Qué leer.

«Crecí con los cómics del 'Víbora', que traían lo prohibido»
La Expo 92, Felipe Gónzalez, las muñecas Chabel, «El Telecupón» y los veranos empanados han vuelto. La novela que ha enamorado a los libreros tiene «Vozdevieja». Hablamos con su autora, Elisa Victoria

CECILIA DÍAZ BETZ

ANA ABELENDA

08/07/2019 08:15 H

Es ver una placita de pueblo o Los vigilantes de la playa o pensar en filetes empanados y sentir el verano. Un verano, el primero después de la Expo del 92 -el primero también tras el crimen de Alcácer-, nos habla de tú a tú, como un viejo colega, en Vozdevieja, de una frescura vestida con las combinaciones de la abuela. Las muñecas Chabel y las Barbies coinciden con Felipe González en la primera novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), que visitará la Feria del Libro de A Coruña en agosto. El libro es peculiar por dentro y por fuera.


-Cuénteme algo sobre ese vestido que lleva la novela por fuera, en su portada.

-Se nos ocurrió que para la portada podía ser bonito usar una de las telas con las que mi abuela me hacía vestidos. Mi madre y yo nos pusimos a buscar en el trastero y apareció uno de mis preferidos.

-¿Cuánto hay de su infancia y su pubertad en «Vozdevieja»?

-Hay mucho de mí en la voz, en la psicología del personaje, en las preocupaciones que tenía, buscando cierta universalidad de cosas que suelen aparecer en la mente infantil, cosas comunes.



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-Abraza el nido y una época rompiendo clichés. La abuela de esta historia cose y hace filetes empanados, pero dice «coxx» y fuma sentada en el váter.

-Sí, es algo natural, y quizá una estampa más frecuente pero que no suele mostrarse tanto. Y es tan digna como otras.

-¿Creció entre esas mujeres, naturales y poderosas, que conducen la novela?

-Un poco sí... Mi madre y mi abuela siempre han sido el estandarte de la familia.

-¿Cómo hace para combinar la ternura y la crudeza, lo implacable y lo compasivo en la mirada que guía esta novela?


-Buscando un anticlímax en las dos fronteras de ternura y suciedad. Cuando está a punto de explotar la máxima ternura o la máxima rudeza meto algo de lo contrario, para compensar. Es un ir todo el tiempo surfeando. Como la pubertad.

-Abre un baúl de los recuerdos del que salen Xuxa, la Chabel, la Barbie St. Tropez y Carmen Sevilla... «Souvenirs» emocionales de la España noventera.

-No es que lo haya querido plasmar como souvenirs, sino como parte de la vida natural de ese momento. Sin esas cosas cotidianas no se profundiza en la realidad.


-Felipe González es una figura clave en esta novela. ¿El PSOE de hoy tiene el «punch» del de Felipe?

-Felipe González tenía un carisma que enamoraba a las señoras. Es lo que quería retratar, como un fenómeno social cómico. Mi abuela estaba enamorada de él y también las abuelas de muchos amigos míos. Había varias generaciones de señoras devotas de Felipe González. Todavía no he podido observar si el fenómeno se repite a la misma escala con Pedro Sánchez. Pero Aznar también tuvo su efecto.

-¿Cómo recuerda la adolescencia?

-Recuerdo sufrimiento, desconcierto, ganas de que se acabara, de verme saliendo del cascarón. La curiosidad me mataba... Recuerdo frustración por que los niños tuviesen prisa por ser grandes. Lo infantil se desprestigiaba... Es la sociedad, que empuja. Lo recuerdo como un período oscuro, en el que de vez en cuando podían darse situaciones de complicidad bonitas.


-¿La palabra «madre» le resulta obscena?

-No, no, pero recuerdo ciertos problemas con el salto de terminología de la palabra mamá, que era dulce y casera, a madre, pesada y compleja, más social.

-¿Aprendió precozmente de los cómics para adultos, de la underground «Víbora?

-Sí, eran cómics bonitos y traían mensajes prohibidos. Ahora está en Barcelona la exposición de homenaje a los 40 años del Víbora, que me influyó en apertura de miras, en saber eso que nadie te estaba contando. A veces veíamos cosas impactantes, violentas, monstruosas.

-¿Más que los niños de hoy?


-El control sobre la expresión sexual me parece ingenuo. De una forma u otra siempre va a haber un acceso a la por**grafía. El problema no es la por**grafía, sino el abandono en educación sexual. No deberías usar tu cuerpo sin saber lo que haces.

-Los veranos de la infancia duraban más...

-Por el tiempo libre que tenías. Debería ser por ley que siempre tuviésemos tres meses de vacaciones [risas]. Un mes al año es estar mendigando un descansito.

-¿Creció rodeada de «Chabeles»?

-Mi apasionamiento por la Chabel supera con creces el del libro.

-¿Se ha sentido algunas veces como un fantasma?


-Claro, hay muchos niños que se sienten así, y gente mayor también. Pero a los niños se les trata a veces como personas de segunda, y se sienten desplazados. Es una sensación que a mí aún me acompaña.

-¿Aún hay pocos libros y películas que retraten lo que es la adolescencia con naturalidad, sin pudor, sin edulcorantes?

-Desde los 80 se ven cada vez más. Me encantan las películas de adolescentes, como Fucking Åmål. Hemos avanzado.

«VOZDEVIEJA»
Elisa Victoria

EDITORIAL Blackie Books

PÁGINAS 245 PRECIO 18,05

https://www.lavozdegalicia.es/notic...bora-traian-prohibido/0003_201907SF5P7991.htm
 
¿Cuánto crees saber del inglés?
Sorprende a propios y strangers respondiendo a estas diez preguntas

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https://www.jotdown.es/2019/07/cuanto-crees-que-sabes-del-ingles/
 
Una historia definitiva de la «División Azul»
El hispanista Stanley Payne analiza el libro de Carlos Caballero Jurado, uno de los mayores especialistas dentro y fuera de España. Este trabajo cuenta la historia tal cual fue
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@ABC_Cultural
Actualizado:12/07/2019 10:00h

De todas las unidades militares de la Segunda Guerra Mundial, la más celebrada en la literatura es la División Española de Voluntarios, más conocida por División Azul por el color de camisa de sus numerosos componentes falangistas, que luchó por dos años y medio en el frente norte de Rusia. Es otra paradoja de la historia de España que la unidad militar que, con mucho, ha generado la mayor bibliografía internacional, fuera la única división en combate de un país que nunca participó militarmente de un modo oficial en la contienda.

Ha sido tal la cantidad de obras editadas en las cuatro primeras décadas de su Historia, que ya en 1989 Carlos Caballero, junto con Rafael Ibáñez Hernández, publicó un libro detallando la bibliografía acumulada. Desde entonces esta ha crecido de un modo aún más abundante; de hecho, el siglo XXI ha sido la edad de oro de una bibliografía muy heterogénea, que incluye muchas obras de historia profesionales, pero aún más libros de memorias,publicaciones polémicas y no pocas obras de literatura.

Universitarios
Más allá de la cantidad de memorias publicadas, hay un número considerable de otras inéditas. Tal abundancia de memorias, que sin duda no tiene parangón en cualquier otra división individual de la guerra, se deriva sin duda del alto porcentaje de universitarios que integraron sus filas, que otra vez alcanzó lo que probablemente fue un récord mundial, y también del grado alto de dedicación política e ideológica, puesto que un porcentaje muy grande de los voluntarios exhibían una extraordinaria dedicación a la misión de su División.

Carlos Caballero Jurado (Ciudad Real, 1957). Ha trabajado en el campo de historia militar por 35 años, generando una bibliografía muy extensa. Es el especialista más activo a nivel internacional en la cuestión de los voluntarios extranjeros en el Frente del Este, con trabajos sobre muchos grupos nacionales diferentes. Ha publicado ocho libros solamente con Osprey, la destacada editorial londinense de historia militar, y Caballero es muy posiblemente el historiador español que más títulos ha publicado en inglés.

El grupo se formaba exclusivamente de voluntarios para luchar contra el comunismo
Las 827 páginas de «La División Azul de 1941 a la actualidad. Historia completa de los voluntarios españoles de Hitler» constituyen su «magnum opus». Este estudio impresionante supera a toda la enorme literatura anterior, destacándose por sus calidades estelares: es exhaustivo, objetivo, cuidadosamente investigado a base de una cantidad amplia y completa de fuentes primarias que el autor domina totalmente, y aborda todas las cuestiones principales y todas las críticas surgidas en el último medio siglo. Pese a no ser la primera buena síntesis de la historia de la «Blaue Division» (anteriormente fue la notable «Hitler’s Spanish Legion: The Blue Division in Russia» (1979) de Gerald Kleinfeld y Lewis Tambs, y más recientemente ha aparecido la obra distinguida de Xavier Moreno Juliá, «La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945» (2004), el libro de Caballero es con mucho el más completo, hasta este momento. Una obra de la «División Azul» definitiva.

En distinción a la propaganda de los británicos y de los comentaristas e historiadores españoles de izquierda, demuestra de un modo conclusivo que la División se formaba exclusivamente de voluntarios, consecuencia en 1941 de un entusiasmo desbordante por participar en el castigo y la destrucción del comunismo. En 1941 la opinión anti-soviética era casi unánime en España, porque incluía a la gran mayoría de las izquierdas también, que todavía se resentían mucho del dominio y la represión soviéticos durante la Guerra Civil. De hecho, fue el único país europeo importante en que los comunistas no lograron formar uno de sus típicos «frentes nacionales» de todos los grupos de la posición.

