Qué leer.

Invasiones, Ismael M. Biurrun



Valdemar, Madrid, 2017. 384 pp. 14,50 €

Ariadna G. García

Ismael M. Biurrun (1972) es, sin duda alguna, uno de los autores imprescindibles de la narrativa española actual. Y no me refiero a la novela de género, tan denostada y marginada en nuestro país. Quienes leen mis reseñas ya saben que llevo una década reivindicando que ciertos autores de la novela fantástica, gótica, prospectiva… están haciendo literatura de verdad, que publican libros de calidad exquisita, que poseen voces muy personales con las que muestran la vida desde ángulos insospechados, y cuyas historias –poderosamente atractivas– nos obligan a dar sorprendentes giros dramáticos. Me refiero a narradores que mezclan géneros, que no siguen los raíles de las convenciones ajenas, que gustan de exprimentar rutas originales, como Emilio Bueso, Jon Bilbao, Luis Manuel Ruiz, Roberto de Paz, Guillem López o el propio Ismael M. Biurrun. Este último ha publicado seis obras: Infierno nevado; Rojo alma, negro sombra (451); Mujer abrazada a un cuervo, El escondite de Grisha (ambas en Salto de Página), Un minuto antes de la oscuridad (Fantascy) e Invasiones (Valdemar). Su segunda novela le granjeó los premios Celsius y Nocte en 2009; la tercera, el Celsius en 2011. Mujer abrazada a un cuervo y El escondite de Grisha son dos novelas excepcionales, de las que se disfrutan y se releen porque gusta estar en ellas. Biurrun no ya sólo domina el ritmo del relato, sino que tiene un estilo primoroso, lírico, le encanta trabajar con las palabras y eso se nota, es un mago de la retórica y de la sugestión. Por otro lado, sabe crear personajes complejos y situaciones conflictivas que resuelve con soltura. Su última obra, Invasiones, supone un giro con respecto a estas premisas. En esta ocasión, Biurrun nos entrega tres novelas cortas en un solo volumen. Cada una nos ofrece una pesadilla distinta. La primera, Coronación, relata el asedio a Madrid de una plaga de langostas. La segunda, El color de la Tierra, describe cómo la superficie de Valencia se agriteta y se hunde. La tercera, Nebulosa, narra una lucha milenaria entre microorganismos que atraviesan la atmósfera a lomos de un asteroide. En estas nouvelles, Biurrun prescinde de las marcas de la casa (lirismo, profundidad psicológica, fina caracterización de los personajes) en pos de la contundencia de un género más breve y condensado. En su lugar, se desliza hacia la narrativa de terror, con episodios realmente macabros, de los que te dejan con mal cuerpo y prefieres borrar de la imaginación acabada la lectura. La primera historia es muy buena (también la más cercana al estilo de Biurrun). A la plaga se suman varias crisis (afectivas, familiares, económicas) que arrinconan a los protagonistas en lo alto de una edificio de lujo de la capital. La amenaza que sufre el mundo externo sirve como caja de resonancia que amplifica los dramas íntimos de los personajes. La tercera, pese a lo gore o repulsivo de alguna escena, tiene un final sorprendente, perfecto. Biurrun es un novelista al que le gustan los retos. Invasiones es un libro arriesgado, demasiado escorado –en mi opinión– hacia un público muy específico, que, necesariamente, se deleitará con sus páginas. Más aún con esta bella edición en tapa dura de Valdemar. Por mi parte, yo ya estoy deseando que Ismael recupere sus señas de identidad. Mujer abrazada a un cuervo no es una buena novela de fantasía, sino una de las mejores obras publicadas en este país en lo que llevamos de siglo.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/search?updated-max=2017-06-19T00:02:00+02:00
 
Es uno de los libros más adicitivos que he leído. Imposible dejar de leerlo.

¡Me alegro mucho de que lo hayas leido! Sí, es increible que un historia, claramente autobiográfica, tan dura, tan cruel, sea a la vez tan adictiva, porque tiene mucho del Lazarillo de Tormes, la picaresca necesaria para sobrevivir.

También te encantaría "La mujer habitada", la leia hasta a escondidas en el trabajo, hasta que la terminé no paré. Y lo mismo me pasó con "El último encuentro", "Divorcio en Buda" y "El mundo de ayer". Cuelgo libros que he leido.
 
