Qué leer.

GettyImages_2662909_cap%C3%A7alera.jpg

E.M. Delafield | Foto: Libros del Asteroide

Hay un sensación, un momento de descubrimiento, que seguro que conocen: la que se produce cuando, viendo, leyendo, cosas antiguas, uno cae en la cuenta de que la vida entonces era vida como es ahora; vida no tan diferente a como nos hemos empeñado en creer.
Ahora mismo, cuando digo cosas antiguas, me estoy refiriendo a cosas de hace un siglo, pero podrían poner ustedes el punto en el momento de la historia que quisieran y la sensación vendría a ser la misma; se la voy a intentar explicar: en un primer momento, parece que uno encuentra el hilo que lo une todo, la veta, la esencia; un especie de pensamiento universal que ha recorrido toda la historia, que explica los porqués y los cómos y que nos hace casi entender lo de entonces como entendemos lo de ahora y como entenderíamos lo que vendrá si no tuviéramos todos fecha de caducidad.

Esto que les cuento se entiende muy bien si miran, por ejemplo, estas fotos antiguas en color oestas otras. Una cosa tan sencilla como caer en la cuenta de que París, la América profunda, la ropa, el pelo, las casas de la gente de hace un siglo tenían colores y que los ojos de aquella gente, igual que los nuestros, estaban preparados para captarlos, hacen que ese pasado se nos vuelva mucho más cercano, hacen que el camino recorrido de entonces a ahora, sea mucho más recto, más definido, más coherente, al final.

No han sido sin embargo estas fotos las que me han movido a escribir toda esta introducción, ha sido un libro: Diario de una dama de provincias, de E.M. Delafield (Libros del Asteroide, 2013).


Libros del Asteroide

Imaginen ahora que es sábado, por ejemplo, que los críos se han levantado especialmente revueltos, que aún no han hecho la compra semanal y tienen la despensa vacía, que tienen que salir a llenarla, que les acaba de llegar la revista en la que colaboran y viene cargada de libros que nunca tendrán tiempo de leer, que cuando se deciden a salir a la calle, miran en el armario y no tienen nada que ponerse, que un vez en la calle, pasan por delante de unos grandes almacenes, entran, cruzan la sección de maquillaje y no pueden evitar probar ese pintalabios, esa sombra de ojos; los prueban y los compran pensando en la cena que tienen por la noche en casa de unos amigos; que salen de los grandes almacenes porque se les hace la hora de acudir a aquella reunión pro-feminista que tenían programada desde hace semanas y, solo cuando están a punto de entrar, caen en la cuenta de que van cargados de bolsas de cosméticos y pintados como una puerta; que una vez dentro de la reunión feminista, parece que nadie en realidad les juzga por todo eso tan poco feminista que llevan en la cara ni porque no pueden parar de pensar durante toda la reunión en la despensa, vacía, en su marido que no se va a preocupar ni por qué comerán hoy ni por tranquilizar a los niños; que llegan por fin a casa y, a base de apaños y de improvisación, solucionan lo de la comida y lo de la hiperactividad infantil; que cuando por fin llega la hora de ir a la fiesta, vuelven a abrir el armario y vuelven a constatar que no tienen nada que ponerse; que entran en la fiesta y, como un elefante en una cacharrería, no paran de hacer comentarios desafortunados; que vuelven a casa paseando con su marido y que mientras ustedes tienen la sensación de que se les cae todo el día encima, él le quita hierro al asunto y casi que les contradice la vida entera con su actitud de aquí no ha pasado nada, de ha sido un sábado como el que más.

Les suena, ¿no?, este ritmillo moderno. Pues todo eso pasaba en un pueblo de Inglaterra a finales de los años 20 del siglo pasado. Y todo eso -la percepción subjetiva del caos, las prisas, la desmitificación de la ¿apacible? vida de un ama de casa rural, el choque del feminismo mal entendido con la necesidad de tener la despensa llena y la seguridad de que nadie va a ocuparse de surtirla si no lo haces tú- es lo que contó Delafield primero por entregas, respondiendo a la llamada de la editora de la revista Time and Tide (en la que colaboraban, entre otros, D.H. Lawrence, George Orwell y George Bernard Shaw), y después en este libro que ahora recupera Libros del Asteroide.


E.M. Delafield | Foto: Libros del Asteroide

Leer Diario de una dama de provincias produce el mismo efecto que ver fotografías de París (o de Londres o de Nueva York) de aquella época en color. Delafield se las apaña para colorear el libro de historia, para dotarlo de humanidad, que es al final el denominador común de todos los tiempos documentados y por documentar. La sensación que uno tiene leyendo a Delafield es la misma que produce descubrir, leyendo a su compañero de revista Lawrence, por ejemplo, que el s*x* era s*x* entonces también (El amante de Lady Chatterley), la misma que se experimenta al leer a Dickenscuando en una de sus crónicas te cuenta algo tan sencillo, tan actual, como el mecanismo y funcionamiento de un sofá-cama (Crónicas de Londres según ‘Boz’), es idéntica también a la que viene a la cabeza leyendo las conversaciones sobre historias extramatrimoniales que sostienen las respetables protagonistas que inventó -o no tanto- Edith Wharton (Fiebre romana). Son todos estos, igual que Delafield, escritores que hablando desde su época hacen esa cosa tan difícil de conectar con la época actual, consiguiendo así ser casi, en esencia, atemporales. La explicación que yo le encuentro a la consecución de este doble salto mortal es que eran escritores que se ocupaban de vivir, de escribir, exactamente igual que ahora nos podríamos o deberíamos ocupar de ello: de la manera más pura, aquella que no se para a pensar si eso encaja o no en una época, aquella que no depende de si te van a leer o no, ni de si con eso escrito vas pagar el alquiler. Miren si no cómo acaba este libro de Delafield (y este artículo también):

Robert me pregunta por qué no me acuesto. Porque estoy escribiendo en mi diario, respondo. Robert contesta, con afecto, pero con bastante firmeza, que en su opinión eso es una pérdida de tiempo.
Me meto en la cama y me asalta una duda: ¿Estará Robert en lo cierto?
La respuesta a esta cuestión solo puedo dejársela a la posteridad.

Isabel Sucunza (Pamplona, 1972) es periodista y escritora. Ha sido miembro del equipo de los programas Saló de lectura y L’hora del lector de BTV y TV3. Ha publicado su primera novela La tienda y la vida (Blackie Books) y ha colaborado en la publicación de varios libros en Navona Editorial. Blog: First Swimming Lesson. En Twitter: @IsabelSucunza
http://revistadeletras.net/fotografias-antiguas-en-color/
 
Dickens y el bestseller de la culpa navideña
Canción de navidad, el cuento navideño de espectros que Charles Dickens publicó un 19 de diciembre de 1843, no pierde vigencia

Scrooge-Jacob-Marley-Ilustracion-Leech_1202589741_12995525_1020x574.png

Scrooge y el fantasma de Jacob Marley. Ilustración de John Leech. Wikipedia
KARINA SAINZ BORGO
PERFIL
EMAILTWITTER


PUBLICADO 23.12.2018 - 05:00ACTUALIZADO23.12.2018 - 23:33

Clásico literario, superventas de la culpa, exhortación al arrepentimiento, crítica del capitalismo industrial, matar al padre … Llamadlo como queráis, el relato sigue siendo una joya. En estos días en los que un raro espíritu de ansiedad y una electricidad de tarjeta de crédito recorre las calles, conviene volver sobre Canción de navidad, el cuento navideño de espectros que Charles Dickens publicó un 19 de diciembre de 1843, exactamente 5 días antes de Nochebuena. La elección del día no fue casual, como tampoco sus personajes. En realidad nada en esta historia lo es. Y eso conviene tenerlo en cuenta.


Canción de Navidad está protagonizado por el que puede sea el personaje más conocido de Charles Dickens, incluso más que Oliver Twist o David Copperfield. Se trata de Ebenezer Scrooge, un anciano tacaño y explotador que recibe la visita del fantasma de su antiguo socio, Jacob Marley, y luego de los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura. Todo con una intención: que recapacite y alcance a redimirse antes de que sea demasiado tarde y se vea obligado, como Marley, a vagar por la eternidad arrastrando una pesada cadena de hierro.

"El espectro volvió a proferir un grito, sacudió la cadena y se retorció las fantasmagóricas manos.

—Estás encadenado —dijo Scrooge, trémulo—. Explícame el motivo.

—Arrastro la cadena que forjé en vida —respondió el fantasma—. Yo la hice, eslabón a eslabón; metro a metro; me la ceñí por voluntad propia, y por voluntad propia la llevo. ¿Te resulta extraña su composición?

Scrooge cada vez temblaba más.

—¿O quieres conocer —prosiguió el fantasma— el peso y la longitud de la que tú mismo arrastras? Ya era tan larga y pesada como esta hace siete Nochebuenas. Desde entonces, no has dejado de trabajar en ella. ¡Es una cadena gravosa!"

Entre alaridos y sacudones de la pesada cadena, el espectro de su socio advierte a Scrooge que su individualismo y el uso exclusivo de su tiempo para hacer dinero, lo llevarán al mismo purgatorio al que él ha sido condenado desde hace siete años: vagar de un lado a otro, encadenado a una pesada guaya. Una “incesante tortura del remordimiento”, dice Marley. En el texto original, las palabras de su socio son bastante más inquietantes: “No rest, no peace. Incessant torture of remorse.” En inglés, la palabra “remorse” alude a una penitencia pero también significa compasión, esa capacidad de experimentar y entender el sufrimiento de otro a partir del dolor propio. Ése es, sin duda, el verdadero trasfondo de este clásico literario: no el miedo a la muerte, ni la culpa, sino la capacidad para entender el dolor de otros.

