Qué leer.

Cómo comerse un perro atropellado
Publicado por Ángel Villarino
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Fotografía: Terry Ross (CC BY-SA 2.0).
Engancharse a un buen libro es algo que está al alcance de cualquiera. Tiene más mérito rebuscar en el estiércol, disfrutar de calamidades encuadernadas, de panfletillos mal editados que cogen moho en las tiendas de segunda mano y en las estanterías de los albergues baratos. Manual del aventurero, de Rüdiger Nehberg, cumple los requisitos.

Publicado en los años ochenta, está descatalogado y quizá debería estar también prohibido porque ofrece una serie de consejos que llevan casi indefectiblemente a la muerte. El hilo argumental pasa por sobrevivir en situaciones extremas que, a veces, requieren de habilidades extremas. Habla de técnicas de tortura como si fueran recetas de cocina, intenta persuadir al lector de la conveniencia de portar y usar armas, así como de la necesidad de tener a mano todo tipo de documentos falsos.

Nehberg, un activista alemán que en la portada se da un aire a Chuck Norris y cuya autobiografía incluye episodios totalmente inverosímiles, habla en serio cuando explica cómo defenderse de un tiburón y de una cobra (no necesariamente al mismo tiempo), cómo sobrevivir a un ataque nuclear o cómo conseguir irritar a tus captores para que pierdan la paciencia y te ejecuten (se supone que para dejar de sufrir o para llevarte algún tipo de secreto a la tumba). Es un libro maravilloso para dejar volar la imaginación mientras esperas el metro; quizá algo menos para aplicar sus enseñanzas en una selva o un desierto.

Para sobrevivir, dice Nehberg, hay que alimentarse aprendiendo a interpretar y dominar el asco. Y lo argumenta: existen ascos infundados, como el que provoca masticar un nutritivo gusano; y ascos fundados, véase la arcada derivada de masticar carne putrefacta. Aunque él no lo dice, el aforismo se podría hacer extensible a casi todo. Léanlo en voz alta: sobrevivir pasa por interpretar y dominar el asco.

Nehberg, tranquilos, frena en seco cualquier desviación hacia el lirismo ñoño y la pedantería. Sabe, porque ha tragado muchos gusanos y muchos sables, que resulta más urgente aprender a extraer el veneno de una serpiente del cuerpo de un hombre adulto o enterarse de cómo transportar, despellejar y cocinar un perro atropellado en la carretera.

Con mi ejemplar de Manual del aventurero pasó precisamente eso, pero al revés: lo masticó el perro de mis padres y no hubo más remedio que abandonarlo en la carretera. De no haber sido así, el libro de Nehberg estaría ahora en la misma estantería que Confesiones de un detective privado en Bangkok, otra joya del trash literario.

Si lo buscan en Google, verán que en la portada sale un tipo con sobrepeso vestido como los Blues Brothers y con una chica tailandesa en cada brazo. Los tres sobre un fondo naranja chillón, enmarcado por una tipografía que quedaría cutre en el trabajo escolar de una escuela primaria de Samoa. A partir de la primera página cuenta la historia Warren Olson, un neozelandés que ve el mundo como si hubiese sido educado en la Edad Media y a quien un periodista llamado Steve Leatherconvenció para hacer un libro basado en sus experiencias.

Se suceden situaciones desquiciadas salpicadas de moralejas. Y, seguro que sin buscarlo, consiguen un efecto desconcertante. Es como un libro infantil en el que Blancanieves, de pronto, se empieza a meter rayas en el espejo de la madrastra, el príncipe se desmaya con la boca llena de atún sobre una hamaca de Leroy Merlin y los siete enanitos hacen calvos a los autobuses desde el viaducto de la autopista. Olson, cuya historia hay que enmarcar dentro de un género (los libros para y/o sobre turistas sexuales en Tailandia), dice detallar casos reales a los que se enfrentó como detective privado en Bangkok, casi siempre para verificar la identidad de alguna mujer.

Sus clientes, convertidos en protagonistas del relato, son casi siempre occidentales atrapados en historias turbias con chicas tailandesas, generalmente tres veces más jóvenes que ellos y a quienes a menudo conocieron en bares de chiringuitos playeros. Son seres humillados, depredadores retratados como víctimas patéticas, que consiguen incluso enternecernos cuando se echan a llorar mientras explican cómo han perdido los ahorros de una vida por pasar un par de noches con una camisa de flores paseando por la playa con una veinteañera. Describe timos magistrales de decenas de miles de euros, novias que se transforman en auténticos psicópatas de la noche a la mañana y también amenazas de muerte.

Bajo nombre falso, esconde la identidad de un escocés de cincuenta años que recurrió a los servicios de Olson para verificar el pasado de su prometida, con quien llevaba ya algún tiempo viviendo. El detective viajó al noreste del país, al pueblo natal de la muchacha, y sobornó a un policía para recopilar detalles sobre su vida. Descubrió que solo había mentido en tres cosas: no tenía veintidós años, no era virgen y no era una mujer. El cliente, cuenta Olson, pagó lo que debía y se marchó todo lo dignamente que pudo.

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Calígula, locura y poder en el Imperio
Publicado por Iván Giménez Chueca
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Calígula, Carlsberg Glyptotek. Fotografía: Richard Mortel (CC).
Calígula se ha convertido en uno de los símbolos de la depravación en la Roma imperial. Gobernó apenas cuatro años (37-41 d. C.), pero la fama de sus excesos le ha servido para ganarse un puesto en la historia. Aunque, hoy en día, los historiadores cuestionan las interpretaciones más estereotipadas de este césar.

s*x* y poder. Muchos catalogarían así los cuatro años de gobierno de Calígula. La lista de depravaciones y desvaríos que se le imputan es tan variada como uno desee: incesto con sus hermanas, el palacio imperial convertido en un burdel, considerarse un dios, nombrar cónsul a su caballo… Desde los historiadores romanos hasta las series y películas contemporáneas han utilizado estos tópicos para perpetuar la oscura imagen de este personaje.

El problema para conocer qué hay de cierto y de falso en las perversiones de Calígula es la falta de fuentes históricas imparciales. En Roma acusar a alguien de prácticas sexuales excesivamente libertinas era también decir que era incapaz de gobernar adecuadamente.

En este sentido, conviene remarcar que los testimonios de historiadores romanos que han llegado hasta nuestros días son claramente hostiles. Por ejemplo, Séneca en su obra Sobre la ira le acusa de ser un derrochador y un enfermo sexual. Aunque no hay que perder de vista que este pensador fue acusado de participar en una conspiración contra Calígula.

De igual manera, el historiador judío Filón de Alejandría lo critica en su De la embajada a Cayo y Flacopor querer colocar una estatua suya en el Templo de Jerusalén para ser adorado. Algo que chocaba frontalmente con el estricto monoteísmo hebreo.

Otras dos fuentes romanas que han llegado hasta hoy son Dion Casio y Suetonio. En especial destaca la biografía que el segundo le dedica en su obra Vida de los doce césares. Aunque nuevamente encontramos opiniones interesadas. Ambos historiadores eran nostálgicos de la República, y defendían la posición de los patricios frente a la autoridad más centralizada de los emperadores.

Este último aspecto conviene no perderse de vista. Recordemos que Calígula fue el tercer emperador de Roma. Octavio Augusto había inaugurado el Principado en el año 27 a. C. y aunque el emperador era el centro de poder del estado, aún se mantenía al Senado de la época republicana. Se trataba de una institución simbólica, para mantener cierta ficción de poder entre los patricios. Pero también quedaban muchos nostálgicos que aspiraban a restaurar el poder de la República.

Augusto supo mantener a raya a estos ambiciosos patricios, pero las tensiones y las conspiraciones políticas se exacerbaron durante los gobiernos de Tiberio y Calígula. Curiosamente, dos emperadores que han pasado a la historia con una pésima fama por sus depravaciones.

Por lo tanto, con este panorama, cuesta encontrar una aproximación objetiva a la figura de Calígula. Tampoco ayudan las obras más contemporáneas como la novela y su serie Yo, Claudio o el largometraje de finales de los 70 dirigido por Tinto Brass. En la actualidad, los historiadores siguen debatiendo sobre qué hay de cierto y de mito interesado en todos los actos depravados de los que se acusa a Calígula.

Uno de los trabajos más recientes y que pretenden arrojar luz es Calígula, el autócrata inmaduro (La Esfera de los Libros, 2012) del catedrático de la Universidad Complutense José Manuel Roldán. Lejos de pretender justificar al personaje se plantean una serie de tesis interesantes, como que estaríamos ante un personaje condicionado por una terrible infancia y juventud.

Cayo Julio César Augusto Germánico, nombre completo de Calígula, era hijo de Germánico, uno de los mejores generales romanos de aquel momento. De hecho, «Calígula» significaba ‘pequeñas sandalias’, y era el apodo que los soldados le pusieron cuando era un niño de corta edad que acompañaba a su padre vestido como un legionario.

Su padre falleció en extrañas circunstancias, hecho que propició que su madre, Agripina, acusara al emperador Tiberio de estar detrás de la muerte. El gobernante se habría querido quitar de en medio a un posible rival por el trono. Esto desencadenó una persecución contra la familia de Calígula que terminó con la muerte de su progenitora y sus dos hermanos mayores, Nerón y Druso.

De este modo y con 18 años, Calígula se convirtió en un rehén en la corte de Tiberio. Allí tuvo que sobrevivir a un emperador al que sus opositores también acusaban de haber perdido la cordura y de entregarse a los placeres más extremos. Entre las apetencias que le atribuían destacaba su afición por bañarse junto a niños de corta edad, a los que hacía juguetear entre sus piernas, y a los que llamaba pececillos.

De hecho y por los avatares de la política, Tiberio necesitaba un heredero que también tuviera sangre de Octavio Augusto en sus venas (la madre de Calígula era nieta del primer emperador). Así que Calígula de rehén pasó a heredero, aunque debía compartir el poder con su primo Tiberio Gemelo.

En el año 37, el emperador fallecía. Tal y como se refleja en Yo, Claudio y como apuntan algunas fuentes, Calígula y el jefe de los pretorianos, Macro, remataron al agonizante césar, ahogándolo con la almohada; al poco de vestir la púrpura imperial también ordenó el asesinato de Gemelo.

Pese a estos siniestros primeros pasos, los historiadores romanos nos presentan un inicio de reinado esperanzador. Calígula aprueba una serie de medidas que otorgan más poder al Senado, y mejora la administración fiscal del Imperio.

Aún con esta buena prensa inicial, el joven emperador dio tempranas muestras de sus gustos por los grandes acontecimientos y festejos. Enseguida se presentó como un gran aficionado a los combates de gladiadores, las carreras de caballos, así como las extravagancias en las fiestas en palacio (como servir alimentos recubiertos de una capa oro).

