Qué leer.

Tierra de campos, David Trueba



Anagrama, Barcelona, 2017. 408 pp. 20,90 €

Ignacio Sanz

Y ahora, ¿qué? Todo un fin de semana encerrado con una novela de 400 páginas. Encerrado y feliz, levitando a veces, como si viajara plácidamente en un globo. Un paseo hasta el río el sábado, apenas una hora; y una partida de frontenis el domingo. El resto del tiempo atrapado en la peripecia vital de Dani Mosca, un tipo de hace canciones, el narrador de esta novela que te arrastra página tras página hasta dejarte sin aliento. Ya me había ocurrido con Cuatro amigos y luego con Blitz. Tierra de Campos tenía para mí, de entrada, un sugerente título. Y más desde que leí Viajes de la cigüeña, un precioso libro de Gustavo Martín Garzo lleno de emociones ligado a esta comarca vastísima, prácticamente sin relieve, que se extiende por cuatro provincias, claro exponente de la España vacía y olvidada. Luego, metido en la lectura, descubrimos que la Tierra de Campos está presente en toda la novela dado que hacia allí se dirige el coche de la funeraria que conduce Jairo, un ecuatoriano, con Dani a su lado. Pero no deja de ser un recurso cinematográfico, una especie de flash back que con el que se va hilvanando la novela que nos llevará finalmente al desenlace en Garrafal de Campos, un desenlace que recuerda los guiones que Rafael Azcona escribió para Berlanga, muy cercanos al disparate coral.
Pero no, la novela, en realidad nos cuenta en primera persona la vida de un chico de barrio, en concreto del barrio madrileño de Estrecho, un chico que hasta los 15 años no conoce La Plaza de España, que lo más lejos que ha llegado es a la calle de los Artistas cerca de la glorieta de Cuatro Caminos, donde está la pensión de la tía de Gus, su compañero de colegio religioso y con el que, junto a Animal, otro compañero, formarán un grupo musical llamado Los Moscas. Si Gus es sofisticado y atrevido, Animal responde a las expectativas primarias de su nombre. Y, sin embargo, en medio de tales contrastes, el lector descubre el refinamiento intuitivo de Dani que, en los vaivenes de la adolescencia, va conformando su sensibilidad hasta que termina por ser un amante refinado y después un padre responsable y virtuoso con algún parecido incluso a su propio padre, del que tanto ha abominado, con el que ha tenido desencuentros continuos y cuyos restos, un año después de su muerte, siguiendo su mandato, está llevando a enterrar a su pueblo.
Hay pasajes de un humor descacharrante, así como escenas grotescas que recuerdan al eterno esperpento español, pero en general el libro está recorrido por una vena vitalista y hasta lírica en ciertos momentos, en medio del torrente imparable de un estilo arrollador que arrastra al lector hasta ese final berlanguiano en Garrafal de Campos. Además de Gus y Animal, los componente esenciales del grupo, hay dos personajes femeninos muy poderosos y atractivos. Oliva por un lado y Kei, la chelista japonesa que conoce en Tokio, donde acaba una gira por varios países en la que Dani, al lado de Animal, actúa como telonero de Joan Manuel Serrat. Kei, tras una peripecia teñida de cierta melancolía, acabará siendo la madre de sus dos hijos. Pero las cuatrocientas páginas dan mucho de sí, en realidad son una fiesta, un viaje lleno de contrastes en el que el ánimo del lector nunca desfallece.
En fin, preciosa novela, un magma, una fiesta narrativa, un torrente de escenas que van del esperpento costumbrista hasta ciertos momentos de lirismo y sutileza. Todo se entreteje, como trasunto de la propia vida dejando en el lector cierto poso de melancolía no solo por lo que ha vivido al lado de estos personajes con los que ha pasado dos días de plenitud. Lo malo es esa sensación de desahucio cuando acaba la fiesta; entonces el lector ya desalojado, se pregunta: y ahora, ¿qué?.
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Obra completa 1. Poesía, Elizabeth Bishop



Traducción de Jeannette L. Clariond
Vaso Roto, Madrid, 2016. 592 pp. 29 €

Ariadna G. García

La obra poética de Elizabeth Bishop llama la atención por varias razones. La primera de ellas tiene que ver con el tempo de publicación de sus libros. La autora norteamericana publicó solamente cuatro libros en vida. Uno cada década. Se trata de un escritora meticulosa y detallista, ajena a las velocidades que alcanzaban otros, inmersa en su propia creación, sin mirar ni a un lado –la crítica– ni a otro –los lectores–. Su paso era lento, pero seguro. Un paso firme, siempre bien pensado. Tanto es así, que cada libro le reportó uno o varios premios de reconocido prestigio: Norte y Sur (1946), el Houghton Mifflin y el Pulitzer; Una fría primavera(1955), el National Book Award y el National Book Critics Circle Award; Cuestiones de viaje (1965), no cosechó ninguno; y Geografía III (1976), el Neustadt International Prize for Literature, que la consagraría a nivel mundial. Esta morosidad editorial la encuentro muy relacionada con su propia escritura. Elizabeth Bishop es una escritora de poema rocoso, de verso contundente, de lectura difícil. Cada texto exige un alto grado de concentración a sus lectores. Su lectura agota. También reconforta. Bishop es, ante todo, una estupenda descriptora de paisajes. Sus versos rinden homenaje a su tierra de adopción (Florida), pero también revelan el deterioro de los lugares de su infancia (La aldea de los pescadores) o tienen un valor simbólico de pérdida y/o esperanza (Cabo Bretón, donde la autora dibuja el paisaje desolado de Nueva Escocia: sus glaciares, nieblas y acantilados, sus escuelas cerradas, sus carreteras abandonadas, y donde de pronto, un padre que sostiene a un bebé se apea de un pequeño autobús y se adentra en su casa junto al mar). Además de estos lienzos verbales, enmarcados en la naturaleza, Elizabeth Bishop tiene una aguda mirada social de tipo urbano, caso del espléndido Estación de servicio (aquí la autora pinta a los hijos “grasientos”, “sucios” del propietario de la gasolinera; la familia vive en una construcción de cemento tras los surtidores, y cuando el panorama no puede ser más descorazonador, una serie de símbolos –una begonia, un mantel bordado– nos evocan una presencia femenina protectora, vigilante de la comodidad de la familia: “Alguien nos ama a todos”, concluye el texto). En otras ocasiones, la descripción de un entorno doméstico, de un espacio civil, plantea hondos dilemas a los protagonistas de los textos. Me refiero al poema En la sala de espera, donde la autora recuerda –a través de un monólogo interior– una experiencia de cuando apenas tenía siete años. El poema En la sala de espera nos descubre a la niña que fue leyendo un ejemplar del National Geographic y preguntándose sobre conceptos como los de identidad, raza o género. (Imposible no relacionar esta temprana conciencia de pertenencia a un grupo –“Tú eres uno de ellos”, “¿qué similitudes nos mantenían unidos a todos?–, con la novela Frankie y la boda, de Carson McCullers, donde la pequeña protagonista también se interroga sobre el concepto de comunidad humana: «Toda esa gente, y tú no tienes idea de qué es lo que les junta. Debe de haber alguna razón, alguna conexión, y sin embargo, no se me ocurre cómo nombrarla».) Elizabeth Bishop, que se crió con sus abuelos en Nueva Escocia, nos brinda algún poema-recordatorio de las viejas lecciones aprendidas de sus mayores (Modales: «Siempre ofrece subir al coche a todo el mundo;/no lo olvides cuando seas mayor»). Su obra, racional, hermética, no tiene concesiones emotivas; es puro granito, perfección formal. Y sin embargo, atrapa. Al menos, aquellos poemas más apegados a un recuerdo. Aquí humean los rescoldos de la emoción: «La vida y el recuerdo de ésta, ilegibles,/borrosos, pero cuán vivos, cuán entrañables, al detalle» (Poema). Sorprende, no obstante, el escaso número de textos amorosos, cuando la vida sentimental de la autora sufrió hondas decepciones y su relación con la arquitecta brasileña Lota de Macedo Soares acabó con el su***dio de ésta. Por otro lado, la traducción es muy buena. Exacta. Prescinde de las rimas en pos de la contundencia del mensaje. El volumen, bilingüe, incluye notas y un apéndice con manuscritos inéditos fotografiados. Quien lea este imprescindible libro debe hacerlo despacio. Debe saborearlo a sorbos. Exige paladares selectos. Bishop no es una Coca-cola, es un Domaine de la Romanée-Conti, un caldo de Borgoña
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Libros, secretos, Jacobo Siruela



