Pintura - Museos - Exposiciones

Barceló ilustra el ‘Fausto’ de Goethe con aires orientales
El pintor mallorquín describe en 72 acuarelas su versión "no literal" del clásico de la literatura europea

MANUEL MORALES
Madrid 25 OCT 2018


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Ilustración de Miquel Barceló para la primera parte del 'Fausto', de Goethe. GALAXIA GUTENBERG




El pintor mallorquín Miquel Barceló lleva un tiempo viajando casi de continuo al continente asiático, Tailandia, Myanmar... así que no es extraño que la inspiración para la obra que ha presentado este jueves, el Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, que ha ilustrado con 72 acuarelas, surgiera "en un ámbito budista, junto al Himalaya, en el norte de India. La luz y los colores que he dibujado vienen de ahí", ha dicho el artista en la presentación, en el Goethe Institut de Madrid. Ese barniz oriental lo ha aplicado a una obra que muestra unas pulsiones "que todos compartimos: el deseo, el riesgo, el poder, dios y su ausencia, y en un lenguaje de metáforas fabulosas".

Barceló dejó claro desde el principio que lo suyo no ha sido un trabajo que siguiera literalmente el difícil texto de uno de los clásicos de la literatura universal, el poema filosófico que aborda el mito del pacto con el diablo para conseguir lo que se desea, a cambio de entregarle el alma. "No soy un ilustrador estándar. Estos mismos dibujos podrían servir, por ejemplo, para el Quijote", ha añadido. Aunque sí se ha fijado en versiones anteriores, como la que hizo Delacroix. Entre las potentes imágenes surgidas de los colores que ha diluido en agua destacan, por ejemplo, la de un planeta que parece la Tierra rodeado por monos, una fila de ciegos con sus bastones o un ojo gigante cuyas pestañas son, en realidad, extraños seres. "Nada de esto aparece en el texto de Goethe".

En este fascinante mundo de sombras y figuras informes, hay también espacio para el humor, como un autorretrato del artista, "¿por qué no, es algo que fue saliendo?". Otros rostros son los de Mefistófeles y Fausto, a doble página, que parecen fundirse el uno con el otro. También se ha permitido toques mediterráneos, con una embarcación que se asemeja a un llaut mallorquín.

En una bella edición bilingüe (español y alemán) publicada por Galaxia Gutenberg, el volumen, de 27 por 36,8 centímetros y 256 páginas, de las que casi un tercio son ilustraciones, abarca la primera parte de Fausto, la que Goethe escribió en 1806, aunque no se publicó hasta dos años después, cuando ya tenía 59 años. El director de la editorial, Joan Tarrida, ha contado que ,"después de un tiempo hablando de hacer el Fausto" con Barceló, le llegaron, en el verano de 2017, varias ilustraciones a su móvil enviadas por el artista. "Después, cuando Miquel empezó a entregar sus acuarelas, había que buscarles sitio en el libro". Luego llegaron decisiones como si debía dibujar más o si había que reformular algunas de las realizadas.

No es la primera vez que Barceló (Felanitx, 1957) se zambulle en una obra maestra para imaginarla, ya lo hizo con la Divina comedia, de Dante, a comienzos de este siglo, una senda, la de ilustrar títulos universales, que le agrada cada vez más: "He hecho quizás demasiadas exposiciones, pero me faltan libros y hacerlos es como un jardín en marcha, no se para". El pintor había leído Fausto"una vez y quizás en diagonal", pero para este trabajo se ayudó de una edición en francés que ha releído varias veces.

La segunda parte del Fausto ilustrado por Barceló saldrá aproximadamente en un año. Goethe dejó pasar cinco lustros hasta que terminó la continuación, publicada, sin embargo, después de su muerte en 1832. "Ese segundo Fausto es posmoderno", señaló el artista, "por lo que mi interpretación tendrá un tono muy distinto", añadió, antes de asegurar que por supuesto se siente identificado con el protagonista de la obra: "Pintar es vender tu alma todos los días ¿no?, pero, a la vez, todos llevamos un Mefistófeles dentro".

VIDEO:
https://elpais.com/cultura/2018/10/25/actualidad/1540478396_407938.html
 
Sorolla, Lichtenstein, robots... Cinco exposiciones que no te puedes perder este puente en Madrid
Del impresionismo de Monet al surrealismo de la artista emergente Fardou Keuning. La capital se llena de opciones culturales contra el frío

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Quappi con suéter rosa', de Beckmann, y una obra de Fardou Keuning.

BERTA TENA
Madrid 1 NOV 2018




Imágenes hiperrealistas, gruesos trazos de pinturas al óleo, engranajes de robots, grandes grafitis que cubren las paredes de una antigua fábrica abandonada… Envueltos en lluvias, frío y viento, las actividades que no son al aire libre recobran sentido en nuestra rutina. Y como no parece que vaya a cambiar el tiempo, una buena opción para estar calentitos, pero no aburridos, es ir a conocer la increíble oferta cultural que ofrece Madrid. Aquí os dejo una lista de las exposiciones más curiosas e interesantes para este puente.

Redescubriendo el Mediterráneo. Si te apetece eso, redescubrir nuestras costas, las luces del atardecer reflejadas en la orilla y frondosos e interminables jardines que solo evocan a sentarse y ver pasar el tiempo, esta es tu exposición. La Fundación MAPFRE (Paseo de Recoletos, 23) te trae a Monet, Van Gogh, Cézanne, Picasso, Sorolla, Renoir… una interminable lista de artistas impresionistas que te dejan boquiabierto a cada paso. El precio de la entrada varía de dos a tres euros.

Beckmann. Figuras del exilio. Con una maravillosa Quappi con suéter rosa, pañuelo a juego y cigarrillo próximo a la comisura de la boca, la segunda mujer del pintor alemán Max Beckmann nos adentra en las figuras del exilio tras la Primera Guerra Mundial con esta muestra en el Museo Thyssen-Bornemisza (Paseo del Prado, 8). Con sus propias vivencias reflejadas en cada obra, el autor nos presenta una pintura personal e independiente que se acerca a un realismo crudo y que se convierte en un testimonio valiosísimo de la sociedad del momento. La entrada cuesta entre 8 y 12 euros.

Roy Lichtenstein. Pósteres. Para los amantes de pop art, llega a la capital una exposición de uno de sus máximos exponentes: Roy Lichtenstein. Detrás de la famosa joven rubia con sus rizos de permanente recién hecha, con lágrimas en el rostro, unas largas uñas a juego con unos gruesos labios color rojo y un gesto que perturba a cualquiera, hay toda una serie de pósteres que demuestran cómo el artista creó un nuevo lenguaje artístico. La muestra, que se puede ver en la Fundación Canal de Isabel II de forma gratuita, recorre 76 de sus obras, en las que lanza una crítica sagaz a la sociedad capitalista y a la cultura de masas a través de momentos cotidianos del día a día.

