¿Para qué sirve hoy la monarquía?

Y suma y sigue:







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Juan Carlos I «El gran traidor» cumple 80 años.
Franco no tenía por qué instaurar la monarquía –nunca restaurar, ojo al parche–, pero monárquico él y sabedor de que su figura era irrepetible, consideró como única opción factible y realista la de instaurar la monarquía, bien que hizo lo posible por sanearla, algo realmente valiente, desplazando a Don Juan y confiando en «Juanito», la nueva generación, al cual dedicó cuantos esfuerzos, gastos, cariños y consejos pudo mientras le fue posible.




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Por Francisco B. Ayuso
5/01/2018 España

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El rey emérito cumple ochenta años y todos hacen balance y… le felicitan. Pues bien, nosotros hacemos balance y… no sólo no le felicitamos, sino que demandamos su juicio y condena por recalcitrante perjuro y traidor a todos y a todo.
Traído por el Caudillo una vez que comprobó la insensatez, la irresponsabilidad, la falta de luces, la ambición y la estulticia de su padre, que nunca entendió ni asumió la reciente y trágica historia de España –en buena medida debida a que Alfonso XIII había tenido las mismas «cualidades» que Don Juan–, puso el Generalísimo en él todas sus esperanzas de que la España que dejara quedara en manos de alguien que, al menos, hubiera aprendido de la Historia para no repetir, como suele suceder, y está sucediendo, lo peor de ella.
Franco no tenía por qué instaurar la monarquía –nunca restaurar, ojo al parche–, pero monárquico él y sabedor de que su figura era irrepetible, consideró como única opción factible y realista la de instaurar la monarquía, bien que hizo lo posible por sanearla, algo realmente valiente, desplazando a Don Juan y confiando en «Juanito», la nueva generación, al cual dedicó cuantos esfuerzos, gastos, cariños y consejos pudo mientras le fue posible.
No sólo eso, sino que desde muy temprano puso en marcha todo un proceso de relevo de forma que, asegurándose la continuidad en su mayor parte del régimen por él creado y que tan grandes y buenos servicios daba a España, aún con sus defectos lógicos, pues no hay obra humana que no los tenga, logró que Juan Carlos fuera acogido como su sucesor, así como que no apareciera excesivamente ligado a su mentor; sólo lo justo y necesario. Franco, siempre un caballero. Hasta tanto es así, que en su insuperable testamento rogaba a los españoles que le dedicaran la misma lealtad que a él. No pudo el Caudillo hacer más ni hacerlo mejor como hombre y como español.
Pero claro, también como hombre que era cometió el fallo, crucial a la vista de lo sucedido después, de olvidar la sangre que corría por las venas del sucesor, de no acordarse de la historia de los Borbones en España, de esa estirpe maldita que un maldito día se nos cayó encima a los españoles por mor de disputas sucesorias, debilidades, corruptelas, impotencias y otras zarandajas.
Juan Carlos I ha sido, y sigue siendo, un perjuro y uno de los mayores traidores a España, a los españoles y a todo, que registra nuestra Historia; grande como ninguna, pero en la que no faltan las miserias, en la que sobran las luces, pero en la que también hay oscuridades.
Ya en los últimos tres o cuatro años de la vida del Caudillo, Juan Carlos le traicionó amañando dos entrevistas secretas nada más y nada menos que con Santiago Carrillo, al cual envió sus lacayos, uno de ellos familiar de José Antonio, para asegurarse al menos la complacencia del repugnante asesino por entonces aún líder comunista. Asimismo, traicionó a los militares –y a España– que en el Sahara estaban dispuestos a dar su vida por España asegurándoles que aquello no se iba a entregar, cuando ya lo estaba; claro que para ello contó con la traición, a cambio de imponentes ascensos, de no pocos de los mandos superiores allí presentes.
Enseguida, Juan Carlos, discretamente, comenzó, aún, repetimos, en vida de Franco, a traicionarle buscando entre los traidores que ya rodeaban, mejor decir sitiaban, al Generalísimo, a aquellos más dispuestos a derribar el régimen fuera como fuese; no a modificarlo, a limarlo, a darle aquí y allá un pespunte, a arreglar algún que otro parche, no, no, a destruirlo hasta la raíz, a encabezar una revolución liberal-pseudomarxista que no dejara de Franco y de su régimen ni rastro.
