El mejor restaurante del mundo

Diez zonas de baño naturales a menos de dos horas de Madrid
Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza



Jesús Casañas @KetchupCasanas
25·07·2019
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    O diez lugares en los que huir del calor del asfalto
    Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza. A menos de dos horas de Madrid capital, con lo que sería posible hasta ir y volver en el día. Todas son gratuitas (salvo que indiquemos lo contrario). Si no queremos aglomeraciones o agobios a la hora de entrar, convendrá madrugar o ir entre semana.
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Diez zonas de baño naturales a menos de dos horas de Madrid



Diez zonas de baño naturales a menos de dos horas de Madrid
Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza
Jesús Casañas @KetchupCasanas
25·07·2019
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    O diez lugares en los que huir del calor del asfalto
    Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza. A menos de dos horas de Madrid capital, con lo que sería posible hasta ir y volver en el día. Todas son gratuitas (salvo que indiquemos lo contrario). Si no queremos aglomeraciones o agobios a la hora de entrar, convendrá madrugar o ir entre semana.
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    Pantano de San Juan (San Martín de Valdeiglesias y Pelayos de la Presa, en Madrid) - 1 hora y 7 minutos
    Un clásico de Madrid. Lo primero que veremos al llegar por la carretera de los pantanos (M-501) es La ardilla roja, el camping que inmortalizó Julio Médem en su película homónima.


    La playa de Virgen de la Nueva consiguió en 2018 ser la primera ‘playa’ de la Comunidad de Madrid en ser reconocida con bandera azul, renovando en 2019. Y, aunque no sea deseable, en las épocas de sequía asoma a la superficie la torre de la ermita Virgen de la Nueva, abnegada por las aguas del Alberche.



    Son numerosas las personas que cruzan el pantano en lancha o moto acuática. Hay varios chiringuitos a lo largo de sus diversas zonas de baño, que estarán menos masificadas conforme nos alejemos de la presa. También es muy recomendable subir hasta el Mirador del Conde de Miranda para ver la panorámica del enclave.

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    Las Presillas (Rascafría, en Madrid) - 1 hora y 28 minutos
    Esta zona de baño (km. 28,6 de la M-604) debe su nombre a las diversas presas que van reteniendo las frescas aguas del río Lozoya de forma escalonada, dando lugar a tres piscinas naturales consecutivas (la última, con una pequeña isla en el medio). Las cascadas que se crean en el trasvase de una a otra se usan como masaje acuático por los menos frioleros.



    Amplias praderas de césped donde dejar la toalla, chiringuito, kiosco, merenderos y aseos. La entrada es gratuita, pero estacionar el coche en el parking vale 5 euros. Aquí comienza además la ruta hacia las Cascadas del Purgatorio, aunque si queremos hacerla en verano tendrá que ser a primera hora del día o a última de la tarde para evitar el calor.
https://www.traveler.es/naturaleza/...s-para-banarse-cerca-madrid/2364/image/125853


 
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Ayuntamiento de Cercedilla



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11 FOTOS NATURALEZA
Diez zonas de baño naturales a menos de dos horas de Madrid
Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza

Jesús Casañas @KetchupCasanas
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    O diez lugares en los que huir del calor del asfalto
    Piscinas naturales, ríos, pozas y pantanos donde refrescarnos en plena naturaleza. A menos de dos horas de Madrid capital, con lo que sería posible hasta ir y volver en el día. Todas son gratuitas (salvo que indiquemos lo contrario). Si no queremos aglomeraciones o agobios a la hora de entrar, convendrá madrugar o ir entre semana.

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    Pantano de San Juan (San Martín de Valdeiglesias y Pelayos de la Presa, en Madrid) - 1 hora y 7 minutos
    Un clásico de Madrid. Lo primero que veremos al llegar por la carretera de los pantanos (M-501) es La ardilla roja, el camping que inmortalizó Julio Médem en su película homónima.


    La playa de Virgen de la Nueva consiguió en 2018 ser la primera ‘playa’ de la Comunidad de Madrid en ser reconocida con bandera azul, renovando en 2019. Y, aunque no sea deseable, en las épocas de sequía asoma a la superficie la torre de la ermita Virgen de la Nueva, abnegada por las aguas del Alberche.



    Son numerosas las personas que cruzan el pantano en lancha o moto acuática. Hay varios chiringuitos a lo largo de sus diversas zonas de baño, que estarán
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    Ayuntamiento de Cercedilla
    Las Berceas (Cercedilla, en Madrid) - 1 hora y 6 minutos
    Dos piscinas conectadas en mitad de la Sierra de Guadarrama, rodeadas de pinos silvestres. El complejo está enclavado en el Valle de la Fuenfría. Sus 30 hectáreas de extensión cuentan con merenderos, vestuarios, duchas, aseos, bar y enfermería, además de una amplia zona de césped en cuesta donde tomar el sol.Podemos meter comida y bebida, pero no animales.



