MÚSICA PARA CAMALEONES - Truman Capote

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Yo no recuerdo haber cruzado diez palabras con él, pero me gustaba por la forma que olía. Tengo una nariz de sabueso y podía olerlo a cien yardas de distancia: tal cantidad de brillantina llevaba el pelo, y otra cosa que Ivory dijo que se llamaba Atardecer en París.

Ivory juró una y otra vez que no era verdad. ¿ Ella? ¿ Dejar ella que un mico tejano-mejicano como Freddy le pusiera un dedo encima?
Explicó que Hulga estaba furiosa y celosa porque ese chico la había dejado pelada y creía que se estaba jodiendo a todo bicho viviente entre Cat City e Indio. Afirmó que yo la había ofendido prestando oídos a tales mentiras, aun cuando Hulga era más digna de lastima que de insultos. Y se quitó el anillo de boda que yo le había dado --perteneció a mi primera mujer, pero ella dijo que no importaba, porque sabía que yo había amado a Hedda y que eso le añadía valor --, y me lo tendió diciendo que si no la creía, que ahí tenía el anillo y que cogería el primer autobús que saliera hacía cualquier parte. Así que se lo volví a poner en el dedo y nos hincamos de rodillas en el suelo y rezamos juntos.

La creí; al menos me figuré que la creía; pero, de algún modo, había como un balancín en mi cabeza; si, no, si, no. Además, Ivory había perdido soltura; antes, tenía una gracia en el cuerpo que era como la suavidad de su voz. Pero ahora era todo alambre, estaba en tensión como esos judíos del club que no dejan de quejarse y de lamentarse y de regañar porque uno no puede quitarles las penas a restregones.

Hulga encontró trabajo en el Miramar, pero el parque de remolques siempre me daba la vuelta cuando olía que venía.
Una vez se acercó a mi y me dijo con una especie de murmullo: ¿." No sabes que esa dulce esposa tuya le ha dado al mejicano un par de pendientes de oro ? Pero su amigo no se los deja poner". No sé. Ivory rezaba todas las noches conmigo para que el señor nos mantuviera juntos, sanos de cuerpo y de espíritu .


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Pero observé ...Bueno, en aquellas calurosas noches de verano cuando Freddy Feo rondaba por allí, en alguna parte de la oscuridad, cantando y tocando la guitarra, ella apagaba la radio justo en medio de Bob Hope o de Edgar Bergen o de cualquiera que fuese, e iba a sentarse fuera a escuchar.
Decía que contemplaba las estrellas: " Apuesto a que en ningún otro sitio del mundo pueden verse las estrellas como aquí "
Pero, de pronto, resultó, que odiaba Cat City y Palm Springs. El desierto entero, las tormentas de arena, veranos con temperaturas por encima de los ciento treinta grados, y nada que hacer si uno no es rico ni pertenece al Racquet Club. Sencillamente, afirmó eso una mañana.
Dijo que deberíamos levantar el remolque y volver a plantarlo en cualquier parte donde hubiera aire fresco.
Wisconsin. Michigan. La idea me pareció bien; me dejó la cabeza tranquila acerca de lo que podría estar pasando entre ella y Freddy Feo.

Bien, yo tenía un cliente en el club, un tipo de Detroit, que me dijo que podría meterme de masajista en el Athletic Club de Detroit; nada fijo, sólo que a lo mejor se despedía alguno. Pero eso fue suficiente para Ivory. Nos largaríamos el veintitrés; ella desenterró el remolque, después de quince años de plantar flores por todo el terreno, puso el Chevy a punto para el viaje, y todos nuestros ahorros quedaron convertidos en cheques de viajeros. Anoche me restregó de arriba abajo, me lavó el pelo, y esta mañana partimos poco después de rayar el día.

Me di cuenta de que algo andaba mal, y me habría enterado si no me hubiese quedado dormido nada más salir a la carretera. Debió ponerme píldoras para dormir en el café.
Pero cuando me desperté, lo olí. Estaba escondido en el remolque. Ahí enroscado, en la parte de atrás, como una serpiente. Esto fue lo que pensé: Ivory y el chico van a matarme y a dejarme para los buitres. Me lo figuré todo.