Invasiones, Ismael M. Biurrun



Valdemar, Madrid, 2017. 384 pp. 14,50 €

Ariadna G. García

Ismael M. Biurrun (1972) es, sin duda alguna, uno de los autores imprescindibles de la narrativa española actual. Y no me refiero a la novela de género, tan denostada y marginada en nuestro país. Quienes leen mis reseñas ya saben que llevo una década reivindicando que ciertos autores de la novela fantástica, gótica, prospectiva… están haciendo literatura de verdad, que publican libros de calidad exquisita, que poseen voces muy personales con las que muestran la vida desde ángulos insospechados, y cuyas historias –poderosamente atractivas– nos obligan a dar sorprendentes giros dramáticos. Me refiero a narradores que mezclan géneros, que no siguen los raíles de las convenciones ajenas, que gustan de exprimentar rutas originales, como Emilio Bueso, Jon Bilbao, Luis Manuel Ruiz, Roberto de Paz, Guillem López o el propio Ismael M. Biurrun. Este último ha publicado seis obras: Infierno nevado; Rojo alma, negro sombra (451); Mujer abrazada a un cuervo, El escondite de Grisha (ambas en Salto de Página), Un minuto antes de la oscuridad (Fantascy) e Invasiones (Valdemar). Su segunda novela le granjeó los premios Celsius y Nocte en 2009; la tercera, el Celsius en 2011. Mujer abrazada a un cuervo y El escondite de Grisha son dos novelas excepcionales, de las que se disfrutan y se releen porque gusta estar en ellas. Biurrun no ya sólo domina el ritmo del relato, sino que tiene un estilo primoroso, lírico, le encanta trabajar con las palabras y eso se nota, es un mago de la retórica y de la sugestión. Por otro lado, sabe crear personajes complejos y situaciones conflictivas que resuelve con soltura. Su última obra, Invasiones, supone un giro con respecto a estas premisas. En esta ocasión, Biurrun nos entrega tres novelas cortas en un solo volumen. Cada una nos ofrece una pesadilla distinta. La primera, Coronación, relata el asedio a Madrid de una plaga de langostas. La segunda, El color de la Tierra, describe cómo la superficie de Valencia se agriteta y se hunde. La tercera, Nebulosa, narra una lucha milenaria entre microorganismos que atraviesan la atmósfera a lomos de un asteroide. En estas nouvelles, Biurrun prescinde de las marcas de la casa (lirismo, profundidad psicológica, fina caracterización de los personajes) en pos de la contundencia de un género más breve y condensado. En su lugar, se desliza hacia la narrativa de terror, con episodios realmente macabros, de los que te dejan con mal cuerpo y prefieres borrar de la imaginación acabada la lectura. La primera historia es muy buena (también la más cercana al estilo de Biurrun). A la plaga se suman varias crisis (afectivas, familiares, económicas) que arrinconan a los protagonistas en lo alto de una edificio de lujo de la capital. La amenaza que sufre el mundo externo sirve como caja de resonancia que amplifica los dramas íntimos de los personajes. La tercera, pese a lo gore o repulsivo de alguna escena, tiene un final sorprendente, perfecto. Biurrun es un novelista al que le gustan los retos. Invasiones es un libro arriesgado, demasiado escorado –en mi opinión– hacia un público muy específico, que, necesariamente, se deleitará con sus páginas. Más aún con esta bella edición en tapa dura de Valdemar. Por mi parte, yo ya estoy deseando que Ismael recupere sus señas de identidad. Mujer abrazada a un cuervo no es una buena novela de fantasía, sino una de las mejores obras publicadas en este país en lo que llevamos de siglo.
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De Biurrun he leido "Un minuto antes de la oscuridad". Sí, es totalmente distópico. Pero a mi entender, "soportable" el panorama, no se como será este nuevo libro. El que no puedo tragar es Emilio Bueso, leerle es desear suicidarte.

Yo desearía recomendar una pequeña historia de Domingo Santos titulada"Gira, gira". Es de los 70 y fue seleccionada por la sociedad norteamericana de Ciencia-Ficción como una de las 100 mejores distopias del siglo. Es fenomenal, porque combina el agobio de esa ciudad donde es imposible aparcar el coche y la injusticia que tiene el Ayuntamiento montado para que si o si seas multado con el humor implícito en algunas situaciones kafkianas.

Se puede encontrar en "Historia y Antologia de la Ciencia-Ficcion española".


El presente volumen da cuenta de todas las etapas y subgéneros de la ciencia ficción en España: desde la protohistoria hasta la amplia variedad actual, pasando por el erial de los años 1930 a 1950, la labor de los valientes francotiradores de aquel momento, las colecciones populares, lo prospectivo y la llamada Generación Hispacón. Además del exhaustivo repaso histórico, realizado por los especialistas Julián Díez y Fernando Ángel Moreno, este libro ofrece un jugoso listado bibliográfico para todos los lectores que deseen conocer con más profundidad el desarrollo español del género de la ciencia ficción.

Incluye:

"Lo presente juzgado por lo porvernir", de Nilo María Fabra

"El fin de un mundo", de Azorín

"Polizón a bordo", de Tomás Salvador

"Gira, gira", de Domingo Santos = la locura de Cosmopolis, donde entras en tu coche, pero no podrás bajarte de él nunca.

"La última lección sobre Cisneros" de Gabriel Bermúdez Castillo

"La ciudad cuyo nombre era Lluevemuertos", de Enrique Lázaro

"La pared de hielo" de César Mallorquí

"El bosque de hielo", de Juan Miguel Aguilera

"Mil euros por tu vida", de Elia Barceló = los viejos occidentales "alquilando" por mil euros cuerpos de jóvenes pobres inmigrantes para instalar en ellos su mente y volver a sentir la juventud. Los pobres solo recuperan sus cuerpos cuando sus arrendatarios duermen.

"Ese Efe Can", de José María Merino

"London Gardens", de Jacinto Muñoz Rengel




Doce destacados autores españoles ante el género fantástico más en boga: las distopías o anti-utopías, relatos sobre futuros inciertos, admoniciones políticas y medioambientales, abusos de la tecnología y cualquier tipo de mañana inquietante que nos recuerde por qué todavía estamos a tiempo de no acabar así.

Aqui teneis las historias, supermodernas e innovadoras.



 
LA SERIE DEL INSPECTOR MIQUEL MASCARELL – Jordi Sierra i Fabra
Publicado por APV | Visto 601 veces

Derrotado y cautivo el ejército rojo…

Esta obra se inició por un único libro, que se situaba en el ambiente de los cuatro días que mediaron entre la huida del gobierno republicano de la ciudad de Barcelona y la entrada del ejército nacionalista en ella. Es un contexto, muy bien descrito, de una ciudad aturdida por el miedo, el hambre, la miseria… donde quien puede huye o se busca la vida, en un momento en que unos se ocultan para pasar los años que llegan y otros salen del escondite donde han estado los años anteriores.

Dentro de ese mundo se mueve un personaje, el inspector Mascarell, el último policía que queda en la urbe y que se encuentra con el que piensa que será su último caso. Se trata del héroe clásico, aunque ya maduro y envejecido, una persona leal a la legalidad republicana aunque no significado políticamente, barcelonés en el alma, que trata de hacer lo correcto en un momento difícil para los habitantes de esa ciudad.