El meollo del libro ofrece una historia detallada de las operaciones militares de la división durante 1941-43, con 25 mapas originales para ilustrarlas. A pesar de la superioridad aplastante del Ejército Rojo en el número de tropas y de blindados, y sobre todo de su gran superioridad en potencia de fuego, los soviéticos nunca consiguieron romper las líneas españolas. La División Azul combinó la profesionalidad de sus oficiales con el idealismo y valentía de sus tropas para constituir lo que fue sin duda la unidad extranjera de mayor calidad militar de combate en el lado alemán. Una prueba de eso fueron las aproximadamente 2.500 cruces de hierro concedidas a los divisionarios. Otra evidencia de la dedicación de los divisionarios fue su ínfimo porcentaje de desertores, que el autor constata fue muy por debajo del de las Brigadas Internacionales de la guerra española, que han recibido tantos encomios y homenajes por idealismo y dedicación. Caballero demuestra que los divisionarios nunca participaron en el Holocausto y que su trato de los soviéticos civiles había dejado entre ellos un recuerdo positivo, hasta afectuoso.

Igualmente notable es el trato pormenorizado de lo que podemos llamar la historia posterior de la División. Un capítulo presenta la primera historia exacta y detallada de los últimos voluntarios españoles en el lado alemán en 1944-45, después de la disolución de la División, que por primera vez rectifica muchas exageraciones y desenfoques. El libro también ofrece un trato cuidadoso de la historia de los veteranos en las décadas posteriores, y se concluye con un análisis objetivo y penetrante de todas las obras más importantes de la historiografía de la División Azul, en pro y en contra.

Esta obra es una contribución indispensable a la historia militar española contemporánea. Y supone el cénit de un campo ingente de publicaciones.

«La División Azul de 1941 a la actualidad». Carlos Caballero Jurado
Ensayo. La Esfera de los Libros, 2019. 827 páginas. 34,90 euros

https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-historia-definitiva-division-azul-201907120117_noticia.html
 
El ogro enajenado
publicado por Carlo Frabetti

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El ogro de Pulgarcito, ilustrado por Gustavo Doré.

Decía Chesterton que los cuentos maravillosos nos enseñan dos cosas: que hay ogros y que podemos vencerlos. Y, efectivamente, esa es su enseñanza más clara y reconfortante, la tranquilizadora moraleja tras el susto de ver a Pulgarcito y sus hermanos a punto de ser devorados. Pero hay una enseñanza más sutil e inquietante, que es la que explica la vigencia del símbolo del ogro —es decir, del caníbal— en los cuentos infantiles y en la cultura popular.

A los niños se les cuenta el cuento de los tres cerditos mientras meriendan un bocata de jamón, o el de los siete cabritillos después de cenar costillas a la brasa. Se criminaliza al lobo, que es quien tiene derecho, por ineludibles exigencias biológicas, a comerse a los cerdos y a las cabras, a la vez que se fomenta el carnivorismo entre quienes no necesitan —ni les conviene— comer carne. Y como no todos los niños se rinden sin condiciones a la brutal agresión ideológica de sus mayores, algunos se dan cuenta de esta aberración nuclear de nuestra cultura y se vuelven vegetarianos, lo cual suele conllevar problemas familiares y sociales parecidos a los de salir del armario; y también psicológicos y conceptuales, pues la abrumadora preponderancia de los carnívoros sume al antiespecista en el mayor desconcierto: «No es posible que todos sean idiotas morales o estén locos», piensa consternado.

Pero, como dice Sherlock Holmes, cuando se han descartado todas las explicaciones imposibles, la que queda, por inverosímil que parezca, tiene que ser la verdadera. Y matizando ligeramente algunos adjetivos, las piezas van encajando. En primer lugar, no todos son caníbales: en el mundo hay un 8 % de vegetarianas/os, y van en aumento. Y los demás no son necesariamente dementes, sino que están enajenados; parecen dos formas distintas de decir lo mismo, pero hay una sustancial diferencia entre ser y estar, y también entre demente y enajenado, que es sinónimo de alienado. Con lo que llegamos a una olvidada palabra clave que puede ayudarnos a comprender nuestra compleja situación sociocultural. Y digo «olvidada» porque el término «alienación», habitual en el discurso político anterior a los años setenta del siglo pasado, desapareció de pronto barrido por la avalancha posmoderna, junto con «plusvalía», «lucha de clases» y otras expresiones incómodas para la burguesía ilustrada, que en mayo del 68 le vio las orejas al lobo.

Hay ogros y podemos vencerlos, sí; pero es muy difícil, porque los llevamos dentro, nos los tragamos junto con las ruedas de molino de la hipócrita moral burguesa. Esa es la oscura moraleja del cuento de Pulgarcito, que acaba calzándose las botas del ogro. Somos la media geométrica —la raíz del producto, si se me permite el chiste matemático— del gigante caníbal y el enano devorable, medio verdugos y medio víctimas. Tenemos múltiples personalidades, y casi todas nos son ajenas: somos alienados eslabones de una desenfrenada cadena de producción y consumo, engranajes de una máquina de destrucción masiva, sumideros de las mentiras de los grandes medios, baratijas en el supermercado del s*x*… Y ogros que devoran a sus semejantes de todas las formas imaginables, incluida la más literal.

Carnivorismo y delirio

La lógica nos enseña que aceptar una afirmación falsa supone aceptarlas todas. Si dos y dos son cinco, yo soy el papa. Efectivamente, si 2+2=5, 2+2=2+3, luego 2=3, luego 1+1 =1+2, luego 1=2. El papa y yo somos dos; pero como dos es igual a uno, el papa y yo somos uno, luego yo soy el papa. Y aunque las operaciones morales no sean tan exactas como las numéricas, también están sujetas a las reglas de la lógica elemental.

La ética, como «cuestión de formas», se parece más a la geometría que a la aritmética (no en vano decía Platón —el gran moralista que afirmaba que quien busca el bien ajeno encuentra el propio— que en su Academia no tenía cabida quien no supiera geometría). En ambos casos hay que partir de unos axiomas indemostrables que se consideran evidentes, y que en ética se llaman principios, y una vez aceptados, la valoración de la conducta ha de responder a la lógica interna del sistema moral en cuestión, y, como en todo sistema lógico, aceptar una falacia cualquiera supone abrir la puerta a cualquier otra.

Es frecuente que los carnívoros intenten justificar su aberración alimentaria alegando que no hay más remedio que matar para comer, lo cual no solo es una idiotez moral, sino una idiotez a secas. Y algunos van aún más lejos y afirman que no hay una diferencia sustancial entre comerse una manzana y comerse a un cordero («a un cordero», no «un cordero», como dicen los especistas para cosificar a los animales no humanos), pues la manzana también es un ser vivo. Y del mismo modo que si dos y dos son cinco yo soy el papa, si da lo mismo comerse a un cordero que una manzana, también da lo mismo comerse a un niño asado, pues la distancia filogenética entre el niño y el cordero —cuya capacidad de sufrimiento es del todo similar a la nuestra— es mucho menor que la que separa al cordero de la manzana.

El hambre, la libido y el miedo son las tres pulsiones primarias de todos los animales, incluidos los humanos, y construimos nuestras sociedades y nuestras culturas —nuestras relaciones y nuestros relatos— a partir de ellas y alrededor de ellas. Del mismo modo que el mito del amor romántico sublima y regula nuestra sexualidad depredadora, el carnivorismo —burda sublimación del canibalismo— es nuestra respuesta irracional e incontinente al hambre, la más apremiante de las pulsiones. Sin embargo, aunque abandonar el carnivorismo sea psicológicamente tan difícil como superar el mito del amor, cuesta entender que aún esté tan arraigado a pesar de las abrumadoras evidencias de todo tipo en su contra.

Nuestra despiadada rutina alimentaria es, entre otras cosas, la principal causa del cambio climático y de otros desastres ecológicos y sanitarios; y sin embargo solo un pequeño porcentaje de la población opta por el vegetarianismo. No son las vacas las que se vuelven locas, sino quienes se las comen, y son sus cerebros los que se esponjan. Afortunadamente, el proceso no es irreversible.

https://www.jotdown.es/2019/07/el-ogro-enajenado/
 
10 novelas negras para este verano: los mejores libros de suspense de 2019

Recopilamos una serie de libros de suspense y novela negra, género que siempre se ha caracterizado por no abandonar los temas de actualidad

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Paula Corroto
15/07/2019 - 21:11h
Una docena de libros para llevarse en la maleta este verano y combatir la modorra
El régimen franquista, los crímenes contra las mujeres, el fanatismo religioso y las desigualdades sociales son los pilares en los que se apoyan algunas de las novelas negras publicadas en los últimos meses. Este género siempre se ha caracterizado por llevar a la narrativa los asuntos de actualidad, por lo que no extraña que sea este tipo de temas donde más se han forjado los escritores después de leer las páginas de los periódicos.

