Un gato callejero llamado Bob

Bonitas fotos de Bob, el nuevo libro ya está a la venta aunque no he podido echarle un vistazo. Sorry por tener el hilo abandonado, el hermano de mi novio me mangó el libro para leerlo en vacaciones pensando que era de él. Aquí vengo con otro capi. ;)

El jueves por la mañana, unas semanas después de que empezasemos a ser socios de empresa, me levanté más temprano de lo habitual, desayuné y salí a la calle con Bob. Pero en vez de ir al centro de Londres como de costumbre, tomamos el bus hacia Islington Green.

Había tomado una decisión. Con él acompañándome casi a diario al centro de la ciudad, pensé que era importante ponerle microchip.

Ponerles microchip a perros y gatos solía ser algo raro y complicado en el pasado, pero ahora es muy sencillo. Es un procedimiento quirúrgico muy simple. El veterinario inyecta un chip en el cuello del gato. El chip contiene un número de serie que es registrado en una base de datos, con el nombre y la dirección del dueño. De ese modo, si un animal se pierde, los veterinarios pueden escanear el chip y ver a quien pertenece, y juzgando la clase de vida que Bob y yo llevábamos, pensé que era algo que debía hacer. Si por casualidad, Dios no lo quiera, tuviésemos que separarnos, podríamos encontrarnos otra vez el uno al otro. Y si ocurriese lo peor, y algo me pasase a mí, al menos habría pruebas de que Bob no era un gato callejero, que tuvo un dueño que se preocupaba por él.

La primera vez que empecé a investigar sobre microchips en el pc de la biblioteca, llegué a la conclusión de que no podía permitírmelo. La mayoría de los veterinarios, cobraban una cantidad exorbitante por el trabajo para lo que tendría que ahorrar un buen tiempo.

Pero un día me encontré con la vecina de los gatos del otro lado de la calle.

"Deberías acercarte un jueves a la caravana de la Cruz Azul que hay en Islington Green" dijo "Solo te cobran el precio del chip. Pero asegurate de que vas con tiempo de sobra. La cola suele ser grande".

La caravana estaba allí de las 10 a las 12, así que calculé para llegar con bastante antelación.

Como la señora ya nos había dicho, nos encontramos con una cola bastante larga cuando llegamos a Islington Green, que se extendía paralela a la acera, hasta la librería de Waterstone de la esquina. Por suerte, era un día despejado y agradable así que el tiempo no supuso un problema.

En la cola había gente con gatos metidos en transportines, y gente con perros tratando de olerse los unos a los otros y ladrando, pero en general, el ambiente era más amable y la gente tenía mejor presencia que la primera vez que llevé a Bob al veterinario de RSPCA.

Era gracioso el hecho de que Bob era el único gato que no iba en un transportín, así que como de costumbré, atrajo bastante atención sobre nosotros. Enseguida enamoró a un par de señoras mayores, que pasaron un buen rato admirando y acariciando a Bob.

Al cabo de una hora y media, Bob y yo nos colocamos los primeros de la cola. Cuando nos llegó el turno pasamos a la caravana, y una joven enfermera de pelo corto y flequillo ladeado nos saludó.

"¿Cuanto nos va a costar el microchip?" Le pregunté.

"Son 15 libras" Contestó.

Era bastante obvio por mi apariencia, que no estaba nadando en la abundancia. Así que tras decir eso, agregó,

"Pero no tienes por qué pagarlo todo a la vez, puedes ir pagando poco a poco, digamos que un par de libras por semana. ¿Qué te parece?"

"Bien" Dije sorprendido "Eso haremos"

Le hizo un chequeo rápido a Bob para asegurarse de que estaba bien de salud. Resultó estar en un estado de salud excelente, muy atlético y con un pelo lustroso.

Nos hizo pasar a otra habitación donde se encontraba el veterinario. Un hombre jóven, probablemente cerca de los 30. Nos saludamos y tras hablar con la enfermera, se pusieron a prepararse para la inserción del microchip. La enfermera me dio unos cuantos papeles para rellenar mientras el veterinario preparaba la aguja. El tamaño de la misma me produjo un escalofrío, era enorme. Pero debía serlo para inyectar el chip en el cuello de Bob, que era del tamaño de un grano de arroz basmati. Tenía que ser así de grande para poder penetrar en la piel del animal.