A partir de esa obra, el autor decidió seguir con una serie novelas, en las que se traslada a finales de la década de 1940, en una Barcelona que siendo la misma ciudad ya no es igual. Donde los personajes aún sufren las privaciones y el miedo; un mundo de vencedores y vencidos, de sujetos que tratan de aprovechar haberse colocado en el lugar “correcto” y de otros que cierran sus bocas en espera de mejores tiempos.

Quizás es el mejor punto de las novelas ese mundo real, de la población que trata de salir adelante en una España que ha salido de la guerra destrozada, mientras lentamente los años pasan y se hacen olvidos bajo un régimen dictatorial que ha vencido pero no convencido.

Así, la historia se retoma con el protagonista más viejo, más cansado y que ha perdido mucho pero que no ha abandonado sus convicciones democráticas, republicanas y, en cierta forma, catalanistas; que se ve abocado a enfrentarse a nuevos casos tras haber dejado de ser policía. Casos que el autor enmarca en plazos de tiempo determinados, con los que juega en el título de cada libro (lo cual a veces es un problema para asociar el título a una historia), donde Mascarell debe investigar sea de buen grado o forzado, y sin las tecnologías de CSI, sino mediante mucho preguntar y patear la ciudad, o en muchos casos tomar taxi, que a sus años ya no está para correr de un lado a otro.

Ahí se topa con estraperlistas y maquis, con espías de la Guerra Fría y Monument Men, con casos que regresan del pasado, desde los bombardeos a Barcelona en 1938, a cadáveres enterrados en 1936, a personajes como Lenin… Aunque quizás en alguna de las novelas el villano está demasiado estereotipado y es algo tópico.

En conclusión, una serie de novelas negras, con un lenguaje fluido y con una adecuada ambientación, que permite una visión de esa Barcelona de postguerra que va lentamente saliendo adelante.

Lista:
Cuatro días de enero.
Siete días de julio.
Cinco días de octubre.
Dos días de mayo.
Seis días de diciembre.
Nueve días de abril.
Tres días de agosto.
Ocho días de marzo.
Díez días de junio

http://www.hislibris.com/la-serie-del-inspector-miquel-mascarell-jordi-sierra-i-fabra/
 
LA SERIE DEL INSPECTOR MIQUEL MASCARELL – Jordi Sierra i Fabra
Publicado por APV | Visto 601 veces

Derrotado y cautivo el ejército rojo…

Esta obra se inició por un único libro, que se situaba en el ambiente de los cuatro días que mediaron entre la huida del gobierno republicano de la ciudad de Barcelona y la entrada del ejército nacionalista en ella. Es un contexto, muy bien descrito, de una ciudad aturdida por el miedo, el hambre, la miseria… donde quien puede huye o se busca la vida, en un momento en que unos se ocultan para pasar los años que llegan y otros salen del escondite donde han estado los años anteriores.

Dentro de ese mundo se mueve un personaje, el inspector Mascarell, el último policía que queda en la urbe y que se encuentra con el que piensa que será su último caso. Se trata del héroe clásico, aunque ya maduro y envejecido, una persona leal a la legalidad republicana aunque no significado políticamente, barcelonés en el alma, que trata de hacer lo correcto en un momento difícil para los habitantes de esa ciudad.

A partir de esa obra, el autor decidió seguir con una serie novelas, en las que se traslada a finales de la década de 1940, en una Barcelona que siendo la misma ciudad ya no es igual. Donde los personajes aún sufren las privaciones y el miedo; un mundo de vencedores y vencidos, de sujetos que tratan de aprovechar haberse colocado en el lugar “correcto” y de otros que cierran sus bocas en espera de mejores tiempos.

Quizás es el mejor punto de las novelas ese mundo real, de la población que trata de salir adelante en una España que ha salido de la guerra destrozada, mientras lentamente los años pasan y se hacen olvidos bajo un régimen dictatorial que ha vencido pero no convencido.

Así, la historia se retoma con el protagonista más viejo, más cansado y que ha perdido mucho pero que no ha abandonado sus convicciones democráticas, republicanas y, en cierta forma, catalanistas; que se ve abocado a enfrentarse a nuevos casos tras haber dejado de ser policía. Casos que el autor enmarca en plazos de tiempo determinados, con los que juega en el título de cada libro (lo cual a veces es un problema para asociar el título a una historia), donde Mascarell debe investigar sea de buen grado o forzado, y sin las tecnologías de CSI, sino mediante mucho preguntar y patear la ciudad, o en muchos casos tomar taxi, que a sus años ya no está para correr de un lado a otro.

Ahí se topa con estraperlistas y maquis, con espías de la Guerra Fría y Monument Men, con casos que regresan del pasado, desde los bombardeos a Barcelona en 1938, a cadáveres enterrados en 1936, a personajes como Lenin… Aunque quizás en alguna de las novelas el villano está demasiado estereotipado y es algo tópico.

En conclusión, una serie de novelas negras, con un lenguaje fluido y con una adecuada ambientación, que permite una visión de esa Barcelona de postguerra que va lentamente saliendo adelante.

Lista:
Cuatro días de enero.
Siete días de julio.
Cinco días de octubre.
Dos días de mayo.
Seis días de diciembre.
Nueve días de abril.
Tres días de agosto.
Ocho días de marzo.
Díez días de junio

http://www.hislibris.com/la-serie-del-inspector-miquel-mascarell-jordi-sierra-i-fabra/

Si, como dice el artículo, el personaje parece algo estereotipado, en la linea del detective que va envejeciendo, como Wallender, lejos de la eterna vigorosidad de los detectives de Christie. No le he leido, si alguna vez cae en mis manos quizás, pero no me llama en principio.
 