El descenso a los infiernos de Calígula comenzó tras llevar un año en el trono, cuando comenzó a encadenar una serie de terribles acontecimientos. Sufrió una recaída de su enfermedad, su querida hermana Drusila fallecía (el dolor que mostró sirvió para alimentar las acusaciones de incesto por parte de sus rivales) y tuvo que hacer frente a una conspiración organizada por sus otras dos hermanas.

Para algunos investigadores, su complicada juventud, la carga del poder y estos oscuros eventos fueron nefastos para su salud mental, que terminó por quebrarse. A partir de aquí comenzó su etapa más tiránica, en que hizo valer su lema Oderint dum metuan («Que me odien mientras me teman»). Dos años de gobierno autoritario que terminaron cuando murió asesinado por su propia guardia pretoriana y un grupo de senadores durante unos juegos. Su sucesor fue Claudio, alguien que a priori también parecía más dócil a los intereses senatoriales.

Una de las obras de ficción que inciden en este cambio de comportamiento es la pieza teatral Calígula de Albert Camus, que sitúa el giro depravado del emperador en la muerte de su amada hermana Drusila.

Calígula centró su comportamiento tiránico en su desafío a los senadores. En ocasiones haciendo gala de un siniestro sentido del humor, como con la célebre anécdota de nombrar a su caballo Incitatus cónsul. Normalmente se ha atribuido a la demencia del césar, pero otros investigadores han querido ver una manera de desprestigiar a los patricios, al asegurar que hasta un animal podía ocupar un cargo así.

En este tramo final del reinado es cuando pululan todas las historias turbias. Pero el análisis detallado de las fuentes muestra que no debemos creernos todo. Por ejemplo en el caso tan comentado del incesto. Suetonio es claro en sus acusaciones, y dice que trataba públicamente a Drusila como su esposa. Pero otras fuentes más contemporáneas a Calígula, como Séneca, no dicen nada de relaciones sexuales con sus hermanas.

Otro punto a analizar es su crueldad al asesinar a los rivales políticos. Como por ejemplo el comentado asesinato de Gemelo. Este tipo de violencia era habitual en la cultura política romana, todo dependía de la habilidad política del emperador que ordenaba las ejecuciones para pasar a la historia con mejor o peor fama.

Por último, no podemos olvidar los presuntos delirios divinos. El tópico se ilustra a la perfección nuevamente en Yo, Claudio donde John Hurt nos mostraba con una magistral interpretación a un césar obsesionado con ser el mismísimo Zeus. Calígula no inventó la divinización, como muchos le han atribuido. Augusto y Tiberio ya se presentaron como dioses en las provincias orientales. Su novedad fue llevar este culto a Italia. Aunque también hay discusión al respecto, ¿se trataba de otra muestra de su locura o era una maniobra política para reafirmar su poder?

Resulta complicado saber qué hay de cierto y falso en estas afirmaciones. Sin duda, Calígula sufría algún tipo de desequilibrio y esto lo llevó a cometer algunos excesos. Pero es complicado hacerse una idea acertada debido a la visión interesada que ofrecen las fuentes que han llegado hasta nosotros. Además, los novelistas y guionistas contemporáneos han visto en esta rumorología una fuente inagotable de inspiración por lo que se ha perpetuado la imagen siniestra de este emperador.
https://www.jotdown.es/2019/01/caligula-locura-y-poder-en-el-imperio/
 
Donna Tartt: El secreto


Idioma original: inglés
Título original: The Secret History
Año de publicación: 1993
Traducción: Gemma Rovira Ortega
Valoración: recomendable
Vamos a dejarlo en un escueto "recomendable" algo alto. Aunque dudo que muchos fueran capaces de escribir algo así antes de la treintena, ochocientas páginas son demasiadas (aunque se vuele en ellas, especialmente en las dominadas por los diálogos) para una resolución que bordea en lo policial, y he de decir que El jilguero me gustó más, le noté un aire más maduro, un planteamiento más ambicioso, como si aquí Tartt quisiese ser más Easton Ellis (a quien dedica, por cierto, la novela) y allí resultase ser más Franzen.

La sinopsis de la contraportada ya es escueta y con razón. "El secreto" (curiosa traducción del título que acaba relacionándola con ese repugnante tomito de autoayuda de una tal Rhonda Byrne) parte de una trama que, a poco que uno se extienda, revela demasiado pronto sus tiros escondidos. Richard, estudiante de lenguas clásicas es aceptado a regañadientes en un pequeño grupo de estudio, apenas media docena de alumnos, liderado por Julian, el típico profesor de rica estirpe que trabaja sin cobrar y por el gusto del proselitismo cultural. La materia de estudio es el idioma griego clásico, el escenario un campus de una pequeña pero elitista Universidad norteamericana, los personajes, indudables puntos fuertes de esta novela, los integrantes del grupo y algunos otros, ya en trazos más tenues, que se relacionan con ellos, que entran y salen en ese grupo que es cerrado y se cierra más, mera cuestión de supervivencia, cuando uno de sus juegos acaba con daños colaterales. Esa es la premisa del libro, puesta de relevancia en pocos párrafos (como hizo Richard Ford en Canadá), la del crimen involuntario o casual (pequeño hándicap, ese es un detalle que Tartt no aclara con contundencia) que necesita de otro crimen para poder ser perfecto o irresuelto. Este segundo crimen, este segundo asesinato, ya premeditado y calculado a conciencia.
Tartt afrontó esta historia brillante de forma algo irregular. Richard, narrador parece aportar la conciencia que a los otros les falta, parece no disponer de suficiente tiempo para sumergirse de lleno en la locura y ser el único elemento dotado de un sentido común convencional. A la vez parece ser más íntegro y menos volátil, sopesando pros y contras. Richard parece contaminarse con los devaneos insanos de sus compañeros, pero siempre mantener alguna distancia. No es capaz de que ésta sea insalvable, e ineludiblemente se ve involucrado en los hechos principales y en algunas situaciones personales, pero parece representar a esa clase media o baja que no puede permitirse derroches, que contempla cómo la clase alta se entrega a la frivolidad y pierde de vista la normalidad, la elude en su administración de recursos, en la fluidez de las relaciones. Todos esos hijos de empresarios y directivos de alto rango que son sus compañeros parecen constituir, más que un grupo de estudio para mentes brillantes, una especie de galaxia solipsista que, alejada de la realidad, es inconsciente de las consecuencias de sus actos o, peor aún, desprecia estas consecuencias si no le afectan directamente.
Estilísticamente la novela está bien resuelta, aunque se note en ciertos aspectos que fue escrita a través de largos años. El desnivel entre los fragmentos puramente narrativos (ricas descripciones, agudos símiles, lenguaje frondoso) y los más propiamente de acción (unos diálogos no siempre fluidos, como si el narrador no fuera capaz de transcribir literalmente) es a veces demasiado acusado, y, particularmente, cuando todo parece precipitarse hacia una trama más policíaca, especialmente en esa parte intermedia donde, perpetrado el segundo crimen, sus autores intentan regresar a una normalidad que no debe serlo en apariencia, algunas páginas parecen demasiado innecesarias (relleno que, por cierto, me permite que esta novela pueda validarse como "tocho") y desvirtúa un poco la intención del libro, que de lo que podría haber sido (una aguda crítica a esos universitarios de familias ricas que llenan las universidades USA, sean o no de la Ivy League, y a sus aburridas existencias donde todo se arregla pidiendo a los papis que ingresen otra decena de miles de dólares), a lo que acaba siendo, una digna y entretenida, pero desigual, historia, a medio camino entre lo policíaco y lo iniciático. Ninguna queja para una novela escrita por una autora antes de cumplir la treintena, pero que me hace preguntar si constituye, por sí sola, un motivo para tanta repercusión de obras posteriores.
http://unlibroaldia.blogspot.com/2019/01/donna-tartt-el-secreto.html
 
Secretos de la lengua secreta
Publicado por Karlos Zurutuza
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Campamento gitano en Essex, ca. 1897. Fotografía: The Queen’s Empire. Volume 1. Cassell & Co. (DP).
Más o menos todos hemos soñado alguna vez con tener una lengua secreta que no puedan entender nuestros padres, nuestros vecinos o cualquier otro bípedo cuya proximidad nos incomode. Habrán sido menos los que se pusieron alguna vez manos a la obra para desarrollar dicho código pero, de entre estos últimos, probablemente todos optaron por la misma fórmula: crear palabras nuevas e insertarlas en su lengua materna. Pues bien, sepan ustedes que, lejos de hacer una tontería, han creado un pogadolecto: estructura gramatical de A con léxico de B. Ni más ni menos.

Los que más saben de esto son los gitanos. De hecho, el caló no es más que una lengua mixta y secreta que desarrollaron para evitar que sus vecinos entendieran lo que decían. El romaní que sus antepasados se trajeron de Rajastán (al norte de India), y no de Egipto, como se decía en un principio («gitano» deriva de «egiptano»), estaba muy desgastado tras un viaje de siglos. Con todo, quedaban muchas palabras que, bien escogidas, podían convertir su conversación en un misterio indescifrable para los demás. A día de hoy, vocablos como currar, chupa, camelar, chungo, pinrel, churumbel o molar (como sinónimo del verbo «gustar») son de uso común en el castellano, pero expertos como el lingüista holandés Peter Bakker también han documentado variedades vinculadas al sueco, noruego, alemán, inglés, catalán, portugués, vasco, griego, persa, turco, armenio… Allí donde hubo gitanos se hablaron lenguas secretas que, según Bakker, no deben ser consideradas como dialectos ni del idioma dominante ni del romaní. Son pogadolectos.

Piensen que el popular chav del inglés comparte raíz con nuestro chaval y es que, al igual que en el continente, el pogadolecto insular funcionaba la perfección. Para muestra este botón: The mush was jalling down the drom with his gry es la codificación gitana del inglés The man was walking down the road with his horse; «El hombre caminaba por la carretera con su caballo». Resulta que el llamado «anglorromaní» es uno de los pogadolectos gitanos mejor documentados, e incluso se puede escuchar en boca de Brad Pitt en Snatch, o entre esos indómitos gitanos de Birmingham en la maravillosa Peaky Blinders.

Como ocurre con tantísimas otras lenguas, los gitanos hablaban sus respectivos pogadolectos pero apenas los escribían. Así, los lingüistas se han vuelto locos para reconstruir la evolución del romaní medieval en sus múltiples variantes modernas. Para que se hagan una idea, un gitano de Blackburn saludaba con un Sashin?, «¿Qué tal?», y alguien le respondía Mandi adusta kushti, «Estoy muy bien». Ya que estamos, sepan que fetén también es caló.

La base de datos lingüísticos Ethnologue estima el número de hablantes de anglorromaní en torno a los 100 000, y de 460 000 los de caló. No obstante, se trata de cifras difícilmente cotejables y, según muchos, demasiado optimistas. Lo cierto es que el caló sufre una lenta agonía: no llega a desaparecer del todo pero tampoco se puede decir que siga vivo. Muchos grupos gitanos pueden haber conservado algunos elementos propios, como esa entonación que se exagera a menudo en la burla, o un puñado de expresiones ya en desuso. En un estudio realizado de forma conjunta por investigadores de las universidades de Granada y Barcelona en 2011 se constata que la mayoría de los gitanos y gitanas percibían que el caló casi ha desaparecido: «Ya no existe como lo conocían nuestros abuelos y abuelas»; «No queda nada»; «Ya no lo hablamos»; «Se ha perdío todo», eran expresiones que se repetían de forma similar en casi todas las entrevistas, apuntando a una clara sensación de pérdida que, en general, se lamentaba.