Quedan un tanto atrás temáticas de hace algunos años, como la corrupción económica y la ética política, si bien no llegan a desaparecer del todo (porque tampoco lo han hecho de los diarios). Este racimo de novelas es a su vez una buena muestra de que los paisajes hace tiempo que dejaron de ser únicamente los de Madrid y Barcelona. Una gran señal de una buena salud del género en toda nuestra geografía.

Piedras Negras, de Eugenio Fuentes (Tusquets)



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El escritor extremeño es el creador de Ricardo Cupido, uno de esos detectives singulares de la novela policíaca española que no se mueve por las grandes ciudades sino por los entornos periféricos y rurales. En esta ocasión la trama parte del espinoso y triste asunto de los bebés robados durante el franquismo. En esa procelosa pesquisa –en la que también habrá un asesinato– se van desgranando otros temas como la corrupción de la iglesia y la burbuja inmobiliaria. Esta novela se podría considerar como una especie de spin off de Si mañana muero, donde novelista recreaba la acción en el frente de Extremadura durante la Guerra Civil.



El último barco, de Domingo Villar (Siruela)



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Diez años llevaba Domingo Villar sin publicar una novela, pese al éxito que obtuvieron las dos anteriores, La playa de los ahogados y Ojos de agua. Ha regresado este año con su inspector de policía Leo Caldas que se enfrenta a la desaparición de una chica en el entorno de Vigo. Y con todo lo que el carácter gallego, este decir sin decir nada, de sus habitantes.

La investigación, que avanza mediante interrogatorios que Villar domina con destreza –recuerdan a los de las novelas de los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö– va revelando el carácter de los personajes, la hipocresía y por qué podemos encubrir a los malos.

No digas nada, de Jon Arretxe (Erein)



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Esta novela, publicada originalmente en euskera, es una rural noir protagonizada por el detective africano Touré, un burkinés que llegó a España en patera y acabó residiendo en Bilbao. El vasco Jon Arretxe ya lo había utilizado en otras de sus novelas, pero esta vez se lo lleva al pirineo navarro, donde el detective ha decidido cambiar de vida y dedicarse a cuidar ovejas.

Sin embargo, no va a poder escapar de su destino como investigador ya que se verá envuelto en el caso de un burro decapitado con una motosierra. En la búsqueda de quién ha sido se adentrará en los entresijos de esas zonas donde apenas habita nadie, todos se conocen y todos se guardan lo que saben.

Los miércoles salvajes, de Susana Hernández (Milenio)



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El tráfico ilegal de medicamentos y las desigualdades sociales apuntalan esta novela de Susana Hernández ambientada en el extrarradio de Barcelona.

La protagonista es una escolta privada que se ve envuelta en un turbio entramado cuando decide hacerse con unas medicinas ilegales para el tratamiento de un amigo suyo, lesionado medular, que no puede permitírselo por razones económicas. La novela revela cómo funciona la industria farmacéutica –con referencias a los tratamientos para la diabetes tipo 1– y cómo en ocasiones los preceptos de la universalidad sanitaria no están tan claros.

La epidemia de la primavera, de Empar Fernández (Suma).



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Con Europa en plena I Guerra Mundial y con una epidemia de gripe asolando a la población, la ciudad de Barcelona vive momentos tensos debidos a los conflictos sociales.

En enero se monta una de las primeras huelgas feministas de la historia española que intenta paralizar fábricas y comercios donde habitualmente trabajaban las mujeres en condiciones muy precarias. A ese ambiente llega Gracia, una joven nacida en Cantavieja (Teruel), que conocerá a la líder de esta revuelta. Empar Fernández relata las tensiones sociales –entonces sí había muertos– y cómo aquellas mujeres pusieron los primeros peldaños de la lucha feminista.

Tiempo de siega, de Guillermo Galván (HarperCollins)



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Esta es una novela negra que no sólo se queda en los crímenes sino que también aborda el periodo de la posguerra. El protagonista es Carlos Lombardi, un expolicía que ha sido condenado por el régimen franquista a trabajar en la construcción del Valle de los Caídos por haber permanecido fiel a la II República.

A modo de indulto, y para purgarse, un colega le encarga el caso de un sacerdote torturado y asesinado. Por esta trama hilvanada por el periodista Guillermo Galván se cruzan personajes reales de la época como Hans Lazar, el diplomático Bernard Malley, el sacerdote José Lobo y el psiquiatra Bartolomé Llopis. Novela negra, sí, pero también un retrato de la represión y de los primeros y más oscuros años de la dictadura.

Vírgenes y verdugos, de Tomás Bárbulo (Salamandra).



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Las mujeres que se integran en el DAESH protagonizan esta novela que abunda en el tema del fanatismo religioso y cómo este, sobre todo, las penaliza a ellas. Escrita por el periodista Tomás Bárbulo, que conoce bien los países árabes, principalmente Marruecos y la zona del Sáhara Occidental, la historia se narra mientras se producen las aventuras del Saharaui, un ladrón de joyas que Bárbulo ya utilizó en la novela

La asamblea de los muertos. Una trama entretenida mientras nos adentramos en cómo viven las mujeres del califato, que también son las férreas vigilantes de toda aquella que no cumpla con sus preceptos como no llevar velo.

El error de Clara Ulman, de Cristina Higueras (La Esfera de los Libros).



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En este thriller científico-criminal, Cristina Higueras se pregunta hasta dónde pueden llegar los límites de la investigación médico-científica. ¿Son éticos todos los experimentos? Una novela en la que se juega a ser Dios como ya hiciera el doctor Frankenstein con tratamientos médicos que incluyen trastocar el cerebro y nuestras células.

Todo hilvanado mediante diálogos que reflejan el mundo de la dramaturgia del que procede Higueras. Una historia que toca un tema que cada tiene más presencia en los medios como la noticia del chino He Jiankui que a finales del año pasado anunció el nacimiento de dos niñas gemelas cuyo ADN había sido modificado en el laboratorio.

Si esto es una mujer, de Lorenzo Silva y Noemí Trujillo (Destino).



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Manuela Maurí es una inspectora de homicidios que debe abordar un asunto de trata de mujeres en la periferia madrileña. Pero no sólo eso: también debe enfrentarse a sus propios compañeros que ven con desconfianza que sea ella la encargada del caso. Lorenzo Silva y Noemí Trujillo recrean una novela muy negra en la que se apuntan otras cuestiones criminales como la fatiga de las mujeres por demostrar lo que valen y hacerse su lugar en los puestos de trabajo (sobre todo cuando ya implican una responsabilidad).



La ceguera del cangrejo, de Alexis Ravelo (Siruela)



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Un accidente que huele demasiado mal es el punto de partida de la última novela del canario Alexis Ravelo que coloca al militar Ángel Fuentes como investigador un tanto tosco de la muerte de su novia en Lanzarote. Bajo esta premisa, y como si fuera un homenaje a César Manrique, el escritor va dibujando una isla llena de chapuzas urbanísticas y donde han sido muchos los que han obtenido réditos mediante la corrupción medioambiental. Una novela para relajarse en la toalla y saber qué hay detrás de ese mamotreto de hotel que construyeron en primera línea de playa.

https://www.eldiario.es/cultura/libros/novelas-negras-verano-libros-vacaciones-2019_0_919708374.html
 
Los mejores libros sobre la llegada a la Luna y la carrera espacial
Trece obras de referencia sobre la fascinación de la humanidad por los astros
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El cohete rojo y blanco de Tintín, un clásico de la cultura popular, en el museo CosmoCaixa (Xavier Cervera)
XAVI AYÉN
17/07/2019 06:00
Actualizado a 17/07/2019 07:18

La idea de elevarse de la Tierra y llegar a los astros ha cautivado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Entre las numorosas obras literarias que han explorado las posibilidades del viaje espacial, algunas se han convertido en clásicos.

“Comedia” de Dante Alighieri (1321)

Dante, en el mundo de los muertos, asciende -en el canto segundo del ‘Paraíso’- hasta la luna gracias a una nube similar a un diamante. En el satélite terrestre, encuentra las almas que han faltado a los votos realizados en vida, y se le aparecen como imágenes reflejadas en un cristal o en agua. Beatriz le explica el origen de las manchas lunares.

“El hombre en la luna” de Francis Godwin (1638)

Subtitulado ‘Discurso de un viaje de allá por Domingo González, el raudo mensajero’ en esta obra precursora de Robinson Crusoe el primer hombre en pisar la Luna es un español, Domingo González, quien naufraga en una isla donde confeccionará una máquina voladora impulsada por una extraña especie de gansos que le conducirán hasta lo más alto.

“De la Tierra a la Luna” (1865) de Jules Verne

Los militares del Baltimore Gun Club, aburridos por la paz del mundo, proyectan una nave espacial para convertir la Luna en un nuevo Estado de EEUU. Así, tres estadounidenses y un francés son lanzados pero a causa de un error solo consiguen volar alrededor de ella, sin alunizar. Continuaría el tema en “Alrededor de la luna” (1870).

“Astronautas” (1951) de Stanislaw Lem

Tras un montón de luchas sangrientas, en el siglo XXI la humanidad ha abandonado el capitalismo y vive de modo sostenible. En Siberia se hallan unos archivos extraterrestres que hablan de una nave que se estrelló en la zona. El Gobierno de la Tierra envía la nave Cosmocrátor al planeta Venus, donde sus tripulantes localizan los restos de una civilización mucho más avanzada que la nuestra.

