Se concentran en lo sexual y no se da importancia a la injusticia social, a la calumnia, a las chismes o a la mentira. La Iglesia de hoy necesita una conversión profunda en este sentido. Por otro lado, los grandes pastores dan mucha libertad a la grey. El buen pastor sabe conducir a su rebaño sin sujetarlo a reglas que lo mortifiquen, mientras que el clericalismo conduce a la hipocresía. Y en la vida religiosa también pasa eso.»

Señala Valli: No quisiera participar en el debate sobre cuáles son los pecados más graves, si los sexuales o los sociales, porque me parece que es un discurso estéril. Me centraré, por el contrario, en el paralelo que ha establecido el Papa entre el clericalista, entendido como arribista y persona moralmente corrupta, y el rígido, ejemplificado por el joven sacerdote que viste sotana. Afirmo que es un grado totalmente inaceptable de insinuación malévola y maledicencia.

¿En qué se basa el Papa para afirmar que el sacerdote joven que viste como tal, con sotana y saturno, es un rígido, y por tanto, un clericalista, y moralmente corrupto? ¿Es posible que un pontífice se exprese así ante quien tiene en estima la propia identidad sacerdotal? Estos discursos, difícilmente digeribles aun en un bar, no son de recibo. Pongámonos en el lugar de un sacerdote que por aprecio a su identidad viste habitualmente como tal, con sotana y saturno. En la práctica, el Papa lo tilda de perverso e hipócrita, de persona poco recomendable. ¿Cómo se lo puede permitir?

¿Y qué decir –prosigue Valli– de la segunda afirmación, que “los grandes pastores dan mucha libertad a la grey”? ¿Qué significa eso? ¿Libertad en qué sentido? ¿En qué basa semejante afirmación? ¿A dónde quiere llegar? ¿Por qué los católicos, que tenemos derecho a entender claro qué quiere decir nuestro supremo pastor en materia de fe y doctrina, vamos a estar a estas alturas apacentados por un papa que se muestra hostil a todo lo que sea católico y profiere ambigüedades, maledicencias, insultos e indirectas malintencionadas y e injustificadas?

Por patriotismo, mejor dicho, por amor a la Iglesia, prescindo de comentar otros puntos del coloquio del Papa con los jesuitas. Sólo me pregunto una cosa: ¿hasta cuándo tendremos que soportar esta devaluación, este empobrecimiento, esta desconcertante labor de progresivo deterioro de la figura del Sumo Pontífice y de su autoridad? Estas consideraciones no son sólo mías, sino de Aldo Maria Valli en su blog Duc in altum, cuya lectura recomiendo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


Roberto de Mattei

http://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.
 
Misericordia y Justicia según Santo Tomás de Aquino
Por
SÍ SÍ NO NO
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30/09/2019



Introducción

El padre Réginald Garrigou-Lagrange, en su Dieu, son existence et sa nature (Paris, Beauchesne, 1914, 2º vol., cap. II, art. II, § 57º, pp. 561-565), afronta, según la doctrina del Doctor Angélico, el problema de la conciliación, en la Voluntad de Dios (S. Th., I, q. 19, aa. 1-12), de la Justicia (S. Th., I, q. 21, aa. 1-2) y de la Misericordia (S. Th., I, q. 21, aa. 3-4), tras haber definido la naturaleza de la primera y de la segunda.

Misericordia y Justicia son dos Virtudes aparentemente contrarias, pero prácticamente se concilian en la Voluntad y en el Amor de Dios. Además, están subordinadas de tal manera que la Misericordia con todas sus dulzuras supera a la Justicia con todos sus rigores.

La Justicia

La Justicia es la Virtud que inclina a la voluntad a dar a cada uno lo que le es debido (Dieu, son existence et sa nature, cit., pp. 440-453). La Justicia de Dios es la Virtud por la cual Él da a cada criatura lo necesario para alcanzar su propio fin, especialmente el sobrenatural. Para comprender plenamente el valor de la Justicia, es bueno reflexionar en el disgusto que nos puede causar la injusticia.

En esta tierra nos topamos a menudo con la injusticia. En efecto, a menudo los derechos más sacrosantos son ignorados o pisados, especialmente en el mundo actual. Hoy se reconoce al vicio y al error el derecho a ser practicado y difundido, mientras que este mismo derecho es negado a la Verdad y a la Justicia. Desgraciadamente, esto sucede también en el ambiente eclesial, que debería favorecer la Verdad y la Justicia e intentar impedir la mentira y el vicio. Tal vez y no raramente un sacerdote que querría celebrar la Misa tradicional es castigado, mientras que otro que vive mal no solo es tolerado sino premiado.

Esta injusticia en el más acá podría alterar a algún alma en sus más recónditas profundidades, pero es necesario ser conscientes de que en esta tierra se puede conseguir la verdadera Justicia solamente de Aquel que nos ha prometido: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados” (Mt., V).

En efecto, “solo Dios es siempre Justo y su juicio siempre recto” (Sal., CXVIII).

Santo Tomás de Aquino nos enseña que la Justicia se subdivide en “Justicia conmutativa”, la cual consiste en la igualdad entre el dar y el recibir y regula los intercambios entre iguales, es decir, la paridad entre quien da y quien recibe. Ahora bien, no puede subsistir entre Dios infinito y el hombre finito, que son infinitamente diferentes y lejanos. En efecto, nosotros lo recibimos todo de Él y a Él nada damos (S. Th., I, q. 21, a. 1).