Además de regalar la rumba al resto del mundo, los gitanos de Cataluña también han legado al catalán común vocablos como catipén («pudor») guinyar-la («morir»), mentida («mentira») o cangueli («miedo»). Pero hay mucho más. En su tesis doctoral sobre los gitanos catalanes, el periodista y filosofo Eugeni Casanova menciona ciento sesenta comunidades gitanas catalanoparlantes diseminadas por toda Francia, incluyendo el extremo norte y Córcega, que hablarían una variante del catalán del Rosellón mezclada con elementos propios del caló.

Sería el rey Carlos III el que, en 1783 firmaría una pragmática permitiéndoles atravesar el Pirineo. «Las fronteras siempre son una salvación para los gitanos. Los del Empordà, cuando hay guerra en España huyen a Perpinyà, y cuando hay guerra en Francia los de Perpinyà huyen al Empordà», explica el investigador en una entrevista. De su trabajo de campo visitando familias gitanas por todo el hexágono, Casanova subraya que a hablar catalán le llaman «hablar gitano» y que, para muchos, era la primera ocasión que oían a alguien hablar catalán sin ser gitano.

Más secreta todavía

En la península ibérica todos los pogadolectos gitanos tienen una base latina excepto en el caso del vasco. Fue en 1795 cuando el rey Carlos IV envió una carta urgente y desesperada al comisario de comercio de Pau (Francia): «El país de los vascos se halla desolado por unas cuadrilla errantes de personas de los dos sexos que se llaman gitanos». En aquel temprano episodio de colaboración transfronteriza, el monarca español propone batidas conjuntas, «un cordón suficiente de tropas a fin de evitar que esta mala casta se esparza en la España». Pero ya era tarde. Para entonces, los gitanos llevaban más de trescientos años atravesando los Pirineos con sus carretas.

Acampaban siempre en los márgenes de la sociedad vasca por lo que, los que sobrevivieron a la prisión, las órdenes de expulsión —en el lado francés los mandaban a las colonias—, los trabajos forzados o las penas de muerte, fueron escogiendo lugares donde bastaba con alegar ser «oriundo del Reino de Navarra y labrador decente» para quedarse. Lo de «labrador», evidentemente, no implicaba ser propietario de tierras, con lo que se las apañaban gracias a los oficios heredados de sus abuelos: desde hacer calderos hasta esquilar ovejas. Algunos, los menos, desafiaron la tradición embarcándose en algún puerto del Cantábrico, y muchos recurrieron al hurto. Pero hubo más encuentros que desencuentros; los gitanos vascos de hoy en día son producto del mestizaje con las gentes del lugar: autóctonos pasan a formar parte del pueblo gitano y otros que sí lo eran étnicamente, dejan de serlo. Ya en la documentación histórica del Antiguo Régimen se recogen los nombres de familias gitanas locales como los Aguirre, Yturbide, Bustamante o Urtezaval. Quizás la metáfora más elocuente de aquella fusión fue que los gitanos no solo aprendieron la lengua vasca, sino que se inventaron una lengua nueva: el erromintxela.

No obstante, para ser un pogadolecto como Dios manda hay que ir mucho más allá de una simple lista de sustantivos; también hay verbos, adjetivos, adverbios, pronombres… Entre las pruebas curiosas de la consistencia de dicha habla encontramos un poema escrito en erromintxela de Jon Mirande, prolífico escritor vascofrancés: Zoaz mitxaia penintinora, pindro dantzariz tetxalitzen zan, haize khilaoz txokiak upre, ni hari kuti, dibilotua. («Baja la muchacha al río, anda con pies danzantes, el viento juguetón le levanta la falda, y yo me vuelvo loco mirándola»). El significado de esta estrofa escogida al azar es imposible siquiera de intuir desde el euskera.

En el caso del habla de los gitanos vascos todo resulta siempre más confuso. Se ha hecho algún estudio y publicado algún libro sobre esta curiosidad lingüística, pero tanto el habla en sí misma como su número de hablantes han estado siempre rodeadas del mismo velo de misterio que envuelve al romaní vasco desde sus orígenes. Se cuentan con los dedos de una mano las publicaciones en torno al mismo durante las últimas décadas. A finales de los ochenta, Xabier Lagarde y Federico Krutwig le dedicaron un pequeño glosario y un artículo respectivamente y ya en los noventa, la investigadora Alizia Stürtze publicó su Agotak, juduak eta ijitoak Euskal Herrian («Agotes, judíos y gitanos en Euskal Herria») y lo más reciente es el trabajo de David Martín «El pueblo gitano en Euskal Herria», publicado hace dos años. Con el respaldo la Academia de la Lengua Vasca, la Universidad del País Vasco y la asociación Kale Dor Kayiko («Gitanos del mañana») ha desarrollado un trabajo de investigación para rescatar del olvido dicho patrimonio.

Josune Muñoz, filóloga vizcaína de cincuenta y un años, fue la que condujo la primera parte de la investigación durante los noventa en un trabajo que concluyó en 1996. Muñoz situaba entonces la cifra de erromintxelas en torno a los quinientos a este lado del Pirineo. Si bien se cree que aún puede quedar hoy alguno en los valles más angostos del País Vasco francés, la investigadora asegura que el último a este lado de la frontera murió a finales del siglo XX. Quinientas palabras es todo lo que pudo rescatar de la lengua de los gitanos vascos. Por algo era secreta.

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Lucia Berlin: Una noche en el paraíso



Idioma original: Inglés
Título original: Evening in paradise: More stories
Año de publicación: 2018
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino
Valoración: Muy recomendable

-Hola Oriol. Me comentas que te han regalado Una noche en el paraíso. ¿Qué te parece una reseña a cuatro manos? Desde luego, es un libro al que le tengo un montón de ganas. La anterior recopilación de relatos de Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, me fascinó; me pareció que la autora tiene una voz original. Exquisita y cargada de arrojo y belleza. Y además, su condición de personaje relegado al olvido, ninguneado por la industria editorial, le añadía un extra de atractivo, aunque esta es una consideración que nada tenga que ver con el interés o valor de su escritura. Pero bueno, lo que vengo a decirte es que no suele ocurrirme con frecuencia, esperar la salida de un título nuevo con tanta apetencia como con Una noche en el paraíso. Si me gusta tan sólo la mitad de lo que lo hizo Manual para mujeres de la limpieza ya será un gustazo.

-¡Encantado de hacer una reseña contigo, Carlos! La verdad es que yo no he podido leer todavía Manual para mujeres de la limpieza, pero no tardaré en hincarle el diente. Y es que Una noche en el paraíso me ha dejado con ganas de más Lucia Berlin. Por si no se ha notado, esta antología me ha encantado: la mayoría de los relatos que la componen estaban muy bien. Encima, es lo suficientemente variada como para no saturar al lector. De hecho, Berlin me ha parecido capaz de moverse con holgura por registros de lo más distintos. Algunas historias estaban en primera persona, otras en tercera; había textos empañados por un tono algo ingenuo, y otros se decantaban por una voz narradora casi fatalista; cuando te has acostumbrado a los escenarios suburbanos, va y te sale con uno que bien podría haber sido narrado por Stefan Zweig...

-Quizás, Oriol, uno de los rasgos de Lucia Berlin que más me llaman la atención sea la ausencia de cinismo, carencia más que remarcable en alguien que a los treinta y dos años acumulaba tres ex-maridos, cuatro hijos y una rotunda afición al trago. Lucia Berlin (EE.UU., 1936/2004) escribió a lo largo de su vida unos setenta y pico cuentos, veintidós de los cuales están recogidos en Una noche en el paraíso, habiendo asistido en su juventud gracias a su conocimiento del castellano a las clases del escritor aragonés Ramón J. Sender en la Universidad de Nuevo México. Y sí, sus protagonistas parecen tener mucho de ella misma; mujeres que siempre contestan al teléfono y nunca cierran con llave. Mujeres que plantan flores, cultivan carcajadas, sonríen a las visitas inesperadas y leen y cantan a sus hijos, aunque sus vidas parezcan una calamidad, un despropósito, un loco desafío.

-Yo también he localizado en estas narraciones los elementos autobiográficos de los que hablas, Carlos. Uno de los más curiosos aparece en "La barca de la Ilusión" y "Las (ex)mujeres". Ya sabes, cuando dos mujeres apuñalaran al ex-camello de su marido, aunque el herido apenas sangra. Y estoy completamente de acuerdo en que la voz de Berlin, por fatalista que sea, nunca es cínica. Hay relatos en los que habla de las infidelidades o de los prejuicios, por ejemplo, y la tía es capaz de meter humor. Entendámonos: un humor simpático, nunca cáustico. El humor empañaba precisamente "Mi vida es un libro abierto", uno de mis relatos favoritos. Llegados a este punto, ¿puedo preguntarte si hay algún texto que no te haya gustado y por qué?

-Claro que hay relatos que me han gustado y otros que no tanto. En general me han parecido un punto más apesadumbrados y abigarrados que los cuentos recopilados en Manual para mujeres de la limpieza. Me ha llamado al atención la presencia de numerosos personajes en algunas piezas, algunas tan breves, como si la autora quisiera -intencionadamente o no- dejar constancia de la presencia de determinadas personas. Pero si tuviese que destacar alguno, me quedaría con "Perdida en el Louvre" y también con "Lead street, Alburquerque". Por perlas como esta: "Tendríamos dos hijas y una sería dentista y la otra adicta a la cocaína. Bueno, por supuesto, no sabía nada de eso, pero vi que no sería un camino de rosas". O esta otra: "No se trataba solo de que fuese joven. Llevaba toda la vida de un lado a otro. (...) daba la impresión de que nadie le hubiese contado ni enseñado en qué consistía hacerse mayor, formar una familia o ser una esposa. De que una razón de que fuese tan callada era que estaba observando, para ver cómo se hacía". Pero si me preguntas por alguno que no me haya gustado, pues me temo que la respuesta se queda en blanco, porque de verdad que no me parece ninguno prescindible. ¿Qué opinas tú, Oriol?

-Uff... En mi caso, ha habido unos cuatro relatos que no me han gustado. Cosa que no ha arruinado mi experiencia lectora, ¿eh? Pero, por ejemplo, el que da título al volumen me ha dejado bastante tibio. Lo mismo sucedía con "Polvo al polvo". Y justo estas dos historias giraban de forma casi exclusiva alrededor de los hombres. Teniendo en cuenta que gran parte del libro se centraba en la figura femenina, lo cierto es que me hubiera gustado poder disfrutar estas dos piezas.