Nosotros, robots. ¿A qué retos se enfrenta la humanidad con la llegada de estas máquinas? ¿Cómo transformarán nuestro futuro? A estas preguntas intenta responder esta exposición en el Espacio Fundación Telefónica (Calle Fuencarral, 3) con un recorrido a través de los hitos de la historia de la tecnología, desde la Antigüedad hasta el presente. Esta muestra se acerca al fenómeno de la robótica a través de una selección de cerca de 50 robots acompañados de audiovisuales, maquetas e infografías.

Dollhouse. Si prefieres algo diferente, fuera de los arquetipos del arte, la sala Neomudéjar (Calle Antonio Nebrija, s/n) te ofrece una interesante exposición sobre Fardou Keuning, una joven artista holandesa que ha creado una especie de ritual a través de esculturas humanas creadas en tamaño real con papel maché, madera, pelo y yeso, que le sirven como estudio de la figuración humana. El precio de entrada es de cuatro euros.

https://elpais.com/elpais/2018/10/30/tendenciosa/1540914527_568412.html
 
EL LOUVRE Y SUS VISITANTES EN MARAVILLOSAS FOTOGRAFÍAS A LO LARGO DE LAS DÉCADAS

Es muy complejo describir con palabras las toneladas de magia y de belleza que esconde un museo como el Louvre entre sus viejos muros. Por ello, Alecio De Andrade elije la fotografía, en vez de el verbo, para tratar de atrapar tanta emoción.



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Un edificio emblema de un lugar, es mucho más que una construcción arquitectónica. Lo que esconden sus paredes, lo que transmiten sus puertas, pasillos, ventanas, la luz que emanan y las historias que callan, forjan su historia y personalidad. Pero también esa magia es el resultado de los que pasamos, de la mano con Stendhal, por sus habitaciones a lo largo de la historia.

Con cámara en mano, toneladas de paciencia y un don, el brasileño Alecio de Andrade, ha sabido capturar esa intimidad única entre el espectador y la obra durante 40 años. Miembro de la prestigiosa Agencia Magnum, Andrade nos invita a un fascinante paseo por las galerías de uno de los más maravillosos museos del mundo.



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"Para mí las raíces de la fotografía están en la espontaneidad. Esta es la única forma de revelar una de las caras del mundo ". - dijo el poeta visual, cuando tenía 65 años. De Andrade nació en 1938.

Y es que los museos son mucho más que un sitio de visita, son parte del alma de un lugar y esta selección de imágenes del brasileño, nos recuerda (una vez más) el poder y el magnetismo que ejerce sobre nosotros el arte y los lugares que están llenos de él.



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El misterio de los enanos de Velázquez que pierden sus nombres
El Museo del Prado cambia la identidad de dos retratos del pintor sevillano, pero no descubre quiénes son.


PEIO H. RIAÑO
Madrid 5 NOV 2018




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'El Primo', retrato conocido hasta ahora como 'Sebastian de Morra'. MUSEO DEL PRADO



Los Austrias emplearon a un loco o a un enano por año. La Corte quería diversión y entretenimiento, quería “gente de placer”. La misión de estos personajes era acabar con las penas de los reyes y los nobles. Entre 1563 y 1700 hubo más de 120 de estos especialistas en barrer la melancolía de la Corte, aunque solo una veintena de ellos fueron retratados. El problema surgió cuando los historiadores del arte, hace siglo y medio, quisieron conocer sus nombres. Se encontraron con la invisibilidad de estos protagonistas que no fueron “criados normales” (como se asegura en la historiografía tradicional), ni tampoco normalizados: ser enano o loco en la Corte era no figurar en ninguna parte. No hay rastro de ellos ni en nóminas, ni en asientos, ni en pagos. No tenían oficio, ni cargo, aunque debieron atender el encargo de alegrar la vida del Alcázar viejo (residencia de los reyes en tiempo de los Austrias). Entonces se les conocía como “sabandijas palaciegas”. Hoy los vemos como pequeños héroes sin historia.

No existían, pero Velázquez los inmortalizó. “Un retrato costaba mucho dinero, por eso Velázquez no los retrató porque quisiera. Posiblemente fue un encargo de Felipe IV al pintor, pero no hemos encontrado el documento de la orden. Conocemos algunos nombres de los personajes, pero nos falta saber el porqué de la petición”, cuenta a EL PAÍS el historiador del arte Ángel Aterido. Para este investigador, el problema es que la documentación no aclara sus discapacidades.

“Buscamos información que la documentación no contiene”, cuenta Aterido. Por eso los nombres de los retratados bailan. De hecho, gracias a una investigación de los especialistas Pablo Pérez D’Ors, Richard Johnson y Don Johnson de hace seis años, el Museo del Prado acaba de alterar la personalidad del retrato conocido hasta el momento como Sebastián de Morra. Ahora su retrato ha pasado a llamarse El Primo. Y el conocido como Diego de Acedo será simplemente Bufón con libros, según publica Abc. De sus nombres, ni rastro. Nadie sabe quiénes fueron, como ya avanzó el primer historiador que se interesó por sus vidas, José Moreno Villa, en su reconocido estudio de 1939, Locos, enanos, negros y niños palaciegos.

La diversión, cuenta Moreno Villa, tenía un límite. “Felipe IV debía tenerlos a raya”, escribe. Un bufón toreador, que se llamaba Cristóbal de Castañeda y Pernia (apodado Barbarroja), se atrevió a reírse del rey y fue desterrado a Sevilla por el monarca. Fueron muy favorecidos, a pesar de su invisibilidad documental, y abusaron de sus puestos de confianza, porque hacían de mensajeros y espías. A base de “ditirambos y críticas” influían en la opinión pública. El historiador cuenta lo útiles que fueron para el servicio real, incluso para hacerse crecer: “Mirando los retratos de Felipe IV con Soplillo, y de Isabel Clara Eugenia con la enana Magdalena Ruiz, surge la sospecha de que los enanos gustasen a las personas reales por el realce que prestaban a su figura”.


Mirando el retrato de Felipe IV con Soplillo brota la sospecha de que los enanos gustasen a las personas reales por el realce que prestaban a su figura

JOSÉ MORENO VILLA


Así que cada vez que se enfrenten, en el museo, a ese hombre que nos mira retador, sin apartar la vista desde hace casi cuatro siglos, recuerden que ya no es Sebastián de Morra, sino El Primo.Este acompañó a Felipe IV a Aragón en 1644, y allí fue retratado por Velázquez. El monarca llegó con cuatro años de retraso a la campaña militar contra el levantamiento catalán. Para Moreno Villa, El Primo es el apodo de Diego de Acedo, cuyo segundo apellido era Velázquez. La ironía hizo el resto.