Sin embargo, la “Justicia distributiva”, que dispone a quien detenta la autoridad a distribuir honores y cargas, premios y castigos, y como no regula la distribución de los bienes o de las penas en la sociedad humana entre iguales, puede subsistir entre Dios y el hombre. En efecto, Dios es justo y aplica la Justicia dando a cada uno lo que le es propio no solo como el patrón respecto a sus obreros, sino también como el más tierno de los padres hacia sus hijos.

Consideremos la “Justicia distributiva” de Dios: 1º) en la distribución de los bienes naturales y de las gracias sobrenaturales: pues bien, es perfectamente justa a pesar de la diferencia y desigualdad de los bienes naturales y sobrenaturales. Por ejemplo, Beethoven recibió dones naturales de habilidad musical muy superiores a los de la mayoría de los demás hombres; San José muchas más gracias sobrenaturales de las de los demás hombres.

Pero ¿por qué esta desigualdad es permitida o querida por Dios? ¿Es acaso una injusticia? ¡No! Existe para asegurar la armonía universal de todas las creaturas, sin privar a nadie de lo que le es estrictamente necesario para alcanzar su propio fin. En efecto, la armonía universal de la creación exige una cierta jerarquía, diferencia y desigualdad entre las creaturas.

Por ejemplo, en toda la creación existen los espíritus puros o los Ángeles en la cumbre, después vienen los hombres, después los animales, después los vegetales y finalmente los minerales. Si solo hubiera Ángeles, la creación no sería armónica y sería menos perfecta. En efecto, si en un hombre todos los órganos fueran “cabeza”, sería un monstruo; si todos los dedos de una mano fueran idénticos, idem.

La desigualdad accidental natural entre los hombres es exigida por el hecho de que el hombre es naturalmente un “animal sociable”, o sea, por el hecho de vivir en sociedad (familiar y social/política) con otros hombres. Pues bien, la sociedad es un organismo moral que presupone como todo organismo una jerarquía de funciones, de superiores y de inferiores. Si todos fueran Príncipes o Jefes, la sociedad civil no sería un todo organizado u orgánico. Por ejemplo, si en nuestro organismo o cuerpo humano cada miembro (pie, mano, ojo, oreja…) tuviera en sí la perfección de la cabeza, el cuerpo no podría funcionar. Por ello la sociedad civil exige una cierta desigualdad y diferencia, de los superiores y de los inferiores, de otro modo sería el caos.

Ya el historiador pagano Tito Livio, en el Apólogo de Menenio Agripa, lo enseñaba en cuanto al orden natural: “Una vez los miembros de un hombre, constatando que el estómago estaba ocioso, rompieron los acuerdos con él y conspiraron diciendo que las manos no llevarían comida a la boca, ni la boca lo aceptaría, ni los dientes lo masticarían como se debe. Pero, mientras intentaban domar al estómago, se debilitaron también ellos mismos, y el cuerpo entero se consumió. De aquí se ve cómo la función del estómago no es la de un perezoso, sino que distribuye la comida a todos los órganos. Fue así cómo los diferentes miembros del cuerpo volvieron a la amistad entre ellos y con el estómago. Así, Senado y Pueblo, como si fueran un único cuerpo, se consumen con la discordia, mientras que con la concordia permanecen con buena salud” (Tito Livio, Ab Urbe condita, II, 32).

Según Santo Tomás de Aquino, aunque Adán no hubiera pecado habría habido igualmente entre los hombres una cierta jerarquía y diferencia tanto en cuanto al s*x* (hombre/mujer), en cuanto a la edad (jóvenes/maduros), en cuanto al cuerpo (robusto/esbelto) y también en cuanto al libre albedrío del alma (los más o menos buenos), habría habido superiores e inferiores, quien manda y quien obedece. En la familia: el marido o el padre, la mujer o la madre y los hijos; en la sociedad civil: la autoridad y los subordinados, no la esclavitud sino la dependencia de uno del otro, ya que, debiendo vivir socialmente, debía existir una jerarquía (S. Th., I, q. 96, aa. 3-4). El pecado introdujo en el mundo el desorden y solamente ha exagerado la diferencia de la condiciones, pero no la ha creado.

Por lo que se refiere a la distribución de las gracias, igualmente la armonía exige una cierta desigualdad de dones y de gracias sobrenaturales. El Evangelio nos lo enseña. El Padre Celestial da a un hombre un solo talento, a otro dos, a otro cinco y a otro incluso diez. A quien ha recibido diez talentos le será demandado que haga fructificar otros diez talentos, a quien ha recibido solo uno le será pedido que gane solo otro talento (Mt., XXV, 15). El que recibió un solo talento, pero no lo hizo fructificar, fue condenado por el Señor: “Quitadle el talento y dádselo a quien tiene diez: ya que a todos los que tienen [la buena voluntad de cooperar con la gracia de Dios, ndr] les será dado y abundarán; pero a quien no tiene [la buena voluntad, ndr] le será quitado incluso lo poco que parece tener”. Uno será un simple fiel, otro un fraile, otro un sacerdote y otro un fundador de una Orden religiosa; uno un albañil, otro un capataz y otro un ingeniero. Si todos fundaran o fueran todos ingenieros, sería el desorden total. Si no hubiera fundadores ni dirigentes faltarían las Órdenes religiosas y el orden común.

