El Rey dedica su cumpleaños a rendir un gran homenaje a Miguel de Cervantes

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Palabras de Su Majestad el Rey en el acto de clausura de la conmemoración del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes
Palacio Real de Madrid, 30.01.2017

Recién terminado el año 2016, sentimos hoy la Reina y yo una satisfacción muy especial al reunirnos aquí, en el Palacio Real, con todos vosotros que, desde diferentes instancias públicas y privadas, representáis al mundo de la cultura y las artes de España.

Y lo hacemos para celebrar lo que consideramos como acto de clausura de este especial ‘año cervantino’, del conjunto de actividades e iniciativas con las que por toda España –y fuera de nuestro país−, hemos conmemorado todos el 400 Aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes. Aunque, en honor a la verdad, muchas de ellas seguirán haciéndolo todavía durante unos meses.

Pues bien, además de agradecer vuestra presencia y compañía para compartir este acto, me gustaría comenzar mis palabras resaltando una paradoja lingüística en la propia denominación del acto. Incluso una doble paradoja.

Porque, en primer lugar, considero que lo que de verdad celebramos —en la acepción más feliz de la palabra ‘celebración’— no es el fallecimiento sino precisamente, como ha señalado Concha Velasco, todo lo contrario: es la vida de Miguel de Cervantes. Y no me refiero solo a sus años de vida y, con ellos, a la inconmensurable capacidad fabuladora y creativa que desplegó durante la misma, que también. Me refiero a su ‘vida’ en el presente, en nuestros días. Porque si algo ha demostrado este año de conmemoración es, como subraya el lema de este acto, que Cervantes vive. Y vive más que nunca.

Vive su obra. Los más de quinientos actos que se han realizado a lo largo de este año han puesto de manifiesto, sobre todo, el interés –yo diría que hasta la pasión– que despierta aún en los lectores las andanzas no ya solo del Quijote y Sancho, sino también, por supuesto, de Rinconete y Cortadillo, de La Galatea, de Persiles y Sigismunda o de tantos otros de sus personajes.

Sigue viva también su influencia. Porque esa obra continúa inspirando no solo a aquellos escritores que son herederos de su pluma, sino a todas las artes creativas. A lo largo de este año y de ese más de medio millar de actos, hemos visto vivir a Cervantes —su obra y su visión del mundo— en los libros, pero también en la danza, en la pintura, en la música, en el diseño gráfico, en la escultura… hasta en mundos creativos que a él le serían muy ajenos, como el del cómic o los videojuegos.

Y siguen vivos sus valores, tan necesarios, inspiradores y vertebradores del ser humano y de la sociedad en que vivimos hoy como ayer. Su ideal de la justicia, de la tolerancia, de la libertad, de la belleza, de la solidaridad, del amor o de la amistad siguen tan vivos, siguen siendo tan válidos y necesarios en nuestro mundo actual como lo fueron en los tiempos en que él los plasmaba en las páginas de sus obras y les daba vida a través de sus personajes.

La sociedad en que vivimos, la que queremos construir para quienes vengan después de nosotros, no puede renunciar y debe aspirar, por encima de todo, a ser, en ese sentido, una ‘sociedad cervantina’ en sus valores inspiradores, especialmente en los de libertad y diálogo; también en los de nobleza y generosidad de espíritu, para continuar la permanente e inacabada tarea de construir una sociedad mejor.

Por ello, como decía al comienzo de mis palabras, hay una paradoja en la idea de que a lo largo de este último año hemos celebrado un fallecimiento lleno de vida. Cuando hablamos de ‘clausura’ queremos en realidad hablar de ‘comienzo’. Porque este año de Cervantes, como bien se ha dicho en el día de hoy, no debería clausurarse sino tomarse como el comienzo de un camino, de un siglo cervantino, con el compromiso de todos por vivir con esa perfecta mezcla de ensoñación, realismo, pragmatismo y utopía que destilan las páginas escritas por Cervantes.