Ángel Aterido recalca que Velázquez se plantea un retrato “normal” de personas que estaban en los márgenes de la “normalidad”, para conquistar un enfoque muy real e inmediato. Lo mismo hizo con los filósofos al vestirlos de mendigos. “La visión de Velázquez es acercar el representado al espectador, buscando el pálpito de la vida que tienen. No son personajes estáticos. El único que es una estatua en sus retratos es el rey, el resto está vivo”, explica.

Para el experto, a los enanos les ha pasado como a las mujeres en la historia del arte, que han sido marginados. Eso ha cambiado. “La historiografía evoluciona con la sociedad. Por más que estudiemos nuestro pasado lo haremos siempre desde nuestro tiempo y desde los intereses contemporáneos. Focalizar ahora sobre los márgenes de lo considerado gran pintura es lógico, porque nuestra sociedad está recuperando esa parte de la sociedad olvidada”, cuenta.

En su libro Locos, enanos y hombres de placer en la corte de los Austrias (Presencia), el catedrático de Historia del Arte Fernando Bouza se interesó por estas sombras del relato histórico, cuya presencia tiene por objetivo ennoblecer a los grandes personajes, de quienes sí conocemos todos sus datos personales. Sin embargo, le llama la atención la necesidad de poner nombres a esta “gente de placer” retratada por Velázquez para devolverles a la vida. “Todavía no sabemos quién era el caballero de la mano en el pecho o el cardenal de Rafael, ambos en el Museo del Prado, y sin embargo estamos obsesionados —desde Pedro de Madrazo, en 1872— con el mito del retrato intimista que los dignifica”, señala.

https://elpais.com/cultura/2018/11/05/actualidad/1541426113_357285.html







 
Viaje lisérgico a los años 60 a través del diseño gráfico musical


NANI F. CORES 05.11.2018


El Círculo de Bellas Artes acoge hasta enero la muestra 'Psicodelia en la cultura visual de la era beat 1962-1972'. Reúne carteles psicodélicos y más de 300 portadas de discos de la colección de historiador checo Zdenek Primus.


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Cartel de The Cardinals incluido en la exposición 'Psicodelia en la cultura visual de la era beat 1962-1972' que acoge el Círculo de Bellas Artes de Madrid. ZDENEK PRIMUS


El viaje despegaría definitivamente con los Beatles en el año 1962. Su música removería conciencias entre los jóvenes de todo el mundo animándoles a la rebelión. Pero esa fiebre psicodélica ya había tomado como base de operaciones la ciudad estadounidense de San Francisco, desde donde se fraguó todo un movimiento abanderado por la música rock, los carteles de conciertos de vivos colores y los bailes en el Fillmore West organizados por Bill Graham o los de Family Dog Productions. Para aquella generación, la música se convertiría en una forma de vida y, por extensión, también tomaría una actitud política que se rebelaba contra las guerras -ya fuera la de Vietnam o la Guerra Fría-, las autoridades y denunciaba la amoralidad reinante en la sociedad.

Todo aquello lo viviría en sus propias carnes desde su Checoslovaquia natal Zdenek Primus, coleccionista, historiador del arte y responsable de la exposición Psicodelia en la cultura visual de la era beat 1962-1972, que alberga el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 20 de enero. Lo que se puede ver aquí es una aproximación gráfica al espíritu rebelde e inconformista de aquella época a través de elementos procedentes del mundo de la música y de la escena alternativa. Fascinado durante aquellos años por la música beat, Primus recupera en esta muestra el espíritu lisérgico de aquellos años. "Autenticidad. Esa es la palabra que se le viene a la cabeza a alguien que vivió aquellos tiempos cuando escucha música, mira las portadas de los discos, admira y se asombra de la creatividad, el ingenio y la originalidad de los carteles de entonces, así como de las dudosas informaciones de la prensa de la época y la ingenuidad de nuestros juicios sobre lo que conocíamos, lo que era importante para nosotros y nos hacía ser como éramos.

Nosotros no teníamos que identificarnos con nada entonces, éramos sencillamente auténticos", explica en un texto para esta exposición en Madrid. Inaugurada hace 13 años en la Galería Ciudad de Praga bajo el título The Pope Smoked Dope (El Papa fumaba hierba), en referencia al álbum del músico David Peel, esta alusión llegó a poner en pie de guerra a los más puritanos de su país. La exposición aborda la música beat y rock y su influencia en el diseño gráfico entre los años 1962 y 1972, recogiendo una amplia selección de carteles y portadas de discos que buscaban plasmar esas sensaciones lisérgicas que inspiraban las bandas de la época. "No toda la juventud vivía en la protesta y escuchaba música beat: éramos en realidad solo una insignificante porción y, para las "autoridades", constituíamos una amenaza que debía ser erradicada. Aquella época "nuestra" precisaba de la música beat, de una expresión gráfica específica, de protestas contra lo establecido y de negación, aun al precio de ser apartado de la sociedad.

Fuimos la primera generación que rechazó la culpa y por eso pudimos empezar desde cero. El aspecto material de todo ello puede verse en la exposición", afirma Primus. En la exposición se incluyen numerosos carteles psicodélicos de San Francisco, carteles de rock checos y de otros países, más de 300 portadas de discos que destacan por su valor artístico y su significado para la historia de la música (Grateful Dead, Pink Floyd, Jimi Hendrix, King Crimson, The Doors, T-Rex, Bob Dylan, Stills & Nash, las Mothers of Invention de Frank Zappa, The Rolling Stones y también muchas bandas psicodélicas ahora olvidadas). A estos se suman revistas como la estadounidense Oracle, la inglesa Oz o la checa Pop Music Express y libros y folletos con diseño psicodélico sobre música, cultura hippie, drogas y problemas de la civilización.


https://www.20minutos.es/noticia/34...-beat-exposicion-circulo-bellas-artes-madrid/
 
INAUGURACIÓN DE LA MUESTRA 'DESPUÉS DEL 68'
El Bellas Artes de Bilbao retoma el trazo contemporáneo con 50 años de arte vasco
La pinacoteca bilbaína presenta una "colección de colecciones" con 150 obras de un centenar de artistas vascos de cuatro generaciones que le permite reflexionar sobre sus límites cronológicos
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Un visitante observa un cuadro de Ruiz Balerdi de la muestra del Bellas Artes. (EFE)

JOSÉ MARI ALONSO. BILBAO
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06/11/2018