-Los cuentos aquí reunidos fueron escritos entre 1981 y 1999, publicados sobre todo en revistas y editados en formato libro con posterioridad, sin apenas repercusión entre lectores y crítica. Y ahora, décadas después, se han convertido en un éxito de ventas y han tenido una repercusión extraordinaria. No soy capaz de elaborar una teoría al respecto, pero me alegro porque me parece una escritura valiosa y perdón por la falta de originalidad, lúcida y luminosa. Así que en mi opinión, resultan muy recomendables. ¿Qué opinas tú, Oriol?

-¿Cómo? Ah, perdona, ya estaba buscando Manual para mujeres de la limpieza. Coincido completamente contigo, Carlos. Muy, muy recomendables.


Oriol Vigil & Carlos Ciprés


También de Lucia Berlin en ULAD: Manual para mujeres de la limpieza

http://unlibroaldia.blogspot.com/2019/01/lucia-berlin-una-noche-en-el-paraiso.html
 
Mick Herron: Caballos lentos

Idioma original: inglés


Título original:
Slow Horses
Año de publicación: 2010
Traducción: Enrique de Hériz
Valoración: recomendable


Pese al nombre, la Casa de la Ciénaga no es ningún pub de inspiración dickensiana. No se refiere tampoco de una escape-room gótica ni de una página web sobre cine de terror de serie Z... Y, por supuesto, no se trata ni de una casa de verdad, ni mucho menos de una ciénaga. En esta novela, así es como se conoce al departamento o sección de los servicios de inteligencia británicos donde son destinados aquellos de sus miembros que han cometido fallos graves (o tontos), que han sido elegidos para hacer de cabezas de turco de los errores ajenos o que han sucumbido de una forma u otra a alguna de las muchas debilidades humanas. Dicho en plata: que la han cagado y han pasado a engrosar el grupo de los "caballos lentos", que en el argot de los servicios secretos (y supongo que antes de los hipódromos), son el equivalente a los caballos que se quedan rezagados, sin posibilidad de disputar la carrera y ni siquiera alguno de los puestos de cabeza. Ese es el reino de Jackson Lamb, un veterano de los tiempos de la Guerra Fría sarcástico, gordinflón y flatulento, cuyo cometido parece ser, más que nada, fastidiar a sus subordinados.

Como se puede ver, esta es una novela de espías británicos, pero nada que ver con John Le Carré -un poco sí con Graham Greene- y, desde luego, a años luz de Ian Fleming; aquí lo más parecido que hay a James Bond es River Cartwright, un joven "caballo" que tras un error bien gordo se ha librado de ser expulsado del Servicio tan sólo por la influencia de su abuelo, también un -respetado, en este caso- agente de otra época. Sin embargo, aunque el protagonista de la novela parece ser River, en un primer momento, nos acabamos dando cuenta de que el verdadero personaje principal, el 007 de la novela, es el inefable Lamb (el apellido, como es de suponer, es una ironía del autor), que se ha de desenvolver en un verdadero quilombo de operaciones internas que mezclan terrorismo, grupos de extrema derecha y algún político bastante reconocible en un ambiente pre-Brexit -la novela es del 2010-, pero que ya anuncia la estulticia y confusión (no solo en el UK) que sobrevendría años después y en la que todavía estamos.

Así pues, provisto con esta especie de "doce del patíbulo" (aunque a veces parecen más los polis de Brooklyn Nine-Nine), Mick Herron forja una trama impecable -quizá abusa un poco del engaño al lector-, original y, desde luego, de lo más entretenida, además de enseñarnos un estupendo muestrario de personajes de lo más peculiar aunque, al mismo tiempo, creíbles gracias a una construcción sólida y compleja. Lo extraño, la verdad, es que esta novela, al igual que el resto de la serie que inaugura, dedicada a Lamb y sus chicos, no hubiese sido hasta hace bien poco publicada en castellano. En fin, nunca es tarde...

Por cierto, y como detalle que todos los biblionecrófilos agradecemos a Mr. Herron: en el libro aparece la tumba de Blake (está en el mismo cementerio que la de Daniel Defoe, al parecer)... Eso sí, cuando se escribió esta novela, aún no lucía su nueva lápida... ; )

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Lev Tolstoi: La felicidad conyugal



Idioma original:
ruso
Título original: Семейное счастие
Año de publicación: 1859
Valoración: Recomendable




Detrás de un título así de contundente encontramos una historia sencilla, narrada por Masha, una adolescente huérfana, heredera de una propiedad agrícola, no muy extensa según parece, que lleva una vida plácida junto a su hermana pequeña y el aya. La tristeza por el reciente fallecimiento de su madre se diluye un poco gracias a las frecuentes visitas de un antiguo amigo del padre, un hombre soltero que idealiza y al que acaba declarándose.
Con estos mimbres podríamos esperar cualquier cosa, pero se trata de un argumento concebido a mediados del siglo XIX cuyo autor es León Tolstoi, nada menos: aristócrata ruso de la época arraigado al terruño, de ahí su innegable conocimiento del ambiente descrito en la novela.
La felicidad conyugal es su primera novela no autobiográfica, anterior por tanto a sus obras mayores y mucho más célebres que esta. Sin embargo, y a pesar de no llegar a las doscientas páginas en formato pequeño, del reducido número de personajes –algunos apenas esbozados- y de la sencillez de la anécdota, su genialidad posterior se manifiesta ya en la exactitud del lenguaje, en la eficacia y belleza de las descripciones, en su agudeza psicológica y en que le bastan unas pinceladas para retratar con rigor a la alta sociedad de San Petersburgo.
La primera parte –y más lograda, creo- es un más que convincente ejercicio de introspección que nos pone en la piel de la protagonista mostrándonos sus inseguridades y sus sueños. Finalmente, asistimos al desarrollo de una relación que parece idílica pero cuya asimetría no parece presagiar nada bueno. La cosa cambia cuando se registran las incidencias de esa vida matrimonial que anuncia el título, porque entonces el Tolstoi moralista que tan bien conocemos no puede evitar meter baza y, progresivamente, adueñarse de la historia imponiendo su punto de vista aún a costa de forzar los acontecimientos, de eludir lo que no le conviene y hasta de alterar el carácter de los personajes para que coincidan con sus propósitos. Con ello pierde verosimilitud y coherencia pero, eso sí, sus tesis quedan intactas. ¿Cuáles son esas tesis? Pues que la vida mundana es peligrosa, que el marido ha de imponer su autoridad, y si no lo hace la esposa acabará reclamándola, que la pasión es un elemento dañino en las relaciones, que hasta un beso en la mejilla recibido involuntariamente de otro convierte en culpable a la mujer etc.
Contra lo que pueda parecer, y algunos críticos defienden, no creo que se trate de abogar por algo tan obvio como la transformación de un sentimiento impetuoso en algo más tranquilo y duradero. Porque el resquemor se ha instalado en la pareja y convivirán con él, y entre ellos, como si fuesen dos extraños hasta que la muerte los separe. Y ella, a su pesar, se ve obligada a aceptar ese estado de cosas porque es la decisión de su marido. Un castigo perpetuo, como el de Karenin impidiendo a Ana tener contacto con su hijo. La cuestión estaría en averiguar si Masha es o no la precursora de Ana Karenina. En ese caso, la copia sería más convincente que el modelo al estar la trama mejor resuelta, además, el personaje transgrede mucho más las normas ofreciendo a su autor la oportunidad de ensañarse con ella a gusto. Supongo que, sobre el papel, es preferible un drama, por espantoso que sea, a un desenlace tan insulso como este. Y es que, aunque discrepe con ambos mensajes, si esta segunda parte sirvió de ensayo para tamaño novelón, podemos perdonar a Tolstoi cualquier incongruencia.


Del mismo autor: Guerra y paz, Sonata a Kreutzer, Ana Karenina,

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LOS EDUARDIANOS

VITA SACKVILLE-WEST



La aristócrata inglesa, mejor amiga (amante) de Virginia Woolf y miembro del grupo de Bloomsbury nos brinda un retrato de la alta sociedad inglesa durante el reinado de Eduardo VII (1901-1910), hijo de la reina Victoria, sin censuras ni restricciones, que produjo muchas ampollas tras su publicación. Como dice la autora al inicio: "Ninguno de los personajes puede considerarse totalmente ficticio"​
 
Los Bandas Negras, el ejército de los muertos de hambre
Publicado por Martín Sacristán
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La estatua de Giovanni delle Bande Nere (Giovanni de Médici) de Temistocle Guerrazzi en la Galería Uffizi, Florencia. Fotografía: Joanbanjo (CC).
El Renacimiento supuso un radical salto adelante en el desarrollo de las guerras, porque, además de alcanzar una mayor dimensión, dieron el protagonismo al soldado de a pie. Y si en el campo de la cultura fue el desembolso de los mecenas el que hizo posible el desarrollo artístico y literario, en el militar fueron el hambre y la miseria los factores que fomentaron una verdadera revolución en el modo de combatir, tanto en el aspecto táctico como en el económico. Desde su mismo origen, pues el aumento demográfico de principios del siglo XVI en Europa dejó a grandes masas de hombres jóvenes sin empleo. La guerra mercenaria se convirtió así en un recurso con el que comer y vestirse.

La demanda de mercenarios se debió también al escenario geopolítico. El Imperio germánico, la Corona de España y la de Francia se disputaban los territorios italianos. Supuestos derechos hereditarios de los monarcas justificaban las campañas de ocupación, aunque el objetivo final fuera dominar el comercio marítimo en el Mediterráneo, y por tanto recibir los lucrativos ingresos del comercio con Oriente. Ninguno de los poderes en disputa llegó a conseguir una victoria definitiva, y ello provocó que el conflicto se extendiera durante más de medio siglo. Esta prolongación de la contienda obligó como nunca a limitar los recursos económicos destinados a la guerra. Un modo efectivo de ahorrar era contratar o despedir a ejércitos profesionales según las necesidades de campaña, reduciendo el coste de desplazamiento y manutención de un ejército propio de mayores dimensiones. Los monarcas, además, estaban encantados con la idea de que las batallas pudieran resolverse entre cuerpos de infantería. Alimentar y reponer las muertes de un ejército de hombres comunes era mucho más económico que negociar con los miembros de la alta nobleza los beneficios que obtendrían por aportar sus ejércitos privados a las guerras. Por todo ello las propias casas reales fomentaron la llamada al reclutamiento de mercenarios en sus reinos.

La idea de la guerra como oficio permanente era relativamente novedosa, al menos entre los estamentos que no pertenecían a la nobleza. Para el hombre común era también la peor solución para salir de la miseria. La vida del soldado implicaba sufrir la misma pobreza de la que se escapaba, incluidos hambre y frío, además del peligro de muerte o mutilación. En realidad, la gran ventaja era dejar de estar solo y abandonado a tu propia suerte, obteniendo el apoyo de un grupo de compañeros que hacía más fácil comer y vestirse.

