Un gato callejero llamado Bob

Por fin terminó la semana, ha sido muy movidita! Pero al fin todo volvió a la normalidad, ha sido algo estresante pero merecerá la pena. :D

Por cierto. Va a salir otro libro sobre Bob. Esta vez, con anécdotas curiosas de James tocando en la calle con Bob. Creo que dentro de un par de semanas. Se llamará "The world according to Bob".

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Bob no solo estaba cambiando la actitud de otros para conmigo: también estaba cambiando mi actitud para con otros.

Nunca tuve a nadie a mi cargo en toda mi vida. Había tenido un trabajillo en Australia, y había estado en una banda, lo cual requiere trabajo en equipo. Pero la verdad era, que desde que me fui de Australia, mi mayor responsabilidad era cuidarme a mí mismo. Yo era lo primero, simplemente porque no había nadie más ahí haciendo ese trabajo. Como resultado, mi vida era bastante egoista. Se basaba en la supervivencia al día a día.

La llegada de Bob a mi vida había cambiado eso drásticamente. De repente tenía a alguien a mi cargo. La salud y el bienestar de otro ser vivo dependían de mí. Había sido todo un poco repentino, pero ya me estaba acostumbrando. De hecho, me gustaba. Se que esto va a sonar estúpido para algunos, pero por primera vez, me hice a una idea de lo que podía ser cuidar de un niño. Bob era mi bebé y saber que estaba seguro, caliente y bien alimentado era muy gratificante. También daba algo de miedo.

Me preocupaba por él constantemente, sobre todo estando en la calle. En Covent Garden o donde fuera, me volvía muy protector, como si mi instinto me dijese que tenía que tener un ojo puesto en él constantemente. Con buenos motivos...

No dejé envolverme en un falso sentimiento de seguridad solo porque la mayoría de las personas eran amables conmigo y con Bob. Las calles de Londres no sólo estaban buenas de turistas de buen corazón y amantes de los gatos. No todo el mundo iba a reaccionar de la misma manera cuando viesen a un músico ambulante y greñudo acompañado de un gato pelirrojo en su hombro ganándose el pan con una guitarra. Me pasaba muchísimo menos ahora que tenía a Bob, pero de vez en cuando seguía recibiendo muestras de abuso de vez en cuando, normalmente venían de gente joven en estado de embriaguez que creían que recibir una semanada cada viernes les hacía superiores a mí.

"Mueve el culo y búscate un trabajo decente, holgazán" me decían, aunque normalmente no en una forma tan "suave".

A mí los insultos me entraban por un oído y me salían por el otro. Estaba acostumbrado a ellos. Pero era una historia diferente cuando la gente tomaba a Bob como objeto de su agresividad. Ahí era cuando mi instinto protector tomaba el control.

Alguna gente, veía en mí y Bob un blanco fácil. De vez en cuando, algún idiota se metía con nosotros. Gritaban comentarios estúpidos o se quedaban ahí riéndose de nosotros. Y también a veces amenazaban con usar la violencia.

Un viernes por la tarde, algo después de que Bob empezase a venirse conmigo, estaba tocando en James Street cuando un grupo de chavales de raza negra pasó por nuestro lado. Se notaba que iban buscando problemas por su actitud con los demás. Un par de ellos se fijaron en nosotros y empezaron a hacer sonidos de "guau" y "miau", para entretenimiento de los demás.

Eso me hubiese dado igual, era estúpido y pueril. Pero luego, sin razón aparente, uno de ellos le dio una patada a la caja de la guitarra donde estaba Bob. No fue un toquecito suave, fue un puntapie cargado de veneno que arrastró la caja un metro por la acera, Bob incluído.

Bob estaba angustiado. Hizo un ruido agudo, como un grito, saltó de la caja y corrió hacia mí. Suerte que estaba sujeto por la correa, sino podría haberse escapado y perdido entre la multitud.

Fui a por la caja y me enfrenté al tipo.

"¿Por qué c****** hiciste eso?" Grité. Era bastante bajo, yo le sacaba un par de cabezas, pero eso no le impresionó.

"Solo quería ver si el gato era de verdad" Dijo, y se echó a reir como si se le hubiese ocurrido de repente la broma más ingeniosa del mundo.

"Pues yo no le veo la gracia, maldito imbécil" Le dije.

Ahí pararon de reir. Empezaron a rodearme y uno de ellos se acercó a mí sacando pecho y dándome un empujón. Yo se lo devolví y por un segundo pensé que las cosas se iban a poner feas. Pero entonces recordé que la cámara de CCTV estaba justo a mi lado.

"Venga, dame otra vez" Le dije "Pero la cámara está ahí. A ver qué lejos llegais después"

Fue divertido ver como sus expresiones cambiaron de repente. Eran lo suficientemente listos como para no meterse en problemas delante de una cámara. Uno de ellos me dijo: "Ya te pillaremos".

Por supuesto, no se fueron a gusto si no arrojaron otra tanda más de insultos sobre nosotros y haciendo todos los gestos obscenos habidos y por haber. El que lo dice lo es y todo eso. Fue un alivio verlos marcharse. Pero no me quedé por mucho tiempo tocando después de eso. Conocía a los de su clase, no se tomaban muy bien el que les rechistasen.