El título de la muestra, ‘Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco’, sería ya de por sí el obvio si se quiere realizar un recorrido por el panorama artístico vasco del último medio siglo. 2018 menos 50 es igual a 1968. Pero esta fecha es más que una simple resta. “No es un título inocente”, afirma Miguel Zugaza, director del Museo Bellas Artes de Bilbao. Porque 1968 constituye una “división fundamental en el mundo contemporáneo y, en particular, en las prácticas artísticas internacionales”. En las fronteras vascas, por aquel entonces, el Festival de Cine de San Sebastián estrena tras superar el filtro de la censura el documental ‘Ama Lur’ de Néstor Basterretxea y Fernando Larruquet, película que catalizó en aquel tiempo buena parte del sentimiento de pertenencia geográfica y cultural, la transgresora Esther Ferrer realiza la performance ‘Mallarmé revisé o Malarmado revisado’, el grupo Gaur constituye ya una indudable referencia dos años después de su fundación, una generación de creadores nacidos en los años 40 se incorpora a la escena artística compartiendo espacio con los veteranos integrantes de la Escuela Vasca…

Esto es, se trata de una fecha “mítica” que marca el punto de partida de la que es, a ojos del Bellas Artes, la “colección de colecciones”. La muestra constituye un recorrido de medio siglo, pero la pretensión no es reflejar en sí la historia del arte vasco de 50 años. Porque, como evidencia Zugaza, “no es lo mismo explicar el arte vasco contemporáneo que representar la evolución de lo contemporáneo a través de los ejemplos más cercanos de nuestro contexto”. Y esto último es lo que ha guiado al museo bilbaino de cara a dar cuerpor a la exposición, aunque eso sí, “sin renunciar a los rasgos de singularidad y derivas propias de una escena tan dinámica como la nuestra”. En otras palabras, “hemos tratado que el panorama refleje el debate y el devenir del arte internacional y del conjunto del Estado en estas últimas cinco décadas”.

Mucho se puede decir de las intenciones que encierran este proyecto estrella para la nueva casa del exdirector del Museo del Prado –sobre el papel, plantea “una búsqueda de las formas de modernización del arte en nuestro contexto a través de obras y artistas que ofrecen las claves de continuidad o ruptura con el arte contemporáneo español e internacional”–, pero, al final, las que hablan son las obras. Y en este caso, cerca de 150 creaciones de un centenar de artistas de diferentes generaciones dicen, y mucho, en sus diferentes expresiones artísticas, ya sea pintura, escultura, fotografía, instalaciones, videoarte y obra sobre el papel.



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Obra de Remigio Mendiburu en primer término incluida en la muestra. (E.C.)


La exposición avanza desde la emblemática fecha de 1986, década a década, generación en generación, para reflejar las novedosas propuestas de creadores que fueron añadiendo capas a la experiencia de lo contemporáneo. Además, un amplio repertorio documental permite enmarcar las experiencias artísticas en el contexto histórico y cultural desde el final del franquismo hasta el surgimiento del nuevo paradigma de la globalización, y que en el caso del País Vasco tiene al Guggenheim de Bilbao como principal exponente en el ámbito de la cultura tras su nacimiento en 1997. Libros, folletos, revistas, carteles y material audiovisual contextualizan el escenario sociopolítico y cultural en el que se ha movido el arte vasco en este último medio siglo. El momento convulso del régimen franquista, la crisis de lo moderno, el carácter individualizado de las protestas, el nacimiento del universo Arteleku de la mano de Santi Eraso, la irrupción del feminismo, el terrorismo de ETA… Múltiples factores y condicionantes explican las manifestaciones artísticas surgidas en el País Vasco desde 1968 hasta nuestros días.

Las "grandes lagunas" de la colección propia del museo, en especial a partir de los años 80, se han cubierto con préstamos relevantes para la muestra

No se trata de citar a todos y cada uno de los nombres en estas líneas por razones obvias. Pero no faltan los Balerdi, Sistiaga, Goenaga, Ameztoy, Ariasl, Zumeta, Urzay, Badiola, Ibarrola, Mendiburu, Mendizábal, Morrás, Ortiz de Elguea…. También están Isabel Maquedano, Mari Puri Herrero, Cristina Iglesias, Marta Cárdenas, Elena Mendizábal, Dora Salazar, Gema Intxausti, Maider López… Y, por supuesto, Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, quien hace medio siglo marcaba el camino del arte a pesar de que su trayectoria escultórica estaba ya cerrada. Estos dos artistas son “referencias clave para representar la tradición moderna que sirve de base por proximidad o antagonismo a las nuevas propuestas de distintas generaciones que surgen en la escena artística vasca a partir del 68 tanto individuales como colectivas”.

En términos generales, los nombres que se incluyen en la muestra conforman cuatro generaciones de artistas vascos que dialogan en la totalidad del espacio expositivo del edificio moderno del Bellas Artes de Bilbao, que fue el primero “plenamente pensado y diseñado” como museo de arte contemporáneo en todo el Estado con su inauguración –curiosamente– hace casi medio siglo, en 1970. Ese mismo año, además, comenzó la actividad de la Escuela Superior de Bellas Artes de Bilbao, el germen de lo que sería la Facultad de Bellas Artes del País Vasco que tanta influencia tuvo en la evolución del arte vasco.



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'La combinación ganadora', de Andrés Nagel, preside una de las salas de la muestra 'Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco'. (EC)


Dado el carácter estratégico de este proyecto para el Bellas Artes, el museo asumió el comisariado de la muestra con la terna formada por el propio Zugaza, Miriam Alzuri y Begoña González. Hubo un punto de partida, una línea roja a no traspasar por autoimposición. Había que basarse en colecciones públicas o “con vocación pública” que "hubieran tenido interés en el escenario del arte vasco". De este modo, las "grandes lagunas" de la colección propia de una pinacoteca centenaria, en especial a partir de los años 80, se han cubierto con préstamos “relevantes” de colecciones privadas y de otras instituciones públicas que han puesto su mirada en el arte contemporáneo vasco. El Artium, el MACBA, el Reina Sofía, el MUSAC, las cajas de ahorro vascas o la Fundación La Caixa han dado respuesta a esta carencia.

"Se ha perdido muchos años del discurso del devenir del arte contemporáneo: Hemos dejado de lado el contexto más contemporáneo", dice Zugaza

De algún modo, la exposición dibuja una cierta autocrítica. Porque este proyecto ha dejado al descubierto que el museo bilbaíno "se ha perdido muchos años del discurso del devenir del arte contemporáneo". “Hemos dejado de lado el contexto más contemporáneo”, reconoce Zugaza, que celebra que esta muestra permite a la pinacoteca dar un paso al frente y abordar una “reflexión abierta de presente y de futuro sobre los límites cronológicos y espaciales” de un museo histórico en su concepción más tradicional. En esta línea, la muestra abre una reflexión sobre “el espacio que le puede corresponder al Bellas Artes en la tupida red de instituciones públicas que en el País Vasco se dedican a la colección y difusión de arte contemporáneo”.