A Bob no le gustó nada como pintaba la cosa, así que lo pusimos de espaldas al veterinario para que no pudiera ver lo que le iba a hacer. Bob no era tonto, y se estaba oliendo la tostada. Se puso muy nervioso y trató de bajarse de la camilla. "Todo va a ir bien, amigo" Le decía para calmarlo mientras le acariciaba la cabeza.

Cuando la aguja se introdujo en su piel, Bob dejó escapar un chirrido agudo que me heló la sangre. Pensé que me iría a poner a llorar, pero entonces me di cuenta de que Bob estaba temblando.

El temblor se le pasó en menos de un minuto, gracias a dios. Le di una galleta que saqué de mi mochila y nos dirigimos a recepción.

"Bien hecho, Bob" le dije.

La enfermera me dio unas cuantas hojas más para rellenar. En ellas irían todos mis datos personales que se agregarían a la base de datos. Cosas como mi nombre, dirección, edad o número de teléfono. Mientras veía a la enfermera firmar la hoja, un pensamiento cruzó mi mente. ¿Significaba eso que yo era oficialmente el dueño de Bob?

"Así que ¿Estoy registrado, legalmente hablando, como el dueño de Bob?" Le pregunté.

Ella nos miró y sonrió.

"Así es ¿Algún problema al respecto?"

"No, no" Dije "Es genial. De verdad lo es" Contesté.

Para ese momento, Bob ya se había calmado casi completamente. Le acaricié la cabeza, teniendo cuidado en no tocarle mucho el cuello, por si aún le dolía de la inyección.

"¿Oiste eso Bob? Ya somos oficialmente una familia"

Estoy seguro de que giré más cabezas que nunca aquel día de vuelta a casa. Debía tener una sonrisa en mi cara más grande que el Támesis.

El hecho de tener a Bob conmigo, me hizo reflexionar y hacer inventario de mi vida. Y la verdad es que no me gustó lo que vi. No estaba orgulloso de ser un ex drogadicto convaleciente, y especialmente, no estaba orgulloso de tener que ir a la clínica de rehabilitación cada dos semanas para probar que no seguía consumiendo y tener que ir a la farmacia a por mi medicación todos los días. Así que me impuse una regla a mí mismo. Bob no se vendría conmigo a esos viajes, a no ser que fuese estrictamente necesario. Se que suena algo loco, pero no quería que él viese esa parte de mi vida. Bob de verdad me hizo avergonzarme de muchas cosas que hice en el pasado. Quería vivir un futuro normal, tener una vida limpia.

La metadona era un recordatorio más de lo que mi vida fue un día, y de lo que aún tendría que luchar para superar. Unos días después de ponerle a Bob el microchip, estaba volviéndome loco buscando mi Oyster Card por todos lados.

En una caja que tenía en un armario, bajo un montón de periódicos viejos, encontré un tupperware de plástico. Lo reconocí inmediatamente, incluso después de haber estado tanto tiempo sin verlo. Contenía toda la parafernalia que solía usar para inyectarme heroina, jeringuillas, agujas etc. Fue como ver un fantasma. Me trajo a la mente un montón de malas memorias. Vi imágenes de mí mismo haciendo que en serio haría lo que fuese por borrar de mi mente para siempre.

En ese mismo momento decidí, que no quería ver la caja en mi casa nunca más. No quería recordar cada vez que la viese, o incluso tentarme de nuevo. Y sobre todo, no la quería cerca de Bob, incluso si no estaba a la vista.

Bob estaba sentado al lado del radiador, pero se levantó en cuanto me vio coger el abrigo. Me siguió hasta abajo y me vio tirar la bolsa con el tupper dentro, al contenedor para desperdicios potencialmente nocivos. Cuando me volví, Bob me miró con una de esas miradas inquisitivas.