    La entrada general cuesta 6 euros (7 euros fines de semana). Los más pequeños pueden disfrutar de un parque multiaventuras en una zona anexa (Aventuras Amazonia). El parking se suele masificar, así que el ayuntamiento de Cercedilla ofrece autobuses gratuitos desde su casco urbano los fines de semana y festivos.

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    Comunidad de Madrid
    Playa de Estremera (Estremera, en Madrid) - 56 minutos
    En las afueras de Estremera, el pueblo más oriental de la Comunidad de Madrid, encontramos esta área recreativa a orillas del río Tajo. Cuenta con quiosco, merenderos y columpios para niños. También ofrece la posibilidad de hacer rutas en kayak. Se pueden llevar perros, siempre que no vayan sueltos.



    Para llegar: Autovía del Este (A-3, la carretera de Valencia) hasta llegar a Fuentidueña de Tajo, donde nos tendremos que desviar por la M-240 dirección Estremera. Al coger la M-241 hacia la izquierda, pronto tendremos que salirnos a la derecha por el camino que indica el cartel de “quiosco-playita”.
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    Getty Images
    Embalse del Burguillo (El Tiemblo / El Barraco, en Ávila) - 1 hora y 44 minutos
    Lo más parecido a una playa que encontraremos en Ávila. Y como tal, carece de zonas de sombra, así que es imprescindible llevar sombrillas o cualquier otro invento para no achicharrarnos bajo el sol justiciero.



    Para llegar basta con ir por la carretera de los pantanos (M-501) y desviarnos hacia El Tiemblo al llegar a San Martín de Valdeiglesiaspor la N-403. Nos toparemos con la inmensidad de sus aguas entre este pueblo y el siguiente, El Barraco. Junto a la carretera tenemos un chiringuito con terraza a modo de mirador donde comer y/o tomar algo con la panorámica del embalse.

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    Restaurante piscinas naturales Arenas de San Pedro
    Piscina natural de Arenas de San Pedro (Arenas de San Pedro, en Ávila) - 1 hora y 51 minutos
    Atravesando Arenas de San Pedro dirección El Hornillo (AV-P-711) pronto veremos a la derecha de la carretera el parking de sus piscinas naturales. El agua del río del Arenal está aquí represada con todas las comodidades de una piscina normal: escaleras para acceder al agua (bastante fría), rampa para personas con movilidad reducida, praderas de césped donde plantar la toalla y restaurante. Abre del 1 de mayo al 10 de septiembre y su restaurante ofrece paellas, tapas y raciones. Ideal para ir en familia.
https://www.traveler.es/naturaleza/...s-para-banarse-cerca-madrid/2364/image/125871
 
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"Presa de Piedralaves II" by fotoposible is licensed under CC BY-NC-ND 2.0 (Flickr)

  • Charca de la Nieta (Piedralaves, en Ávila) - 1 hora y 31 minutos
    Piscina natural de aguas gélidas donde se represa la Garganta del Nuño Cojo. Siguiendo por la carretera de los pantanos (M-501) nos metemos a la derecha al llegar al pueblo de Piedralaves y seguimos las indicaciones (está a unos cinco minutos). Enseguida veremos sitio para aparcar junto a la carretera.



    A una orilla, unas gradas donde dejar la toalla para secarnos o tomar el sol, además de una enorme roca desde la que la gente suele saltar al agua. A la otra, un chiringuito con bocatas y raciones donde comer o echar unos botellines.

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    Boca del asno (Valsaín, en Segovia) - 1 hora y 25 minutos
    En la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama encontraremos esta área recreativa en torno al río Eresma. Está en mitad de los Montes de Valsaín, declarados Reserva de la Biosfera en 2013, y se accede desde el Puerto de Navacerrada.



    Tiene merenderos, chiringuitos y hasta un centro de interpretación. Se pueden llevar perros, siempre que vayan atados. El agua discurre entre dos paredes de piedra, así que el sol deja de darle a una hora temprana. Punto de partida también para rutas de senderismo y a caballo.
    https://www.traveler.es/naturaleza/...s-para-banarse-cerca-madrid/2364/image/125852
 
Un road trip por la costa de Gales
El ADN de Gales logra desentenderse del peso de Inglaterra gracias a su magnética cultura

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La península de Pembrokeshire y sus playas, como la de Freshwater West


Croeso i Cymru!, ponía en el cartel. Las palabras no me resultaban familiares, pero descifré su significado con facilidad. Acababa de dejar Inglaterra cruzando el nuevo y elegante puente sobre el río Severn y ese cartel era mi bienvenida a otro país.