Sólo la visita de los tres espíritus anunciados por Marley es lo que permite a Scrooge experimentar en carne propia la necesidad por el amor (que ya no posee), la nostalgia (por la infancia y los pequeños episodios de luz extraviados en su vida) y el arrepentimiento. De eso se encargan el fantasma de la Navidad pasada, la Navidad presente y la del futuro. El viaje en el tiempo de Scrooge es en realidad un viaje hacia la empatía: verse como un niño miserable y solitario; descubrir que ha dejado plantada a la más bella mujer sólo por dedicarse a trabajar y hacer dinero; comprobar su mezquindad con su hermana; revisitar al padre…

Todo lo que le ocurre a Scrooge , también lo vivió Dickens aunque desde la otra orilla: él fue el niño explotado; fue a él a quien su padre, ausente por una sentencia de prisión, condenó a un sufrimiento muy temprano que labró en Dickens una enorme sensibilidad y conciencia de clase. Por eso el escritor tira de la experiencia vivida para escarmentar al avaro anciano. Y aunque tanto enfada a los lectores que les sea revelado el final de una historia, no existe tal cosa como un spoiler para un texto escrito hace más de doscientos años. Así que, en dos platos: si Scrooge se redime, si pasa de ser ese viejo mezquino a un hombre de relativa compasión, no es porque tema al purgatorio, sino porque vuelve a conectar con su capacidad para sentir agravio, soledad, amor, nostalgia.

Tras su visita a las minas de estaño, Dickens decidió que no escribiría un panfleto, prefirió la literatura

Al comienzo de estas líneas, un apunte señalaba que no era absoluto casual que Charles Dickens publicara el relato 5 días antes de Nochebuena. Ese año, el británico había realizado una serie de viajes y expediciones (por ejemplo a las minas de estaño de Cornuealles) en las que comprobó la explotación laboral infantil. Decidió que no escribiría un panfleto para denunciarlo, haría algo mucho más poderoso: usar la literatura para conseguir un efecto mayor. Justo en los días donde las familias se recogen del frío en sus casas, nada más apetecible que un relato de espectros que fuese repetido una y otra vez, como un villancico –de ahí el título, A Christmas Carol-.

Dickens consiguió lo que quería: una especie de reclamo. Scrooge es un personaje arquetípico, mil veces reinterpretado: llámese Rico MacPato, Tío Gilito o señor Burns. Este relato podría estar patrocinado por Lehman Brothers, porque entre capitalismo industrial del XIX y capitalismo financiero del XX hay una corrección histórica; las angustias son las mismas. Justamente porque a la humanidad entera se le olvida su propio dolor y el de otros, el señor Scrooge de Dickens no es una abstracción, sino un reflejo en el tiempo de nosotros: de usted y mío. Son los muchos espectros que acampan en la isla que somos en medio de la multitud.

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/bestseller-culpa-Navidad_0_1202580075.html
 
Lecturas que habría lamentado perderme en 2018
Publicado por Enric González
oie_2814032VLPbUbhr-1.jpg

Hartlepool, Reino Unido, 1962. Fotografía: John Bulmer / Getty.
Lart de portar gavardina, de Sergi Pàmies. Ese hombre nunca deja de asombrarme. Por lo bien que escribe y por la sencillez con que hurga en las emociones humanas. Cada uno de los cuentos de este libro es una joya; confieso que alguno de ellos ha estado a punto de hacerme lagrimear y justo después me ha arrancado una carcajada.

En defensa de la Ilustración, de Steven Pinker. Soy adicto a Pinker, me parece. Esta no es su mejor obra y, sin embargo, conviene leerla: aunque algunos de los peores crímenes se han cometido en nombre de la razón, dan más miedo la irracionalidad y la mentira que campean en las sociedades contemporáneas. Un libro balsámico.

Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia. Sí, esta colección póstuma fue escrita con la mirada (gracias a una máquina llamada Tobii) porque el autor se encontraba ya totalmente paralizado por la enfermedad. ¿Y qué? Lo que cuenta es el resultado: una delicia. Croce es un policía que no usa la lógica, apenas deduce y deja más de un caso sin resolver. Este conjunto de cuentos es maravillosamente inteligente y no cansa por más que se relea, todo lo contrario.

Lost in Math. How Beauty Leads Physics Astray (‘Perdidos en las matemáticas: Cómo la belleza lleva la física por mal camino’), de Sabine Hossenfelder. Esta mujer, estudiosa de la gravedad cuántica, es una polemista profesional. Llevo años siguiendo su blog (Backreaction) y a veces me abochorna su afán de autopromoción. Pero consigue que el lector no iniciado conozca unos debates generalmente reservados a los científicos y, aún más importante, que entienda de qué va la cosa.

La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata. Esta novela tiene más de cincuenta años. Me la recomendó una persona en la que confío y fue un gran descubrimiento. No creo que el argumento sea políticamente correcto: ancianos que se acuestan (bajo reglas estrictas) con mujeres narcotizadas. Me da igual. Qué sensibilidad. Qué placer. Qué maravilla.

El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza. Otra obra que tiene ya sus años. Es una historia real, contada por uno de sus protagonistas. Consiste en una inmersión a pulmón en los abismos más oscuros (a veces también en los más luminosos) del alma humana. Una tragedia que deja sin aliento.

Azul de Prusia, de Philip Kerr. La muerte de Kerr ha dejado huérfanos a los miles de seguidores de Bernie Gunther, el detective socialdemócrata que trabaja para la gente más repugnante del Tercer Reich. Esta novela juega con dos historias, una de ellas en la residencia alpina de Adolf Hitler, y es una de las mejores de la serie.

Una lección olvidada, de Guillermo Altares. Un libro de viajes por la atormentada historia europea, lleno de detalles singulares y de reflexiones inteligentes. Fue un magnífico compañero durante varias noches: los libros se convierten a veces en eso, en buenos amigos.

El orden del día, de Éric Vuillard. Lo leí en francés, traducido será igual de escalofriante. Cuenta el ascenso del nazismo desde un ángulo singular, el de los empresarios. No solo es una novela elegante y una lección de historia: constituye una advertencia sobre la sencillez fatal con que se construyen los peores desastres.

La serie de Mario Conde, de Leonardo Padura. Aquí hablamos de un montón de novelas, nueve, me parece. Conviene leerlas por orden. El protagonista, Mario Conde, nacido y residente en La Habana, empieza siendo policía y acaba buscándose la vida como mercader de libros valiosos. He disfrutado como un político metiendo mano en el poder judicial con estas historias detectivescas tan lentas, tan cálidas, tan humanas.

https://www.jotdown.es/2018/12/lecturas-que-habria-lamentado-perderme-en-2018/
 
Francis Kéré. Primary elements - Fundación ICO




Título: Francis Kéré. Primary elements
Autor: Fundación ICO

Páginas: 240

Editorial: Fundación ICO

Precio: 30 euros

Año de edición: 2018

¿Se puede hacer arquitectura de vanguardia en África aprovechando los métodos y materiales de construcción locales y respetando el medio ambiente? En la sala madrileña de la Fundación ICO, en la calle Zorrilla número 3, y hasta el 20 de enero podéis ver una espléndido ejemplo que muestra que sí es posible a través de la obra del arquitecto Francis Kéré, burkinés y berlinés, porque nació en Burkina Faso y vive en Berlín.

Su trabajo está profundamente enraizado en la cultura y la realidad de su país, ha realizado allí varios proyectos (escuelas, una biblioteca, viviendas para los profesores...), utiliza los materiales de construcción locales, trabaja con personal de allí, toma elementos de la arquitectura tradicional, respeta el medio ambiente y tiene en cuenta el clima de la región.

El resultado, edificios construidos con barro y cemento, rematados con una cubierta elevada que deja correr el aire y ventila, pero protege del sol, mucha luz indirecta para evitar el calor y un diseño moderno e innovador.


Escuela primaria en Gando

Ha realizado proyectos por todo el mundo, siempre aprovechando los materiales de construcción más abundantes en cada lugar, introduciendo algún elemento de la cultura de su país y con un diseño rompedor.

Como en este centro de salud, en el que las ventanas a distintas alturas permiten que los pacientes vean el paisaje cuando están sentados y también cuando están tumbados en la cama.



Centro de salud en Burkina Faso

O en el pabellón del parque Serpentine (Londres) en el que utilizó el color índigo, muy utilizado en fiestas y ceremonias en su país natal.


Pabellón Serpentine 2017

Especialmente impresionante me parece el diseño que ha realizado para el parlamento de Burkina Faso, actualmente en construcción. Es una pirámide con una fachada cubierta de escalones para que, cuando da la sombra, la gente pueda sentarse en su parlamento y contemplar la ciudad, y otra cara llena de terrazas con jardines.


Proyecto para el parlamento de Burkina Faso (en construcción)


Porque en ese país, después de 27 años de dictadura, el pueblo se levantó en el 2014 e instauró una democracia parlamentaria, una noticia estupenda que no recuerdo haber oído, probablemente porque apenas si tuvo eco en los medios de comunicación occidentales.

Volviendo a la exposición, es una muestra muy bien montada y documentada, contextos explicativos muy completos, bonita de ver y que se disfruta de verdad. Visitarla es hacer un pequeño viaje al África más moderna y auténtica. Una maravilla.

Francis Kéré (Gando, 1965) es un arquitecto burkinés que vive en Berlín. Primogénito del jefe de su pueblo, le enviaron a la capital, Ouagadougou, para que pudiese leer y traducir las cartas de su padre. Acabados los estudios, empezó a trabajar como carpintero y obtuvo una beca para realizar una práctica en Alemania.

Allí aprendió el idioma y consiguió entrar en la Universidad Técnica de Berlín y estudiar Arquitectura. En 1998 el creó la asociación Schulbausteine für Gando dedicada a apoyar el desarrollo de su país, aunando los conocimientos adquiridos en Europa con los métodos de construcción típicos de Burkina Faso.

En el 2004 construyó una escuela pública en su Gando natal con los fondos de la asociación, ganó un premio con ese proyecto y fundó su propio estudio de arquitectura en Berlín. Desde entonces su carrera ha sido una cadena de éxitos.


