Grunenthal, el doctor Mengele y unos cuantos más
lunes, 24 de septiembre de 2012 El Mundo
Un experimento de arianización nazi: la talidomina
A medida que avanzaban las tropas aliadas, muchos científicos nazis abandonaron Alemania y acabaron en los servicios secretos enemigos o en empresas multinacionales. Otros huyeron a través de redes como Odessa e hicieron lo posible por esfumarse. Pero algunos se quedaron discretamente en casa y siguieron trabajando, ya desaparecido el Tercer Reich. Uno de ellos fue Heinrich Mückte, autor de patentes químicas en la Alemania del milagro económico de los años 50 que siguen causando víctimas hoy en día. Un muro de silencio rodea a este último crimen de los nazis.
Mückte se afilió al partido de Hitler en 1937, en la universidad. Su carrera fue vertiginosa y, tras la ocupación de Polonia, fue nombrado director del Instituto Virológico, bajo el Alto Bando del Ejército alemán en Cracovia. "Antes de la guerra, el instituto era pionero en investigación bacteriológica, pero su documentación fue confiscada, su personal sometido a un proceso de arianización y su director internado en Auschwitz. Entonces llegó Mückte, recién salido de la facultad, y se hizo con todo aquel material", relata Armin D. Steuer, uno de los pocos investigadores alemanes que ha seguido la pista de aquellos trabajos, que darían lugar a la talidomida.
Durante mucho tiempo se pensó que esta sustancia había sido sintetizada por primera vez en la República Federal de Alemania en 1953, por la empresa Chemie Grünenthal. El hecho es que fue comercializada en los años 50 bajo diferentes nombres (Softénon, Talimol, Catergan o Conterganen) en más de 40 países, como un inocuo reductor de síntomas y molestias del embarazo que acabó causando malformaciones graves a unos 20.000 niños, de los cuales casi la mitad murió durante su infancia. Durante el juicio, en 1968, la empresa fue acusada de negligencia por haber comercializado el medicamento sin pruebas previas en laboratorio. Pero investigaciones posteriores han puesto de manifiesto que Mückte sí había realizado las pruebas que exigía la investigación, aunque no con ratones, sino con seres humanos, prisioneros de campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald.
"El abogado de las víctimas, Schulte-Hillen, pasó por alto los ensayos con virus que Mückte había compartido con científicos de Buchenwald, oficialmente, para crear una vacuna contra el tifus pero en las que buscaba materia química para un superhombre, y en las que se utilizó a los prisioneros como cobayas. Declaró luego que no era posible revisar toda la documentación", denunció Steuer. Aquellos primeros ensayos fueron trasladados a los campos de Auschwitz, donde la experimentación fue organizada de forma industrial.
Auschwitz abarcaba tres campos centrales y más de 15 menores. El Amt I y el II albergaban a unos 100.000 prisioneros y estaban dotados de cuatro crematorios con cámaras de gas adjuntas en las que cabían 2.500 prisioneros por turno. Pero el Amt III no disponía de hornos ni cámaras de gas, sino que era un gigantesco laboratorio estrechamente relacionado con la industria alemana. Estaba asociado, por ejemplo, con el grupo IG Farben y se dedicaba a la investigación de nuevos combustibles líquidos, gasolina sintética y nuevas sustancias farmacéuticas, su producción estrella. Para este último cometido contaba con una población flotante de unos 1.200 prisioneros para experimentar y que eran enviados al Amt II para ser eliminados cuando quedaban inservibles.
DOCUMENTACIÓN. "Las investigaciones que la Fiscalía de Cracovia realizó inmediatamente después de la II Guerra Mundial demostraron que los patógenos usados en aquellos ensayos causaron miles de muertes, aunque el número de fetos con malformaciones estaba menos documentado, ya que los embarazos de las prisioneras rara vez prosperaban. Puede deducirse que fue en Auschwitz donde la talidomida fue sintetizada por primera vez, como parte de unos experimentos en busca de sustancias para mejorar la raza", zanja Armin Steuer.