“Objetivo: la Luna” y “Aterrizaje en la Luna”, de Hergè (1953-1954)

Cómics pertenecientes a la serie ‘Las aventuras de Tintín’, en el que Tintín y sus amigos (incluido Milú) llegan al satélite embarcados en un espectacular cohete rojo y blanco. Destaca la gran documentación -sobre la gravedad artificial o el brillo de las estrellas, por ejemplo-, algunos ‘errores’ y numerosos detalles premonitorios de las futuras expediciones reales.

“Misión en la Luna” (1954) de Lester del Rey

Esta novelita estadounidense de consumo barato no habría pasado a las antologías de no ser por dos asombrosas casualidades. Leamos su primer párrafo: “La nave Apolo se posó en la superficie de la Luna. Tras varios pequeños brincos pudo estabilizarse. Se abrió su rampa y por ella descendió el comandante Armstrong para pisar por primera vez el suelo de ese mundo desconocido”. Repetimos la fecha de publicación: mediados de los años 50.

“2001: Una odisea del espacio” (1968) de Arthur C.Clarke

Al igual que sucede hoy con ‘Juego de tronos’, la película de Kubrick y la novela de Clarke se realizaron de forma paralela y simultánea. Acaban diferentemente, pero el enigmático final de la pantalla está mucho más claro en el libro, así como aquello que causa el ansia asesina del ordenador HAL, el estrés por unas órdenes contradictorias. El monolito encontrado en la Luna es “como una losa vertical de un material completamente negro, tan negro que parecía que se hubiera tragado la luz”.

“Un fuego en la Luna (Moonfire)” (1971) de Norman Mailer

Uno de los mayores escritores estadounidenses del siglo XX reportajea el alunizaje del Apolo 11 por encargo de la revista ‘Life’, donde analiza desde los antecedentes históricos a los aspectos científicos pasando por los más humanos, lo que incluye ciertas intimidades y maliciosos retratos psicológicos de los principales responsables de la aventura.

“Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener)” (1979) de Tom Wolfe.

Reportaje centrado en los protagonistas de la carrera espacial: los astronautas, que procedían del mundo de los pilotos de pruebas. ¿Qué es lo que hay que tener? Valor, destreza, orgullo y humor, mantenidos bajo las más duras presiones, como los cowboys de antaño. Wolfe explica asimismo el combate propagandístico que latió detrás de la carrera espacial.

“Cosmos” (1980) de Carl Sagan

El mayor clásico de la divulgación astronómica, que inspiró numerosas vocaciones científicas. El libro y sus 13 capítulos están basados en los primeros documentales televisivos que él mismo dirigió junto a su esposa, Ann Druyan. La carrera espacial ocupa un espacio preferente pero también temas como la Biblioteca de Alejandría, el cerebro humano, los jeroglíficos egipcios y la posibilidad de vida extraterrestre.

“La carrera espacial” (2009) de Ricardo Artola

Historia concienzuda de la feroz competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética en plena Guerra Fría por mostrar al mundo la superioridad de sus modelos de sociedad. Todo empezó el 4 de octubre de 1957, con la puesta en órbita del primer satélite de la historia, el Sputnik 1, y se prolongó hasta el 20 de julio de 1969, con la llegada a la Luna de los primeros seres humanos en el Apolo 11.

“Cuando veáis que la Luna os sonríe” (2016) de Antoni Coll

Crónica de no-ficción divulgativa que recoge el ansia humana por volar desde las primeras experiencias en globo hasta los vuelos espaciales. Explica cada una de las misiones lunares, con énfasis en la psicología de los astronautas y lo que fue de ellos, con personajes como Wernher von Braun, el ingeniero alemán que trabajó para Hitler y se pasó a la NASA, diseñando el Apolo 11. El título procede de una frase que escribió la familia de Armstrong tras su muerte en 2012: “La próxima vez que caminéis al aire libre en una noche despejada, y veáis que la Luna os sonríe, pensad en Neil Arsmtrong y hacedle un guiño».

“Apolo 11” (2019) de Eduardo García Llama

El autor, físico e ingeniero español que trabaja en la sección de Dinámica de Vuelo en el Johnson Space Center de la NASA en Houston, explica cómo se gestó la hazaña del Apolo XI con Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, desde su lanzamiento hasta su vuelta a la Tierra, basándose en las transcripciones originales del vuelo, con anécdotas poco conocidas y detalles técnicos de la misión.

https://www.lavanguardia.com/cienci...ada-hombre-luna-mejores-libros-xavi-ayen.html
 
Ligera como una pluma, rígida como una tabla
publicado por Bárbara Ayuso

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Ilustración de la cubierta de Lo estás deseando

Algo malo va a pasar.

El año 1996 fue particularmente bueno para las brujas en pantalla: se estrenaron Sabrina, cosas de brujas; Las brujas de Salem y Jóvenes y brujas. En esta última, un fenómeno de pornoterror adolescente, cuatro chicas escogían qué hacer con sus poderes: mejorar su aspecto físico, desfigurar a una abusona, hacer que el chico guapo se enamorase de ella, vengarse de este mismo chico. La cosa salió mal, claro. Porque en eso consiste el terror: en que algo (o todo) salga mal.

Por entonces, Kristen Roupenian (Massachusets, 1982) tenía catorce años. Leía a Stephen King y a Shirley Jackson, y se sentía tan rara como el resto críos que devoran novelas de terror creyendo estar muy solos en esto. No lo ha dicho, pero también le encandiló la película. Ella iba para médico, lo de escribir era una distracción de ratos libres. Años después, el fruto de ese esparcimiento —y de un máster en escritura creativa— se convertiría en un adelanto de más de un millón de dólares, un éxito viral y una acuerdo para la adaptación en HBO.

Si Rouperian no le suena, quizá lo haga «Cat Person», su relato del New Yorker que a finales de 2017 reventó todas las cifras de la viralidad (no solo literaria), y a punto estuvo de destronar a «La Lotería». Con Harvey Weinsteinrecién subido al cadalso, el #MeToo precipitó una explosión de testimonios de mujeres, relatos íntimos sobre el acoso y los abusos sexuales que habían callado. Las denuncias se incorporaron a la conversación global. Pero entre todo ese marasmo de historias, fue «Cat Person» (o «Un tipo con gatos», como se ha traducido al español) el que logró accionar un resorte singular entre los lectores de ambos sexos. Lo que avivó no era la habitual solidaridad ante una agresión, ni piedad por la víctima y asco por el villano. El encuentro de los ficticios Margot y Robert discurría por las mil y una aristas del consentimiento sexual, esa zona gris en la que delimitar lo bueno y lo malo resulta especialmente absurdo. Poco queda que no se haya dicho ya: en siete mil palabras Rouperian capturó las dinámicas del ligoteo y comunicación virtual, del mal entendimiento y peor s*x*, de las relaciones torcidas y consentidas. Lo mejor: que era impúdico a rabiar. Lo peor: que estaba lleno de matices.

Lo que siguió fue más revuelo que escándalo. Visceral, eso sí. Muchas mujeres sintieron la experiencia demasiado reconocible para no colgarle lo de «colectiva». Y catártica. ¿Quién no ha sentido cierta repulsión por el tipo con el que se dispone a acostarse? Pero abortar la misión después de todo lo que se ha hecho para llegar hasta ahí sería «como devolver a la cocina el plato que tú misma has pedido en el restaurante», se dice la protagonista de la historia. También fue una lectura estimulante para ellos, cuyas reacciones se recopilaron en cuentas paródicas (Men react Cat Person) y algún que otro columnista histérico tecleó muy fuerte contra la autora. Quienes consideraban que el ficticio personaje masculino del relato había sido agraviado por una narración de parte, remedaron la pretendida injusticia reescribiendo su versión de los hechos.

Por su parte, Rouperian concedió una entrevista al New Yorker y se distanció del incendio causado haciendo un moonwalk. Dio un poco igual. Acabó en la portada del Sunday Times cuando tras una basurienta indagación airearon que tenía novia. No novio. El periódico lo vendió como el desenmascaramiento de la autoridad número uno de la heterosexualidad-millennial-post-MeToo en la que se había erigido a Roupenian. Sin pedirlo. Con un texto escrito al calor de la marcha de las mujeres contra Trump y servido en la actualidad adyacente del MeToo. Algo iba, efectivamente, a salir mal.

Casi dos años después de todo aquello, se ha publicado Lo estás deseando (Anagrama), una antología de relatos de la autora, un debut literario de los que se esperan con los adjetivos en alto y las fajas en ristre: o one hit wonder de manual, o bombazo literario de la era del MeToo. Pues ni lo uno, ni lo otro.

La colección de relatos es, como cualquiera que se precie, irregular. El compendio reúne textos de la Roupenian anterior a «Cat Person» (que también se incluye) cuando aún pensaba que su futuro no consistiría en escribir libros, sino en escribir sobre libros. De cuando esto no iba en serio. Pero también, y estos son los más jugosos, de la talentosa escritora que maduró después: la que aprovecha la atención generada para tratar no de replicar la fórmula, sino ir unos pasos más allá.