Francis Kéré

Publicado por Antonio F. Rodríguez
http://laantiguabiblos.blogspot.com/2018/12/francis-kere-primary-elements-fundacion.html
 
Ana Ilce Gómez Ortega, poeta



Ana Ilce Gómez Ortega (Masaya, 1944-2017) fué una poeta y periodista nicaragüense, miembro de la Academia Nicaraguense de la Lengua. Fué madre soltera, asumió la lucha por los derechos de la mujer y fué opositora al régimen de los Somoza.

Nació en el barrio indígena de Monimbí, se licenció en Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) y realizó un Máster en Gestión y Organización de Bibliotecas, por la Universidad de Barcelona. A pesar de haber publicado tan solo dos libros de poemas, es una poeta de culto que levanta entusiasmos en todo especialista que lee sus versos. Su poesía está profundamente enraizada en el sustrato de la cultura indígena.

Dicen que era huraña, discreta y de risa fácil. Fué una autora que pasó bastante desapercibida debido a su aversión a los actos sociales, pero está considerada una excelente poeta. Aquí tenéis algunos ejemplos de su obra.


Ser o no ser

Vivir.
Ser o no ser no es el problema
sino planchar la ropa
atizar el fogón
escribir unos tiernos y antiguos poemas
mirarse en el espejo el otro rostro del rostro
descubrirse lobo triste por las noches
por las mañanas mujer cuerda.


Ser ejemplar y sobria y verbigracia
Mantener todo en orden más te vale
Disponer todo a tiempo Dios te asista
Ser o no ser no es el problema
sino tener el alma lista
para amargos si acaso o si hubieras.


Y una vez más enfrentarse al mande usté
como usté guste
pulir el piso espejo
lavar la ropa nieve
secar la loza estirpe
disimulando mugres y maneras.


Pero a pesar de todo
amar la telaraña vida
la hambruna vida tuya y de los otros
insultarla si quieres
abrazarla si quieres o si puedes.


Ser o no ser no es el problema
sino ese perdón barato que te entregan.


Y al final de la tarde
has ensayado todo te reprimen
has cumplido el deber no eres tan buena
tu cabeza da vueltas tiovivo
resaca de la piel, costra de olvido.
Esgrime tus cuchillos argumento
empuña tus espadas yo no quiero
atrévete de una vez sueña tu sueño
entra en la escena mundo
como quien entra a la sala de partos
de la vida por primera y alegrísima vez.
Plántate y rebelándote, revélate.


Ser o no ser no es el problema.


La muerte no es una mujer

La muerte no es una mujer
con el cráneo pelado y una corva guadaña
entre las manos.
La muerte es un hombre que galopa
entre las noches que columpia el insomnio.
Es un varón disfrazado de oscura damisela.
Tiene unas rosas en las manos
y un cordel para colmar el cuello.
Alguien un día dibujó a la muerte
con rostro de doncella. Pero ella es él,
pálido, abyecto,
que en la noche se llega hasta mi sueño
y como un perro fiel
me hace aspirar su aliento de témpano
y misterio
y con fría insistencia se me acerca
y me lame los pies.



Furiosos pájaros

Estos son los furiosos pájaros

del deseo.
Ellos son negros.
Ellos se mueven sin hacerles
una señal determinada.
Un día los vi venir con sigilo, con sorna, con prisa en sus oscuras patas. Ahora los veo pasar
–¡Negros y eternos pájaros!– reconociéndome y saludándome.



Desátame


Poesía,
sujétame las riendas,
bébeme de una sola vez,
atrápame porque me puedo ir
y no tendré para contarte más nada.
Abrázame como si fuera la primera
o la última vez
y prueba conmigo todos los venenos
del cielo y de la tierra.
Estréchame contra la pared y dime
si has visto brillo más infinito
que el de mis ojos.
Regrésame de nuevo.
Súbeme al paraíso.
Desnúdame en tu infierno.
Átame.
Desátame.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

http://laantiguabiblos.blogspot.com/2018/12/ana-ilce-gomez-ortega-poeta.html
 
J. D. Salinger, el misterioso caso del escritor que se escondía entre el centeno
La Esfera de Papel
    • JUAN BONILLA
    • Compartir en Facebook
    • Compartir en Twitter
    • Enviar por email
  • 31 DIC. 2018 19:52
15458267494883.jpg

El escritor J. D. Salinger posa leyendo su obra 'El guardián entre el centeno' en una sesión de fotos en Nueva York, en los años 50. HULTON ARCHIVE
2comentarios
Ver comentarios


Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del narrador más enigmático del siglo XX, a quien bastó la novela 'El guardián entre el centeno' para ser idolatrado

Adolescencia
Un país raro que se caracteriza porque sus habitantes no pueden hablar de él -no tienen herramientas suficientes para expresar qué pasa ahí más que con lugares comunes o hinchadas burbujas banales-, es decir, sólo se consigue expresar su belleza y sus miserias y su misterio desde el exilio.

Pocas voces tan consistentes y firmes como la de Holden Cauldfiel, catcher entre el centeno, mítico protagonista de la única novela de J.D. Salinger publicada en 1951-si bien ya protagonizaba un cuento de 10 años antes, Ligera rebelión en Madison, el primero que Salinger pudo venderle a la revista The New Yorker. Se trata de un chaval de 16 años al que expulsan del instituto en el que estaba interno y decide, antes de informar a sus padres, pasar unos días en Nueva York y tratar de colarse en su propia casa para ver a su hermana pequeña. Cascarrabias constante, parlanchín encantador cuando se lo propone, va tocado con una gorra con orejeras, fuma todo lo que puede, y dispara párrafos contra el mundo como si estuviera convencido de que salvación no hay en parte alguna.

El título procede de una respuesta que le da Holden a su hermana pequeña cuando ésta, después de decirle "papá te va a matar", le pregunta qué va a hacer ahora. Holden le dice que sólo quisiera ser un cátcher escondido en un campo de centeno. Cátcher es el jugador de un equipo de béisbol encargado de atrapar la bola que le lanza el pitcher -de su propio equipo- al bateador -del equipo contrario-. Si el bateador falla, él debe atrapar la bola para que el equipo contrario no gane una base.

La imagen procede de un momento simbólico que acontece antes en la novela: paseando por Nueva York, camino del cine, Holden ve a un niño caminando por el bordillo, mientras sus padres avanzan por la acera. El niño, al que el tráfico le pasa muy cerca, va cantando "si un cuerpo agarra a otro cuerpo cuando van entre el centeno". Aunque Holden no necesita expresarlo, es evidente que en una escena tan cotidiana y aparentemente anodina se dilucida toda su extrañeza y su fracaso: el niño antes o después caerá del lado de la realidad -el tráfico, la vida adulta-, abandonará la seguridad de la acera, el campo de juegos donde ni sus padres lo miran.

Y ahí germina ese deseo suyo que expresará en su emocionante encuentro con su hermana -una niña de 10 años muy inteligente que por ejemplo sabe que la canción no es tal canción sino un poema de Robert Burns, y que el verso correcto es "si un cuerpo encuentra otro cuerpo". Y es entonces cuando Holden descifra el título de la novela: Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Tan sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños se caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar a dónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería un cátcher entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

No es, ni mucho menos, el único adolescente de la obra de Salinger, que hizo de la adolescencia su territorio mítico en muchos de sus relatos, no sólo en los que recopiló en su primer volumen, Nueve cuentos, sino también en la veintena que publicó antes de que alcanzara la celebridad -y que fueron después reunidos en ediciones piratas-. Flappers que se reúnen en casa después de jugar al tenis y que llevan la conversación a un punto donde nada dramático parece acontecer aunque se presienta, muchachos desolados sin saber muy bien por qué, hastío de clase media neoyorquina, un canto a la rotunda ridiculez del mundo teñido de asco y ternura; es decir, el himno habitual de cualquier adolescencia más o menos acomodada, gracias a lo cual los adolescentes de Salinger apenas han envejecido y él sigue siendo uno de los mejores retratistas de ese país inalcanzable sino con la retórica de quien ha sido desterrado.

Biografía
Es legendario el celo con el que el escritor, después de consagrarse con sus dos primeros libros, defendió su privacidad, convencido de que los hechos biográficos de un autor nada podían decir acerca de su obra. Tan al extremo lo llevó que también defendió que la obra, al menos la suya, debía comparecer ante el público sin nota de solapa, con cubierta donde se leyera solamente título de la obra y autor (en las primeras ediciones de El guardían entre el centeno y Nueve cuentos sí aparecen fotos del autor y datos biográficos). El primero que se atrevió a confeccionar una biografía del autor fue Ian Hamilton [En busca de J.D. Salinger, Mondadori, 1988], cuyos esfuerzos no hicieron más que incrementar la leyenda de Salinger.

Después de componer un libro en el que se utilizaba mucha correspondencia a la que había tenido acceso -gracias a los destinatarios de las cartas que envió Salinger-, el narrador solicitó que no se reprodujeran esos documentos e interpuso una demanda. El juez le dio la razón: las cartas eran de los destinatarios, pero el texto de las cartas seguía siendo de Salinger. Hamilton tuvo que recomponer su libro y utilizar las cartas como información, sin reproducir los textos. No puede quejarse: gracias al escándalo del juicio, su libro fue traducido inmediatamente a multitud de lenguas y es todavía un excelente texto donde, en más de una página, acuciará al lector la sospecha de que biógrafo y biografiado se pusieron de acuerdo para armar ruido. Armar ruido con el silencio, por decirlo en taoísta, filosofía a la que Salinger fue tan afecto.

También intentó una biografía suya, más confidencial, su hija Margaret [El guardián de los sueños, Debate, 2000]: lamentablemente el texto abunda en datos más o menos escabroso que tratan de presentarnos a un ser humano detestable (cosa que logra, si bien como biografía pertenece más bien a ese subgénero que podríamos llamar "literatura de los parientes"). Más completa, con espléndidos análisis de sus textos, es la biografía de Kenneth Slawesnki [J.D. Salinger, una vida oculta, Galaxia Gutenberg] publicada el mismo año de la muerte del autor, 2010.