Las autoridades polacas, sin embargo, nunca lograron juzgar a Mückte, resguardado en la Alemania occidental y que en 1945 comenzó a trabajar como director científico de Chemie Grünenthal, una mediana empresa de Stolberg, cerca de Aquisgrán. Al estallar la guerra, en 1939, estaba en manos de dos reconocidos nazis, los gemelos Hermann y Alfred Wirtz, que resultaron beneficiados con empresas expropiadas a judíos. Comenzaron produciendo jabones, luego antibióticos y pronto se lanzaron a vender sus propios productos. En 1954, como parte de un programa de búsqueda de nuevas drogas, Grünenthal patentó la talidomida. Y en 1956 estaba ya exportándola a medio mundo.
Los estudios habían demostrado su eficacia contra la lepra y la enfermedad de Crohn, además de favorecer la lucha contra una forma de cáncer de la médula ósea, el mieloma múltiple. Aunque los nazis la apreciaban especialmente por sus efectos sobre el sistema inmune, con los que esperaban dotar a la raza superior de unas defensas infalibles. Pero los experimentos también habían demostrado sus efectos de malformación de los fetos, por lo que resulta inexplicable que fuera comercializada en los años 50 precisamente como producto indicado para embarazadas.
"Estados Unidos y Suiza no permitieron la venta, pero Alemania sí y todavía hoy una compleja red de leyes locales protege a los responsables", denuncia Monika Eisenberg, una superviviente de la talidomida que sufrió las tácticas intimidatorias de la empresa. "Cuando tenía 15 años, mi madre se negó a firmar la indemnización que ofrecía Grünenthal a cambio de silencio. Vinieron dos hombres a casa y le dijeron: "Tiene usted una bonita casa y unos hijos encantadores, pero es viuda y, sin un marido que la defienda, ¿quién garantiza que no les pase nada malo?".
Monika está convencida de que la empresa llegó a ese tipo de acuerdos con muchas víctimas y también con las autoridades alemanas para echar tierra sobre el asunto, mientras investigadores independientes desde varios países han seguido aportando pruebas. Un memorándum del 13 de noviembre de 1944 atestigua que Fritz Meer, ejecutivo de IG Farben, comunicó a Karl Brandt, médico de Hitler, que la droga en la que estaban trabajando estaba ya lista y es posible que se tratase de la talidomida.
Mückte no era el único científico nazi refugiado en Grünenthal, según Martin Johnson, expiloto de la Fuerza Aérea británica que ha investigado el caso. Estaban también Martin Stämmler, jefe de la política nazi de 'higiene racial', Ernst-Günther Schenk, experto en nutrición que permaneció en el búnker de Hitler hasta el último momento, y el entusiasta de la eutanasia nazi Berger-Prinz. "La boyante situación de Grünenthal durante la posguerra les permitió comprar voluntades y protegerse, pero en los 50 descendió la demanda de antibióticos y necesitaban un bestseller, así que reciclaron subproductos sobrantes de las investigaciones de Auschwitz, posiblemente una sustancia desechada como antídoto contra el gas nervioso, buscando beneficios rápidos", sugiere Johnson.
En los cinco años que Grünenthal ignoró los efectos en los fetos de su producto estrella, Mückter cobró bonus de 22 veces su salario anual de 14.000 marcos. Que la empresa era un nido de nazis era un secreto a voces y, en 1980, un incómodo técnico llamado Christian Wagemann se presentó a trabajar con una insignia antifascista. Su carta de despido fue firmada por Otto Ambros, entonces presidente del consejo. "Preferían olvidar que Ambros fue un experto en armas químicas de Hitler que ayudó a inventar el gas sarin. Era demasiado valioso para morir ahorcado por crímenes de guerra o para responder por la talidomida, así que fue protegido a cambio de sus fórmulas", denuncia Wagemann.