San Pablo, divinamente inspirado, retomó la doctrina social natural de Menenio Agripa narrada por Tito Livio y la aplicó, en el orden sobrenatural, a la sociedad religiosa, o sea, a la Iglesia: “Muchos son los miembros, pero uno solo es el cuerpo. Ni el ojo puede decir a la mano: ‘No te necesito’; ni la cabeza a los pies […]. Antes bien, los miembros que parecen más humildes son los más necesarios. […]. Dios ha compuesto el cuerpo para que no hubiera desunión en él, sino que, antes bien, los diferentes miembros cuidaran unos de otros. Por ello, si un miembro sufre, todos los miembros sufren juntos; y si un miembro está bien, todos los demás se alegran con él” (1 Cor., XII, 4-20).

En resumen, el Cuerpo Místico de las almas humanas, como miembros unidos a Cristo como a su Cabeza, es un organismo espiritual y sobrenatural; como todo organismo, supone una cierta diferencia y desigualdad de funciones (no todos pueden ser Papa u Obispo, pero debe existir una jerarquía entre Fieles, Sacerdotes, Obispos y Papa). Sin embargo, nadie puede ser privado de la gracia necesaria y suficiente para alcanzar su Fin último sobrenatural y salvar su alma por la eternidad. Dios sería injusto si permitiera que un alma sin culpa careciera de la necesaria ayuda de la gracia sobrenatural y se condenara. Pero esto repugna a la Naturaleza infinitamente justa de Dios.

Debemos sobre todo tener muy claro que la gracia sobrenatural no nos es dada por Dios por o en proporción a nuestras cualidades naturales. Más bien al Señor le gusta colmar de bienes sobrenaturales sobre todo a los pobres de espíritu, a los sencillos y a los humildes. Dios, amándonos, nos hace buenos, este es el orden que sigue el Señor. Por tanto, no es porque seamos naturalmente buenos, inteligentes, excelentes, por lo que Dios nos da su gracia de manera proporcionada al grado de nuestra bondad natural. Nosotros amamos las cosas porque son buenas, pero Dios, amando las cosas, las hace buenas (S. Th., I, q. 20, a. 2). En efecto, la gracia pertenece al orden sobrenatural y nuestras cualidades pertenecen al orden natural y aun en este orden puramente natural, habiendo sido creados de la nada, recibimos todo de Dios por Bondad suya y no por nuestro mérito natural.

Por ello, la desigualdad de las condiciones naturales y sobrenaturales de los hombres sigue siendo siempre justa, ya que no es negada a nadie la gracia divina o los dones naturales necesarios para obtener el propio fin sobrenatural o natural.

Ahora consideremos la “Justicia distributiva” (distribuir honores y cargas, premios y castigos, por parte de quien manda hacia quien obedece, no regulando la distribución de los bienes o de las penas entre iguales sino entre desiguales) de Dios: 2º) en la distribución de las recompensas, que son proporcionadas al mérito como el grado de gloria eterna es proporcionado al de la gracia santificante.

A las obras naturales Dios les da una recompensa puramente terrena, mientras que a las obras sobrenaturales les da una recompensa sobrenatural. Por ejemplo, quien da limosna solo por agradar a los hombres, recibirá su recompensa puramente humana, o sea, la alabanza de los hombres; quienes dan limosna por amor al prójimo amado por Dios, recibirán una recompensa eterna (Mt., VI, 4).

Finalmente, la “Justicia distributiva” de Dios aparece 3º) en la distribución de las penas infligidas a los culpables. Como la recompensa es proporcionada al mérito, la pena es proporcionada a la culpa. En efecto, es conveniente que Dios castigue con el fin de restablecer el orden divino y natural violado. Santo Tomás enseña: “El remordimiento de conciencia nos castiga por haber nosotros transgredido el orden natural de la razón. Como el juez terreno debe castigar a aquellos que turban el orden social, así Dios castiga a aquellos que se rebelan contra el orden divino” (S. Th., I-II, q. 87, a. 1). Dios castiga sin ninguna pasión desordenada, como un juez perfectamente dueño de sí condena sin cólera al delincuente para conservar los fundamentos de la sociedad. En Dios existe la Justicia vindicadora, ya que Él odia el pecado, tanto por el obstáculo que interpone a la unión del hombre con Él, que es deseada ardientemente por el Señor, como por la oposición absoluta del pecado en cuanto mal moral con la Naturaleza absolutamente buena y perfecta de Dios. El Señor es la Bondad misma subsistente y, por tanto, no puede tolerar el mal del pecado, que es malicia, desorden y tinieblas.

Por lo que se refiere a la condenación eterna del infierno, el padre Garrigou-Lagrange explica muy oportunamente que satanás ha intentado siempre suscitar en el hombre viador una cierta compasión hacia los condenados, que son presentados por él como si quisieran salir del infierno, pero Dios no se lo permitiría. En resumen, el diablo se las da de “bueno” y de “misericordioso”, mientras que intenta hacer pasar a Dios por cruel y despiadado en sus juicios. En cambio, Dios es la Bondad misma infinita e ilimitada y el diablo es un ángel malvado, dotado de una malicia insondable e indecible, que nos presenta a los condenados como infelices que pedirían perdón por su pecado, sin poder obtenerlo, sin embargo, porque Dios lo ha dispuesto despóticamente así. El Maligno nos empuja hacia una falsa “caridad” para engañar al hombre y hacerle sentir piedad por él y por los condenados y también un cierto sentido de estupor ante la pena eterna que Dios reserva a quienes quieren morir en el pecado. Casi casi nos empujaría a acusar a Dios de crueldad, a compadecernos de la la miseria de los condenados de la cual querrían salir y ha reputar a la Serpiente infernal misericordiosa y compasiva.