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Le dije: " Para el coche. " Ella quiso saber por qué. Porque tenía que orinar. Paró el coche y la oí llorar. Al apearme, dijo: " Has sido bueno conmigo, George, pero yo no sé hacer otra cosa. Y tú tienes una profesión. Siempre habrá un sitio para ti en alguna parte."

Me bajé, oriné y, mientras estaba ahí parado, el coche arrancó y ella se marchó. No sabía donde estaba hasta que apareció usted, míster...

George Whitelaw.
Y le dije:
" Dios mío, eso es igual que un crimen. Dejar a un ciego perdido en medio de esto. Cuando lleguemos a El Paso, iremos a la comisaría de policía."
El replicó:
" ! Diablos, no ! Ya tiene bastantes problemas sin los polis. Se ha plantado en la mierda: que se quede ahí. Ivory no va a ningún lado. Además, la amo. Una mujer puede hacer cosas así , y uno la sigue queriendo ."

George volvió a servirse vodka; ella colocó un tronco pequeño en el fuego, y el nuevo embate de las llamas sólo fue un poco más brillante que el furioso calor que súbitamente afluyó a sus mejillas.

-- Las mujeres hacen eso -- dijo ella con tono agresivo, desafiante --. Sólo una loca... ¿ Crees que yo podría hacer algo semejante ?
La expresión en los ojos de él, cierto silencio visual, la sobresaltó, haciendole apartar la vista y retirar la pregunta.


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-- Bueno, ¿ que le pasó?
-- ¿ A míster Schmidt?
-- A míster Schmidt.
El se encogió de hombros.

-- La última vez que lo vi, estaba bebiéndose un vaso de leche en una casa de comidas, una parada de camiones en las afueras de El Paso. Yo tuve suerte; conseguí que un camionero me llevara directamente a Newark. En cierto modo, me olvidé de él. Pero durante los últimos meses me ha dado por pensar en Ivory Hunter y George Schmidt.
Debe ser la edad; empiezo a sentirme viejo.
Ella volvió a arrodillarse junto a él; le cogió la mano, entrelazando los dedos en los suyos.
--¿ Con cincuenta y dos años? ¿ Y te sientes viejo?

El se apartó; al hablar, lo hizo con el sorprendido murmullo de un hombre que se dirige a sí mismo:
--Siempre he tenido una confianza tan grande. Sólo al ir por la calle sentía tal ritmo. Notaba las miradas de la gente -- en la calle, en un restaurante, en una fiesta --, envidiándome, haciendo comentarios sobre mi personalidad. Siempre que acudía a una fiesta, sabía que la mitad de las mujeres serían mías con sólo desearlo.
Pero eso se acabó. Es como si el viejo George Whitelaw se hubiera convertido en el hombre invisible. Ni una sola cabeza se vuelve a mi paso. La semana pasada llamé dos veces a Mimi Stewart, y no me devolvió las llamadas. No te lo he dicho, pero ayer pasé por casa de Buddy Wilson, daba un pequeño cóctel. Debía haber unas veinte chicas bastantes atractivas, y todas se limitaron únicamente a echarme un vistazo; para ellas, yo era un tipo viejo y cansado que sonreía demasiado.

-- Pero yo pensaba que seguías viendo a Christine.
-- Te contaré un secreto. Christine se ha comprometido con Rutherford, ese chico de Filadefia.


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No la he visto desde noviembre. Para ella está muy bien; es feliz, y me alegro de que lo sea.
-- ¿ Christine ? ¿ Con cuál de los Rutheford? ¿ Kenyon o Paul?
-- Con el mayor.
-- Ese es Kenyon. ¿ Lo sabías y no me lo has dicho?
--Hay muchas cosas que no te he dicho, cariño.

Sin embargo, eso no era enteramente cierto. Porque cuando dejaron de dormir juntos, empezaron a comentar cada una de sus aventuras, colaborando realmente en ellas. Alice Kent: cinco meses; se acabó porque ella le exigió divorciarse y casarse con ella. Sister Jones: se terminó al cabo del año cuando su marido lo averiguó. Pat Simpson: una modelo de Vogue que se marchó a Hollywood; prometió volver y jamás lo hizo. Adele O'Hara: hermosa, alcohólica, turbulenta provocadora de escenas; aquello lo rompió él mismo. Mary Campbell, Mary Chester, Jane Vere-Jones. Otras. Y ahora, Christine.