Incluso en la procedencia de los ejércitos de infantería del Renacimiento encontramos estas condiciones de extrema necesidad. La mayor parte de los efectivos de los piqueros suizos, primer ejército de mercenarios relevante, procedía de los cantones más montañosos y empobrecidos. Los lansquenetes, la infantería alemana, eran en origen hijos de siervos, entregados a sus señores con tal de que los alimentaran, para servirles como criados en la guerra y saquear con una pica el campamento enemigo, acabada la batalla. Los españoles por su parte se habían quedado sin el recurso de emigrar a tierras musulmanas una vez terminó la guerra de Granada. Con más hermanos en cada familia, y menos oportunidades laborales en los oficios de artesanos, el ejército era la única salida.

Pero cuando comenzaron las guerras de Italia los cuerpos de infantería no eran todavía decisivos en la batalla. Tuvieron que librarse cinco guerras sucesivas, entre el año 1494 y 1526, para que se consolidaran. Y ello porque aún predominaban las tácticas de combate medievales, basadas en la caballería pesada. Los nobles seguían vanagloriándose de decidir las batallas combatiendo en primera línea con caballeros iguales o superiores a ellos mismos. Es la concepción que encontramos en los cantares de gesta, cuando personajes como el Cid, Roldán o el Sigfrido de los Nibelungos deciden una guerra venciendo a un único enemigo. Con idéntica mentalidad, el noble de principios del XVIdespreciaba a esos desharrapados infantes que combatían a pie, siervos de la gleba con los que no se rebajaría a medirse. Tan solo se avenían a hacer una carga contra los piqueros suizos, los lansquenetes o los españoles cuando podían con ello decidir el final de una batalla. Pero la presencia cada vez mayor de infantes mercenarios, y la de la artillería con arcabuces y cañones, hacía que esta táctica se revelara cada vez más inútil. El general italiano Giovanni de Médici fue de los primeros en advertirlo y aprovecharlo en su favor. Lo hizo identificando cuál era la principal ventaja de los piqueros suizos, los lansquenetes y los españoles. Ni su fiereza, ni su número, ni su modo de combatir. Era su indigencia personal lo que les hacía viables como la mejor opción de combate.

Giovanni de Médici estaba lejos de poseer las riquezas propias de su familia. Carecía al menos del capital necesario para organizar un cuerpo de caballería pesada, la opción favorita de los nobles de su tiempo, y alquilarlo como ejército mercenario, haciéndose rico con ello. Así que optó por una opción más económica, pensada además para neutralizar a la infantería, que comenzaba a resultar efectiva para decidir las batallas. Organizó un cuerpo de caballería ligera con una raza de caballos turcos pequeños, y baratos por su poca demanda, y entrenó a sus hombres para disparar los arcabuces mientras montaban. De este modo podía realizar rápidos avances y retirarse antes de sufrir bajas, haciendo mucho daño en los cuerpos de piqueros y matándolos a distancia sin ponerse al alcance de sus lanzas.

Alcanzó un gran éxito inicial y enseguida fue muy demandado por diferentes líderes italianos como cuerpo mercenario. En cuanto obtuvo ciertas ganancias con esta actividad, las invirtió para crear un ejército de soldados de a pie. Recorriendo los pueblos y ciudades a la búsqueda de jóvenes italianos pobres que quisieran unírsele. El coste de hacerse soldado de infantería en el ejército de Giovanni de Médici era mínimo para el voluntario. En el mejor de los escenarios debería llegar provisto de una pica. Su coste era equivalente al de una hoz y una reja de arado para el campesino, o a un juego básico de herramientas para el aprendiz en el taller de un maestro artesano. Eso lo convertía en una salida laboral viable para los pobres. Pero incluso si eran tan miserables como para no poder comprarse la pica, los capitanes del condotiero les proveerían de ella descontándola de su futura paga. De pronto, centenares de muchachos abandonados a su suerte y a la mendicidad eran adoptados y tratados como hijos por un noble Médici. O al menos así se sentían cuando se les ofrecía un techo —las tiendas del campamento—, comida a diario y un oficio. El general se ocupaba de conocerlos personalmente, llamándolos siempre por su nombre de pila. Les pedía a cambio, eso sí, completa fidelidad y entrega en el campo de batalla, atender el entrenamiento continuo y responder con su vida a la disciplina del cuerpo. Tampoco estaban mal pagados. Un jornalero campesino ganaba 8,5 sueldos al día, un aprendiz o trabajador sin cualificar, 9,2, y un piquero sin armadura, 12,43. Aunque no cobraban a menudo, y los capitanes de Médici preferían mantenerles en un estado continuo de necesidad, en parte para que no desertaran y en parte para que se sintieran más motivados a la hora de ganar al enemigo y saquear su campamento.

Con este nuevo ejército, que llegaría a ser conocido como los Bandas Negras, el Médici infligió una derrota aplastante a los hasta entonces imbatibles piqueros suizos. Combatiéndoles además a pie y con sus mismas armas, combinación de arcabuces y picas, y demostrando que la disciplina de sus hombres acababa imponiéndose a cualquier cuerpo mercenario, porque, si los suizos luchaban por dinero y podían retirarse si no veían la ganancia clara, los del Médici no tenían tal oportunidad. Si abandonaban o se mostraban flojos serían colgados por su general al terminar la batalla. Aunque tampoco debemos minimizar la importancia de la fidelidad a sus compañeros y a su general como una cuestión de honor y orgullo personal. La adoración de los Bandas Negras por su líder presenta muchos paralelismos con conceptos como «defensa de la patria» o «fidelidad a la bandera», que acabarían formando parte indisoluble de la actividad militar hasta el día de hoy. Y que incluso animan al sacrificio personal en pro de un bien mayor.

Cuando un nuevo papa, Clemente VII, decidió cambiar las alianzas internacionales de la Santa Sede, Giovanni de Médici se convirtió en un hombre esencial en la política italiana. El pontífice iba a enfrentarse ahora a Carlos V, y el ejército del condotiero sería la aportación de la Iglesia al bando de Francisco I, rey de Francia, y enemigo del emperador. Giovanni de Médici dio a este monarca una gran ventaja táctica, salvaguardando todas las retiradas de los franceses y combatiendo con éxito a lansquenetes, españoles y suizos, todos en el bando del emperador. Pero el soberano galo, todavía con la mentalidad militar medieval, no valoraba demasiado su trabajo. Estaba convencido de que su cuerpo de caballería pesada y sus gigantes cañones, los mayores de la época, decidirían la guerra. Si bien es cierto que ni sus caballeros lograban detener a los infantes, ni los cañones llegaban nunca a tiempo por la dificultad de mover su enorme peso por los caminos, a menudo embarrados o demasiado estrechos. Giovanni de Médici se desesperaba intentando convencerle de que cambiara su estrategia para vencer. Pero Francisco I se reía, recordándole que él y sus nobles estaban por encima en nobleza y, por tanto, en capacidad.

Antes de que la batalla de Pavía de 1526 decidiera la guerra entre el bando imperial y el francés, Giovanni de Médici murió por un disparo de cañón. Los capitanes de su ejército, lo mismo que sus hombres de a pie, vistieron luto, llevando a partir de entonces fajas negras y ropas y estandartes de ese color. Fue el momento en que empezaron a ser conocidos como los Bandas Negras, y su propio general fallecido es hoy nombrado muchas veces como «Giovanni dalle Bande Nere», Juan de las Bandas Negras. Todos los soldados de la época llevaban a gala vestir con vivos colores, por lo que hacían un vivo contraste con el resto de ejércitos. Aunque lo que pareció verdaderamente extraño a todos los hombres de su época fue que no se disolvieran una vez su líder había desaparecido. La disciplina y organización del Médici había sido heredada por sus capitanes, que decidieron seguir alquilándose como mercenarios. Pero Francisco I rechazó su ofrecimiento de continuar combatiendo al lado del bando francés, en parte porque ninguno de sus nuevos líderes era de alta cuna y en parte porque dudaba de su fidelidad. En ningún momento sopesó la importancia estratégica de este cuerpo de infantería, un error que iba a costarle muy caro.

Los ejércitos a que iban a enfrentarse los franceses en la batalla de Pavía ya no eran los mismos del inicio de la guerra. A fuerza de combatir contra los Bandas Negras habían observado que estos debían su éxito a la capacidad de mantenerse en formación cerrada, apoyados por los arcabuceros, y moviéndose como un solo hombre, capaz de cambiar la dirección de su ataque muy rápidamente a los toques de tambor y corneta. Era fruto del obsesivo entrenamiento a que los sometía el Médici, y la razón de que fueran tan mortíferos. Alemanes, suizos y españoles habían observado, aprendido, y copiado.

Cuando se produjo la batalla, la infantería española llevaba mucho tiempo cercada en Pavía. Salieron como refuerzos en el momento en que el resto de la infantería imperial atacaba en masa a los franceses, animados además por la idea de que en el campamento enemigo encontrarían la comida que les faltaba. En ningún momento perdieron la formación ni se dispersaron y los Bandas Negras no estaban allí para frenarlos. En ese punto Francisco I tuvo la luminosa idea de decidir la batalla con la carga de su caballería pesada. La masacre fue absoluta. Los soldados de a pie se movían como un solo hombre, en carga cerrada, al toque de cornetas y tambores, y la caballería francesa caía ante sus picas y arcabuces. En pocos minutos el monarca se vio en el suelo, con la espada de un soldado vasco en la garganta. Un muerto de hambre acababa de atrapar a un rey y sus compañeros habían acabado con la poderosa caballería pesada heredada de la Edad Media. El modo de hacer la guerra había cambiado, y las repercusiones alcanzarían incluso a los hombres reclutados en la Segunda Guerra Mundial.

Los Bandas Negras desaparecieron dos años después de la batalla de Pavía, debido al desgaste y a sucesivos desastres militares. Pero su herencia permaneció viva muchos siglos, y no solo en lo referente a tácticas militares. Una de las cosas que les copiaron el resto de ejércitos fue mantener a los soldados en la necesidad. Y esa fue una de las características más destacadas del ejército que triunfaría en todos los frentes de batalla hasta el año 1643, los Tercios Españoles. Cervantes, por medio del Quijote, reflejaría esa realidad basándose en su biografía, pues el autor fue soldado de los Tercios en Nápoles. Refiriéndose al soldado, afirma que «veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca». Añade que tiene por todo abrigo una chaqueta corta, sin camisa debajo. Si en mitad del campo siente frío, puede calentarse con el aliento de su boca, aunque salga helado porque tiene el estómago vacío. Y menos mal, añade, que cuando le toque dormir no encontrará estrecha la cama, porque allí estará la tierra entera para tenderse en ella, y sin preocuparse de que se muevan las sábanas y quede destapado. Todos los soldados rasos e hijos de nadie, enrolados de grado o por fuerza, han seguido sufriendo hasta nuestros días de forma parecida en todas las guerras. Empresas económicas, al fin, que reducen sus costos ahorrando en salarios y recordando así el éxito de aquel primer ejército de muertos de hambre capaz de demostrar que podían ganarse batallas con muy poco.
https://www.jotdown.es/2019/01/los-bandas-negras-el-ejercito-de-los-muertos-de-hambre/
 
Los Bandas Negras, el ejército de los muertos de hambre
Publicado por Martín Sacristán
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La estatua de Giovanni delle Bande Nere (Giovanni de Médici) de Temistocle Guerrazzi en la Galería Uffizi, Florencia. Fotografía: Joanbanjo (CC).
El Renacimiento supuso un radical salto adelante en el desarrollo de las guerras, porque, además de alcanzar una mayor dimensión, dieron el protagonismo al soldado de a pie. Y si en el campo de la cultura fue el desembolso de los mecenas el que hizo posible el desarrollo artístico y literario, en el militar fueron el hambre y la miseria los factores que fomentaron una verdadera revolución en el modo de combatir, tanto en el aspecto táctico como en el económico. Desde su mismo origen, pues el aumento demográfico de principios del siglo XVI en Europa dejó a grandes masas de hombres jóvenes sin empleo. La guerra mercenaria se convirtió así en un recurso con el que comer y vestirse.