Atalanta, Girona, 2016. 270 pp. 21€

Bruno Marcos

Las civilizaciones basadas en el libro, como la cristiana, la judía o la musulmana, conocen la capacidad que tiene la literatura para ascender a una categoría superior, la del texto sagrado, verdadero motor de las épocas. Este gran poder de la Biblia, la Torá o el Corán ha proporcionado al mundo de los libros un aura negra que, también, alcanza a todo el conocimiento del cual han venido siendo vehículo a lo largo de la Historia. Lo complejo o lo inteligente, la ética o la metafísica que residían en los libros han pasado de la gravedad a lo inquietante, a lo fascinante, y una sociedad como la nuestra, demasiado transparente, demasiado informada, ha visto en el mundo de los libros viejos y secretos una veta de misterio última, cuando la Modernidad ya había expulsado el misterio del mundo.
En Libros, secretos Jacobo Siruela hace un recorrido por varios de estos libros secretos, unos más que otros. Algunos de ellos totalmente herméticos como el manuscrito Voynich, que contiene enigmas criptográficos en una lengua ignota que han obrado el fracaso de varias generaciones de especialistas. De dicho libro se pueden ver en esta edición sus misteriosos dibujos indescifrables, que recomiendo contemplar con lupa ya que se trata de reproducciones de magnífica imprenta.
Otros de los que se ocupa son más populares, aunque se añaden datos nuevos, curiosos y reveladores, como el relato de Byron y los Shelley en la noche que dan a luz la historia de Frankenstein.
Especialmente interesante es el capítulo biográfico de Valentine Penrose, autora ligada al surrealismo y muy poco conocida, que escribió el libro sobre la vampiresa eslovaca del siglo XVI, la condesa Báthory, que es precedido por una genealogía exhaustiva del vampirismo presente en todas las culturas desde la Antigüedad.
Es este un libro con digresiones interesantes por todas partes, por ejemplo la que se hace sobre la Belleza y su crisis en la actualidad, que, además de añadir una crítica a las derivas estéticas presentes no escamotea un estudio de lo contemporáneo. En otra ocasión, por ejemplo, se resalta la llamativa presencia de la superstición en plena Ilustración, señalando que la retirada de la religión va dejando un hueco que es tomado de nuevo por lo irracional.
Este ensayo, como otros de este autor, va dirigido a un lector culto, con conocimientos en varios campos, la Historia, la Filosofía, la Psicología o la Literatura entre otros, eso es evidente, pero su lectura no es nunca farragosa sino muy asequible y amena. El autor explica todas las obras de las que habla como si el lector no las conociera y el que ya las conoce siempre encuentra algo nuevo. Este libro, que presenta otros secretos haciéndolos así menos secretos, escribe un fascinante capítulo de la historia de la fantasía humana.
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La casa del álamo, Kazumi Yumoto



Trad. Rumi Sato
Nocturna, Madrid, 2017. 181 pp. 14,50 €

Santiago Pajares

Descubrí a Kazumi Yumoto con su preciosa primera novela Los amigos, publicada por Nocturna Ediciones hace dos años. Tras ella, al año siguiente, llegó la inquietante Viaje a la costa, también con Nocturna, una novela más oscura y con más carga psicológica. Cuando me llegó La casa del álamo, no podía dejar de preguntarme qué estilo habría seleccionado Kazumi Yumoto esta vez. La literatura japonesa es capaz, muchas veces, de tratar temas livianos y etéreos con una magistral sencillez. La muerte y el mundo de los espíritus, siempre entrelazada con la vida diaria de los personajes, nos da a entender que todos estamos aquí de paso, cambiando para ser otra cosa hasta al final convertirnos en nada. La casa del álamo nos habla de eso, de una niña que entabla una peculiar relación con la casera de su bloque de apartamentos, la anciana que entregaba cartas a los muertos. Una novela corta que puede ser leída tanto por adultos como por jóvenes, de ahí su gran poder, porque no hay mejor manera de tratar asuntos graves que con una voz clara y sencilla.
La historia está contada desde la voz de Chiaki, una enfermera en plena crisis existencial que es informada sobre la muerte de la casera del bloque de apartamentos donde vivió tres años de pequeña. Inesperadamente, y aunque hace décadas que no sabe nada de ella, decide ir a su funeral. En el viaje recordará todo lo que vivió allí, en la casa del álamo. Chiaki sólo tenía seis años cuando llegó allí por primera vez, sola con su madre y el recuerdo aún fresco de su padre fallecido. Pero la vida no se detiene, y la pequeña y su madre tienen que continuar con sus estudios y trabajos mientras tratan de asimilar la noticia. La ansiedad de lidiar con ello le trae a Chiaki unas fiebres tan grandes que tiene que ser hospitalizada y después guardar reposo en casa. Allí es donde conoce a la anciana, que la cuidará mientras su madre va a trabajar y le contará su gran secreto: Ella es una mensajera de los muertos. Los hombres y mujeres de la zona le escriben cartas a sus seres queridos fallecidos y ella las entregará en su ataúd al otro mundo cuando muera. Mientras, las va guardando en un cajón cada día más lleno. Cuando esté repleto, morirá. La pequeña Chiaki tiene entonces la oportunidad de escribir a su padre para contarle su día a día, y descubre lo que la anciana ya sabía, que escribir calma el espíritu y ayuda a comunicarse, más que con los muertos, con una misma a través de la letra impresa. Tras la novela Los amigos, Kazumi Yumoto vuelve a tratar los mismos temas con un nuevo enfoque. El paso de la infancia a la madurez, la relación de jóvenes y ancianos y la muerte siempre presente, como un calendario que nunca caduca.
La casa del álamo es una novela breve que se lee en dos tardes pero cuya esencia se va a quedar con nosotros mucho tiempo. Tanto como ese álamo, que con su pérdida y renacer de las hojas, nos marca las estaciones del año. También apuntar la preciosa edición de Nocturna Ediciones, que cuida tanto sus libros como a los autores que nos descubre. Quedamos a la espera de la siguiente novela de Kazumi Yumoto, una autora para apuntarse el nombre
 