Rendición, Ray Loriga



Premio Alfaguara de Novela 2017
Alfaguara, Madrid, 2017. 216 pp. 17,95 €

Santiago Pajares

Rendición de Ray Loriga ha sido descrito como una obra Kafkiana. Otros lo han descrito como una obra Orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva. Para mí, en cambio, es una novela con el claro sello Loriga. Porque en todos los autores, pero en especial con Ray Loriga, importa más el cómo que el qué cuentes. Pero con un cambio de dirección, ya que en esta obra, atípica dentro de la carrera de Loriga, no hay drogas, s*x* ni rock and roll. Ni siquiera menciona a Bowie, que casi parecía su sello personal como el imperio austro-húngaro lo era del cineasta Berlanga. Pero sí hay esa musicalidad en la prosa, en el punto de vista inocente y neutro del protagonista que ya nos había atrapado en libros anteriores. Quizá sea este cambio, manteniendo la esencia Loriga, lo que le ha hecho ganador del premio Alfaguara 2017.
Rendición me ha recordado mucho en su primera parte a La tierra que pisamos, de Jesús Carrasco. Ambientadas ambas en un futuro cercano asolado por una guerra de la que no se ofrece mucha información. Como si fuesen los años treinta y la información que se diese a los ciudadanos se administrara con cuentagotas, nuestros protagonistas tienen que enfrentarse a la ignorancia y, con el tiempo a la indiferencia. No conocen el destino de los hijos que fueron a la guerra. Las cartas hace tiempo que dejaron de llegar y no hay información oficial. Los viejos valores y clases que regían la sociedad se han ido desdibujando poco a poco hasta que sólo queda el viejo hábito de mandar y obedecer. Por si esto fuera poco, encuentran y deciden acoger a un niño perdido y mudo, que harán pasar por su propio hijo. Asolados por las tropas enemigas, deberán emprender un camino incierto hacia un lugar utópico y misterioso, la ciudad transparente. Allí, tendrán un futuro asegurado con todas sus necesidades cubiertas. Algo quizá demasiado hermoso para ser cierto, y con la apuesta añadida de quemar sus casas para que no pueda usarlas el enemigo y dejar toda su existencia previa atrás. ¿Qué hacer en una situación así? ¿Cómo rendirte si ya no sabes bien quién es el enemigo?
Con estas dudas comienzan su andadura hacia la ciudad transparente. Loriga utiliza este planteamiento como reflexión personal sobre quienes somos cuando todo cambia. Con esa voz tan personal que todos recordamos de sus primeras novelas y que se había perdido en sus últimas publicaciones, vuelve, si no el mejor, un nuevo Loriga. Coincidiendo la 20ª edición de este premio con sus cincuenta años recién cumplidos, y siendo esta su 10ª novela, confiamos en que por fin haya aprendido el truco. Sé tú mismo, Ray, y si tienes que nombrar a Bowie en cada libro, que así sea.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/search?updated-max=2017-06-19T00:02:00+02:00
 
Rendición, Ray Loriga



Premio Alfaguara de Novela 2017
Alfaguara, Madrid, 2017. 216 pp. 17,95 €

Santiago Pajares

Rendición de Ray Loriga ha sido descrito como una obra Kafkiana. Otros lo han descrito como una obra Orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva. Para mí, en cambio, es una novela con el claro sello Loriga. Porque en todos los autores, pero en especial con Ray Loriga, importa más el cómo que el qué cuentes. Pero con un cambio de dirección, ya que en esta obra, atípica dentro de la carrera de Loriga, no hay drogas, s*x* ni rock and roll. Ni siquiera menciona a Bowie, que casi parecía su sello personal como el imperio austro-húngaro lo era del cineasta Berlanga. Pero sí hay esa musicalidad en la prosa, en el punto de vista inocente y neutro del protagonista que ya nos había atrapado en libros anteriores. Quizá sea este cambio, manteniendo la esencia Loriga, lo que le ha hecho ganador del premio Alfaguara 2017.
Rendición me ha recordado mucho en su primera parte a La tierra que pisamos, de Jesús Carrasco. Ambientadas ambas en un futuro cercano asolado por una guerra de la que no se ofrece mucha información. Como si fuesen los años treinta y la información que se diese a los ciudadanos se administrara con cuentagotas, nuestros protagonistas tienen que enfrentarse a la ignorancia y, con el tiempo a la indiferencia. No conocen el destino de los hijos que fueron a la guerra. Las cartas hace tiempo que dejaron de llegar y no hay información oficial. Los viejos valores y clases que regían la sociedad se han ido desdibujando poco a poco hasta que sólo queda el viejo hábito de mandar y obedecer. Por si esto fuera poco, encuentran y deciden acoger a un niño perdido y mudo, que harán pasar por su propio hijo. Asolados por las tropas enemigas, deberán emprender un camino incierto hacia un lugar utópico y misterioso, la ciudad transparente. Allí, tendrán un futuro asegurado con todas sus necesidades cubiertas. Algo quizá demasiado hermoso para ser cierto, y con la apuesta añadida de quemar sus casas para que no pueda usarlas el enemigo y dejar toda su existencia previa atrás. ¿Qué hacer en una situación así? ¿Cómo rendirte si ya no sabes bien quién es el enemigo?
Con estas dudas comienzan su andadura hacia la ciudad transparente. Loriga utiliza este planteamiento como reflexión personal sobre quienes somos cuando todo cambia. Con esa voz tan personal que todos recordamos de sus primeras novelas y que se había perdido en sus últimas publicaciones, vuelve, si no el mejor, un nuevo Loriga. Coincidiendo la 20ª edición de este premio con sus cincuenta años recién cumplidos, y siendo esta su 10ª novela, confiamos en que por fin haya aprendido el truco. Sé tú mismo, Ray, y si tienes que nombrar a Bowie en cada libro, que así sea.
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Lo he leido y me gustó.
 