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Para ello, supo buscar la ayuda «española» precisa dentro del propio régimen; la de la Iglesia vaticana y la de los obispos y buena parte del clero nacional, con perdón; la de los enemigos declarados de España como eran los comunistas en el exilio, y en nuestro territorio la de los socialistas casi inexistentes pero a los que se potenció hasta hacerles existir; la de las FFAA que también, en su mayoría, ya traicionaban todo lo que habían jurado y que por estupidez o por interés, más por lo último, le prestaron solapadamente buenos servicios; y la del extranjero, echándose en manos de las potencias que de siempre nos odian, aunque nos favorezcan cuando nos necesitan para tirarnos a la basura cuando no, sin que faltara la Masonería internacional ávida de tomarse la revancha de la Historia, sobre todo de su derrota durante cuatro décadas a manos de Franco.
Muerto el Caudillo estaba todo atado y bien atado para poner en marcha, ojo, desde Zarzuela, una revolución consistente en destruir todo lo anterior en todos los órdenes: espiritual, moral, administrativo, social, cultural, económico, lingüístico, patriótico, y todo lo que se quiera hasta dejar a España que no la reconociera ni la madre que la parió, como hoy vemos. Las revoluciones siempre vienen de arriba, no se engañen, y la de Juan Carlos I ha sido una más.
El único problema era desarraigar de la conciencia y del alma de los españoles al régimen y a la figura de Franco, pero eso, con el cambio generacional, ofreciendo la vida muelle y laxa, el huracán de propaganda «democrática» propia y extranjera, y los discursos engañosos desde todas las instancias, la Iglesia también, ojo que no sabemos ahora de qué se queja, fue cuestión de unos pocos, muy pocos años.
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No hacía ni uno y medio que había muerto Franco, cuando volvían a España los que en su día habían provocado la mayor tragedia de su historia; se legalizaban aquellos partidos marxistas y revolucionarios –PSOE y PCE– repletos de crímenes execrables; el rey, que había jurado públicamente los Principios Fundamentales del Movimiento, perjuraba y ponía en marcha la Constitución de las autonomías; se pervertía a la juventud y a la madurez; se reescribía aceleradamente la historia para hacer de las víctimas verdugos y de los verdugos víctimas; no se ponía coto a los asesinatos de ETA porque en buena medida justificaban ciertas acciones políticas y no pocas desapariciones de personas que por su arraigado patriotismo podían poner palos en las ruedas como Carrero y otros muchos; se daban amnistías que dejaban en libertad, sin juicio alguno, a asesinos confesos que en breve volvían a asesinar; se destruía a destajo todo, bien que solapadamente, pero más y más profundamente que en su momento lo hiciera con la guillotina la revolución francesa o con el fusilamiento y la checa la rusa; un vendaval de miseria, mentira y destrucción moral y social arrasó España en apenas una década. Todo ello teniendo como director y motor a Juan Carlos I.
De esa revolución, de ese cúmulo de traiciones, de sus perjuros, de sus mentiras, de esa miseria borbónica, el hoy rey emérito no libró ni a su propia familia, a cuya esposa traicionó poniéndole los cuernos casi desde el día después de la boda, no habiendo parado ni hasta la actualidad, como no ha parado de traicionar ni a España, ni, ojo, incluso a aquellos que más le favorecieron en su labor destructiva, pues muchos de sus más allegados de entonces y de después han pagado bien caro las ínfulas que le dominan. Los últimos sus dos yernos, sobre todo UrdanPillín, al que ya le oímos insinuar que sólo hizo lo que vio y aprendió tras casarse con su todavía mujer.
Y como no hay traición sin pago, además de mantenerse en el trono durante casi cuarenta años por mor del pacto que todos hicieron con él tras el 23-F –otra de sus traiciones más sonadas–, su fortuna, siempre escondida, va siendo poco a poco conocida y las cuentas no cuadran con el sueldo que teóricamente ha venido cobrando; esperaremos a su muerte para que todo salga a la luz, no lo duden, y entonces, a diferencia de su predecesor, al que nunca le han encontrado una falta económica porque nunca la hizo, a él le vamos a ver hasta los marianos.
Este es el hombre, este el rey emérito, este es Juan Carlos I, y no otro, ni mucho menos el que la propaganda oficial nos quiere hacer creer. No lo duden, cuando dentro de quinientos años se escriba la historia de estás décadas de verdad, su figura será juzgada como lo hemos hecho nosotros. ¿Cuán largo me lo fiáis, Don Juan? Pues sí, pero todo llega, no lo duden.
¿Y a su hijo? El tiempo dirá, aunque ya dice mucho, pues de tal palo tal astilla. La maldición borbónica continua para nuestra desgracia.
https://www.elespañoldigital.com/juan-carlos-traidor-cumpleanos/
 