Este incidente me hizo darme cuenta de dos cosas. La primera, lo importante que era tener una CCTV cerca. Fue otro músico callejero quien me dio este consejo. "Estarás más seguro así" Me dijo. Pero por aquel entonces, yo era un sabelotodo. Ignoré el consejo al principio, hasta que después de unas cuantas experiencias parecidas, vi la sabiduría en sus palabras.

Eso era lo positivo. Lo negativo era que aquello me recordó algo que yo ya sabía. Iba a estar solo siempre en caso de problemas. No había ningún policía cerca. Había bastante gente en Covent Garden cuando la banda me confrontó, pero nadie hizo el amago de venir en mi auxilio. Es más, la gente hizo lo posible por pasar todo lo lejos que pudieron de donde estábamos. Nadie iba a venir en mi auxilio, era algo que había pasado siempre, solo que ahora tenía a Bob.

Aquella noche, montados en el autobús de regreso a Tottenham le acaricié la cabeza y le dije "Somos tú y yo contra el mundo, Bob. Somos los dos mosqueteros".

Bob se pegó a mí y comenzó a ronronear.

En verdad, Londres estaba lleno de gente a la que había que manejar con cuidado. Desde que empecé a traer a Bob, había tenido miedo de los perros grandes, principalmente. Había muchos, y no era raro que casi todos mostrasen interes en Bob. La mayoría de los dueños se daban cuenta inmediatamente si su perro se acercaba demasiado a nosotros, y daban un tirón de la correa. Pero en otras ocasiones, pasaban demasiado cerca para nuestro confort.

Afortunadamente, Bob no parecía intimidado por ellos. Los ignoraba. Eso hacía que la hipótesis de que se hubiese criado en la calle cobrase fuerza. Una semana después del incidente con la banda, Bob me mostró lo que era capaz de hacer al respecto.

Estábamos sentados en Neal Street una tarde, cuando se aproximó a nosotros un tipo con un Stafforshire Terrier. Los capullos siempre tienen Staffs, eso era un hecho irrefutable de la vida de Londres, y este tipo tenía una verdadera pinta de capullo. Tenía la cabeza rapada, una sudadera con capucha y con la otra mano aguantaba una lata de cerveza. Por la forma en que andaba, parecía ir bastante mamado, a pesar de que aún acababan de dar las 4 de la tarde.

Cuando pasaron por nuestro lado, el Staff empezó a tirar de la correa en dirección a mí y a Bob.

El perro no tenía una actitud agresiva, no se veía amenazante, solo quería echar un vistazo a Bob. O mejor dicho al plato de pienso de Bob. El Staffie pensaría que, ya que Bob no estaba comiendo en aquel momento, él tendría derecho a un par de bocaditos gratis.

No pude creer lo que pasó después.

Hasta entonces, estaba acostumbrado a la reacción de Bob habitual estando cerca de perros. Su filosofía normal era, no prestarles atención. En esta ocasión, sin embargo, quizá sintió que era necesario hacer algo.

En cuanto vio al perro acercarse, se levantó y le dio un gancho de izquierda en el hocico que hubiese enorgullecido a Muhammad Ali.

El perro no se lo creía. Se echó para atrás de la sorpresa, y volvió junto a su amo.

Yo estaba tan sorprendido como el perro. Creo. Lo único que pude hacer fue reirme a carcajadas.

El dueño nos miró. Después miró a su perro. Iba tan borracho que no creo que comprendiese del todo lo que acababa de pasar. Sobre todo porque todo fue visto y no visto. Le dio un pescozón al perro y ambos siguieron su camino. Creo que estaba mosqueado porque su aparentemente feroz perro había sido humillado por un gato.

Bob miró en silencio como se alejaban, y tras eso, volvió a sentarse en la misma posición en la que estaba. Trató al perro como si hubiese sido un pequeño estorbo, como quien espanta a una mosca. Pero para mí fue un momento muy revelador. Me dijo mucho sobre mi compañero, y sobre la clase de vida que había llevado antes de encontrarnos. No tenía miedo de defenderse. De hecho, sabía muy bien como cuidar de sí mismo. Tuvo que haber aprendido eso en alguna parte. En algún entorno donde hubiese muchos perros. Perros agresivos.

Otra vez me sorprendí a mí mismo pensando sobre el pasado del segundo mosquetero.

Vivir con Bob era divertido. Prueba de ello es nuestra aventura con el staffie, no nos aburríamos nunca.

Un mes después de nuestro encuentro, yo ya no tenía dudas de que Bob se había criado en la calle. Otra prueba de ello era su rotundo rechazo a la caja de arena que le había comprado. La detestaba y se negaba a hacer sus cosas en ella. En lugar de eso, se aguantaba hasta que yo tenía que salir, y entonces las hacía en el jardín de al lado.