Pues bien, la sana doctrina católica enseña que el pecado mortal es un verdaderos su***dio espiritual y que, por tanto, dura siempre, tanto porque mata la vida espiritual del alma, como porque (y esta enseñanza no es muy conocida, pero es muy comprensible, verdadera, profunda e irrefutable) el condenado no pide en absoluto perdón, ya que su no a Dios es definitivo, irreversible por parte suya. Si pudiera salir del infierno, preferiría volver a entrar en él antes que someterse a Dios e ir así al Cielo, porque el Infierno se acomoda más a su orgullo y a su rabia (S. Th., I. q. 64, a. 2). También aquí, en esta tierra, algunos hombres prefieren el caos de la cárcel al ambiente sereno, ordenado y silencioso de un convento o de una iglesia; Lucifer prefirió, de manera establemente definitiva, siendo un espíritu puro, el Infierno antes que someterse a Dios y queda fijado por su libre decisión en su “¡No obedeceré!”. El diablo y el hombre condenado no son ya objeto de la Misericordia porque han dicho no a la Misericordia misma subsistente; en ellos no existe ni siquiera la mínima veleidad de arrepentimiento. Sin embargo, incluso en los condenados tiene lugar la Misericordia, porque si actuara la sola Justicia divina sufrirían todavía más, mientras que son castigados por debajo de lo debido / citra condignum puniuntur” (S. Th., I. q. 21, a. 4, ad 1).

Dios con su Misericordia infinita se inclina siempre hacia el pecador para redimirlo, Él perdona “setenta veces siete”, o sea, siempre. Sin embargo, si no obstante las gracias ofrecidas al pecador, este se obstina en despreciar el Amor que lo quiere salvar, Dios permite que la muerte lo coja en su estado de pecado y entonces le podría quedar quizá solo un momento para un último acto de voluntad, que será decisivo y definitivo – si quiere, sabe y puede aprovecharlo – mientras que si permanece en su estado de aversión a Dios, la pena será eterna como su culpa quiere ser prolongada por la eternidad (Cajetanus, In Iam S. Th., q. 64, a. 2, n. XVIII).

La Misericordia

La Justicia de Dios es la Virtud por la cual Él da a cada creatura lo necesario para alcanzar su propio fin, especialmente el sobrenatural, y por la cual Él premia o castiga según la creatura haya correspondido o no a la gracia necesaria y suficiente que le fue dada por el Señor. Pues bien, la Misericordia de Dios parece aparentemente opuesta a su Justicia (Dieu, son existence et sa nature, cit., pp. 453-463).

En cambio, la sana doctrina católica enseña que a) la Misericordia, lejos de ser una debilidad contraria a la Virtud de Dios y especialmente a la Justicia, es la manifestación más reluciente del Poder y de la Bondad divinas; b) antes bien, lejos de oponerse y contrastar la Justicia divina, se une a ella, la completa y la supera.

Expliquemos esta aserción, dividiéndola en dos partes:

1º) la Misericordia no es debilidad, sino la aplicación de la omnipotente Bondad de Dios.

Santo Tomás de Aquino distingue muy bien la Misericordia de la “Piedad sensible” (S. Th., II-II, q. 30, aa. 1-4) y solo así se comprende hasta el fondo que la Misericordia es una Virtud y no un defecto o una debilidad.

La “Piedad o compasión sensible” (S. Th., II-II, q. 30, a. 1) se encuentra sobre todo en aquellos que siendo débiles y tímidos se sienten inmediata y fácilmente amenazados del mal que aflige al prójimo y así consideran los sufrimientos ajenos como propios y por ello se afligen por ellos y los compadecen.

Dios, no siendo débil, tímido, sino omnipotente, fortísimo y exento de todo dolor, no puede poseer la “Piedad sensible” emocional y sentimental. Él es Espíritu purísimo, en Él no hay nada sensible, ni mucho menos sentimental y emocional. Pero, es necesario reafirmarlo, la Virtud de Misericordia no es la “Piedad sensible”, que nace del temor de un mal o de la simpatía sensible hacia algo. La Misericordia es una Virtud de la voluntad racional, benévola y benéfica, que quiere afectivamente el bien y lo hace efectivamente, y más bien que nacer del temor al mal, nace del amor al bien y de una generosidad tan fuerte que triunfa sobre todo mal y arranca a las almas de la miseria moral del pecado. Los seres débiles se enternecen sensiblemente, los seres poderosos se comunican generosamente y participan a los demás el bien que poseen en sí mismos (S. Th., II-II, q. 30, a. 4). Ahora bien, cuanto mejor es un ser, tanto más se comunica. Por tanto, como Dios es infinitamente bueno, no puede entristecerse sensiblemente por nuestras miserias por miedo a que le asalten también a Él (Piedad sensible), sino que es llevado a socorrernos, a comunicarnos una parte de su Bondad infinita (Misericordia).