Unas cuantas las había conocido él mismo; la mayoría eran " idilios " arreglados por ella: amigas de las que le proporcionaran un escape sin pasarse de la raya.

--Bueno-- dijo ella, suspirando --. Supongo que no podemos culpar a Christine . Kenyon Rutherford es un partido excelente.
Sin embargo, estremecida como las llamas entre los leños, su mente daba vueltas buscando un nombre que llenara el vacio.


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Alice Combs: disponible, pero demasiado sosa. Charlotte Finch: demasiado rica, y George se sentía impotente ante mujeres -- u hombres , para el caso -- más ricas que él. ¿La Ellison, quizás? La soignée señora Ellison, que estaba en Haití consiguiendo un divorcio rápido...

Dijo él:
--Deja de fruncir el ceño.
-- No estoy frunciendo el ceño.
-- Eso sólo significa más silicona, más facturas de Orentreich. Prefiero ver arrugas humanas. No importa de quién sea la culpa. A veces todos nosotros dejamos a los demás ahí fuera, a la intemperie, y nunca comprendemos la razón.

Un eco, cavernas resonantes: Jaime Sánchez, Carlos y Angelita; Hulga, Freddy Feo, Ivory Hunter y míster Schmidt; doctor Bentsen y George, George y ella misma, el doctor Bentsen y Mary Rhinelander...

El dio un leve apretón a sus dedos entrelazados y, con la otra mano, le levantó la barbilla e insistió en que sus miradas se encontraran. Se llevó su mano a los labios, besándola en la palma.
Te quiero, Sarah.
-- Yo también te quiero.
Pero el roce de sus labios, la velada amenaza, la puso en tensión. Oyó el campanilleo de la plata en el piso de abajo: Anna y Margaret subían con la cena para ponerla junto al fuego.

-- Yo también te quiero -- repitió ella, con fingida somnolencia, y con simulada languidez fue a correr los cortinajes de la ventana. Una vez corrida, la gruesa seda ocultó la noche del río y de las barcazas iluminadas, tan envueltas en la nieve y tan mudas como el dibujo de una noche de invierno en un pergamino japonés.

-- ¿ George?
Un apremiante antes que las irlandesas llegaran con la cena, llevando en experto equilibrio sus ofrendas:
-- Por favor, cariño. Ya pensaremos en alguien.


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V. ----- Hospitalidad


( Hospitality)



Hace mucho tiempo, en los campos del Sur, había granjas donde las mujeres ponían mesas a las que casi todos los forasteros
de paso, un predicador itinerante, un afilador de cuchillos, un trabajador errante, eran bien venidos para sentarse ante un suculento almuerzo.
Probablemente sigan existiendo muchas de aquellas granjeras. Desde luego, mi tía si, la señora Jennings Cárter. Mary Ida Cárter.

De niño viví largos períodos de tiempo en la granja de los Cárter, entonces pequeña , aunque ahora sea una finca enorme. En aquella época, la casa se alumbraba con lamparas de petróleo y se caldeaba por medio de chimeneas y estufas; el agua se sacaba y se traía de un pozo, y la única diversión consistía en la que nosotros nos procurábamos. Por las noches, después de cenar, no era extraño que mi tío Jennings, un hombre guapo y viril, tocara el piano acompañado por su bella esposa, hermana de mi madre.

Los Cárter eran gente que trabajaban duro. Jennings , con ayuda de algunos aparceros, cultivaba la tierra con un arado tirado por un caballo. En cuanto a su mujer, sus tareas eran ilimitadas.


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Yo la ayudaba en muchas; echar el pienso a los cerdos, ordeñar las vacas, batir la leche para hacer mantequilla, despinochar el maíz, pelar guisantes y pacanas; era divertido, excepto por una faena que yo trataba de eludir y cuando me obligaban a realizarla, cumplía con los ojos cerrados: simple y llanamente, odiaba retorcer el cuello a los pollos, aunque desde luego no ponía objeciones a la hora de comérmelos.