Los últimos días de Nueva París, China Miéville



Trad. Silvia Schettin Pérez
Ediciones B, Barcelona, 2017. 240 pp. 18 €

Pedro Pujante

China Miéville (Londres, 1972) es uno de los escritores de ciencia ficción y fantasía más originales y prometedores del panorama actual. Sus libros son pequeñas bombas, repletas de juegos y metáforas potentes. Cuando leí La ciudad y la ciudad me impresionó ese equilibrio perfecto entre argumento y tesis, en una ficción que rozaba lo fantástico, lo policial y lo alegórico, la construcción de una ciudad deslumbrante, el juego fronterizo de los géneros.
En Los últimos días de Nueva París vuelve a sumergirse en la construcción de arquitecturas espectrales para ambientar una ucronía bélica que va más allá de la propia realidad en un París onírico. De hecho, la historia es una explotación del universo surrealista, experimento que Miéville ha llevado hasta los límites.
Sitúa a sus personajes en dos historias paralelas, con dos cronologías que se intercalan: 1950 y 1941. Una supuesta ¿Segunda Guerra Mundial? en la que ha estallado la Bomba S. Este hecho ha desatado las fuerzas surrealistas, el imaginario de los artistas surrealistas ha traspasado las fronteras de la realidad y lo poético para materializarse en formas tangibles, terribles monstruos multiformes llamados “manifs”. Además, los nazis han abierto las puertas del infierno y han liberado fuerzas demoníacas. Los monstruos surrealistas e infernales pasean sus extrañas fisionomías por una París sombría.
La novela sería la narración de un combate bélico, entre militares y revolucionarios, si no fuese porque Miéville ha incorporado estas extrañas figuras que emergen de los versos de Éluard o Aragón, o las pinturas monstruosas de Dalí o Tanguy. La proliferación de imágenes es excesiva y recurrente. El autor ha incorporado al final de la novela, una lista con las referencias y sus debidas explicaciones.
Hay que reconocer la grandiosa imaginación de Miéville. El impacto visual, el correlato artístico de esta novela es abrumador. No obstante, el ritmo narrativo se ha descuidado, se ha abusado del fragmentarismo, haciendo que el excesivo conceptualismo lastre un argumento que a menudo se nos antoja hermético.
China Miéville ha trazado la hoja de ruta para un gran libro, pero le ha faltado desarrollo. Las ideas son geniales, la prosa del autor británico es más que solvente y su imaginación inigualable. No obstante, en esta novela echamos de menos que la masa narrativa no haya sido aglutinada, que las historias que la integran no se hayan soldado.
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El libro de Jonás, Ramón Pernas



Espasa, Madrid, 2017. 288 pp. 19,90 €

Pedro M. Domene

Ramón Pernas (Vivero, Lugo, 1952) nos tiene acostumbrados a que uno o varios personajes de sus historias nos cuenten, desde la feliz época de la niñez o los complejos días de la adolescencia, buena parte de su existencia, esos años que incluyen determinados episodios, o algunas difíciles vicisitudes que en su devenir le han ocurrido hasta llegar a una madurez placentera pero que, de alguna manera, cierran ese ciclo final de todo un trayecto vital. Pernas parece que ensaya un ajuste de cuentas a la conciencia libre de quien vuelve la vista atrás tanto a los momentos felices, como a los amargos de su existencia pasada, y se enfrenta a sus recuerdos en una calculada y sostenida narración que alterna con las voces diversas de quienes compartieron episodios de su vida anterior. Es así como restituye vivencias propias con otros personajes de ficción entre los que destacan algunos de sus amigos de la infancia: Humberto Rey y, sobre todo, Justo Pastor Blanco, víctima de un accidente cuando siendo un vaquero el disparo de la varilla metálica de un paraguas se le clavó en el ojo; y todo queda envuelto la mágica visión de los juegos en las tardes de los jueves en la plaza que aún puede verse en la parte trasera de la iglesia de Santa María de Vilaponte; y nunca hay que olvidar que El libro de Jonás (2017) cuenta, también, la historia de las hermanas, Áurea, Argenta y Cobre.
El narrador gallego traza con El libro de Jonás un auténtico recorrido sentimental cargado de un finísimo lirismo que alude al paisaje de sus amores secretos, y así el lector asiste al relato de las innumerables vivencias que durante tantos años han dormido en la memoria de la infancia del protagonista; una historia que debemos ir descifrando porque goza en muchas de sus páginas de una auténtica atmósfera mística. A medida que avanzamos en su lectura tenemos la sensación de que el autor, guiado por los latidos de su escritura, nos invita a visitar esos rincones que frecuentó y a pasear entre esos paisajes que tanto amó. Capítulo a capítulo El libro de Jonás quiere presentarnos a todos esos amigos, a los libros leídos y a los lugares que dejaron una huella tan profunda en su vida, y quizá por eso la narración se ve impulsada por un acentuado afán de celebrar la vida, de recuperar ese territorio que es la infancia, a veces equivocadamente perdida, aunque sea una infancia que nos proporciona una visión del mundo privilegiada y, desde luego, bastante más agradable.
Ramón Pernas consigue con su libro trazar el sentido último de su propia historia, y pone en pie el valor de esos personajes secundarios envueltos en la magia gallega donde lo fantástico cobra un valor especial, caso de las mellizas guardianas del infierno o la joven Ada que reconocerá su futuro cuando rescate su soledad, y la fuerza vital de la pelirroja Argenta que duerme desnuda y sueña con conseguir ese anhelado deseo ya en su madurez; el secreto que esconde Humberto Rey, el propietario de Nemo —librería general del mar y los océanos— que durante mil y una noches lee a sus visitantes diez páginas de un libro; y, lo mejor, ese melancólico recuerdo del narrador al que un día el actor Orson Welles le regaló el talismán de medio dólar de plata y siempre que lo acaricia con sus dedos le devuelve el curioso episodio vivido en su niñez. Todas y cada una se convierten en esas voces que alternativamente aparecen en el relato, que evocan un pasado particular y no menos dramático, y que en el presente se muestran como esos espejos donde queda reflejado lo que oculta cada una de ellas. Al final de todo Pernas va encajando las piezas en el puzzle de una no menos compleja y bien estructurada historia que rezuma la magia de saber contar porque entre penumbras y silencios escuchamos en el fondo mismo del pasado de los días vividos en Vilaponte, y la fabulosa historia de ese mítico Jonás a quien un día una ballena albergó en su inmenso vientre, y lo hizo para salvarlo durante tres días y tres noches.
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LA CONQUISTA DEL POLO NORTE – Fergus Fleming
Publicado por Rodrigo | Visto 6055 veces