Nacido y criado en Briton, el cosquilleo de emoción que causan los viajes es una sensación que suelo experimentar en largas aventuras a tierras exóticas, fuera de los confines provincianos de mi Reino Unido.


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Furgoneta Volkswagen de ruta por el norte de Gales© Visit Britain

Aun así, no había lugar a dudas, estaba en un sitio diferente. Los nombres de las señales de la carretera eran testigo de ello: el pueblo que en inglés llamamos Monmouth era Trefynwy en galés. Bridgen era Pen-y-Bont, y Swansea, Abertawe. En un jardín ondeaba la bandera galesa, mitad verde, mitad blanca, con un flamante dragón de color rojo, símbolo heráldico del país al que acababa de llegar.

Antes de cruzar el puente Severn aquel día ya había estado en Gales dos o tres veces. Lo que conocía hasta entonces del principado se podía condensar en una cadena de clichés que incluían rugby (el deporte nacional), puerros (la verdura nacional), coros masculinos, a Tom Jones y a Shirley Bassey, incluso el propio idioma galés, una lengua de raíces antiguas que aterroriza a los que no la dominan por su desconcertante aspecto y pronunción poco intuitiva –la 'dd' es un suave ‘th’ en inglés, la 'f' suena como ‘v’ y la 'll' es un chirrido de la garganta–.

Pero desde hace un tiempo Gales ha ido trepando hasta instalarse en mi consciencia. Conversaciones en fiestas. Una foto en Instagram o un vídeo online de un nuevo restaurante en una enorme y prístina playa. Llamadlo el espíritu del tiempo, o la extraña realización de que, sin motivo alguno, un lugar es, de repente, relevante e interesante.

Definitivamente, Gales, con su inexplotada costa, disfruta de una fuerte identidad, y lo ha hecho durante siglos con un compuesto de raíces celtas, un soberbio litoral, dinámicas ciudades y montañas escarpadas.

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Y llegar hasta la península de Llyn© Alamy

Mi investigación previa me descubrió los mejores y más novedosos alojamientos, y me dio el chivatazo de que la cocina galesa –que nunca ha sido especialmente querida más allá de rarezas tradicionales como su sopa cawl, el pan de algas laver, el laverbread, y la tarta especiada bara brith–, estaba evolucionando rápidamente.

Mi plan iba tomando forma. A finales de julio del año pasado me preparé para hacer un viaje por carretera que me llevaría en un lento deambular por la costa galesa. Si en el mapa Gales es la silueta de una cabeza de cerdo, yo me entretuve por las carrilleras de la costa sur, rondando el hocico en la península de Pembrokeshire para alcanzar, al final,la punta de la península de Llyn, la blandita oreja del cerdo, después de haberle tomado el pulso aCardigan Bay, extendida sobre la inclinación de la curva de su cara.

https://www.traveler.es/experiencias/articulos/gales-road-trip-costa-pembrokeshire-llyn/15273
 
En el Museo Nacional, un monstruo victoriano de Cardiff, la capital, tuve mi primera impresión de Gales como centro neurálgico de historia y conservante de tesoros culturales envuelto en leyenda y romance. La colección permanente del museo, El poder de la tierra, me fue útil como manual de las sublimes bellezas del paisaje galés y del humo, la suciedad y el ajetreo de su herencia minera.

Justo al lado, en el Ayuntamiento, di un paseo por las galerías, donde encomiables galeses fueron inmortalizados en mármoles de color crema y poses clásicas: Dafydd ap Gwilym, el bardo del siglo XIV, aferrándose a su arpa; Llewelyn Ein Llyw Olaf, el 'último príncipe' antes de que los ingleses arrasaran con la monarquía de la zona de una vez por todas; y el más heroico de los héroes locales, el medieval que luchó por la libertad, Owain Glyndŵr.

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Fachada del Walles Millennium Centre, en la bahía de Cardiff© Visit Britain

Cardiff, que antaño fue una áspera y dura ciudad portuaria construida sobre carbón y sudor, ha florecido hasta convertirse en la capital de una pequeña pero enérgica nación.