Con la misma desenvoltura que en su relato viral usó para hablar de esa realidad tan incómoda como narcisista (que a veces a las mujeres no les excita el hombre, sino la idea de excitarle) la autora vuelve a la carga para hablar de sentimientos perversos. Penosos. Los de una madre a la que repugna algo o mucho su propia hija, de las niñas que ansían cosas horribles o de las parejas que juguetean en dinámicas sádicas. «Sardinas en lata», «Look at your game, girl» y «Chico Malo», respectivamente. Algunas tienen hechuras de fábula, otras de pesadilla erótica. Pero todos están anudados por esa sensación difusa e indigerible: algo va a salir mal.

No nos referimos a un plot twist más o menos anticipable. Ni a un giro en forma de moraleja oscura. Roupenian habla, directa o indirectamente, del odio. «Es posible aumentar, refractar, dirigirlo», dice en uno de los relatos. Ella escoge hacerlo de una forma resbaladiza. En Lo estás deseando se odia con una especie de saña hermosa. A otros, a ti mismo, a todo en particular. A veces media lo sobrenatural, otras no precisan efectismo para ser macabros. En este sentido, la malicia grotesca de Roupenian la emparenta con narradoras contemporáneas como Carmen María Machado: cuentos chiflados, morbosos y acerados. Ambas ostentan la custodia compartida de una maldad crónica muy particular. Tan sexual y violenta como sería la reunión de esas chicas que en los noventa veían un trasunto de Jóvenes y brujas y que veinte años después Roupenian reimagina en «El chico de la piscina», cara a cara con su húmeda fantasía.

Puestos en conjunto, los personajes de los doce relatos podrían salir de un freak show de tres rombos: hombres con erecciones entre cuchillos imaginados, princesas abrazadas a rótulas podridas, hechiceras sobrevenidas u oficinistas con ensueños de despedazar a dentelladas. Desollan, profanan, desangran y estrangulan. Pero ya saben lo que ocurre: lo aterrador, lo genuinamente aterrador, nunca está en la superficie. De ahí las descripciones escasas, de ahí las psicologías chungas. Incluso cuando tropieza (se le escapa alguna que otra metáfora de poner los ojos en blanco, reconozcámoslo) no pierde el rumbo: Roupenian nos apela a ti y a mi. Y es venenosa.

Dicen los que saben que en esencia, Lo estás deseando se zambulle en los roles de género, los misterios del deseo y el desconcierto de los seres humanos contemporáneos. No les faltará razón. Pero obvian algo: Roupenian también es compasiva con las relaciones torcidas, desiguales. Porque de eso va la cosa, del desequilibrio. Del débil contra el poderoso, no del villano contra la heroína. Es astuta en el planteamiento: si se nos da la oportunidad todos invertiríamos papeles y no sería un intercambio amable. En su universo moral, como en la realidad, nadie es intachable. Hay buenos tipos como Ted o arpías entregadas a ese sobreanálisis del amor tan femenino. Pero todos tratan de metabolizar el odio. El rechazo. La frustración. Y eso es lo que cohesiona las doce historias macabras: los hombres rechazados por las mujeres odian a las mujeres, las mujeres rechazadas por los hombres se odian a sí mismas.

Una certeza ligera como una pluma pero rígida como una tabla.

«El amor engendra monstruos», se tatúa uno de sus personajes. Roupenian sabe lo que perversamente queremos que suceda: que algo salga mal.

https://www.jotdown.es/2019/07/ligera-como-una-pluma-rigida-como-una-tabla/
 
¿Puede la fantasía salvar a la novela en la década que viene?

publicado por Javier Calvo

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de los Big Six —los seis grandes grupos editoriales americanos— todavía puede crear grandes hypes todas las temporadas y estar a la altura de las circunstancias: colonizar portadas, colonizar expositores, convencerte de que necesitas leer la novedad de turno.

Lo curioso del caso del 5 de febrero, lo que hizo que la situación chocara al autor de estas líneas, era el libro que estaba siendo promocionado en las librerías de más prestigio de la ciudad. Se trataba de Black Leopard, Red Wolf, la cuarta novela de Marlon James, autor jamaicano afincado en Nueva York que hace cinco años se convirtió en el niño mimado de la crítica literaria y del público «exquisito» con su novela A Brief History of Seven Killings, una intriga político-criminal a la manera de James Ellroy basada en el asesinato de Bob Marley. Lo chocante no era el autor, sino la novela en sí. Black Leopard, Red Wolf es una novela de espada y brujería. La pretenciosa (y decididamente elitista) intelligentsia literaria neoyorquina estaba acudiendo en masa a comprar un libro de ochocientas páginas lleno de brujas, demonios, combates con espadas y arcos, ogros, elfos oscuros y una banda de héroes provista de parecidos estructurales con cierta Compañía del Anillo.

Quiero incidir una vez más en esto. Black Leopard, Red Wolf no es una novela con toques de fantasía. No es una novela literaria que hace uso de recursos de género. No es una novela especulativa «de ideas». No es realismo mágico. Que eso triunfe entre el lector «serio» es mucho más común. Philip Roth escribió una novela de ciencia ficción. Margaret Atwood, Salman Rushdie, Murakami, qué sé yo. Joder, hasta John Updike escribió una novela de ciencia ficción. Black Leopard, Red Wolf no es ninguna de estas cosas. Es el primer volumen de una saga fantástica pura y dura, sin disculpas, sin coartada, sin doble fondo metafórico. Es lo que ese mismo lector «serio» hace diez años habría considerado el equivalente en forma de libro a las palomitas con mantequilla.

La misma noche del 5 de febrero, el autor de estas líneas asistió a la presentación de la novela en Brooklyn, la primera fecha de la gira nacional de Black Leopard. Pese a llegar con veinte minutos de antelación, no consiguió entrar en el local abarrotado de la librería (la concurrencia triplicaba el aforo); tuvo que colarse por una puerta de atrás cuando los empleados de la librería no miraban y avanzar por entre una presa mortal de cuerpos hasta conseguir un sitio desde el que se pudiera vislumbrar de lejos al autor. Acabada la lectura, el autor de estas líneas casi murió arrollado por la avalancha de fans que se abalanzaron para conseguir su ejemplar firmado.

No creo que se me pueda recriminar el hecho de sentirme sorprendido aquel día. Crecí, como todos nosotros, en un mundo donde los lectores serios leían literatura seria y las cosas de frikis eran para los frikis. En las últimas décadas he vivido diferentes momentos donde ciertos autores o críticos cuestionaban esta distinción, pero todo se quedaba siempre en el ámbito puramente teórico. La literatura de género duro era un nicho de mercado. Un gueto. Algo que consumían con fervor los asistentes a convenciones de cómics y de ciencia ficción. Los aficionados al cosplay. Los coleccionistas de figuritas y de cartas del Magic. Por otro lado, la presencia de estos libros (normalmente agrupados en sagas de muchos volúmenes) era testimonial o nula en las librerías serias. Y todos siempre habían estado felices de mantener este status quo. Cualquiera que leyera a Patrick Rothfuss y a Martin Amis era un bicho raro. Cualquiera que leyera a Joe Abercrombie y a Richard Ford seguramente sufría trastorno de personalidad doble.

No deja de tener su ironía triste que hayan sido las series de televisión las que finalmente hayan tirado abajo los muros del gueto de la literatura fantástica. Pero los datos están ahí, y a fin de cuentas tiene sentido: la televisión ya es el formato de ficción más consumido con diferencia. Los famosos showrunners de las series son los prescriptores de las historias que gustan a la gente. Juego de tronos abrió la puerta, pero para cuando llegaron Black Mirror y Stranger Things el giro copernicano ya estaba prácticamente cerrado. En la actualidad entre un 30 y un 40 % de la producción de las grandes plataformas como Netflix o HBO está dedicado a series de género fantástico (fantasía, ciencia ficción y terror), entre ellas algunas de las series más vistas. Incluso antiguos iconos del frikismo contumaz como Star Trek o Doctor Who se han hecho sendos lavados de cara para adaptarse a los gustos del gran público.

Y la respuesta del establishment literario está siendo mucho más rápida de lo que nunca hubiéramos imaginado. De pronto suplementos tan conservadores (y elitistas) en materia de géneros como los del New York Times, Washington Post, Los Angeles Times y compañía están reseñando libros de género «duro». En el caso de Black Leopard, Red Wolf de Marlon James, se puede alegar lo que Ursula K. Le Guin decía con cierto resquemor de un famoso coetáneo suyo, practicante tardío de ciencia ficción: el establishment literario le prestaba mucha más atención que a ella porque el coetáneo en cuestión había empezado su carrera como autor de literaria seria y respetable, y solo después se había pasado a la fantasía futurista. Y ciertamente esto es así. Pese a todo, el fenómeno es sorprendente.

Liderados por la jovencísima crítica literaria canadiense Amal El-Mohtar, los reseñistas del New York Timesdedican ahora la misma extensión, la misma consideración y el mismo vocabulario canonizante a una autora de sagas de fantasía como N. K. Jemisin que a alguien como Jonathan Safran Foer. Escritores como Matt Ruff (un posmodernista pynchoniano) o Victor Lavalle (satirista de la América multicultural en la onda de John Kennedy Toole) han triunfado en los últimos años con sendas novelas ambientadas en el universo de los Mitos de Cthulhu. Y que yo sepa, no hay nada mas friki que los Mitos de Cthulhu. Los hermanos Grossman triunfan entre la intelectualidad con novelas de magos y superhéroes. Antiguos autores del gueto friki como Richard K. Morgan, James S. A. Corey o Liu Cixin ya han visto su obra transformada en series multimillonarias.