Cazador
El cazador oculto fue el título de la primera traducción al español -realizada por Manuel Méndez en Argentina en 1961- de la novela de Salinger. Al catalán la tradujo Xavier Berenguel en 1965 con el título de L'ingenu seductor. Fue Carmen Criado quien, en los años 70, retradujo la novela con el título de El guardián entre el centeno. Como ya se ha dicho, el sustantivo catcher hace referencia a una posición del béisbol, y por tanto el título en español tiene una oscuridad de la que carece en el original. El traductor de la edición argentina estuvo a punto de variar el deporte para titular: El guardameta entre el centeno.

Cine
Holden Caulfdield detesta el cine, ni me lo nombren llega a decir enseguida en su novela. Puede que ahí estuviera dejando respirar la indiferencia, cuando no el desprecio, que el autor llegó a sentir por el cine. Naturalmente en cuanto El guardián entre el centeno triunfó le llegaron al autor muchas ofertas para convertirla en película: se negó siempre. No deja de ser curioso que uno de sus grandes amores -Oona O'neill- llegara a casarse con Charles Chaplin, o que su hijo Matt se ganara la vida como actor. Entre las obras que más o menos han utilizado la leyenda de Salinger, la película Descubriendo a Forrester es bastante mediocre, y en cuanto a la reciente Rebelde entre el centeno apenas sirve para darle la razón a Salinger en su odio al cine.

Imposible no citar el más encantador homenaje realizado a Salinger en medios audiovisuales: en un capítulo de Frasier aparece un escritor ya mayor que se hizo mundialmente famoso con su primera novela y luego decidió borrarse. Ese escritor, remedo de Salinger, a la vez que desprecia a los psiquiatras pomposos protagonistas de la serie se hace amigo del muy mundano padre de Frasier porque con él puede hablar horas de las cosas importantes: la cerveza, la guerra, el béisbol.

Cuentos
Género en el que debutó Salinger y en el que, acaso, logró sus más hondas piezas -Un día perfecto para el pez plátano, Para Esmé, con amor y sordidez, Teddy, El corazón de una historia rota-. Antes de alcanzar la celebridad, la ambición del joven Salinger tenía una meta declarada: formar parte de los cuentistas que publicaban sus historias en The New Yorker.

Su cuentista favorito -lo que se deja ver en sus primeras piezas- era Scott Fitzgerald. Su cuentista más odiado era Hemingway. Salinger veía rechazados muchos de sus relatos y les buscaba acomodo en otras revistas, Esquire o Saturday Post, y enseguida se ponía con otro relato para empujar la puerta del The New Yorker, que finalmente, cuando cedió, se le abrió de par en par.

Tanta importancia le daba Salinger a la mítica revista que al llegarle la hora de recopilar sus narraciones en un tomo -que retrasó porque prefería darse a conocer como novelista cuando ya era un cuentista celebrado por sus narraciones en la revista-, decidió no incluir casi ninguna -sólo una en realidad, publicada en Harper's- que no hubiera sido aceptada por The New Yorker, con lo que quedaron fuera algunas realmente buenas, en cualquier caso no menos intensas que las que integraron Nueve cuentos. Por ejemplo El corazón de una historia rota, que Javier Marías tradujo para la revista Poesía.

Guerra
La experiencia bélica de Salinger -que se alistó en el ejército norteamericano en 1942 y gracias a que sabía francés y alemán fue destinado a labores de contraespionaje, sargento mayor en la 4 División de Infantería que participó en la liberación de París-. Estuvo recibiendo instrucción en Devon, lo que reflejaría en uno de sus grandes cuentos -Para Esmé...-. El trauma de la experiencia bélica -Salinger, al terminar el conflicto, fue a visitar a la familia austriaca con la que estuvo viviendo: ninguno había sobrevivido a los campos de concentración- es especialmente perceptible en el personaje suicida de Un día perfecto para el pez plátano.

Glass
Apellido de la familia cuyos componentes protagonizan la mayor parte de los relatos y novelas breves de Salinger. Parece haber una especie de mandamiento que pesa sobre todo narrador norteamericano: tratar de escribir la gran novela americana. Salinger también se enfrentó a él, a su manera. La gran novela americana podía ser una serie de relatos hilados. La familia Glass vive en el Upper East Side de Nueva York, se caracteriza porque los niños -todos ellos inteligentísimos- dan voz a la sensatez contra la pesadilla y los laberintos narcisistas en la que suelen caer los mayores.

El ciclo visible -pues al parecer Salinger escribió hasta su muerte otras historias de la familia Glass que esperarán aún décadas para ver la luz- lo integran cuatro relatos de Nueve cuentos, las piezas recopiladas en Franny & Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado-Seymour: una introducción, y el último de los relatos publicados por Salinger: Hapworth 16, 1924, texto que, dada su extensión, ocupó todo un número de la revista The New York en 1965.

Periodistas
La profesión que más despreciaba Salinger, la que más lo perseguía. Durante años fueron muchos los que hicieron de todo por conseguir entrevistarle. A falta de entrevistas, empezó a crecer en el mercado el precio de alguna fotografía suya después de que se retirara en 1965 -aunque ya antes había puesto muros a su privacidad y se negaba a hacer lecturas públicas, dar conferencias o consentir entrevistas. Es famosa la imagen en la que se le ve a punto de golpear al fotógrafo que se había escondido en un cubo de basura -si non e vero, e ben trovato- para cazarlo. Hay otra imagen en la que se le ve empujando un carrito de la compra. Como se ve, indudables documentos vitales para alimentar la leyenda.

Religión
Salinger se fue volviendo un escritor religioso con el paso de los años. Si en una de sus mejores piezas, Zooey, se oye a alguien identificar a Jesucristo con "la señora gorda" que va al teatro a esperar que una obra la saque de su pobre realidad y la alce sobre su propia insignificancia, en Seymour: una introducción, y en Hapworth el interés por el budismo y el hinduismo ya ha calado completamente en el escritor, gracias a lo cual sabemos que cuando se ponía espiritual era bastante menos convincente y abrasivo que cuando se permitía ser mundano. Dicen -pero quién puede saberlo- que en sus largos años de silencio final sólo leía libros de filosofía oriental y que en las muchas páginas que conforman su legado el tono religioso es el que impera.

Silencio
La fama le llegó pronto a Salinger, y la incrementó de la manera más sorprendente que quepa imaginarse: rechazándola, huyendo de ella, ocultándose. Todas sus apariciones a partir de 1965 pretendían, precisamente, enterarnos de que quería seguir ocultándose, de que detestaba a quienes sintieran el menor interés por él después de haber sido abducidos por sus textos. Su silencio hizo que se hablara mucho de él. Ayudaba a ello algún acontecimiento luctuoso: el asesino de John Lennon llevaba un ejemplar de El guardián entre el centeno cuando mató al Beatle. Con gran eficacia se construyó la leyenda del autor escapado del mundo que, como en un cuento al que se hace referencia en El guardián entre el centenoen el que alguien se compra un pez que no deja ver a nadie porque nadie le ha ayudado a comprárselo, escribía sólo para sí mismo, es decir, para el fantasma que quería ser, y por lo tanto sólo debía ser leído por fantasmas: lectores de dentro de 15 o 20 o quizá 50 años. Lo paradójico es que el escritor que quería no ser visto, es acaso más famoso hoy por su personaje huidizo que por los hermosos y delicados artefactos narrativos que produjo.
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2018/12/31/5c2371eefdddffe34b8b45ec.html
 
Belleza: El secreto de la estupidez humana
Publicado por Álvaro Corazón Rural
oie_dE0TPQVArq2l.jpg

Detalle de la cubierta de Belleza, de Hubert y Kerascoët. Astiberri.
«Si fuera más bella, sería más feliz». Esa idea es, junto con el sueño de una gran fortuna, una de las fantasías actuales más arraigadas acerca de la felicidad. En una encuesta de la revista Psycology Today, el 15 % de las mujeres y el 11 % de los hombres confesaron que estarían dispuestos a sacrificar cinco años de su vida a cambio de poder alcanzar su peso ideal. Según otra encuesta, realizada también en Estados Unidos, el 12 % de los entrevistados afirmó que abortaría si se pudiera demostrar que su futuro hijo sería genéticamente propenso a la obesidad.

(Ulrich Renz, La ciencia de la belleza)

En la tradición de esta casa de recomendar cuentos de Navidad este año, la publicación más destacada es Belleza, un cuento medieval no exento de crueldad y valiosas lecciones.

Como contexto hay que tener en cuenta que en la Edad Media fueron frecuentes los cuentos destinados a moralizar, y buena parte de ellos eran precisamente campañas contra la belleza. Por supuesto, la femenina. Veamos un ejemplo, en el siglo XII Etienne de Bourbon escribió: «La coquetería ha decidido asemejarse más al diablo que a Dios, puesto que Cristo solo tenía una cabeza, mientras que el dragón tenía siete».

U otro. Por las mismas fechas, Pierre de Vic, un monje, recitaba un poema en el que se relataba cómo las imágenes de los cuadros y las tallas se quejaban a Dios de que ya no las pintasen, puesto que las mujeres las habían suplantado de tanto acicalarse. Atento a sus desvelos, el Todopoderoso les concedía que las mujeres que tan bellas querían ser de jóvenes pronto quedasen ajadas, con mal aliento e infecciones urinarias.

Todavía en el siglo XIV, Jacques de La Marche hizo un cuento en el que una jovencita que se acicalaba constantemente y estaba obsesionada con su propia belleza era raptada por el diablo. Este le explicaba el porqué: «Soy aquel de quien tú sigues los designios, de quien tú eres la armadura y la red; y ahora debes acompañarme junto con todos aquellos a quienes has hecho venir a mi guarida».