Aquí abajo, la miseria especialmente moral, o sea, el pecado llama y atrae a sí la Misericordia divina, si la miseria humana, en vez de rebelarse, irritarse, encolerizarse con Dios se vuelve a Él rogándole con una confianza absoluta, ya que Él es la Bondad omnipotente por esencia propia.

Ahora bien, cuanto más conciencia tiene la miseria de su necesidad, tanto más comprende que solo Dios puede remediar su deficiencia y, por tanto, atrae sobre sí con mucha fuerza la Misericordia divina. En efecto, cuanto más bueno y poderoso es un ser, tanto más se da; cuanto más débil y mísero es un ser, tanto más clama sobre sí el don de la suma Bondad y Misericordia. San Pablo escribe: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte / Cum infirmor, tunc potens sum” (II Cor., XII, 10), ya que “es en la debilidad donde se muestra el Poder de Dios / Virtus in infirmitate perficitur”. El Salmista enseña: “Miserere mei Deus, quia infirmus sum” (Ps., VI).

La miseria es todavía más fuerte al atraer sobre sí la Misericordia cuando no suplica solo para obtener socorro, sino sobre todo para que resplandezca la gloria de Dios.

En la Misericordia, Dios realiza una obra todavía más maravillosa que en la creación de la nada. En efecto, al usar de Misericordia, el Señor saca el bien del mal, el cual es inferior a la nada y saca de él incluso un bien sobrenatural: la justificación del impío, la cual, siendo de orden sobrenatural, es superior a todos los bienes naturales reunidos juntos. Santo Tomás afirma: “Bonum gratiae unius maius est quam bonum naturae totius universi / Es algo mayor un solo don de la gracia que todo el mundo entero” (S. Th., I-II, q. 113, a. 9, ad 2). En efecto, el mundo pasará, mientras que la gracia se convierte en gloria y permanece por toda la eternidad. Además, el Angélico continúa explicando que la gloria es la coronación y la perfección de la gracia y por ello le es en sí superior, pero proporcionadamente es algo mayor usar de Misericordia con el pecador y justificarlo que dar la gloria eterna a aquel que ya es justo. En efecto, hacer pasar al pecador del mal al bien sobrenatural es algo proporcionalmente mayor que dar la gloria a quien está ya justificado, ya que en el primer caso se pasa del mal al bien sobrenatural, mientras que en el segundo se vuelve un bien ya sobrenatural todavía más perfecto y estable sobrenaturalmente. Mientras que nosotros hombres podemos hacer el bien a los demás con otro bien, solo Dios puede hacer el bien incluso a partir no solo de la nada, sino incluso del mal, que está por debajo de la nada, y este es el triunfo de la Misericordia divina. Por tanto, la Misericordia no es debilidad, sino que se concilia con la Justicia y la Omnipotencia divinas.

2º) Veamos ahora la segunda parte de la aserción presentada más arriba (primera parte: “La Misericordia, lejos de ser contraria a la Virtud de Dios y especialmente a la Justicia, es la manifestación más reluciente del Poder y de la Bondad divinas” / segunda parte: “Lejos de oponerse y contrastar la Justicia divina, la Misericordia se une a ella, la completa y la supera”), o sea, la Misericordia no solo no es contraria a la Justicia, sino que se le une y la supera perfeccionándola.

A primera vista parecería que la Misericordia es una derogación de los derechos de la Justicia, la cual así como premia a los buenos, castiga a los malos. Sin embargo, la Misericordia, más bien que oponerse a la Justicia y suspender su ejercicio, se une a ella, la perfecciona y la supera. En la Epístola de Santiago es revelado: “Superexaltat autem Misericordia Judicium / La Misericordia supera la estricta Justicia” (Jac., II, 13).

Santo Tomás nos da la razón teológica de dicha Revelación: “Todo acto de Justicia supone un acto de Misericordia o de Bondad gratuita y se funda en ella. En efecto, Dios en sí mismo no debe nada a la creatura, sino que, solo por razón de un don gratuito precedente, Dios puede dar algo a las creaturas. Si Dios recompensa nuestros méritos con un don, significa que antes nos ha dado la gracia para merecer; si nos da la gracia necesaria y suficiente para salvarnos, significa que antes nos ha dado la existencia natural por pura Bondad suya y nos ha elevado al orden sobrenatural, sin ninguna obligación por su parte y ninguna exigencia por parte nuestra. Por este motivo, la Misericordia divina es la raíz y el principio de todas las obras y las acciones de Dios, es la fuente primera de todos los demás dones, influye en ellos y por ello supera la Justicia, la cual viene en segundo lugar y está subordinada a la Misericordia. Dios, por su Bondad sobreabundante o Misericordia, da siempre más de lo que se debería en Justicia” (S. Th., I. q. 21, a. 4). En resumen, el hombre no tiene el derecho o la exigencia de recibir la gracia santificante, sino que Dios se la concede solo por pura Misericordia suya y, en base a este don gratuito, Él da una recompensa o un mérito sobrenatural a una obra sobrenaturalmente buena; más aún, a la creatura no le correspondería por estricta justicia ni siquiera la existencia, pero Dios, por pura Bondad gratuita, crea el mundo de la nada.

Si consideramos los tres grandes actos de la Justicia: 1º) dar lo necesario; 2º) recompensar; 3º) castigar; nos damos cuenta de ello y también de que la Misericordia supera la Justicia no solo en los primeros dos actos, sino incluso en el acto de castigar. Veamos estos tres actos en particular.