Bah...a mi no me molesta lo que digan los monárquicos.Que van a decir?? pues lo de siempre,tratar de fastidiar a los otros, con frases provocadoras,para empezar un dialogo de besugos y despistar de lo que de verdad importa.La verdad es que ya hay más republicanos que monárquicos,que la KK no ha sumado,si no que ha restado mucho,que la gente ya se da cuenta del falso papel que representa y se cuestiona si vale la pena, gastar tanto en una imagen por demás penosa.Ahora si que creo que en el momento que a las financieras y empresarios no les sirvan para hacer negocios,si ese apoyo tan fuerte decae....seguro que ya no hay tanta protección para esa familia Borbón y veremos al último Borbón desaparecer de la escena del cuento gastado de tanto usarlo . :D:D:D
 
No, no. Libreme Dios de imponer nada a nadie.

Digo que en España son infantes los hijos del rey y los hijos del heredero del rey.

Y esto viene de unos cuantos siglos atrás, que no se ha inventado ahora.

Las monarquías tienen sus propias reglas internas. Y si uno es monárquico, que menos que conocerlas, no?

Vamos, que te las tenga q enseñar una republicana tiene tela
En mi primer post ya dije que soy partidario de reformar(mucho)la monarquía, entre todo ello ese asunto.
No todos somos tan dicotómicos.
 
Bah...a mi no me molesta lo que digan los monárquicos.Que van a decir?? pues lo de siempre,tratar de fastidiar a los otros, con frases provocadoras,para empezar un dialogo de besugos y despistar de lo que de verdad importa.La verdad es que ya hay más republicanos que monárquicos,que la KK no ha sumado,si no que ha restado mucho,que la gente ya se da cuenta del falso papel que representa y se cuestiona si vale la pena, gastar tanto en una imagen por demás penosa.Ahora si que creo que en el momento que a las financieras y empresarios no les sirvan para hacer negocios,si ese apoyo tan fuerte decae....seguro que ya no hay tanta protección para esa familia Borbón y veremos al último Borbón desaparecer de la escena del cuento gastado de tanto usarlo . :D:D:D
Fuentes, querida.
 
Perdona, pero aquí estamos discutiendo y exponiendo opiniones. Pero fijaté, te voy a poner el argumento principal en contra de la monarquia: Por traidores.
Estados Unidos descubre el papel de Juan Carlos de Borbón en la entrega del Sáhara Occidental a Marruecos
Documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos destapan el papel que jugó Juan Carlos de Borbón en la entrega a Marruecos del Sáhara Occidental