Esto era durante la Depresión, pero en la mesa de Ida había mucha comida para el almuerzo, que servía a mediodía y al que su sudoroso marido y ayudantes eran convocados por el tañido de una gran campana.
Me encantaba hacer sonar la campana; me hacia sentirme poderoso y caritativo. En esas comidas de mediodía, la mesa se llenaba de galletas calientes, de pan de maiz, de miel en paneles, de pollo, de barbos o ardilla frita, de judías verdes y pintas, y en ocasiones se presentaban invitados, unas veces esperados y otras no. " Bueno -- decía suspirando Mary Ida al ver acercarse por el camino a un vendedor de Biblias con los pies lastimados --. No necesitamos otra biblia. Pero creo que sería conveniente poner otro cubierto."

De todas las personas a quienes dimos de comer, hubo tres que nunca se me irán de la memoria. La primera, el misionero presbiteriano que viajaba por el campo solicitando fondos para sus tareas cristianas en tierra de infieles. Mary Ida dijo que no podía permitirse una contribución en metálico, pero que se sentiría complacida si se quedaba a comer con nosotros. Pobre hombre, sin duda tenía aspecto de necesitarlo. Vestido con un traje negro, deslustrado, cubierto de polvo y brillante, decrépitos calcetines negros de enterrador y sombrero verdinegro, estaba tan flaco como un tallo de caña de azúcar. Tenía un cuello largo, colorado y rugoso, con una nuez del tamaño de un bocio que se movía arriba y abajo.

Nunca vi un individuo tan ansioso; de tres tragos engulló un cuarto de leche de manteca, devoró toda una fuente de pollo con una sola mano ( mejor dicho, con ambas, pues comía a dos manos), y tantísimas galletas, untadas con mantequilla y miel, que perdí la cuenta. Sin embargo, a pesar de sus tragaderas, logró darnos una espeluznante narración de sus hazañas en territorios peligrosos.

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-- Les voy a contar una cosa. He visto a caníbales asar a hombres negros y blancos en una parrilla
( exactamente igual que ustedes asan un cerdo) y comerse hasta el último bocado, dedos de los pies, sesos, orejas y todo. Uno de aquellos caníbales me dijo que la mejor comida era un asado de niño recién nacido; afirmó que sabía igual que el cordero lechal. Supongo que la razón por la cual no me comieron a mi, es porque no tengo bastante carne sobre los huesos. He visto a hombres colgados por los tobillos hasta que la sangre les salía a borbollones por las orejas. una vez me mordió una cobra verde sudafricana, la serpiente más mortal de la tierra. Me entraron muchas náuseas por el acceso, pero no me morí, así que los negros creyeron que era un dios y me regalaron un abrigo hecho con pieles de leopardo.

Después de que el predicador glotón se marchara, Mary Ida se sintió mareada; estaba segura de que tendría pesadillas durante un mes. Pero su marido, animándola, le dijo:
-- Vamos cariño; no te habrás creído nada de esa faramalla. Ese hombre es tan misionero como yo. No es más que un pagano mentiroso.

En otra ocasión, invitamos a un recluso que se había fugado de una cuerda de presos del Penal del estado de Alabama, en Atmore.
Desde luego no sabíamos que era un tipo peligroso que cumplía cadena perpetua por incontables robos a mano armada. Simplemente se presentó ante nuestra puerta y le dijo a Mary Ida que estaba hambriento y que si podía darle algo de comer.


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--Pues señor --dijo ella --, ha venido usted al sitio indicado. En este momento estoy poniendo la comida en la mesa.
De algún modo, acaso allanando un tendero de ropa, había cambiado sus franjas de presidario por un mono y una gastada camisa azul de trabajo. Pensé que era agradable, todos nosotros lo creímos ; tenía una flor tatuada en la muñeca, la mirada atenta y la voz suave. Dijo que se llamaba Bancroft ( lo que resultó ser su verdadero nombre). Mi tío Jennings le preguntó:
-- ¿ En que trabaja usted, míster Bancroft?
-- Pues --contestó despacio -- precisamente estoy buscando algo. Como todo el mundo. Soy bastante habilidoso. Puedo hacer casi cualquier cosa. ¿ No tendría usted algo para mi ?

Jennings dijo:
--Me vendría muy bien contratar a un jornalero. Pero no podría pagarle.
-- Yo trabajo por casi nada.
--Si -- dijo Jennings --. Pero eso es lo que yo tendría: nada.
De improviso, pues era un tema al que raramente se aludía en aquella casa, el crimen salió en la conversación.