lunes, 24 de septiembre de 2012 El Mundo
Un experimento de arianización nazi: la talidomina
A medida que avanzaban las tropas aliadas, muchos científicos nazis abandonaron Alemania y acabaron en los servicios secretos enemigos o en empresas multinacionales. Otros huyeron a través de redes como Odessa e hicieron lo posible por esfumarse. Pero algunos se quedaron discretamente en casa y siguieron trabajando, ya desaparecido el Tercer Reich. Uno de ellos fue Heinrich Mückte, autor de patentes químicas en la Alemania del milagro económico de los años 50 que siguen causando víctimas hoy en día. Un muro de silencio rodea a este último crimen de los nazis.
Mückte se afilió al partido de Hitler en 1937, en la universidad. Su carrera fue vertiginosa y, tras la ocupación de Polonia, fue nombrado director del Instituto Virológico, bajo el Alto Bando del Ejército alemán en Cracovia. "Antes de la guerra, el instituto era pionero en investigación bacteriológica, pero su documentación fue confiscada, su personal sometido a un proceso de arianización y su director internado en Auschwitz. Entonces llegó Mückte, recién salido de la facultad, y se hizo con todo aquel material", relata Armin D. Steuer, uno de los pocos investigadores alemanes que ha seguido la pista de aquellos trabajos, que darían lugar a la talidomida.
Durante mucho tiempo se pensó que esta sustancia había sido sintetizada por primera vez en la República Federal de Alemania en 1953, por la empresa Chemie Grünenthal. El hecho es que fue comercializada en los años 50 bajo diferentes nombres (Softénon, Talimol, Catergan o Conterganen) en más de 40 países, como un inocuo reductor de síntomas y molestias del embarazo que acabó causando malformaciones graves a unos 20.000 niños, de los cuales casi la mitad murió durante su infancia. Durante el juicio, en 1968, la empresa fue acusada de negligencia por haber comercializado el medicamento sin pruebas previas en laboratorio. Pero investigaciones posteriores han puesto de manifiesto que Mückte sí había realizado las pruebas que exigía la investigación, aunque no con ratones, sino con seres humanos, prisioneros de campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald.
"El abogado de las víctimas, Schulte-Hillen, pasó por alto los ensayos con virus que Mückte había compartido con científicos de Buchenwald, oficialmente, para crear una vacuna contra el tifus pero en las que buscaba materia química para un superhombre, y en las que se utilizó a los prisioneros como cobayas. Declaró luego que no era posible revisar toda la documentación", denunció Steuer. Aquellos primeros ensayos fueron trasladados a los campos de Auschwitz, donde la experimentación fue organizada de forma industrial.
Auschwitz abarcaba tres campos centrales y más de 15 menores. El Amt I y el II albergaban a unos 100.000 prisioneros y estaban dotados de cuatro crematorios con cámaras de gas adjuntas en las que cabían 2.500 prisioneros por turno. Pero el Amt III no disponía de hornos ni cámaras de gas, sino que era un gigantesco laboratorio estrechamente relacionado con la industria alemana. Estaba asociado, por ejemplo, con el grupo IG Farben y se dedicaba a la investigación de nuevos combustibles líquidos, gasolina sintética y nuevas sustancias farmacéuticas, su producción estrella. Para este último cometido contaba con una población flotante de unos 1.200 prisioneros para experimentar y que eran enviados al Amt II para ser eliminados cuando quedaban inservibles.
DOCUMENTACIÓN. "Las investigaciones que la Fiscalía de Cracovia realizó inmediatamente después de la II Guerra Mundial demostraron que los patógenos usados en aquellos ensayos causaron miles de muertes, aunque el número de fetos con malformaciones estaba menos documentado, ya que los embarazos de las prisioneras rara vez prosperaban. Puede deducirse que fue en Auschwitz donde la talidomida fue sintetizada por primera vez, como parte de unos experimentos en busca de sustancias para mejorar la raza", zanja Armin Steuer.