Por
José Antonio Gómez
-
08/08/2019



Juan Carlos de Borbón en El Aaiun

Un informe jurídico de Naciones Unidas ratifica el hecho de que el Sáhara Occidental no está administrado por Marruecos, sino que la potencia administradora es España. Por tanto, según la ONU, ¿está Marruecos ocupando territorio español? Pueden consultar el informe AQUÍ
El Reino de España, con su Jefe del Estado a la cabeza, tiene una responsabilidad con el Sáhara Occidental que va más allá de lo sentimental porque, legalmente, el territorio continúa perteneciendo a España y no a Marruecos. Hay un aspecto que en nuestro país se ha pasado por alto: la ONU declaró nulos los Acuerdos de Madrid de 1.975 firmados por Juan Carlos de Borbón por los que se cedía la administración del Sáhara a Marruecos y Mauritania. Esta nulidad es la que provoca que el territorio se encuentre aún entre los dieciséis territorios no autónomos supervisados por el Comité Especial de Descolonización de la ONU.
Sin embargo, la responsabilidad de España en la entrega a Marruecos del Sáhara Occidental va más allá. El medio ecsaharaui.com ha estudiado los documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos en los que se destapa el papel que jugó Juan Carlos de Borbón en un hecho contrario al derecho internacional. La decisión adoptada por la CIA de desclasificar casi un millón de documentos ha permitido conocer muchos aspectos de este hecho.


En el año 1979 Marruecos estaba perdiendo la guerra contra el Frente Polisario hasta que varios países, entre ellos España, decidieron ayudar a Hassan II: Estados Unidos, Francia, España y Arabía Saudí. Todo esto fue posible gracias a las buenas relaciones del rey marroquí con Henry Kissinger, consejero de seguridad nacional de los Estados Unidos y con los Saud de Arabia Saudí.
Según El Confidencial Saharaui, en agosto de 1975, el Departamento de Estado de Estados Unidos aprobó un proyecto secreto de la CIA y financiado por Arabia Saudí para arrebatar el Sáhara Occidental a España. En medio de la Guerra Fría, el territorio era vital desde un punto de vista geoestratégico y, sobre todo, por los recursos naturales de los que dispone. En octubre del mismo año, la inteligencia militar española informó a Franco del plan de los Estados Unidos.
Una vez que Hassan II anunció la Marcha Verde, tras rechazar el Tribunal de Justicia de la ONU las pretensiones de Marruecos sobre el Sáhara, Juan Carlos de Borbón, aún príncipe pero heredero del dictador, se negó a aceptar una nueva Jefatura del Estado interina porque, entre otras cosas, pretendía tener poderes absolutos sobre el Sáhara.
Tras el fallido viaje de José Solís a Rabat, donde no pudo frenar la Marcha Verde, Juan Carlos de Borbón se hizo cargo de la Jefatura del Estado. Se mostró preocupado por la situación del Sáhara, sobre todo porque aún estaba demasiado reciente la Revolución de los Claveles portuguesa y no quería que algo parecido sucediera tras la muerte de Franco.
En su primer Consejo de Ministros, Juan Carlos de Borbón manifestó su intención de ponerse al frente de la situación del Sáhara, pero no informa al Gobierno de Arias Navarro de que había enviado a Washington a Manual Prado y Colón de Carvajal para hablar con Henry Kissinger e intentar evitar una guerra colonial que podría traducirse en una revolución por la que perdiera su corona. Según El Confidencial Saharaui, Kissinger aceptó mediar con Hassan II y se firmó un pacto secreto por el que Juan Carlos de Borbón entregaría el Sáhara a Marruecos a cambio del total apoyo político de los Estados Unidos a su Jefatura de Estado.
Tras la Marcha Verde, el 12 de noviembre de 1975 se produjo la Declaración de Madrid por la que se entregó el Sáhara a Marruecos y Mauritania.
De todo este proceso, controlado por la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, nadie supo nada. Juan Carlos de Borbón movió los hilos a través de sus hombres de confianza.
Desde el año 1979 Marruecos ocupa y administra el territorio a pesar de no figurar como potencia administradora en la lista de la ONU, ya que Naciones Unidas jamás lo ha considerado como tal. Así quedó establecido en el año 2.002 por un informe jurídico firmado por Hans Corell, secretario general adjunto de Asuntos Jurídicos de Naciones Unidas. Por tanto, el Sáhara Occidental sigue siendo territorio español. Legalmente y en base al derecho internacional España es la potencia administradora y, por tanto, está permitiendo que una nación extranjera ocupe ilegalmente el territorio.
Y las bombas de destrucción masiva Irakíes donde están?
 