Acometer la revisión de los últimos 50 años del arte contemporáneo vasco ha exigido superar dos condicionantes: Por un lado, el de la propia historia del museo, con una colección que refleja “una determinada visión de lo contemporáneo con mayor o menor intensidad a lo largo del tiempo”, y, por otro, el de los límites arquitectónicos. Aún con estos condicionantes, ha sido, como enfatiza Zugaza, un trabajo de comisariado “valiente, riguroso y espléndido” que, en su caso particular, ha supuesto una especie de liberación. El proyecto le ha dado la oportunidad de recuperar el pulso a la actualidad del arte vasco contemporáneo transcurridos ya más de 16 años desde su última colaboración con el Bellas Artes en la muestra ‘Gaur, hemen, orain’. Esta exposición, inaugurada en febrero de 2002 en la pinacoteca bilbaína, mostró a un “escogido grupo de artistas de diferentes generaciones intentando constatar la actualidad de las propuestas artísticas en torno a los problemas del mundo y también la búsqueda de cierta continuidad del arte vasco”, enlazando "los éxitos de los artistas vascos de la década anterior y la fluidez de un diálogo con los más jóvenes”, como deja constancia Francisco Javier San Martín.



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El artista Txomin Badiola está presente en la muestra. (EC)


El historiador y crítico de arte ha revisado por décadas junto a Fernando Golvano, Peio Aguirre y Miren Jaio las prácticas artísticas que recorren la exposición mediante cuatro textos que van a estar al alcance de los espectadores, mientras que Mikel Onaindia firma la exhaustiva cronología que recoge los hechos que definieron el contexto artístico y cultural de cada periodo. Una aclaración de Zugaza que tiene su trascendencia. La muestra no se ha pensado en exclusiva para ‘consumo del sector’. Más bien se ha pensado "para la sociedad", que “recibe estos ejemplos de arte como una invitación a la reflexión y al aprendizaje sobre su evolución en nuestro tiempo”. No es un ejercicio fácil, admite, pero la proximidad del público al escenario representado “puede ser una ayuda para que cada cual, sea cual sea su generación, pueda identificar el carácter transformador que tiene el arte en nuestro mundo contemporáneo”.

La muestra se ha pensado para la sociedad, que "recibe estos ejemplos de arte como una invitación a la reflexión sobre su evolución en nuestro tiempo"

La única producción propia que nace de este proyecto se encuentra al comienzo (o al final) de la muestra y la firma el artista de Bermeo (Vizcaya) Josu Bilbao. Se trata, como remarca Zugaza, de una instalación que desnuda el espacio de recepción del museo extendiendo sobre el suelo “un paisaje de pequeños fragmentos de naturaleza y artificio recopilados y ordenados en una extraordinaria pulcritud”. Esta intervención, más que una imagen en si misma, “se antoja como metáfora de la más radical extensión de la actividad artística contemporánea que representa este proyecto para el Bellas Artes”.

La exposición se completa con una evolución de cinco décadas de música en el País Vasco que descansa no solo en la relevancia social que cada artista llegó a tener en su momento, sino también en la capacidad de las obras para “abrir nuevas vías y formas de expresión artísticas”, como expone el responsable de la selección, Xabier Erkizia. La música como muestra de la evolución sociocultural de la sociedad vasca durante medio siglo. Dice el economista y escritor Jacques Attalique cada sociedad debe ser juzgada por sus ruidos. “Bien merece escuchar parte de este retrato-collage a través de ese prisma para, quizás, escucharnos reflejados en sus/nuestras músicas”, señala Erkizia.

https://www.elconfidencial.com/cult...-bilbao-miguel-zugaza-despues-del-68_1640866/
 
AUDACES
La revolución de las artistas
José Ovejero

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6 NOV 2018


La alemana Marianne Pitzen fundó en los ochenta el primer centro de arte del mundo que solo alberga obras con firma femenina.


Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum?”. Quizá Marianne Pitzen (Stuttgart, 1948) no se había hecho esta pregunta que plantearon muchos años después las Guerrilla Girls como parte de una acción reivindicativa, pero desde muy joven le llamó la atención que apenas hubiese cuadros pintados por mujeres en los grandes museos. Su padre trabajaba en el Ministerio de Transporte, por lo que ella podía disponer de billetes gratis en vacaciones y se dedicaba a recorrer Europa visitando centros de arte. Y una y otra vez veía que las mujeres solo podían ser modelos o tener un papel pasivo. Pero ella quería ser artista, pintaba desde niña y le daba rabia pensar que tampoco entraría en el museo con su trabajo. “De un pensamiento nace una avalancha”, dice. Su obra era muy clásica, deudora de pintoras del siglo XIX. “No entendía a los artistas modernos: Beuys me daba miedo”. Pero esa etapa se pasa pronto y comienza a interesarse por constructivistas y racionalistas, funda una revista de arte, abre una galería y disfruta de la posibilidad de mostrar lo que hacen otros, y sobre todo otras, no le interesa tanto difundir su propia obra como crear espacios de diálogo. Porque para ella, desde casi el principio, lo personal es social y lo social es político.

A mediados de los años setenta crea con otras artistas el grupo Las mujeres dan forma a su ciudad en Bonn. “Queríamos conquistar toda la ciudad, nada menos”, dice riendo (una y otra vez suelta esa risa traviesa que podría resultar engañosa: Marianne Pitzen tiene muy poco de infantil y mucho de decidida y ambiciosa). Querían dar forma a una ciudad en la que las mujeres pudiesen tomar decisiones, crear puestos de trabajo interesantes para ellas —librerías de mujeres, grupos literarios y deportivos…— y que pudiesen vivir de ello. “Nuestras utopías estaban ligadas a lo cotidiano: qué hacer con los niños, contamos o no con los hombres para que nos ayuden… Un arte que no se entiende como acto político carece de visiones, se queda en un divertimento privado”. Pretendían de paso “humanizar la sociedad, conseguir una vida feliz y autónoma para todos”. Pero por lo pronto tuvieron que conformarse con ocupar unos grandes almacenes abandonados donde organizaban fiestas, hacían performances, se divertían, se apoyaban, creaban. Pitzen pensaba (y hoy vuelve a reír sobre su ingenuidad) que al haber elegido un edificio abandonado que no se veía desde la calle quizá las autoridades se olvidarían de ellas. Pero no fue así: los intentos de desalojarlas fueron muchos; ese espacio vacío en un barrio céntrico de Bonn resultaba también apetitoso para grupos institucionalizados de artistas (dominados por hombres) que despreciaban la calidad y las posibilidades de esas creadoras rebeldes.