Me crece la barba. Poemas para mayores y menores, Gloria Fuertes



Ed. Paloma Porppeta
Reservoir Books, Barcelona, 2017. 260 pp. 20 €

Ariadna G. García

Yo estaba de punto de cumplir los tres años cuando cesó de emitirse en TVE el programa infantil Un globo, dos globos, tres globos. Apenas me acuerdo de la sintonía y de algunas imágenes. Pero crecí con La cometa blanca (1981-83), Mazapán (1984-85), El kiosko (1984-97) y La bola de cristal (1984-88). Qué tiempos. Es en el primero de estos programas donde escuché los versos de Gloria Fuertes. No sabía muy quién era. Pero aún recuerdo su voz y la gravedad con que nos recitaba sus textos a todos los niños españoles, como diciéndonos: la poesía es un género serio que, bajo su apariencia festiva, esconden verdades dolorosas, de las que nos rompen por dentro. No fue por ella, sin embargo, que empecé a escribir versos, sino por Samaniego e Iriarte. La parodia que Martes y Trece dedicó a la poeta la Navidad de 1985-86 dejó como recuerdo colectivo para toda una generación de infantes a un personaje irrisorio. Si la primera etiqueta que me colgaron de ella fue la de autora infantil, la segunda sería personaje cómico de la vida pública. En la carrera (Filología Hispánica) no hubo profesor alguno que nos la mentara. Mi afición a la poesía, primero, y un encargo editorial más tarde (Antología de la poesía española 1939-1975, Akal, 2003), sí me abrieron las puertas de su obra. Pero entonces le colgué la etiqueta que la crítica le había adjudicado: poeta postista. Y como tal la difundí cuando impartí clases de poesía contemporánea en la Universidad Complutense. Sin embargo, releída ahora gracias a la fuerza que está adquiriendo su centenario (homenajes de gran éxito de público en la sede del Instituto Cervantes y en la Casa de la Villa), veo que cualquiera de los rótulos con los que se ha venido etiquetando (poeta de los niños, autora postista) es insuficiente para dar cabida cuenta de la riqueza y complejidad de su quehacer poético. El libro que reseño, Me crece la barba (Reservoir Books, 2017), ha sido elaborado por Paloma Porppeta (presidenta de la Fundación Gloria Fuertes), quien, consciente de los corsés que han venido maniatando la recepción de la obra de la vate madrileña, ha seleccionado textos de diferentes épocas, registros, tonos, temas y perspectivas. El resultado es una antología desprejuiciada; magnífica ocasión para que los lectores se adentren en una obra inclasificable, versátil y escurridiza.
Junto a los vanguardistas juegos de palabras de quien ha superado todos los istmos («vengo voceando,/buceando, mejor») y el tono lúdico –irónico– de muchas de sus composiciones («se dan casos, aunque nunca se dan casas»), Gloria Fuertes nos ofrece en sus versos una visión angustiada de la vida. Este segundo tono a veces se nos revela en perfectos alejandrinos no exentos de autocrítica, combinada con la denuncia social («La vida no nos gusta y seguimos inertes/a lo mejor venimos para ser algo raro/y a lo peor nos vamos sin haber hecho nada» de Hay un dolor colgando; «y nos pisan el cuello y nadie se levanta», de ¡Hago versos, señores!), en otras ocasiones nos hablan de la soledad de la autora («Tengo que deciros…Que estoy sola», «Desde este desierto de mi piso/amo en soledad a todos»), y son bastantes aquellos en que muestra su miedo a la muerte (Precioso el texto La vida es una hora, que transcribo íntegro: «Apenas te da tiempo a amarlo todo/ a verlo todo./La vida sabe a musgo,/sabe a poco la vida si no tienes/ más manos en las manos que te dieron./Al final escogemos un lugar peligroso,/un pretil, una vida/la punta de un puñal donde pasar la noche»). El tema político cruza sus poemarios de lado a lado, ya sea por medio de símbolos («Me apunto al sol/porque no es de nadie/para ser de todos»), de metonimias («No olvido/cuando rojos y negros/corríamos delante de los grises/poniéndoles verdes») o de paranomasias («Mi partido es la Paz./Yo soy su líder./No pido votos, pido botas para los descalzos/–que todavía hay muchos»–). Poeta de guardia, poeta del pueblo, Gloria Fuertes abrazó la idea de la solidaridad y defendió en sus versos la justicia social. El texto Nos perdamos el tiempo es un suerte de poética donde que deja muy claro el objetivo a perseguir por los poetas de España: «no decir lo íntimo, sino cantar al corro/no cantar a la luna, no cantar a la novia/…/Debemos, pues sabemos, gritar al poderoso/gritar eso que digo, que hay bastantes viviendo/debajo de las latas con lo puesto y aullando». Esta voz, anclada en lo social, es hermana de la de Ángela Figuera Aymerich, otra poeta de los 50 que la crítica ha venido ignorando, y cuya obra y memoria –poco a poco– se están recuperando en la última década.
Fuertes nos ha dejado una obra cercana, realista, comprometida y verdadera. De estilo claro, dado a los juegos de palabras, encontró la manera de conectar con sus contemporáneos. Su voz es la de todos. Es la voz de los humildes, de los trabajadores, de los ninguneados, de los vilipendiados, de los que se hicieron a sí mismos en los años de posguerra. Mujer, lesbiana y escritora, su vida no fue fácil bajo la dictadura («me salió una oficina/donde trabajo como si fuera tonta,/–pero Dios y el botones saben que no lo soy»–, de Nota biográfica). Sus poemas nos describen una doble Gloria: la secretaría de día, y la poeta de noche; la que sigue las normas, y la que se las cuestiona; la que finge delante de los otros, para no destacar, y la que se derrama tal cual es en sus composiciones; la contable, y la bohemia; la mujer exacta, responsable, y el ama de casa que ni se hace la cama ni limpia el polvo.
Revisada su obra, comprobamos que hay más de un Gloria Fuertes en sus libros. La mitad de su obra ha sido ignorada porque no convenía desencasillar a una mujer debidamente etiquetada y precintada. Siempre se ha controlado mejor a nuestro s*x* atribuyéndole funciones estereotipadas: la crianza, la maternidad, los niños. Gloria estaba controlada, al margen del canon. Antes lo estuvieron otras: sor Juana Inés de la Cruzfue hostigada por escribir poemas hasta que se vio obligada a renegar, por escrito, de toda su obra. Ambas, unas rebeldes. Ambas, envasadas y exhibidas en estantes benignos: poesía amistosa, la mexicana; poesía infantil, la madrileña. Las dos vieron como sus atrevidas composiciones feministas (homoeróticas, en el caso de la monja; de denuncia social y de la falta de equidad entre sexos, en el caso de Fuertes –«Sé escribir, pero en mi pueblo/no dejan escribir a las mujeres»–) fueron invisibilizadas o negadas. Por eso festejamos que en 2017, con motivo del centenario del nacimiento de la poeta de Lavapiés, se publique Me crece la barba, antología que da la oportunidad a los lectores de romper la barrera de los prejuicios y de acercarse a unos versos honestos, angustiados, juguetones y críticos, para valorar en su justa medida a una autora injustamente desvalorizada.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/search?updated-max=2017-06-19T00:02:00+02:00
 
