Como la mafia
MELCHOR MIRALLES | 23/04/2017
La semana ha sido demoledora. El estallido del enésimo caso de corrupción del PP ha sido una bomba para el partido de Rajoy y para la confianza de los ciudadanos en el sistema. Releído todo lo que ha salido, me ha venido a la cabeza aquel interrogatorio que un juez colega del ilustre Falcone le hizo en 1980 al capo Frank Coppola, recién arrestado. Como para romper el hielo, como si fueran las generales de la ley, le preguntó: señor Coppola, ¿qué es la mafia? Y la respuesta del mafioso fue inmediata: “Señor juez, tres magistrados pueden ser designados hoy fiscal general del Estado. Uno es inteligentísimo, el segundo goza del apoyo del Gobierno y el tercero es un cretino, pero será él quien acceda al puesto. Eso es la mafia”.
El auto de prisión contra Ignacio González es el acta definitiva para consolidar unos hechos que en lo esencial eran conocidos, y que vienen a ser el corolario de tantos otros casos de corrupción que afectan al PP. La trama corrupta, con tintes mafiosos, servía para el enriquecimiento de sus miembros y para financiar ilegalmente al PP de Madrid, circunscripción por la que se presenta Rajoy a las elecciones que le han llevado a la presidencia del Gobierno.
Rajoy ha dispuesto de múltiples oportunidades para acabar con estas prácticas delictivas en el seno de su partido. En vez de actuar con un bisturí implacable, optó, como siempre, por dejar pasar el tiempo, esperar a que escampara, seguir dejando hacer a los golferas y, al final, por más que lo intente, el asunto le salpica de lleno, por los cuatro costados, a él y a la marca PP. No son casos aislados. No es que sea cosa del pasado. El PP, y por lo tanto Rajoy, debieron actuar antes, con contundencia, limpiar el partido, y no lo hicieron conscientemente. Rajoy debe a los españoles una explicación, ha de rendir cuentas políticas (las judiciales las piden los tribunales) y asumir su responsabilidad. Como debe explicaciones Aznar, que está calladito. Y Esperanza Aguirre, que cuando seque sus lágrimas debe dimitir, y está tardando. Son el PP de Valencia, de Murcia, de Madrid, de Baleares. Los cinco últimos tesoreros del partido están empapelados. Es el partido en sí mismo. Ya no valen las caras largas, los rostros de yo no fui, las explicaciones vacuas con la mirada perdida y la cabeza gacha insistiendo en que son cosas del pasado. Son el presente continuo. Y como muestra, varios botones. El secretario de Estado de Interior se reunió el 8 de marzo, pocas semanas antes de la operación Lezo, con uno de los encarcelados, Pablo González, hermano del jefe de la banda. Y dicen que fue un contacto de cortesía; para partirse la caja. Y que el fiscal anticorrupción maniobrara para tratar de evitar los registros y detenciones. Y que una jueza amiga de los amigos advirtiera a los implicados que iban a por ellos. Y lo que aún no ha salido, pero saldrá. El PP es una organización podrida, en proceso de descomposición, pero la gente decente que trabaja en el partido, como le debe todo el jefe, aguanta, y la riada puede llevárselos a todos por delante. Y no es solo el PP. Ya hemos visto Cataluña, y el PSOE en Andalucía.
Todo esto de ahora en el PP viene de los años de la riqueza y el despelote. De la época de Aznar (¿recuerdan la boda con más imputados jamás conocida?), de los años en los que el dinero corría alegre y ellos, con mando en plaza, elegantes, los amos del mundo, displicentes, chuletas, unos auténticos gañanes envueltos en trajes caros y haciéndose pasar por respetables, con el apoyo entusiasta de los capos de las grandes empresas de España, incluidos los medios de comunicación más poderosos, nombraban altos cargos, consejeros de compañías de fuste, delegados, banqueros, y entre tanto se repartían el botín. Y al final la mierda estalla, porque además de golfos son malos, dejan tirados a algunos sicarios y revienta la olla.
Y la corrupción es generalizada, pero no porque haya muchos políticos implicados, sino porque existe un escenario político concebido para hacerla posible, en el que el Poder Ejecutivo lo copa todo, somete al Judicial y convierte en inútil al Legislativo. Y los partidos son maquinarias de poder, controladas por unos pocos, en los que la democracia es una risa, y se apropian de lo público, y pervierten un sistema que funcionaría si los políticos no fueran a lo suyo, si los partidos respetaran la Constitución y actuaran con honradez, pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones… y en sus cuentas corrientes.