"Nada" le dije "Solo hacía algo que debería haber hecho hace mucho tiempo".
 
Cuando un trabajador social (y he hablado con muchos), define la vida de un mendigo, siempre suele salir por ahí la palabra "caótica". Denominan nuestras vidas "caóticas" porque se salen de la definición preconcebida sobre lo que es normal. Lo que es cierto, es que para nosotros, ese caos es lo normal. Por lo que no me sorprendió en absoluto que tras mi primer verano con Bob y acercándose ya el otoño, nuestra vida en las calles se empezase a volver complicada. Sabía que no podía durar eternamente. Nada lo hacía en mi vida.

Bob aún seguía acaparando la atención de las masas, especialmente de los turistas. De donde quiera que viniesen, siempre se paraban y hablaban con Bob. Para entonces ya había oído todos y cada uno de los idiomas bajo el sol, desde africaans hasta galés, y aprendí la palabra "gato" en cada uno de ellos. En checo se dice kocka, y en ruso koshka; en turco se dice kedi y en chino, mi favorita, se dice mao. ¡Me sorprendió mucho saber que su lider había sido un gato!

Pero no importaba el idioma, el mensaje siempre era el mismo, todo el mundo quería a Bob.

También había un grupo de "habituales", gente que iba o venía de trabajar, y pasaban diariamente por aquella boca del metro. Muchos siempre se paraban a saludar, y alguno que otro había empezado a traer regalitos para Bob de vez en cuando.

Pero eran otro tipo de "personajes locales" los que causaban problemas. Para empezar, los Guardianes habían empezado a pasarse por James Street a ver si me encontraban allí. Un par de veces, un Guardián vino a mí, a explicarme que el area no era para músicos, era para hombres estatua. El hecho de que no había ninguno en ese momento no le importó. "Ya sabes lo que hay" me dijo. Yo lo sabía. Pero era romper un poco las reglas o no poder ganarme la vida. La importancia de seguir las reglas, pasa a un segundo plano cuando el estómago te ruge y las facturas se te amontonan.

Así que cada vez que un Guardián me echaba de allí, me iba a otro lado a tocar y a las pocas horas volvía. Era un riesgo que valía mucho la pena tomar.

Los que más me molestaban en mi labor, no eran paradójicamente los Guardianes cumpliendo con su deber al fin y al cabo, sino los revisores del metro, que sabían que yo no debía estar ahí. Había especialmente un par de ellos que no me lo habían puesto fácil. Empezó con miradas de desprecio cada vez que pasaban por mi lado, siguió con algún que otro comentario malintencionado en voz alta e incluso había llegado a escalar a amenazas por parte de uno de ellos. Un tipo grande y sudoroso en uniforme azul.

Bob podía intuir a la gente, si alguien no le gustaba, su comportamiento cambiaba por completo. Así que en cuanto vio al tipo aproximarse a nosotros, se levantó y se pegó a mí.

"¿Todo bien?" dije.

"La verdad es que no. No todo va bien. Y será mejor que cojas tus cosas y te pires cagando leches o..."

"¿O sino qué?" Le dije sin inmutarme.

"Ya lo verás" Dijo tratando de intimidarme "Primer aviso"

Yo sabía que fuera del metro, él no tenía ninguna autoridad, que solo estaba tratando de acojonarme. Pero después de eso, tomé la decisión de alejarme de allí por un tiempo.

Al principio, me moví más arriba, al principio de Neal Street, un tiro de piedra de donde estaba antes, pero al menos los del metro no me podían ver. El volumen de peatones no era el mismo ni por asomo, que en Covent Garden, y era raro el día en que algún imbécil no le daba una patada a la caja o trataba de asustar a Bob. Yo podía intuir que no se sentía a gusto en ese nuevo entorno. Estaba todo el rato acurrucado en una esquina de la caja. Era su forma de decir "no me gusta estar aquí".

Así que después de unos pocos días, en vez de dirigirnos a Covent Garden como de costumbre, tomamos el autobús que va al Soho, rumbo a Piccadilly Circus.