Me crece la barba. Poemas para mayores y menores, Gloria Fuertes



Ed. Paloma Porppeta
Reservoir Books, Barcelona, 2017. 260 pp. 20 €

Ariadna G. García

Yo estaba de punto de cumplir los tres años cuando cesó de emitirse en TVE el programa infantil Un globo, dos globos, tres globos. Apenas me acuerdo de la sintonía y de algunas imágenes. Pero crecí con La cometa blanca (1981-83), Mazapán (1984-85), El kiosko (1984-97) y La bola de cristal (1984-88). Qué tiempos. Es en el primero de estos programas donde escuché los versos de Gloria Fuertes. No sabía muy quién era. Pero aún recuerdo su voz y la gravedad con que nos recitaba sus textos a todos los niños españoles, como diciéndonos: la poesía es un género serio que, bajo su apariencia festiva, esconden verdades dolorosas, de las que nos rompen por dentro. No fue por ella, sin embargo, que empecé a escribir versos, sino por Samaniego e Iriarte. La parodia que Martes y Trece dedicó a la poeta la Navidad de 1985-86 dejó como recuerdo colectivo para toda una generación de infantes a un personaje irrisorio. Si la primera etiqueta que me colgaron de ella fue la de autora infantil, la segunda sería personaje cómico de la vida pública. En la carrera (Filología Hispánica) no hubo profesor alguno que nos la mentara. Mi afición a la poesía, primero, y un encargo editorial más tarde (Antología de la poesía española 1939-1975, Akal, 2003), sí me abrieron las puertas de su obra. Pero entonces le colgué la etiqueta que la crítica le había adjudicado: poeta postista. Y como tal la difundí cuando impartí clases de poesía contemporánea en la Universidad Complutense. Sin embargo, releída ahora gracias a la fuerza que está adquiriendo su centenario (homenajes de gran éxito de público en la sede del Instituto Cervantes y en la Casa de la Villa), veo que cualquiera de los rótulos con los que se ha venido etiquetando (poeta de los niños, autora postista) es insuficiente para dar cabida cuenta de la riqueza y complejidad de su quehacer poético. El libro que reseño, Me crece la barba (Reservoir Books, 2017), ha sido elaborado por Paloma Porppeta (presidenta de la Fundación Gloria Fuertes), quien, consciente de los corsés que han venido maniatando la recepción de la obra de la vate madrileña, ha seleccionado textos de diferentes épocas, registros, tonos, temas y perspectivas. El resultado es una antología desprejuiciada; magnífica ocasión para que los lectores se adentren en una obra inclasificable, versátil y escurridiza.
Junto a los vanguardistas juegos de palabras de quien ha superado todos los istmos («vengo voceando,/buceando, mejor») y el tono lúdico –irónico– de muchas de sus composiciones («se dan casos, aunque nunca se dan casas»), Gloria Fuertes nos ofrece en sus versos una visión angustiada de la vida. Este segundo tono a veces se nos revela en perfectos alejandrinos no exentos de autocrítica, combinada con la denuncia social («La vida no nos gusta y seguimos inertes/a lo mejor venimos para ser algo raro/y a lo peor nos vamos sin haber hecho nada» de Hay un dolor colgando; «y nos pisan el cuello y nadie se levanta», de ¡Hago versos, señores!), en otras ocasiones nos hablan de la soledad de la autora («Tengo que deciros…Que estoy sola», «Desde este desierto de mi piso/amo en soledad a todos»), y son bastantes aquellos en que muestra su miedo a la muerte (Precioso el texto La vida es una hora, que transcribo íntegro: «Apenas te da tiempo a amarlo todo/ a verlo todo./La vida sabe a musgo,/sabe a poco la vida si no tienes/ más manos en las manos que te dieron./Al final escogemos un lugar peligroso,/un pretil, una vida/la punta de un puñal donde pasar la noche»). El tema político cruza sus poemarios de lado a lado, ya sea por medio de símbolos («Me apunto al sol/porque no es de nadie/para ser de todos»), de metonimias («No olvido/cuando rojos y negros/corríamos delante de los grises/poniéndoles verdes») o de paranomasias («Mi partido es la Paz./Yo soy su líder./No pido votos, pido botas para los descalzos/–que todavía hay muchos»–). Poeta de guardia, poeta del pueblo, Gloria Fuertes abrazó la idea de la solidaridad y defendió en sus versos la justicia social. El texto Nos perdamos el tiempo es un suerte de poética donde que deja muy claro el objetivo a perseguir por los poetas de España: «no decir lo íntimo, sino cantar al corro/no cantar a la luna, no cantar a la novia/…/Debemos, pues sabemos, gritar al poderoso/gritar eso que digo, que hay bastantes viviendo/debajo de las latas con lo puesto y aullando». Esta voz, anclada en lo social, es hermana de la de Ángela Figuera Aymerich, otra poeta de los 50 que la crítica ha venido ignorando, y cuya obra y memoria –poco a poco– se están recuperando en la última década.
Fuertes nos ha dejado una obra cercana, realista, comprometida y verdadera. De estilo claro, dado a los juegos de palabras, encontró la manera de conectar con sus contemporáneos. Su voz es la de todos. Es la voz de los humildes, de los trabajadores, de los ninguneados, de los vilipendiados, de los que se hicieron a sí mismos en los años de posguerra. Mujer, lesbiana y escritora, su vida no fue fácil bajo la dictadura («me salió una oficina/donde trabajo como si fuera tonta,/–pero Dios y el botones saben que no lo soy»–, de Nota biográfica). Sus poemas nos describen una doble Gloria: la secretaría de día, y la poeta de noche; la que sigue las normas, y la que se las cuestiona; la que finge delante de los otros, para no destacar, y la que se derrama tal cual es en sus composiciones; la contable, y la bohemia; la mujer exacta, responsable, y el ama de casa que ni se hace la cama ni limpia el polvo.
Revisada su obra, comprobamos que hay más de un Gloria Fuertes en sus libros. La mitad de su obra ha sido ignorada porque no convenía desencasillar a una mujer debidamente etiquetada y precintada. Siempre se ha controlado mejor a nuestro s*x* atribuyéndole funciones estereotipadas: la crianza, la maternidad, los niños. Gloria estaba controlada, al margen del canon. Antes lo estuvieron otras: sor Juana Inés de la Cruzfue hostigada por escribir poemas hasta que se vio obligada a renegar, por escrito, de toda su obra. Ambas, unas rebeldes. Ambas, envasadas y exhibidas en estantes benignos: poesía amistosa, la mexicana; poesía infantil, la madrileña. Las dos vieron como sus atrevidas composiciones feministas (homoeróticas, en el caso de la monja; de denuncia social y de la falta de equidad entre sexos, en el caso de Fuertes –«Sé escribir, pero en mi pueblo/no dejan escribir a las mujeres»–) fueron invisibilizadas o negadas. Por eso festejamos que en 2017, con motivo del centenario del nacimiento de la poeta de Lavapiés, se publique Me crece la barba, antología que da la oportunidad a los lectores de romper la barrera de los prejuicios y de acercarse a unos versos honestos, angustiados, juguetones y críticos, para valorar en su justa medida a una autora injustamente desvalorizada.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/search?updated-max=2017-06-19T00:02:00+02:00