Sin ir más lejos, en un mercado estadounidense donde históricamente ningún autor español ha triunfado (con la única excepción de La sombra del viento), el joven barcelonés Edgar Cantero reventó hace dos años todas las expectativas con su novela Meddling Kids, comedia de terror en la onda Buffy-Scooby Doo-Enid Blyton que entró en la lista de best-sellers del New York Times en su tercera semana de publicación y recibió grandes elogios de medios como NPR o Publishers Weekly. Y no fue un simple golpe de suerte: su siguiente novela, This Body’s Not Big Enough for Both of Us, va camino de revalidar el éxito de su predecesora.

Quiero asegurarme una vez más de que aquí no haya confusión posible de nomenclatura. No estoy hablando de relecturas irónicas posmodernas de los géneros fantásticos, ni de obras fronterizas, ni de novelas literarias que usan ciertos tropos de la fantasía. Hablo de género puro y duro. Cuando en la década de 1990 autores como Michael Chabon, Michel Farber o Jonathan Lethem publicaron novelas con elementos fantásticos, el establishment cerró filas para decretar que aquello no era novela de género, sino novela seria y situada fuera del gueto. Lo de ahora es distinto. Cierto: se trata de un proceso rápido pero gradual. No va a pasar de la noche a la mañana. Periódicos como The Guardian, el otro gran referente de la crítica literaria «seria» junto con el New York Times, todavía no ha dado el salto. Le sigue dedicando a la novela de género notas breves y condescendientes basadas en agrupar tres o cuatro libros y dedicar un párrafo a cada uno. En España tampoco parece que se esté moviendo gran cosa todavía. Los dos autores de novela de genero fantástico más interesantes del país, Emilio Bueso y Marc Pastor, todavía luchan porque su obra se valore en igualdad de condiciones con la de autores no fantásticos. En mi opinión, tendrán que triunfar en el extranjero antes de ser debidamente valorados en su propio mercado.

Sin embargo, también es un cambio que tiene aspecto de ser global e irreversible. El crítico catalán especializado en fantasía Ricard Ruiz Garzón lo considera un proceso de aceptación análogo a la aceptación de la presencia LGBT o femenina en los medios, «normalizando lo que estaba en los márgenes gracias primero a personajes, luego a situaciones y finalmente a identificación». La analogía puede parecer chocante pero realmente parece que es así como se ha desarrollado el proceso.

Por supuesto, estoy convencido de que hay una razón más profunda para esta nueva aceptación de la fantasía literaria por parte de los medios y el gran público. Y en cierta manera, todo lo que he dicho en este artículo hasta ahora no es más que una larga introducción a este último párrafo. Las últimas dos décadas han visto un pronunciado declive de la influencia social y de la popularidad del género de la novela no solo en beneficio del audiovisual, sino también, y lo que es más importante, de la no-ficción. Por un conglomerado de razones, la invención inherente a la novela ha ido decayendo en beneficio de lo testimonial, lo experiencial, lo «verídico», lo autobiográfico y lo simplemente narcisista. La representación de la experiencia propia, tanto personal como colectiva, parece haber reemplazado a criterios como la calidad de la obra literaria o simplemente la capacidad de fabulación. En este panorama algo siniestro, al que muchos autores se sumaron primero por convicción y ahora por razones simplemente comerciales, la fantasía a raudales ofrece algo que está desapareciendo. Ofrece imaginación. Ofrece invención. Ofrece lo que está en la base misma de la literatura. Llena un vacío que los seres humanos ciertamente necesitamos, y que no tiene porqué estar solamente en las series de televisión.

¿Puede la fantasía salvar a la novela en la década que viene? Yo creo que ya la está salvando.

https://www.jotdown.es/2019/08/puede-la-fantasia-salvar-a-la-novela-en-la-decada-que-viene/
 
Primo Levi: el indispensable testimonio de las tinieblas.

publicado por Elios Mendieta Rodríguez

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Nadie esperaba a Primo Levi (1919-1987) en su casa de Turín la jornada otoñal de 19 de octubre de 1945. Su familia, al ver el rostro barbudo y demacrado del recién llegado, su cuerpo enjuto, tardó mucho en reconocer al joven químico, al que llevaban más de dos años sin ver y del que no tenían ninguna noticia. En septiembre de 1943, en el marco de la feroz represión y persecución contra los judíos desde las promulgadas leyes raciales del 1938 de Benito Mussolini y con la recién instaurada República de Saló, se había echado al monte para unirse a un grupo de poco experimentados partisanos, con una pistola que no sabía ni disparar. Antes del final de ese año ya había sido capturado por una milicia fascista, y tras declarar su condición de judío, enviado al campo de Fossoli di Carpi, donde permaneció retenido hasta su deportación a Auschwitz, en febrero de 1944. Año y medio después, de forma increíble tras la infinita cantidad de penurias padecidas, estaba de vuelta en su ciudad. No es de extrañar que ningún familiar esperase a Levi esa jornada: casi nadie vuelve con vida del infierno.

Jorge Semprún, también superviviente de la maquinaria de matar nazi y prisionero del campo de concentración de Buchenwald, escribió en su excepcional obra La escritura o la vida que salir con vida de la barbarie no era ningún mérito, sino cuestión de mucha suerte, pues dependía de cómo habían caído los dados. Un pensamiento que siempre compartió Levi. En primer lugar, el italiano reconoció haber llegado tarde a Auschwitz, en 1944, cuando el Tercer Reich decidió prolongar la vida, fruto de la escasez de la mano de obra, de los que van a morir. Además, su formación como químico le permitió, durante unos meses, trabajar en un laboratorio del Lager, evitando así las inhumanas labores con las que se esclavizaba a la gran masa de prisioneros, que suponían un esfuerzo tan ingente que, en pocos meses, se traducía en muerte por cansancio o cualquier enfermedad derivada de semejante extenuación. También contaba con la ventaja de comprender el idioma alemán, decisivo para entender rápidamente las órdenes de la SS. Y, pese a ello, cualquier accidente, cualquier despiste en los rutinarios días durante los que se prolongó su estancia en el averno hubiese sido fatal y habría supuesto la muerte. Pero no, Levi fue uno de los pocos «salvados» ya que de los seiscientos cincuenta, junto con él, que fueron enviados al campo de exterminio nazi ubicado en Polonia, solo volvieron tres.

En sus últimos días como Häftling (prisionero) 174517, cuando ya se conocía la derrota alemana y se esperaba con ansia una anhelada liberación, así como en los nueves meses posteriores de errancia por media Europa hasta su llegada definitiva a Turín, en Levi creció la idea de que su misión futura consistiría en contar lo que había vivido, dar testimonio al mundo del horror que él y tantos otros habían padecido. Cultivar, de este modo, una memoria para alcanzar la verdad, vencer el pasado y, sobre todo, advertir para que algo tan terrible nunca vuelva a repetirse. Así, su palabra se convirtió en un antídoto contra el olvido y su obra —especialmente La trilogía de Auschwitz, formada por Si esto es un hombre (1947), La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986) en uno de los principales monumentos de la Shoah y una de las grandes fuentes para reconstruir la verdad de lo acaecido en los campos de exterminio, ya que se trata de la memoria de un superviviente que no habla desde el rencor y el odio, sino desde la razón y el afán de hacer justicia. Por esto, la obra del turinés es uno de los legados imprescindibles para tratar de iluminar un siglo que tuvo cotas de maldad tan inusitadas como el Holocausto. Cien años después del nacimiento de Primo Levi —el pasado 31 de julio— resulta necesario volver a sus libros, pues como recuerda en la conclusión de la última pieza de su trilogía: «Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder».

El filósofo Reyes Mate asegura que testimoniar era la gran razón para sobrevivir de Levi durante sus días de confinamiento. De hecho, de no haber sido por el terrible acontecimiento, el propio turinés admitió que es muy probable que no se hubiese convertido en escritor. Ya instalado en su casa, no tardó mucho tiempo en redactar lo que había padecido, y lo hizo con escrupulosa honestidad, únicamente centrándose en lo que había vivido y pidiendo a los lectores que no dudasen de la sinceridad de su palabra. No es esta advertencia, que realiza en la introducción a su primer escrito, algo baladí: Levi reconoció que una de sus pesadillas durante las noches pasadas en el campo era llegar a casa y que, al contar lo vivido, nadie le creyese. Su propósito era, como explicita Myriam Anissimov en su biografía Primo Levi o la tragedia de un optimista, difundir lo ocurrido con la esperanza de proporcionar a los jueces las pruebas que sancionarían a los culpables. Su voz debía de ser el altavoz de todos aquellos que no habían sobrevivido, a los que él reconocía como los auténticos testigos. Auschwitz le quemaba, necesitaba contar y ser escuchado.

Empezó a trabajar como técnico químico, en enero de 1946, en una fábrica que producía pinturas a partir de resinas y, en los momentos que nada tenía que hacer, se sentaba en su mesa y empezaba a redactar. Pero también lo hacía en el tren, en casa o en cualquier lugar donde tuviera la mínima ocasión para hacer memoria y escritura del atormentado recuerdo. De este modo empezó a tomar forma su primer trabajo, Si esto es un hombre, que fue enviado a la editorial Einaudi en 1947, pero el manuscrito fue rechazado por la excelente escritora, también judía y antifascista, Natalia Ginzburg, por lo que este acabó siendo publicado, con una tirada nimia y un éxito escaso, en una pequeña editorial. Por tanto, y aunque publicado, el libro vivió diez años de olvido. No fue hasta 1958, tras haber firmado un contrato previo tres años atrás, cuando Einaudi rectificó y publicó en su colección Si esto es un hombre, lo que supuso un auténtico éxito. Aun así, Levi no abandonó su empleo como químico hasta 1977, y compaginó este con su escritura prácticamente tres décadas.