1º) Dar a las creaturas lo que les es necesario para alcanzar su fin es el primer acto de la Justicia de Dios. Ahora bien, la Misericordia da más de lo estrictamente necesario. Dios habría podido no crear el mundo, nada le obligaba a crear; además, podría habernos dejado en un orden puramente natural y en cambio quiso darnos el orden sobrenatural. Se ve, por tanto, muy bien que la Misericordia supera y aumenta la Justicia: Dios da más de lo estrictamente necesario o lo debido. Dios nos da infinitamente más de aquello a lo que tendríamos estrictamente derecho (la existencia, la gracia santificante, la Redención, la Encarnación…). Si cada uno de nosotros considera su vida ve inevitablemente que es la historia de una larga cadena de gracias gratuitas o misericordias que nos han sido dadas por el Señor. En todo ello la Justicia no pierde nada de sus derechos a dar lo que es debido, a premiar o a castigar. En efecto, la Misericordia no la contrasta, no la restringe, lo la destruye, sino que, triunfando, la supera y perfecciona, da más y no quita nada a la Justicia.

2º) Recompensar a cada uno según sus méritos es el segundo acto de la Justicia de Dios. Pues bien, la Misericordia da más de lo que hemos merecido. En nuestra vida cuántas gracias gratuitas, por encima de todo mérito nuestro, más aún, sumamente inmerecidas, nos ha dado el Señor por su pura y exquisita Bondad y Misericordia; piénsese en el pecado mortal del cual solo la Omnipotencia misericordiosa de Dios puede levantarnos. Cada vez que confesándonos recibimos la gracia santificante perdida lo debemos a un acto de pura Misericordia divina y no a nuestros esfuerzos naturales.

3º) Castigar a cada uno según sus deméritos es el tercer acto de la Justicia de Dios. También aquí, en el reino mismo de la Justicia, vence la Misericordia. Santo Tomás enseña: “Dar o castigar más allá de la pena sería injusto; si al dar la pena debida a la culpa, el misericordioso Amor divino quiere superar lo estrictamente debido o la estricta Justicia, lo puede hacer absolviendo la pena y perdonando. En efecto, ‘per/donar’ significa dar o donar más allá de lo que se debería; por tanto, absolver el pecado significa hacer un don gratuito y esta es la obra de la Misericordia” (S. Th., I, q. 21, a. 3, ad 2). El derecho a perdonar (Misericordia) no es contrario al derecho a castigar (Justicia), no lo restringe, no le es contrario, sino que lo supera y aumenta. Por ejemplo, el Soberano o el Jefe de Estado tiene el derecho no solo a castigar a los reos, sino también de indultarlos. En efecto, quien legítimamente inflige la pena puede también absolverla. El derecho a perdonar y a hacer Misericordia es una de las prerrogativas más nobles del Juez supremo, en el cual se manifiesta más su gloria y su bondad (S. Th., III, q. 46, a. 2, ad 3).

Para poner un ejemplo, el Buen Ladrón (San Dimas) se reconoció justamente condenado a muerte por sus crímenes. No podía encontrar gracia ante los Romanos que lo habían condenado, pero pudo hacer un último recurso, no estando fijado en el mal, por tanto apeló a la Misericordia divina, le pidió perdón, murió en gracia de Dios y Jesús le dijo: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.

Muchas veces Dios concede a los pecadores innumerables gracias que les conducen a arrepentirse.

El pecado de Lucifer y el error modernista sobre la gracia debida a la naturaleza

Santo Tomás, hablando del pecado de Lucifer (S. Th., I, q. 63, a. 3), enseña que fue un pecado de Naturalismo y de orgullo. En efecto: “El Ángel se volvió malo, ya que deseó ser semejante a Dios, o sea, bastarse a sí mismo (A se / Aseitas) y no depender de ningún otro (ab alio / abalietas), ya que quiso como fin último suyo y bienaventuranza suya solo lo que podía alcanzar en Virtud de sus fuerzas preternaturales angélicas, rechazando la bienaventuranza sobrenatural, que viene solo del don y de la gracia de Dios”.

Henri de Lubac (Le surnaturel, Paris, Aubier, 1946) y los demás cabecillas de la “Nueva Teología” o Neomodernismo condenados por Pío XII en la Encíclica Humani generis (12 de agosto de 1950), retomando el antiguo error del Modernismo clásico condenado por San Pío X en la Encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907), consideraban que la gracia es debida en estricta justicia a la naturaleza humana. Según ellos, por el solo hecho de existir, el hombre tenía derecho a recibir la gracia; por tanto, Dios debía darla al hombre según Justicia y no por pura Misericordia. Como se ve, los modernistas, análogamente a Lucifer, rechazan la doctrina católica sobre la gratuidad del orden sobrenatural como don gratuito de la Misericordia divina, pero este es el mismo orgullo del espíritu que empujó a Lucifer, el cual se negó a dejarse elevar al orden sobrenatural por Dios, mediante la gracias santificante, que le habría dado una participación finita pero real en la misma Naturaleza de Dios. El Ángel rebelde quiso permanecer en su orden preternatural (superior al puramente natural del hombre, pero inferior al sobrenatural que es solo de Dios) de manera que debiera dárse las gracias solo a sí mismo y no a otros, ni siquiera a Dios. En resumen, el Ángel decaído aspiraba a la Aseidad, o sea, a aquel atributo que corresponde solo a Dios, ya que consiste en no recibir el ser de otro (Ab alio), sino en ser su mismo ser por su propia esencia (“Ego sum qui sum”, Ex., III, 5). Ser ab alio caracteriza a toda creatura, incluso al Ángel, que fue creado por Dios y recibe el ser de Dios, pero desgraciadamente algunos Ángeles rebeldes, capitaneados por Lucifer, no quisieron aceptar el don de Dios para no deber depender de Él en cuanto al orden sobrenatural de la gracia santificante y quisieron permanecer solo en el nivel preternatural, gritando: “Non serviam! / ¡No obedeceré!”. La independencia absoluta es el vicio que caracteriza al Liberalismo, al Naturalismo, al Racionalismo y al Modernismo. Léase el hermoso artículo del Dictionnaire Apologetique de la Foi Catholique, voz “Immanence”, col. 585 ss. y el también hermoso del padre Cornelio Fabro en la Enciclopedia Cattolica, vol. VI, coll. 1667 ss., voz “Immanentismo”, que demuestran irrefutablemente cómo el inmanentismo modernista coincide con el deseo de independencia absoluta de Lucifer.