Durante mi footing matutino desde el hotel Saint David's hasta la torre blanca que se erige como un barco en las orillas de la regenerada bahía de Cardiff, paso delante del Senned, el edificio parlamentario galés de Richard Roger, así como del imponente Wales Millennium Centre, un palacio nacional de cultura en losa y acero donde me paro a leer las inscripciones grabadas en la enorme fachada del edificio. Está en dos idiomas: en galés, 'Creu gwir fel gwydr o ffwrnais awen' ('Creando la verdad como el vidrio en el horno de la inspiración') y en inglés,'In these stones horizons sing' ('En estas piedras canta el horizonte').
https://www.traveler.es/experiencias/articulos/gales-road-trip-costa-pembrokeshire-llyn/15273
 
Para mi primera comida fui al restaurante homónimo de James Sommerin, en el pequeño pueblo costero de Penarth: langosta con mantequilla, eneldo y maíz dulce, y cordero galés con coco, comino y menta. Hasta ahora, todo delicioso.

Pero estaba impaciente. En la autopista M4, dirección oeste, solo había tráfico y aburridas estaciones de servicio. En la cosmopolita Cardiff no había escuchado a casi nadie hablar galés. Y tenía ganas de descubrir los misteriosos paisajes de Gales, sus castillos en ruinas, inquietantes monumentos y villas empedradas en lo más profundo de valles frondosos.

En la península de Gower fue donde tuve el primer contacto con algo más salvaje entre las dunas silenciosas que se extienden detrás de las marismas salinas y en las carreteras angostas, tan hondas y estrechas que la vegetación arañaba el coche a mi paso.

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Langostas con mantequilla derretida, eneldo y maíz dulce© James Sommerin

Algo más tarde, en Laugharne, me topé con mi primera leyenda galesa: el poeta y dramaturgo Dylan Thomas, que llegó a este bello pueblo costero con la intención de vivir una vida sencilla alejado de la sociedad.

En su memoria me bebí una pinta de una dulce alelocal en el Brown’s Hotel, el pub donde el poeta bebió mucho y seguido, y paseé sin prisa por el camino alto al lado del estuario que lleva a The Boathouse, la cabaña donde vivió junto a su esposa Caitlin y sus tres hijos, a los que bautizó con nombres ejemplares de origen galés.

La casa, con vistas al estuario, estaba decorada en un sencillo y anticuado estilo provinciano, tan hermoso que se hace imposible no envidiar el estilo de vida de estos bohemios de los años 50. Aunque las vistas eran tan hipnotizantes que resulta imposible descifrar cómo lograban concentrarse para trabajar con eficiencia.

En un banco en el jardín, una inscripción grabada por la hija de Dylan, Aeronwy, pone: ‘Lo curioso es que me encuentro volviendo una y otra vez’.

Desde Laugharne, continué a lo largo de la costa hacia el oeste, zambuyéndome en un laberinto de carreteras con setos altos que se convertían en túneles verdes a través de bosques de fresnos y robles, con el sol moteando la carretera antes de emerger en la gentil campiña y el mar destellando por momentos sobre la cima de una colina.

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Café Mor, un chiringuito montado dentro de una furgoneta antigua que funciona gracias a paneles solares© Alamy

De las múltiples sorpresas que el oeste de Gales tenía planeadas para mí, una de las más encantadoras fue Tenby, una ciudad portuaria con calles empedradas serpenteando hasta un puerto tan bonito como una postal y con paredes de pizarra calentadas por la luz del atardecer.

Otras fueron las impresionantes playas. Pembrokeshire tiene algunas maravillosas que podrían competir con algunas de las mejores de Asturias o Galicia. Por ejemplo: Freshwater West, vasta y hermosa, con el ganado pastando detrás de las dunas de arena y un chiringuito, Café Môr, que vende bocadillos de cangrejo fresco y limonada en un barco abandonado en la playa.
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Obviamente, también fue de gran ayuda que en julio de 2018 el Reino Unido estuviese experimentando lo que los británicos clasificaron como una ola de calor. Aunque una playa como Mwnt, con su pequeña capilla en el cabo, hubiese sido encantadora en cualquier clima. Y la playa de Barafundle –recientemente votada como una de las más instagrameables del mundo–, que podría confundirse con una cala menorquina gracias a su mar de color azul acristalado y una arena blanca y cremosa, demasiado caliente para ser pisada.

Aquí, en el morro del cerdo, empecé a sentir la emoción de la magia galesa. Al lado de la catedral normanda de St. David’s, en una pequeña villa que se hace pasar por ciudad, unas vacas pastaban alrededor de la iglesia. Caminé por praderas verdes al lado de las ruinas románticas de Bishop’s Palace mientras las campanas del domingo por la mañana resonaban por el valle. Las alondras jugaban y piaban en el aire.