¿Por qué tanto odio a la belleza? Por el ornatus vanus, todos esos artificios destinados a engalanarse. Engaños todos ellos. Mentiras. Ese no era el aspecto real, era una ficción. Se estaba jugando a ser Dios con el propio rostro. En uno de los ensayos más interesantes publicados en la década anterior, La ciencia de la belleza de Ulrich Renz, se decía, además, que la Edad Media fue particularmente complicada para la belleza porque en ella convivía la hostilidad hacia el cuerpo con una «cruda sensualidad».

En este contexto medieval, la obsesión por la belleza, tanto por parte de quien la anhela como de quien queda hipnotizado por ella, fue el hilo que siguieron Kerascoët, el dúo de dibujantes formado por Marie Pommepuy y Sébastien Cosset, y el guionista Hubert para montar la historia Belleza, publicada originalmente en tres tomos en Francia (Désirs exaucés, La reine indécise y Simples Mortels) y en uno en España por Astiberri. Los franceses son a color, la edición española es en blanco, negro y dorado. Para mi gusto, más elegante.

Se trata de un tebeo útil. No es como una novela gráfica periodística que relata o denuncia una situación crítica en algún lugar del mundo. No pone el acento sobre excluidos sociales. No es sobre la discriminación. Tampoco se trata de una historia autobiográfica que puede dar ánimo, apoyo a personas con problemas o fuerza para vivir, que diría Donato Gama da Silva. Es un cuento. Simplemente un cuento en un mundo onírico medieval, con un final espectacular e inesperado, con el que extraer una moraleja. Es útil para cualquier lector, pero pocas obras pueden tener más valor que esta para un público juvenil.

La protagonista es fea. Tiene las orejas grandes, ojos de huevo. Es trabajadora, se pasa el día cortando pescado, por lo que el olor no le abandona nunca y cuando sale a la calle los niños le gritan un mote cruel: Hedionda.

Un día le aparece un hada llamada Mab que le concede un deseo. Ella pide ser guapa y le es concedido. Es tan sumamente guapa que ningún hombre puede resistirse a sus encantos. Por esa circunstancia, las siguientes ciento cincuenta páginas son el desarrollo del desbarajuste que ocasiona su belleza en todos los reinos de la tierra. Es un cuento espectacular que no solo entretiene y alimenta como tal, es perfectamente extrapolable a la sociedad actual y su devoción por la imagen; a una época en la que perseguir la perfección del canon estético genera complejos, frustración e infelicidad.

Belleza va incluso más allá. Se presenta la hermosura también como una facultad que todo lo puede cambiar, que gracias a ella aflora todo lo oculto. En este sentido, cuando la belleza irresistible de la protagonista entra en escena, los hombres solo pueden mostrar los pecados capitales: orgullo, avaricia, envidia… Características que traen, en el maravilloso mundo de la estupidez masculina, la violencia y la fuerza bruta.

En estas viñetas hay un fuerte componente del espíritu de los trovadores medievales y su poesía, que consideraban a la mujer un ser superior, o las caballerescas, que las idealizaban hasta extremos inauditos y por ellas cometían los héroes todas sus hazañas y gestas.

Le daría esta historia a un hijo para que se sumergiera en ella porque, constantemente, en cada página, propone una reflexión. El lector puede sentir cómo la inteligencia no puede abrirse paso cuando aparece la belleza. Es una prueba palmaria de que la inteligencia es un bien escaso. Creo que es positivo tomar conciencia de algo así cuanto antes, desde la más tierna infancia.

Tan solo es reprochable que algo que pudo funcionar bien en Francia en tres entregas resulta algo reiterativo con los tres actos en un solo tomo. El tramo final, en el que afloran todas las miserias del aludido don, en el que todo se vuelve desagradable, puede ser cansino. En cualquier caso, Hubert capta la esencia clásica de los cuentos, que en realidad son relatos despiadados, llenos de barbaridades, por mucho que se hayan edulcorado para los niños; algo que recientemente señaló el cineasta italiano Matteo Garrone con su excepcional Il Racconto dei racconti de 2015.

En cuanto al maravilloso dibujo de Kerascoët es una delicia. Ahí sí que está la verdadera belleza. La historia de esta pareja de dibujantes también es curiosa, comenzaron compartiendo piso, una estancia diminuta, que les obligaba a compartir mesa de dibujo. De ahí salió, así lo han expresado en entrevistas, la idea de formar una dupla. Sus obras anteriores publicadas en España, Preciosa Oscuridad y La virgen del burdel tenían un común denominador que comparten con Belleza: la incomodidad. Todas tienen aristas afiladas. El cómic que queremos.
https://www.jotdown.es/2019/01/belleza-el-secreto-de-la-estupidez-humana/
 
Ser pobre en el país más rico de la tierra
Publicado por Roger Senserrich
oie_jckKrgMvwrmO.jpg

Fotografía: Save Doe (CC).
La autopista es la frontera.

Llevaba un par de días viviendo en New Haven, Connecticut, cuando Brian, el estudiante de Teología barbudo y desaliñado que era mi compañero de piso, me dijo estas palabras. Estaba bien que cogiera un taxi para ir al Ikea a comprar muebles, pero mejor que no volviera a pie. El camino más corto era cogiendo East Street, al sur de la interestatal, y eso quería decir que debía cruzar Fair Haven. Fair Haven, luego supo, es uno de los barrios más pobres del estado más rico del país más rico de la tierra, y era un lugar donde un servidor, estudiante de posgrado con cara de despistado, no sería bienvenido. La autopista era la frontera; al norte y al oeste de ella, uno podía andar con tranquilidad, pasear y disfrutar de esos espléndidos días de otoño de Nueva Inglaterra. Al otro lado nunca iba nadie, a no ser que no tuviera más remedio.

Estados Unidos es un país de fronteras internas. Más que en cualquier otro lugar del mundo, la pobreza es una expresión geográfica; es algo que va por barrios, municipios, regiones y ciudades. En East Rock, el pacífico barrio donde vivía, un 12 % de sus residentes están bajo el umbral de la pobreza, la mayoría estudiantes universitarios. En Fair Haven y otros barrios similares de la ciudad un 36 % de hogares es pobre (1). Es algo aparente a simple vista en las calles, andando por la ciudad. En East Rock, Wooster Square o Westville hay fachadas cuidadas, césped bien cortado, cafeterías acogedoras, tiendas cálidas, aceras limpias y calles agradables. Basta cruzar bajo un puente de la autopista o simplemente cruzar una avenida para encontrarse con edificios degradados, jardines mal cuidados, locales vacíos, tiendas desaliñadas, cristales rotos y calles desiertas.

Estas diferencias en New Haven se ven reflejadas a mayor escala si comparamos la ciudad con los suburbios que la rodean. Branford, Woodbridge, Orange o Guilford, los prósperos municipios que rodean la ciudad, son la América de viviendas unifamiliares, jardines cuidados, barbacoas y dos coches en cada garaje que el país asocia con sus propios sueños, y tienen una tasa de pobreza del 4 %. Más de la mitad de sus familias ganan más de cien mil dólares al año. Son lugares gloriosamente tranquilos, aburridos y prósperos. La ciudad y sus suburbios cercanos, mientras tanto, están repletos de zonas de profunda pobreza, a menudo a corta distancia.

Por todo el país hay centenares de ciudades y regiones repitiendo este mismo patrón. Un poco hacia al oeste, en el condado de Fairfield, el municipio de New Canaan tiene una renta familiar media seis veces superior a la ciudad de Bridgeport, apenas a diez millas de distancia. Algunos barrios de la ciudad están por encima del 40 % de tasa de pobreza. En New Canaan no llegan al 2 %. En la misma Costa Este, Maryland, uno de los estados más ricos del país, alberga Baltimore, una de las ciudades más pobres. Más hacia el oeste vemos lugares como Detroit, con una ciudad abandonada a la pobreza (39 % de sus habitantes son pobres) rodeada de suburbios prósperos. En todo el país vemos este patrón, desde California a Maine, desde Florida a Washington.

La extraordinaria segregación geográfica de la pobreza en Estados Unidos es una historia antigua, que ha ido empeorando con los años. Todo empezó durante los años treinta, con la Administración Roosevelt intentando combatir la Gran Depresión y sus efectos en el mercado inmobiliario. Hasta entonces, la inmensa mayoría de hipotecas se concedían a cinco años, con el comprador teniendo que poner la mitad del coste de la vivienda como entrada. La crisis poco menos que fulminó la capacidad y apetito de los bancos para ofrecer créditos y el número de compradores con ahorros que podían solicitarlos.

La respuesta a este problema fue uno de los programas más ingeniosos del New Deal, la Federal Housing Administration (FHA, o Administración Federal de Vivienda). La FHA creó un sistema de hipotecas garantizadas, estableciendo un seguro para préstamos hipotecarios que cumplieran una serie de requisitos (solvencia, documentación, tipo de vivienda, etcétera) en su concesión. Este es el origen de la tradicional hipoteca fija a treinta años con un 5 %-10 % de entrada que representa la base del mercado de vivienda en Estados Unidos, y fue también el motor que impulsó el crecimiento de la clase media tras la Segunda Guerra Mundial.

Escondida en las reglas y manuales de la FHA, sin embargo, había una trampa. A la hora de evaluar la calidad de un préstamo, uno de los criterios utilizados por la agencia y los bancos era el barrio donde estaba la vivienda. La FHA creó una escala con cuatro categorías, que iban desde «tipo A» (suburbios de nueva construcción en las afueras de las ciudades) a «D», marcadas en rojo en los mapas, con edificios más viejos y menos deseables. Uno de los criterios principales para dibujar las líneas que demarcaban cada zona era la composición racial del barrio. Los «A» eran barrios blancos. Los «D» eran, casi invariablemente, negros, latinos o de inmigrantes.

Esta práctica, conocida como redlining, tuvo un efecto dramático y duradero en la estructura racial y económica de las ciudades de todo el país. Las clases medias (blancas) ahora tenían acceso a créditos subvencionados para mudarse a suburbios homogéneos, ricos y recién construidos. Las minorías raciales, mientras tanto, se veían relegadas a barrios con viviendas viejas y sin acceso a crédito. Sabiendo que de la segregación racial y económica dependía el acceso a hipotecas, los suburbios rápidamente establecieron ordenanzas que prohibieran implícita o explícitamente la llegada de minorías a sus municipios. Los barrios «A» y «B», construyeron, crecieron y prosperaron; los «D» y sus residentes, mientras tanto, veían cómo se quedaban atrás, fruto del progresivo abandono, descapitalización y racismo.