Sin embargo, y a pesar de las dificultades, sobre todo económicas, consiguieron una subvención municipal, mecenas, apoyo de muchas artistas, y el Museo de las Mujeres, el primero del mundo de este tipo, ha conseguido sobrevivir desde su fundación en 1981 a todas las crisis y todas las tensiones. Incluso están a punto de firmar un contrato de compra del edificio, aunque les sigue faltando dinero para el mantenimiento (se nota en las instalaciones) y, lo que más duele a Pitzen, para adquirir obra de mujeres artistas, cosa que ahora les resulta imposible: la mayoría de los fondos del museo procede de donaciones.

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Fachada del Museo de las Mujeres de Bonn, grafiti realizado para conmemorar el 60º cumpleaños de Marianne Pitzen, y la artista y directora, en uno de los talleres del centro. ANA MARIA ARÉVALO GOSEN


Hoy, casi 40 años después, siguen fieles al programa inicial: hacer sitio al arte contemporáneo de las mujeres y recuperar la historia no solo de las artistas, también de las que pelearon y sufrieron brutalmente bajo una sociedad patriarcal. En muy poco tiempo se dan la mano en el museo una exposición sobre el centenario del derecho a voto de las mujeres en Alemania haciendo hincapié en las luchadoras que lo hicieron posible; otra sobre las consoladoras, mujeres convertidas en esclavas sexuales por el ejército japonés, acompañada de encuentros y conferencias, también sobre los abusos y violaciones por ejércitos y grupos armados activos hoy día; y próximamente una exposición que celebra el centenario de la Bauhaus, movimiento artístico tan revolucionario en algunos sentidos pero en cuya escuela, visto el interés que despertaba en las artistas, se decidió que las mujeres no pudiesen constituir más del 10% del alumnado y se les prohibió participar en algunos cursos, como los de arquitectura. En la muestra tendrán cabida muchas de aquellas mujeres que se sintieron atraídas por uno de los rasgos básicos del movimiento: aunar el arte y lo cotidiano.

Hablar con Marianne Pitzen sobre el centro que dirige es fácil: se entusiasma, se extiende en detalles del pasado y de proyectos futuros. Lo difícil es que hable de su propio arte; enseguida lleva la conversación hacia el trabajo con otros museos, los contactos internacionales, los proyectos conjuntos. Se ríe cuando se lo hago notar; “típico”, dice, y durante un rato conseguiré que hable de su trabajo artístico, del que lo político y lo social no están excluidos.


Pitzen pintaba desde niña y le daba rabia pensar que nunca expondría en un museo porque la mujer tenía un papel pasivo

Cuando dejó la pintura más tradicional se puso a dibujar proyectos de ciudades utópicas que después se fueron convirtiendo en maquetas en las que planificaba nuevas formas de convivencia. En el museo habían habilitado espacios con talleres para las artistas y tener más espacio permitía también imaginar proyectos más ambiciosos: “Antes muchas tenían que crear sus obras en la mesa de la cocina”. Marianne Pitzen pronto pasó de las maquetas a esculpir con papel y cola. Lo más característico de su obra escultórica son sus matronas, conjuntos de mujeres tocadas con un voluminoso peinado o cofia; quien las vea pensará que imitan el peinado peculiar de la artista (en realidad lo lleva desde los 17 años, cuando se quedó impresionada por la Dama de Elche), pero se basan en las matronas de origen celta y veneradas por germanos y romanos que se han encontrado en la región renana. Otra vez la historia dándose la mano con lo reivindicativo, todas esas mujeres, nunca solas, que parecen inmersas en una conversación entre ellas: “No se me ocurriría crear una escultura solitaria, siempre me interesa la sociedad, así que enseguida el proyecto se me convirtió en una especie de parlamento de matronas”.

En 2010, por el quinto centenario de Francisco de Borja, le encargaron que montase una obra en el Espai d’Art en Gandía. “Tenía a mi disposición 800 metros cuadrados”, dice entusiasmada. ¿Y qué tema eligió? Uno que de nuevo la retrata, la vida de Lucrecia Borgia, denostada por tantos historiadores que vieron en ella a una asesina sangrienta, pero que hoy se puede ver bajo otra luz: la de una joven culta e inteligente en un mundo de hombres que vio una y otra vez cómo sus sucesivos maridos y numerosos parientes fueron asesinados, pero que tuvo la fortaleza suficiente para sobrevivir y mantener un activo interés por la administración y por la cultura.


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Marianne Pitzen lleva casi 30 años al frente del Museo de las Mujeres. ANA MARIA ARÉVALO GOSEN


Hoy Pitzen está trabajando en un conjunto de figuras tendidas en el suelo, personas sin techo. “Blancas y el suelo será blanco también, así puedo jugar con el contraste de luces y sombras”. Pero el color no se ve aún: está en la fase de dar forma a sus figuras, como hace siempre, con papel de periódico: “El principio es simple, en el interior se encuentra el conocimiento que hay en los periódicos, roto, rasgado, y luego van otras capas, la historia, y por último el color. Yo no podría meter ahí una estructura de alambre, lo que hay en el interior es importante”.

Cuando le pregunto si cree que un museo como el suyo aún tiene utilidad, ya que hoy las mujeres han conquistado su espacio en el arte (pocos días antes un cuadro de la británica Jenny Saville se ha convertido en el más caro de una artista viva), responde que por supuesto. Primero porque las mujeres exponen más que antes, pero su obra rara vez permanece: los museos siguen comprando mucha más obra de hombres. Además, las jóvenes artistas se han dirigido de manera predominante a los nuevos medios y nuevas formas de expresión (del vídeo a la performance), que no estaban tan ocupadas por los hombres, y esas formas de arte son más efímeras o se deterioran con rapidez, así que hay que seguir manteniendo viva la memoria del trabajo de las mujeres.

Y por último, porque muchas artistas atraviesan una etapa, la de la maternidad, en la que aunque sigan creando a menudo se salen de los circuitos, se vuelven menos visibles, y para un director de un museo, también para un galerista, quien no es conocido a los 40 está muerto. Por eso ha creado el Premio Gabriele Münter destinado a mujeres artistas mayores de 40 años: para contribuir a dar visibilidad a esas creadoras en una edad complicada para asentarse en el mundo del arte. Queda mucho por hacer, pero eso les toca a las nuevas generaciones de mujeres, dice Marianne Pitzen, mucho mejor preparadas. Pero aunque esta alemana autodidacta no pueda presumir de una formación artística reglamentada no se puede decir que no haya llegado lejos. Y, lo más importante, no ha llegado sola, sino que ha arrastrado a muchas otras artistas que comparten su entusiasmo y su deseo de transformar la realidad mediante el arte sin perder la alegría y la capacidad de transgresión.

https://elpais.com/elpais/2018/10/30/eps/1540892739_000846.html
 
Un otoño surrealista: Dalí, Lempicka, Lee Miller, Giacometti, Dorothea Tanning, Miró...
Arte
    • MATÍAS G. REBOLLEDO
    • Madrid
    • 7 NOV. 2018
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'Rosas sangrantes', de Salvador Dalí.


