OP
pilou12
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198
Luego, mientras el perro comía, telefoneó al despacho del sheriff, y dijo:
Le llamo Lowell Lee Andrews. Vivo en el seis mil cuarenta de Wolcott Drive y quiero denunciar un robo... Cuatro agentes de la patrulla del sheriff de Wyandotte County se presentaron. Uno de ellos, el agente Meyers, describe así la escena: -Bueno, era la una de la madrugada cuando llegamos allí. Todas las luces de la casa estaban encendidas. Y ese enorme niño de pelo oscuro, Lowell Lee, estaba sentado en el porche acariciando a su perro. Le daba palmadas en la cabeza. El teniente Athey le preguntó qué había sucedido. Se limitó a señalar la puerta y a decir, con cierta negligencia: «Echen un vistazo.” Después de hacerlo, los aturdidos agentes llamaron al forense del distrito (un caballero que también quedó impresionado con la insensible indiferencia del joven Andrews).
Cuando el forense le preguntó qué disposiciones pensaba tomar para el funeral, Andrews, encogiéndose de hombros, contestó: -No me importa qué haga con ellos. En seguida llegaron dos detectives que empezaron a hacer preguntas al único superviviente de la familia. A pesar de que estaban convencidos de que mentía, los dos detectives escucharon pacientemente el cuento de que se había ido en coche hasta Lawrence a buscar su máquina de escribir, de que luego había entrado en el cine y que al llegar a casa después de medianoche halló las alcobas saqueadas y su familia asesinada. Mantuvo esta historia y puede que la hubiera mantenido siempre si, después de su arresto y traslado a la prisión del distrito, las autoridades no hubieran conseguido la ayuda del reverendo Virto C. Dameron.
El reverendo Dameron, personaje sacado de un libro de Dickens, persuasivo y excelente orador de azufre y fuego eterno, era el ministro de la Iglesia baptista de Grandview de Kansas City, la iglesia que los Andrews frecuentaban regularmente. Despertado por una llamada urgente del forense, Dameron se personó en la cárcel a las tres de la madrugada. Los detectives que habían interrogado al sospechoso intensa pero infructuosamente pasaron a otra habitación dejando que el ministro mantuviera una consulta privada con aquel elemento de su parroquia. Resultó ser una entrevista fatal para el último, quien muchos meses después le contaba a un amigo: -El señor Dameron me dijo: «Piensa, Lee, te conozco desde que naciste. Desde que no eras más que un renacuajo. Y que a tu padre lo conocía de siempre, que crecimos juntos, que éramos amigos de infancia. Y por eso he venido hasta aquí, no sólo porque soy tu ministro religioso, sino porque te considero como a un miembro de mi propia familia.
Y porque tú necesitas un amigo en quien poder confiar y confiarte. Este espantoso suceso me ha conmovido como no puedes imaginar y tengo tantas ganas como tú de ver al culpable detenido y castigado.” »Me preguntó si tenía sed, y, como sí la tenía, me trajo una Coca-Cola y empezó a hablarme de las vacaciones, del Día de Acción de Gracias y de si me gustaba la universidad, hasta que de pronto dijo: "Según parece, Lee, dudan de tu inocencia. Estoy seguro de que no te importará someterte al detector de mentiras para convencer a esos hombres de tu inocencia, así pueden empezar a ocuparse de atrapar al culpable." Luego me dijo: "Lee, tú no has cometido esa acción atroz, ¿verdad? Si lo hiciste, ahora es el momento de purgar tu alma." Entonces pensé: qué más da, y le conté la verdad, prácticamente todo. No dejaba de sacudir la cabeza, poner los ojos en blanco y frotarse las manos. Me dijo que era una acción terrible y que yo tendría que responder de ella ante el Altísimo y purgar mi alma diciéndoles a los policías lo que acababa de contarle a él. Me preguntó si estaba dispuesto a hacerlo.