Resulta curioso comprobar, analizado por el tamiz que permite el inevitable paso del tiempo, que no todos los supervivientes decidieron escribir sus memorias de lo sucedido de forma inmediata. Sí lo hizo Primo Levi, o también Robert Antelme en su imprescindible La especie humana (1947). Otros necesitaron distanciarse del horror y cultivar un cierto olvido necesario para sobrevivir tras el regreso. Es el caso del citado Semprún, que reconoció haber apostado por un periodo de «amnesia voluntaria» para alejarse de la muerte. Por eso, el que fuera ministro de Cultura con Felipe González, afirmó en su anteriormente citada obra capital que, entre la escritura o la vida, a la vuelta de Buchenwald decidió elegir lo segundo. Su primera obra memorística sobre su experiencia en el campo no llegó hasta pasados dieciocho años de la liberación, El largo viaje (1963), con la que cosechó el Premio Formentor y que escribió en una ruinosa máquina de escribir durante su etapa como clandestino comunista en Madrid durante el franquismo, en su escondite de la calle Concepción Bahamonde.

Levi no necesitó ninguna amnesia. Al revés, le urgía contar lo ocurrido, pues Auschwitz le consumía. Son numerosas las razones que convierten Si esto es un hombre es una de las obras decisivas del siglo XX. La importancia de contar con el testimonio para alcanzar la verdad es, de forma inequívoca, la primera de todas ellas. El turinés se negó a permanecer en silencio para erigirse en cancerbero de una memoria necesaria y en vocero de aquellos que fueron asesinados en los campos. Pero no se trataba de narrarlo de cualquier manera, no todas eran válidas para él. Su estilo como escritor se distanció del tono más dramático de Jean Améry o el lírico deElie Wiesel. La barbarie no necesitaba ser enfatizada ni ficcionalizada y, por esto, apostó por un tono relajado, sombrío y tranquilo, y su estética fue la de la claridad y la precisión. Su palabra nunca fue presa del victimismo blando ni de la banalización de lo ocurrido. Se indignó con la trivialización que, desde la literatura, el cine o el pensamiento, se hacía del Holocausto. Así, Levi renegó de una película que tuvo mucho éxito como fue Portero de noche (1974), en la que su directora, Liliana Cavani, frivolizaba con la historia y coqueteaba con la condición autodestructiva de la víctima con el sadomasoquismo como telón de fondo. De haber seguido con vida en la década de los noventa, Levi tampoco habría sido muy generoso en la valoración que haría de La lista de Schindler(1993), en la que Steven Spielberg obtuvo las lágrimas del espectador con una representación en muchos momentos sensiblera del horror, con ese abrigo rojo de la niña que se impone sobre el blanco y negro de toda la película, o cediendo a una acomodado nazi un más que dudoso rol de salvador. Y más crítico aún hubiese sido con La vida es bella (1997), por esa sentimentalización desmedida que hizo Roberto Benigni de la tragedia, por medio del enmascaramiento imposible de la realidad que el padre trata de hacer creer al hijo, ya que, como supo Levi, la vida en el campo nunca fue ni pudo llegar a ser bella. Y es muy probable que tampoco hubiese aprobado la adaptación que Francesco Rosi realizó en 1998 de su libro La tregua, cuyas imágenes se alejan de la esencia del imprescindible texto de Levi. Aunque no ha de ser sencillo traducir a la gran pantalla una obra como La tregua, elecciones como el, por momentos, afectivo uso de la música, la introducción forzada de la temática amorosa o ese final algo edulcorado de la llegada de Levi —bien interpretado, eso sí, por John Turturro— convierten la película en un trabajo no muy cercano al tono y estilo del autor turinés.

La manera en que se debe contar y representar el Holocausto ha sido objeto de polémica, prácticamente, desde la liberación de los campos en el 1945. Theodor Adorno, en su muy conocido y a veces malinterpretado dictamen, recalcaba la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Los testimonios de los testigos empezaban a crecer, y en el cine Alain Resnais creó Noche y niebla (1955), un excepcional documental en el que el director de películas no menos imprescindibles como El año pasado en Marienbad (1961) o La guerra ha terminado (1966) repasó, con sutil delicadeza y gran respeto, las políticas de exterminio en los campos del nazismo. Pero habría que esperar hasta 1985 para que viera la luz el gran monumento fílmico sobre el horror: Shoah, el documental de nueve horas y media de Claude Lanzmann. Al igual que Levi, el cineasta abominaba de cualquier intento que banalizase el Holocausto, pero el francés iba mucho más allá que el superviviente de Auschwitz: dada la inefabilidad de la barbarie y de la magnitud de la masacre, la única manera humana de contarlo era mediante la palabra del testigo. Criticó a todos aquellos que usaron la ficción para tratar de narrar el genocidio judío y a quienes utilizaron imágenes de archivo para contar el horror: la única vía de conseguir alcanzar la verdad era mediante el testimonio de las víctimas. Por este motivo, en Shoah los protagonistas son, ante todo, los supervivientes que cuentan sus experiencias, como Abraham Bomba, el peluquero encargado de afeitar las cabezas de los que, acto seguido, iban a ser asesinados en la cámara de gas. Esta apuesta irreductible de Lanzmann por el testimonio es lo que más le acerca a Primo Levi ya que, como se ha dicho, el italiano se consagró a contar la experiencia en el infierno de forma incansable, dando voz a los que no habían sobrevivido y, además, reflexionando sobre su propia vivencia.

Lo evidente es que testimoniar es el gran propósito del italiano en sus obras sobre el Holocausto. Pero Levi no se queda en el mero relato de los acontecimientos. Si esto es un hombre introduce algunos puntos que se convertirán en reflexiones mucho más meditadas en Los hundidos y los salvados, la tercera parte de la trilogía, publicada un año antes de su triste desenlace. De hecho, Anissimov cuenta que la intención original de Levi era llamar a su primera obra Los engullidos y los salvados. Y es que este título desvela uno de los grandes temas de la obra del químico. Para él, en el campo existían dos tipos de hombres: los «hundidos» y los «salvados». Estos últimos son los que se van a librar de la muerte y que, en su inmensa mayoría, gozaron de un privilegio, los prominenz, entre los que cita al director del campo, al Kapo, a los guardas nocturnos o hasta los cocineros. Explica que, entre los no privilegiados, fueron poquísimos los que se salvaron, y si lo consiguieron fue por una concatenación bastante improbable de sucesos fortuitos, mientras que con rotundidad escribe que «los privilegiados por excelencia, los que habían accedido al privilegio por haberse sometido a las autoridades del campo, no han testimoniado en absoluto por motivos obvios, o bien han dejado testimonios llenos de lagunas, distorsionados o totalmente falsos». Los «hundidos», por su parte, eran ya personajes sin historia, lo que en la jerga del campo se conocía como muselmanner (musulmanes). Estos constituían la inmensa mayoría, la masa anónima constantemente renovada de hombres prácticamente sin identidad, sujetos demacrados, de rostro esquelético y sin expresión, de espalda inclinada y de ojos y rostro tan vaciados que resultaba imposible atisbar huella alguna de pensamiento. Los musulmanes, estos prisioneros tan irreversiblemente exhaustos y extenuados, eran verdaderos cadáveres vivientes. Por ellos testimonia Levi, a los «hundidos» les concede su última palabra.

De esta interesante reflexión deviene otro término que se podría analizar y aplicar a cualquiera de las grandes problemáticas de la actualidad: la «zona gris». Levi reseñó en Los hundidos y los salvados que la maraña de contactos humanos en los campos era muy compleja, y que no se podía reducir, de forma simplista, los bloques a víctimas y verdugos. En la «zona gris», por tanto, estarían todas aquellas personas que, mediante sus acciones, se sitúen en el espacio ambiguo que existe entre los verdugos indudables y las víctimas que son del todo inocentes. En la extraordinaria pieza teatral Himmelweg, el dramaturgo Juan Mayorga —otro de los grandes pensadores del Holocausto— se inserta de lleno en esta reflexión. Este pone en escena al personaje real Maurice Rossel, un inspector de la Cruz Roja que, con el permiso de las autoridades alemanas, entró en el gueto modelo judío de Terezín para realizar una inspección. Tras esta escribió que, pese a las incomodidades típicas de los tiempos de guerra, no encontraba mayor anormalidad. Este personaje, que se dejó engañar fácilmente por la representación teatral llevada a cabo por los gerifaltes nazis a mando del campo, es un irrefutable habitante de la «zona gris», como expresa Mayorga en su libro Elipses: «Intenté explorar la responsabilidad de un hombre cuya misión es ayudar a las víctimas y se acaba convirtiendo en cómplice de los verdugos». La grandeza, originalidad y contemporaneidad de un concepto como la «zona gris» es que se puede aplicar fácilmente a cualquier problema actual, invitando a la reflexión al propio ciudadano. Véase, por citar tan solo un ejemplo, el drama de los refugiados. ¿Está haciendo Europa todo lo que puede para salvar todas las vidas posibles en el Mediterráneo o, por el contrario, ciertas decisiones sitúan a los organismos continentales en el borroso espacio grisáceo? Aplicable a tantas reflexiones, el concepto de «zona gris» es, sin duda, uno de los grandes legados intelectuales de Primo Levi que, como destaca el propio Mayorga, también se puede extrapolar fuera de los campos.