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«El descubrimiento del Polo Norte representa la victoria inevitable del valor, la persistencia, la capacidad de aguante, sobre todos los obstáculos. En el descubrimiento del Polo Norte están escritos los capítulos de la última de las grandes historias geográficas del hemisferio occidental, que empezó con el descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón». Robert E. Peary, explorador del Ártico

Epopeya de la voluntad y la resistencia física, paradigma de las grandes exploraciones, la denodada empresa de alcanzar los 90° de latitud norte, en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, es materia de la espléndida relación escrita por el periodista británico Fergus Fleming (n. 1959), autor de varias obras sobre exploradores y sus hazañas. La conquista del Polo Norte (Ninety Degrees North, 2002) es una historia de sonados éxitos y de rotundos fracasos, de heroísmo pero también de muy humanos tropiezos, en que lo admirable y lo emotivo alternan casi sin pausa con lo sórdido y lo espantable. Es la historia de una gran aventura en el más implacable de los entornos, en que la relativa precariedad de medios debía superarse a punta de tenacidad y en que la imprevisión o la incompetencia solían pagarse con la muerte.

Paraje extremo e inaccesible por siglos, la zona ártica alimentaba disparatadas fantasías y alocadas conjeturas, algunas de ellas –ya en la era de la Razón- revestidas de empaque científico. Todavía en el último cuarto del siglo XIX el Polo Norte inspiraba teorías en las que alentaban efluvios de los mitos arcádicos, remanentes de la época anterior a la modernidad: no faltaba quien pensaba –y lo exponía en forma de libro- que el polo revelaría a sus descubridores una entrada a una región interior del planeta, perfecta e ideal, suerte de Jardín del Edén que exhalaba una pureza que se materializaba en la aurora boreal. Ya directamente en materia, fue la desaparición de la partida del capitán John Franklin, en 1845, lo que gatilló la fiebre del Polo Norte. Docenas de barcos partieron en su búsqueda en los años siguientes, y muy pronto el desconocimiento de los 90° de latitud norte adquirió rango de máximo acicate para espíritus osados y ambiciosos. Ser los primeros en llegar a tan ansiada meta dio lugar a una de las grandes carreras del siglo, y es que pocos motivos podían ser más auspiciosos para el orgullo nacional, la expansión del conocimiento científico y la publicidad capaz de multiplicar las ventas de los periódicos (en efecto, los propietarios de ciertos periódicos se contaron entre los mayores patrocinadores de travesías polares, y también se multiplicaron los «Stanleys» que iban en busca de exploradores perdidos en las desolaciones árticas). Por no hablar, claro está, de la vanidad de los exploradores. Los intrépidos individuos que se atrevían a desafiar las condiciones extremas del Ártico apenas tenían necesidad de escudarse en la ciencia, aunque los reconocimientos otorgados por instituciones científicas eran calurosamente recibidos por ellos; bien lo dice nuestro autor: «Como en realidad sabía todo el mundo, y como la prensa no titubeaba en decir, la exploración del Ártico era un asunto de pura ambición».

Exhaustivamente documentada y bien escrita, la narración traza los antecedentes necesarios y se adentra pronto en su tema con la expedición de Elisha Kent Kane (1820-1857), cuyo objetivo primero era la búsqueda de Franklin y sus hombres, sin despreciar la eventual conquista del Polo Norte (la historia del desastre de Franklin es narrada por Fleming en un libro anterior, Barrow y sus hombres, edición en castellano por National Geographic, Barcelona, 2005; no he leído este libro). Culmina con la travesía aérea liderada por Roald Amundsen, célebre conquistador del Polo Sur, Lincoln Ellsworth y Umberto Nobile, quienes a bordo del dirigible Norge sobrevolaron el Polo Norte en 1926 y fueron los primeros de quienes se puede asegurar sin vacilaciones que arribaron a dicha meta.

El lector encontrará en este libro toda clase de exploradores, desde un «cruzado polar» como el muy piadoso Charles Francis Hall (1821-1871), quien súbitamente vendió el periodicucho que dirigía en Cincinnati, Ohio, para convertirse en improvisado explorador, sin más bagaje que la inspiración divina de la que se creía imbuido; desde un vástago de la aristocracia europea, Luigi Amadeo Giuseppe de Saboya-Aosta (1873–1933), duque de los Abruzos y primo del rey de Italia, cuyo alojamiento provisorio en el Ártico requería de algo más digno que un miserable iglú o una modesta cabaña de madera, haciéndose construir un pabellón principesco –literalmente- a modo de campamento; hasta un prodigio de ambición y arrogancia como Robert Edwin Peary (1856–1920), quien se proclamó primer hombre en llegar al Polo Norte (en 1909, logro desmentido posteriormente) y es descrito por Fleming como «el más obstinado, posiblemente el más exitoso y probablemente el más desagradable de los hombres que aparecen en los anales de la exploración del polo».

Nota destacable de las exploraciones del Ártico en el siglo XIX es que, como enfatiza Fleming, sus patrocinadores y participantes se negaban a aprender las lecciones del pasado. Había constancia de que el escorbuto podía prevenirse gracias al consumo de verduras y carne fresca, no obstante lo cual algunas expediciones se empecinaban en colmar sus bodegas con provisiones saladas. Se sucedían las exploraciones en pos de un mar Polar abierto que, según todos los indicios, no existía. Se sabía que los buques pequeños y los trineos tirados por perros eran los vehículos de transporte más eficaces, pero se insistía en usar buques grandes y trineos tirados por hombres. En fin, sostiene nuestro autor, «donde saltaba a la vista que la mejor forma de alcanzar un objetivo era viajar por tierra, en vez de ello se mandaban barcos». Era también una manifestación del racismo de la época la renuencia a admitir que una clave para sobrevivir en el Ártico era adoptar la dieta y la indumentaria de los inuit o esquimales, cosa que fácilmente podía deducirse de los diarios de los exploradores árticos –leídos con avidez por quienes aspiraban a incorporarse al gremio-.