Es curioso, pero que pesada me parecía esta mujer.
 
El invisible, Ge Fei



Trad. Miguel Ángel Petrecca
Adriana Hidalgo Editora, Alcalá de Henares, 2017. 168 pp. 16,50 €

José Morella

El protagonista de esta novela, un hombre de 48 años llamado Cui, está a punto de caer en desgracia. No es un paria o un sin techo, pero todo eso empieza a parecerle posible. Su hermana le da un ultimátum para que deje el piso en el que hace unos años le deja vivir. Su mujer lo abandonó cuando encontró a alguien económicamente más estable. Cui no ha superado ese abandono ni de broma. Por otro lado, no se trata de un desgraciado cualquiera. Tiene acceso a otro mundo distinto del suyo: es uno de los pocos artesanos del sonido que quedan en Pekín. Tiene un talento especial para la electrónica. Se gana la vida -mal- reparando y montando aparatos de alta fidelidad a audiófilos o a esnobs millonarios que aspiran a ser audiófilos. Gente acostumbrada al lujo y a quienes les gusta presumir de sus fruslerías con otros aficionados al lujo. Cui conoce a gente de ese tipo. Chinos ricos de la nueva China. Altos funcionarios, empresarios, mafiosos.
Ge Fei ha explicado en una entrevista que le interesa mucho el contraste entre la China de los años ochenta y la actual. Según él, en aquella época primaba cierto sentido de la espiritualidad, que en la entrevista no necesariamente se traduce en religiosidad. Antes se despreciaba lo material. No era importante tener cosas caras, ni conocer gente rica, ni ser visto en tal o cual lugar. Ahora, según Ge Fei, el consumismo ha arrasado con todo. Se adora lo material. En cierto modo me recuerda a Junichiro Tanizaki, que veía la llegada de la luz eléctrica a Japón como la mayor de las desgracias porque estaba acabando de golpe con la totalidad de la estética tradicional japonesa, de la relación sagrada entre la luz y la sombra. Los dos suenan un pelín a reaccionarios, a cascarrabias antiprogreso, pero los dos lo tienen todo bastante clarito, me parece a mí. O andan bien encaminados o yo soy otro cascarrabias.
Cui está atrapado entre esas dos Chinas. No se ve capaz de vivir como se vive ahora. Es un cabezota. La novela, entre otras muchas cosas, va sobre lo excéntrico. Habla de los que siguen en sus trece, los que no se bajan del burro a pesar de que el camino de piedras ahora sea una autopista de peaje. Cui ni siquiera se lo plantea. Es un enamorado absoluto de la música clásica. De los amplificadores con válvulas, los vinilos, los altavoces Autograph -que ahora sé que son lo máximo- y de, entre otros muchos músicos, Erik Satie y Claude Debussy. Va a casas de millonarios que le pagan por que les repare equipos de audio valiosísimos, que para él son objetos de culto a los que trata casi con reverencia, y tiene que soportar -¡ultraje!- que sus dueños los usen para poner música pop. La obra es un homenaje por momentos delicioso a la música. Pero también es un réquiem por ella. China, y Asia en general, están invadidas por el pop. La gente -o eso parece deducirse de las palabras de Cui- ya sólo consume pop.
A cuentagotas y en medio de todo esto, Cui nos habla de su madre, de su mejor amigo, de su ex, de su hermana, y va dejando desperdigadas por el texto evidencias de una vulnerabilidad y una humanidad desgarradoras. A pesar de sus corazas emocionales, Cui es un diapasón del mundo. Un perdedor de manual.
Se considera un artesano: «...los artesanos de hoy en día están, más o menos, en el mismo peldaño de la escala social que los mendigos», dice. Es consciente de su estatus y de su pobreza. El tema de la pobreza, y en general todo aquello que tenga que ver con el dinero, suele amenazar nuestra identidad personal y política. Gran cantidad de lectores lo rehúyen cual enfermedad venérea, y otra gran cantidad -perdonadme la imprecisión- se ponen a vociferar opiniones políticas sobre Venezuela o sobre el el estado norteamericano de Arkansas, según el plumero político de cada cual. El país de Cui, curiosamente, es un engendro mixto al que algunos llaman (ehem) «economía socialista de mercado con rasgos chinos». Para un solitario resistente como él, la salida del laberinto es indisoluble de la vocación: si no haces lo que amas, no hagas nada, parece pensar. Quédate en la calle, muérete. Pero el mundo globalizado no admite excepciones. Cui no consigue, a pesar de su terquedad, dejar de formar parte de eso que el filósofo Byung-Chul Han llama sociedad del cansancio. Estamos todos quemados, y los que adoran lo que hacen también lo están. A Cui no le queda otra que compartir mundo con todos esos materialistas enloquecidos y de sensibilidad artística entumecida. Entra en un arriesgado y oscuro negocio con un terrorífico mafioso al que planea venderle su posesión más preciada -los altavoces Autograph que consiguió en una subasta- para poder seguir viviendo a su modo, fuera del sistema que tanto odia. Es difícil evitar el infierno sin negociar con el demonio.