La demanda de mercenarios se debió también al escenario geopolítico. El Imperio germánico, la Corona de España y la de Francia se disputaban los territorios italianos. Supuestos derechos hereditarios de los monarcas justificaban las campañas de ocupación, aunque el objetivo final fuera dominar el comercio marítimo en el Mediterráneo, y por tanto recibir los lucrativos ingresos del comercio con Oriente. Ninguno de los poderes en disputa llegó a conseguir una victoria definitiva, y ello provocó que el conflicto se extendiera durante más de medio siglo. Esta prolongación de la contienda obligó como nunca a limitar los recursos económicos destinados a la guerra. Un modo efectivo de ahorrar era contratar o despedir a ejércitos profesionales según las necesidades de campaña, reduciendo el coste de desplazamiento y manutención de un ejército propio de mayores dimensiones. Los monarcas, además, estaban encantados con la idea de que las batallas pudieran resolverse entre cuerpos de infantería. Alimentar y reponer las muertes de un ejército de hombres comunes era mucho más económico que negociar con los miembros de la alta nobleza los beneficios que obtendrían por aportar sus ejércitos privados a las guerras. Por todo ello las propias casas reales fomentaron la llamada al reclutamiento de mercenarios en sus reinos.

La idea de la guerra como oficio permanente era relativamente novedosa, al menos entre los estamentos que no pertenecían a la nobleza. Para el hombre común era también la peor solución para salir de la miseria. La vida del soldado implicaba sufrir la misma pobreza de la que se escapaba, incluidos hambre y frío, además del peligro de muerte o mutilación. En realidad, la gran ventaja era dejar de estar solo y abandonado a tu propia suerte, obteniendo el apoyo de un grupo de compañeros que hacía más fácil comer y vestirse.

Incluso en la procedencia de los ejércitos de infantería del Renacimiento encontramos estas condiciones de extrema necesidad. La mayor parte de los efectivos de los piqueros suizos, primer ejército de mercenarios relevante, procedía de los cantones más montañosos y empobrecidos. Los lansquenetes, la infantería alemana, eran en origen hijos de siervos, entregados a sus señores con tal de que los alimentaran, para servirles como criados en la guerra y saquear con una pica el campamento enemigo, acabada la batalla. Los españoles por su parte se habían quedado sin el recurso de emigrar a tierras musulmanas una vez terminó la guerra de Granada. Con más hermanos en cada familia, y menos oportunidades laborales en los oficios de artesanos, el ejército era la única salida.

Pero cuando comenzaron las guerras de Italia los cuerpos de infantería no eran todavía decisivos en la batalla. Tuvieron que librarse cinco guerras sucesivas, entre el año 1494 y 1526, para que se consolidaran. Y ello porque aún predominaban las tácticas de combate medievales, basadas en la caballería pesada. Los nobles seguían vanagloriándose de decidir las batallas combatiendo en primera línea con caballeros iguales o superiores a ellos mismos. Es la concepción que encontramos en los cantares de gesta, cuando personajes como el Cid, Roldán o el Sigfrido de los Nibelungos deciden una guerra venciendo a un único enemigo. Con idéntica mentalidad, el noble de principios del XVIdespreciaba a esos desharrapados infantes que combatían a pie, siervos de la gleba con los que no se rebajaría a medirse. Tan solo se avenían a hacer una carga contra los piqueros suizos, los lansquenetes o los españoles cuando podían con ello decidir el final de una batalla. Pero la presencia cada vez mayor de infantes mercenarios, y la de la artillería con arcabuces y cañones, hacía que esta táctica se revelara cada vez más inútil. El general italiano Giovanni de Médici fue de los primeros en advertirlo y aprovecharlo en su favor. Lo hizo identificando cuál era la principal ventaja de los piqueros suizos, los lansquenetes y los españoles. Ni su fiereza, ni su número, ni su modo de combatir. Era su indigencia personal lo que les hacía viables como la mejor opción de combate.

Giovanni de Médici estaba lejos de poseer las riquezas propias de su familia. Carecía al menos del capital necesario para organizar un cuerpo de caballería pesada, la opción favorita de los nobles de su tiempo, y alquilarlo como ejército mercenario, haciéndose rico con ello. Así que optó por una opción más económica, pensada además para neutralizar a la infantería, que comenzaba a resultar efectiva para decidir las batallas. Organizó un cuerpo de caballería ligera con una raza de caballos turcos pequeños, y baratos por su poca demanda, y entrenó a sus hombres para disparar los arcabuces mientras montaban. De este modo podía realizar rápidos avances y retirarse antes de sufrir bajas, haciendo mucho daño en los cuerpos de piqueros y matándolos a distancia sin ponerse al alcance de sus lanzas.

Alcanzó un gran éxito inicial y enseguida fue muy demandado por diferentes líderes italianos como cuerpo mercenario. En cuanto obtuvo ciertas ganancias con esta actividad, las invirtió para crear un ejército de soldados de a pie. Recorriendo los pueblos y ciudades a la búsqueda de jóvenes italianos pobres que quisieran unírsele. El coste de hacerse soldado de infantería en el ejército de Giovanni de Médici era mínimo para el voluntario. En el mejor de los escenarios debería llegar provisto de una pica. Su coste era equivalente al de una hoz y una reja de arado para el campesino, o a un juego básico de herramientas para el aprendiz en el taller de un maestro artesano. Eso lo convertía en una salida laboral viable para los pobres. Pero incluso si eran tan miserables como para no poder comprarse la pica, los capitanes del condotiero les proveerían de ella descontándola de su futura paga. De pronto, centenares de muchachos abandonados a su suerte y a la mendicidad eran adoptados y tratados como hijos por un noble Médici. O al menos así se sentían cuando se les ofrecía un techo —las tiendas del campamento—, comida a diario y un oficio. El general se ocupaba de conocerlos personalmente, llamándolos siempre por su nombre de pila. Les pedía a cambio, eso sí, completa fidelidad y entrega en el campo de batalla, atender el entrenamiento continuo y responder con su vida a la disciplina del cuerpo. Tampoco estaban mal pagados. Un jornalero campesino ganaba 8,5 sueldos al día, un aprendiz o trabajador sin cualificar, 9,2, y un piquero sin armadura, 12,43. Aunque no cobraban a menudo, y los capitanes de Médici preferían mantenerles en un estado continuo de necesidad, en parte para que no desertaran y en parte para que se sintieran más motivados a la hora de ganar al enemigo y saquear su campamento.

Con este nuevo ejército, que llegaría a ser conocido como los Bandas Negras, el Médici infligió una derrota aplastante a los hasta entonces imbatibles piqueros suizos. Combatiéndoles además a pie y con sus mismas armas, combinación de arcabuces y picas, y demostrando que la disciplina de sus hombres acababa imponiéndose a cualquier cuerpo mercenario, porque, si los suizos luchaban por dinero y podían retirarse si no veían la ganancia clara, los del Médici no tenían tal oportunidad. Si abandonaban o se mostraban flojos serían colgados por su general al terminar la batalla. Aunque tampoco debemos minimizar la importancia de la fidelidad a sus compañeros y a su general como una cuestión de honor y orgullo personal. La adoración de los Bandas Negras por su líder presenta muchos paralelismos con conceptos como «defensa de la patria» o «fidelidad a la bandera», que acabarían formando parte indisoluble de la actividad militar hasta el día de hoy. Y que incluso animan al sacrificio personal en pro de un bien mayor.

Cuando un nuevo papa, Clemente VII, decidió cambiar las alianzas internacionales de la Santa Sede, Giovanni de Médici se convirtió en un hombre esencial en la política italiana. El pontífice iba a enfrentarse ahora a Carlos V, y el ejército del condotiero sería la aportación de la Iglesia al bando de Francisco I, rey de Francia, y enemigo del emperador. Giovanni de Médici dio a este monarca una gran ventaja táctica, salvaguardando todas las retiradas de los franceses y combatiendo con éxito a lansquenetes, españoles y suizos, todos en el bando del emperador. Pero el soberano galo, todavía con la mentalidad militar medieval, no valoraba demasiado su trabajo. Estaba convencido de que su cuerpo de caballería pesada y sus gigantes cañones, los mayores de la época, decidirían la guerra. Si bien es cierto que ni sus caballeros lograban detener a los infantes, ni los cañones llegaban nunca a tiempo por la dificultad de mover su enorme peso por los caminos, a menudo embarrados o demasiado estrechos. Giovanni de Médici se desesperaba intentando convencerle de que cambiara su estrategia para vencer. Pero Francisco I se reía, recordándole que él y sus nobles estaban por encima en nobleza y, por tanto, en capacidad.

Antes de que la batalla de Pavía de 1526 decidiera la guerra entre el bando imperial y el francés, Giovanni de Médici murió por un disparo de cañón. Los capitanes de su ejército, lo mismo que sus hombres de a pie, vistieron luto, llevando a partir de entonces fajas negras y ropas y estandartes de ese color. Fue el momento en que empezaron a ser conocidos como los Bandas Negras, y su propio general fallecido es hoy nombrado muchas veces como «Giovanni dalle Bande Nere», Juan de las Bandas Negras. Todos los soldados de la época llevaban a gala vestir con vivos colores, por lo que hacían un vivo contraste con el resto de ejércitos. Aunque lo que pareció verdaderamente extraño a todos los hombres de su época fue que no se disolvieran una vez su líder había desaparecido. La disciplina y organización del Médici había sido heredada por sus capitanes, que decidieron seguir alquilándose como mercenarios. Pero Francisco I rechazó su ofrecimiento de continuar combatiendo al lado del bando francés, en parte porque ninguno de sus nuevos líderes era de alta cuna y en parte porque dudaba de su fidelidad. En ningún momento sopesó la importancia estratégica de este cuerpo de infantería, un error que iba a costarle muy caro.