Seguiamos estando en el centro de Londres, incluso dentro del distrito de Westminster, así que aún estábamos sujetos a las mismas normas y regulaciones. Piccadilly funcionaba de una forma parecida a Covent Garden; había un area en concreto dedicada a músicos ambulantes. Esta vez, decidimos seguir las normas. Yo sabía que el area este de Piccadilly Circus, en la calle que va hacia Leicester Square se podía hacer un buen negocio. Así que nos instalamos ahí, a unos cuantos metros de la exposición "Aunque no te lo creas" de Ripley.

Era una tarde muy ajetreada, con muchos turistas yendo y viniendo de los cines y teatros del West End. Al cabo de un rato y calculando por la cantidad de dinero que tenía, auguraba que sería un buen día de ganancias. La gente miraba a Bob, y a veces se paraban a hablarle, como siempre.

Podía notar a Bob algo nervioso, y era normal, ya que estabamos en un entorno que no le era familiar, y el volumen de gente, era mucho mayor del acostumbrado.

Había en particular muchísimos japoneses, los cuales se sentían fascinados por Bob. Pronto aprendí una nueva palabra: neko. Todo fue bien hasta las 6 de la tarde, cuando la muchedumbre aumentó aún más. Fue cuando el hombre disfrazado que promocionaba la exposición de Ripley apareció. Llevaba un disfraz que le hacía verse 3 veces más grande de lo normal y hacía grandes movimientos con los brazos, incitando a la gente a entrar en la exposición. Tenía algo que ver con el tema de la exposición, supongo. Algo así como "el hombre más gordo del mundo"... o quizá "el trabajo más ridículo del mundo".

A Bob le asustaba. El disfraz hacía que no se viese como una persona normal, y se pegó más aún a mí en cuanto apareció. Sus músculos estaban tensos y no le quitaba el ojo de encima.

Cuando sintió que no era una amenaza, Bob se relajó, para mi alivio. Por el momento, simplemente le ignoramos, ya que andaba ocupado intentando convencer a la gente para que entrase a la exposición, y como estaba teniendo algo de éxito, él también nos ignoraba a nosotros. Pero por alguna razón, cuando empecé a tocar la canción de Johny Cash "Ring of Fire", se nos aproximó de repente. Y para cuando lo vi agacharse, queriendo acariciar a Bob, ya fue demasiado tarde.

La reacción de Bob fue instantanea. Salió corriendo como alma que lleva el diablo, con la correa aún enganchada. Antes de que me diese tiempo a reaccionar, ya había desaparecido entre la multitud, en dirección a la entrada de metro.

"Mierda" pensé mientras el pulso se me aceleraba "lo he perdido".

Mi instinto tomó el control. Me levanté tras el, dejando todo atrás. Bob era más importante que un instrumento que podía conseguir en cualquier sitio.

Me encontré perdido en un mar de gente, sin saber qué hacer. Turistas, viajeros con mochilas enormes, gente de fiesta por el West End, londinenses trajeados volviendo a casa, gente ensimismada mirando planos... todos demasiado ocupados en sus cosas como para prestarme atención a mí, en el mismo corazón latiente de Londres. Tuve que bucear en ese mar de gente hasta alcanzar la boca del metro. Por el camino, me choqué contra un par de personas y casi derribo a una tercera.

Era imposible ver algo en aquel muro humano en movimiento constante, pero cuando alcancé las escaleras de la entrada del metro, al menos ubicarme mejor. Bajé las escaleras y lo busqué. Un par de personas me miraron extrañados, pero en ese momento era la menor de mis preocupaciones.

"¿Bob? ¡Bob, dónde estás!" Grité intentando hacerme oir por encima del ruido propio de una estación de metro abarrotada.

Tenía la sensación de que Bob no había bajado hasta los trenes. Yo nunca había llevado a Bob en metro, y no veía probable que se hubiese adentrado en un terreno desconocido para él. Así que decidí subir de nuevo por la otra escalera. Unos momentos después lo vi al final de la escalera, con la correa aún arrastrando tras él.