La conquista del Polo Norte selló una época de desafíos descomunales a la imaginación y la capacidad de los hombres, de proezas heroicas y de pesquisas quiméricas. De alguna manera, las riñas entre competidores, las patrañas de algunos inescrupulosos (el doctor Frederick Cook, sobre todo, puesto en evidencia como un farsante que había inventado su llegada al Polo Norte, pero también el mismo Peary, quien al parecer creía sinceramente haber arribado a la meta pero rellenó sus informes de exploración con datos falsos); las muertes por inanición, escorbuto, congelamiento, accidentes diversos, incluso episodios escabrosos de asesinato y canibalismo: detalles sórdidos más y menos, entran en la cuenta del romanticismo sombrío de una era. El final fue un tanto decepcionante, pues nada de particular había en los 90° septentrionales. No había un mar polar abierto, ni tierra firme, ni una entrada al paraíso soñado:

«En términos imperiales y comerciales, el Polo Norte no tenía ningún valor. Desde el punto de vista científico, su descubrimiento no trajo ningún beneficio inmediato al género humano. Nada se había encontrado en él, salvo el mismo hielo con el que los exploradores habían batallado durante centenares de años, y poco se había demostrado, excepto la capacidad de los seres humanos para llegar a una serie de coordenadas que ellos mismos habían inventado» (p. 449).

– Fergus Fleming, La conquista del Polo Norte. Tusquets, Barcelona, 2007. 508 pp.

http://www.hislibris.com/la-conquista-del-polo-norte-fergus-fleming/
 
Última edición:
El ojo castaño de nuestro amor, Mircea Cărtărescu



Trad. Marian Ochoa de Eribe.
Impedimenta, Madrid, 2016. 208 pp. 17,95 €

José Miguel López-Astilleros

Desde hace unos años los lectores de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) estamos de enhorabuena, porque desde 1993, año de la primera publicación de una obra suya en Seix Barral, hasta 2006, fecha en que Funambulista rompió el silencio editorial con Por qué nos gustan las mujeres, no habíamos tenido la ocasión de leerlo en español. Aunque hasta 2010 no comenzaría de un modo casi ininterrumpido la traducción y edición de parte de su obra (Cegador, Funambulista y El ruletista, Impedimenta). Pero la excelente noticia es que esta última editorial nos ofrece desde entonces unas magníficas traducciones del rumano a cargo de la gran traductora Marian Ochoa de Eribe (El Levante, Las bellas extranjeras, Lulú, y Nostalgia, aparte de la ya mencionada e incluida en esta última), y no traducciones de las ediciones alemanas.
El ojo castaño de nuestro amor es un libro que tiene la particularidad de estar «…especialmente preparado para el lector español, he intentado customizar el libro para la mentalidad literaria española, tal y como yo la imagino», declara el autor en una entrevista de Daniel Arjona, y más adelante «…se trata de una recopilación de textos que sirven de sumario de toda mi obra. […] es donde el lector encontrará el itinerario al resto de mis libros». De modo que quienes ya conozcan su obra advertirán las continuas referencias a sus temas, personajes, procedimientos literarios, libros, y en definitiva al muy particular mundo cartaresquiano. En cambio los que se acerquen por primera vez a él, tendrán en sus manos una suerte de introducción y guía de lo que encontrarán mucho más desarrollado en los anteriores, sin que ello quiera decir que ninguna de estas piezas esté inserta en aquellos.
La obra está compuesta por veinte textos no muy extensos y heterogéneos. Si establecemos una clasificación grosso modo, nos encontraremos con relatos genuinamente autobiográficos. Este elemento autorreferencial es recurrente en toda su obra, porque siempre escribe sobre sí mismo. Esto no significa que todo lo que cuenta se corresponda con hechos verificables y comprobables por un supuesto biógrafo, dado que para él la realidad es una creación personal de cada ser humano según sus percepciones, pensamientos y vivencias, de ahí que argumente que los escritores fantásticos son más proclives a desenmascarar el mundo en el que viven que a crear otros nuevos. El resultado es que la realidad y la ficción en Cărtărescu tienen la misma consideración y están en el mismo plano, es decir ambas pertenecen a la misma realidad, y por supuesto los sueños y las alucinaciones, elementos también muy presentes en su narrativa. En Mi Bucarest busca el Buenos Aires de Cortázar, la Alejandría de Durrel, el San Petersburgo de Dostoievski, el Dublín de Joyce, su ciudad mítica, puesto que la real era una ciudad “cenicienta”. Con su mirada nos asomamos al Bucarest de su infancia y adolescencia, que era el de su madre, el centro del mundo; al soñado, que corresponde al literario, al de la poesía; pero también al real, al degradado por el comunismo; y al de la primera mujer; así como al de los descubrimientos de las librerías, editoriales o cenáculos literarios, tan importantes estos en su vida. En Para D., vingt ans après rinde homenaje a una chica con quien tuvo una relación en sus años universitarios que aparece en REM —uno de sus mejores relatos, incluido en Nostalgia—, a la cual plagió los sueños que le contaba, a ella debe por ejemplo el del palacio de mármol de Cegador con sus mariposas. Los sueños están muy presente en toda la obra de este autor, lo onírico recibe un tratamiento poético que hace de este rasgo algo que caracteriza su estilo y la manera de percibir literariamente aquello que nos transmite. La infancia y la adolescencia son los dos períodos de la vida más importantes para él. De la primera opina que es el tiempo de la felicidad suprema, donde germina el mundo que ha de determinar nuestra personalidad futura, y a la segunda se suma todo el itinerario emocional, placeres, miedos, interrogantes, y gran parte de las profundidades que exploraremos en la madurez. En Pontus Axeinos relata su descubrimiento del mar a los doce años y la muerte de Ovidio en el mismo lugar. Es prodigiosa la sensibilidad con que en la página 46 se refiere al privilegio que supone para él tal acontecimiento, por ser el primero de la familia en contemplarlo. Otro motivo constante es el de las referencias literarias, utilizadas como temas en sí mismas o como indicaciones cómplices de universos literarios a cuya paternidad debe el suyo (Proust, Cortázar, Kafka, Borges, García Márquez, Sábato, Dante, Woolf…). En Ada-Kaleh, Ada-Kaleh... rescata la fascinante historia de dicha isla desparecida en 1970 a través del recuerdo de un cuadro colgado en su casa, que representa el inconsciente mágico y colectivo de la ciudad. Cuando ingresa en la universidad toma conciencia de que el dictador Nicolae Ceausescu estaba dejando al país en ruinas, sobre ello escribe estas hermosas y desoladoras palabras «¡Qué extraño destino me tocó en suerte! He madurado entre ruinas, he estudiado entre ruinas, he amado entre ruinas. A veces pienso que ser rumano significa ser pastor de las ruinas, arquitecto de las ruinas, amante de las ruinas.» (pág. 24) Y un poco más adelante, en las páginas 27 y 28 «…De ahí mi oficio: constructor de ruinas. Mi vocación: arquitecto de ruinas. Mi vicio: voyeur de ruinas. No me preguntéis por lugares olvidados y abandonados en Europa. Incluso mi madre es un lugar así. Yo mismo soy un lugar así. Juntaos en torno a mí, abrid mi cráneo y contemplad mi cerebro: se deshará ante vuestros ojos como un molde de yeso. Y su polvo se mezclará inseparablemente con el polvo de las ruinas entre las que he vivido toda la vida, amante de una harén de ruinas.» El relato que da título al libro trata sobre el trauma que supuso para él perder a su hermano gemelo a los cinco años. Este motivo de los gemelos y del hermano desaparecido en concreto es algo recurrente a lo largo de toda su creación, como un dolor crónico que no deja de estar presente jamás condicionando su vida y su literatura. Aparte de esto, esta pieza también es un canto a la maternidad feliz, a pesar de las privaciones soportadas. En El cuarto corazón nos cuenta la historia de un libro que leyó a los ocho años y que nunca volvió a encontrar, porque «…todos tenemos un libro perdido en lo más profundo de la infancia.» (pág. 148) En otros relatos autobiográficos como Los años robados, Mi primer vaquero o La época del nes nos refiere distintos episodios de su vida en unas ocasiones de un modo objetivo y en otras con una ironía crítica con toques surrealistas.
El tono ensayístico predomina en Europa tiene la forma de mi cerebro, donde reflexiona sobre lo que significa ser europeo y su pertenencia a Europa, puesto que se siente partícipe y heredero de dicha tradición, además la literatura está por encima de los mapas. Del mismo modo en El gato muerto de la poesía de hoy, donde trata sobre el futuro y la supervivencia de la poesía, pero también hace un recorrido por la poesía rumana desde los años sesenta del siglo pasado. La literatura es un motivo de reflexión continuo en toda su obra. En …Escu nos ofrece una reflexión sobre la dificultad de ser un escritor rumano y sobre la educación en su país después de 1970. Y con un cierto tono melancólico sobre el fin de la literatura tal como la concebimos hasta hoy, en La ruina de una utopía concluye «Me temo que de ahora en adelante nadie va a vivir en los libros, tal y como han hecho mi generación y las precedentes…» (pág. 156). Sobre el oficio de escribir y el paso del tiempo reflexiona en Forever Young.
También encontramos relatos de ficción pura: Zaraza y La chica del borde de la vida. En la primera cuenta la historia romántica de una cantante gitana asesinada en los años cuarenta. Sobre esto hay que decir que Cărtărescu se considera a sí mismo un escritor neorromántico en muchos aspectos. El segundo es un cuento fantástico muy imaginativo, en el que se narra cómo el protagonista llegó al oficio de escritor.
Una de las características más sobresalientes de la manera de escribir de Cărtărescu consiste en el tratamiento poético que imprime a la materia narrativa, dotándola de una buena dosis de sensualidad y a menudo de sugerente melancolía. Por eso llega a decir que su prosa es una metamorfosis de su poesía —recordemos que está considerado como uno los mejores poetas rumanos del siglo XX, aunque a los treinta y tantos años abandonara su cultivo—. Otros aspectos a destacar son la enorme originalidad, tanto de este libro como cada uno de los anteriores, y la muy particular mirada con que interpreta el mundo a través de su desbordante imaginación. Todas estas breves consideraciones no serían posibles sin el gran trabajo de su traductora, Marian Ochoa de Eribe, una maga de la traducción, cuya sabiduría y sensibilidad nos crea la ilusión de leer a Cărtărescu en nuestro idioma como si fuese el suyo.
Hay muchos libros en los expositores de novedades que cualquier escritor con un poco de oficio y paciencia podría haber redactado, en cambio los de Cărtărescu sólo los podía haber escrito él. Estos son los que no podemos dejar de leer.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2017/04/el-ojo-castano-de-nuestro-amor-mircea.html
 