Otro de los grupos tristemente elegidos por el turinés para insertarse en el amplio cajón de la «zona gris» era el de los Sonderkommando. Este escuadrón o «Escuadra Especial» era el que formaban los prisioneros cuya misión era trabajar en el crematorio. Entre sus principales funciones estaban las de dirigir, como ganado, a los que iban a morir a las cámaras de gas, quitarles sus objetos de valor, separar y clasificar el contenido de sus maletas y las ropas, sacar los cadáveres de los ya gaseados, llevar los cuerpos a los crematorios, sacar las cenizas y hacerlas desaparecer. Era una misión tan siniestra que, con el objetivo de que ninguno de ellos pudiese contar lo que hacía, cada poco tiempo eran asesinados y sustituidos por otro grupo de prisioneros. De las doce «Escuadras Especiales» que hubo en Auschwitz, una de ellas se rebeló contra los SS, haciendo estallar uno de los crematorios, pero su aventura duró poco y todos ellos fueron asesinados. Esta rebelión es la que el director húngaro László Nemesrefleja en el sensacional filme El hijo de Saúl (2015), cuyo protagonista, Saúl Ausländer, es un miembro del Sonderkommando, y que le valió al cineasta el Óscar a mejor película de habla no inglesa. Para Levi, haber concebido estas escuadras es el delito más demoníaco que perpetró el nacionalsocialismo, ya que además de saberse muertos, sus partícipes debían sentirse como asesinos de sus iguales: ya no es solo la destrucción del cuerpo, sino también la del alma.

De esto también se desprende la culpa como una de las grandes meditaciones de Levi. Aunque nunca se detecta el odio en sus reflexiones y en las declaraciones que concedió, pues lo consideró un sentimiento animal y torpe, aseguró que jamás perdonará a los culpables de la barbarie. No solo a los perpetradores directos, sino a todos aquellos que, de una forma u otra, se mueven en la «zona gris». Es el caso de la sociedad alemana de los años treinta y cuarenta, pues el turinés expresó que quien no sabía era porque no quería saber, y no por ignorancia. Pero sobre todo esto apenas reflexiona en Si esto es un hombre. Sí lo hace, aunque no en la misma medida que en Los hundidos y los salvados, en La tregua, su segunda pieza de la trilogía de la barbarie, en la que se relata la llegada del Ejército Rojo para liberar Auschwitz, el 27 de enero de 1945, y el posterior cautiverio de nuestro escritor por campos de refugiados y trenes por el viejo continente, deambulando por ciudades como Katowice, Staryje Dorogui, Iasi, Bratislava o Munich, entre tantas otras, hasta su llegada al norte de Italia en octubre de ese mismo año. Estos nueve meses Levi los describe como su particular vagabundeo por los márgenes de la civilización, en un tiempo suspendido en que la guerra aún está muy candente y la libertad no se acaba de asumir como algo tangible. El libro fue publicado en abril de 1963, y a diferencia de lo que ocurrió con la primera tirada nimia de Si esto es un hombre, sí conquistó rápidamente el favor y el interés de los lectores. Y es que, como destaca Antonio Muñoz Molina, nadie ha contado el infierno con tanta claridad y profundidad como Primo Levi.

Pero este no solo escribió sobre su experiencia en Auschwitz. Además de la trilogía que lo encumbra como uno de los más necesarios autores para comprender el pasado siglo, el químico se lanzó a la redacción por otros caminos que, al menos, son dignos de reseñar. Mismamente, en su muy recomendable El sistema periódico (1975), Levi mezcla episodios propios con enseñanzas adquiridas de su formación química, uniendo los veintiún capítulos a diferentes elementos de la tabla periódica, demostrando gran originalidad. Y también cultivó el género de la ciencia ficción, como demuestran sus relatos de Defecto de forma (1971), entre otros. Incluso, Península acaba de editar Yo, quien os habla, en el que se recogen las tres entrevistas que le hizo Giovanni Tesio, en enero de 1987, con el objetivo de realizar una biografía autorizada.

Esta conversación con el periodista italiano fue uno de las últimas declaraciones que el turinés realizó. El 11 de abril de ese mismo año se quitó la vida cayendo por el hueco del ascensor. El más que presumible su***dio —aunque exista alguna que otra versión discrepante— no era esperado por nadie. Al igual que los supervivientes Paul Celan, en 1970, y Jean Améry, ocho años después, Levi se quitaba la vida, llevando consigo las marcas de una venenosa enfermedad que había erosionado su cuerpo y, especialmente, roído su alma más de cuatro décadas atrás: Auschwitz. Transcurridos cien años de su nacimiento, el mundo del pensamiento y la cultura rinde homenaje a uno de los autores más importantes de la pasada centuria, que ha ayudado a vencer al traumático pasado con la ferocidad de su inquebrantable testimonio. En este marco, en octubre se celebra en la Universidad Complutense un congreso internacional en su honor, al que acudirán varios de los destacados expertos en su trabajo. Pero el mayor tributo que se puede hacer a Primo Levi es volver siempre a su obra. Esta será la mejor forma de tener sus enseñanzas siempre presentes y, como expone en Los hundidos y los salvados, no permitir que se olvide que en Europa nunca han sido extinguidas tantas vidas humanas en tan poco tiempo ni con una combinación tan lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad como en los campos de la muerte nazis. La memoria y el testimonio como mejores aliados para evitar que semejante barbarie pueda volver a repetirse. Así lo entendió Levi. ¿Lo hemos comprendido nosotros?

https://www.jotdown.es/2019/08/primo-levi-el-indispensable-testimonio-de-las-tinieblas/
 
«Moonfleet», lección de vida
Zenda comienza su sello editorial recuperando esta excelente novela de aventuras del británico John Meade Falkner
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SeguirLuis Alberto de Cuenca
Actualizado:02/08/2019 01:27h

«Todo lector es, en su corazón, un lector de libros de aventuras»: es la frase de Arturo Pérez-Reverte que se reproduce en la contracubierta de Moonfleet, ese libro asombroso de J. M. Falkner(Wiltshire, 1858-Durham, 1932) con que se inicia, en la Zenda del propio Pérez-Reverte, una nueva colección de novelas de aventuras. De Falkner, que fue ante todo un hábil hombre de negocios, se conocen tan solo tres novelas además de Moonfleet, algunos libros de versos y poco más, si nos circunscribimos a la pura creación literaria. Pero escribir Moonfleet, ahora traducida de nuevo a un sonoro y brillante castellano por Dolores Payás como El diamante de Moonfleet, ya es motivo suficiente para situar a su autor en el Olimpo del género aventurero.

La relación entre los protagonistas del libro, el joven John Trenchard y el maduro contrabandista Elzevir Block, es una constante en muchos títulos de aventuras. Para seducir a un público juvenil, por ejemplo, Stevenson se saca de la manga en Treasure Island (1883) a Jim Hawkins, un muchacho que se inicia en los rigores de la existencia gracias al ejemplo de un personaje mayor que él, en ese caso el pirata Long John Silver, representado en Moonfleet por Elzevir y en la saga de Tintín por el mítico Capitán Haddock (aprovecho que en 2019 cumple noventa años el primer álbum dedicado por Hergé a su criatura más célebre).

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John Meade Falkner
Por no hablar, sin salirnos del ámbito de los tebeos, de la relación existente entre Terry Lee y Pat Ryan (de Terry y los piratas de Milton Caniff), Roberto Alcázar y Pedrín (de Eduardo Vañó) o el Guerrero del Antifaz y Fernando(de Manuel Gago), que suponen esa misma conexión socrática entre un maduro profesional del heroísmo y un aventajado aprendiz que trata de emularlo. Arturo Pérez-Reverte nos cuenta en su prólogo cómo también él tuvo su Elzevir en la persona de El Piloto, otro de esos veteranos marineros de piel curtida de los que tanto hay que aprender.

Sin dejar de ser una summa de todo lo que puede contener una novela de aventuras como es debido, El diamante de Moonfleet es una obra áspera, dura, implacable, que no se detiene a la hora de insistir en las inclemencias del humano vivir. Una ficción pesimista en la que Bien y Mal aparecen mezclados, como ocurre en el plano de la realidad, y en la que se nos dice que hay que padecer mucho para conseguir disfrutar de una relativa y pasajera felicidad.

Como en los cuentos y novelas del insuperable Jack London, aquí las situaciones-límite se suceden a un ritmo vertiginoso, y la naturaleza y los hombres se confabulan para que la existencia de los personajes penda de un finísimo hilo que está siempre a punto de quebrarse. Una extraordinaria novela que es, además, una lección de vida: Moonfleet.

El diamante de Moonfleet. John M. Falkner. Zenda, 2019. 372 páginas. 16,90 euros.
https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-moonfleet-leccion-vida-201908020127_noticia.html
 
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