Reginaldo

(Traducido por Marianus el eremita)


SÍ SÍ NO NO

http://www.sisinono.org/
Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)
 
«La lealtad al Papa nos obliga ser claros sobre la fe»
Por
Corrispondenza Romana
-
30/09/2019





Ninguna persona honesta puede negar la confusión doctrinal casi general que reina en la vida de la Iglesia en nuestros días. Esto se debe particularmente a las ambigüedades con respecto a la indisolubilidad del matrimonio, que se relativiza mediante la práctica de la admisión de personas que conviven en uniones irregulares a la Sagrada Comunión, debido a la creciente aprobación de los actos homosexuales, que son intrínsecamente contrarios a la naturaleza y contrarios a la voluntad revelada de Dios, debido a errores con respecto a la singularidad de Nuestro Señor Jesucristo y Su obra redentora, que se relativiza a través de afirmaciones erróneas sobre la diversidad de las religiones, y especialmente debido al reconocimiento de diversas formas de paganismo y su practicas rituales a través del Instrumentum Laboris para la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica.

Ante esta realidad, nuestra conciencia no nos permite callar. Nosotros, como hermanos en el Colegio de los Obispos, hablamos con respeto y amor, para que el Santo Padre rechace inequívocamente los evidentes errores doctrinales del Instrumentum Laboris para la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica y no consienta a la abolición práctica del celibato sacerdotal en la Iglesia latina a través de la aprobación de la ordenación de los llamados «viri probati«.

Con nuestra intervención, nosotros, como pastores del rebaño, expresamos nuestro gran amor por las almas, por la persona del mismo Papa Francisco y por el don divino del oficio Petrino. Si no hiciéramos esto, cometeríamos un gran pecado de omisión y de egoísmo. Porque si estuviéramos en silencio, tendríamos una vida más tranquila, y tal vez incluso recibiríamos honores y reconocimientos. Sin embargo, si estuviéramos en silencio, violaríamos nuestra conciencia. En este contexto, pensamos en las conocidas palabras del futuro santo Cardenal John Henry Newman (que será canonizado el 13 de octubre de 2019): «Brindaré al Papa – si asì Usted lo desea – , primero a la Conciencia y al Papa después «. (Carta dirigida al duque de Norfolk en ocasión del reciente reproche del Sr. Gladstone). Pensamos en estas palabras memorables y pertinentes de Melchior Cano, uno de los obispos más sabios durante el Concilio de Trento: «Pedro no necesita nuestra adulación. Aquellos que defienden ciega e indiscriminadamente cada decisión del Sumo Pontífice son los que menoscaban la autoridad de la Santa Sede: destruyen, en lugar de fortalecer sus cimientos”.

En los últimos tiempos, se ha creado una atmósfera de infalibilización casi total de las declaraciones del Romano Pontífice, es decir, de cada palabra del Papa, de cada pronunciamiento y de los documentos meramente pastorales de la Santa Sede. En la práctica, ya no se observa la regla tradicional de distinguir los diferentes niveles de los pronunciamientos del Papa y de sus oficios con sus notas teológicas y con la correspondiente obligación de adhesión de los fieles.

A pesar del hecho de que el diálogo y los debates teológicos fueron alentados y promovidos en la vida de la Iglesia durante las últimas décadas después del Concilio Vaticano II, en nuestros días, parece que ya no hay posibilidad de un debate intelectual y teológico honesto y de la expresión de dudas sobre afirmaciones y prácticas que ofuscan y perjudican gravemente la integridad del Depósito de la Fe y de la Tradición Apostólica. Tal situación lleva al desprecio por la razón y, por lo tanto, por la verdad.

Quienes critican nuestras expresiones de preocupación emplean sustancialmente solo argumentos sentimentales o argumentos del poder. Aparentemente no quieren entablar una discusión teológica seria sobre el tema. A este respecto, parece que a menudo la razón simplemente es ignorada y se suprime el razonamiento.

Una expresión sincera y respetuosa de preocupación con respecto a asuntos de gran importancia teológica y pastoral en la vida de la Iglesia de hoy, dirigida también al Sumo Pontífice, es inmediatamente silenciada y arrojada a la luz negativa con reproches difamatorios de «sembrar dudas», de ser «contra el Papa», o incluso de ser «cismático».