Las autoridades polacas, sin embargo, nunca lograron juzgar a Mückte, resguardado en la Alemania occidental y que en 1945 comenzó a trabajar como director científico de Chemie Grünenthal, una mediana empresa de Stolberg, cerca de Aquisgrán. Al estallar la guerra, en 1939, estaba en manos de dos reconocidos nazis, los gemelos Hermann y Alfred Wirtz, que resultaron beneficiados con empresas expropiadas a judíos. Comenzaron produciendo jabones, luego antibióticos y pronto se lanzaron a vender sus propios productos. En 1954, como parte de un programa de búsqueda de nuevas drogas, Grünenthal patentó la talidomida. Y en 1956 estaba ya exportándola a medio mundo.
Los estudios habían demostrado su eficacia contra la lepra y la enfermedad de Crohn, además de favorecer la lucha contra una forma de cáncer de la médula ósea, el mieloma múltiple. Aunque los nazis la apreciaban especialmente por sus efectos sobre el sistema inmune, con los que esperaban dotar a la raza superior de unas defensas infalibles. Pero los experimentos también habían demostrado sus efectos de malformación de los fetos, por lo que resulta inexplicable que fuera comercializada en los años 50 precisamente como producto indicado para embarazadas.
"Estados Unidos y Suiza no permitieron la venta, pero Alemania sí y todavía hoy una compleja red de leyes locales protege a los responsables", denuncia Monika Eisenberg, una superviviente de la talidomida que sufrió las tácticas intimidatorias de la empresa. "Cuando tenía 15 años, mi madre se negó a firmar la indemnización que ofrecía Grünenthal a cambio de silencio. Vinieron dos hombres a casa y le dijeron: "Tiene usted una bonita casa y unos hijos encantadores, pero es viuda y, sin un marido que la defienda, ¿quién garantiza que no les pase nada malo?".
Monika está convencida de que la empresa llegó a ese tipo de acuerdos con muchas víctimas y también con las autoridades alemanas para echar tierra sobre el asunto, mientras investigadores independientes desde varios países han seguido aportando pruebas. Un memorándum del 13 de noviembre de 1944 atestigua que Fritz Meer, ejecutivo de IG Farben, comunicó a Karl Brandt, médico de Hitler, que la droga en la que estaban trabajando estaba ya lista y es posible que se tratase de la talidomida.
Mückte no era el único científico nazi refugiado en Grünenthal, según Martin Johnson, expiloto de la Fuerza Aérea británica que ha investigado el caso. Estaban también Martin Stämmler, jefe de la política nazi de 'higiene racial', Ernst-Günther Schenk, experto en nutrición que permaneció en el búnker de Hitler hasta el último momento, y el entusiasta de la eutanasia nazi Berger-Prinz. "La boyante situación de Grünenthal durante la posguerra les permitió comprar voluntades y protegerse, pero en los 50 descendió la demanda de antibióticos y necesitaban un bestseller, así que reciclaron subproductos sobrantes de las investigaciones de Auschwitz, posiblemente una sustancia desechada como antídoto contra el gas nervioso, buscando beneficios rápidos", sugiere Johnson.
En los cinco años que Grünenthal ignoró los efectos en los fetos de su producto estrella, Mückter cobró bonus de 22 veces su salario anual de 14.000 marcos. Que la empresa era un nido de nazis era un secreto a voces y, en 1980, un incómodo técnico llamado Christian Wagemann se presentó a trabajar con una insignia antifascista. Su carta de despido fue firmada por Otto Ambros, entonces presidente del consejo. "Preferían olvidar que Ambros fue un experto en armas químicas de Hitler que ayudó a inventar el gas sarin. Era demasiado valioso para morir ahorcado por crímenes de guerra o para responder por la talidomida, así que fue protegido a cambio de sus fórmulas", denuncia Wagemann.