Una vez que los centros de las ciudades, sus barrios étnicos, las zonas donde vivían una mezcla de niveles de renta, origen étnico y riqueza dejaron de recibir dinero, empezaron a decaer. Con el tiempo, las clases medias restantes empezaban a irse; a lo largo de las décadas, se convertía en la clase de huida que hace que ciudades como Detroit pasara de 1,85 millones de habitantes en 1950 a los menos de 700 000 que tiene ahora.

oie_WFPInAQ9i2x1.jpg

Fotografía: Save Doe (CC).
Aunque las formas más groseras y abiertas de redlining con protección federal fueron abolidas a finales de los setenta, el daño estaba hecho: a principios de los ochenta, Estados Unidos era un país donde pobreza y geografía iban de la mano. Una comparación de los mapas de la FHA de los años treinta con uno moderno de nivel de renta por barrio en casi cualquier ciudad del país revela la herencia de décadas de falta de inversión, discriminación y racismo ocultos en el mismo tejido urbano, fruto de decisiones urbanísticas de hace ochenta años. Esta segregación racial y económica se ha acentuado en la última década (2). El porcentaje de familias pobres que viven en barrios con niveles de pobreza por encima del 40 % ha aumentado en más de cinco millones; en barrios meramente pobres (pobreza entre 20 y 40 %) el aumento ha sido similar. La primera corona de suburbios también está empezando a ver la aparición de zonas con concentraciones de pobreza, según se extienden los problemas de las ciudades.

El resultado es que en Estados Unidos la pobreza es a menudo invisible para las clases medias, ya que está extraordinariamente concentrada. La mayoría de áreas metropolitanas tienen vastas zonas de suburbios, que van desde clases medias a gente con dinero, y una o varias zonas densas, urbanas y decaídas donde se relega, excluye y apila a toda la gente pobre. Las clases medias evitan activamente tener que ir a las ciudades, y a menudo están incluso asustadas ante la posibilidad de tener que visitar una zona urbana; más de una vez he escuchado comentarios sobre lo peligroso que es que mi oficina esté en Hartford (tasa de pobreza 34,4 %; 16 % de residentes blancos). Los pobres son esa gente que vive al otro lado de la frontera, en lugares que todo el mundo evita.

Más allá del aspecto de las ciudades americanas en sí, la concentración geográfica de la pobreza tiene problemas asociados importantes. La movilidad económica y el acceso a oportunidades es, en gran medida, una cuestión de contexto: es mucho más fácil encontrar un trabajo estable y bien pagado en un barrio de clase media que en una zona deprimida. La pobreza trae consigo problemas de crimen e inseguridad. Los colegios y servicios, tradicionalmente pagados con impuestos sobre la propiedad locales, se resienten. La falta de trabajo y acceso a servicios hace que las estructuras familiares sean más inestables.

Eso hace que cada vez más la experiencia de crecer sea completamente distinta en Estados Unidos según dónde vivan tus padres, y que esta, a su vez, esté cada vez más marcada según la clase social. Un niño nacido en un suburbio tiene una probabilidad mucho mayor de crecer en una familia con dos adultos (la tasa de familias monoparentales es mucho menor en las clases medias), en un barrio seguro, con sus padres trabajando, en colegios donde la inmensa mayoría de sus compañeros de clase son chavales tranquilos y en hogares estables. En un barrio pobre, sin embargo, la probabilidad de estar en una familia desestructurada, con adultos estresados, empleo inestable, algún familiar encarcelado y en un colegio con compañeros con problemas de comportamiento es mucho mayor. Alguien que crece en Greenwich, Avon o New Canaan raramente habrá escuchado el sonido de un arma de fuego. Un chaval que crece en Fair Haven es probable que haya visto un tiroteo antes de cumplir doce años.

Esta separación, esta distancia sideral entre un mundo y otro, ha hecho de la pobreza un fenómeno incomprensible para muchos. Es algo que le pasa a «esa gente» que vive al otro lado de la autopista, y que no son capaces de comportarse y vivir como los cuerdos, los normales, que vivimos en este lado. De forma más preocupante, ha provocado que a menudo los problemas de «esa gente» sean ignorados, vistos como cosas que les suceden a otros.

Robert Putnam escribía en Our Kids que hasta hace relativamente poco, en los años cincuenta y sesenta, Estados Unidos era un lugar donde no todo el mundo era de clase media, pero casi todo el mundo vivía cerca de gente de otras clases sociales. Los problemas de una ciudad afectaban a todos, eran «nuestros niños», no algo que sucedía a gente de otra tribu. Una familia modesta, en un barrio integrado, sabe que, aunque tengan problemas en casa, su hijo irá a la escuela con chavales que no los tienen. Sabían que quizás no tenían trabajo, pero el barrio era seguro. Sabían que los servicios públicos, aunque escasos, podían ayudarles, ya que no había demasiada gente con problemas. La segregación, primero racial, ahora cada vez más económica, ha roto este vínculo; las clases medias se han ido, dejando atrás a los pobres.

Ser pobre en Estados Unidos, cada vez más, es vivir aislado. Es vivir en barrios donde los servicios no dan abasto, las oportunidades escasean y la vida de todos es precaria e inestable. Es crecer y vivir sin poder confiar en nadie, con padres ausentes, crimen en la calle e instituciones que parecen incapaces de ayudarte. Es, además, vivir lejos de aquellos que sí tienen acceso a oportunidades, al otro lado de la frontera.

En años recientes, varios estudios han demostrado que una de las mejores maneras de que un niño de una familia pobre saque mejores notas en el colegio y encuentre un mejor trabajo al graduarse es mudar la familia a un barrio de clase media. La herencia de décadas de segregación, de redlining, de políticas urbanísticas que limitan la existencia de viviendas asequibles en zonas de clase media, sin embargo, hacen que muy pocos puedan hacerlo. En Estados Unidos, el país desarrollado donde más han crecido las desigualdades, los pobres son relegados a vivir en el exilio, dentro de su propio país.

_______________________________________________________________________

1) Greater New Haven Community Index 2013, Data Haven, 2013.

2) The Growth and Spread of Concentrated Poverty, 2000 to 2008-2012, Elizabeth Kneebone, 2014.

https://www.jotdown.es/2019/01/ser-pobre-en-el-pais-mas-rico-de-la-tierra/
 
Vainica Doble, esas señoras tan modernas


Se reedita ahora el libro que Fernando Márquez 'El zurdo' publicó en 1983 y que incluye sus conversaciones con el dúo

Carmen López
06/01/2019 - 20:19h
Gloria-Aerssen-Carmen-Santonja-Vainica_EDIIMA20160422_0973_5.jpg

Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja alias Vainica doble

Hay libros que nacen con vocación de clásicos aunque tengan que pasar décadas para que se les reconozca como tales. Es el caso del libro que Fernando Márquez 'El zurdo' escribió sobre Vainica Doble para la colección Los Juglares de la editorial Júcar y que se publicó en 1983. Libros Walden y LaFonoteca lo han reeditado ahora con nuevos materiales que facilitan aún más la inmersión en ese universo tan particular de esas señoras que fueron y siguen siendo las más modernas del panorama musical español.

Como cuenta la periodista Esther Peñas en el nuevo prólogo, Márquez -fundador de los grupos Kaka de Luxe y La Mode, compositor para otros, periodista y dibujante- recibió el encargo de María Calonge de escribir el libro sobre Las Vainicas en 1982, aunque no se publicó hasta julio de 1983. El retraso se atribuye a un castigo al escritor por parte de la editorial por su vinculación a Alianza Popular. Nada raro si se tiene en cuenta que el dueño de la editorial, Silverio Cañada, empezó vendiendo libros prohibidos que importaba en la Universidad de Oviedo y editó un buen puñado de publicaciones sobre anarquismo, socialismo y demás temas relacionados con políticas de izquierdas, aunque al final haya pasado a la historia por los libros musicales y sobre todo, la Gran enciclopedia asturiana.

El principal interés del libro, sin detrimento de las aportaciones originales de Jaime de Armiñán o Pepe Nieto y las nuevas de Rubenimichi, Lorena Álvarez o Paco Clavel, son las conversaciones que el autor mantuvo con Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja. Charlas aparentemente transcritas de manera literal, sin edición, en las que se puede conocer en la medida de lo posible la personalidad de cada una y despejar algo del misticismo que las rodea.

Las letras de sus canciones, su imagen de jipis trasnochadas y muchas de las cosas que se han escrito sobre ellas -algunas incluidas en el volumen-, hacen pensar que Vainica Doble estaban por encima de lo material y lo mundano, como una especie de seres iluminados que hacían música por amor al arte. Pero nada que ver.

"A mi no me divierte el público, ni me divierte la fama: me divierte el dinero… y no hay dinero…", explica Gloria en un determinado pasaje del libro, refiriéndose a su negativa a actuar, una de las características más señaladas de dúo, que solo recuerda una actuación memorable en la madrileña sala Morocco, organizada por Antonio Gades.

Como este, hay muchos detalles llamativos en sus trayectorias vitales, juntas y por separado. Gloria era hija de un Barón que se decía pariente lejano de Audrey Hepburn, entró en la Escuela de Bellas Artes con 13 años, dibujó "figurines para modas", rechazó una propuesta de matrimonio de Mingote y se ganó la vida como artesana de cerámica en Altea. Mari Carmen era bisnieta del pintor Rosales (el que da nombre al Paseo de Madrid), nieta de un músico de Conservatorio e hija de pianista. "Claro, con semejante familia sólo podía dedicarme o a la música, o a la pintura, o a las dos cosas a la vez”, comenta en una de las conversaciones.