Los ejércitos a que iban a enfrentarse los franceses en la batalla de Pavía ya no eran los mismos del inicio de la guerra. A fuerza de combatir contra los Bandas Negras habían observado que estos debían su éxito a la capacidad de mantenerse en formación cerrada, apoyados por los arcabuceros, y moviéndose como un solo hombre, capaz de cambiar la dirección de su ataque muy rápidamente a los toques de tambor y corneta. Era fruto del obsesivo entrenamiento a que los sometía el Médici, y la razón de que fueran tan mortíferos. Alemanes, suizos y españoles habían observado, aprendido, y copiado.

Cuando se produjo la batalla, la infantería española llevaba mucho tiempo cercada en Pavía. Salieron como refuerzos en el momento en que el resto de la infantería imperial atacaba en masa a los franceses, animados además por la idea de que en el campamento enemigo encontrarían la comida que les faltaba. En ningún momento perdieron la formación ni se dispersaron y los Bandas Negras no estaban allí para frenarlos. En ese punto Francisco I tuvo la luminosa idea de decidir la batalla con la carga de su caballería pesada. La masacre fue absoluta. Los soldados de a pie se movían como un solo hombre, en carga cerrada, al toque de cornetas y tambores, y la caballería francesa caía ante sus picas y arcabuces. En pocos minutos el monarca se vio en el suelo, con la espada de un soldado vasco en la garganta. Un muerto de hambre acababa de atrapar a un rey y sus compañeros habían acabado con la poderosa caballería pesada heredada de la Edad Media. El modo de hacer la guerra había cambiado, y las repercusiones alcanzarían incluso a los hombres reclutados en la Segunda Guerra Mundial.

Los Bandas Negras desaparecieron dos años después de la batalla de Pavía, debido al desgaste y a sucesivos desastres militares. Pero su herencia permaneció viva muchos siglos, y no solo en lo referente a tácticas militares. Una de las cosas que les copiaron el resto de ejércitos fue mantener a los soldados en la necesidad. Y esa fue una de las características más destacadas del ejército que triunfaría en todos los frentes de batalla hasta el año 1643, los Tercios Españoles. Cervantes, por medio del Quijote, reflejaría esa realidad basándose en su biografía, pues el autor fue soldado de los Tercios en Nápoles. Refiriéndose al soldado, afirma que «veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca». Añade que tiene por todo abrigo una chaqueta corta, sin camisa debajo. Si en mitad del campo siente frío, puede calentarse con el aliento de su boca, aunque salga helado porque tiene el estómago vacío. Y menos mal, añade, que cuando le toque dormir no encontrará estrecha la cama, porque allí estará la tierra entera para tenderse en ella, y sin preocuparse de que se muevan las sábanas y quede destapado. Todos los soldados rasos e hijos de nadie, enrolados de grado o por fuerza, han seguido sufriendo hasta nuestros días de forma parecida en todas las guerras. Empresas económicas, al fin, que reducen sus costos ahorrando en salarios y recordando así el éxito de aquel primer ejército de muertos de hambre capaz de demostrar que podían ganarse batallas con muy poco.
https://www.jotdown.es/2019/01/los-bandas-negras-el-ejercito-de-los-muertos-de-hambre/

La madre de Juan, Bandas Negras, Caterina Sforza (Milan, 1463 - Florencia, 1509), fué una mujer increíble.



Gran enemiga de los Borgia, que la llamaron Diablesa, Virago y mil cosas semejantes para una mujer que se enfrentó a ellos como un hombre, vivió su vida como tal. Hija ilegítima del hermano mayor de Ludovico el Moro, fue casada con 13 años con un aliado, el conde de Imola, Girolamo Riario, sobrino del Papa Sixto IV, del que sufrió infidelidades pero al que dió 6 hijos.Su esposo fué asesinado a cuchilladas por desafectos y las tropas enemigas del Papa Borgia capturaron a los hijos de Caterina, instándola a rendir la plaza so pena de asesinarlos. Ella se subió a las almenas y levantando sus faldas gritó: "Tengo el instrumento para fabricar más". Ante esa actitud, sus enemigos le devolvieron a sus hijos levantando el sitio al castillo.

También tuvo que hacer frente a las tropas de Carlos VIII de Francia defendiendo sus ciudades.

Tras su viudedad su vida amorosa fué muy fogosa, hasta que conoció al gran amor de su vida: Giovanni de Medici, el Populista - primo de Lorenzo el Magnífico - con quien se casó en secreto y que fué el padre de su hijo favorito, Juan el de las Bandas Negras. Su marido murió a los pocos meses del nacimiento de su hijo.

César Borgia le dio un trato pésimo: la encerró en un sótano (utilizado como bodega en la mansión de Luffo Numai) y de vez en cuando iba con ella para satisfacer sus deseos sexuales, pero con más intención de humillarla que por deseo, a lo que ella respondía de una forma sensual e insinuante para devolverle la moneda y ser ella quien lo humillase a él, haciéndole ver que él no la podría humillar ni quebrantar. Tratándola de esta forma, César Borgia faltó a un trato hecho con los franceses Yves d´Allègre y el bailío de Dijon, en el cual Borgia daba su palabra de tratar a la contessa como merecía una dama de su clase.

Finalmente, gracias a la intervención de los franceses, el nuevo Papa la liberó y volvió a sus dominios. Se retiró a un convento con su hijo menor, Juan y allí murió.

La personalidad polifacética de la duquesa le llevó también por otros caminos: "Escribió un recetario con 450 fórmulas elaboradas con plantas sobre cómo teñir el pelo o cómo hacer que la piel pareciera más blanca de acuerdo a los cánones estéticos de la época. Este trabajo le llevó a ser acusada de brujería". Su perfil de mujer peligrosa se complementó con un intento fallido de envenenamiento al Papa, acción por la que adquirió el sobrenombre de "La diablesa de Imola".
 
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FEUDALISMO Y SEÑORÍO EN EUROPA – Francisco Arroyo Martín
Publicado por Blackdolphin | Visto 542 veces

Uno de los temas espinosos de la Historia de España es la existencia o no en las tierras hispánicas del feudalismo clásico y de sus estructuras. Como ya se dijo en un tema del foro de esta casa, la Reconquista es el hecho que regula la existencia de diferentes relaciones feudales a lo largo de la Península El libro que presentamos a continuación es una síntesis introductoria que busca delimitar los conceptos «feudalismo» y «señorío» en el territorio europeo, términos que abarcan buena parte de la historia medieval y moderna del continente y que resultan fundamentales en sus relaciones sociales en un espacio de tiempo que supera claramente los diez siglos, de ahí la complejidad de la empresa. Su autor es Francisco Arroyo Martín, doctor en humanidades por la universidad Carlos III de Madrid, cuyo ámbito de investigación principal ha sido la historia social y militar en la España Moderna, por ejemplo en la figura del marqués de Leganés, personaje significativo en tiempos de Felipe IV. Repasemos muy brevemente sus aspectos técnicos: El libro no tiene material gráfico de ningún tipo, el texto no tiene notas a pie de página y la forma de citación de otras obras es a la americana (Blackdolphin, 2018), presentando una bibliografía al final del texto, principalmente de las obras citadas.

La estructura del libro es bastante simple: Una breve introducción, un capítulo sobre la terminología y los debates historiográficos de los conceptos analizados (aunque las referencias historiográficas también se encuentran a lo largo del texto «regular»), tres capítulos de mayor amplitud sobre los marcos temporales delimitados donde se estudian los conceptos (Alta Edad Media, Baja Edad Media y Edad Moderna) en sentido amplio y unas páginas finales a modo de conclusión general.

El libro empieza con una digresión sobre el término «feudalismo» como substantivo, que no aparece hasta bien entrado el Siglo XVII como aspecto definitorio de una civilización. Entonces, englobaba tanto los feudos como los señoríos, conceptos bastante diferentes entre sí pero que se veían com sinónimos de dispersión y atomización del poder. Continúa con un repaso a la Historiografía del fenómeno, que en la mayor parte del S.XX ha dividido el Feudalismo en dos vertientes: Uno simplemente Institucional-jurídico contractual entre dos individuos, el señor y su vasallo (Ganshof) y el otro en el ámbito marxista, focalizado en el ámbito económico y social pero con diferentes vertientes analizadas.Esta discusión aún está viva a pesar de que a finales de siglo ha habido un intento de integrar ambos conceptos en una propuesta bajo cuatro ejes (Guerreau) que ha sido criticada por otros historiadores, aunque delimita temporalmente hasta el S.XIII su propuesta, por lo tanto podemos decir que el debate continua presente en varios aspectos. Después se establece el vínculo entre señorío (sistema económico-social) y el feudo (unidad básica que engloba las relaciones sociales) delimitando sus ámbitos temporales y espaciales, se ofrecen la visión particular de los principales historiadores acabando el capítulo con el debate de que si los rasgos principales del feudalismo europeo se da en otros ámbitos, se comentan muy brevemente el caso Japonés o los territorios americanos recién conquistados por los españoles, debates que igualmente pasa con la mayoría de aspectos analizados en este capítulo, continúan vivos y relativamente animados en su discusión.

El primer marco temporal estudiado, titulado Fragmentación política y sociedad rural en la Alta Edad Media, empieza con el estudio de las estructuras romanas que en su decadencia derivan hacia formas protofeudales, tanto aquellas romanas que transforman la esclavitud en servidumbre como las practicas de dependencia presentes en la sociedad de los reinos bárbaros invasores, se analizan el asentamiento de los diversos reinos germánicos considerando a Carlomagno como punto de inflexión, ya que transforma la relación de vasallaje privado en un método político regular. Después habla brevemente del marco que propiciaran la consolidación del feudalismo (La inseguridad propiciada por la irrupción del Islam y las segundas invasiones, la debilidad del poder público “estatal” frente al surgimiento y multiplicación de poderes locales,etc.) si bien a lo largo del continente presentan variaciones considerables, ya sean de creación propia o exportados de otros lugares. A continuación se describen de forma pormenorizada las instituciones y las relaciones feudales (las relaciones de vasallaje con los derechos e obligaciones de ambas partes, características y tipos de feudo, regulaciones del traspaso hereditario de los elementos, todo ello analizando diferencias regionales), así como el marco para la creación de los señoríos rurales, con el análisis de sus elementos básicos y sus diferencias respecto al vasallaje, estas partes resultan fundamentales para la comprensión del discurso principal del libro. A modo de recapitulación se define la sociedad de los tres órdenes haciendo breves referencias a aspectos culturales y artísticos. Para finalizar el capítulo se incide brevemente con las peculiaridades del feudalismo hispánico, con su propio debate historiográfico.