Y suma y sigue:







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Juan Carlos I «El gran traidor» cumple 80 años.
Franco no tenía por qué instaurar la monarquía –nunca restaurar, ojo al parche–, pero monárquico él y sabedor de que su figura era irrepetible, consideró como única opción factible y realista la de instaurar la monarquía, bien que hizo lo posible por sanearla, algo realmente valiente, desplazando a Don Juan y confiando en «Juanito», la nueva generación, al cual dedicó cuantos esfuerzos, gastos, cariños y consejos pudo mientras le fue posible.




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Por Francisco B. Ayuso
5/01/2018 España

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El rey emérito cumple ochenta años y todos hacen balance y… le felicitan. Pues bien, nosotros hacemos balance y… no sólo no le felicitamos, sino que demandamos su juicio y condena por recalcitrante perjuro y traidor a todos y a todo.
Traído por el Caudillo una vez que comprobó la insensatez, la irresponsabilidad, la falta de luces, la ambición y la estulticia de su padre, que nunca entendió ni asumió la reciente y trágica historia de España –en buena medida debida a que Alfonso XIII había tenido las mismas «cualidades» que Don Juan–, puso el Generalísimo en él todas sus esperanzas de que la España que dejara quedara en manos de alguien que, al menos, hubiera aprendido de la Historia para no repetir, como suele suceder, y está sucediendo, lo peor de ella.
Franco no tenía por qué instaurar la monarquía –nunca restaurar, ojo al parche–, pero monárquico él y sabedor de que su figura era irrepetible, consideró como única opción factible y realista la de instaurar la monarquía, bien que hizo lo posible por sanearla, algo realmente valiente, desplazando a Don Juan y confiando en «Juanito», la nueva generación, al cual dedicó cuantos esfuerzos, gastos, cariños y consejos pudo mientras le fue posible.
No sólo eso, sino que desde muy temprano puso en marcha todo un proceso de relevo de forma que, asegurándose la continuidad en su mayor parte del régimen por él creado y que tan grandes y buenos servicios daba a España, aún con sus defectos lógicos, pues no hay obra humana que no los tenga, logró que Juan Carlos fuera acogido como su sucesor, así como que no apareciera excesivamente ligado a su mentor; sólo lo justo y necesario. Franco, siempre un caballero. Hasta tanto es así, que en su insuperable testamento rogaba a los españoles que le dedicaran la misma lealtad que a él. No pudo el Caudillo hacer más ni hacerlo mejor como hombre y como español.
Pero claro, también como hombre que era cometió el fallo, crucial a la vista de lo sucedido después, de olvidar la sangre que corría por las venas del sucesor, de no acordarse de la historia de los Borbones en España, de esa estirpe maldita que un maldito día se nos cayó encima a los españoles por mor de disputas sucesorias, debilidades, corruptelas, impotencias y otras zarandajas.
Juan Carlos I ha sido, y sigue siendo, un perjuro y uno de los mayores traidores a España, a los españoles y a todo, que registra nuestra Historia; grande como ninguna, pero en la que no faltan las miserias, en la que sobran las luces, pero en la que también hay oscuridades.
Ya en los últimos tres o cuatro años de la vida del Caudillo, Juan Carlos le traicionó amañando dos entrevistas secretas nada más y nada menos que con Santiago Carrillo, al cual envió sus lacayos, uno de ellos familiar de José Antonio, para asegurarse al menos la complacencia del repugnante asesino por entonces aún líder comunista. Asimismo, traicionó a los militares –y a España– que en el Sahara estaban dispuestos a dar su vida por España asegurándoles que aquello no se iba a entregar, cuando ya lo estaba; claro que para ello contó con la traición, a cambio de imponentes ascensos, de no pocos de los mandos superiores allí presentes.
Enseguida, Juan Carlos, discretamente, comenzó, aún, repetimos, en vida de Franco, a traicionarle buscando entre los traidores que ya rodeaban, mejor decir sitiaban, al Generalísimo, a aquellos más dispuestos a derribar el régimen fuera como fuese; no a modificarlo, a limarlo, a darle aquí y allá un pespunte, a arreglar algún que otro parche, no, no, a destruirlo hasta la raíz, a encabezar una revolución liberal-pseudomarxista que no dejara de Franco y de su régimen ni rastro.