La novedad de la Operación Lezo ha sido que ha puesto sobre el tapete el papel que han jugado en la trama algunos popes de uno de los principales grupos de comunicación de España, con Mauricio Casals al frente. Este príncipe de las tinieblas, que tenía como consejero delegado de La Razón a un alto ejecutivo del Canal, que maneja los hilos de Aguas de Cataluña y algunos de Aguas de Valencia, que tiene hilo directo con Presidencia del Gobierno, aunque ahora se pongan de perfil, trató de evitar la caída de los corruptos poniendo a su servicio sus medios, su capacidad de chantaje e intimidación, su influencia y sus contactos. Siente uno vergüenza al escuchar las conversaciones. “Dar de leches a Cristina Cifuentes con noticias inventadas”, “pones al juez a escarbar cebollinos y ya está”, “el fiscal Moix es un tío serio y bueno”, “el fiscal general sabe lo que tiene que hacer”, las “zorras” y “putas” de Cristina Cifuentes y su jefa de prensa, “Si es necesario hablo con Rafa” (por Catalá, el ministro de Justicia), “su cabeza depende de esto” (la de Marhuenda, director de la Razón). Casals, ese hombre, que igual hace de intermediario entre Presidencia y Bárcenas cuando los SMS y las manipulaciones de informes policiales, que se la mama al Gobierno en una tele, que crea a un monstruo podemita en la otra de acuerdo con el Gobierno, que zumba según el día con el periódico en pérdidas. Ya lo dije en una tertulia en Cuatro el día que cayeron Pineda, el presidente de Ausbank, y sus mariachis. A ver si pronto le meten mano a los medios que actúan del mismo modo. Todo el mundo sabe quiénes son. A ver si los jueces se enteran. O ya saldrá alguien despechado para contarlo.
Lo interesante del caso, que me retrotrae al interrogatorio a Coppola, es que una vez interrogados como imputados Casals y Marhuenda y escuchadas las conversaciones, Cristina Cifuentes, que había colaborado en la búsqueda de la verdad en cumplimiento de su obligación, diera un paso atrás y no ratificara ante el juez lo que afirma off the record.Eso significa que quienes la coaccionaron, a ella y a su jefa de prensa, se irán probablemente de rositas. Ya sabremos si lo ha hecho siguiendo órdenes de Presidencia o por miedo a los que le coaccionaban y sus acólitos. En cualquier caso creo que se ha equivocado. Pero esta es la prueba de que esto es como la mafia. Si tres magistrados pueden llegar a fiscal general del Estado, uno brillante, otro apoyado por el Gobierno y un cretino, aquí normalmente llega el que cuenta con el respaldo gubernamental, pero a veces sucede que el cretino también lo tiene. Y el que vale, ya se sabe, a escardar cebollinos.
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MELCHOR MIRALLES | 23/04/2017
La semana ha sido demoledora. El estallido del enésimo caso de corrupción del PP ha sido una bomba para el partido de Rajoy y para la confianza de los ciudadanos en el sistema. Releído todo lo que ha salido, me ha venido a la cabeza aquel interrogatorio que un juez colega del ilustre Falcone le hizo en 1980 al capo Frank Coppola, recién arrestado. Como para romper el hielo, como si fueran las generales de la ley, le preguntó: señor Coppola, ¿qué es la mafia? Y la respuesta del mafioso fue inmediata: “Señor juez, tres magistrados pueden ser designados hoy fiscal general del Estado. Uno es inteligentísimo, el segundo goza del apoyo del Gobierno y el tercero es un cretino, pero será él quien acceda al puesto. Eso es la mafia”.
El auto de prisión contra Ignacio González es el acta definitiva para consolidar unos hechos que en lo esencial eran conocidos, y que vienen a ser el corolario de tantos otros casos de corrupción que afectan al PP. La trama corrupta, con tintes mafiosos, servía para el enriquecimiento de sus miembros y para financiar ilegalmente al PP de Madrid, circunscripción por la que se presenta Rajoy a las elecciones que le han llevado a la presidencia del Gobierno.
Rajoy ha dispuesto de múltiples oportunidades para acabar con estas prácticas delictivas en el seno de su partido. En vez de actuar con un bisturí implacable, optó, como siempre, por dejar pasar el tiempo, esperar a que escampara, seguir dejando hacer a los golferas y, al final, por más que lo intente, el asunto le salpica de lleno, por los cuatro costados, a él y a la marca PP. No son casos aislados. No es que sea cosa del pasado. El PP, y por lo tanto Rajoy, debieron actuar antes, con contundencia, limpiar el partido, y no lo hicieron conscientemente. Rajoy debe a los españoles una explicación, ha de rendir cuentas políticas (las judiciales las piden los tribunales) y asumir su responsabilidad. Como debe explicaciones Aznar, que está calladito. Y Esperanza Aguirre, que cuando seque sus lágrimas debe dimitir, y está tardando. Son el PP de Valencia, de Murcia, de Madrid, de Baleares. Los cinco últimos tesoreros del partido están empapelados. Es el partido en sí mismo. Ya no valen las caras largas, los rostros de yo no fui, las explicaciones vacuas con la mirada perdida y la cabeza gacha insistiendo en que son cosas del pasado. Son el presente continuo. Y como muestra, varios botones. El secretario de Estado de Interior se reunió el 8 de marzo, pocas semanas antes de la operación Lezo, con uno de los encarcelados, Pablo González, hermano del jefe de la banda. Y dicen que fue un contacto de cortesía; para partirse la caja. Y que el fiscal anticorrupción maniobrara para tratar de evitar los registros y detenciones. Y que una jueza amiga de los amigos advirtiera a los implicados que iban a por ellos. Y lo que aún no ha salido, pero saldrá. El PP es una organización podrida, en proceso de descomposición, pero la gente decente que trabaja en el partido, como le debe todo el jefe, aguanta, y la riada puede llevárselos a todos por delante. Y no es solo el PP. Ya hemos visto Cataluña, y el PSOE en Andalucía.