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Playa de Barafundle© Alamy

Preparé un pícnic (queso teifi, bara brith y una cerveza) y me dirigí a la costa de Cwm Gwaun, un profundo y dramático valle donde los pequeños caminos se desvían entre aldeas cerradas y pequeñas iglesias grises.

Encima de Cwm Gwaun se erigen las montañas Preseli, amplias y desnudas, lugar donde las piedras azuladas de Stonehenge se excavaron hace cuatro mil años. La cruz celta en el patio de la iglesia de Nevern estaba aquí antes que la iglesia normanda de al lado y que las lápidas grabadas en galés. ¡Incluso antes que el milenario tejo que le daba sombra!
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Continuara...
 
Me había llevado tres días dejar atrás por completo la omnipresente influencia de Inglaterra, pero fue por esta zona donde, finalmente, sentí la emoción de estar en un lugar genuinamente extranjero.

En los distritos alrededor de Cardigan –zona de agricultura y de granjeros–, Gales se respiraba en el aire de las calles, en los pubs. Incluso logré entender algo de lo que decían los carteles de la carretera, el nombre de los lugares y parte de las conversaciones en tiendas y tea rooms: araf es 'despacio', cwm signi ca, 'valle', bore da es 'buen día' y diolch, 'muchas gracias'; cranc es 'cangrejo', mientras que pont es 'puente', una interfaz con el catalán que necesitaré que un lingüista me explique un día.

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Castillo de Harlech© Alamy

Igellau, las montañas de Cadair, se erigían de repente entre los riscos sin árboles de color morado, verde y dorado. El norte de Gales es una pequeña jungla con colinas cuya modesta estatura –el pico más alto del país, el Monte Snowdown, apenas alcanza los mil metros– no deja ver su amenazante poder.

El castillo de Harlech, construido por el rey inglés Eduardo I en 1283 y capturado por el rebelde galo Owain Glyndŵr, tiene la solidez y majestuosidad que debe tener un castillo medieval, firmemente instalado en el risco por encima del estuario de Dwyryd.

Lo que aprendí y adoré de Gales es la curiosa forma en la que une, en un reducido espacio geográfico, íntimo y muy pequeño, una grandiosidad que puede llegar a ser intimidante.

Aquí arriba, en las montañas del norte, encontré mucho de ambas cosas. Por un lado, estaba la excentricidad de Portmeirion, un pueblo cuyos colores chabacanos e intenso estilo, zigzagueando entre el gótico inglés y el barroco italiano, refleja el gusto de su creador, el terrateniente local Clough Williams-Ellis. Dicen que Portmeirion se inspiró en un pueblo pesquero, pero esta surrealista confección es puro teatro, un artificio que hay que ver para creer.

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Portmeirion y su excentricidad© Alamy

Quise terminar mis andanzas por Gales con verdadera naturaleza, y no extravagancias cultivadas.

La ola de calor se había desvanecido y tanto la tierra como la gente respiraban con alivio. Conduje por la península de Llŷn y me di con un frente de niebla y lluvia veraniega que se elevaba desde el suelo y un mar acechando de forma invisible por ambos lados de la carretera.

El bello pueblo de Abersoch, cerca del final de la península, con sus bares para hacer el brunch y adorables boutiques, era el lugar perfecto para pasar unas vacaciones en familia.


Pero preferí optar por Aberdaron, unas cuantas millas más al oeste, un cúmulo de casitas de pescadores, similares a las de los pueblos costeros escandinavos y uno de esos lugares 'del fin del mundo' celebrados en los dichos populares celtas, como Finisterre o Land’s End.

Como si lo hubiese planeado, fue aquí donde llegó a su fin mi propio viaje: en la punta de la oreja del cerdo, donde Gales mira al océano e Inglaterra parece una irrelevancia distante.

De pie en el cabo, observé en el horizonte la silueta oscura de Bardsey Island, una vez un sitio de peregrinaje sagrado y, que como cuenta la leyenda y los mitos, fue el lugar donde se enterró al rey Arturo. Fue entonces cuando recordé a Aeronwy, la hija de Dylan Thomas, devuelta a Gales por una poderosa resaca, de esas que hacen de las suyas en el mar. Y, ahora que lo pienso, yo también me veo volviendo aquí una y otra vez.

*Este artículo y la galería adjunta fue publicada en el número 128 de la Revista Condé Nast Traveler (mayo). Suscríbete a la edición impresa (11 números impresos y versión digital por 24,75 €, llamando al 902 53 55 57 o desde nuestra web) y disfruta de acceso gratuito a la versión digital de Condé Nast Traveler para iPad. El número de Condé Nast Traveler de mayo está disponible en su versión digital para disfrutarlo en tu dispositivo preferido.

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Al fondo, Bardsey Island
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