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Para ello, supo buscar la ayuda «española» precisa dentro del propio régimen; la de la Iglesia vaticana y la de los obispos y buena parte del clero nacional, con perdón; la de los enemigos declarados de España como eran los comunistas en el exilio, y en nuestro territorio la de los socialistas casi inexistentes pero a los que se potenció hasta hacerles existir; la de las FFAA que también, en su mayoría, ya traicionaban todo lo que habían jurado y que por estupidez o por interés, más por lo último, le prestaron solapadamente buenos servicios; y la del extranjero, echándose en manos de las potencias que de siempre nos odian, aunque nos favorezcan cuando nos necesitan para tirarnos a la basura cuando no, sin que faltara la Masonería internacional ávida de tomarse la revancha de la Historia, sobre todo de su derrota durante cuatro décadas a manos de Franco.
Muerto el Caudillo estaba todo atado y bien atado para poner en marcha, ojo, desde Zarzuela, una revolución consistente en destruir todo lo anterior en todos los órdenes: espiritual, moral, administrativo, social, cultural, económico, lingüístico, patriótico, y todo lo que se quiera hasta dejar a España que no la reconociera ni la madre que la parió, como hoy vemos. Las revoluciones siempre vienen de arriba, no se engañen, y la de Juan Carlos I ha sido una más.
El único problema era desarraigar de la conciencia y del alma de los españoles al régimen y a la figura de Franco, pero eso, con el cambio generacional, ofreciendo la vida muelle y laxa, el huracán de propaganda «democrática» propia y extranjera, y los discursos engañosos desde todas las instancias, la Iglesia también, ojo que no sabemos ahora de qué se queja, fue cuestión de unos pocos, muy pocos años.
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No hacía ni uno y medio que había muerto Franco, cuando volvían a España los que en su día habían provocado la mayor tragedia de su historia; se legalizaban aquellos partidos marxistas y revolucionarios –PSOE y PCE– repletos de crímenes execrables; el rey, que había jurado públicamente los Principios Fundamentales del Movimiento, perjuraba y ponía en marcha la Constitución de las autonomías; se pervertía a la juventud y a la madurez; se reescribía aceleradamente la historia para hacer de las víctimas verdugos y de los verdugos víctimas; no se ponía coto a los asesinatos de ETA porque en buena medida justificaban ciertas acciones políticas y no pocas desapariciones de personas que por su arraigado patriotismo podían poner palos en las ruedas como Carrero y otros muchos; se daban amnistías que dejaban en libertad, sin juicio alguno, a asesinos confesos que en breve volvían a asesinar; se destruía a destajo todo, bien que solapadamente, pero más y más profundamente que en su momento lo hiciera con la guillotina la revolución francesa o con el fusilamiento y la checa la rusa; un vendaval de miseria, mentira y destrucción moral y social arrasó España en apenas una década. Todo ello teniendo como director y motor a Juan Carlos I.
De esa revolución, de ese cúmulo de traiciones, de sus perjuros, de sus mentiras, de esa miseria borbónica, el hoy rey emérito no libró ni a su propia familia, a cuya esposa traicionó poniéndole los cuernos casi desde el día después de la boda, no habiendo parado ni hasta la actualidad, como no ha parado de traicionar ni a España, ni, ojo, incluso a aquellos que más le favorecieron en su labor destructiva, pues muchos de sus más allegados de entonces y de después han pagado bien caro las ínfulas que le dominan. Los últimos sus dos yernos, sobre todo UrdanPillín, al que ya le oímos insinuar que sólo hizo lo que vio y aprendió tras casarse con su todavía mujer.
Y como no hay traición sin pago, además de mantenerse en el trono durante casi cuarenta años por mor del pacto que todos hicieron con él tras el 23-F –otra de sus traiciones más sonadas–, su fortuna, siempre escondida, va siendo poco a poco conocida y las cuentas no cuadran con el sueldo que teóricamente ha venido cobrando; esperaremos a su muerte para que todo salga a la luz, no lo duden, y entonces, a diferencia de su predecesor, al que nunca le han encontrado una falta económica porque nunca la hizo, a él le vamos a ver hasta los marianos.
Este es el hombre, este el rey emérito, este es Juan Carlos I, y no otro, ni mucho menos el que la propaganda oficial nos quiere hacer creer. No lo duden, cuando dentro de quinientos años se escriba la historia de estás décadas de verdad, su figura será juzgada como lo hemos hecho nosotros. ¿Cuán largo me lo fiáis, Don Juan? Pues sí, pero todo llega, no lo duden.
¿Y a su hijo? El tiempo dirá, aunque ya dice mucho, pues de tal palo tal astilla. La maldición borbónica continua para nuestra desgracia.
https://www.elespañoldigital.com/juan-carlos-traidor-cumpleanos/