A esa vida de la persona y la obra de Cervantes que hemos celebrado a lo largo de este año han aportado todos, sin limitaciones institucionales, políticas o territoriales. Todas las Administraciones se han volcado uniendo medios e ilusión. Han contribuido también las Academias, las asociaciones cervantinas, los centros educativos, las instituciones culturales y un sinfín de personas que han multiplicado hasta lo incontable ese programa nutrido y rico de iniciativas oficiales, auspiciadas e impulsadas por la Comisión Nacional del IV Centenario. ¡Inmensas gracias a todos!

Todos juntos habéis dado más vida aún de la que ya tiene, a Cervantes y su obra. Todos habéis hecho que nos sintamos y nos alegremos de ser, de una u otra manera, hijos de Cervantes. Porque el universo cervantino forma parte de cada uno de nosotros.

Las naciones y las sociedades forjan su identidad en gran medida a partir de la suma de las vidas y los hechos de hombres y mujeres concretos. Los pensadores, los líderes, los creadores contribuyen a dar forma de manera individual a la identidad colectiva de una nación. Y, en ese sentido, es indudable que Cervantes ha contribuido de manera decisiva a forjar nuestra identidad como españoles.

Cervantes ha definido, como nadie, la esencia de lo que significa ser español. Con sus luces y sus sombras. Esa identidad compartida de lo que significa ser español −desde la gallardía al ingenio, desde la hidalguía a la ingenuidad, desde el sentido del humor a un cierto fatalismo, desde lo pícaro a lo noble, desde el sentimentalismo a la capacidad de afrontar y superar los más complejos retos− surge y se perfila en la obra de quien es el primero de los escritores españoles.

Un maestro que, con otros grandes creadores de nuestra literatura, elevó a arte un idioma del que ha surgido, superando fronteras, uno de los acervos literarios más ricos del mundo. Un genio en cuanto a saber retratar quiénes somos como pueblo, con nuestras fortalezas y debilidades, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras gestas y nuestras contradicciones, pero, en todo caso, con una identidad plural y enriquecedora que, de una u otra manera, lleva cada español en su interior, compartiendo una misma personalidad dentro de la diversidad que caracteriza y enriquece a España.

Andariego como su creador, don Quijote recorrió muchos caminos de España —tierras castellanas, manchegas, andaluzas, aragonesas, catalanas— vertebrando su historia con dos ideas-madre: la libertad y el diálogo de las lenguas. Toda una gran enseñanza.

Cervantes es, en suma, un autor que nos marcó un camino moral y vital que no termina en una estéril batalla contra molinos de viento, sino en la confianza de una historia compartida de fructífera convivencia permanentemente proyectada hacia el futuro.

Todos formamos parte de ese camino y compartimos esa confianza: los españoles y nuestros hermanos de los demás países hispanohablantes, con quienes, desde el orgullo de nuestro patrimonio cultural y lingüístico común, hemos participado en esta celebración. Y también comparten con nosotros el patrimonio cervantino quienes, en todo el mundo, se identifican con el legado y el mensaje universal que nos dejó el gran Miguel de Cervantes.

Termino ya mis palabras con un agradecimiento especial de la Reina y mío −y de todos− a los creadores, actores y músicos que, desinteresadamente, con ilusión y –sobra decir que− con gran maestría, habéis dado vida a un acto como el de hoy, tan emocionante como inspirador.

Y extiendo nuestra gratitud y enhorabuena a todos los que, desde el mayor al menor de los cientos de actos que han tenido lugar a lo largo del año, habéis hecho posible esta celebración. Porque de una celebración se ha tratado, de una gran fiesta del ingenio y la belleza, a la que con de manera firme y convencida se ha sumado la Corona.

Mi enhorabuena y mi agradecimiento porque recordar a Cervantes es recordar quiénes somos, de dónde venimos y cómo debemos esforzarnos día a día para hacer del mundo en que vivimos un lugar, en el mejor sentido de la palabra, más ‘cervantino’, en el que se conjuguen siempre el diálogo y la libertad.

Muchas gracias.





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