Todo esto de ahora en el PP viene de los años de la riqueza y el despelote. De la época de Aznar (¿recuerdan la boda con más imputados jamás conocida?), de los años en los que el dinero corría alegre y ellos, con mando en plaza, elegantes, los amos del mundo, displicentes, chuletas, unos auténticos gañanes envueltos en trajes caros y haciéndose pasar por respetables, con el apoyo entusiasta de los capos de las grandes empresas de España, incluidos los medios de comunicación más poderosos, nombraban altos cargos, consejeros de compañías de fuste, delegados, banqueros, y entre tanto se repartían el botín. Y al final la mierda estalla, porque además de golfos son malos, dejan tirados a algunos sicarios y revienta la olla.
Y la corrupción es generalizada, pero no porque haya muchos políticos implicados, sino porque existe un escenario político concebido para hacerla posible, en el que el Poder Ejecutivo lo copa todo, somete al Judicial y convierte en inútil al Legislativo. Y los partidos son maquinarias de poder, controladas por unos pocos, en los que la democracia es una risa, y se apropian de lo público, y pervierten un sistema que funcionaría si los políticos no fueran a lo suyo, si los partidos respetaran la Constitución y actuaran con honradez, pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones… y en sus cuentas corrientes.
La novedad de la Operación Lezo ha sido que ha puesto sobre el tapete el papel que han jugado en la trama algunos popes de uno de los principales grupos de comunicación de España, con Mauricio Casals al frente. Este príncipe de las tinieblas, que tenía como consejero delegado de La Razón a un alto ejecutivo del Canal, que maneja los hilos de Aguas de Cataluña y algunos de Aguas de Valencia, que tiene hilo directo con Presidencia del Gobierno, aunque ahora se pongan de perfil, trató de evitar la caída de los corruptos poniendo a su servicio sus medios, su capacidad de chantaje e intimidación, su influencia y sus contactos. Siente uno vergüenza al escuchar las conversaciones. “Dar de leches a Cristina Cifuentes con noticias inventadas”, “pones al juez a escarbar cebollinos y ya está”, “el fiscal Moix es un tío serio y bueno”, “el fiscal general sabe lo que tiene que hacer”, las “zorras” y “putas” de Cristina Cifuentes y su jefa de prensa, “Si es necesario hablo con Rafa” (por Catalá, el ministro de Justicia), “su cabeza depende de esto” (la de Marhuenda, director de la Razón). Casals, ese hombre, que igual hace de intermediario entre Presidencia y Bárcenas cuando los SMS y las manipulaciones de informes policiales, que se la mama al Gobierno en una tele, que crea a un monstruo podemita en la otra de acuerdo con el Gobierno, que zumba según el día con el periódico en pérdidas. Ya lo dije en una tertulia en Cuatro el día que cayeron Pineda, el presidente de Ausbank, y sus mariachis. A ver si pronto le meten mano a los medios que actúan del mismo modo. Todo el mundo sabe quiénes son. A ver si los jueces se enteran. O ya saldrá alguien despechado para contarlo.
Lo interesante del caso, que me retrotrae al interrogatorio a Coppola, es que una vez interrogados como imputados Casals y Marhuenda y escuchadas las conversaciones, Cristina Cifuentes, que había colaborado en la búsqueda de la verdad en cumplimiento de su obligación, diera un paso atrás y no ratificara ante el juez lo que afirma off the record.Eso significa que quienes la coaccionaron, a ella y a su jefa de prensa, se irán probablemente de rositas. Ya sabremos si lo ha hecho siguiendo órdenes de Presidencia o por miedo a los que le coaccionaban y sus acólitos. En cualquier caso creo que se ha equivocado. Pero esta es la prueba de que esto es como la mafia. Si tres magistrados pueden llegar a fiscal general del Estado, uno brillante, otro apoyado por el Gobierno y un cretino, aquí normalmente llega el que cuenta con el respaldo gubernamental, pero a veces sucede que el cretino también lo tiene. Y el que vale, ya se sabe, a escardar cebollinos.
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