Por favor, fuentes oficiales.No colaboradores de sálvame.
 
Bueno, un informe clasificado de Iker Jimenez y un artículo de un colaborador de sálvame después, yo lo siento pero no me has convencido de nada.Me tengo que marchar, saludos.
 
En mi primer post ya dije que soy partidario de reformar(mucho)la monarquía, entre todo ello ese asunto.
No todos somos tan dicotómicos.

Tu puedes reformar el papel constitucional del rey o de la familia real, pero no sus títulos internos.

Tal como si yo soy titular del ducado de pitimini. El estado podrá otorgarme, o denegarme, tal o cual prerrogativa, pero no puede quitarme mi titulo de duquesa de pitinimi ni impedir que lo herede mi sucesor.

Salvo que llegue una dictadura y abola los títulos nobiliarios, lo que no tendría mucho sentido con una monarquía, no?

En el sentido pecuniario, el estado otorga una suma global para el mantenimiento de la casa real, que su titular, el rey, distribuye libremente.

Esto ultimo es lo único que el estado, como tal, puede modificar respecto a la corona. Pero no sus títulos internos. No es posible.

Otro ejemplo. Para el matrimonio del sucesor o cualquier miembro de la familia real, el rey debe dar su consentimiento, además de las cortes

A día de hoy, este es el único requisito.

Pero hasta que D. Juan Carlos fue rey, además de la aprobación de las cortes y del rey, los matrimonios de la casa real debían ajustarse a la pragmática sanción, creo q desde los tiempos de Carlos III.

Del tal forma que, aunque el rey y las cortes dieran su consentimiento al matrimonio, si este contravenía la pragmática, el/la contrayente perdía automáticamente sus derechos sucesorios.

Esta pragmática la derogó el propio Juan Carlos I, no las cortes.

Porque las cortes no tienen potestad sobre las normas internas de la familia real.

Tendrás que camelarte al rey para las reformas que quieres, no queda otra
 
Tu puedes reformar el papel constitucional del rey o de la familia real, pero no sus títulos internos.

Tal como si yo soy titular del ducado de pitimini. El estado podrá otorgarme, o denegarme, tal o cual prerrogativa, pero no puede quitarme mi titulo de duquesa de pitinimi ni impedir que lo herede mi sucesor.

Salvo que llegue una dictadura y abola los títulos nobiliarios, lo que no tendría mucho sentido con una monarquía, no?

En el sentido pecuniario, el estado otorga una suma global para el mantenimiento de la casa real, que su titular, el rey, distribuye libremente.

Esto ultimo es lo único que el estado, como tal, puede modificar respecto a la corona. Pero no sus títulos internos. No es posible.

Otro ejemplo. Para el matrimonio del sucesor o cualquier miembro de la familia real, el rey debe dar su consentimiento, además de las cortes

A día de hoy, este es el único requisito.

Pero hasta que D. Juan Carlos fue rey, además de la aprobación de las cortes y del rey, los matrimonios de la casa real debían ajustarse a la pragmática sanción, creo q desde los tiempos de Carlos III.

Del tal forma que, aunque el rey y las cortes dieran su consentimiento al matrimonio, si este contravenía la pragmática, el/la contrayente perdía automáticamente sus derechos sucesorios.

Esta pragmática la derogó el propio Juan Carlos I, no las cortes.

Porque las cortes no tienen potestad sobre las normas internas de la familia real.

Tendrás que camelarte al rey para las reformas que quieres, no queda otra

Existen los acuerdos.
 
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