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Opinión RAFAEL CERRO - 16 JUNIO, 2016
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Capillas y libertad de todos
Pasé dos años en la Universidad Autónoma estudiando ruso y algo de Derecho a mediados de los ahora remotos ochenta, pero nunca pisé la capilla. No profesaba religión alguna ni tampoco lo hago ahora, pero ya no soy el veinteañero de entonces. Me alarma que las revienten. Las actitudes involucionistas me preocupan más cuando los protagonistas son jóvenes, como podría haber pasado en este último caso, porque creo que ellos son los responsables de que esto evolucione. Las personas maduras presentamos más tendencia a atrofiarnos con la edad. Debemos refrescarnos con el entusiasmo de los chicos, por ejemplo cuando son nuestros alumnos.
Dejemos de dividir a la sociedad y de ponerles después etiquetas a los individuos que nutren los diferentes colectivos. Las etiquetas son la especialidad nacional: le pegamos una en la frente al rival y lo convertimos en enemigo. Inmediatamente después, le disparamos a la pegatina. Todos los ateos saben de buena tinta cómo son los católicos y viceversa. Cuando estás en una posición central resulta curioso, igual que es llamativo en política contemplar las fricciones entre rojos y azules cuando tampoco profesas ningún credo. La nota común es que nadie sabe en realidad nada de nadie. Todos los derechosos e izquierdosos de Twitter conocen tan bien al rival que lo encuentran, lo insultan con verbo certero y a continuación lo bloquean. Paseo con una chica licenciada en sociología y de clase media por Ifema y, cuando nos regalan los principales diarios de papel, me comenta con seguridad que tres de ellos son “fascistas”. Le pregunto por el pasado oscuro y por el presente camaleónico del presidente de El País, que precisamente es el único diario que le parece digno de su confianza, y nada sabe. Le pregunto cuándo leyó por última vez los tres periódicos que acaba de criticar y no lo ha hecho nunca. Solamente está segura de que es progresista El País, precisamente el diario más conservador en el sentido de que indudablemente forma parte del establishment.
El problema de la violencia en las capillas es de educación. Esto nos dice poco, porque casi todos los nuestros lo son, pero incluso con lo complejo que resulta se reduce a que ya hay mucha gente que prefiere eliminar al distinto en lugar de ignorarlo. Una de las pintadas de la Autónoma exige educación laica y no me opongo a eso ni es cosa mía juzgarlo. Me opongo a que eso se exija cotidianamente mediante la violencia. Para exigir la laica intentan destruir la católica. La culpa de que este cimiento educacional esté podrido es, una vez más, del estamento político. No hay un solo gestor aquí que realmente desee mejorarla. Todos modifican los programas y las leyes para llevar el agua a sus respectivos molinos. Han transformado la educación en ideología. ¿Piden de verdad educación ciudadana estos violentos con los que nos topamos cada vez más a menudo? No: lo único que les exigen a los alumnos es que sean políticamente extremistas y activamente intolerantes. Lo último que cualquiera de estos se para a pensar, como comentaba ayer uno de los chicos de la universidad, es que un solo alumno haya podido encontrar algo de refugio o consuelo entre las cuatro paredes del recinto religioso alguna vez. Cuanto más hemos leído, menos exigimos que todo el mundo sea de los nuestros, ya se aplique esta definición a los católicos, a los scouts o a los que votan comunista. Algunos psicólogos creen que los violentos que atacan las capillas no son verdes ni morados, sino que sencillamente presentan un cuadro de psicopatología psicopática. O sea: de odio.
Cada vez que esta gente destroza algo, pienso que el bien a proteger no es la capillita, sino la libertad de todos nosotros.
http://xyzediciones.com/capillas-libertad-todos/
Dan miedo y pavor. En un país así , tardaría diez minutos en pirarme, No quiero nazis fascistas ni de izquierda ni de derecha.