El segundo marco temporal analizado, llamado Las monarquías feudales y el señorío en la Baja Edad Media, se inicia estudiando el proceso de afianzamiento de las monarquías respecto de la nobleza (que no significa que se opongan), un período donde aparecen nuevos actores (el resurgimiento de las ciudades o del comercio a gran escala) que permiten la creación de diferentes cuerpos jurídicos estatales que definen una serie de instituciones para la gestión pública de los recursos, generando una preeminencia política de la monarquía y de la nobleza en lo social y económico. Así, nos encontramos con cambios estructurales que hacen que podamos definir el período como segunda etapa feudal, cuyo aspecto fundamental son las monarquías feudales como un poder soberano, los mapas se simplifican a favor de los grandes señores aristocráticos, si bien con características propias para cada zona de Europa. Este período, en el que vemos la disputa por la cristiandad por parte del emperador y del Papa, veremos la integración del ideal caballeresco en la nobleza, con su mitificación y mistificación en los fenómenos de las cruzadas y las diferentes órdenes de caballería, que provocarán una ruta comercial abierta con Oriente así como el intercambio cultural que provocarán la recepción de ideas griegas sin la interpretación romana, hecho clave para el futuro. Se pasa de vasallos a súbditos, de servicios personales a pagos en dinero (si bien pueden ser muy diferentes entre los integrantes de un mismo señorío) que se fijan por escrito, que si bien hacen mejorar su situación jurídica, hacen empeorar su situación económica (a pesar de una coyuntura favorable). Se enumeran las crisis varias del S.XIV y su incidencia en los señoríos, donde aparte de una variedad en su efectos regionales, hay una revitalización de los señoríos, que precisan de una fuerte capitalización solo al alcance de los más poderosos. Si el feudalismo aparece como una estructura en decadencia, ha configurado la nobleza como grupo social diferenciado en el ordenamiento jurídico. Se habla de los ámbitos urbanos sentido amplio, si bien en terminos del señorío, siendo la más importantes un contrapoder que aportan a los señores recursos extraordinarios para sus fines, empezando a aparecer una clase burguesa. Se acaba el capítulo con una definición de varios rasgos culturales de la nobleza en diferentes ámbitos.

El tercer y último período visitado, nombrado El régimen señorial en la Edad Moderna, empieza definiendo algunos rasgos principales de la modernidad, siendo el señorío considerado la última fase de la evolución de las estructuras feudales medievales, ya que la monarquía concentra a la nobleza en la corte para la administración del reino, aunque se carezca del sentimiento nacional en el sentido político (pero si en aspectos culturales), al menos en S.XV. Después de trazar la líneas fundamentales del S.XVI europeo, a pesar de fuertes diferencias regionales la gestión de los señoríos en esta época responde a la lógica de obtener recursos para consolidar o ampliar su condición social, con una gestión del mismo más especializada tendiendo a su profesionalización, con unos intereses asociados a la monarquía que responde a ellos con un cierto proteccionismo estatal de clase, consolidando la estratificación de la sociedad y configurando las grandes sedes señoriales en cortes que emulan en valores morales y el la práctica política a las monarquías. Las transformaciones económicas y religiosas del siglo alteran los señoríos eclesiásticos, produciendo una primera secularización de los bienes cuyos beneficiados serán la monarquía y la nobleza y que en líneas generales apenas modificarán sus estructuras sociales y económicas. Después de esbozan las características principales del S.XVII, cuya crisis a diferentes niveles repercuten a nivel general en una diversificación de las actividades del señorío aunque estuviesen especializados en una actividad económica concreta, así como un fortalecimiento de estado mediante el absolutismo monárquico, con una nobleza que se adapta a las nuevas circunstancias ampliando sus redes de clientela y dependencia buscando su plena consolidación. Se define la situación de los señoríos y su conflictividad social puesto que se busca una mejora en su rendimiento para mantener el estatus social de sus propietarios. Finalmente se muestran las líneas fundamentales del S.XVIII que muestran con la evolución mental de la ilustración y de los nuevos cambios a nivel socioeconómico con el ascenso de la burguesía o el mantenimiento de la monarquía, como las estructuras señoriales y eclesiásticas están anquilosadas delante de nuevos actores que después de la Revolución Francesa acelerarán el proceso de abolición de los señoríos y por extensión del feudalismo a lo largo de la Europa del S.XIX, su rapidez dependerá de la supervivencia tanto de las estructuras absolutistas o de los intereses de clase de los nuevos actores legislativos, se estudia brevemente el proceso en cada país de Europa, acabando con el caso español.

A modo de conclusión general el autor hace una reflexión relacionando de forma simplificada los conceptos de feudalismo y señorío en las edades Medieval y Moderna, así como las concepciones actuales de dichos términos, bastante diferentes respecto a su origen, siendo un hecho relativamente curioso.

Es hora de recapitular: El libro trata de un tema complejo pero da todas las herramientas al lector, dando información de temas que podríamos definir de «auxiliares», partiendo de la premisa de como si el lector no tuviera conocimientos previos de les edades medieval y moderna, no buscando en ningún momento ser un manual exhaustivo de estas épocas, simplemente busca dar una panorámica general para que tengamos la plena comprensión del fenómeno a analizar. Destaca por su claridad conceptual y sencillez en la explicación a lo largo de todo el texto, no deja de ser una opción pedagógica elegida por su autor, con sus virtudes y sus defectos (Por utilizar el ejemplo famoso del medio vaso de agua: Los que ven el vaso medio lleno, aquellos lectores más principiantes, se encontrarán con una síntesis de varios aspectos de la civilización europea de los siglos V al XVIII (el libro acaba bien entrado el S.XIX, pero no es necesario explicar los rasgos de este siglo para cumplir con la finalidad del libro), lo cual no es decir poco; Los que ven el vaso medio vacío, aquellos lectores con varias lecturas sobre el tema a nuestras espaldas nos encontraremos con una posible dicotomía: Pasajes del todo pasables, aquellos que podríamos calificar como «contextualizadores» y por otro lado síntesis magistrales de temas de gran complejidad, sobretodo las referidas a la temática principal del libro, para un servidor el contenido de los temas principales esta bastante bien equilibrado). Repasemos brevemente aquellos aspectos que un servidor no le han gustado: algunas veces algún ejemplo parece no estar en su lugar más apropiado, pero es un asunto que perfectamente no deja de ser opinable… Un aspecto que me gustaría que hubiera tenido un apartado propio en el capitulo de la Edad Moderna es lo que se ha denominado «la segunda servidumbre» en Europa central y oriental, tema complejo pero que un servidor encuentra fundamental en la evolución de esa parte de Europa (también resulta un tema escasamente tratado en la bibliografía histórica en español) para un servidor merecería muchas más páginas en este libro… Puestos a pedir, no hubiera estado nada mal un glosario de términos específicos (por ejemplo, emplea el vocablo «castellano» en su acepción de señor o encargado del gobierno de un castillo, por otro lado nada que no se pueda adivinar su significado por el contexto del párrafo; por la reiteración de varios nombres un índice analítico seria poco útil, un consejo personal al lector es que de forma paralela a su lectura haga una enumeración personal de aquellas denominaciones con la página en que son definidas al final de cada capítulo, para facilitar su consulta una vez leído el libro). Otro aspecto es que la bibliografía podría haber estado clasificada de alguna forma, para guiar mínimamente al lector que quiera ampliar conocimientos, puede tener algún equívoco puesto que hay libros muy diferentes entre sí, entonces el lector tiene que tener en cuenta cuando ese libro fue citado en el texto principal como guía indispensable para su consulta en un futuro…

En definitiva, este es uno de esos libros que ofrecen al lector más conocimientos de los que hacen presuponer su título, si bien nos encontramos con una síntesis introductoria sobre un tema de gran complejidad que busca delimitar y clarificar conceptos, cosa que podríamos decir que lo consigue de forma satisfactoria y hay que reconocer que la tarea no era nada fácil, por lo tanto en líneas generales hay que felicitar a su autor. Si bien el tono general del texto está dirigido a gente aficionada o estudiantes interesados a la historia en general, la claridad en que expone los temas «transversales» sin dejar de lado su diversidad y complejidad, lo convierten en una lectura estimulante, pues ofrece algunas claves fundamentales tanto de la Edad Media como de la Moderna en la historia de Europa, nunca esta de más revisarlas. Para aquellos que estamos más familiarizados con los períodos analizados es inevitable pensar que al libro le sobran varias páginas, pero si están mínimamente interesados en el tema principal, les animo igualmente a que echen una ojeada a las partes concretas de este libro…
http://www.hislibris.com/feudalismo-y-senorio-en-europa-francisco-arroyo-martin/#more-25119
 
Manuel Mujica Lainez: Un novelista en el Museo del Prado


Idioma original: Español
Año de publicación: 1984
Valoración: Recomendable

Este es el último libro escrito por Manuel Mujica Lainez y, aunque quizá esto sea un comentario ventajista, se nota. Lo digo en el sentido de que parece faltar la ambición de las grandes obras de su juventud y madurez y, en cambio, se percibe la impresión de que se trata más de un entretenimiento, divertimento o juego. Aunque, pensándolo fríamente, quizá sea esto otro comentario ventajista, sobre todo conociendo la afición del argentino por la Historia y las Artes.

En fin. El caso es que "Un novelista en el Museo del Prado" es una colección de doce relatos inspirados en personajes y/o obras exhibidas en la pinacoteca madrileña. Personajes de Goya, Tiziano, Velázquez, El Bosco, El Greco, Durero, Watteau, Patinir, etc, cual fantasmales presencia, cobrarán vida y protagonizarán una serie de escenas de tono levemente irónico y humorístico.

Así, personajes como los pecadores de "El carro de heno", los dioses del Olimpo, el Adán y Eva de Durero (los de la portada adjunta), reyes, princesas, enanos, contrahechos, borrachos (valga la redundancia), grandes de España, etc atravesarán galerías, salas y pasillos y vivirán historias entre lo profundo y lo grotesco, pero casi siempre con un carácter alegórico.

Porque, más allá de las habituales profusas y barrocas descripciones de Mujica, con las que en ocasiones parece no querer demostrar más que su erudición, los relatos tienen un sentido "oculto". En el fondo, estos tratan sobre temas como la sempiterna lucha entre el bien y el mal ("Los dos carros"), la identidad ("El llanto y los remedios"), el amor homosexual ("La Corona", con un bello final, por cierto), la hipocresía (el divertido "Amores", con los Caballeros de El Greco rompiendo con sus estrictas normas autoimpuestas), la belleza natural (en el también divertido "Elegancia") o la muerte (en el hermosísimo relato final "El Emperador).

En resumen, pese a ser, como ya he dicho, un libro mucho menos ambicioso que las grandes obras de Mujica, "Un novelista en el Museo del Prado" es un más que digno colofón a la obra de unos de los mejores "contadores de historias" de la literatura argentina de los últimos tiempos. En los relatos que lo componen, plagados de imaginación e ironía, volvemos a encontrar sus ya conocidas señas de identidad (lenguaje rico y extremadamente cuidado, detalladas descripciones, amor por la belleza y las artes, fino humor e ironía, etc) y esto será más que suficiente para que quienes hemos disfrutado de obras como Bomarzo, El Laberinto, etc, lo encontremos perfectamente recomendable.

http://unlibroaldia.blogspot.com/2019/01/manuel-mujica-lainez-un-novelista-en-el.html
 
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