El mundo bajo los párpados, Jacobo Siruela



Atalanta, Girona, 2016. 352 pp. 28€

Bruno Marcos

Hace algunos meses encontré una afirmación de Walter Benjamin que me dejó fascinado e inquieto. Tanto que copié la cita y la puse en Facebook por si alguien añadía algo. Los meses pasaron y la respuesta la hallé no en el etéreo de las redes sociales sino en este libro que aquí se reseña, El mundo bajo los párpados. La frase decía: «La historia de los sueños aún está por escribirse».
Lo que le gustó inicialmente a Benjamin de los surrealistas que se sumergieron en lo onírico fue la posibilidad de romper la lógica histórica, que califica de superstición, añadiendo al mundo de las cosas los sueños. «El soñar participa de la historia» asegura y así resalta que los sueños han decidido guerras, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto e incluso las fronteras del propio sueño, lo que puede ser realidad y lo que no.
Jacobo Siruela emprende la escritura de esa historia de los sueños que Benjamin echa en falta e indica, claramente, que no se trata de una interpretación de los sueños, no de una onirocrítica o de psicoanálisis, sino de una historia más allá de la terapéutica o la adivinación, casi una “estadística” que es el término que usa Benjamin. Incluso se habla de sueños colectivos y epocales, como producción mental perfectamente integrada en los hechos políticos o sociales de los tiempos. Para ello se apoya el autor en la cita de Hegel: «Si pudiéramos reunir los sueños de un momento histórico determinado veríamos surgir una exactísima imagen del espíritu de ese periodo». Así pues se habla en el libro, por ejemplo, de la recopilación de sueños llevada a cabo por Charlotte Beradt sobre el periodo del Tercer Reich, en la que establece la categoría de “sueños políticos”, las pesadillas de entonces con el terror nazi. También se citan las prácticas soviéticas de internamiento en psiquiátricos de aquellos sujetos que no comulgaban con las directrices del poder con la intención de neutralizar su mundo onírico que consideraban como foco subversivo.
Se hace en esta obra un recorrido histórico exhaustivo comentando los sueños bíblicos, los de Jacob, Salomon, Asurbanipal, Nabuconodosor, Calpurnia, Augusto, Maria Antonieta, Napoleon, Otto von Bismark, Abraham Lincoln y muchos otros.
El libro está dividido en siete capítulos y magníficamente acompañado por ilustraciones extraordinariamente bien seleccionadas e impresas. Destaca el último, dedicado al sueño y la muerte, en el que se señala el parecido entre el durmiente y el muerto que se viene encontrando desde la antigüedad. Después de advertir, certeramente, que el principal fracaso de la modernidad ha sido no lograr dar respuesta al misterio de la muerte, concluye el libro con una cita fulminante de Jung en la que asegura que los heridos de la Primera Guerra Mundial en estado de muerte cerebral soñaban. Deja así esta historia de los sueños abierta una vía en la que seguramente Benjamin no pensó, que los sueños tuvieran algo que ver con el alma.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2017/04/el-mundo-bajo-los-parpados-jacobo.html
 