"¡Bob!" Gritaba intentando hacerme paso. Estaba a quince metros de él, pero bien podrían haber sido quince millas por lo espesa que era la multitud.

"¡Parenlo, pisen la correa!" Gritaba. Pero nadie parecía hacerme caso.

Para el momento que llegué arriba de la salida que desembocaba en Regent Street ya lo había perdido de nuevo. Para entonces, un millón de pensamientos cruzaba mi mente, y ninguno era bueno. ¿Y si había salido a la carretera? ¿Y si alguien lo había cogido? El hecho de pensar que podría no verlo de nuevo me producía ganas de llorar.

Sabía que no era mi culpa, pero me sentía horrible. Debí haberme asegurado de que su correa estaba bien atada a mi mochila. Debería haber hecho algo al verlo tan nervioso por el trabajador de Ripley. Empecé a sentir nauseas.

Y de nuevo, no tenía otra opción que seguir buscando. ¿Dónde iría si fuese Bob? Quizá había seguido hacia Piccadilly de nuevo, o haberse metido en la gigantesca tienda de Tower Records de enfrente. Decidí guiarme de nuevo por mi instinto y dirigirme hacia la calle peatonal de Regent Street. Empecé a preguntar a los peatones si habían visto a un gato pelirrojo con una correa azul atada.

Debía haber sonado como algo loco porque la gente me miraba como si fuese uno. Pero afortunadamente, no todos reaccionaban igual. Hasta que unos metros más adelante, le pregunté a una chica con una bolsa de una Apple store si había visto a Bob.

"Oh si, antes vi a un gato pelirrojo que llevaba una correa enganchada. Un tipo trató de atraparlo pero fue demasiado rápido."

Mi reacción instantanea fue de alivio. Me dieron ganas de darle un beso. Tenía que ser Bob. Pero pronto, la paranoia me poseyó de nuevo. ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué quería atrapar a Bob? ¿Qué planeaba hacerle? ¿Y si eso asustaba a Bob aún más? ¿Estaría ahora escondido en algún lado donde nunca le encontraría? Con esos nuevos pensamientos, seguí adelante. Preguntando en cada tienda si lo habían visto. La mayoría de los dependientes se quedaban horrorizados al ver a un greñas como yo en ese estado de preocupación. Quizá la mayoría se quedasen pensando que yo no era más que otro trozo de basura callejera.

Después de visitar una docena de tiendas, mis ánimos empezaban a hundirse de nuevo. No sabía si seguir adelante o volver. Un poco más adelante, llegué a una calle secundaria que conducía de nuevo a Piccadilly. Bob podía haber hecho varias cosas: seguir adelante hacia Mayfair o ir por aquí. Sabía que si se iba tan lejos, podía darlo por perdido.

Decidí adentrarme en la calle secundaria con la esperanza de que Bob hubiese decidido buscar refugio en un lugar menos concurrido, cuando miré a una tienda de ropa a mi izquierda y me fijé en que las dependientas actuaban de forma extraña, haciendo un corrillo en el fondo de la tienda y mirándose perplejas. Cuando entré se giraro para verme, y cuando les dije que estaba buscando a mi gato, sus caras se iluminaron.

"¿Un macho pelirrojo?" Dijo una de ellas.

"Sí" Dije "Lleva collar y correa"

"Está aquí dentro" Dijo otra haciéndome un gesto para que entrase y cerrase la puerta "Por eso cerramos la puerta, no queríamos que saliese y le pasase algo ahi afuera"

"Pensamos que alguien lo estaría buscando por la correa"

Me señalaron a un perchero lleno de vestidos. No pude evitar fijarme en el precio de algunos de ellos, no hubiese podido pagar ninguno ni con un mes de mi dinero. Me agaché y ahí debajo estaba Bob, hecho un ovillo entre las telas. Tuve miedo de que se hubiese cansado de mi, de la clase de vida que llevaba.

"Hey Bob, soy yo" dije finalmente antes de que Bob corriese a mis brazos.

Todos mis miedos se evaporraron cuando lo oí ronronear junto a mi oído.