La muestra del Museo Thyssen sobre Dalí da la pauta de una temporada en la que también destacan los trabajos de Dorothea Tanning en el Reina Sofía, los de Lee Miller en la Fundación Joan Miró, los de Lempicka en el Palacio de Gaviria, los de Giacometti en el Guggenheim de Bilbao y los del ampurdanés otra vez en el CaixaForum

Un ramo de flores, de extrema frescura y realismo, sangra en el abdomen de una mujer desnuda y pelirroja. Abrazada de espaldas a un pilar, la figura femenina mira hacia arriba en expresión de júbilo mientras un cielo iracundo y una sombra misteriosa le devuelven la mirada. El célebre Rosas sangrantes de Salvador Dalí es una descripción canónica del surrealismo como verbo hecho carne y, además, es la obra central de la nueva exposición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Bajo el nombre Dalí y el surrealismo, la muestra recoge 13 obras de los fondos artísticos de la colección de ABANCA en una única sala, cuyas paredes de un rojo eléctrico, hablan de representaciones oníricas y formas imposibles a la luz del período de entreguerras.

En el ejercicio de concentración que lleva a cabo la pinacoteca madrileña, el cuadro del genio de Figueres dialoga de manera natural con otros maestros de lo automático, como Joan Miró y su Cabeza de hombre o Giorgio de Chirico, que este mismo año fue objeto de un monográfico en el CaixaFórum y aquí aporta los icónicos maniquíes de La confusión del Taumaturgo. Además, los trabajos de Max Ernst, Óscar Domínguez y el tristemente poco valorado Urbano Lugrís dan empaque a la exposición.

En palabras de Guillermo Solana, director del Thyssen, la exposición es «la realización de un sueño en forma de una nueva colaboración», haciendo referencia a la muestra sobre la figura del Picasso más vanguardista que albergó el museo hace ya tres años y que también contaba con el apoyo de la institución bancaria gallega. El comisario de la exposición, Juan Ángel López Manzanares, hizó hincapié en la importancia que tenía para estos autores «el relato de los sueños» y afirmó que sus trabajos son imposibles de descifrar sin «la dualidad instintiva y azarosa que los domina».

Los esfuerzos de la galería privada (la entrada a Dalí y los surrealistas será gratuita hasta el 27 de enero) entroncan con la tendencia otoñal de dedicar espacios al arte surrealista. Apenas unos metros al sur, bajando por el Paseo del Prado, el Museo Reina Sofía dedica desde el pasado 3 de octubre y hasta el 7 de enero del año que viene, una exposición entera al trabajo de Dorothea Tanning. Las salas reservadas para la mujer artista que creía que lo primero era obviable y lo segundo una cualidad inalienable hablan de una lucha constante contra lo establecido. Instalaciones como Detrás de la puerta, invisible, otra puerta dan buena cuenta del talento de la última gran cosechadora de la vanguardia más onírica.

Como si de hojas cayendo se tratase, la lluvia otoñal surrealista también llegará a Barcelona, donde la Fundación Joan Miró acoge, hasta el 20 de enero, Lee Miller y el surrealismo en Gran Bretaña. La muestra, comisariada por Eleanor Clayton, es una suerte de narración en primera persona de la relación que unía a la fotógrafa con Roland Penrose. Musa y artista del surrealismo más ciberpunk, Miller retrató como nadie la incorporación paulatina de la mujer a puestos de relevancia, vivió en sus carnes la crudeza de los conflictos armados y trabajó de tú a tú con los artistas más importantes de su contexto, desde Picasso hasta Miró. Así se llega a entender cómo la mujer que inmortalizaba pin-ups veraniegas con tiburones de plástico para Vogue ayudó al artista catalán a mostrar sus obras en la célebre galería Tate.


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'La confusión del taumaturgo', de Giorgio de Chirico.



En la exposición organizada en la ciudad condal podrá verse también La hora del observatorio o Los amantes, la gran boca carmesí con la que Man Ray quiso plasmar su idea del paso del tiempo. El cuadro, que hasta julio habitó el Palacio de Gaviria madrileño, cede su lugar ahora a los trabajos de Tamara de Lempicka. La artista polaca, que se impregnó del mejor neoclasicismo para convertirlo primero en surrealismo y luego art déco, será objeto de su primera retrospectiva en la capital hasta el 24 de febrero de 2019. Los cuadros de Lempicka, que desarrolló el grueso de su actividad en los años veinte, recurren a mujeres citadinas de rasgos graves y rostros pastel que parecen mirar hacia un tiempo desiderativo imaginario, donde el color es la única respuesta.

Otra vez ese carácter de ensoñación, herencia directa de los escritos de Breton y las ideas que este ya había interpretado de Baudelaire, hicieron de los años que siguieron a la Gran Guerra un auténtico caldo de cultivo para la evasión. Así se entiende la producción artística del primer Giacometti, por ejemplo, que buscó fuera del cuerpo humano su trazo escultural más infinito y que se podrá disfrutar casi por completo en el Guggenheim de Bilbao. Visitable hasta febrero, la muestra sobre el maestro suizo de las sombras que se empapó de surrealismo solo para seguir evolucionando expone al público, por primera vez desde 1969, sus delicadas e impresionantes Mujeres de Venecia.

Quizás el otoño y el surrealismo no hagan juego más allá de un centenario forzoso, pero quiere la casualidad que fuera en otoño de 1934 cuando el mismo Breton dejó una anécdota para la historia que ayuda a hilarlo todo. Según el periodista Marcelino Perello, el poeta se acercó a un carpintero local con una serie de dibujos para los muebles de su casa en México. Su única expresión en un maltrecho español: «Le van a parecer raros, pero yo los quiero así». En ese «así» cabe el imaginario de Tanning, el de Miró, Ernst, Miller, Lempicka y, por supuesto, el de Dalí, que será el eje central de una exposición abierta en el CaixaFórum hasta que llegue el invierno. Con la explosión atómica de 1945 como leitmotiv, la obra central de la muestra será su Leda, pieza inaugural de su mística nuclear.