Antes de Vainica Doble, barajaron nombres como Las Alegres Comadres de Aravaca o Pastel de fresa y se rodearon de gente como Iván Zulueta, José Luis Borau, Carlos Berlanga, José María íñigo o Berlanga, a los que mencionan en el libro con naturalidad.

Su diferencia de opiniones en relación a ciertos temas también puede resultar sorprendente. Se las ha adjetivado como feministas, ecologistas o iconoclastas, por eso chocan respuestas como las de Van Aerssen sobre el tema Mari Luz: "Sobre la letra, puedo decirte que ahí empezaron las primeras discusiones entre las dos sobre el feminismo… Yo quería una canción de amor, nunca he sido feminista como Mari Carmen, sino de otra forma, y sigo pensando que a ninguna niña se le obliga a casarse ya con nadie, que la letra estaba desfasada de época, como si estuviese escrita a principios de siglo... Además, como yo nunca he tenido opresión a mi alrededor, es algo que no acabo de entender". Esto lo dijo en 1982, habría sido interesante saber qué pensaría ahora, 35 años después.


Las puntadas de las vainicas
El primer encuentro de Gloria y Carmen se produce en una parada del autobús. La segunda estaba silbando Tannhäusser y Gloria se le unió silbando una segunda voz. Es el principio de una relación que se extendería hasta la desaparición de Carmen en el 2000 a causa de un cáncer (macabra coincidencia, fue el mismo día que murió su gran amiga y conocida escritora Carmen Martín Gaite). Gloria estudiaba Bellas Artes y Carmen, conservatorio. Ambas procedían de familias de intelectuales que les inculcaron su aprecio por la cultura, aunque no demasiado acomodadas: "La situación en nuestras casas era siniestra", "no hemos pasado hambre, pero… nos ha faltado el canto de un duro", confiesan ambas.

Gloria se casó joven y se puso a tener hijos mientras que Carmen empezó a trabajar en el mundo del espectáculo, vía el marido de su hermana Elena, Jaime de Armiñán. En el año 60 tuvo un estrambótico papel de paralítica en la película El Cochecito de Marco Ferreri y en La niña de luto de Manuel Summers. En el año 66 Gloria se puso en contacto con Carmen, escandalizada después de ver la horterada del Festival de Benidorm y le propuso hacer música con ella.

Empezaron con la cabecera de Tiempo y hora, para seguir con canciones paraFábulas, ambas series de Armiñán, que grabaron en el 67. Su primer single se publicó en 1970 y contenía las canciones La bruja y la legendaria Un metro cuadrado, que años después versionaron Los Planetas y Sisa con Suburbano. Su primer LP Vainica doble, llegó un año después de la mano del sello Ópalo, pero no fue hasta el 73 cuando saltaron a su fama de minorías con Heliotropo, editado por Ariola, que contiene Habanera del primer amor, una de sus canciones más celebradas.


La primera versión del libro recorre su discografía hasta 1981, cuando publicaronEl tigre de Guadarrama con Guimbarda y CFE. Muchos y muchas no llegaron a conocerlas hasta 1984, con la cabecera del mítico programa de TVE Con las manos en la masa, presentado por Elena Santonja, que Gloria cantaba a dúo con Joaquín Sabina. De hecho, es posible que la autoría de los versos "Siempre que vuelves a casa / me pillas en la cocina…" sea desconocida para una gran parte del público.Las cabeceras de Juncal, Una gloria nacional y Celia, también están firmadas por Carmen.

En el 84 publicaron Taquicardia con Nuevos Medios y cinco años después, cuando ya parecía que no volverían, 1970 con RNE, por el que cobraron la friolera de un millón de pesetas. En 1997 salió el despropósito Carbono 14, con Mercury, un álbum orientado a ser un éxito de ventas, con colaboraciones de Alejandro Sanz o Miguel Bosé.

Como cuenta Fernando Márquez, "Carmen se dio cuenta de la criatura deforme que -cual nuevo hijo de Rosemary- habían alumbrado y se deprimió bastante sintiendo haber cometido el mayor error de su carrera. En cuanto a Gloria, fiel a su filosofía digna de un personaje de Gregory La Cava -'Me gusta el dinero pero no sus responsabilidades'- se negó a entrar en la rueda promocionalmente dantesca". Fue todo un fracaso.

Por fortuna, su último trabajo no fue ese, sino los discos grabados con la discográfica Elefant en los años 1999 y 2000. El broche final digno de unas grandes como fueron Vainica Doble, a las que Jaime Chávarri explicó certeramente como: "Son todo lo que los demás corrompen intentando ser".


Defiende un periodismo que ama la cultura.
HAZTE SOCIO
También puedes llamarnos al 91 368 88 62
06/01/2019 - 20:19h
https://www.eldiario.es/cultura/musica/Vainica-Doble-senoras-modernas_0_853565160.html
 
La hermana de Primo Levi
La Esfera de Papel
    • SILVIA CRUZ LAPEÑA
    • Barcelona
    • Compartir en Facebook
    • Compartir en Twitter
    • Enviar por email
  • 8 ENE. 2019 02:23
15465428982968.jpg

Anna Maria Levi junto a su hermano Primo en un retrato infantil en la playa ARCHIVO FONDAZIONE CDEC, MILANO
7comentariosVer comentarios


Dos ganchos de escalada, tres clavos y un piolet fueron los regalos que Primo Levi recibió de Anna Maria al cumplir 19 años. De esa forma, la hermana pequeña animaba al mayor a que fortaleciera cuerpo y espíritu, pues como indica el biógrafo del escritor, Ian Thomson, el chico tenía de su padre Cesare "cierta tendencia a fanfarronear" pero no su dinamismo ni su don de gentes. Tampoco poseía el arrojo de su abuelo materno, el empresario textil Cesare Luzzati, que ayudó a desenterrar 84.000 cadáveres que dejó en Sicilia el terremoto de 1908.

El brío y la chispa los heredó Anna Maria, pues Primo fue un niño apocado al que una infección grave de las vías respiratorias volvió aún más introvertido. Durante el año que pasó en cama, recibió clases particulares de dos profesoras que lograron que hiciera dos cursos en uno. Pero lo que parecía un progreso se volvió un problema en el instituto: Primo era un niño delicado y enclenque al lado de sus compañeros, ya preadolescentes, el único judío entre gentiles. De convirtió en la presa predilecta de los abusones, a quienes Anna Maria, más alta y más recia que su hermano, plantó cara alguna vez.

Lo amó y lo protegió, pero por si algo hay que darle las gracias en este 2019 en el que se cumplen 100 años del nacimiento de Primo es porque la publicación de Si esto es un hombre fue cosa suya. Su hermano empezó a fraguarlo en Auschwitz, donde lo recluyeron en diciembre de 1943. De vuelta en Turín, escribió su historia en el infierno sentado en bares, en su cama o en el tranvía que cogía para ir al único trabajo que encontró al acabar la Segunda Guerra Mundial: una fábrica de pinturas.

Cuando presentó el manuscrito a la editorial Einaudi en 1947, Cesare Pavese y Natalia Ginzburg lo rechazaron al considerar que no era momento para sacar un libro sobre un campo de concentración. La misma respuesta halló en otros cinco sellos italianos y en Estados Unidos, donde su prima Anna Jona intentó colocar el manuscrito. Destrozado y dispuesto a olvidarse de las letras, publicó algunos capítulos en L'amico del Popolo, semanario del Partido Comunista, pero Anna Maria, que se negaba a rendirse, le enseñó el texto a Alessandro Galante, profesor de Historia con el que colaboraba en el Comitato de Liberazione Nazionale. Él se lo llevó a Franco Antonicelli, director de la editorial De Silva, que lanzó una tirada de 2.500 ejemplares de los que se vendieron poco más de la mitad.

A Primo le gustaba decir que él era un químico convertido en escritor "por casualidad", pero algo tuvo que ver su hermana, que sin pretenderlo fue la mejor representante del autor de El sistema periódico. Después de que Einaudi "rectificara" y comprara los derechos de su primer libro, de editar otros títulos, escribir relatos de ciencia ficción y artículos para la prensa Primo se sentía reconocido en Italia, pero le entristecía que en Estados Unidos e Inglaterra siguieran conociéndolo solamente por Si esto es un hombre. Y Anna Maria buscó el modo de sacarle esa espinita.

El pintor Franco Tedeschi fue durante años su novio, pero lo mataron en Mathausen. Tras la contienda, se casó con el escenógrafo de Hollywood Julian Zimet con quien se mudó a Roma, donde él aceptó un empleo en los estudios deCine Città. Allí y a través de su marido conoció a William Weaver, traductor al inglés de El nombre de la rosa de Umberto Eco. Demostrando decisión, vio la oportunidad, se lanzó y le dio un ejemplar de Si no es ahora, ¿cuándo? .A él le encantó y lo mandó a Summit Books, un sello subsidiario del neoyorquino Simon & Schuster. Semanas después Weaver recibía el encargo de traducirlo.

Cuando en la editorial supieron que Primo era un judío crítico con Israel y que se resistía a definir a los alemanes como verdugos sin aportar matices, paró la publicación. Fue necesario que el crítico judío Irving Howe aceptara escribir el prefacio para reactivarla y de ese modo, Anna Maria logró lo que el agente de Primo en Nueva York, Bobbe Siegel, no había conseguido en veinte años.

Cuando eran críos, el padre les prohibió algunas lecturas. Al niño, Emilio Salgari, a quien consideraba un mal modelo por haberse suicidado. A la niña, las historias de amor de la Marquesa Amalia Negretti, por ser "basura edulcorada". Primo acabó suicidándose y Anna Maria cuidó del legado de su hermano sin endulzar su recuerdo. Al contrario de muchas familias de personas conocidas, ella no quiso ni permitió que se elogiara a su hermano con mentiras. De él destacaba su capacidad como docente (a ella la enseñó a leer y a que parecieran fáciles las matemáticas), su habilidad para contar historias y su bondad. Pero cuando algunos empezaron a contar milagros de quien ya era un escritor muy famoso, ella los contradecía: "Mi hermano nunca fue un niño prodigio".