No quería continuar con esto. Para empezar, eran cinco pisos los que tenía que bajar y subir para abrirle la puerta de la calle para que saliese y entrarse cada vez que necesitaba ir al baño. Así que decidí no dejarle otra opción a Bob que usar la caja de arena. Decidí dejarle 24 horas sin salir, así no tendría alternativa. Pero ganó ese combate con los ojos cerrados. Se lo aguantó todo y esperó, y esperó... y esperó más hasta que tuve que salir. Entonces se escurrió por la rendija de la puerta y bajó las escaleras como una centella. Juego, set y partido a Bob. Me di cuenta que era una lucha que nunca iba a ganar.

Aunque se había calmado algo con respecto a los primeros días, principalmente debido a su castración, aún seguía correteando por el piso como un loco de vez en cuando. Jugando con lo que sea que cayese entre sus zarpas. En una ocasión lo observé mientras se divertía con un tapón de botella durante una hora. En otra ocasión, encontró un abejorro. Estaba herido -le faltaba un ala- y no paraba de moverse en círculos por el suelo. Bob lo cogió delicadamente entre sus dientes y lo puso sobre la mesa de café. El abejorro segúia moviéndose en círculos y de vez en cuando, se caía al suelo de nuevo. Bob lo volvía a coger y depositar en la mesa mientras lo miraba moverse en círculos. Fue un espectáculo. Bob no quería comérselo. Simplemente quería jugar con él.

Seguía rebuscando en los contenedores a menudo. A veces, los contenedores se llenaban y la gente dejaba sus bolsas negras llenas de basura al lado. Por la mañana, aparecían hechas trizas, probablemente por zorros urbanos o perros callejeros. En una ocasión volvió con un muslo de pollo entre los dientes. Las viejas costumbres nunca mueren, pensé.

Por supuesto, conmigo Bob estaba bien alimentado. Pero él seguía tratando cada comida como si fuese la última. Cada vez que le ponía la comida en su plato, se lo zampaba todo en un santiamén.

"Más despacio Bob, disfruta de la comida" Le decía. Supongo que cuando llevas tanto tiempo comiendo cuando se te presenta la oportunidad, no te terminas de acostumbrar a dos comidas al día garantizadas. No le culpo, la verdad. Yo mismo me pasé buena parte de mi vida viviendo así. Otra cosa más que teníamos en común. Y quizá otra de las causas por la que nuestros lazos se estrecharon tan pronto, y tan fuerte.

Lo que sí era irritante, era el hecho de que lo dejaba todo lleno de pelos.

Era perfectamente normal, por supuesto. La primavera había llegado y se estaba deshaciendo de su abrigo de invierno. Para acelerar el proceso, se solía rascar contra los muebles, dejándolos cubiertos de pelos, que eran casi imposibles de quitar. Era bueno saber que estaba mudando el pelo por otro más sano y fuerte. Aunque aún estaba algo escuálido, al menos ya no se le notaban las costillas, como en los primeros días.

No lo bañaba. Los gatos se lavan a sí mismos todo el tiempo, y eso era algo en lo que Bob era bastante profuso. Me encantaba mirarlo seguir el ritual de lamerse las patas. Me fascinaba, y más sabiendo que era un link que tenía con sus ancestros.

Los parientes de Bob, provenían de climas cálidos, y no sudaban. Por lo que lavarse era la forma que tenían de refrescarse. También les ayudaba a camuflarse.

El olor es malo para los gatos, desde el punto de vista cazador. Los gatos son cazadores sigilosos, que tienden emboscadas a sus presas así que tienen que pasar lo más desapercibido posible. La saliva de los gatos contiene desodorante natural, que es por lo que se lamen tanto. Los gatos que más se lamían y escondían su olor, sobrevivían más tiempo y tenían más descendencia.

La saliva de los gatos también contiene agentes antisépticos, que es por lo que lamen sus heridas. Quizá esto era la causa por la que Bob se lamía tanto. Estando como estuvo, en tan mal estado.

Otra cosa interesante sobre Bob, era que le gustaba ver la tele. Había oído hablar antes sobre gatos adictos a la tele, tuve un amigo cuyo gato era fan de Star Trek: la siguiente generación. Cada vez que oía la música del principio (Da-da, da, da da-da, da, da, da), el gato venía de donde fuera que estuviese y se sentaba en el sofá. Me lo enseñó un par de veces y era descojonante. No exagero.

Bob se acabó convirtiendo en un teleadicto. Si algo le llamaba la atención, se quedaba pegado a la pantalla durante horas. Lo que más le gustaban eran las carreras de caballos del canal 4. Yo no solía verlas, pero acabé cogiendo gusto por ellas nada más que de ver a Bob ahí hipnotizado.
 
Gracias, Nerielia. :)

Este capítulo nos da a antender 2 cosas:
1.- Que gente gilipoll*s hay en todo el mundo. :mad:
2.- Que Bob sabe compatibilizar muy bien costumbres "gatunas" con otras más "humanas", jeje (curioso lo de la tele, a la mía lo que le fascina es ver cómo funciona el microondas :joyful: )
 
¿No hay más capítulos de Bob? (n)

Por cierto, y a colación del post de Flip con las fotos de las bufandas... ¡¡Que no se las aprete tanto, que me lo ahoga!! jejeje... ;)
 
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