A sangre fria - Truman Capote
Luego, mientras el perro comía, telefoneó al despacho del sheriff, y dijo:
Le llamo Lowell Lee Andrews. Vivo en el seis mil cuarenta de Wolcott Drive y quiero denunciar un robo... Cuatro agentes de la patrulla del sheriff de Wyandotte County se presentaron. Uno de ellos, el agente Meyers, describe así la escena: -Bueno, era la una de la madrugada cuando llegamos allí. Todas las luces de la casa estaban encendidas. Y ese enorme niño de pelo oscuro, Lowell Lee, estaba sentado en el porche acariciando a su perro. Le daba palmadas en la cabeza. El teniente Athey le preguntó qué había sucedido. Se limitó a señalar la puerta y a decir, con cierta negligencia: «Echen un vistazo.” Después de hacerlo, los aturdidos agentes llamaron al forense del distrito (un caballero que también quedó impresionado con la insensible indiferencia del joven Andrews).
Cuando el forense le preguntó qué disposiciones pensaba tomar para el funeral, Andrews, encogiéndose de hombros, contestó: -No me importa qué haga con ellos. En seguida llegaron dos detectives que empezaron a hacer preguntas al único superviviente de la familia. A pesar de que estaban convencidos de que mentía, los dos detectives escucharon pacientemente el cuento de que se había ido en coche hasta Lawrence a buscar su máquina de escribir, de que luego había entrado en el cine y que al llegar a casa después de medianoche halló las alcobas saqueadas y su familia asesinada. Mantuvo esta historia y puede que la hubiera mantenido siempre si, después de su arresto y traslado a la prisión del distrito, las autoridades no hubieran conseguido la ayuda del reverendo Virto C. Dameron.
El reverendo Dameron, personaje sacado de un libro de Dickens, persuasivo y excelente orador de azufre y fuego eterno, era el ministro de la Iglesia baptista de Grandview de Kansas City, la iglesia que los Andrews frecuentaban regularmente. Despertado por una llamada urgente del forense, Dameron se personó en la cárcel a las tres de la madrugada. Los detectives que habían interrogado al sospechoso intensa pero infructuosamente pasaron a otra habitación dejando que el ministro mantuviera una consulta privada con aquel elemento de su parroquia. Resultó ser una entrevista fatal para el último, quien muchos meses después le contaba a un amigo: -El señor Dameron me dijo: «Piensa, Lee, te conozco desde que naciste. Desde que no eras más que un renacuajo. Y que a tu padre lo conocía de siempre, que crecimos juntos, que éramos amigos de infancia. Y por eso he venido hasta aquí, no sólo porque soy tu ministro religioso, sino porque te considero como a un miembro de mi propia familia.
Y porque tú necesitas un amigo en quien poder confiar y confiarte. Este espantoso suceso me ha conmovido como no puedes imaginar y tengo tantas ganas como tú de ver al culpable detenido y castigado.” »Me preguntó si tenía sed, y, como sí la tenía, me trajo una Coca-Cola y empezó a hablarme de las vacaciones, del Día de Acción de Gracias y de si me gustaba la universidad, hasta que de pronto dijo: "Según parece, Lee, dudan de tu inocencia. Estoy seguro de que no te importará someterte al detector de mentiras para convencer a esos hombres de tu inocencia, así pueden empezar a ocuparse de atrapar al culpable." Luego me dijo: "Lee, tú no has cometido esa acción atroz, ¿verdad? Si lo hiciste, ahora es el momento de purgar tu alma." Entonces pensé: qué más da, y le conté la verdad, prácticamente todo. No dejaba de sacudir la cabeza, poner los ojos en blanco y frotarse las manos. Me dijo que era una acción terrible y que yo tendría que responder de ella ante el Altísimo y purgar mi alma diciéndoles a los policías lo que acababa de contarle a él. Me preguntó si estaba dispuesto a hacerlo.
A sangre fria - Truman Capote