Está todo el texto saturado de oposiciones: lo analógico contra lo digital, amor genuino contra amor interesado, consumismo contra espiritualidad. Esos contrarios no son cajones estancos: se pasa de uno a otro sin solución de continuidad. Llama la atención que, desde el punto de vista de muchos expertos en sonido, sea un mito que la música en analógico suene mejor que en digital. Cui vive en el territorio del mito, que es el único lugar underground que la China comunista-capitalista permite: tu propio onanismo mental, tu propia película. Eso se relaciona también con el aroma constante a nostalgia. No es una nostalgia reñida con la verdad: es convincente. Sobre la sociedad china actual corren historias para no dormir sobre contaminación, comida adulterada, racismo, censura, abusos policiales, condiciones laborales deplorables, alojamientos insalubres y ritmo de vida insoportable. Incluso la visión de Cui es más suave que todo eso.
Aparte de todo lo ya dicho, la novela es una gozada. Está llena de ideas sutiles e irreverentes y de personajes inolvidables. El talento de Ge Fei para la descripción de personajes es abrumador: el párrafo breve con el que despacha al padre del protagonista es magistral. Pero lo más valioso, en mi opinión, es la capacidad de hilar elementos. Va contando la historia -la bajada a los infiernos de Cui y su posterior y realista salida a la superficie para coger oxígeno- con una soltura que hace que las transiciones parezcan invisibles, como si los distintos pedazos del cuento se llamaran forzosamente los unos a los otros y la cosa no se pudiera explicar de otro modo. Qué más se le puede pedir a alguien que cuenta historias.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2017/05/el-invisible-ge-fei.html
 
Qué NO leer.
Los pilares de la tierra.
Tuvo tanta publicidad que me empeñé en leerlo y me pareció un tostón, un montón de historias, un montón de personajes que se entrecruzan. Pierdes el hilo mil veces, tienes que volver hacia atrás para recordar quién es quién.
Luego los detalles me parecen poco fidedignos; vestidos medievales que se rasgan de un manotazo como si fuesen de ZARA, familias con niños que sobreviven en pleno invierno a la intemperie del bosque y sin comida.
Y si quieres saber cómo se construye una catedral ármate de paciencia porque en 500 páginas solo han levantado dos paredes.
Absolutamente de acuerdo. Insoportablemente pesada y lenta. Siempre he sospechado que Ken Follet tiene una caterva de negros o escritores fantasma que le escriben sus novelas, dependiendo de las exigencias de sus editores y de las prisas por editar cualquier cosa de este autor. Su estilo literario es totalmente distinto de una novela a otra, no se molestan ni en dar su toque personal.
De varias que leí, siempre bajo mi humilde opinión, sólo se salva una: La isla de las tormentas que fue adaptada al cine como "El ojo de la aguja", con Donald Sutherland de protagonista.
 
Absolutamente de acuerdo. Insoportablemente pesada y lenta. Siempre he sospechado que Ken Follet tiene una caterva de negros o escritores fantasma que le escriben sus novelas, dependiendo de las exigencias de sus editores y de las prisas por editar cualquier cosa de este autor. Su estilo literario es totalmente distinto de una novela a otra, no se molestan ni en dar su toque personal.
De varias que leí, siempre bajo mi humilde opinión, sólo se salva una: La isla de las tormentas que fue adaptada al cine como "El ojo de la aguja", con Donald Sutherland de protagonista.
Es muy posible eso que mencionas de los negros porque yo no le veo ningún estilo, es una redacción muy básica, además creo que los detalles que relata tienen poca credibilidad.
Es posible que fuese un buen escritor de novelas negras, pero para escribir sobre historia hay que saber historia.
 

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