Mary Ida se lamentó:
--Pretty Boy Floyd. Y ese tal Dillinger. Recorren el pais matando gente. Robando bancos.
-- Pues no sé-- dijo mister Bancroft. --Los bancos no me caen simpáticos. Y Dillingeres muy listo, hay que reconocérselo. En cierto modo me da risa la forma en que atraca bancos y se escapa.
Y, efectivamente, se echó a reir, mostrando dientes manchados de tabaco.

--Vaya -- replicó Mary Ida--, me sorprende un poco oirle decir eso, míster Bancroft.


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Dos días después , Jennings fue al pueblo en el carro y volvió con un keg de clavos, un saco de harina y un ejemplar del Mobile Register . En primera página, había un retrato de míster Bancroft, Bancroft Dos Cañones, como era familiarmente conocido por las autoridades. lo habían capturado en Evergreen, a treinta millas de distancia. Cuando Mary Ida vio su foto, rápidamente se dio aire en la cara con un abanico de papel, como para prevenir un amago de desvanecimiento.
-- ! Que el cielo me ayude! -- gritó--. Podría habernos matado a todos.
Jennings dijo, en tono áspero :
--Había una recompensa. Y nos la hemos perdido.
Eso es lo que me fastidia.

A continuación, vino una chica llamada Zilla Ryland. Mary Ida la encontró bañando a un niño pelirrojo de dos años, en un riachuelo que discurría entre los árboles de detrás de la casa. Según lo describió Mary Ida:
-- La vi antes de que ella me viese a mí. Estaba desnuda dentro del agua bañando a ese precioso niñito. En la orilla, había un traje de algodón , las ropas del niño y una maleta vieja atada con un trozo de cuerda. El niño se esta riendo y ella también. Entonces me vió, y se sobresaltó. Se asustó. Yo le dije: " Buenos días. Aunque calurosos. El agua debe sentar bien." Pero ella agarró al niño y salió disparada del riachuelo, y yo le dije: " No debe tener miedo de mí. No soy más que la señora Cárter, y vivo justamente al otro lado.

Venga allá y descanse un poco." Entonces se echó a llorar; sólo era una criatura, nada más que una niña. Le pregunté : " ¿ Que le pasa , querida? " Pero no contestó. Entonces ya se había puesto el traje y había vestido al niño. Le dije: " Si me contara lo que le preocupa, quizá podría ayudarla." Pero meneó la cabeza y contestó que todo iba bien, y yo le dije " Pues entonces no debemos llorar por nada, ¿verdad? Ahora sígame a casa y hablaremos de ello." Y así lo hizo.


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Ya lo creo que si.

Yo me balanceaba en la mecedora del porche leyendo un Saturday Evening Post atrasado , cuando las vi venir por el sendero. Mary Ida cargando con una maleta rota, y esa chica descalza y llevando un niño en brazos.
Mary Ida me presentó:
-- Este es mi sobrino, Buddy. Y...perdona, cielo, no he entendido tu nombre.
-- Zilla-- musitó la chica, bajando la vista.
-- Perdona, querida. No te oigo.
-- Zilla -- susurró de nuevo.
-- ! Vaya! -- exclamó alegremente Mary Ida--. Ese sí que es un nombre poco corriente.
Zilla se encogió de hombros.
-- Me lo puso mi mamá. Ella también se llamaba así.

Dos semanas después, Zilla seguía con nosotros; demostró ser tan poco corriente como su nombre.
Sus padres habían muerto, su marido se " había escapado con otra mujer. Con una muy gorda; a él le gustaban las mujeres gordas, y me dijo que yo era demasiado flacucha, así que se marchó con ella, consiguió el divorcio y se casó con ella en Athens, Georgia."
Su unico pariente vivo era un hermano: Jim James. " Por eso es por lo que he venido a Alabama. las últimas noticias que tengo es que se ha establecido en algún sitio de por aquí."

Tio Jennings hizo todo lo que estuvo en su mano para localizar a Jim James. Tenía buenas razones, pues aunque le gustaba el niñito de Zilla, llegó a sentir bastante hostilidad hacia Zilla; le irritaba su voz frágil y su costumbre de tararear misteriosas melodías disonantes.


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