Corazones en la oscuridad, Joaquín Pérez Azaustre



Anagrama, Barcelona, 2016. 276 pp. 17,01 €

Pedro Pujante

Corazones en la oscuridad es la última novela de Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) después de Los nadadores (2012). Lo radicalmente original y sugerente de esta novela es la simbiosis entre la belleza de un lenguaje pulido y cuidado, de fraseado alargado y elegante, y la trama siniestra que se desarrolla en un ambiente aparentemente cotidiano, pero que tiende a sondear lúgubres episodios.
Los personajes de esta historia son seres desnortados que vagan por el túnel de la vida -quizá el título nos pueda ofrecer alguna pista- en busca de un sentido luminoso que difícilmente hallarán.
Hay tramos que se ofrecen a una lectura meramente realista. El conjunto de la novela, también. Sin embargo, el lector también será conducido por terrenos de escenografía onírica, en los que el lirismo del lenguaje permite acceder al otro lado de la realidad. La ciudad y los más consuetudinarios instantes que viven Nora, Águeda y los demás personajes parecen ser el reflejo, la metáfora de una historia interior que se insinúa, que ocurre en otro ámbito íntimo de la realidad.
Pérez Azaústre describe con minuciosidad la vida, lo cotidiano, los avatares de gente normal que vive abocada en los abismos inestables de la cotidianidad. Pero parece conminarnos a comprender que el viaje a lo bello, a lo universal arranca desde lo prosaico, lo terrestre.
Con una prosa exquisita, evocadora, precisa y atestada de belleza lírica, el autor consigue plasmar un mundo superpuesto, el reflejo de lo que sucede en el interior de unos corazones que caminan en la nocturna y temblorosa línea de la vida tratando de mantener el equilibrio.
La familia, las relaciones sociales, el dolor de reconocernos a nosotros mismos frente al espejo de lo propio, el olvido, secretos que el tiempo revela.... Temas antiguos pero que cada que vez que surgen renuevan la perspectiva sobre nosotros y nuestra existencia.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2017/04/corazones-en-la-oscuridad-joaquin-perez.html
 
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Las muertas
. Jorge Ibargüengoitia
RBA Libros (Barcelona, 2009)

Publicada originalmente en 1977 y recuperada por RBA, Las muertas es la obra definitiva de su autor, el malogrado Jorge Ibargüengoitia, fallecido en el Boeing 747 que se estrelló en Mejorada del Campo en 1983. En su trayectoria creativa dejó algunas piezas maestras de novela negra ambientadas en el México más siniestro y basadas algunas, como es el caso, en hechos verídicos.

El caso de “las Poquianchis”


Años ’60: El diario mexicano Alarma (el equivalente a El Casoespañol) destapa uno de los hechos criminales más truculentos y macabros conocidos hasta la fecha:

Las hermanas González Valenzuela (María de Jesús y Delfina) apodadas como “las Poquianchis” (“prost*tutas”) eran proxenetas y mantuvieron diferentes prostíbulos abiertos durante más de quince años sin que las autoridades persiguieran sus actividades (los acuerdos a base de billetes con la policia y los funcionarios permitían total libertad a estas madames de baja estofa). Las chicas que estaban a su servicio eran “capturadas” con engaños a sus padres, quienes creían que iban a ser contratadas para servir en casas de ricos hacendados. Una vez en su poder, las recluían y educaban para ejercer la prostit*ción. Hasta que en 1964, finalmente, una de las chicas logró escapar y, una vez explicados los detalles del “trabajo” a su madre, ésta decidió denunciarlas. En “La Barca de Oro”, su negocio principal, que se encontraba en San Francisco del Rincón (Guanajuato), ocultaban un cementerio clandestino en el que se hallaron los cadáveres de 80 mujeres, 11 hombres (clientes acaudalados) y varios fetos. Por lo declarado y descubierto, hacían abortar, siempre de manera rudimentaria y sin las mínimas precauciones sanitarias, a las prost*tutas que se quedaban embarazadas, lo que provocaba enfermedades que, en lugar de ser tratadas, avanzaban hasta el fallecimiento de las chicas. Además, las retenían en condiciones pésimas, si los clientes no quedaban satisfechos eran castigadas en ayunas durante días y las palizas formaban parte de la rutina. Lo curioso del caso es que, en ningún momento, al menos que se sepa, cometieron ningún asesinato con sus propias manos sino que, sencillamente, las dejaban morir o recurrían a terceros. Dicen que, incluso, alguna de las chicas fue sepultada viva.


Al descubrirse el cementerio y cotejar las declaraciones de las hermanas y diferentes testimonios, fueron condenadas a 40 años de prisión. Delfina murió entre rejas, mientras que María de Jesús cumplió condena y desapareció para siempre. Existían otras dos hermanas, Carmen y María Luisa, que fueron consideradas cómplices: la primera murió de cáncer en el penal y la segunda acabó loca por miedo al linchamiento.

Las muertas

Como bien escribe su autor al comienzo de la novela, “Algunos de los acontecimientos que aquí se relatan son reales. Todos los personajes son imaginarios”. Una de las muchas virtudes de Jorge Ibargüengoitia, y de cualquier buen narrador que se precie -dicho sea de paso-, es el de saber reinventar la realidad para marearla a su capricho. La historia de “las Poquianchis” es, así, fuente de un relato en el que el lector será transportado a través de un camino con diferentes bifurcaciones, cada una de ellas perteneciente a una voz, a un testimonio que, por supuesto, diferirá de los otros. Un rompecabezas elaborado a partir del personaje de Simón Corona, amante de Serafina Baladro (una de las hermanas). Simón, después de un “apasionado” y premeditado (por ella) reencuentro con Serafina en el que acaba recibiendo cuarenta y ocho balazos sin llegar a morir, decide confesar su participación en el encubrimiento de una de las muertes. A partir de ahí, tirando del hilo de los interrogatorios, de las actas, de las fuentes documentales y de su propia imaginación, Ibargüengoitia construye uno de los relatos más estremecedores surgidos de la negra realidad.