Redobló esos esfuerzos tras la muerte de Primo, que disparó los titulares simplistas y sensacionalistas. Casi todos los medios atribuyeron su decisión de matarse al campo de concentración. "Para él no había gloria en haber sido un esclavo de Auschwitz", dice Ian Thomson, que hablo varias veces con Anna Maria. Ella mejor que nadie sabía que Auschwitz había sido importante, pero también que el mal de Primo no era uno solo: eran varios, venían de muy atrás y de muy adentro. Las depresiones que sufrió toda su vida; las operaciones de próstata que había sufrido en los últimos meses o tener que cuidar a su madre enferma, a la que estaba tan unido, también contribuyeron a que Primo activara esa palanca.

Anna Maria también pasó lo suyo. Cuando detuvieron a su hermano, vivió en Turín escondiéndose de quienes la perseguían para cumplir las leyes raciales de Mussolini. Ocultó a su madre cuando el refugio que le procuró Primo en Il Saccarello dejó de ser seguro. Intentó liberar a Primo pidiendo ayuda a Ada Gobetti, viuda del antifascista Piero Gobetti y la imposibilidad de hacerlo la acabó de convertir en la partisana que hacía de correo de diarios y libros clandestinos para la Resistencia. Recibió un disparo de los fascistas en el funeral de un amigo y burló a la Gestapo viviendo en sótanos con la también partisana Adela Della Torre.

Cuando su hermano ya era conocido, ella continuó con su labor política trabajando en el Movimento di Comunitá que impulsaba Adriano Olivetti como bibliotecaria y traduciendo algunos libros de arte. Con Zimet construyó una casa cerca del Lago Bracciano que a Primo le encantaba. A veces ella le devolvía la visita yendo a Turín, ciudad a la que no volvió tras enterrar a su único y amado hermano.
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/01/08/5c2e3265fdddffde368b45ff.html
 
Ernesto Sábato: Abaddón el exterminador



Idioma original:
Español
Año de publicación: 1974
Valoración: Imprescindible

"Abaddón el exterminador" es la tercera y última obra narrativa publicada por Ernesto Sábato y vendría a constituir, según los expertos, una especie de trilogía junto a las anteriores (y magníficas) "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas". Personalmente, no estoy del todo de acuerdo en que las tres obras constituyan una trilogía ya que, pese a que tienen en común una temática y unas inquietudes y obsesiones muy determinadas, no comparten personajes y pueden ser leídas de forma independiente, en especial "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas". De hecho, diría que la lectura previa de "El túnel" no es, ni mucho menos, indispensable para la comprensión de "Abaddón", aunque la de "Héroes y tumbas" sí que se hace más que conveniente.

Por otra parte, "El túnel" y "Héroes y tumbas" sí que son novelas más o menos al uso. Por contra, "Abaddón" es, al mismo tiempo, novela, ensayo sobre arte, texto político, tratado filosófico y una suerte de guía de lectura de toda la obra de Sábato. Es una es una obra de ficción que habla de sí misma, un libro fragmentario, confuso y oscuro, mucho menos "directo" y más experimental que sus antecesores. Vamos, que no encontraréis aquí una historia de "amor" como la de Juan Pablo Castel y María Iribarne o la de Alejandra y Martín, pero sí que volverán a aparecer muchas de las "filias y fobias" presentes en las anteriores novelas de Sábato y esa perpetua búsqueda del ABSOLUTO.
Para empezar, el propio Sábato se convierte en uno de los protagonistas principales del libro, rompiendo con la "lógica" de la novela tradicional. "Abaddón" pasa a ser, entonces, una obra de autoficción en la que "la función del arte" y "la posición del escritor ante su obra" adquieren un carácter fundamental. Tanto es así que las recurrentes obsesiones del autor, sus sucesivos desgarramientos y la permanente búsqueda de eternidad a través del arte y la escritura, además de ofrecernos claves acerca de la obra anterior de Sábato, constituyen el núcleo de "Abaddón" (al menos para mi).

Fruto de esos desgarramientos y de sus continuas búsquedas en la ciencia y el arte nace otra de las vertientes del libro: la que en párrafos anteriores llamé "tratado filosófico". En el, Sábato navega entre el marxismo y el existencialismo, luchando con sus dudas y contradicciones y con los puntos de fricción entre ambas corrientes, vinculados sobre todo con la dualidad del ser humano (racionalismo contra inconsciente, vigilia contra sueño, ciencia contra espiritualidad, realidad contra mito, razón contra potencias invisibles e invencibles, etc).

A medio camino entre ambas vertientes del texto podríamos situar la parte política de "Abaddón", reflejo de un mundo en crisis en una época terrible y confusa. Esta parte se centra en las luchas de liberación que tuvieron lugar en América Latina en los años 60 y 70 y en la posibilidad (o no) de la creación de un hombre nuevo. Pero no es tanto un ensayo político como una muestra más de algo a lo que aferrarse (un amor, el arte, la religión, la revolución...) dentro de las constantes búsquedas humanas.

Por último, y sobrevolando todo lo anterior, está la trama propiamente novelesca, esa en la que diversos personajes tratan de huir de un destino que inexorablemente acaba encontrándolos o de un pasado que solo alcanza su pleno sentido en el instante de la muerte. La búsqueda del absoluto y el desgarramiento interior de los personajes vuelven a ser, al igual que en "El túnel" y en "Héroes y tumbas", temas centrales del libro, aunque en esta ocasión no da lugar a historias y personajes tan apabullantes y brutales.

Pese a esta última apreciación, "Abaddón" constituye un texto imprescindible, sobre todo por dos motivos. El primero es su "modernidad". Se trata de un texto que trata de salir de los límites de la novela en busca, quizá, de la misma totalidad o absoluto que buscan sus personajes. Y esto, pese a su fragmentariedad, lo consigue plenamente. El segundo motivo es que, pese a situarse en un contexto político y geográfico muy concreto, "Abaddón" trasciende ese contexto y se sitúa en el ámbito de lo universal. Las dudas, miedos, terrores y obsesiones más profundas e inconscientes son, básicamente, las mismas y Sábato nos las hace sentir en toda su crudeza.

En fin, que he vuelto a leer, casi 10 años después, "El túnel", "Sobre héroes y tumbas" y "Abaddón el exterminador" y no me arrepiento. Sé que dentro de unos años volveré a leerlos. Seguro.

http://unlibroaldia.blogspot.com/2019/01/ernesto-sabato-abaddon-el-exterminador.html
 
Los Portadores de sueños echa el cierre: ¿qué pasa cuando muere una librería?
Casi mil librerías han cerrado desde la crisis, una avalancha de orfandad que nos hace más necios y zafios

Felix-Gonzalez-Eva-Cosculluela-Zaragoza_1207989211_13023406_1020x574.jpg

Félix González y Eva Cosculluela, fundadores de Los portadores de sueños, en Zaragoza.
KARINA SAINZ BORGO
PERFIL
EMAILTWITTER


PUBLICADO 10.01.2019 - 12:52ACTUALIZADO10.1.2019 - 13:45

Lectores y escritores no han podido recibir la noticia con mayor desolación. Los portadores de sueños ha echado el cierre después de quince años. Esta librería a la que Enrique Vila-Matas se refirió como el abismo, había conseguido mantenerse una década entera cruzando el precipicio, a pesar de la crisis económica, el asedio de plataformas como Amazon e incluso el manifiesto desinterés de los organismos oficiales por la lectura. Y no podrá acusárseles de resistirse a la reconversión, porque trabajaron por renovarse y modernizarse, dentro y fuera de su local. Eva Cosculluela no sólo es una librera, es una activista del libro, una agitadora cultural.

Desde que en el año 2004, Félix González y Eva Cosculluela dejaron la consultoría informática para fundar este local en el número cuatro de la calle Jerónimo Blancas, en pleno centro de Zaragoza, Los portadores de sueños se convirtió en un punto de encuentro: desde David Trueba hasta el mismísimo Pep Guardiola pasaron por ahí para presentar sus libros o cultivar la tertulia inteligente, formas de hacer cultura que irrigaban al mundo del libro al mismo tiempo que se alimentaban de él. En aquel entonces los consultores informáticos dejaron un empleo fijo en una España que vivía sus años de vacas gordas y y lo hicieron para fundar una librería, una de las empresas más enloquecidas y valientes, una que ellos empujaron con inteligencia, dedicación y alegría.

Reconocida en 2012 con el Premio Librería Cultural otorgado por CEGAL y el Ministerio de Cultura, Los portadores de sueños tenía sin embargo una mucho más importante que cualquier reconocimiento oficial: su eterno ajetreo de autores y lectores, esa idea de la literatura como actividad vital… eterno precipicio. La literatura como el más deseable de todos los vértigos. España es el país de Europa con más librerías, 21% con respecto a toda la región, y sin embargo es la que más ha visto cerrar este tipo de establecimientos: cada vez venden menos y arriesgan más. Según el Observatorio de las Librerías correspondiente a 2016, elaborado por Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, el porcentaje de crecimiento mostraba signos de ralentización.

El grueso de la venta de libros en España se concentra en librerías grandes. Las pequeñas y generales de proximidad -como lo fue Los portadores de sueños- no sólo son las que menos ganan, sino las que más pierden y más duramente tienen que competir, algo a lo que Félix González y Eva Cosculluela se entregaron a brazo partido, sin renunciar a la autocrítica ni a la agrupación con el gremio para propiciar su modernización y desarrollo. La oscura noticia del cierre de Los Portadores se suma a desapariciones como la de la mítica Catalònia –sustituida por un local de comida rápida- o la Negra y Criminal, aquel local de culto en la Barceloneta regentado por Paco Camarasa y que echó el cierre en 2015. Casi mil librerías han cerrado desde la crisis, una avalancha de orfandad que nos hace más necios y zafios

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Portadores-suenos-cierre-muere-libreria_0_1207979660.html
 
Back