"Me has dado un susto de muerte amigo" dije acariciándolo "pensé que te había perdido"

Me di la vuelta y vi a las dependientas mirándonos atentamente, una de ellas con los ojos humedecidos.

"Me alegro de que os hayais reencontrado" dijo "Es un gato precioso. Estábamos pensando en ese momento qué haríamos con él si nadie venía a por él cuando fuese la hora de cerrar"

Entonces vino y se puso a acariciar a Bob. Estuvimos un rato hablando, hasta que decidí irme para que siguiesen atendiendo a su trabajo.

"Adios Bob" Dijeron antes de que saliésemos a la calle para dirigirnos de nuevo a Piccadilly Circus.

Cuando volví a Piccadilly, descubrí para mi sorpresa, que mis cosas seguían ahí. Quizá el vigilante de seguridad les echó un ojo mientras no estaba. No lo se. Fuese quien fuese el buen samaritano, le estoy agradecido. Recogí todo y decidí volver a casa, a pesar de no haber alcanzado el objetivo que me había propuesto aquel día, lo importante era que me había reencontrado con Bob.

Por el camino, paré en una ferretería y compré un clip para enganchar la correa de Bob mejor a mi mochila. Ese día, en el autobús, en vez de sentarse a mi lado, Bob decidió sentarse en mi regazo. Aunque era un gato muy autosuficiente, a veces sus inseguridades afloraban. Y esa era una de aquellas veces, que tanto me recordaban que Bob me había escogido y había decidido estar conmigo.
 
Nerielia, como ya dije en algún post, te extrañabamos. Mil gracias por la traducción.

Este capítulo es bastante inquietante. Relata bastante bien todo aquello que hemos sentido alguna vez al creer haber perdido a nuestra mascota. Pero hay final feliz y eso lo compensa todo :)
 
En verdad son dos capítulos, por la tardanza! ;)
Yo también os eché de menos, me da cosilla postear si no es para un capitulo por si decepciona que sea un mensaje sin bob. :p

Aquí dejo material audiovisual, lo iba a poner en el otro mensaje pero se me pasó, es que estoy sin ratón hasta mañana y me daba miedo tocar algo que no debo y que se perdiese lo que llevaba escrito ¬¬:

Piccadilly

Piccadilly_Circus_by_couleur.jpg


Ring of Fire de Johny Cash



Trabajador de Ripley

Museo-Ripley.jpg


bob firmando autógrafos :D

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Pd he puesto una cover en vez de la canción original para que quede más auténtico. :p
 
Estoy fascinada con este tema. Siempre le pasaba por arriba sin explicarme el por que tendría cinco paginas, cien debería de tener. Después de estos relatos necesito comprar el libro. Nerielia te agradezco tanto que hagas este trabajo para nosotros, muy buena traducción por cierto!!!! Por favor no dejes de entrar y colgarnos los capítulos. Estoy enamorada de Bob, yo que soy una dog person. Imagino que Bob tendrá una legión de fans del mundo entero. (y)
 
Qué nervios!, en alguna ocasión me sucedió algo parecido y se siente la muerte!:facepalm: , una mañana, recién salida de la ducha, me dí cuenta que mi pequeña gata se había salido por primera vez a la calle por la ventana, salí disparada a buscarla fuera, caminé unos 50 mts. en una calle empedrada cuesta arriba, con las chanclas puestas, una toalla enredada en la cabeza y otra en el cuerpo, corrì dejando la puerta abierta, en ese momento solo pensaba en recuperarla, la ví y fuí tras ella, al final, se espantò tanto con mis gritos que se quedò quieta y la atrapè!. :love:
Cuando la tuve en mis brazos y oí su ronroneo, me volviò el alma al cuerpo, y me dì cuenta del ridìculo que hice:hungover: , agaché la cabeza y me fuì a la casa, sé que había gente que viò todo, pero no quise enterarme de quiènes fueron, para evitar ponerle cara a esta vergüenza!.

Gracias Nerielia por seguir compartiendo tu libro con nosotros!, me encanta!.:hungry:
 
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