Fiel a su denso y profundo sentido del humor, nuestro autor no deja que el horror impregne las páginas de su novela. Al contrario, llega a provocar una temblorosa sonrisa ante las vicisitudes de las víctimas y sus verdugos, con personajes secundarios como el de “la Calavera”, súbdita de las Baladro (equivalente a “la Santa” en la historia real), o el capitán Bedoya (por lo visto un personaje surgido de la mente del autor), quién, se explica, era la mano masculina que mantuvo firmes a las muchachas y sugirió algunas ideas para que no se perdiera el control del negocio. Tampoco escapa a su crítica paródica los sistemas policiales, administrativos y jurídicos del México corrupto.

Recuperar esta novela mítica que llegó a inspirar una película e, incluso, una ópera cómica (Serafina y Arcángela), nos hace redescubrir a un autor que, en estos tiempos de modas criminales, debería ser bendecido por las multitudes lectoras de otra literatura, la sueca, sin duda más fría y menos simpática.

José A. Muñoz

A @Barbie Plataformas , con todo mi afecto. Saludos cordiales. Serendi,

http://revistadeletras.net/las-muertas-de-jorge-ibarguengoitia/
 
VOLTAIRE SOBREVALORADO
José de María Romero30 abril 2018Críticas, Portada


Voltaire | Autor: Nicolas de Largillière | Dominio público

En estos tiempos alucinados en los que la libertad de expresión se ha convertido en un deporte de riesgo, nada mejor que volver a los (no tan caducos) intelectuales para entender nuestra época antitotalitaria: conviene releer, entre otros, al escritor, historiador, filósofo y abogado François-Marie Arouet (París, 1694-1778), más conocido como Voltaire, regresar a su debate contra el dogmatismo. Su compromiso contra la censura todavía resuena: “Detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo”. Seguimos necesitando su filosofía. A fin de cuentas, ¿qué saben nuestros políticos de cómo es el mundo en toda su absurda contingencia?

En obras como Zadig (1748) se deshizo el erudito francés de las nociones sagradas de la literatura (escribió “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”.), fue capaz de reemplazar creencias religiosas pasadas de moda en favor de la idea de que el pensamiento debería tener una función social comprometida. Sin embargo, Voltaire se ha convertido, para el periodista británico Daniel Johnson(1957) en un pensador más risible que comprensible:

“La mayoría de sus frases célebres fueron plagiadas de otros (…) Nada en su trayectoria vital sugiere que hubiera defendido a algo o alguien hasta la muerte”.

Acierta el editor inglés al condenar que hemos sometido al autor del Diccionario filosófico (1764) a un culto desorbitado, que hemos convertido a nuestros mejores intelectuales en una marca registrada, una institución hueca, un producto altamente politizado:

“Propaganda es la palabra para casi todo lo que escribió, sus 200 volúmenes. El único trabajo que ha perdurado es el Cándido, por irónico que parezca, una sátira sobre la Ilustración de la que supuestamente es el representante supremo. Sus obras de teatro, en las que trató de corregir la “barbarie” de Shakespeare, rara vez se llevan a escena. También son propaganda”.

Atascados en la jerga filosófica, hemos convertido a nuestros más insignes pensadores en figuras de pantomima.

“Le gustaba representarse a sí mismo como un azote de la “superstición” que podría significar el catolicismo o el judaísmo, como un enemigo de la persecución religiosa; pero él mismo no tuvo tiempo para la libertad de culto”.

Difícil, a la luz de las pruebas que se nos presentan, no compartir sus compunciones. El artículo de Johnson, recién aparecido en el número de abril de la revista londinense Standpoint, censura, sobre todo, la capacidad de algunas figuras públicas, respetadas por todos, de escribir naderías en una prosa impenetrable. Se enfrenta el escritor londinense a un personaje que, como todos nosotros, en ocasiones, teme a la responsabilidad de ser libre y hace todo lo posible para que los demás tomen decisiones por él. Nos alienta a pensar, al mismo tiempo, sobre la naturaleza tragicómica de lo que significa ser humano: un anhelo de control total sobre el propio destino, una identidad absoluta, y al mismo tiempo, una comprensión de la inutilidad de ese deseo.

Extraños tiempos éstos de locura (no sólo) política. Un involuntario proceso de consecuencias impredecibles nos ha permitido redescubrir el lenguaje de los derechos humanos. No es de extrañar que volvamos una y otra vez a Mayo del 68, a Francia y su legado intelectual. ¿Cómo deberíamos abordar la obra de Voltaire en 2018? Gran parte de su lucha intelectual y su trabajo, sin embargo, nos parecen pertinentes. Difícil no pensar, a la luz de sus escritos, en lo artificiales que son nuestras relaciones con otros, sobre todo en las redes sociales, donde exigimos, más que cualquier otra cosa, que los demás confirmen nuestras autoimágenes, mientras que ellos, no menos irritables, necesitan sobre todo que confirmemos las suyas.

Tal vez nuestro rechazo a aceptar lo que es humano es, por abrumador o paradójico que parezca, lo que nos hace humanos. Cuando leemos la afirmación de que los seres humanos podemos, a través de la imaginación y la acción, cambiar nuestro destino, sentimos algo de la carga de la responsabilidad de una elección que nos convierte en seres morales. Por lo tanto, el conflicto existencial y la responsabilidad moral y política que no pocos filósofos denuncian no ha desaparecido; más bien, parece que hemos elegido la opción fácil de ignorarla.



Etiquetas: Daniel Johnson, Diccionario filosófico, Filosofía, Francia, libertad de expresión, París, política, Standpoint
Sobre el autor

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José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Ha sido coordinador de las I Jornadas de narrativa Sevilla 2014, que organiza la Asociación Colegial de Escritores de España (A.C.E.), a la cual pertenece. Además, es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios y coordinador de las I Jornadas de Crítica Literaria ACE-Andalucía 2014. Pertenece a la Asociación Cooltura, Acción y Poesía y a la Asociación Nueva Grecia, así como al Circuito Literario Andaluz. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional, entre otras: los diarios 'Andalucía Información' ('Veredictos', blog del autor), 'Mundiari', 'Luz de Levante', y 'Universo La Maga'; las revistas de divulgación 'Culturamas' y 'Tendencias 21'; las revistas de literatura 'Quaderni Iberoamericani' (Italia), 'Resonancias' (Francia), 'Letralia' (Venezuela), 'Contratiempo' (EE.UU.), 'Nayagua' (Centro Poesía José Hierro), 'Sonograma' (Barcelona), 'El Placer de la lectura' (Madrid), 'Piedra del Molino' (Cádiz) y 'Nueva Grecia' (Sevilla), de cuyo consejo de redacción forma parte.
http://revistadeletras.net/voltaire-sobrevalorado/
 
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