En ese «así» también caben los nuevos surrealistas del S.XXI, porque reclaman su lugar en el arte moderno con nombres como Santiago Ribeiro y que se darán cita en la ciudad portuguesa de Coimbra para la muestra Surrealism Now. Por proximidad, desde el 17 de noviembre. Por supuesto, este otoño.

https://www.elmundo.es/cultura/danza/2018/11/07/5be1e753468aeb6f228b465e.html
 
Florencia celebra al “verdadero” Leonardo, el científico y visionario
Los Uffizi abren una ambiciosa muestra con el ‘Código Leicester’, gran tratado sobre el agua de Da Vinci, propiedad de Bill Gates. Supone el primer hito de su quinto centenario


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El 'Códice Leicester', en la galería de los Uffizi (Florencia). CLAUDIO GIOVANNINI AP

DANIEL VERDÚ

Florencia 7 NOV 2018


Las revoluciones, también las científicas, suelen derramar sangre. Y algunas de las anotaciones que Leonardo Da Vinci (1452-1519) escribió en aquel volumen de 72 páginas y que anticiparon tantos descubrimientos siglos después, podrían haberle costado la vida. No era buena idea, por ejemplo, andar por ahí en 1506 con la ocurrencia de que el mundo existía desde mucho antes que el hombre o que los castigos del cielo, en realidad, no iban a llegar en forma de diluvio, sino a causa de todo lo contrario.

Pasaron 500 años y decenas de misiones de la NASA para que otras reflexiones, como la que apuntaba a la existencia de agua en la Luna pudieran ser confirmadas. El Código Leicester, el monumental tratado de Leonardo Da Vinci sobre el agua, ha vuelto a Florencia 36 años después para certificar todas aquellas predicciones revolucionarias y comenzar a celebrar el medio milenio de su muerte, que se vivirá a partir de enero.

Lo que hoy se conoce como Código Leicester, un acercamiento protoecologista a algunas de las principales cuestiones sobre el origen de la vida y la mecánica de los fluidos, formaba parte de los escritos que en 1519 Francesco Meliz se llevó de Francia a Milán. Notas dobladas sobre sí mismas e insertadas unas dentro de las otras que formaban un álbum de 32 hojas rasgadas, con su diminuta escritura especular (de derecha a izquierda, solo legible con un espejo) y donde plasmaba sus diagramas sobre los movimientos del agua. Un oasis dentro de las 30.000 páginas que debió de escribir —de las que 7.000 han sobrevivido hasta hoy— que certifican la horizontalidad de un artista dedicado a la física, la arquitectura, la botánica, la escultura o la filosofía.

“Hay una jerarquía de conocimiento que le hace muy conocido por su obra gráfica. Para mí, el verdadero Leonardo está en los códices que ha dejado y no en su pintura. Estaría bien que este año se expliquen estos tesoros casi ilegibles”, señala Paolo Galuzzi, director del Museo Galileo y comisario de la muestra El Código Leicester de Leonardo da Vinci: agua, microscopio de la naturaleza.

El manuscrito, elaborado entre 1506 y 1508 en Florencia y Milán, llegó la pasada semana a la Galería de los Uffizi en un embalaje especial dentro de una caja procedente de EE UU. Bill Gates, su propietario desde que en 1994 lo compró en una subasta por 30 millones de dólares —es el único de los grandes códices que no es propiedad de un Estado—, lo ha cedido para que se construyese una muestra multimedia para la que también ha aportado tecnología. Los dibujos están animados y seis pantallas interactivas permiten escudriñar las páginas del documento escrito más caro del mundo.


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Un visitante en la exposición sobre Leonardo da Vinci. TIZIANA FABI


La muestra supone un hito entre todas las que podrán verse en 2019 alrededor del genio renacentista. No hay que esperar grandes exposiciones con su obra pictórica. Eike Schmidt, director de los Uffizi, cree imposible reunir en una muestra ese tipo de trabajos —hay 21 en el mundo— y tampoco sería lo más adecuado. “Son obras que no se pueden transportar a cualquier sitio. Se pondría en riesgo piezas únicas destinadas a llegar a futuras generaciones”. Las grandes piezas de Leonardo que posee la Galería de los Uffizi no se moverán de Florencia. De hecho, acaban de ser colocadas en una sala especial que permitirá dialogar a Bautismo de Cristo con La Anunciación y Adoración de los Reyes Magos.

Por ello, Galluzzi cree que era fundamental que el Códice volviese a Florencia este año —en la ciudad se celebrarán otras tres muestras de menor relevancia—, pero a través de un montaje que “hiciese hablar un documento que, de otro modo, sería ilegible”. “Anticipa varios elementos. Nadie había hecho antes ni después en mucho tiempo un análisis de la composición del agua, de cómo se mueve, qué daños produce o qué beneficios aporta su energía. Nadie había intentado conocer las leyes que la gobiernan”.

El Códice Leicester, que escribió a los 55 años, es uno de los primeros modelos donde se reconoce una transformación que Leonardo había empezado a asumir los años precedentes, en los que todavía prefería expresarse con el diseño. “Aquí pasó a una fase más severa, se convirtió en un humanista renegando de los orígenes. Dialoga con los filósofos y astrónomos, no con los artesanos. Busca las causas de los fenómenos. No trata de producir máquinas, sino los principios que las rigen”.

Leonardo nunca llegó a compilar un volumen con todas las ideas sobre el fluido que riega las venas del mundo. Juan Barja, director del Círculo de Bellas Artes y coautor con Patxi Lanceros de El libro del agua (Abada Editores), lo hizo siglos después por él. “Lo importante es que tiene una visión asombrosa de la dinámica de fluidos, pero la desborda y se convierte en una tesis sobre un tiempo no lineal de la historia, que es como se dan en la realidad”, señala Barja. Una propuesta que incluso utilizó Sergei Eisenstein para mover masas en películas como Huelga.

Pero la correspondencia también se encuentra en la propia obra de Leonardo. Schmidt cree que aplicó algunos elementos estudiados en el Códice en cuadros como Bautismo de Cristo. “Es el resultado de una visión científica del agua, pero hay una relación directa entre sus estudios científicos y la observación de la naturaleza y lo que pintaba. Su ojo no distingue entre arte y ciencia. Y hoy estamos volviendo a una visión parecida a la suya. En la edad digital, en los descubrimientos subatómicos, estamos de nuevo ante una visión integrada”.


50.000 VISITANTES EN LA PRIMERA SEMANA

Leonardo Da Vinci asegura a los museos un gran movimiento de caja. Incluso si la muestra en cuestión es compleja y carece de sus grandes obras pictóricas. La última vez que se expuso el códice de Leonardo en Florencia —en el Palazzo Vecchio, en 1982—, unas 400.000 personas visitaron la muestra. Esta vez los Uffizi esperan una cifra incluso mayor. En la primera semana, ya han acudido a la exposición unas 50.000 personas.

La muestra, uno de lo hitos de la programación de este año en los Uffizi, se ha inaugurado en plena temporada baja. Se trata de una las estrategias del director de la galería, Eike Schmidt, para regular los flujos de visitantes y dotar de estabilidad a las propuestas del museo durante todo el año. “Pero es en esta época cuando queremos ofrecer muestras de gran impacto”, señala Schmidt.


https://elpais.com/cultura/2018/11/07/actualidad/1541621568_026888.html





 
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