OP
pilou12
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Jennings le dijo a Mary Ida.
-- ¿ Cuanto condenado tiempo más va a quedarse nuestra huésped por aquí?
Mary Ida:
--! Oh, Jennings! !Chsss! Que Zilla te puede oír. Pobre criatura. No tiene ningún sitio a donde ir.
De modo que Jennings intensificó sus esfuerzos. Hizo que el sheriff se ocupara del caso; hasta pagó por colocar un anuncio en el periódico local, y eso era ir muy lejos.
Pero nadie de los contornos había oįdo hablar jamás de Jim James.
Por fin, Mary Ida, mujer inteligente, tuvo una idea. Consistía en invitar a un vecino, Elridge Smith, a cenar, lo que normalmente era una comida ligera servida a las seis.
No sé porqué no se le había ocurrido antes. Míster Smith no tenía mucho atractivo, pero era un granjero de unos cuarenta años que había enviudado recientemente, con dos hijos en edad escolar.
A partir de aquella primera cena, míster Smith venía casi todas las tardes a casa. Después de anochecer, todos dejábamos solos a Zilla y a míster Smith para que se columpiaran juntos en la chirriante mecedora del porche, y se rieran y hablaran y cuchichearan. Aquello le estaba volviendo loco a Jennings, porque míster Smith no le gustaba más que Zilla; los repetidos ruegos de su mujer de "Calla, cielo. Esperemos a ver", hacían poco para calmarlo.
Aguardamos un mes. Hasta que, por fin, una noche hizo Jennings un aparte con míster Smith, y le dijo:
-- Bueno, mira, Elridge. De hombre a hombre: ¿ cuáles son tus intenciones hacia esa guapa joven?
La forma en que Jennings dijo eso, era más una amenaza que otra cosa.
Mary Ida confeccionó el vestido de novia en su máquina de coser Singer a pedal. Era blanco de algodón, con mangas anchas, y Zilla se puso un lazo blanco de seda en el pelo, rizado especialmente para la ocasion. Estaba sorprendentemente guapa.
La ceremonia se celebró a la sombra de una morera en una fresca tarde de septiembre, bajo la dirección del reverendo míster L.B. Persons.
Seguidamente, a todo el mundo se le sirvió pastelitos en forma de taza y ponche de frutas fortalecido con vino de uvas especiales.
Cuando los recién casados se alejaron en el carro de míster Smith, tirado por una mula, Mary Ida se levantó el borde de la falda y se lo llevó a los ojos, pero Jennings, con la mirada tan seca como la piel de una serpiente, declaro:
--Gracias, Dios mío. Y ya que nos concedes tus favores, a mis cosechas les vendría bien un poco de lluvia.
Musica para camaleones - Truman Capote
Jennings le dijo a Mary Ida.
-- ¿ Cuanto condenado tiempo más va a quedarse nuestra huésped por aquí?
Mary Ida:
--! Oh, Jennings! !Chsss! Que Zilla te puede oír. Pobre criatura. No tiene ningún sitio a donde ir.
De modo que Jennings intensificó sus esfuerzos. Hizo que el sheriff se ocupara del caso; hasta pagó por colocar un anuncio en el periódico local, y eso era ir muy lejos.
Pero nadie de los contornos había oįdo hablar jamás de Jim James.
Por fin, Mary Ida, mujer inteligente, tuvo una idea. Consistía en invitar a un vecino, Elridge Smith, a cenar, lo que normalmente era una comida ligera servida a las seis.
No sé porqué no se le había ocurrido antes. Míster Smith no tenía mucho atractivo, pero era un granjero de unos cuarenta años que había enviudado recientemente, con dos hijos en edad escolar.
A partir de aquella primera cena, míster Smith venía casi todas las tardes a casa. Después de anochecer, todos dejábamos solos a Zilla y a míster Smith para que se columpiaran juntos en la chirriante mecedora del porche, y se rieran y hablaran y cuchichearan. Aquello le estaba volviendo loco a Jennings, porque míster Smith no le gustaba más que Zilla; los repetidos ruegos de su mujer de "Calla, cielo. Esperemos a ver", hacían poco para calmarlo.
Aguardamos un mes. Hasta que, por fin, una noche hizo Jennings un aparte con míster Smith, y le dijo:
-- Bueno, mira, Elridge. De hombre a hombre: ¿ cuáles son tus intenciones hacia esa guapa joven?
La forma en que Jennings dijo eso, era más una amenaza que otra cosa.
Mary Ida confeccionó el vestido de novia en su máquina de coser Singer a pedal. Era blanco de algodón, con mangas anchas, y Zilla se puso un lazo blanco de seda en el pelo, rizado especialmente para la ocasion. Estaba sorprendentemente guapa.
La ceremonia se celebró a la sombra de una morera en una fresca tarde de septiembre, bajo la dirección del reverendo míster L.B. Persons.
Seguidamente, a todo el mundo se le sirvió pastelitos en forma de taza y ponche de frutas fortalecido con vino de uvas especiales.
Cuando los recién casados se alejaron en el carro de míster Smith, tirado por una mula, Mary Ida se levantó el borde de la falda y se lo llevó a los ojos, pero Jennings, con la mirada tan seca como la piel de una serpiente, declaro:
--Gracias, Dios mío. Y ya que nos concedes tus favores, a mis cosechas les vendría bien un poco de lluvia.
Musica para camaleones - Truman Capote