La Palabra de Dios nos enseña, a través de los Apóstoles, a ser certeros, firmes e inquabrantables con respecto a las verdades universales e inmutables de nuestra fe y a mantener y proteger la fe ante los errores, como San Pedro, el primer Papa, escribió: «Estad en guardia para que no os arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga vuestra firmeza» (2 Pd. 3, 17). San Pablo también escribió: “Ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo” (Ef. 4, 14-15).

Hay que tener en cuenta el hecho de que el apóstol Pablo reprochó públicamente al primer papa en Antioquía en una cuestión de menor gravedad, en comparación con los errores que en nuestros días se extienden en la vida de la Iglesia. San Pablo advirtió públicamente al primer Papa debido a su comportamiento hipócrita y al consiguiente peligro de cuestionar la verdad que dice que las prescripciones de la ley mosaica ya no son vinculantes para los cristianos. ¿Cómo reaccionaría hoy el apóstol Pablo si leyera la oración del documento de Abu Dhabi que dice que Dios quiere en su sabiduría igualmente la diversidad de sexos, naciones y religiones (entre las cuales hay religiones que practican la idolatría y blasfeman a Jesucristo)!? Tal afirmación produce, de hecho, una relativización de la unicidad de Jesucristo y de su obra redentora! ¿Qué dirían San Pablo, San Atanasio y las otras grandes figuras del cristianismo al leer una frase así y los errores expresados en el Instrumentum Laboris para la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica? Es imposible pensar que estas figuras permanecerían en silencio, o se dejarían intimidar con reproches y acusaciones de hablar «contra el Papa».

Cuando el papa Honorio I en el siglo VII mostró una actitud ambigua y peligrosa con respecto a la propagación de la herejía del monotelitismo, que negaba que Cristo tuviera una voluntad humana, San Sofronio, patriarca de Jerusalén, envió un obispo de Palestina a Roma, pidiéndole hablar, rezar y no guardar silencio hasta que el Papa condenase la herejía. Si San Sofronio viviera hoy, ciertamente sería acusado de hablar «en contra del Papa».

La afirmación sobre la diversidad de religiones en el documento de Abu Dhabi y especialmente los errores en el Instrumentum Laboris para la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica contribuyen a una traición de la incomparable singularidad de la Persona de Jesucristo y de la integridad de la fe católica. Y esto ocurre ante los ojos de toda la Iglesia y del mundo. Una situación similar existió en el siglo IV, cuando con el silencio de casi todo el episcopado, la consustancialidad del Hijo de Dios fue traicionada en favor de afirmaciones doctrinales ambiguas del semi-arrianismo, una traición en la que incluso el Papa Liberio participó por un corto período de tiempo. San Atanasio nunca se cansó de denunciar públicamente tal ambigüedad. El papa Liberio lo excomulgó en el año 357 «pro bono pacis«, es decir, “por el bien de la paz», para tener paz con el emperador Constancio y los obispos semi-arrianos del Este. San Hilario de Poitiers informó este hecho y reprendió al Papa Liberio por su actitud ambigua. Es significativo que el Papa Liberio, a diferencia de todos sus predecesores, fue el primer papa cuyo nombre no se incluyó en el Martirologio Romano.

Nuestra declaración pública corresponde con las siguientes palabras de Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco: “Una condición general de base es esta: hablar claro. Que nadie diga: «Esto no se puede decir; pensará de mí así o así…». Se necesita decir todo lo que se siente con parresía. Después del último Consistorio (febrero de 2014), en el que se habló de la familia, un cardenal me escribió diciendo: lástima que algunos cardenales no tuvieron la valentía de decir algunas cosas por respeto al Papa, considerando quizás que el Papa pensara algo diverso. Esto no está bien, esto no es sinodalidad, porque es necesario decir todo lo que en el Señor se siente el deber de decir: sin respeto humano, sin timidez» (Saludo a los padres sinodales durante la Primera Congregación General de Tercera Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 6 de octubre de 2014).

Afirmamos en presencia de Dios quién nos juzgará: somos verdaderos amigos del Papa Francisco. Tenemos una estima sobrenatural de su persona y del supremo oficio pastoral del Sucesor de Pedro. Oramos mucho por el Papa Francisco y alentamos a los fieles a hacer lo mismo. Con la gracia de Dios, estamos listos para dar nuestras vidas por la verdad de la fe católica sobre la primacía de San Pedro y sus sucesores, si los perseguidores de la Iglesia nos pidieran que negáramos esta verdad. Vemos los grandes ejemplos de fidelidad a la verdad católica de la primacía Petrina, como San Juan Fisher, obispo y cardenal de la Iglesia, y Santo Tomás Moro, un laico, y muchos otros santos y confesores, y nosotros invocamos su intercesión.

Cuanto más fieles laicos, sacerdotes y obispos se aferran y defienden la integridad del depósito de la fe, más, de hecho, apoyan al Papa en su ministerio Petrino. Porque el Papa es el primero en la Iglesia a quien se aplica esta advertencia de la Sagrada Escritura: “Mantén la forma de las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el buen depósito que se te ha confiado con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (2 Tim. 1, 13-14).



24 de septiembre de 2019.
Fiesta de Nuestra Señora de la Merced

Raymond Leo Cardenal Burke
Obispo Athanasius Schneider



La Nuova Bussola Quotidiana – 24 de septiembre 2019

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