- Registrado
- 7 Abr 2013
- Mensajes
- 1.956
- Calificaciones
- 9.421
y yo que creo que el nasciturus no era de TejeraRe: Libro "adiós princesa" de david rocasolano - contenidos
Aquí va el capítulo 2, chicos.
* * *
CAPITULO 2. LA VISITA DE LA CONFESIÓN
A principios de septiembre de 2003 (el compromiso fue anunciado el 1 de noviembre) Rocasolano fue convocado a Zarzuela II por el Príncipe y L.O. Fue recibido en el gran salón de la planta baja, con la pareja de tórtolos sentados muy juntos en un sofá. Los dos estaban nerviosos y con aspecto de haber dormido mal. L.O. lo puso al tanto del tema del aborto en Dator, que el Príncipe había sabido muy recientemente. No podían encargarle aquel paquete a nadie del entorno de Felipe, ni a los Servicios del Estado, porque llegaría a conocimiento de los Reyes. Y si trascendía “es muy probable que esto no siga adelante”, dijo L.O.
Rocasolano cree que el padre de la criatura abortada era David Tejera. Más tarde se enteró de que L.O. no había llegado a decirle a su entonces compañero que estaba embarazada y había tomado la decisión de abortar de modo unilateral.
Rocasolano valora políticamente lo que estaba haciendo el Príncipe: “Felipe estaba traicionando al rey y a la reina. Ocultando unos hechos que, si en el futuro salían a la luz, podrían complicar la sucesión. Estábamos dando un pequeño golpe de estado íntimo y muy arriesgado”.
El autor creía, ya entonces, que aquella huella iba a ser casi imposible de borrar. Aunque consiguiera que en la clínica le dieran la documentación, nadie le podía asegurar que la iban a eliminar por completo. O que algún trabajador que no se hubiera quedado con copia del expediente de la conocida presentadora de televisión, “unos documentos que en el mercado negro podrían alcanzar un valor considerable en cuanto se hiciera público el compromiso”.
Rocasolano recurrió a la Ley de Protección de Datos para solicitar a la clínica que le dieran los papeles y se eliminaran los rastros informáticos. El 22 de octubre fue convocado a una reunión por la gerente de la clínica, llamada –en semejante sitio- “María Virtudes”. Le dieron los papeles y le aseguraron que habían eliminado los rastros informáticos. “Pero yo no estaba tan seguro”, dice Rocasolano.
Durante aquellas semanas “recibía llamadas de L. a diario. Estaba cada vez más nerviosa. Más crispada. Más autoritaria. Siempre había sido así con sus cosas, pero en esta ocasión empezaba a hacerse insufrible.”
Rocasolano dice que creía al Príncipe en una posición con fuerza suficiente como para echar tierra a aquel asunto. Pero el problema principal era la Iglesia. “Las relaciones entre Monarquía e Iglesia, y lo que es peor, entre la monarquía y los ciudadanos católicos, difícilmente podrían salir indemnes del conocimiento de que la futura reina de España fue abortista”. Rocasolano está convencido de que L.O. se casó en la Almudena estando excomulgada. El canon de Derecho canónico de 1938 es explícito: “quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión latae sentenciae”, o sea, sin necesidad de declaración por una autoridad eclesiástica. “Letizia podría haber solicitado la absolución a Monseñor Rouco Varela, pero por la forma en que se desarrollaron los hechos no creo ni que se planteara seguir esa vía”.
Cuenta también que Jaime Alfonsín, el secretario personal del Príncipe, lo llamó para conocer datos del divorcio de L.O. y su primer marido. No había nada particular. Fue un divorcio consensuado.